El maestro que estudió en Harvard y eligió un pueblo de Teruel con cinco alumnos

Por: ayudaparamaestros.

 

El día en que el maestro Alberto Toro se dispuso a elegir destino y pronunció el nombre de Pitarque, el resto de los compañeros que estaban en la reunión se giró discretamente. Como si aquel joven hubiese solicitado plaza para una expedición sin agua ni víveres a las Indias y no para dar clases en una escuela rural.

Lo normal es elegir la ciudad de Teruel, Alcañiz, Calamocha o Monreal del Campo. Donde hay cines, supermercados, tiendas y, en algunos casos, hasta peluquería canina a domicilio.

Pero no decantarse por Pitarque.

Elegir Pitarque es elegir un remoto pueblo del Maestrazgo que está a una hora y cuarto de la capital. Un espacio de 35 habitantes donde la densidad de población es un poco menos desoladora (sólo un poco menos desoladora) que en Laponia. Un lugar al que se accede por una tortuosa pista forestal reformada de 18 kilómetros que conecta con el pueblo más cercano. Y que no sale en el GPS.

Pero también es elegir una escuela con vistas al huerto de la señora María, la montaña de Peñarrubia y la Fuente del Manzano; una que tiene el patio más grande del mundo: los 54 kilómetros cuadrados del término municipal; una en la que el tiempo cunde más y uno más uno casi siempre suman tres o cuatro.

El forastero sabe que ha llegado a la escuela del pueblo porque afuera hay una pizarra con operaciones matemáticas apoyada en un muro, como cuando en la de John Ford veías un par de caballos apersogados y sabías que allí estaba la cantina.

Entramos antes de que acabe el curso. Toda la clientela cabría en una mesa de póker. Sólo que Eloy, en vez de un revólver, te desenfunda un rotulador azul.

La escuela que agoniza tiene cinco alumnos. Aquí no se ponen sobresalientes ni notables ni suficientes, sino que pasa un poco como en un juego de la Play: se califica como nivel Novato, nivel Principiante, nivel Practicante o nivel Experto. Los cinco chicos se hacen sus propios libros, ven documentales de la BBC, aprenden a multiplicar con fichas de Lego, indagan en el monte, cazan bichos y luego también estudian lo que toca, claro, pero «de otro modo».

-¿A qué te refieres?

-Estudian, pero no mediante una memorización bulímica: ésa que consiste en un atracón para vomitar al poco tiempo. A mí me interesa una enseñanza para la comprensión.

-¿Para ti en qué consiste educar?

[Eloy está tirado en el suelo haciendo la cabra, como si los de la mesa de póker le hubieran disparado].

-Yo digo lo que el educador David Perkins. Se trata de domesticar lo asalvajado [mira resignado a Eloy], pero también de asalvajar lo domesticado… Hay que formar ciudadanos, no empleados.

El maestro Alberto Toro -formado en Harvard y en Boston- eligió Pitarque. Y todos giraron la cabeza. Así comienza esta historia: con una mirada en dirección contraria. Se lo dice a los niños. Esa fue la primera lección.

El maestro, en un momento de la clase.

Si no viene nadie, a esta escuela le quedan cinco años de vida

ALBERTO TORO, MAESTRO DE PITARQUE

El Centro Rural Agrupado del Alto Mayorazgo cuenta con 170 alumnosrepartidos en cinco aulas que estan ubicadas en otros tantos pueblos: Cantavieja, La Iglesuela del Cid, Villarluengo, Fortanete y Pitarque.

Los cinco de aquí son pastoreados, en el más digno sentido de la palabra, por Alberto Toro. Un maestro de 39 años que -cuando entró de interino- tuvo más de 10 destinos en un solo curso; que en ocasiones dormía en el vehículo o a la intemperie; que para formarse ha viajado a Zaragoza, Bilbao, Madrid, Reggio Emilia (Italia) o Harvard; y que terminó pidiendo un crédito de 12.000 euros para ir a Boston y poder seguir aprendiendo de la mano del filósofo Robert Swartz, una de las personalidades educativas más influyentes de todo el mundo.

Swartz. El mismísimo Robert Swartz.

Nadie reconoció a aquel gordito con barbas cuando llegó sonriente al pueblo para pasar un día con el maestro.

Porque todo lo que Alberto ha aprendido por esos mundos de dios lo ha aplicado en Pitarque.

Pasamos lista. (La voz en off es la del maestro).

1. Begoña tiene 13 años, es hija de un ganadero, es muy «altruista y generosa» y bien podría terminar de «gestora de empresa».

2. Eloy tiene nueve años, es hijo de un pastor y de la mujer que regenta la posada del pueblo. «Es como Mowgli, ese talento natural. Podrá ser desde cantante a arquitecto».

3. Ismael también tiene nueve, nació en Alcañiz, sus padres son marroquíes y dirigen un hostal situado a cinco kilómetros de Pitarque. «Va a ser un contador de historias».

