Reflexiones docentes en estado de alarma

Por: Ana Ojea

Si hay una primera idea que acompaña al estado de alarma y su confinamiento es que finalmente tenemos tiempo para reflexionar en esta vorágine hiperactiva en la que se ha convertido nuestra vida.

Como profesora con 20 horas lectivas de la materia Cultura Audiovisual I para 135 alumnes de primero de bachillerato de artes, más una hora de tutoría de mi materia, más dos horas de tutoría LGBTIQA+ para todo mi centro, que ronda los 1.400 alumnes, y la coordinación del Programa de Atención a la Diversidad Sexual, de Identidad de Género y Familiar, mi preocupación fundamental desde que se supo que las actividades lectivas quedaban suspendidas en Galicia, no ha sido cómo voy a continuar con mis clases sino cómo va a afectar esta situación al alumnado cuyo refugio es el instituto.

Porque en lo estrictamente académico no me preocupa en absoluto, tengo dos posibilidades, o utilizar la página web del instituto para publicar las actividades que le quiera proponer a mi alumnado (cuyas instrucciones para la publicación fueron enviadas diligentemente por el equipo directivo del centro antes incluso de saber que no iríamos al centro educativo hoy lunes) o utilizar la vía de comunicación con la que suelo trabajar para enviar notificaciones, temas, actividades, etc… a todo mi alumnado, que es el correo electrónico.

Mi asignatura es digital, lo cual es una ventaja en situaciones como la actual, pero también supone una limitación ya que, si el alumnado no dispone de los medios tecnológicos necesarios en su casa, la situación se complica. Por eso en el aula disponemos de ordenadores para que puedan trabajar, y paliar así las posibles carencias materiales que puedan tener, por lo que, al no poder acceder a ellos, las opciones quedan limitadas.

Pero para eso está nuestra formación y experiencia docentes; para resolver esas cuestiones. Y si el alumnado no dispone de ordenador con editor de vídeo en su casa, pues tendrá la posibilidad de editarlo con una aplicación para el móvil, y si aun así no puede realizar actividades prácticas como grabación y edición de trabajos audiovisuales, podremos enviar enlaces a películas para visualizar y después analizar por escrito.

Respecto al examen que teníamos pendiente del siguiente tema que impartir, ahora aplazado, tendrán que leer estos días el tema en su casa, visualizar los vídeos de ejemplo que íbamos a ver en clase y pueden consultarme vía correo electrónico todas las dudas que les puedan surgir.

En mi caso concreto, la parte formativa es la más fácil de resolver, con el temario digitalizado, imaginación, conexión a internet y correo electrónico se puede prácticamente asegurar la formación en contenidos de mi alumnado, pero nuestro trabajo va mucho más allá.

La labor docente no se limita a facilitar contenidos formativos, y menos aún en tiempos de internet con más de 1.700 millones de páginas webs existentes, según la plataforma de datos Live Stats, sino que nuestra función educativa es la clave fundamental de nuestro trabajo.

El carácter presencial de las enseñanzas regladas se basa fundamentalmente en el contacto humano directo entre docentes y alumnado, para llevar a cabo el proceso de enseñanza y aprendizaje, mirándonos a los ojos, compartiendo conocimientos, interactuando para resolver las situaciones que se van presentando y, como dice la ley educativa, entre otras cosas, contribuyendo al pleno desarrollo de la personalidad y las capacidades del alumnado.

Cuando un alumno me dice que no se siente capaz de realizar una tarea concreta y yo le convenzo para que lo haga y finalmente lo consigue; cuando una alumna plantea una cuestión que yo no había contemplado y eso enriquece la situación de enseñanza-aprendizaje de toda la clase y la mía propia; cuando llegan a clase con cara de agobio porque tienen varios exámenes y les ayudo a relativizar para que se relajen… y un millón de ejemplos más, estamos hablando de educación y eso, no se puede hacer a distancia.

