Dignidad sin precio

Por: Adela Cortina

El cerebro es tremendamente plástico y el hecho de que tenga unas tendencias no quiere decir que no podamos modificarlo y encauzarlo en un sentido u otro. Con mi libro Aporofobia pretendía constatar que existe esa tendencia al rechazo del pobre y que está en nuestro cerebro, y es que sabemos que el cerebro es plástico. Que es posible modificarlo si se tiene voluntad de hacerlo, cultivar la tendencia hacia la justicia y la ética.

Lo cierto es que las puertas se cierran ante los inmigrantes pobres, que no tienen que perder más que sus cadenas. También ante los gitanos en barrios marginales y rebuscan en los contenedores, cuando en nuestro país son tan autóctonos como los payos, aunque no pertenezcan a la cultura mayoritaria.

El problema no es de etnia, de raza ni de extranjería. Es el pobre, el áporos, el que molesta. Es la fobia hacia el pobre la que rechaza a las personas, las razas y aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos.

Pero es posible favorecer la tendencia hacia la justicia y la ética a través de la educación y de políticas institucionales al efecto, aunque hay autores que piensan que esto es insuficiente. Para cambiar y cultivar esas tendencias, ven óptimo intervenir y mejorar moralmente el cerebro con fármacos. El tema de la biomejora es lícito, pero hacerlo o no es una discusión también ética. Yo estoy en desacuerdo.

Nuestro Estado social de derechos debería intervenir en las políticas sociales, pensadas para proteger a los más vulnerables. Hay cantidad de grupos que montan residencias, gestionan pisos para personas sin hogar.

Frente a lo que se ha llamado el discurso del odio, la aporofobia es el sentimiento de superioridad de unos frente a otros. Esa situación de desigualdad, convencidos de que yo soy superior y el otro es inferior. Hay que rehabilitar las palabras.

La compasión es un buen término, aunque hayan querido cargarle connotaciones negativas. Compadecer significa padecer con. Compadecer su alegría, compadecer su tristeza, comprometerse a aliviar el sufrimiento. Como somos iguales, tenemos sintonía. Cuando otros se alegran, me alegro. La compasión así entendida es buena.

La clave de la compasión es aliviar el sufrimiento.

Fuente: http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/adela-cortina-dignidad-sin-precio/

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Adela Cortina

Catedrática de ética y filosofía politica de la Universidad de Valencia