Formación online y deshumanización: los riesgos del post-Covid-19

Por: ABC

Pablo Campos Calvo-Sotelo, catedrático Universidad CEU San Pablo-Académico Real Academia de Doctores, explica en el siguiente artículo que «no existe herramienta tecnológica o programa informático capaz de sustituir la magia de mirar a los ojos a un alumno y captar su emoción cómplice»

Atravesamos una situación sanitaria, social y económica de profundísima complejidad, cuyas consecuencias globales todavía son desconocidas. Cual tsunami devastador, el COVID-19 ha inundado el escenario internacional, sumergiendo implacablemente a personas y estructuras político-sociales en un pozo de duda, temor y muerte. La peor secuela está siendo —sin duda alguna— la trágica pérdida de vidas acompañada de tristeza, impotencia y frustración, acentuadas por la falta de soluciones eficaces.

En un plano de menor trascendencia que el sanitario, pero de preocupante proyección futura, puede situarse cuanto concierne a la educación: es una de las estructuras que ha padecido de modo más directo el impacto del virus, lo que ha obligado a reestructurar en tiempo real tanto metodologías docentes como sistemas de evaluación. Es muy plausible la agilidad de colegios y universidades en adaptarse a este cambio sobrevenido. A una decidida gestión se ha sumado el esfuerzo de docentes y el no menor esfuerzo de cuantos alumnos han visto alterada su cotidianeidad.

Las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC´s) han sido grandes aliadas al posibilitar la impartición online de contenidos y poder finalizar el curso académico. Y no solamente lo han sido en esta difícil coyuntura, sino que en el pasado las TIC´s se han integrado razonablemente como apoyo a la docencia presencial de diversos modos: suministrando herramientas dentro y fuera del aula; apoyando ciertas acciones de innovación pedagógica; posibilitando la activación de lugares (antes inertes) como acogedores de modalidades alternativas de enseñanza/aprendizaje; implantando redes wi-fi en zonas exteriores; ayudando a enseñanzas a distancia para aquellos colectivos vulnerables que no pueden asistir en persona; y, asimismo, como canal de comunicación en la investigación al permitir la colaboración fluida entre expertos repartidos por el escenario internacional.

Para que pueda valorarse en toda su extensión esta firme advertencia, es preciso exponer una serie de sencillos pero contundentes principios:

1.-Educación y valores. El proceso formativo integral tiene como meta la construcción en valores de un ser humano para que mañana pueda ejercer su profesión bajo un profundo compromiso con la comunidad. Ello trasciende a un mero adiestramiento técnico, incidiendo de lleno en sus cualidades como individuo ético, con vocación de servicio social. Ya en la Grecia clásica, Platón señalaba como horizonte de la educación virtuosa la transformación del alumno del presente en el ciudadano del futuro. Tal construcción (siempre subordinada a la insustituible, generada en el seno familiar), comienza en la etapa escolar y concluye en la universitaria. Pues bien: es inconcebible si se excluye el roce humano. El experto norteamericano Richard Dober señalaba: «Internet transmite datos, pero no valores».

2.-Educación y afecto. No es viable un aprendizaje sólido que no cuente con la cercanía afectiva entre docentes y alumnos. Sin menoscabar el rigor y la exigencia que deben presidir toda dinámica académica, un buen profesor ha de ejercer la empatía con sus estudiantes, armando vínculos emocionales que refuercen los específicamente cognitivos. «La educación es amor y provocación», apuntaba el escritor José Luis Sampedro. Combinar razón y emoción con sensibilidad es una magnífica estrategia para motivar al alumno. Pero ha de hacerse presencialmente. No debe confundirse la mera transmisión de información (canalizable a través de las TIC´s) con la verdadera comunicación, pues esta añade el diálogo y el afecto.

La docencia online se limita a un intercambio oral, escrito o con imágenes, no pudiendo disfrutar del lenguaje no verbal (que afecta al tono empleado, el énfasis en la mirada, o la gestualidad corporal, que enfatizan las sensaciones y proyectan estados de ánimo: interés, diversión o entusiasmo…). En consecuencia, tampoco debe confundirse dicha transmisión de información con la formación integral del ser humano, que encarna lo verdaderamente trascendente, y que debe estar preñada de sentimientos.

No son nuevas estas convicciones; basta recordar a sabios como Giner de los Ríos, quien hace casi 150 años demandaba que la escuela debía acoger «escolares activos que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos, en suma». Educar es vivir, y es sentir…

3.-Educación y colectividad. Líneas atrás se exponía que la formación humana, alimentada por la empatía, es un hecho afectivo. Ser sensibles a otras personas implica que es asimismo un hecho colectivo. Cuando un grupo se entrega a la génesis o transmisión del saber, la calidad y cantidad de cuanto se alcanza es mayor que la suma de las aportaciones individuales, tal y como han avalado numerosos expertos en pedagogía (Echols, Johnson o Sir Ken Robinson). El valor de lo colectivo se ha justificado igualmente desde la neurociencia, remitiendo a la liberación de oxitocina, y a la activación de «neuronas/espejo».

El trabajo colaborativo impulsa el sistema de motivación de la dopamina, fomentándose los sentimientos altruistas, como señalaba Rilling. Pues bien, para ello es necesario que los actores intervinientes coincidan en el lugar (material y temporal), posibilitando asimismo algo tan creativo como lo es la improvisación y el aprendizaje por descubrimiento. Dentro del aula (como célula básica arquitectónico-docente), el grupo puede organizar sus relaciones en el tiempo y el espacio, de manera libre y cambiante, como traducción espacial de las cambiantes relaciones humanas; y puede improvisar nuevas organizaciones y formatos pedagógicos, habilitando como estrategia la alternancia no programada (algo que la rigidez de una pantalla en la docencia online jamás permitirá).