4. Achraf tiene seis años y es hermano del anterior. «Apunta a chef de tres estrellas Michelin».

5. Youssef tiene cinco y es hijo de esta tierra. Su padre trabaja en el vivero. «Será bailarín».

Y ya.

Al curso que viene serán cuatro: Begoña se marcha a estudiar a un instituto que queda más allá de la constelación de Orión.

Achraf coge unos pollitos en presencia de sus compañeros de colegio.

En Aragón, hay más de 200 escuelas con menos de 20 alumnos. El 40% de los municipios carece de colegio

La dimensión de la enseñanza en la España despoblada se mide por cifras como las que desglosamos a continuación.

En esta comunidad autónoma, hay más de 200 escuelas con menos de 20 alumnos. El 18% del alumnado aragonés estudia en localidades de menos de 5.000 habitantes. Las 600 rutas de transporte escolar cubren más de 54.000 kilómetros. La inversión en un estudiante del medio rural casi triplica la necesaria en las ciudades. El 40% de los municipios carece de colegio. Uno de cada cuatro docentes da clase en un pueblo.

Y luego existe otro dato llamativo: dos horas y media.

Es el tiempo que tarda Paula (17 años y hermana de Mowgli Eloy) en viajar desde Pitarque hasta Movera (Zaragoza) para estudiar el grado medio de FP de capacitación agraria que quería hacer.

El lunes sale a la seis de la mañana desde el pueblo. Conduce su hermana mayor. Llega al centro a las ocho y media. Allí se queda hasta el viernes, que es cuando la van a recoger y la traen de vuelta.

«Que esté fuera toda la semana a esa edad tiene un coste emocional para todos, pero es lo que hay aquí si quieres formarte: su pasión son los animales y en ese sitio podrá hacer prácticas con caballos».

La que habla es Paqui Iranzo, madre de Paula y de Eloy: «El día en que me pilla alegre, pienso que este pueblo tiene vida. El día en que me pongo realista, pienso que, si sólo ponen parches, moriremos del todo. Si no nos consideran un bien necesario (y lo somos), estaremos muertos».

Los alumnos de Pitarque, en un momento de descanso de la clase.

Tenemos una piedra preciosa a la que o no le vemos el brillo o no sabemos sacárselo

ALBERTO TORO, MAESTRO EN PITARQUE

El aula es un espacio a medio camino entre un loft de dos alturas, un transbordador espacial, un bazar de juegos donde hay desde fósiles hasta circuitos imantados, una zona de chill out y un callejón del Bronx grafiteado.

La frase la firma Ismael y está escrita con pintura en una pared decorada con nubes: «Leer me hace sentir tranquilo. Cuando estoy nervioso, leo».

No es exactamente Bansky, pero vaya.

Tampoco Pitarque es Nueva York y aquí estamos.

«Tenías que verlos. Cuando vienen los ambientólogos de la Facultad de Biología de Valencia haciendo trabajo de campo, nos vamos con ellos. Cuando se quemaron 14.000 hectáreas, también fuimos con ellos a replantar. El mejor aula está ahí fuera», asegura Alberto. «Aquí las ventajas de la educación son muchas: la atención individualizada, los entornos más seguros y naturales, toda la tribu educa, el docente puede tratar mejor los conflictos porque conoce las historias de los chicos… Creo sinceramente que tenemos una piedra preciosa a la que o no le vemos el brillo o no sabemos sacárselo».

Hace un sol estupendo, Begoña estudia el origen de Roma en un sofá, los chicos acaban de venir de recorrer el pueblo recopilando tradiciones orales, Eloy vuelve a hacer la cabra -que para algo es hijo de pastor-, Alberto lo dirige todo como un director de orquesta, la señora María amusga la tierra del huerto con el pie a la entrada de la escuela y a uno perfectamente le entran ganas de ser lechuga o de tener nueve años.

Pero la pregunta tenía que llegar.

Y es como preguntarle a un enfermo grave que cuándo la va a palmar.

-¿Crees que acabaréis cerrando, Alberto?

Si no viene nadie, a esta escuela le quedan cinco años de vida. Y cuando una escuela se cierra, el pueblo entra en la UCI.Se dice que escuela cerrada, pueblo muerto. Estos colegios son la esperanza y la alegría. Cuando no se oyen voces de niños, mal asunto.

Lo ha visto un par de veces siendo maestro. En las localidades de Cutanda y Cabra de Mora. El cierre definitivo. Y dice que se siente un escalofrío de impotencia. Que no se acostumbra uno.

En efecto.

Ese último día en que cierras la escuela, echas la llave, te das la vuelta, vas al coche, te metes dentro, arrancas el motor y te quedas ahí dentro, parado y mirando la escuela. Como el que espera una detonación con niños dentro.

Fuente de la reseña: https://www.elmundo.es/papel/historias/2019/07/22/5d305294fdddff15988b47a9.html

Comparte este contenido: