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¡Llevar la fiesta en paz! Educación y conflicto

Por: Carlos Aldana

Como educadores, ¿cuál es nuestra relación con los conflictos?, ¿cómo conectamos a nuestros estudiantes con ellos?

Es innegable que para “llevar la fiesta en paz”, muchísimos hombres y mujeres dedicadas a educar a otros, prefieren evitar lo más posible que se pueda el surgimiento y vivencia de conflictos. Principalmente, si esos conflictos ocurren en el interior de la institución escolar. No saben, o no quieren aceptar, que cuando aparece el conflicto es porque el conflicto ya estaba incubado.

Para “llevar la fiesta en paz”, la relación entre educación y conflicto ha sido de invisibilización. Es decir, se oculta la existencia de problemas o contradicciones que pueden pesar seriamente en la construcción de relaciones entre quienes se educan. Se niega la conflictividad, con lo cual se sume al aula y la institución escolares como lugares asépticos. Pero también se niega el conflicto cuando no hay disposición para los diálogos difíciles pero necesarios. O cuando se prefieren las soluciones falsas y superficiales.

Cuando en el aula se prefiere callar, o “pasar rápidamente la página”, entonces niños, niñas y jóvenes van interpretando al conflicto como algo que no debe existir o que debe evitarse de manera automática. Peor todavía, van aprendiendo que con el silencio se superan más fácilmente las cosas. Enfrentar situaciones difíciles no es asumido, entonces, como un importante y potente aprendizaje que vale la pena potenciar.

La pedagogía ha caminado de la invisibilización a la negación del conflicto en la construcción social. De la ausencia de postulados y posiciones conscientes y profundas sobre cómo educar desde y para el conflicto, la pedagogía ha llegado al punto de pretender que los conflictos dañan las relaciones, que son destructivos en todo sentido y, por tanto, se necesita vivir sin ellos. Por eso, es muy poco la propuesta para crear espacios de auténtico diálogo y escucha, espacios para la expresión libre y personal; para dejar a un lado las apariencias y alcanzar las esencias desde las que se construyen las relaciones al interior de la comunidad educativa.

El miedo a la voz de la autoridad, el ejercicio autoritario de la docencia, la verticalidad en la toma de decisiones, el desprecio a la diversidad, son elementos de invisibilización y negación de la conflictividad humana, con lo cual se impide que la educación transforme la vida planetaria. Por eso, aunque a veces parezca una actitud ingenua y bien intencionada, rehuir a los conflictos en el entorno educativo es una útil herramienta política para el adormecimiento y la acriticidad que alimentan el ejercicio de poder en el mundo de hoy. ¿Cómo formar ciudadanos críticos y comprometidos en luchas reales, si desde la niñez negamos y destruimos capacidades para encarar y enfrentar conflictos? ¿Cómo podemos educar para transformar el mundo, negando la conflictividad como uno de sus motores de cambio?

Se trata de que reconozcamos -y aceptemos plenamente- que el conflicto no solo es parte de nuestra vida, sino que nos permite avanzar hacia la plenitud. Esto nos debe llevar al esfuerzo pedagógico de educar desde y para el conflicto.

Educamos desde el conflicto cuando las situaciones difíciles que vivimos son fuente de aprendizajes relacionales y de todo tipo. Educamos para el conflicto cuando desarrollamos, desde una intencionalidad muy clara, aprendizajes para saber qué hacer, cómo vivir, cómo afrontar las situaciones difíciles en la vida.

En países que hemos vivido conflictos internos cargados de miles de violaciones de derechos humanos (¿cuáles no?), es más que urgente una pedagogía de la denuncia, de la voz alzada, de las contradicciones, porque el silenciamiento y el miedo se han instalado con más fuerza. Y pueden ser parte de una siguiente fase perversa del mismo conflicto estructural que causó el enfrentamiento.

Para que la educación sea una auténtica fiesta (y no solo una falsa “fiesta en paz”), necesitamos de los ratos colorados cuando asumimos y enfrentamos conflictos. Para crecer y desarrollarnos, eso es mucho más útil que los cientos de ratos grises de una vida escolar que rehúye a la conflictividad. Esas que nos hace humanos y en la que aprendemos a ser sujetos políticos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/05/24/llevar-la-fiesta-en-paz-educacion-y-conflicto/

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La educación para descubrir al macho que llevamos dentro

Por: Carlos Aldana

Descubrir el macho que llevamos dentro es asumir, con alegría y novedad, las formas de relaciones y de ejercicio de poder que nos han sido negadas.

Los hombres hemos aprendido a conocer, sentir y vivir en el mundo desde el privilegio que nos ofrece nuestra propia condición biológica. Ser hombres nos ha brindado condiciones favorables (pero desiguales) en relación con las mujeres. Este privilegio nos ha impedido descubrir la injusticia de una vida patriarcal y nos ha deformado.
Todo hecho educativo tiene que representar descubrimientos de todo tipo. Siempre educar(nos) será hacernos descubridores. Por eso, postulo que llegar a sentir el macho que llevamos dentro constituye uno de esos descubrimientos maravillosos, aunque cargado de dolores, penas y vergüenzas, y lleno de relatos personales que no pueden negarse.
Este es un descubrimiento liberador, que nos abre ventanas a nuevas realidades, a relaciones novedosas, a quitarnos cargas. Aunque puede llenarnos de culpas y remordimientos, descubrir el macho que llevamos dentro es asumir, con alegría y novedad, las formas de relaciones y de ejercicio de poder que nos han sido negadas.
Insisto en que el descubrimiento de una atadura tan fuerte y tan ceñida, como es el patriarcado cuando lo llevamos muy adentro, empieza por el reconocimiento de los privilegios por ser hombres. También es el reconocimiento de que, hasta determinada edad y punto de nuestra vida, hemos sido parte de un sistema de influencias que pretende, precisamente, la introyección de esos rasgos machistas que ayudan, desde la cultura, a configurar el patriarcado, como una visión de poder económico, social y político. Sin embargo, acentúo “hasta determinada edad y punto de nuestra vida”, porque la educación también llega a representar una exigencia de responsabilidad y de transformación. Qué fácil y cómodo sería culpar siempre al sistema, a la sociedad, a nuestra madre o nuestra familia de lo macho que somos, cuando ya hemos descubierto los rasgos, las implicaciones, los efectos y otras variables que permiten la existencia del patriarcado. En la medida que nos sintamos más protagonistas de nuestra vida -y por tanto de nuestro propio proceso educador-, en esa medida descubrir el patriarcado en nuestra esfera íntima y personal, ya es una responsabilidad innegable. Sin excusas o justificaciones.
Una educación para el siglo XXI pasa por reconocer, descubrir, superar, transformar o destruir el patriarcado, en todas nuestras sociedades, ese que no nos deja construir un mundo mejor, donde hombres y mujeres seamos compañeros en igualdad de poder. Implica el cambio serio de estructuras y políticas, de prácticas institucionales, de modificación profunda de las relaciones de poder establecidas entre y para hombres y mujeres. Esta lucha, además, se compone de esas transformaciones en visiones, actitudes, interacciones, comportamientos y otros componentes culturales (como la simbología) que, en el día a día, representan la forma más potente y sutil de incorporar el patriarcado a través del machismo. Recordemos que el machismo constituye una cultura y el patriarcado un sistema que es producto y causa de esa cultura.
En países como los latinoamericanos, la educación como lucha para cambiar las condiciones injustas y excluyentes pasa por la transformación seria y permanente de las relaciones de poder en las cuales las mujeres (y toda expresión de diversidad en orientación e identidad sexual) son asumidas para y desde la subalteridad. Ese privilegio, que no pedimos pero que tampoco rechazamos los hombres, es el punto de partida para una educación que transforme el ejercicio de poder. Esta es una lucha compañera de la lucha contra las estructuras económicas globalizadas y acomodadas a los ejes de poder. Pretender una vida digna para pueblos enteros es también pretender la transformación de las condiciones de vida de las mujeres en esos pueblos, pues es en ellas que todas las variables de exclusión se agudizan.
Empecemos, pues, por educar(nos) para hacer este difícil, complejo pero maravilloso descubrimiento, que es la puerta de entrada para cambios personales, pero también colectivos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/09/la-educacion-para-descubrir-al-macho-que-llevamos-dentro/

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El cuerpo, territorio de la educación

Por: Carlos Aldana

El territorio en el que construimos nuestras luchas más importantes y significativas, en el que aprendemos a sentir vocación por lo humano, es nuestro cuerpo. Allí educamos, y nos educamos.

