Los mapas de la educación

Por: Guillermo Busutil.

La vida es una continua educación. Lo dijo Flaubert. Un escritor al que casi nadie lee hoy. Ni siquiera las mujeres Bovary. Ignoro si acaso lo hacen algunos alumnos de Literatura francesa. Los que la aprenden en nuestras universidades y los que en las suyas tienen más orgullo de sus clásicos que de los nuestros nosotros. Supongo que debido a que los franceses hacen causa común de su cultura general y están menos obsesionados con la ebriedad de los nacionalismos, en su caso el corso y el bretón. La vieja fiebre que tantos corazones de un mismo mapa ha desgarrado reiteradamente y sin cicatriz que no se abra con el tiempo, a pesar de ese bisturí y punto de sutura que es la educación. Nunca he entendido, a causa de la inmigración que cruza por mi sangre y sus culturas sumándose, la insistencia en dividir y excluir, en significarse mejores unos por encima de otros. La etiqueta de posesión acotada en lugar de la universalidad de la misma esencia del paisaje, de su agua, del sol y de la luna en la cúpula de todo. Ese mediterráneo cantado por Serrat y que enhebra el espíritu de tantas culturas en lugar de disfrazarlas de adversarias en pugna por borrar lo que tienen heredadas unas de las otras. Negar lo que el mundo tiene de caleidoscopio y de mestizaje es un empecinamiento del egocentrismo que mueve al individuo y también la ideología del dinero y de las religiones. Todo aquello que las Humanidades y La Ilustración combatieron con la palabra, la imprenta, el pensamiento y el debate.

Lo absurdo de esta tendencia enquistada lo acaba de corroborar el informe presentado esta semana por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) pidiendo reflexionar a la comunidad educativa sobre la necesidad de alcanzar cuanto antes un pacto de Estado por la Educación. El propósito es poner fin al dislate que significa tener 17 sistemas educativos distintos -uno por cada comunidad- y que exijan según sus criterios que en los manuales de Geografía de Canarias no se hable de los ríos o que en los de Cataluña se obvie la figura de los Reyes Católicos. La pareja cuya presencia impresa podrían igualmente exiliar de su historia los andaluces y en especial los granadinos. No sucede porque ni en Andalucía ni en Extremadura han arraigado los nacionalismos porque, entre otros resortes, ese ideal se ha sustentado y se sustenta en dos antiguos poderes como son el de la Iglesia y el de la burguesía económica, y en este suroeste español la religión sólo mueve cosas en dirección hacia el arriba y abajo del otro mundo, y el dinero no se invierte en utopías de clase, en fronteras territoriales ni en empresas que no sean el beneficio propio y Dios en la casa de cada cual. Lo contrario que en el resto de los gobiernos territoriales a los que Antonio María Ávila, director ejecutivo de la FGEE, acusa de presionar políticamente para que los manuales académicos «digan lo que ellos quieren y no lo que la ciencia dice». Viriato, el Cid, Abderramán, Pedro de Aragón y conde de Barcelona, El Empecinado, José Manso y Solá, Bailén, Brihuega y Barcelona, un héroe y una batalla para cada uno y a escote el olvido.

Hace tiempo que se confunde la educación con adoctrinamiento. Las viejas estrategias de Stalin, de Hitler, de Franco, de Mao, del islamismo radical desde la que se ejecutaron toda clase de purgas, y de las que luego todos reniegan o esconden su militancia según los vientos del mercado. Lo mismo que en los partidos políticos en los que se cierra la posibilidad de la duda, se pone bajo sospecha la libertad de pensamiento y se sustituyen la argumentación y el diálogo por la fe en quien adoctrina. Muchos ejemplos a diario y más desde los numerosos intentos de consensuar un gobierno de alianzas. En un sentido similar el adoctrinamiento ha exorcizado conceptos de la educación como excelencia, rigor y disciplina al demonizar que siempre habrá alumnos más inteligentes o aplicados que otros; que el aprendizaje requiere el hábito del trabajo y que al educador también se le ha de pedir mayor rigor y exigencia a la hora de impartir conocimientos. Se ha olvidado que el educador mediocre habla, que el buen educador explica, que el educador superior demuestra y que el buen educador inspira. La tabla rasa todo lo allana como si se tratase de lo mismo. Es el triunfo actual de la mediocridad que impera en tantos ámbitos -magníficamente explicados en el libro de moda Mediocracia de Alain Deneault–, abanderando errores como confundir la igualdad de oportunidades con la uniformidad de capacidades; permitiendo acceder a la Universidad con pocos conocimientos en muchas materias, sin saber redactar ni escribir con una ortografía correcta, y especialmente las manipulaciones ideológicas que diseñan su propia Historia del mapa de su identidad y la suma de agravios de sus enemigos.