Esta cuestión sumada a la denostación sufrida por nuestra profesión por parte de ciertos sectores o personas como, por ejemplo, las declaraciones del presidente de Castilla-La Mancha sobre que el profesorado queríamos 15 días de vacaciones o la consideración de que la función docente debe focalizarse únicamente en la transmisión de contenidos curriculares, pueden llevar a que las posibles soluciones telemáticas que se vayan desarrollando sirvan de argumento postconfinamiento para promover políticas todavía más agresivas de acoso y derribo a la educación pública, recortando puestos de trabajo docentes y estrangulando aún más a uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad.

Como tutora LGBTIQA+ mi mayor preocupación ahora mismo, como decía al comienzo, no está en poder o no impartir el siempre desmesurado currículo de la materia sino en el alumnado que está recluido no sólo en casa sino también en el armario durante las 24 horas porque vive situaciones de LGBTfobia familiar y no puede desarrollar su personalidad libremente en su casa, ese alumnado que en el instituto no tiene que inventarse una doble vida y que puede amar a quien desee o ser quien sea, sin juicios.

Por ese motivo, la comunicación online con el Grupo de Apoyo al Alumnado LGBTIQA+ que coordino en el instituto también es fundamental y un alivio para cuando necesitan expresarse o desahogarse.

Como en el resto de ámbitos vitales, ahora mismo, pienso que las redes de apoyo, solidaridad, empatía y cuidado que podamos tejer con las demás personas, incluido el alumnado, es el mejor y más necesario trabajo que tenemos por delante, así como la reflexión y aprendizaje que nos puede brindar la ralentización de nuestras vidas.

Veremos en las próximas semanas la evolución de la situación, pero por ahora, como me dijo mi alumnado el viernes al salir, “feliz cuarentena”.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/03/16/reflexiones-docentes-en-estado-de-alarma/

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Escuelas (in)seguras

Por: Ana Ojea

El hecho de que los centros educativos no sean lugares seguros para las personas no heterosexuales o con diversas expresiones o identidades de género es el motivo fundamental por el que no se visibilizan.

La diva de mi adolescencia recibió hace unos días el premio GLAAD “Defensora del cambio” 2019 por su apoyo al colectivo LGBTIQA+ y en su discurso ha dicho que “elegimos el amor y no nos rendiremos”.

Hace 29 años, entre mayo y julio de 1990, me sucedieron varios acontecimientos vitales importantes: fue mi peor curso escolar, superado finalmente con éxito en junio; el premio fue poder asistir al concierto de Madonna ese mes de julio en Vigo y la despatologización de la homosexualidad por la Organización Mundial de la Salud.

Mientras era muy consciente de los dos primeros, no supe hasta años después lo que hoy se conmemora. Aquel 17 de mayo de 1990 ni siquiera imaginaba, a mis 15 años, que pocos meses después empezaría a sentir por una chica una atracción que hasta ese momento se había considerado patológica.

Como cada cual, nos construimos y reconstruimos el relato de nuestras vidas; ahora pienso que era premonitorio que la única cantante de la que he sido fan promoviera la diversidad y la libertad de amar, por lo que no creo que fuera casualidad que me gustara tanto.

Pasadas casi tres décadas, eligiendo el amor como bandera y descartando la rendición como opción, me pregunto si ahora mismo las escuelas son más seguras que cuando cursaba 3º de BUP y empezaban a gustarme las chicas. Y no puedo responder categóricamente que sí.

No puedo afirmar que las escuelas sean seguras porque cada vez que se lo pregunto al alumnado, tanto de mi propio centro como de otros (desde que comenzamos la tutoría LGBT y el grupo de apoyo al alumnado LGBT hemos estado en una docena de centros) responden tajante y unánimemente que no. El hecho de que los centros educativos no sean lugares seguros para las personas no heterosexuales o con diversas expresiones o identidades de género es el motivo fundamental por el que no se visibilizan. Lógico cuando no se sienten protegides ante, por ejemplo, insultos normalizados como “maricón” o “bollera”.

No pienso que las escuelas sean espacios seguros porque conozco profesorado LGBT que tampoco se visibiliza, en muchos casos por miedo al acoso y a la discriminación, no sólo del alumnado sino también del profesorado, de los equipos directivos o de las familias, con un respaldo raquítico o, incluso, nulo por parte de algunas administraciones educativas. Y muchas de las profesoras y profesores que sí nos visibilizamos tenemos que luchar contra los prejuicios de las comunidades educativas, contra su LGBTfobia.

Tenemos que enfrentarnos a situaciones en las que nos dicen que la orientación sexual es como la religión, que debe ser algo personal y doméstico, cuando yo no conozco a ningún docente que deje en casa su heterosexualidad. O que cuando se desarrollan programas de atención a la diversidad afectivo-sexual y de género en los centros educativos y se realizan actividades de visibilización, se considera “sobredimensionada” la cuestión. Así que mientras nos escondamos todo va bien, pero cuando dejamos de escondernos, nos sobredimensionamos. Quizás hay quien considera que la política más adecuada para los centros educativos sea la misma que la vigente hasta 2010 (afortunadamente derogada por Obama) en el ejército norteamericano de: “No preguntes, no digas”.

Tampoco creo que los centros educativos sean seguros cuando hay docentes que sufren todo tipo de trabas por parte de los claustros o de los equipos directivos para tratar de impedir que trabajen la diversidad afectivo-sexual. Utilizando excusas absurdas o aplazando siempre las actividades propuestas, en nombre de ese mantra tan repetido de “en este centro no hay ningún problema, aquí no existe la discriminación”. ¿Qué tal si le pregunta a su alumnado?
No soy pedagoga pero la estrategia mal atribuida a los avestruces de esconder la cabeza no creo que sea muy educativa (ni efectiva).

Conozco, yo misma lo hago, profesorado que literalmente nos “acorazamos” con todas las leyes vigentes que amparan nuestro trabajo por la diversidad afectivo-sexual y de género y aún así hay quienes lo rechazan o lo cuestionan por “innecesario”. Incluso hay a quienes les falta un repaso a las leyes educativas en vigor porque discuten nuestra labor como educadores y educadoras y consideran que nuestro trabajo consiste únicamente en “enseñar”, contenidos curriculares, claro está.

No considero que las escuelas sean seguras cuando el 32% de docentes de un centro educativo votan en contra de su incorporación al proyecto de Red de Escuelas Seguras promovido por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) y con el sello de la Secretaría de Estado de Servicios Sociales e Igualdad del Ministerio de Sanidad, Servicios sociales e Igualdad del Gobierno de España. Y el 16% no se pronuncian, lo que me recuerda dolorosamente a la frase del Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel: “La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima”.

Tampoco trabajamos en espacios seguros, ni docentes ni estudiantes, cuando la LGBTfobia sigue campando a sus anchas en la sociedad y en las propias familias, como un padre que ha dicho textualmente de mí que “no sabe quién cojones permite que una puta lesbiana sea profesora”. O el progenitor de una alumna que culpa a su madre de que su hija sea lesbiana. O el tío de otra alumna que le dice que le gustan las chicas porque tiene carencia de un padre. O el tío de un alumno que le decía a su madre que por dejarle estudiar música le iba a “salir maricón”.

Hace pocos días la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) denunciaba que España dejaba de estar entre los 10 países europeos más respetuosos con los derechos del colectivo LGBT.

Tal y como explica la propia Federación, “este descenso, según apunta ILGA Europa en su informe publicado con motivo del Día Internacional contra la LGTBIfobia (17 de mayo), se debe a la falta de una legislación que garantice los derechos de las personas LGTBI en todo el territorio estatal. Y es que, tal y como ha recogido esta organización internacional, algunos aspectos fundamentales como la prohibición de las terapias de reconversión, la creación de políticas para el fomento del empleo de las personas trans o el establecimiento de medidas para erradicar la discriminación contra el colectivo en los ámbitos sanitarios o educativos sólo están aprobados en determinadas autonomías”.

Por tanto, pienso que aunque afortunadamente hay algunas escuelas bastante seguras, estamos todavía lejos de que todos los centros educativos, desde educación infantil hasta las universidades, sean espacios totalmente seguros y libres de LGBTfobia.

Y mientras educamos para conseguir ese objetivo, seguiremos cantando “Express Yourself”, bailando “Vogue” y eligiendo el amor sin rendirnos.

Fuente e imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/05/17/escuelas-inseguras/

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Cómo ser una profesora lesbiana visible y disfrutar en el intento

Nuestra cultura heterosexista ha generado la idea de que las mujeres lesbianas no podemos ser felices y esa idea hay que desterrarla de una vez por todas.

