Crear una cultura de paz desde los centros educativos

Por: Pedro Uruñuela

Ojalá que una de las enseñanzas, si no la primera, que saquen de la escuela nuestros alumnos y alumnas sea esta: el rechazo a toda forma de violencia y la construcción de la paz positiva.

No salgo de mi asombro. Tras una semana intensa, con varias actividades de formación, miro la prensa a ver qué ha pasado en nuestro país y en el mundo. Contemplo con estupor el espectáculo dado en el Congreso de los Diputados en la sesión de control del Gobierno, con el enfrentamiento entre dos diputados (Gabriel Rufián y Rafael Hernando) y dos ministros del Gobierno (de Exteriores y de Justicia), si bien el primero de ellos oscurece al segundo.

Sigo consultando y veo como noticia destacada que el presidente Trump ha autorizado el uso de las armas, incluso con fines letales, para detener la marea de personas inmigrantes que está llegando a la frontera. Para acabar, leo en una revista educativa la conveniencia de utilizar la práctica del boxeo como estrategia para la prevención y el tratamiento del acoso y maltrato entre iguales.

¿Qué nos está pasando? ¿Cómo es posible que no reaccionemos e impidamos que sucesos o propuestas como las mencionadas sigan repitiéndose en nuestra sociedad? Por un momento, es necesario detenerse y reflexionar, investigar las razones por las que tienen lugar estos hechos y, sobre todo, plantearse una actitud positiva de rechazo de los valores dominantes para sustituirlos por otros, centrados en el respeto a la dignidad de todas las personas y la promoción de la paz positiva y de los derechos humanos.

Desde la escuela, en sus diversos niveles, no podemos mirar impasibles lo que va sucediendo. Debemos revisar nuestros objetivos educativos y reivindicar, una vez más, la necesidad de aprender a convivir y de educarnos en la paz todas las personas que tenemos que ver con la comunidad educativa. Como decía nuestro añorado Xesús R. Jares, es necesario poner en marcha un “proceso educativo, continuo y permanente, basado en la concepción positiva de la paz y en la perspectiva creativa del conflicto que, aplicando métodos problematizantes, desarrolle un nuevo tipo de cultura, que ayude a las personas a desvelar críticamente la realidad desigual, violenta, compleja y conflictiva, para poder situarse ante ella y actuar en consecuencia”.

Enseñar a gestionar pacíficamente los conflictos y las diferencias, crear en nuestro alumnado una cultura de paz positiva son dos tareas imprescindibles para el profesorado de hoy. Si algo van a encontrar nuestros alumnos y alumnas a lo largo de la vida, cuando salgan del centro, van a ser las múltiples situaciones de conflicto, de choque de intereses, de percepciones diferentes y de necesidades no satisfechas que caracterizan a nuestra sociedad. Debemos educar para la vida, no para la academia, y prepararles adecuadamente para estas situaciones.

Volviendo al primero de los casos, el enfrentamiento en el Congreso, lo de menos es quién tiene o deja de tener razón, no es mi objetivo analizar este aspecto. Se trata más bien de analizar los elementos presentes en esa manera de abordar una diferencia legítima y de extraer las enseñanzas oportunas para nuestro trabajo educativo. Llama la atención, en primer lugar, la falta de reconocimiento hacia la otra parte, hacia la otra persona y la falta también de relativización de las posturas propias de cada parte. Nadie tiene la razón por completo, todos miramos la realidad desde diferentes puntos de vista, basados en nuestra biología, nuestra historia, nuestras experiencias y nuestros valores, que hacen que, necesariamente, nos fijemos en algunos aspectos de la realidad, dejando en un segundo plano otros.

Sólo desde el respeto y el reconocimiento de la legitimidad de la otra parte es posible buscar salidas adecuadas para el conflicto. No somos superiores, la otra parte busca también lo mejor para la solución de un problema, y sólo desde ese planteamiento es posible encontrar una salida satisfactoria al problema.

¿Realmente ambas partes querían encontrar una salida al conflicto? O, más bien, ¿lo que buscaban era quedar por encima del otro, derrotarlo y dejarlo al nivel más bajo posible? ¿Para qué hablamos y dialogamos? ¿Para buscar una solución compartida o para ganar a la otra parte? Por muchas razones, tenemos muy metido en nuestro interior un modo de gestión de los conflictos basado en la estrategia de ganar-perder: lo que yo gano es lo que tú pierdes y mi objetivo fundamental es ganar, ya que, de lo contrario, ceder y aceptar lo que pide la otra parte es una manera de perder.

