Criando ratas

Por:  Daniel Seixo

Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.

El club de la lucha

«No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!«

Charles Bukowski

«Es rarísimo que por un momento estemos aquí y al siguiente hayamos desaparecido. En un par de generaciones, a nadie le importará una mierda. No seremos más que unos gilipollas con ropas graciosas en fotografías descoloridas que un triste descendiente con demasiado tiempo libre saca del aparador para mirar de vez en cuando.«

Irvine Welsh

La vida es como el mar, tienes que ahogarte para sentir su intensidad.

Blow

Nacer, crecer, reproducirse y morir. Algo aparentemente sencillo hace no tanto tiempo, convertido en nuestros días en una maldita odisea propia de héroes modernos, tristemente encarcelados en una espiral de consumo y plena decadencia civilizatoria. Supongamos por un instante que has nacido en la parte privilegiada del mundo, esa de las tres comidas al día, los anuncios en televisión y las marcas comerciales. Una realidad muy alejada de las guerras, el hambre crónica, los matrimonios infantiles o las consecuencias de las acciones estadounidenses que desgraciadamente pueblan de dolor gran parte de este planeta. Supongamos que has tenido esa suerte –porque no olvidemos que nacer en uno de esos países supone en sí mismo un gran golpe de suerte– entonces entrarán en juego otros muchos factores en tu desarrollo vital.

Entre ellos los más destacables e inamovibles, se encuentran tu sexo – no es lo mismo ser un hombre que una mujer, las violaciones grupales, el techo de cristal, las miradas a tu escote, los insultos como necio ritual de cortejo, la explotación sexual, laboral, reproductiva o simplemente evitar que te asesinen por no someterse al control masculino, todo eso son cosas que un hombre se ahorrará por el hecho de nacer con un puñetero pene entre sus piernas– tu color de piel – admitámoslo, incluso cuando tus padres te hayan traído al mundo en este estado tan democrático, los policías del barrio no saben nada de eso y siempre resulta más fácil cachear y humillar a un joven negro que a un blanco, tampoco a la hora de entrar a un pub de moda, en tu última entrevista de trabajo o al plantarte ante los padres «conservadores» de ese nuevo ligue la cosa resulta sencilla siendo negro o amarillo, por no hablar de los malditos cabeza rapadas o algún que otro «nostálgico» alterado por el peso electoral de los de Santiago Abascal– y muy especialmente tu clase social, este último factor lo atraviesa irremediablemente todo y va a condicionar de forma definitiva todas tus vivencias. No en vano, incluso en un país supuestamente avanzado como España la pobreza infantil afecta a un 28,3 % de los niños y niñas, es decir, 2,2 millones de infancias que no soñarán con esa última videoconsola, una bicicleta mountain bike, vacaciones en la playa o incluso con cosas tan simples como cereales de marca para desayunar. Y que en caso de que se atrevan a hacerlo guiados por la hiperpresente publicidad, pronto se acostumbrarán en sus vidas a las decepciones continuas.

Solo la clase obrera tiene el poder de transformarlo todo, para comenzar un nuevo proyecto común

Lo normal tras ese golpe vital de suerte inicial que ha hecho que no pases tus primeros años en Afganistán víctima de un matrimonio infantil, el opio o alguna guerra que no debería significar nada para ti, es ver como tu infancia transcurre en un barrio obrero. Tu introducción a la sociedad, sucederá viendo a tus padres más bien poco por sus jornadas maratonianas de trabajo. Pero no te preocupes, internet, tus amigos y algún que otro influencer de moda te servirán como guía sustitutiva mientras los adultos de la casa continúan inmersos en la ficción de que un trabajo que los ahoga y una educación pública sin apenas recursos, no suponen realmente un condicionante para el desarrollo de los más pequeños de la casa.

