Heike Freire, la educadora ‘verde’: «El eje de todas las asignaturas debe ser el medio ambiente»

Por CARLOS FRESNEDA

Antes que «salvar» el planeta, vamos a «amar» el planeta… Esa es la lección primordial que ha aprendido Heike Freire al cabo de dos largas décadas como pedagoga y comunicadora. La autora de «Educar en verde» recorre infatigable nuestra geografía (ayer en Galicia, hoy en Madrid, mañana en Alicante) intentando transmitir a los profesores esa pasión contagiosa que llevan en su propia naturaleza los niños.

A Heike Freire la conocimos en pleno bosque, poniendo en práctica todo lo leído en una escuela que se llamaba Madreselva, en la Vera cacereña. Los niños dejaban atrás las rigideces del entorno urbano, respiraban a pleno pulmón, aprendían todos los días algo nuevo en su entorno natural. Ellos mismos habían ayudado a construir la casita de madera que hacía las veces de aula. Tenían también un «tipi» indio y una vieja «lechera» que servía de biblioteca rodante.

La magia de aquella escuela emboscada quedó atrás. Pero la experiencia acumulada sobre el terreno le sirvió a Heike Freire para dar un nuevo impulso a su idea de «pedagogía verde», frente a los conceptos caducos de «pedagogía negra» (basada en los castigos) y la «pedagogía blanca» (apoyada en las recompensas).

«La pedagogía verde es un enfoque educativo basado en la confianza en la sabiduría innata con la que cada ser vivo está equipado», sostiene Heike Freire, que fue asesora del Gobierno francés desde el Instituto de Educación Permanente y siguió las enseñanzas de Ivan Illich y Paolo Freire. «Los niños y las niñas tienen dentro de sí todo lo que necesitan para crecer plenamente. Lo que necesitan en todo caso es un acompañamiento consciente de los procesos de naturales de desarrollo, autoconocimiento y aprendizaje».

Habla Heike Freire de la necesidad de una relación «triangular» entre el educador, el niño y el entorno natural… «La naturaleza es un espacio sabio y vivo del que nuestra especie emergió hace cientos de miles de años. Es a la vez madre y maestra. Nos ofrece vivencias y experiencias que se pueden emular, especialmente en la infancia. Integrarla en la educación es de alguna manera un reencuentro con nosotras mismas. Y también una manera de empezar a construir esa transición ecológica que tanto necesitamos».

Más que como una nueva «asignatura», Heike Freire propone que el medio ambiente sea «el eje de todo el edificio curricular, que debería ser mucho más concreto y flexible». «No tenemos mucha idea de cómo será el mercado de trabajo dentro de diez o quince años», advierte. «Lo que está claro es que necesitaremos buenas personas, buenos padres y madres… Y agricultores para producir alimentos de proximidad, no contaminados. Y biólogos capaces de recuperar los ecosistemas que estamos dañando. E ingenieros que puedan desarrollar tecnologías limpias, imitando la sabiduría de la naturaleza. Y artista e intelectuales que puedan crear historias e imágenes para simbolizar una nueva cultura centrada en la vida (no solo la humana) y enraizada en la tierra».

«¿Cómo «enseñar» a los niños el cambio climático?», le preguntamos a la educadora «verde». «Mejor no hacer demasiados discuros y empezar a apoyarnos en sus propias vivencias, que es como se aprende fudamentelmente hasta los 12 o 14 años. Las consecuencias del calientamiento global son tan evidentes que no es difícil encontrar hechos palpables, ya sea el aumento de las temperaturas, las olas de calor o la pérdida de biodiversidad».

«Lo importante en cualquier caso es acompañarles en el desarrollo de sus conciencia ecológica, partiendo de los instintos de amor y cuidado al planeta con los que todo niño y niña vienen al mundo», advierte Freire. «Si cargamos las tintas en la culpa por lo que está haciendo nuestra especie y en el miedo a las desastrosas consecuencias para nosotros, les trasmitiremos esos sentimientos, además de una sensación de impotencia y una tendencia a evitar la cuestión… Hay que favorcer en los niños el amor al planeta, antes de pedirles que lo salven».

Recalca también la pedagoga la necesidad de estrechar el vínculo con «una relación cotidiana y continua con la naturaleza». Las salidas semanales o mensuales al campo son «beneficiosas», pero lo que cuenta al final es el roce diaro con el entorno natural, «para desarrollar la sensorialidad y capacidad de movimiento, para observar, explorar, descubrir, arriesgarse, correr aventuras y vivir experiencias «mágicas»… Con el tiempo, integrarán todos los valores que han vivido y practicado y sentirán la Tierra como una extensión de ellos mismos. La cuidarán y la defenderán».

Habla también de Freire de un movimiento ya imparable para «renaturalizar» las escuelas, para susitituir los patios de hormigón por vergeles y huertos, o por áreas con agua y tierra, y extender eses proceso a las ciudades, y reverdecer los solares vacíos, «y crear espacios para la salud y el bienesta de sus ciudadanos».

«La semilla se ha extendido por todo nuestro territorio en los últimos seis años y son ya cientos, por no decir miles de escuelas, las que están implicadas en el proceso de transformación de los espacios exteriores», asegura Heike Freire, que habla con emoción del trabajo de sensibilización en el que se han embarcado «Carme i Pitu», dos maestros jubilados que han desarrollado el proyecto Safareig y han asesorado a cientos de centros en el proceso inaplazable de «renaturalización».

Heike Freire se siente deudora de dos «maestros» que visitarán próximamente Barcelona y que le ayudaron a forjar su propia visión de la pedagogía verde. De la mano de Qing Li, recorrió en Japón las áreas preparadas para el ritual del «Shinrin-Yoku» o «baños de bosque»: «Nadie trasmite como él hasta qué punto nuestra vida, nuestra salud y nuestro bienestar dependen de los árboles».

El segundo «maestro» es el norteamericano Richar Louv, autor de «Los últimos niños en el bosque», que le ayudó a identificar un mal cada vez más extendido en la infancia: el déficit de naturaleza. De esa reflexión nació su segundo libro -Estate quieto y atiende (Herder)- en el que la autora critica el sobrediagnóstico del TDAH y se pregunta si no estamos ante un reflejo del «estilo de vida acelerado que tenemos» o ante una respuesta de los niños frente a la imposibilidad de satisfacer, por ejemplo «su necesidad natural de movimiento, fundamental para su desarrollo orgánico y neurológico, y también para la regulación emocional».

«Las dificultades de niños, niñas y jóvenes nos están indicando que necesitamos un cambio de rumbo», asevera Heike Freire, que reconoce su ambivalencia ante la tecnología y reclama un «uso consciente» de las pantallas. «Tenemos que construir una sociedad más amable, más humana, más lenta… y más conectada con el mundo natural».

Fuente: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2018/09/28/5bad1b0aca4741c7728b45ed.html

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