Por Ana Ojea

Tomando como referencia el título de la novela de Carmen Rico-Godoy Cómo ser una mujer y no morir en el intento he sustituido ese “no morir” por disfrutar, ya que generalmente las lesbianas es lo que hacemos: disfrutar.

Disfrutamos de nuestra sexualidad, de nuestros afectos, de nuestras experiencias vitales… también sufrimos, claro, ¡somos humanas! Quizás pueda llamar la atención, pero aún a día de hoy es importante recordar esas facetas placenteras de nuestras vidas porque nuestra cultura ha construido un estereotipo para nosotras, que poco o nada tiene que ver con el disfrute; de hecho, la mayoría de las ficciones lésbicas tradicionalmente terminaban en muerte, en locura o en cualquier otro trágico final. Nuestra cultura heterosexista ha generado la idea de que las mujeres lesbianas no podemos ser felices y esa idea hay que desterrarla de una vez por todas, en todos los ámbitos pero, por supuesto, también en las aulas.

Para comenzar a erradicar los estereotipos negativos y prejuicios sobre las lesbianas, para neutralizar el estigma que se nos atribuye y desactivar el tabú -que se refleja en detalles tan sutiles como bajar el tono de voz cuando se pronuncia la palabra lesbiana, haced la prueba-, es imprescindible la visibilidad. De ahí proviene la necesidad y la importancia de un día como hoy, 26 de abril, para la visibilidad lésbica.

La invisibilidad de las lesbianas es la estrategia por excelencia de la lesbofobia, la no-representación es la forma tradicional de representación del lesbianismo y esa invisibilidad desactiva toda posibilidad de existencia ya que sólo lo que se ve, existe, sólo lo que se nombra, existe. Pero, como dice Beatriz Gimeno en su lúcido libro La construcción de la lesbiana perversa, invisibilizando a las lesbianas, no sólo se niega nuestra existencia, sino que desaparecen, al mismo tiempo, las posibilidades de resistencia a la lesbofobia.

Ser visible ha cambiado mi vida laboral. Aunque he sido visible en el resto de ámbitos vitales, he tardado 16 años de docencia en decir en un aula: “Soy lesbiana”, y aunque no pretendo flagelarme por mi tardanza, ya que la asumo como un proceso vital que ha seguido su propio ritmo, a veces una vocecilla interior me reprocha mi lentitud ya que he perdido un tiempo precioso en el que podría haber disfrutado de este cambio tan positivo para mí misma, para mi alumnado y para el día a día en mi trabajo.

Antes de aquel comienzo del curso 2015-2016 en el que el primer día de clase les dije a mis 140 alumnes de Cultura Audiovisual en 1º de Bachillerato de Artes, que estaba casada con mi mujer; antes de tomar esa decisión, que hizo que me temblaran las piernas en aquel momento pero que después reforzó todos mis cimientos como profesora y apuntaló mi autoestima, mi invisibilidad laboral cotidiana consistía en no hablar de mi vida personal con casi nadie, ni con el resto del profesorado ni mucho menos, con el alumnado. Nunca me había inventado una doble vida, un novio o marido, pero no hablaba de ello, o sólo hablaba en primera persona del singular, por lo que durante 16 años parecía no tener pareja, cuando no era así. Todas mis compañeras y compañeros heterosexuales hablaban libremente de sus parejas, incluso algunxs casi no hablan de otra cosa; sin embargo, yo seguía silenciando mi vida personal.

Ese silencio era lesbofobia, el silencio es el armario, ese mecanismo de control y opresión del sistema heteronormativo que nos somete a una invisibilidad que se termina asimilando en forma de lesbofobia interiorizada que mina nuestra autoestima, infravalora nuestras relaciones de pareja y nos asfixia poco a poco mientras nos auto engañamos con una falsa idea de protección.

Pero es un espejismo. El armario no protege de la lesbofobia, el armario es la materialización directa de esa lesbofobia que construye todos los prejuicios que tememos reproducir. Nuestro silencio, el armario, alimenta el tabú y reafirma los estereotipos heterosexistas, además de confirmar la presunción de heterosexualidad que campa a sus anchas en la vida, en general y en los centros educativos, en particular.

Por tanto, sólo desde la visibilidad podemos desactivar esa carga negativa y demostrar que los prejuicios son erróneos y, de ese modo, podremos generar referentes positivos y reales para nuestro alumnado.

Es necesario superar ese miedo. Por nosotras mismas, para dignificar nuestra propia existencia y por la responsabilidad que tenemos respecto a nuestro alumnado, sobre todo hacia nuestras alumnas lesbianas que están viviendo lo mismo o probablemente situaciones mucho más difíciles y en edades infinitamente más complicadas.

Los beneficios de ser una profesora lesbiana visible son todos, como dice mi alumna María, “libera mucho vivir sin la máscara”. Ahora no tengo que preocuparme por cruzarme con mi alumnado por la calle si voy cogida de la mano de mi mujer, ya no tengo que hablar en primera persona del singular, puedo comentar anécdotas cotidianas o domésticas con mi alumnado o mis compañeres, con la misma naturalidad que la que lo hacen ellos y ellas, en resumen, mi vida es mucho más relajada y eso se traduce en felicidad, en orgullosa felicidad.

Pero no sólo los beneficios se encuentran en lo cotidiano, sino que mi visibilidad como profesora lesbiana me ha permitido avanzar un paso más: ejercer esa resistencia a la lesbofobia y desarrollar una labor en defensa de los derechos humanos en mi instituto y de lucha contra la discriminación y el acoso LGTBfóbicos. De ese modo, junto a mis compañeras del Equipo de Igualdad y Diversidad del IES Politécnico de Vigo llevamos un año desarrollando un Programa de Atención a la Diversidad LGTB y el consejo escolar del instituto aprobó recientemente mi nuevo cargo de Tutora LTGBIQA+ del centro.

Cuando comencé a pensar en este artículo, le pregunté al alumnado que pertenece al grupo de apoyo LGTB que hemos creado en el instituto, qué había supuesto para ellxs el haber tenido una profesora lesbiana visible.

Para Peter, que está en 3º de ESO: “Tener una profesora tan visible como ella me ha ayudado a sentir menos miedo por abrirme, por salir del armario”.

Según me ha escrito mi ex alumna Antía: “Las consecuencias positivas de haber tenido una profesora del colectivo visible fueron innumerables, pero las más importantes fueron quizá las siguientes:

  1. Saber a quién recurrir cuando hay algún problema relacionado con el tema.
  2. Ayuda al feedback y a un buen conocimiento de alumno-profesor.
  3. Ayuda a visibilizar el colectivo y a eliminar prejuicios y acoso/abuso y demás en las aulas.
  4. Ayuda a poder ser una misma en plenitud sin esconderse y ser respetada.

Ha marcado un antes y un después el haberte tenido como profesora. Pues cuando dije que era bisexual en clase era la primera vez también que salía del armario a lo grande y me sentí arropada, podía hablar con libertad sin ser juzgada y eso me ayudo indudablemente a conocerme mejor a mí misma. Si no fuese por eso, creo que a día de hoy seguiría escondiéndome y negándome a mí misma”.

Poco puedo añadir, salvo un llamamiento al profesorado LGTBI: rompamos los armarios en la docencia y dignifiquemos orgullosamente esta profesión.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/26/como-ser-una-profesora-lesbiana-visible-y-disfrutar-en-el-intento/

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¡Vamos a desmontar prejuicios, trá-la-rá!

Por: Ana Ojea

Mientras el trabajo por la diversidad siga siendo anecdótico y restringido a unos pocos centros no podremos de verdad hacer frente a la violación de los derechos humanos que supone la LGTBfobia.

Los prejuicios LGTBfóbicos, como buen producto heteropatriarcal, tienen la perversa facultad de replicarse destructivamente, en una multiplicación viral que nos va consumiendo poco a poco, en una homofobia, tanto externa como interna, que nos convierte en una sombra de lo que realmente somos o podemos llegar a ser y sólo podemos salvarnos de ellos con una efectiva vacuna.

