¿Quién enseña a un cerebro infantil a odiar?

05 de octubre de 2016 / Por: Eduardo Calixto / Fuente: http://www.excelsior.com.mx/

El cerebro humano inicia las conductas de temer, odiar o percibir socialmente el rechazo en la infancia; específicamente, estos procesos se inician a los tres años y se agudiza su aprendizaje entre los ocho y 12 años de edad.

¿Quién le enseña estos procesos al cerebro humano? La respuesta es muy simple, la influencia de los padres, maestros, compañeros, familia y medios de comunicación hacen que el cerebro interiorice actitudes discriminatorias y la búsqueda de generar inmediatas respuesta ante su enojo: el castigo.

A los tres años de edad, el cerebro ya tiene consciencia racial e inicia a detonar sus primeros prejuicios. El rechazo a la piel, a actitudes que no son consideradas como aceptables e incluso la forma distinta de pensar e interpretar el entorno, ya es motivo de separación y encono. No explicar los procesos sociales a un niño, evitar reglas sociales o posponer los frenos sociales necesarios que ayudan a la educación cívica, son los elementos que paulatinamente van quedándose en la memoria y el inicio de conductas que en el humano joven o maduro llegan a detonar odios y decisiones de auto-justicia que, en ocasiones, extrañan por la forma violenta que acompañan a muchos de sus actos y las consecuencias.

Con la segregación, el señalamiento, la violencia sesgada o ignorar voluntariamente la presencia de alguien, lo que busca en realidad el cerebro prejuicioso es calificar para que a partir de esta evaluación el (los) otro (s) sean inferiores ante su pensamiento. Es decir, ante la conducta social de actos violentos, lo que está detrás de esto es un proceso biológico de búsqueda permanente de superioridad; evento que el cerebro inicia desde la infancia, cuyo proceso es favorecido por el entorno familiar-social ejecutor de pensamientos intolerantes, racistas u homofóbicos. Lo que el adulto repite, en la mayoría de las veces, lo aprendió en la infancia.

Odiar, repudiar; disgusto, aversión, enemistad, tienen el mismo sustrato de circuitería neuronal. La amígdala cerebral, el hipocampo y el giro del cíngulo son estructuras que inician conductas, las recuerdan y evalúan sus consecuencias ante el entorno social. Ante actos de violencia, abandono o humillación, estas estructuras cerebrales cambian su conexión, toleran la violencia y se aprende a ser permisivo al no tener retroalimentación de los frenos sociales. Un cerebro que no tiene frenos o no evalúa adecuadamente sus actos está condenado a cometer actos antisociales en forma repetida, los cuales pueden generar gradualmente agrado y motivación para volverlos a realizar. Esta es una de los máximas expresiones de cómo el entorno social sí puede modificar las conexiones anatómicas del cerebro y los sustratos neuroquímicos de muchas emociones. El cerebro no necesariamente debe estar enfermo para hacer locuras. Si desconocemos las circunstancias sociales que motivan nuestros actos, estos pueden aparecer en un contexto negativo.

Un cerebro infantil copia inmediatamente lo que considera aceptado, y si es de un adulto, el proceso ingresa sin cuestionamientos, con mayor facilidad. Estos lineamientos quedan en el procesamiento de memoria y la elaboración de conductas. Un individuo antisocial, intolerante, prejuicioso, discriminador, racista tiene en común un aprendizaje crítico en la primer infancia de estas conductas que no tuvieron retroalimentación cognitiva adecuada, sin filtros apropiados, los prejuicios se aprenden y se hacen comunes. Sin límites, las conductas negativas se repiten. Sin una adecuada explicación se puede aprender a ser hipersensible ante una sociedad.

El resultado, una respuesta neuronal de búsqueda constante de generar placer por sentirse superior.

El ser humano es un ser social, su biología y psicología apuntan a ese hecho. Lejos de que esta nota sea determinista y catastrofista, busca la reflexión de sentirnos parte de los problemas y buscar la mejor solución de los mismos a través de una mejor explicación a los hechos y enseñando a las nuevas generaciones desde los 3 años de edad las estrategias adecuadas para entender su entorno. Otorgando los filtros sociales, explicaciones y argumentos que le den a ese futuro cerebro condiciones anatómicas para adaptarse mejor.

@ecalixto

Fuente artículo: http://www.excelsior.com.mx/blog/neurociencias-en-la-vida-cotidiana/quien-ensena-a-un-cerebro-infantil-a-odiar/1100014

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