No sé exactamente a que edad comienza la sexualización de los menores, pero te aseguro que será pronto, especialmente –otra vez– si no has nacido con pene. Posturas insinuantes para fotos en redes sociales que «te hacen parecer mayor», pervertidos intentando contactar contigo por redes sociales, maquillaje, ropa de Zara para niña –aunque realmente ya cueste mucho diferenciar entre sus supuestas modelos y niñas e incluso entre las líneas para adultas y niñas– estrellas Disney que pasan inmediatamente a estrellas pornomusicales… Todo te llevará directamente a comenzar a vivir tu sexualidad a una edad demasiado temprana, cuando aún tus decisiones no son del todo racionales. Es ahí cuando el porno entrará en escena, en este caso los hombres «tienen ventaja». Pronto las clases y cualquier otra cosa pasará a un segundo plano y las competiciones de testosterona terminarán en maratones de sexo duro en internet, intentos desesperados por perder la virginidad y sexo rápido, patriarcal y aunque nos te lo parezca, insatisfactorio. Pero vamos, esto tampoco es ninguna sorpresa, son la generación de Pornhub en el bolsillo, casas vacías a todas horas y una nula educación sexual más allá de series para adolescentes en las que las drogas, las relaciones rápidas y el sexo casual es presentado como glamuroso. Lo raro es que esta gente no tenga al menos una sobredosis o un aborto al mes –aunque si fueses estadounidense andarías realmente cerca– se han pasado toda su escasa vida inmersos en cosas que no deberían conocer hasta ser adultos y en muchos casos saben mucho más de todo eso que sus propios padres. Los adolescentes simplemente buscan su identidad en un mar de estímulos mientras el mundo se desmorona y sus padres intentan no ser desahuciados por no pagar el alquiler con un sueldo cada día más menguante.

Tras eso, si tienes suerte, llegará la universidad, un curso de FP o directamente te tocará buscar curro en algún centro comercial o en el taller del barrio. No sé, puede que te decidas a montar un bar y ser eso que llaman emprendedor, pero con ese historial familiar de propiedades al límite del embargo que llevas encima y esa cara de proletario que no te quitas ni con el nuevo peinado de Cristiano Ronaldo, lo más seguro es que de tu banco te echen a patadas antes de que consigas abrir la boca. Vamos chaval, vives en un país en el que 4 de cada 10 jóvenes no tienen trabajo, os han llamado ninis porque «jóvenes que saben que lo tienen muy crudo hagan lo que hagan y muestran su desencanto total y absoluto por el sistema cobijandose en el consumo y el puro hedonismo», en realidad quedaba muy largo para las campañas de criminalización en los informativos de la mañana. Vas a encadenar trabajos basura durante muchos años independientemente de tu formación, pero si esta es buena, tarde o temprano conseguirás despegarte solo un poco de esos otros que decidieron dejar los estudios en busca de un sueldo que les permitiese ser adultos o simplemente sobrevivir. Sea como sea, la buena vida se ha terminado para ti, trabajos duros, horas extra sin remunerar, miedo al despido, sumisión ante un ejército industrial de reserva desesperado y alienado con las dinámicas del patrón.

El mundo real ya estaba hecho una mierda y el coronavirus tan solo nos ha otorgado tiempo para reflexionar sobre nuestros pecados en esta global sociedad de consumo

Todo parece una jodida broma, pero es el cuerpo material de lo que va a ser tu vida, puedes adornarlo con un buen coche, un peinado caro, una buena casa y cenas en un restaurante de moda dos veces a la semana si las cosas te van realmente bien. Pero si has nacido en un barrio humilde y obrero, yo no contaría demasiado con eso. Esos sueños son como la lotería, requieren muchas papeletas de saliva en el culo de tus jefes, una pizca de suerte e intentar que todo eso llegue mientras puedas disfrutarlo. Ya sé que la MTV o Netflix te ha vendido otra cosa, pero despierta, ninguno de los cretinos de Friends podría pagarse aquellos malditos pisos con trabajos precarios y muchos de tus amigos que todavía siguen, o han regresado tras un despido inoportuno, a casa de sus padres. No es casualidad que el 53,1% de los jóvenes de entre 25 y los 29 años y el 25% de los que ya tienen entre 30 y 34 años todavía vivan en casa de sus padres. Si cruzamos esos mismos datos con nuestro desempleo juvenil, incluso a los políticos ineptos que nos gobiernan deberían salirle las cuentas.

Y ahora que ya eres adulto, decide si quieres y puedes tener hijos, paga sus pañales, intenta conciliar algún trabajo basura con sus horarios, preocuparte de su educación, llevarlos al parque, preocúpate especialmente de que no vean porno en internet, háblale sobre las drogas, sufraga la universidad y en definitiva repasa todos y cada uno de los puntos de esta pesadilla que te ha llevado hasta aquí, pero ahora viendo como es otro el que la sufre y se arrastra poco a poco a una sociedad que se hunde y a una vida que lo hace con ella. ¡Eh!, las cosas no deberían ser así, pero también se supone que ya no existe una guerra de clases y a ti te están atizando de lo lindo sin que muevas un dedo por cambiarlo, campeón. La vida no es justa.

Llegado el momento jubílate y prepárate poco a poco para la muerte entre un mar de medicamentos que seguramente tengas que pagar en su mayor parte, aunque si las reformas de las pensiones continúan este ritmo, seguramente la parca te pille camino del trabajo o incluso camino a casa de algún chaval que permanece todavía ajeno a todo lo que se le viene encima, pero que ha decido encargar una hamburguesa a domicilio transportada por un viejo currante al que no le queda otra opción que funcionar como falso autónomo en forma de chico de los recados de una clase adormecida y preocupada únicamente por sus seguidores en Instagram y ese mundo virtual que sin duda parece más apetecible que su propio futuro.

Vamos, no nos deprimamos por esta bofetada en la cara a estas alturas, el mundo real ya estaba hecho una mierda y el coronavirus tan solo nos ha otorgado un tiempo extra de reflexión sobre nuestros propios «pecados» en esta sociedad global de consumo. Pero en lugar de eso, hemos decidido en el mejor de los casos seguir actuando igual pero en esta ocasión con una mascarilla barata en nuestra boca, ¿quizás decorada con algún estampado que pretenda reflejar esa personalidad e identidad que nos falta e intentamos constantemente cubrir con cualquier producto de consumo?

Supongamos por un instante que has nacido en la parte privilegiada del mundo, esa de las tres comidas al día, los anuncios en televisión y las marcas comerciales, una realidad muy alejada de las guerras, el hambre crónica, los matrimonios infantiles o las consecuencias de las acciones estadounidense

No hemos cambiado ni un ápice y esto se termina amigos. En el fondo todos sabemos que tras los atentados del 11-S las cosas no volvieron nuca a ser iguales en materia de derechos sociales y libertades, la crisis económica de 2008 nos arrebató nuestro modo de vida y nos obligó a apretarnos el cinturón renunciando a derechos laborales que nunca regresarían y tras todo esto muchas cosas van a cambiar para siempre en nuestras cada día más asfixiantes vidas y ninguna de ellas lo hará previsiblemente para bien. Aunque parezca irreal, Occidente está descomponiéndose ante nuestros pies y nunca el final de toda una civilización es agradable para aquellos que la sufren, especialmente para los perdedores del Imperio derrotado, aquellos que apenas vislumbraron más que una ilusión de sus pingues beneficios.

“Cómo han cambiado irremediablemente nuestras vidas. Siempre es el último día de verano y nos quedamos fuera, en el frío, sin una puerta para volver a entrar. Hemos tenido más oportunidades de revolución social de las que por derecho nos corresponderían, para muchos la vida les pasa de largo mientras viven a todo tren con los réditos de la explotación de trabajo de nuestra clase social. Mientras que otros, a lo largo de nuestras vidas hemos dejado trozos de nuestras esperanzas y nuestras ganas de luchar aquí y allí, y ahora apenas nos queda el suficiente corazón para seguir luchando, pero forzamos una sonrisa, sabiendo que no existe otra salida que seguir en esta constante lucha de clases, derrota tras derrota, hasta la esperada victoria final. Ya no hay apenas movimiento obrero en los estados, ni partidos realmente socialistas en nuestros parlamentos, pero aun así la lucha es parte de nuestra vida. No podemos evitarla, ni esquivarla. Es esa parte vital que realmente no necesito explicarles en estas páginas, ese motivo por el que la sangre les ha hervido lentamente de rabia y frustración mientras llegaban al desenlace de este humilde artículo. Es eso que puede y debería hacerlos despertar ante tanta injusticia.”

De nosotros depende cambiar el desarrollo de los acontecimientos, solo la clase obrera tiene el poder de transformarlo todo para comenzar un nuevo proyecto común. Pero eso, no va a hacerse solo. Y si quieren evitar que de ahora en adelante generación tras generación cometamos los mismos errores, es hora de moverse. Es hora de luchar para cambiar las cosas.

Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/criando-ratas/

Imagen: https://pixabay.com/

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Daniel Seixo

Subdirector de Nueva Revolución. Sociólogo en confección y apasionado por la lectura.