4.-Educación y Arquitectura. El Saber sí ocupa lugar… Como se ha argumentado, la educación es un acontecimiento afectivo y colectivo, siendo el contacto personal un ingrediente insoslayable de la formación integral. De ello debe colegirse la necesidad de la Arquitectura. La forma espacial influye en toda acción formativa, asumida como experiencia multisensorial, debiendo existir vínculos con los procesos educativos. El entorno construido induce a los alumnos a interiorizar cuanto les rodea, prioritariamente con la vista y el oído. Pero también el tacto (Hall): caminando lentamente, sintiendo el ambiente en la piel o palpando formas, se alcanzan bienestares psicológicos que redundan en el disfrute por aprender.

El tacto puede también transmitir conocimientos, fruto de la experiencia háptica (en el sentido formulado por Gibson); es decir, conociendo el mundo anexo a través del propio cuerpo. Tal conocimiento puede activarse al tocar con las manos objetos con facultades formativas, como asimismo disfrutando del propio contexto edificado, tanto a edades tempranas (el lúdico gatear, como acción por la que el niño descubre la inmensidad de lo íntimo, explorando los rincones del aula como «geometrías habitadas»), como en adultos (recrearse en el paseo y la pausa, para sentir la inmensidad de lo íntimo…).

Oportunidades todas ellas que los sistemas online ignoran o, incluso, —lo que es aún peor— tergiversan, planteando la figuración como falso reemplazo de lo real. Asumiendo que la educación es, pues, un hecho de carácter espacial, la Arquitectura desempeña un doble papel. Por un lado, sirve como escenario de las relaciones entre quienes enseñan y quienes aprenden; pero no puede limitarse a esta función estrictamente contenedora: tiene la responsabilidad de transmitir los valores derivados de su naturaleza como obra de Arte y de su potencial ejemplaridad (faceta que quien suscribe ideó hace años como «Campus Didáctico»).

«Libro de texto tridimensional»

Varios investigadores señalan que la Arquitectura se comporta como un «libro de texto tridimensional» (Taylor) e, incluso, como «tercer profesor» (Nicholson), sumándose así a la labor de la familia y de los profesores; es decir, enriqueciendo a quienes la experimentan in situ y no virtualmente. La Arquitectura promueve la convivencia, actúa como elemento formativo per se y crea atmósferas que refuerzan el sentimiento de identidad colectiva. Así valorada, el aula pasa de ser un mero receptáculo material a todo un territorio humano, dotado del aura del Saber y la belleza espacial… Como apuntó el maestro Alvar Aalto: «La Arquitectura tiene un motivo interior: la idea de crear un paraíso». La meta de la Arquitectura no es organizar espacios, sino ordenar las relaciones de personas en el espacio.

Se han expuesto las sinergias entre educación, valores, afecto, colectividad y Arquitectura; ello debe justificar que hoy —más que nunca— es imprescindible lanzar una advertencia ante el futuro ya presente: no debemos caer jamás en una excesiva seducción por los modernos canales de telecomunicación. Si bien en casos extremos, como el actual, pueden ser de inestimable ayuda, es una obligación moral prevenir sobre el peligro que encierra dicho exceso, pues atentaría contra las virtudes de la verdadera educación. Y hacerlo ahora, antes de que sea tarde, pues unos por desconocimiento, otros por omisión y otros por intereses económicos éticamente dudosos, quizá en el post-COVID-19 no respetarán ni valorarán la profunda dimensión humana del hecho educativo, y el inexcusable concurso del roce personal.

Cuando esta pesadilla mortal nos permita recuperar nuestra cotidianeidad docente, será tiempo de alcanzar una razonada proporción entre virtualidad y contacto humano. Pero sin olvidar que la columna vertebral de la formación reside en este último. Estas semanas, todos nos hemos consolado organizando reuniones telemáticas con nuestros seres queridos. Bien está, como remedio… Pero, ¿concebiría alguien en el futuro postular dicha solución como reemplazo del encuentro real? Pues la educación integral de nuestros jóvenes no está tan lejos de la relevancia de las relaciones familiares o de amistad….

Confieso que verme obligado durante semanas a la docencia online me ha servido para valorar la utilidad de dicha tipología en coyunturas excepcionales; pero -sobre todo- para refirmarme en la trascendencia de lo presencial (toda una convicción resiliente). No existe herramienta tecnológica o programa informático capaz de sustituir la magia de mirar a los ojos a un alumno y captar su emoción cómplice, cuando los docentes somos capaces de despertarles el gozo por el aprendizaje. Bajo una apariencia de progreso, las TIC´s pueden acarrear una grave secuela: reemplazar la interacción directa entre profesores y alumnos, pues supondría una gravísima involución. Sería entonces cuando su posible contribución al aprendizaje mutaría en un simulacro, en una banalización de la naturaleza del hecho educativo, quebrantando la formación en valores de la persona. El COVID-19 ya nos ha causado un trágico daño en vidas.

Como profesor, como arquitecto y, sobre todo, como padre, alzo la voz para manifestar con vehemencia un ruego: no permitamos que, como nefasta derivada en la educación, nos deje además el terrible legado de la deshumanización, pues minaría la auténtica formación integral de nuestros alumnos… Y de nuestros hijos.

Fuente e Imagen: https://www.abc.es/familia/educacion/abci-formacion-online-y-deshumanizacion-riesgos-post-covid-19-202004300121_noticia.html

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