Los maestrillos

Por: Javier Sádaba

Los medios de comunicación informan y opinan. Informan sobre los hechos que suceden en el mundo y opinan directamente o indirectamente a través de los que en tales medios escriben de los hechos en cuestión. La información describe. La opinión valora. Es obvio que no existen fronteras claras entre informar y opinar. De la misma manera que no hay información neutra, pura, angelical. Detrás de todo lo que hacemos y decimos se esconden atentos las ideologías y los intereses. Por eso cuando un medio de masas informa, lo hace seleccionando lo que le parece relevante, silenciando lo que le viene bien callar o escogiendo las palabras de tal modo que el mensaje vaya encapsulado, con el tinte sociopolítico de quien lo emite. En España podríamos distinguir dos tipos diferentes de prensa. Una es la que sale habitualmente en papel, dispone de muchos más instrumentos económicos, políticos, tradicionales y de relaciones nacionales e internacionales que otro tipo de prensa. Esta segunda, reciente, acostumbra a publicarse on-line. La primera respira oficialismo. Se autoproclamen más a la derecha o más a la izquierda, más progresistas o más conservadores, más modernos o más premodernos no hay diferencia sustancial. Todos, como al toque de corneta, toman como asiento el ser demócratas, como mesa el llamado Estado de Derecho y como comida los slogans del momento . Eso si, todos en fila, guardando la retaguardia, dando órdenes, sin salirse de la fila. Lo de dar órdenes es un decir porque las órdenes las reciben. Y eso establece un vocabulario común que se repite machaconamente, que no deja sitio a otro modo de hablar y nada digamos de argumentar.

Solo algún ejemplo de los tópicos que funcionan como grandes verdades, casi reveladas, con aura sacerdotal. Y ahí entran en tromba los que opinan. Las palabras se van incrustando con tanta precisión como vaciedad. Algún ejemplo. Llamar a alguien indentitario equivale a retirarle de la circulación. Es como marcarle con yerro del infierno. En las ocasiones que en tertulia o discusión he pedido a quien pronunciara esa mágica palabra que me dijera su origen y me diera su definición, las respuestas han sido confusas, triviales o letanias. De lo primero solo me ha llegado el silencio y de lo segundo un conjunto de propiedades que iban precisamente contra aquel intocable Estado que se disponían a defender. Por cierto, no creo que vuelva a caer en el error de entretenerme en una discusión semejante. Y no solo por la pereza que me da hablar una y otra vez de lo mismo sino que para que exista polémica, discusión o diálogo hay que compartir ciertos supuestos. Si alguien me pregunta si tiene fiebre mi hija, le contesto que no tengo hijas y si no deja de preguntar por la fiebre de mis hijas, lo mejor es callarse o discutir, si apetece y a mí siempre me apetece, de futbol. El ejemplo no es mio sino de en su tiempo un reputado filósofo. Otra palabra que no puede faltar en la sopa de letras, que más que dar dolores anestesia, es la de deriva. No se refiere a una de las causas de la evolución que completaría la teoría darwiniana. Tampoco funciona como una noción lógica o matemática. No. Se trataría de la deriva nacionalista. Y ahí la palabra adquiere aire náutico. La de una nave que navega sin rumbo o dirigida por un demente. La palabra, de nuevo, ha dado a luz, un hecho. Y lo de nacionalista tiene tantas ramas y de ellas se cuelgan tantos que casi las tapan.

El nacionalismo es uno de los términos más usados y abusados de los últimos años. Y los habría de todos los gustos. En principio hay que derivarlo, ahora sí está en su sitio la palabra, de Nación. Y, de nuevo, el termino Nación es, como mínimo , oscuro. Excepto, claro, para aquellos que lo han colocado en el centro de su Estado. Este, con la Constitución correspondiente, sería un sólido edificio con siglos de historia. Y se aplica con la boca llena el caso de España. Como si la acumulación de años pariera, una Nación, un Estado y concretamente “el mio”. Solo dentro de dicho Estado uno , nos cuentan,es libre e igual. Hablar de iguales en una monarquia es, desde luego, arriesgado. No importa. Todo cabe. Pero suponer o afirmar que solo ese Estado nos hace libres e iguales es de un dogmatismo o de una arrogancia que asusta. Por qué hay que serlo solo dentro y no fuera.Y si uno invoca el Derecho de Autodeterminación pronto le llamaran separatista, secesionista o independentista. Naturalmente no son conceptos equivalentes pero se identifican en la mente del acusador. Si les señalas Escocia te contestaran airados que no es lo mismo, si les señalas Quebec repetirán que no es lo mismo y asi ante cualquier pueblo que pueda decidir cómo quiere organizarse políticamente. Poseen un compás especial para comparar. Claro que si la comparación les conviene, supongamos que Francia, entonces vale. Es el momento que sacan como supremo argumento la Constitución. Una Constitucion que es mana de bienes y tabu a no tocar. La real libre voluntad de los individuos va desapareciendo.