Para conseguir la vacuna necesitamos desmontar los prejuicios que nos impiden visibilizarnos como docentes LGTB, o como docentes aliados, para poder incluir de forma efectiva y real la diversidad afectivo-sexual y de género en nuestra práctica docente diaria. Porque mientras el trabajo por la diversidad siga siendo anecdótico y restringido a unos pocos centros donde nuestra voluntariedad consigue pequeños logros, oasis en medio del gran desierto del sistema educativo, no podremos de verdad hacer frente a la violación de los derechos humanos que supone la LGTBfobia y muches docentes y muchísimes más alumnes, seguirán sufriendo.

Mis principales antígenos para esta vacuna fueron los siguientes:

Prejuicio número 1: ¿Por qué tengo que visibilizarme si les heterosexuales no lo hacen? ¡Qué injusticia!

Pues sí, es así, y cuanto antes se asuma, mejor. El tener que visibilizarnos es una prueba de homofobia, es uno de los peajes que tenemos que pagar por no ser heterosexuales, es una injusticia, por supuesto, pero más injusto y sobre todo, más dañino es tener que esconderse de por vida. Este es el principal prejuicio que debemos desterrar, y uno de los más difíciles porque supone librarse de uno de los autoengaños más efectivos, el de la supuesta comodidad o facilidad para nuestras vidas si nos mantenemos invisibles.

Prejuicio número 2: Voy al instituto/escuela/facultad a dar clase, no a hablar de mi vida privada.

Otro prejuicio muy común, casi tanto o más que el anterior. Para el que la respuesta más obvia ya la escribió la histórica feminista Kate Millet, por la década de 1970, y es que “lo personal es político”. No se puede desligar, somos lo que somos en todos los ámbitos y el cómo somos y el cómo defendemos, o no, lo que somos, es personal pero
también afectará a nuestro entorno. En las aulas estamos constantemente transmitiendo construcciones de pensamiento, significados y creencias que configuran y determinan las relaciones sociales. Transmitimos todo un sistema de pensamiento, un curriculum oculto. No sólo transmitimos conocimientos.

Por ello, la educación nunca es neutral. Cuando no nos visibilizamos como docentes LGTB, cuando callamos, estamos enseñando miedo y vergüenza y ese será el referente que estará asimilando nuestro alumnado. Por tanto debemos tomar una importante decisión: ser un referente de miedo o un referente de valentía.

Prejuicio número 3: No me visibilizo porque no quiero que nadie piense que me puede atraer mi alumnado (sobre todo con alumnado menor de edad).

De entrada podría decir que este prejuicio es una solemne estupidez pero lamentablemente, hace mucho más daño y se le tiene mucho más miedo del que podría pensarse. Hay que decirlo alto y claro, a modo de mantra, si se tiene
interiorizado este prejuicio: la homosexualidad y la pedofilia son cosas totalmente diferentes y no existe ninguna base real que sustente la relación entre ambas. Sí existe, en todo caso, un imaginario colectivo que se ha construido para descalificar y agredir a las personas LGTB de modo totalmente cruel e irracional. Para empoderarse, librarse
de dicho prejuicio y desterrar el miedo, repetir el mantra varias veces al día hasta exorcizar semejante barbaridad.

Prejuicio número 4: No me visibilizo porque no quiero que me acusen de incitar a la homosexualidad.

Este prejuicio es similar al anterior, la ecuación conocimiento=incitación es una falacia absurda y sin sentido, pero ahí está, presente en el inconsciente colectivo. Bien, por supuesto, el conocer las cosas, el saber que existen múltiples  posibilidades de afectos, deseos y géneros, no incita a nada salvo a que cada persona pueda encontrar el camino que más feliz le haga, entre todas las alternativas posibles. Nada más, es así de simple. No hay incitación alguna, del mismo modo, que si se asiste a una charla sobre drogas no se incita al consumo de drogas, ni dar a conocer el pasado bélico europeo incita a la guerra. Conocer la diversidad humana enriquece nuestro conocimiento, no conocerla, nos convierte en personas ignorantes, de mente cerrada y tendremos mayor probabilidad de seguir perpetuando los prejuicios LGTBfóbicos y, con ellos, el sufrimiento de muchas personas.

