A 25 años de su muerte: Ángel Rama y los imaginarios de la crítica

Europa /España/Octubre 2016/Mabel Moraña/https://dialnet.unirioja.es

Mabel Moraña Washington University América Latina tiene una deuda amplia y bien reconocida con la obra de Ángel Rama.

En la segunda mitad del siglo XX, el registro y tenor de sus aportes pueden ser comparados, pasando por encima de obvias diferencias, con los de otros pilares del pensamiento latinoamericano a partir de cuyo trabajo nuestras “dolorosas repúblicas”, como las llamara ensu momento José Martí, han rearticulado su presencia y su significado cultural en los grandes escenarios occidentales. Me refiero a críticos de la talla de Antonio Candido, Roberto Fernández Retamar, Antonio Cornejo Polar, Beatriz Sarlo, Ana Pizarro, Francoise Perus, para mencionar sólo críticos prominentes afincados primariamente en la literatura como forma específica de expresión de subjetividades C

La obra de ninguno de estos críticos—tampoco la de Rama—se restringe, sin embargo, a la literatura. En todos ellos predomina el esfuerzo por encontrar sentido a un proceso complejo de producción de significados a partir de un registro simbólico que abarca y que rebasa lo literario. Como Rama advierte, y nos enseña, se trata de un proceso impuro, híbrido, atravesado por remanentes de colonialidad que corroen la sociedad moderna, sobre todo sus áreas periféricas, siempre asediadas por diversas formas y grados de violencia estructural: desigualdad social, autoritarismo político, elitismo oligárquico, discriminación racial y de género, academicismo conservador y excluyente, provincianismo, en las diversas formas que estos factores asumen en distintos contextos.

Si es cierto que toda muerte es prematura, la dolorosa pérdida de Ángel Rama hace ya, increíblemente, 25 años, el 27 de noviembre de 1983, dejó desamparado al pensamiento latinoamericano. El descalabro social y político de las últimas décadas del siglo XX y los procesos de recomposición que las suceden sumen al latinoamericanismo, como a tantas otras áreas de reflexión intelectual, en una incertidumbre prolongada. Algunos, incluso, entienden la desaparición de Rama casi como un augurio.

Mario Vargas Llosa, con quien Rama polemizara encarnizadamente en más de una ocasión, comenta, refiriéndose al trágico accidente: “La muerte de Ángel Rama es como una funesta profecía sobre el futuro de una disciplina intelectual que ha venido declinando en América Latina de manera inquietante.” La caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de regímenes socialistas, la recomposición de hegemonías a nivel internacional y, con ellas, la rearticulación de los márgenes sociales y económicos, los procesos redemocratizadores, y, más recientemente, los embates del neoliberalismo y la globalización y el asentamiento institucional de formas moderadas de la izquierda en diversos países.

Al tiempo que categorías puramente modernas, como las de nación, sociedad civil, consenso, ciudadanía, identidad, deben ser revisadas y flexibilizadas para acomodar las transformaciones sociales y políticas que acompañan el nuevo milenio, el advenimiento de fenómenos nuevos requiere la apelación a categorías también inéditas, o sustancialmente renovadas, que puedan ayudar a comprender fenómenos hasta hace poco imprevisibles: la presencia apabullante de los mundos virtuales, la primacía del mensaje audiovisual, la subjetividad migrante, el ocaso del humanismo y la activación de actores sociales invisibilizados por la modernidad.

En este panorama, también marcado, sobre todo en la vuelta del siglo XX, por la incertidumbre y por el desencanto ideológico, América Latina hubiera necesitado aún, por muchos años, de la pasión y de la inteligencia de Ángel Rama, de su intenso trabajo y de sus intuiciones, para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.

De tanto en tanto a alguien se le ocurre decir en simposios académicos y conferencias internacionales que otra sería la historia si Ángel Rama estuviera aquí para contarla.

Lo que sí queda claro es que lo que en otra parte he llamado las “contribuciones de Ángel Rama a la invención de América” han marcado a fuego el modo en que entendemos hoy la trayectoria cultural de nuestras sociedades, desde la colonia hasta la actualidad.

Pocos críticos logran desarrollar a lo largo de su trabajo una poética, un conjunto de principios y métodos “citables” que cambian para siempre los imaginarios de la crítica, una estética de los conceptos y de los valores, un lenguaje y una serie de imágenes que capturan su tiempo y lo fijan a nivel colectivo. Rama es uno de ellos. A lo largo de su trabajo crítico va dando una dimensión poco menos que material a los espacios de reflexión, a las dinámicas y mediaciones que organizan el mundo de las ideas y lo hacen accesible al trabajo de la memoria y de la imaginación histórica.

Las intuiciones críticas de Angel Rama han quedado captadas en una serie de frases icónicas para siempre asociadas con su pensamiento y su método crítico: “las máscaras democráticas del modernismo,” “la ciudad letrada”, “el área culturalandina”, “los gauchi-políticos rioplatenses”, “la transculturación narrativa”, “el baile de máscaras de la modernidad”, “la riesgosa navegación del escritor exiliado”, “la concertación de relojes atlánticos”.

Cada una de estas expresiones marca un hito de la conciencia crítica latinoamericana como si, por efecto del discurso, la historia cristalizara en su relato. Rama va descubriendo en cada caso el performance constante de la cultura, la coreografía, por decirlo así, a partir de la cual se organizan los actores sociales en el proceso representacional, el espectáculo del despliegue simbólico, y sus efectos. Como elemento clave en la implementación de estos procesos, Rama explora siempre, en todos sus trabajos, un eje principal: la función intelectual como práctica mediadora pero también como repositorio del que surgen relaciones, procesos de canonización, categorías, análisis y periodizaciones que constituyen el entramado mismo de la cultura.

Lo seducen las instancias precisas por medio de las cuales el producto cultural penetra en la esfera pública y se convierte en un bien colectivo: la producción y consumo de los bienes simbólicos, la formación de públicos y de mercados, la administración y ejercicio de la crítica, la formulación e implementación de políticas culturales.

Persiguiendo estos temas, Rama se aboca primariamente al estudio de la modernidad como matriz de transformación social que impacta fuertemente la sociedad latinoamericana. Por este camino se detiene en los procesos transculturadores, y en figuras centrales del pensamiento estético de América Latina. Por eso La ciudad letrada, quizá la obra más debatida y divulgada de Angel Rama, es inseparable de su trabajo en Marcha y en la revista Escritura, de “Transculturación narrativa”, de sus estudios sobre el modernismo, de su análisis de la obra de Ramos Sucre, de su Rufino Blanco Fombona, íntimo, del enorme edificio canónico de Biblioteca Ayacucho, y de sus panoramas críticos, indispensables e insustituibles.

Rama entiende que como trayectoria periférica pero también dependiente, la historia cultural de América Latina resulta inseparable de las imposiciones y de las seducciones de los mercados internacionales, desde la primera modernidad barroca a nuestros días.

Partiendo de los contextos virreinales, Rama explora escrituras, fenómenos culturales, procesos. Se ocupa de deconstruir los principios estéticos del depuradoimaginario modernista, sus líneas ideológicas y su comportamiento simbólico. Se preocupa, también, de comprender su ethos como instancia específica de una universalidad administrada desde centros de producción de paradigmas epistemológicos y representacionales que América Latina consume e incorpora al cuerpo híbrido de lo nacional.

La modernidad penetra y coloniza la tradición, la recicla, la potencia o la cancela; permea la concepción y consumo de lo vernáculo, lo exotiza, lo transfigura o desnaturaliza

Rama percibe la inevitabilidad del encuentro entre modernidad y tradición, evalúa la desigualdad de las fuerzas en pugna y prevee el desenlace. Algunos le han reprochado que apele a un maridaje armónico de los modelos hegemónicos con las culturas “interiores” de América, en cuyas narrativas se expresaría una articulación ineludible y, al fin de cuentas, claudicante, de lo propio y lo foráneo. Consciente del carácter polémico de esos fenómenos, el análisis de Rama enfoca principalmente los procesos y mecanismos que se ponen en marcha para que los tránsitos que conectan imaginarios y actores culturales sean, en principio, posibles.

Muchos críticos son comprensibles a partir del prefijo principal que los define. Hay críticos definidos por el anti- (anti-hegelianos, antihumanísticos), hay críticos del post- (postcoloniales, postmodernos, postideológicos). Rama es un crítico del trans- preocupado principalmente por procesos que atraviesan fronteras lingüísticas, culturales, canónicas y disciplinarias. Su apropiación de la teoría de la tansculturación, que toma primariamente del antropólogo cubano Fernando Ortiz, le llega mediada por la reelaboración historiográfica del venezolano Mariano Picón Salas, cuya obra más conocida, De la conquista a la independencia, un magistral y sucinto recorrido de la historia de América Latina, se organiza tomando como matriz interpretativa el modelo de Ortiz, que Rama extendería hasta los dominios de la crítica literaria.

La de Rama es entonces la tercera versión del paradigma de la transculturación, que tiene como escenario primario la economía y la cultura cubana, donde el tabaco y el azúcar representan alegóricamente, como explicara Ortiz, dos vertientes dialécticas en el drama del occidentalismo.

El paradigma que Rama rearticula en términos de lo literario se expande luego, al salir de susmanos, hasta llegar a convertirse en una propuesta concreta, de fuertes connotaciones ideológicas, que forma parte de todos los debates internacionales sobre las relaciones entre hegemonía y subalternidad, modernidad y pre-modernidad, vanguardia y regionalismo, epistemologías eurocéntricas y epistemologías alternativas.

Como parte de un intenso debate en el que La ciudad letrada y la teoría de la transculturación se estudian juntas, como instancias de un mismo proceso de reflexión y análisis, Alberto Moreiras nos propone un análisis radical de los límites de la transculturación o, si se quiere, de su final simbólico, asimilado al icónico suicidio de José María Arguedas.

Este daría por tierra con la visión de una combinatoria armónica, o por lo menos posible, entre modernidad y arcaísmo, entre eurocentrismo y elementos vernáculos, entre cultura blanca, urbana y dominante, y el abanico de culturas indígenas, subalternizadas por el colonialismo español primero y criollo después.

Estas culturas, relegadas a los cinturones de pobreza, a la marginación política y a la invisibilidad cultural a lo largo de todas las etapas de la historia latinoamericana, son las mismas que representa el neoindigenismo de Manuel Scorza, que acompaña a Rama en su último viaje, y cuyo Garabombo, “el invisible” repite incansablemente en la saga de Rancas: “Yo represento,” representación literaria (estética, simbólica) que se funde—se confunde—aquí con la representatividad política.. Scorza nos recuerda durante charlas en la misma Caracas que compartimos con Angel Rama, con Rodrigo Arocena, con Hugo Achugar, con Ana Pizarro, a finales de los años setenta, que los pueblos indígenas tienen 5 estaciones: primavera, verano, otoño, invierno y masacre.

Es la quinta estación la que obsesiona a Scorza, y sobre la que éste construye su escritura.Para Rama, como para Scorza, como para Marta Traba en su propio registro, el arte y la literatura son eminentemente prácticas sociales, no emanaciones puras, fantasmales, del inconsciente que “eligen” al creador para que les de vida, como Rama explica con fervor a Vargas Llosa, cuyo Conversación en la catedral da la razón a Rama, más que los argumentos del escritor peruano. Por eso Rama se ocupa de identificar y describir la constitución de campos culturales á la Bourdieu, pero también, más ampliamente, de definir la función intelectual como elemento esencialformativo, de la esfera pública. Le interesa, primariamente, la relación entre sociedad, cultura y poder, los procesos de institucionalización, la creación de públicos y la formación de mercados culturales porque ninguna obra es independiente de sus condiciones y procesos de producción, ni de los circuitos que recorre como mercancía.

Pero también porque está convencido de que la buena crítica logra vencer su carácter ancilar y logra hacerse una con su objeto: un mismo desafío, un saber, donde expresión e interpretación, conocimiento y reconocimiento, se funden y alimentan mutuamente. Escribe Rama en su prólogo a La novela en América latina. Panoramas 1920-1980:

                               Ocurre que si la crítica no constituye las obras, sí                                constituye la literatura, entendida como un corpus                                 orgánico en que se expresa una cultura, una nación,                                 el pueblo de un continente, pues la misma América                                    Latina sigue siendo un proyecto intelectual                                        vanguardista que espera su realización concreta.(8)

La dimensión latinoamericanista atenúa en Rama los particularismos y, a veces, las restricciones de lo nacional. En Caracas percibe un mundo ancho y ajeno que aunque le provoca impaciencia y lo desasosiega, como registra con frecuencia en su Diario (“Otra vez con la provincia hemos dado, Sancho!”), inspira algunos de sus mejores trabajos y proyectos culturales.

En Estados Unidos se inscribe en debates amplios, diversificados, que desafían y estimulan su inteligencia, hasta que los desgraciados incidentes con el Departamento de Estado frustran esa etapa final de su carrera.

Creo que la obra crítica de Angel Rama, no puede ser evaluada si no se toma en cuenta el contexto preciso del que surge. Quizá uno de los mayores desafíos de la crítica cultural de Ángel Rama fue el ser elaborada desde la extrema dislocación política y social de los años 70 y comienzos de los 80, desde un continente escindido por la polarización ideológica, por la fragmentación de la sociedad civil, por la experiencia de los exilios políticos y las diásporas económicas, por los efectos largamente traumáticos de la violencia de Estado y la represión transnacionalizada.

Pensar en ese contexto la relación entre cultura y poder no significa solamente elaborar teorías sobre las combinatorias culturales y las tramas que entretejen el registro simbólico.

Implica sobre todo reflexionar sobre los bordes porosos y la constitución vulnerable de las culturas nacionales, acerca de la funciónde actores culturales sobre sus circunstancias, acerca de los modos posibles de vincular experiencia y discurso, ideología y estética, utilizando el saber en su capacidad combativa y liberadora.

Significa estudiar los modos y los grados en los que se negocia el poder representacional para que los imperativos de la realidad no ahoguen definitivamente a la utopía.

La vida de Rama se trunca antes de la reemergencia del populismo y de la subida de “la marea rosa” que sustituye en América Latina los embates duros de la izquierda de los años 70, antes de la llegada de minorías étnicas al poder, antes del incremento acelerado de la migración y de los mundos virtuales, antes de las transformaciones sustanciales de la subjetividad postmoderna y de sus formas de representación en el contexto del capitalismo tardío, antes de la embestida teórica de los estudios culturales, antes del incremento de las literaturas de la violencia, las narconarrativas y la literatura del sicariato.

Dudo que muchos críticos puedan avanzar su trabajo sin preguntarse con frecuencia que habría pensado Rama de estos temas. Nuestros intentos por tratar de imaginar sus respuestas, por intentar incluso rebatirlas o complementarlas, no son parte menor de su legado.

Descargar aquí :

https://www.ncsu.edu/project/acontracorriente/winter_09/Moranya.pdf

Fuente :

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3055251

Fuente imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/X0AP1UdaJNl9ZdxN0SZCdddwKNtFees4XCa1jNi69xk6Rxjqah9tn49kYftNh3f-onbKUQ=s85

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Mabel Moraña

PhD, el Profesor H. Gass William en Artes y Ciencias de la Universidad de Washington en St. Louis, ha ganado el Premio Katherine cantante Kovacs de la Modern Language Association of America (MLA).