Cierto es que voluntad libre e informada hay muy poca. Pero esto solo hace referencia, dura referencia, a que lo que llamamos democracias tienen más agujeros que un queso.Y que cualquier transformación que la diera vida supone un cambio cultural, sociopolítico e ideal al que, por el momento, solo con la imaginación lo podemos atisbar. Y con la acción cotidiana continua. No, desde luego, dejando una papeleta, a modo de cheque en blanco, cada cuatro años. De esto, nos dicen, no conviene hablar. Bastante hemos luchado para hacer que se tambalee lo que tenemos. Curiosamente muchos de los que de esta manera se expresan no movieron un dedo para derribar la dictadura. Incluso lo movieron para que continuara. Hay países sin Constitución, dato que hasta un niño conoce, otros que mejor no tuvieran ninguna. Y hay algo que es mucho más importante: que la democracia, incluso una tan enclenque como la española, debe estar por encima de la Constitución.

Los ejemplos podrían multiplicarse aunque daría igual. El sistema se ha cerrado sobre sí mismo. Y si levantas la voz eres antisistema. Me gustaría que, otra vez las palabras, me dijeran de qué tipo de sistema hablan, si no debería haber varias capas en el sistema o si hay subsistemas. Y es que en caso contrario no es fácil entender eso de antisistema. ¿Son los libertarios antisistema?. ¿Lo seria aquí N. Chomsky?. ¿Por qué no argumentar a favor o en contra de tales cuestiones?. Rompería ese tribalismo que nos acorrala, nos haría más autocríticos y ayudaría a superar el miedo a llamar a las cosas por su nombre. Y de manera especial destruiría esa nube tóxica que se llama “pensamiento correcto” y que hace estragos. Es solo una sugerencia. Me la hago, hago, por coherencia a mi mismo y desearía, de verdad, que todo fuera muy diferente. Pero para lograrlo, claro, debe desearse, no permanecer en el tontorealismo, saber que los mundos posibles pueden llenarse y mostrarnos otras formas de vida menos agrias, más justas y con sabia de verdadera libertad. Esto, por cierto, sí que tiene que ver con la democracia.

En algunas ordenes religiosas en un periodo que se establece entre la Filosofía y la Teologia se llama maestrillos a los que durante algún año ejercen labores de docencia y disciplina sobre los más jóvenes. Tengo la impresión de que nos sobran maestrillos en España. Que faltan maestros no lo dudo. Y es una de nuestras más lamentables deficiencias. Pero sorprende que haya tanto maestrillo. Y además que mire hacia arriba con fingida gravedad o con una solemnidad que envuelve un conjunto de tonterias. O que nos cuenten donde esta Catalunya, es un ejemplo, o que bien esta España, es otro ejemplo. Quizás todo mejoraría si los maestrillos en vez de vigilar comenzaran a estudiar el bachiller.

De lo que acabo de decir no se desprende que la prensa alternativa on-line sea maravillosa, tenga razón en todo o sea la fuente de la verdad. En absoluto. Sus defectos, en muchos casos, son patentes y convendría de vez en cuando resaltar sus errores. Para eso, claro, habría que conocerles, darles voz y jugar en el mismo terreno. En cualquier caso, tienen el mérito de publicar cosas que de otra manera no nos enteraríamos. Como tienen el mérito de seguir pataleando no por el gusto de patalear sino para que el balón este en su sitio. Y eso quiere decir que si queremos vivir bien no hay más remedio que hacerlo en equipo.

*Fuente:http://vientosur.info/spip.php?article12950

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Javier Sádaba

Catedrático honorario de filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid.