La Revolución silenciosa de las mujeres Iraníes

Por: Florence Beaugé. Nueva Sociedad. 03/12/2016

En Irán, la creciente presencia de las mujeres en todas las esferas de la vida social resulta cada vez más relevante. Mientras el régimen persigue a las jóvenes en virtud de su «vestimenta inadecuada», muchas de ellas establecen una suerte de juego entre el gato y el ratón con las policías de costumbres, al tiempo que lograron derribar algunas de las barreras que aún les impiden avanzar. Su elevado nivel de instrucción (son mayoría en las universidades) facilita su independencia y la reivindicación de sus derechos, todavía postergados por la tradición islámica del país persa.

Un grupo de adolescentes entra riendo al vagón y se sienta alegremente en el suelo, a falta de asientos libres. Con las sacudidas del vagón, sus velos se deslizan por sus hombros, descubriendo sus cabellos. Poco importa: aquí no hay sino pasajeras. En el subterráneo de Teherán, que entró en servicio a fines de la década de 1990, los coches primero y último están reservados para las mujeres. Suben allí «para estar tranquilas», dicen ellas. La atmósfera es distendida. Los demás vagones son mixtos. En ellos, las parejas jóvenes se toman de la mano, sin problemas.

Moderno y limpio, el subterráneo de Teherán es lo único que permite escapar a los embotellamientos y la contaminación. Por el momento, hay cinco líneas en servicio. Las estaciones desfilan, bautizadas con los nombres de «mártires» de la guerra contra Irak (1980-1988). Hace 28 años que terminó el conflicto, que en total causó cerca de medio millón de muertos, pero el poder no dejó de cultivar su memoria. El subterráneo ilustra las contradicciones de la República Islámica. Allí se codean atuendos elegantes, de colores vivos, y ropa de todos los días, muy gastada. En promedio, cinco chadores negros y estrictos –la vestimenta de rigor de las empleadas de la administración– cada dos velos coloridos. No se ven figuras herméticamente cubiertas. Y luego, escenas inesperadas: vendedoras ambulantes ofrecen corpiños, pequeños culotes, carteras…

Treinta y siete años después de la Revolución Islámica, a pesar de una legislación que les concede menos derechos que a los hombres, las mujeres desempeñan un rol fundamental en Irán. Se hacen lugar en todos los sectores, aun si la mayoría de los altos cargos de la administración todavía siguen cerrados para ellas. En virtud de una lectura estricta del Corán, las mujeres no pueden ser juezas de pleno derecho ni interpretar los textos sagrados, aun si acceden al rango de ayatolá (el grado más alto en el clero chiita). Pero pueden ser arquitectas, jefas de empresa, ministras… El Parlamento cuenta con nueve diputadas (todas conservadoras) y acaba de ser designada una primera embajadora: Marzieh Afjam asumió su cargo en Kuala Lumpur en noviembre de 2015. Nada es fácil: las mujeres deben luchar para imponerse. Y, sobre todo, para hacer que se reconozcan sus derechos en un país en el que sufren discriminaciones en todos los niveles.

Para casarse, trabajar, viajar, abrir una cuenta bancaria o heredar están sometidas a leyes inicuas y dependen de la voluntad del jefe de familia. Por ejemplo, contrariamente a su marido, para divorciarse una mujer deberá fundamentar su decisión ante el juez y esperar su autorización. Los hijos le serán confiados hasta los dos años en el caso de un varón, hasta los siete en el de una niña. Luego, es el padre quien tendrá la tenencia, a menos que la rechace. En cuanto a la autoridad parental, corresponde al padre, aunque los niños vivan con su madre. «El hombre es rey en la ley», como lo resume Azadeh Kian, profesora de sociología política.

Las cifras oficiales subestiman el trabajo de las mujeres: solo 14% tendría un empleo. En realidad, sumando el trabajo en negro y la agricultura, entre 20% y 30% de ellas ejercen una actividad regular. Y esto no es más que el comienzo. La demanda femenina para integrar el mercado de trabajo aumenta muy rápido. En las universidades, 60% de los estudiantes son mujeres. «Ganaron la batalla de la licencia y de la maestría. Pronto, ganarán la del doctorado», predice el antropólogo Amir Nikpey. Para él, las iraníes se encuentran prácticamente en la situación de las francesas de los años 1940 o 1950: presentes en todas partes en el espacio público, pero sin poder real, salvo algunas pocas excepciones, y con frecuencia en lo bajo de la escala económica.

Toda la sociedad cambia

De año en año, conquistan nuevos bastiones. «Es el país que forma más ingenieras», resalta Kian, antes de recordar que la primera mujer que obtuvo la Medalla Fields (equivalente al Premio Nobel en el área de matemática), en 2014, Maryam Mirzajani, es iraní. «En las provincias del sur, en particular en Baluchistán, de mayoría sunita[mientras que Irán es chiita en 90%], predomina la cultura árabe, más machista.Además, allí hay numerosos casos de poligamia, mientras que en el resto del país los iraníes son monógamos. Pero allí también el rol de las mujeres va creciendo. Es una evolución global de la sociedad», indica el economista Thierry Coville. «El cambio más notable en Irán es la toma de conciencia de la importancia de la educación como medio para acceder a la independencia», confirma Kian. Se lo suele ignorar, pero la escolarización de las niñas es seguramente la principal conquista de la Revolución Islámica de 1979. «Paradójicamente, las familias tradicionales lo aceptaron porque ¡se trataba de la República Islámica! Cuando voy a pueblos alejados, los hombres me dicen: ‘El ayatolá Jomeini envió a las mujeres al frente y a las pequeñas a la escuela. ¡Yo hago igual!’», explica la socióloga de religiones Sara Shariati, profesora en la Universidad de Teherán.

Primera consecuencia: las mujeres se casan más tarde y, sobre todo, solo tienen dos hijos en promedio, frente a los siete que tenían durante los primeros años de la Revolución Islámica, marcados por una política natalista. A intervalos regulares, las autoridades recuerdan que sería preferible que hubiera 100 millones de iraníes antes que los 78 millones actuales, pero las mujeres hacen oídos sordos. «No retrocedimos ni siquiera durante los años de [Mahmud] Ahmadineyad1. Seguimos avanzando como un auto que marcha con las luces apagadas en la noche», bromea Shahla Sherkat, directora de la revista femenina Zanan Emrouz. Su publicación cumplió una suspensión de seis meses por haber dedicado un número a un tema «candente»: la unión libre. En Teherán, serían varias decenas de miles los que viven en concubinato. La unión libre difiere del «matrimonio temporal», permitido por el chiismo, pero mal visto y poco practicado en Irán. «En nuestro dossier evitamos hacer cualquier juicio; no incitamos para nada a la unión libre, incluso alertamos sobre sus riesgos», se defiende Sherkat. Sin embargo, los conservadores protestaron y cayó la sanción. Cuando la directora de Zanan Emrouz fue convocada por la justicia, en primer lugar se le reprochó ser «feminista» –una injuria en Irán–. Para defenderse, clamó que ella no hacía otra cosa que «reflejar la realidad» de la sociedad iraní. Fue en vano. «En Irán, el problema es que las instituciones y los hombres piensan que si reclamamos nuestros derechos, vamos a descuidar nuestro rol de madres y esposas», suspira.

  • 1.Mahmud Ahmadineyad fue presidente de la República Islámica entre 2005 y 2013, de tendencia conservadora.

Fuente: http://nuso.org/articulo/la-revolucion-silenciosa-de-las-mujeres-iranies/

Fotografía: http://nuso.org/

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