Entrevista a Ramón Corvalán: “Vivimos entre el siglo XXI y el neolítico cultural”

20 febrero 2017/Fuente: Ultima Hora

Desde el siglo XV educar es sinónimo de enseñar, el giro requerido actualmente es hacia el aprender, sostiene el sicólogo Ramón Corvalán, para quien es clave el escuchar los nuevos códigos de las nuevas generaciones. “En esos códigos viajan temas, inquietudes, preguntas que a la escuela siempre le ha costado trabajar: la vida, la sexualidad, la muerte, el amor, los compromisos, etcétera”.

–¿Cuáles son los principales déficits de la educación?

–Definir eso va a depender mucho del instrumento que usemos. Tradicionalmente, esos instrumentos tienen que ver con mirar el acceso: si toda la población en edad escolar está en aula, y después si toda esa población permanece en el aula, y por otro lado ver el rendimiento de esa población que entró. Normalmente miramos Matemáticas, Ciencias, lectoescritura, sobre eso existen bastantes diagnósticos sobre nuestra educación y todos coinciden un poco en el tema de los déficits constantes que tenemos.

Con la reforma educativa de los 90 lo que se logró es la expansión, el sistema creció, más accedieron y más permanecieron, pero cuando se empezaron a analizar los resultados lo que se vio es que, de los que permanecieron, no todos fueron beneficiados. Lo que hizo la reforma es lo que señalaba en otra entrevista Luis Ortiz, el sistema lo que hizo fue reproducir la desigualdad, quienes se beneficiaron más de la reforma educativa son, por ejemplo, los hijos del sector medio para arriba, hijos de personas que viven en zonas urbanas, trabajan en la función pública o cuyos padres pertenecen al sector con poder adquisitivo, tuvieron más años de escolaridad que los hijos de campesinos o de artesanos o gente que está en situación de pobreza. El sistema lo que hizo fue reproducir otra vez la desigualdad, la reforma tuvo ese impacto.

–¿Qué esperamos de la educación?

–Vivimos en una sociedad que no ha resuelto cuestiones muy inquietantes y en la que está comprometido todo el aparato estatal, el sistema de justicia, la seguridad y tiene su conexión con el ámbito político, entonces algo pasa socioculturalmente con el tema de la impunidad, con el tema de la violación de los derechos humanos. La escuela es un espacio donde aprendemos con rigurosidad las ciencias sociales y naturales, pero no todos vamos a ser científicos; sin embargo, todos vamos a ser ciudadanos. Entonces es clave que mi pasaje por la educación pública sea un pasaje donde viva la experiencia de la práctica democrática y el respeto y la promoción de los derechos humanos. Que después yo elija otras cosas ya es decisión personal.

–¿Cómo sería una educación de calidad?

–Sería aquella que sea capaz de traducir en prácticas y vivencias concretas no solo de aulas, aunque en el aula son claves los principios de práctica democrática y respeto y promoción de los derechos humanos. Mi pasaje por la educación pública me tiene que permitir a mí como ser humano tener muy claro en qué momento en mi sociedad se violan los derechos humanos, y quiénes los violan, y también quiénes no respetan y qué se hace cuando pasa eso. Si no vamos a estar produciendo sujetos que tienen lo que se denomina la ‘ceguera moral’: personas a las que les es totalmente indiferente el dolor del otro, porque se llama gay, porque es campesino, porque es pobre. La educación de calidad tiene que poder equilibrar ese tipo de principios, con la solidez de la adquisición de conocimientos básicos en ciencias, para poder después participar con seriedad en los debates políticos. Porque además del apasionamiento necesitamos argumentos. Y hasta ahora la calidad de nuestro debate político es miserable.

–Y también hay que discutir cómo se enseña…

–La lectura y la escritura son herramientas culturales para que yo pueda expresar lo que quiero, lo que siento, compartir mi historia, mis deseos, mis demandas políticas como ciudadano, y probablemente el proceso de apropiarme de la lectura y la escritura está desfasado. Lo peor que puede hacer la escuela para matar el entusiasmo por la escritura y la lectura son las tareas. El proceso de apropiación de la lectoescritura requiere del compromiso activo del niño o de la niña; para ello la situación de aprendizaje debe interpelarlo, suscitar su curiosidad que es una manera de emocionarse ante el mundo; además, es clave que la situación lo centre en un aspecto del mundo exterior, sobre aquello que le llama la atención, que le genera preguntas y también que el disfrute de la experiencia acompañe al proceso. Lo habitual es que la denominada ‘tarea’ no suele cumplir con estas condiciones y entonces el niño no encuentra puentes entre la lectoescritura, su persona y el mundo que le rodea y le llama la atención.

–En Paraguay hablamos al mismo tiempo, de techos que caen, y de adecuarnos al mundo digital, ¿qué hacemos con esa brecha?

–Vivimos entre el siglo XXI y el neolítico cultural. Tenemos acceso al iPhone, pero muchos de nuestros compatriotas todavía viven en el neolítico, culturalmente. En el neolítico, la humanidad ya había conquistado la vivienda y la comida, y hay paraguayos que todavía no accedieron a eso. Estos son los temas que no aparecen en los debates políticos en tiempos de elecciones y no aparecen en las propuestas de gobierno. Y por otro lado, al MEC se le va la vida apagando incendios, y eso achata bastante nuestra discusión educativa.

–¿Y qué hacemos con la crisis?

–La crisis está no solo en la educación, pero algo hay que hacer con eso, y eso significa primero reconocer lo estratégico que sigue siendo la educación pública, porque es la posibilidad que tenemos de encuentro y cruce de las nuevas generaciones; tenemos el desafío de diseñar de manera más digna nuestras escuelas.

Para lo único, para lo que estamos diseñados los seres humanos es para aprender, y que podamos aprender cuestiones que nos hagan posible vivir juntos, independientemente de los lugares y opciones personales, grupales o políticas. Tenemos que romper en algún momento esta lógica destructiva que tenemos, Paraguay todavía sigue pareciéndose a las novelas de Casaccia, donde los personajes cuando hablan es para destruirse. La palabra, principalmente en La Babosa, no es una vía de comunicación, sino de distanciamiento. Ese no es un destino, y la escuela puede ayudar a cambiar eso, podemos aprender a vivir de otra manera, no es un destino la violencia, la agresividad, la crueldad. La escuela tiene algo importante que hacer, no solamente formarnos científicamente.

Fuente: http://www.ultimahora.com/vivimos-el-siglo-xxi-y-el-neolitico-cultural-n1064286.html

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