Cualquier profesor con largo curriculum puede certificar con desencanto el mucho tiempo que hace que a los estudiantes españoles no se les ha exigido una formación notable en argumentos humanísticos y científicos, que los conviertan en individuos capaces de expresarse con solvencia desde la creatividad, que les fomente la responsabilidad de pensar y de generar respuestas desde la independencia. Entre otras causas porque la enseñanza es un círculo vicioso al que ha ido llegando un preocupante número de formadores incapaces de proporcionarle a los alumnos argumentos filosóficos, conocimientos rigurosos y plurales para desarrollar o enriquecer sus habilidades o talentos. El resultado es que tenemos más de un 25% de abandono escolar –duplicamos las cifras de la Unión Europea–, que sólo el 3% de los estudiantes son extraordinarios y que generamos pocos profesionales competentes para crear un conocimiento innovador. No es extraño tener entonces una sociedad como empresa que convierte en lastre a las personas de experiencia y talento en favor de quienes manejan mejor la publicidad de sí mismos o el Principio de Peter, según Deneault, por el que los mediocres se juntan para rascarse la espaldas, cimentar el poder de su clan y cerrar el paso a quiénes poseen competencias más solventes y acreditadas. Es lo habitual en una sociedad cuyos medios de opinión cambió a los intelectuales por contertulios, la cualificación pagada por la gratuidad de la voluntariedad prêt-à-porter de las ideas prefabricadas.

Hay muchas voces que han ahondado en este tema. Ricardo Moreno Castillo La conjura de los ignorantes y Breve Tratado sobre la estupidez; Joan Domènech Elogio de la educación lenta; José Antonio Marina La inteligencia que aprende; Remedios Belardo La educación repensada o Inger Enkvist con La buena y la mala educación. Voces autorizadas que coinciden en que la educación tendría que abordar una auténtica reconversión amplia, diversa, coherente y eficaz que contemplase la conveniencia de inculcar desde la infancia la predisposición a aprender; a perfeccionar las asignaturas más necesarias y los tiempos de formación que demandan, y que los alumnos sepan vincularlas entre sí para articular un discurso global, en lugar de entenderlas como compartimentos estancos; a potenciar la creatividad y el pensamiento divergente. Su resultado sería una educación instruida que no adoctrinase; que tuviese la consciencia de ganarse la respetabilidad con la argumentación y de abrir un espacio para escuchar al otro; que reconociese el valor del conocimiento sobre las camarillas y las habilidades sociales, y en la que no cupiesen el insulto ni la descalificación personal de quien habla. Lo habitual en las comparecencias de nuestros políticos con su precaria oratoria pugilística.

El pacto de Estado en Cultura y en Educación no se debate ni se considera. No es extraño que sea la asignatura que nunca se aprueba. Da igual la cercanía de la grave metamorfosis tecnológica del universo laboral. No hay rastro de las inteligencias múltiples de Gardner: la lingüística, la lógica-matemática, la espacial, la musical, la corporal, la intrapersonal, la interpersonal y la naturalista, con las que llevar a cabo la urgente revolución educativa del siglo XXI. Lo que prima en política es el patio particular donde llueve y no se moja, y cuyo mapa de la identidad niega nuestra Historia, la de Europa y la del Mundo. Un tipo del analfabetismo cuyo día se celebra hoy y me recuerda a uno de mis maestros Jürgen Habermas, cuando afirma que la reflexión filosófica y el compromiso social son dos partes de la medalla de la Ilustración. También de ella aprendió la importancia del movimiento del pensamiento. Qué solo debe sentirse.

Fuente del artículo: https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2019/09/08/mapas-educacion/1112586.html

Comparte este contenido:

Guillermo Busutil

Escritor y periodista español. Desde 1979 ha trabajado en números medios de comunicación escritos, radiofónicos y televisivos como El Diario de Granada