Chile: Mala educación

Por: Álvaro Pezoa  / Dario la Tercera

El presupuesto de la nación para 2018 enviado al Congreso por el gobierno incluye una insólita sorpresa: no reajusta, como estaba comprometido, el aporte estipulado para los colegios particulares subvencionados que se hayan acogido a la posibilidad de convertirse en fundaciones. Con ello el Ejecutivo no solo desconoce de hecho una promesa, sino que daña abiertamente a los establecimientos educacionales afectados, dejándolos imprevistamente con menos recursos de los que contaban para su funcionamiento. ¿Ahorro presupuestario, ideologización, desprolijidad de gestión? Todo puede ser viniendo de donde proviene. En cualquier caso, con toda la gravedad que posee el asunto, llega a ser anecdótico comparado con el enorme despropósito que significa el conjunto de la reforma educacional impulsada por la actual administración.

Chile necesita imperiosamente contar con una educación de calidad al alcance de todos. Ese es el gran desafío. Y requiere transitar a ese objetivo respetando la libertad de sus habitantes, en este caso tanto la de enseñanza como la de elección de los padres. La reforma va justo en sentido contrario. El acento en la calidad ha desaparecido, para ser reemplazado por la gratuidad. La mal llamada “ley de inclusión” (no a la selección, no al copago y gratuidad) conduce más bien a la exclusión, al tiempo que coarta la libertad de enseñanza y la de los padres para elegir la educación de sus hijos. En síntesis, un franco retroceso. Simultáneamente se ha gastado tiempo, energía y recursos en hacer cambios en la educación universitaria, por la sencilla razón de que sus estudiantes protestan, alteran las calles y sufragan, descuidando comparativamente los tres ámbitos realmente cruciales para encaminar al país a una mayor equidad e igualdad de oportunidades: la educación preescolar, la escolar y la técnico-profesional. Existe sobrada evidencia de que las etapas iniciales del proceso educativo son las más determinantes para el desarrollo de las personas. Casi con seguridad quien no reciba una educación de calidad en los primeros años de su vida escolar no tendrá opción de entrar a la educación superior, por mucha gratuidad de que disponga.

Con todo, la desorientación de las radicales modificaciones en curso no queda solo ahí. De una parte, el énfasis se ha puesto en las estructuras jurídicas, administrativas y las fuentes de financiamiento, cuando la auténtica búsqueda de calidad obliga a focalizarse en el liderazgo de los directores de las escuelas y liceos, en la preparación y motivación de los profesores y en aquello que ocurre en el aula (metodologías innovadoras y atractivas que faciliten el aprendizaje e involucren a los educandos en ese proceso).

De otra, nada se ha avanzado en orden a preparar a la población para el impacto en el mundo del trabajo que comportará la automatización y la robótica, fenómeno que se prevé generará alto desempleo y demandará cualidades y conocimientos distintos que los actuales para posibilitar la inserción laboral y la productividad de amplios sectores de la nación. 

Resulta altamente preocupante que la sociedad chilena se encuentre transitando hacia tan mala educación. Será uno de los “legados” más onerosos que heredará Bachelet 2.0 a la patria.

Fuente: http://www.latercera.com/voces/mala-educacion/

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