Bibliotecas para la convivencia

Poly Martínez

A veces llegan por las redes pequeñas joyas que no se pueden dejar pasar. El sábado me cayó una de esas en la pantalla del celular: “Libros que cambian”.

Visto por encimita, es un proyecto editorial conjunto entre la red nacional de Bibliotecas Públicas Móviles, la ONG francesa Bibliotecas Sin Fronteras y el proyecto Colombia 20/20 de El Espectador, que en esta fase entregará 13 relatos de reconocidos escritores colombianos que narran la vida de las comunidades en las Zonas Veredales de Transición. Pero si uno pasa las hojas y avanza en la historia, resulta ser una empresa inmensa que vale conocer y apoyar.

La noticia se dio a principios de año, cuando se hizo público el proyecto Bibliotecas para la Paz, aunque en realidad había echado a andar en agosto de 2016. Henry García, bibliotecario e “ideólogo” de la iniciativa tenía claro entonces, como lo sigue teniendo hoy, que la primera bandera que se debía plantar en estos territorios desconocidos, abandonados o francamente ignorados por el Estado y donde la desconfianza hacia todo lo institucional era apenas un poco mayor que la desconfianza entre los mismos pobladores de las regiones donde estarían las Zonas Veredales de Transición, era la de la cultura.

Y mientras se cerraban los Acuerdos y los colombianos especulábamos sobre cómo serían los puntos de agrupamiento y manteníamos la guerra en las redes, silencioso, el equipo de la Biblioteca Nacional y de las Bibliotecas Públicas Móviles estaba enfocado en conocer muy bien las 20 veredas a las que llegarían, para no aterrizar con la lectura limitada que desde el centro o las grandes ciudades se hace del territorio, sino sabiendo bien lo que estas comunidades querían recibir, conocer y explorar. Como dice el propio Henry, le metieron inteligencia de mercado.

El primer resultado: 20 bibliotecas dotadas con contenidos impresos y digitales, a partir de la experiencia de las otras 1.450 Bibliotecas Móviles que hay en el país y de preguntarle a la gente qué servicios quería recibir. Indagaron por intereses y realizaron talleres tanto con los adultos, jóvenes y niños de las comunidades, como con la guerrilla. El resultado: literatura infantil y juvenil y para adultos; material informativo sobre sustitución de cultivos, desarrollo rural, creación de pequeños negocios (panadería, salones de belleza), historia de Colombia, textos de Gabo, memorias y análisis de procesos anteriores, biografías de líderes y ejemplares de la Constitución.

Luego seleccionaron a los 20 mejores bibliotecarios del país y les propusieron esta misión posible: trabajar con las víctimas, ante todo; con las comunidades, autoridades y guerrilleros ofreciendo lo que saben hacer tan bien: abrir espacios de encuentro y propiciar confianza. Además, promover la escritura de las memorias del conflicto como ellos vivieron, sin teorías, sin limitantes. Dos meses de capacitación intensiva y en marzo pasado se convirtieron en la única institución oficial, junto con los delegados del Alto Comisionado, en hacer presencia permanente en estas zonas.

En Colombia somos buenos para lanzar globos e iniciativas, pero flojos para hacer seguimiento. Aquí está el segundo resultado del proyecto: lo que era móvil quedó fijo, porque en seis meses las comunidades se rebuscaron la manera –bazares, rifas, concursos, aportes- para tener un local funcionando. Cuentan hoy con bibliotecario local certificado en Bogotá, con todas las de la ley. Crearon grupos de amigos de las bibliotecas, que incluyen a profesores, voluntarios, líderes comunitarios y mucha gente que quiere trabajar en ese espacio. Ya no son las cantinas y los billares los puntos obligados de encuentro. Ahora existe la biblioteca, de la cual muchos jamás habían oído ni una palabra (menos aún de usar tablets o cámaras de video); y ya saben que es un espacio abierto para estar en familia, estudiar, trabajar y conversar.

Con 20 bibliotecas, a 30 de julio habían registrado 49.700 asistencias a los servicios que ofrecen (afortunadamente muchos repiten). Esto es gente que viaja horas en lancha, mula, moto y a pie para llegar. A 30 de agosto estiman que la cifra cerró en 70 mil asistencias. Y 1.500 personas tienen la “Llave saber” en mano: se han registrado formalmente, lo que muestra un gesto de confianza.

Todo esto por $5.800 millones de pesos (una bicoca frente a las cifras del Cartel de las Togas o las coimas de Odebrecht, por si necesitan referentes), en gran parte financiados con recursos internacionales de la Fundación Bill y Melinda Gates, en combo con el Ministerio de Cultura, la logística y el saber hacer que aporta la Biblioteca Nacional. El presupuesto alcanza hasta diciembre. ¿Y después?

El proceso de hacer realidad los Acuerdos ha sido lento, engorroso, plagado de siglas y revisiones. Se siente lejano, tal vez más que la propia guerra. Hay quienes no creen nada, otros que se lo juegan todo y lo que parece más evidente en medios y debates es el inmenso retraso en la implementación normativa, que el Observatorio de Seguimiento dice que no supera el 17%.

Pero hay libros, tablets, cámaras de video, cajas de colores, talleres de escritura y lectura que mientras tanto cambian vidas. Tuvieron un gran impacto en las comunidades y guerrilleros durante los difíciles días de las Zonas Veredales y ojalá sigan sirviendo de puntos de encuentro y convivencia en esta etapa de Espacios Territoriales.

Para la muestra:

Llegada de la Biblioteca Móvil a Santa María (Riosucio), Chocó

Vereda Las Morras, San Vicente del Caguán