Es posible otra forma de gestión de los conflictos, que intentamos enseñar y desarrollar en nuestro alumnado, la estrategia de ganar-ganar. En ella, conscientes de la realidad desigual, compleja y violenta, que nos recordaba Jares, buscamos una alternativa en la que ambas partes ganen, dando respuesta a las necesidades no satisfechas en las dos partes. Sólo desde este planteamiento es posible dar salida al conflicto y al problema que subyace en él. Mientras yo gane y la otra parte pierda, el conflicto seguirá presente, apareciendo y desapareciendo de manera habitual-.

Ya un autor nada sospechoso en estos temas, como era Bakunin, nos decía que “un problema resuelto a la fuerza sigue siendo un problema”. La violencia no es una estrategia adecuada para resolver los conflictos, ya que no va a las raíces del problema y, por tanto, sólo atiende las manifestaciones visibles del conflicto. Como estrategia, la respuesta de Trump a la marcha de las personas emigrantes va a ser completamente ineficaz y, como sucede habitualmente, sólo servirá para agravar aún más el problema.

Y no sólo desde el punto de vista de la eficacia. La respuesta de Trump choca con los valores y concepciones éticas fundamentales para la gestión de los conflictos y la construcción de la convivencia positiva. El desprecio a las personas migrantes, su culpabilización al señalar que hay más de 500 personajes peligrosos entre ellos, la separación de los niños de sus padres y madres, etc. son muestras de un nivel moral y ético característico del poder de los fuertes, totalmente alejado de la ética centrada en las personas, en su cuidado y atención y en la búsqueda de una salida digna a sus necesidades. Las consecuencias de su decisión pueden ser terribles.

Pretender culpabilizarles de su situación, ignorar las condiciones de vida en que viven en sus países de origen ponen de manifiesto la total falta de reconocimiento hacia estas personas, el pisoteo de su dignidad, la consideración de las mismas como desprovistas de humanidad… Algo que no se puede permitir, hay que parar este hacer, por muy poderosa que sea esta persona.

Y para acabar, en relación con la utilización del boxeo como estrategia para la prevención del maltrato, ¿de verdad creen que esta práctica puede servir para abordar adecuadamente las situaciones de acoso entre iguales? ¿Qué es lo que se busca con este entrenamiento para dar golpes al adversario hasta que caiga al suelo perdiendo el conocimiento? Desde mi infancia vengo oyendo planteamientos que exigen la abolición de esta supuesta práctica deportiva que, entre otras cosas, produce un gran edema cerebral consecuencia de los golpes, que origina lesiones cerebrales permanentes y que, en más de una ocasión, ha acabado con la muerte de uno de los combatientes.

La violencia sólo produce más violencia. El boxeo, deporte violento, no es la solución para erradicar la violencia entre iguales, ni siquiera como referencia. Y, desde un punto de vista moral, hay que recordar que el fin nunca justifica los medios. Argumentan sus defensores que eleva la autoestima de sus practicantes, que desarrolla confianza en uno mismo, que mejora las relaciones con los colegas que lo practican, y otras ventajas. Pero nunca pueden justificarse estas ventajas si se consiguen con prácticas no adecuadas, tocadas desde su origen por planteamientos de violencia. Lo mismo se puede conseguir con otros presupuestos pacíficos, y ese es el camino que hay que seguir.

Superando el pesimismo inicial, es mucho el trabajo el que tenemos por delante: la educación para la paz y el afrontamiento no violento de los conflictos, basado en la aceptación de las diferencias, el reconocimiento de la dignidad y la legitimidad de todas las personas, la no discriminación, la cooperación y el diálogo, el empleo de técnicas no violentas. Ojalá que una de las enseñanzas, si no la primera, que saquen de la escuela nuestros alumnos y alumnas sea esta: el rechazo a toda forma de violencia y la construcción de la paz positiva.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/12/04/crear-una-cultura-de-paz-desde-los-centros-educativos/

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Pedro Uruñuela

Licenciado en Filosofía y Letras. Catedrático de Bachillerato, durante doce años. Inspector de Educación, desde el año 1991. Profesor Asociado UNED, Facultad de Educación, curso 2003-04 a 2005-06.