Prejuicio número 5: No me visibilizo porque no quiero sufrir LGTBfobia en mi centro de trabajo.

El antígeno contra este miedo no es otro que una dosis generosa de empoderamiento, para ello, ayuda mucho acercarse a asociaciones que defienden nuestros derechos, al activismo LGTB, rodearse de personas que ya lo han superado y fortalecer la autoestima para defender la propia dignidad y el derecho humano a amar y desear en
libertad y con orgullo. Como docentes tenemos mucha más capacidad para poder luchar contra la discriminación que el alumnado, nos guste más o menos, tenemos cierta “autoridad” que nos permite utilizarla precisamente para luchar contra la discriminación y el acoso, tanto el que nos pueda afectar directamente como el que pueda sufrir nuestro alumnado. Por tanto, empoderamiento, redes de apoyo mutuo y a por ello, ¡sin miedo!.

Prejuicio número 6: No trabajo la diversidad afectivo sexual y de género en el aula porque no quiero que piensen que soy LGTB.

La discriminación por razón de orientación sexual o identidad de género tiene esta particularidad, el contagio del estigma y puede afectar tanto a profesorado como a alumnado. Es más habitual entre el alumnado y tiene que ver con la necesidad de pertenencia al grupo, el miedo a ser diferente, cuestiones sensibles, como sabemos, a
determinadas edades pero como adultes ya deberíamos tener superadas esas cuestiones. Como este prejuicio influye sobre todo al profesorado aliado, os pido, por favor, que no dejéis que os afecte, que os necesitamos y que vuestro alumnado os necesita. No es necesario ser parte del problema para formar parte de la solución porque tenemos la capacidad humana de la empatía.

Si no nos vacunamos, y ahora que comienza el curso es un momento perfecto, no podremos nunca decir que somos una sociedad evolucionada, seremos una sociedad estancada o incluso retrógrada ya que no podremos progresar nunca si no atendemos, si no respetamos y si no aceptamos plenamente la diversidad afectivo-sexual y de género en la educación formal.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/09/17/vamos-a-desmontar-prejuicios-tra-la-ra/

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Pedagogía de la revuelta (o cómo educar en el orgullo)

Por: Ana Ojea

El 28 de junio de 1969 marcó un antes y un después en la lucha por los derechos civiles de las personas situadas al margen de la cisheteronorma, esa noche comenzó la revuelta de Stonewall.

En aquel local de ambiente del Greenwich Village neoyorkino, regentado por la Mafia y frecuentado por travestis, trans*, lesbianas y gais, estaban hartas de las reiteradas redadas, de las detenciones a travestis y trans* por no llevar un número mínimo de prendas de vestir “acordes a su género” (como imponía el código Penal del Estado de New York), tan hartas de los insultos, las humillaciones, las amenazas y los golpes, que se revelaron, se revolvieron contra la policía y comenzó una revuelta que se prolongó durante días.

Dicha revuelta fue el momento histórico en el que las personas no heterosexuales comenzamos a luchar por recuperar nuestra dignidad, para poder vivir sin miedo ni vergüenza, por eso se denomina Día del Orgullo y todo comenzó con una revuelta contra la policía.

Pero como bien sabemos, la historia la escriben los vencedores, incluso en los movimientos sociales y éstos no están exentos de prejuicios y privilegios, de ahí que durante décadas (incluso hoy en día en algunos ámbitos) se le denominara “Orgullo Gay” en una suerte de monopolización de la reivindicación por el sector más privilegiado del colectivo, es decir, los hombres cisgénero (cuya identidad de género coincide con el género asignado al nacer), homosexuales, blancos, sin pluma (cuya expresión de género coincide con la asociada culturalmente al género masculino) y de clase socioeconómica media/alta.

Pero hubo muchas mujeres cuyo papel resultó clave en el inicio de la revuelta y que han sido invisibilizadas. Concretamente cuatro mujeres que sufrieron no sólo la discriminación social y policial, sino que dentro del propio colectivo eran las más denostadas por confluir en ellas múltiples opresiones, fueron Marsha P. Johnson, mujer transgénero afroamericana; Sylvia Rivera, mujer trans que vivió en la calle durante largas temporadas; Miss Mayor Griffin-Gracy, mujer transexual negra, única que continua viva y Stormé DeLarverie, hija de afroamericana y lesbiana butch, conocida como la “Rosa Parks de la comunidad LGTB” y que, según algunas versiones de los hechos, luchando contra la policía fue golpeada en la barbilla con una porra y ese incidente precipitó la revuelta.

