Humberto de la Calle: la cultura y la educación como herramientas para consolidar la paz

El Espectador

 Álvaro Restrepo

Los más de $30 billones asignados en el Presupuesto Nacional 2018 para la educación deben ser motivo de celebración… Doble motivo para celebrar debería ser el hecho de que en este Gobierno, por segundo año consecutivo, la educación tiene más presupuesto que la guerra: ¡finalmente, menos recursos dilapidados en defendernos de nosotros mismos! Es este uno de los primeros efectos benéficos del posconflicto…

Sin embargo, me cuesta entender, pues me parece una contradicción, que frente a este logro histórico la cultura vea su presupuesto disminuido. Es cierto, también este Gobierno tiene un récord en inversión en cultura frente a gobiernos anteriores, gracias a la gestión de la diligente y perseverante ministra Garcés, quien ha estado al frente de su cartera con tesón y lealtad desde el inicio de la era Santos. $33 billones para la educación frente a los $360.000 millones para la cultura es no sólo un sinsentido: es un contrasentido. Educación sin cultura no es educación con mayúscula: integral y multidimensional: es instrucción, adiestramiento, capacitación, domesticación. Del mismo modo que la cultura que no está ligada a procesos educativos queda reducida a lo que Vargas Llosa llama “cultura-espectáculo”, entretenimiento, activismo, eventitis… farandulización.

Yo estoy convencido —y así lo he expresado en muchos escenarios y foros a los que he sido invitado a compartir mi visión— de que la cultura, en una alianza indisoluble con la educación y con el apoyo decidido e incondicional de los medios de comunicación masivos, es la Gran Herramienta para cambiar la mentalidad de este país y proponer un nuevo paradigma de lo que significa ser un país culto y educado: un país en paz. La educación no puede ir por su lado y la cultura por el suyo: son dos caras de una misma moneda que se llama valor o, si se quiere, civilización. Son la cultura y la educación unidas las que pueden, con el apoyo de las artes, la ciencias y los deportes, entre otras disciplinas, proponer a nuestro país nuevos paradigmas y auténticos valores que nos curen de las profundas heridas del odio, el egoísmo, la indolencia, la corrupción… la indiferencia.

Se aproximan tiempos decisivos para nuestra nación. El ocaso del Gobierno del presidente que logró lo imposible (silenciar los fusiles de las Farc y muy posiblemente los del Eln) anuncia el amanecer de una nueva era para Colombia. Y necesitamos en esta etapa decisiva un líder que sepa hacer de ese silencio una nueva retórica para dirimir nuestras diferencias. Y nadie como Humberto de la Calle, justamente el arquitecto de ese silencio de los fusiles, para conducirnos en esa nueva senda: De la Calle es no sólo un avezado y experimentado político y hombre de Estado, sino también un humanista… y esto último es para mí quizá lo más importante. Alguien que sepa entender que no basta la política en un momento tan crucial como el que vive Colombia: se trata no sólo de elegir un presidente, sino —sobre todo— un líder espiritual que nos ayude a salir de la profunda oscuridad ética en que se debate nuestro país. Y para hacerlo tendrá en la cultura y la educación las herramientas más potentes para impulsar e inspirar ese urgente cambio de mentalidad que requerimos.

Los otros líderes de centro y centroizquierda que nos están proponiendo sus nombres, personas muy capaces y preparadas (que nos pueden salvar del abismo de la derecha recalcitrante), deberán apoyar al más experimentado y ecuánime de todos, Humberto de la Calle, para consolidar la paz e inaugurar esta nueva etapa. Tendrán tiempo después para liderar sus propios proyectos. Por ahora, la tarea más importante es cambiar el lenguaje de la confrontación, de la polarización y del odio por el de la fuerza tranquila que De la Calle inspira e irradia. Y la tranquilidad de esa fuerza proviene de su comprensión sobre el poder y la eficacia que la cultura y la educación unidas tendrán en la transformación de un país enloquecido por la guerra hacia una nación en paz construyendo su futuro.

 

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