En este punto nos encontramos con dos elementos fundamentales de esta antiacadémica pedagogía de la revuelta, que debemos recordar y llevar a las aulas si pretendemos ejercitar un modelo educativo orgulloso y crítico.
Por un lado, la rebelión, la capacidad humana de revelarse ante la injusticia. En estos tiempos oscuros de leyes mordaza, es necesaria la reactivación del “espíritu de revuelta” como alternativa al “nuevo orden mundial”, como dice Julia Kristeva en su libro “El porvenir de una revuelta”: “la apuesta por el porvenir de una utopía que sería el pensamiento como revuelta permanente”. Rescatar de la inacción al sistema educativo, de ese espejismo de neutralidad y despolitización en el que simula asentarse… En definitiva, valorar y fomentar la capacidad de nuestro alumnado para luchar, para revolverse ante la discriminación, para la acción directa frente a los abusos del poder.

Este espíritu de revuelta contrasta con la mercantilización actual de la celebración institucional del orgullo, donde capitalismo, privilegio y sexismo, desfilan de la mano desactivando así su origen subversivo. Celebraciones organizadas por grupos empresariales que no se sonrojan, por ejemplo, ante el ejercicio claro de pinkwashing que supone invitar a la cantante Netta a una fiesta privada que tendrá lugar en las fiestas del Orgullo de Madrid y que son cuestionadas por numerosos colectivos críticos que luchan cada año por no olvidarse del origen del movimiento LGTB y, de forma lúdica también, por qué no, siguen luchando año tras año contra toda discriminación por razón de orientación sexual e identidad de género.

Por otro lado, la necesidad urgente de recuperar la historia silenciada de las mujeres protagonistas de uno de los movimientos por los derechos civiles más importantes del siglo XX, como es el movimiento LGTB. Debemos recordarlo para poner en valor el poder de las mujeres como fuerza propulsora de la lucha, de la revuelta, en un momento histórico en el que se está de nuevo fomentando un modelo de mujer normativa tradicional, donde los géneros se están reforzando en su bipolaridad heteronormativa de machos violentos y mujeres delicadas, en ocasiones, de forma más virulenta que hace unas décadas. Y quienes trabajamos con adolescentes, lo vivimos a diario.

En ese resurgimiento obsesivo por fomentar la normatividad de género en la infancia, con juguetes profundamente sexistas, llevando la obsesión por los colores azul y rosa hasta el paroxismo, fomentando de forma compulsiva ese “princesismo” entre las niñas que continúa reproduciendo y perpetuando actitudes pasivas, sumisas, contenidas, donde las niñas siguen siendo reprimidas si corren demasiado, si se mueven demasiado, si se expresan demasiado, si se ensucian demasiado. En este momento de manadas y de evidencia generalizada de que la violencia sistémica contra las mujeres es un problema de extrema gravedad, donde urge educar en la autodefensa feminista más que en la sumisión femenina normativa, es imprescindible recuperar modelos de mujeres fuertes, que rompían toda norma de género mientras, por qué no, rompían también alguna cara.

Porque esas mujeres valientes que, junto a otras mujeres negras, mujeres trans, mujeres lesbianas, mujeres prostitutas, mujeres sin techo, mujeres que dinamitaban con su existencia el sistema cisheteropatriarcal, dieron el paso al frente necesario para que las lesbianas, gais, trans*, bisexuales de hoy en día podamos salir a la calle durante todo el año, orgullosas de quienes somos, de nuestros afectos y de nuestros deseos y podamos seguir luchando en la calle, en nuestros puestos de trabajo, en las aulas, por el orgullo de ser.

Imagen: http://eldiariodelaeducacion.com/wp-content/uploads/2018/06/marsha.png

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/06/28/pedagogia-dela-revuelta-o-como-educar-en-el-orgullo/

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