Parece algo innecesario de afirmar, pero la obviedad niega la realidad. En la práctica concreta, sobre todo de una educación tradicionalista y cerrada a las visiones más integrales sobre lo humano y la vida, resulta que educar es un hecho que tiene lugar en la dimensión cognitiva. Y nada más.

Pareciera que solo con el discurso, las reflexiones, el estudio, el análisis o la memorización podemos y debemos construir mentalidades, actitudes, valores y aprendizajes. Y así vamos por la vida, olvidando que más que tener un cuerpo, somos un cuerpo. Somos corporalidad y en ella se ubican todas nuestras capacidades. El cuerpo es nuestro territorio y es allí donde la lucha por la dignidad, los derechos humanos y una vida plena se hacen concreta, se construye.

La educación ocurre en el cuerpo, no solo en la mente o el pensamiento. Así, es tan fundamental, como el alcance de capacidades analíticas y reflexivas, el desarrollo de capacidades tan cruciales pero tan invisibles como la construcción de una autoimagen sana y armónica, no esclava de las consideraciones estéticas que nos impone un mundo comercial perverso. Tan crucial es la consideración y alcance de la salud integral, del desarrollo pleno a través de la actividad física, del entretenimiento y la recreación, de la conexión con el mundo natural, de la nutrición para la plenitud, de la alegría que emana, se siente y se edifica en nuestros procesos biológicos. Esos mismos que en una educación plena e integral trascienden la biología para convertirse en mente, conciencia y postura política o social ante el mundo en que vivimos.

En la medida que tenemos plena comprensión de que la educación ocurre en el cuerpo (y no solo en la dimensión cognitiva), en esa medida también podemos empezar a asumir que en el aula, la corporalidad de quienes aprendemos es el punto de partida para construir dignidad. Por tanto, para educar. Es ahí donde, también desde una visión más crítica, se encuentra el origen de los irrespetos descarados o sutiles que han hecho de la escuela un lugar de sufrimiento para niños, niñas y jóvenes. La formación docente no puede reducirse a la consideración cognitiva del enfoque de derechos humanos en los procesos educativos sin lanzar una mirada que devele lo que sucede con la corporalidad de quienes son parte del proceso educativo. ¿Se respeta las condiciones o rasgos propios de cada persona?, ¿se toma en cuenta las circunstancias de salud, de autoestima, de indiferencia ante la propia salud?, ¿existe tolerancia cero a las burlas sutiles que se hacen a las personas por sus rasgos físicos?, ¿aparece el sexismo basado en la corporalidad diferenciada?

Y que quede claro: la atención corporal o física en educación, como una inquietud pedagógica, no se concentra exclusivamente en el ámbito individualista. Debe surgir desde las consideraciones sociológicas y políticas propias de una visión educativa que asume que educar es transformar estructuralmente el mundo. En países de graves violaciones a los derechos humanos, una educación que no tome en cuenta cuánto, cómo y por qué se abusa de la corporalidad de hombres y mujeres, principalmente la de ellas, es una educación que se reduce al discurso que cambia cosas para no cambiar el enfoque. Que no transforma desde el cambio profundo que mueve políticamente a las personas en búsqueda de reivindicar su derecho a protagonizar la vida.

Las palabras, las metodologías, los recursos, y hasta las grandes políticas públicas de inclusión, dignidad y respeto absoluto de los derechos humanos pueden aplastarse frente a un paredón infranqueable que es la convicción profunda de quienes se educan. Ese paredón puede estar construido por el sufrimiento, el dolor y la memoria de tantos abusos, claros o sutiles, relacionados con la corporalidad.

El territorio en el que construimos nuestras luchas más importantes y significativas, en el que aprendemos a sentir vocación por lo humano, es nuestro cuerpo. Allí educamos, y nos educamos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/02/22/cuerpo-territorio-la-educacion/

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La educatividad de lo cotidiano

Por: Carlos Aldana

Es en las microrealidades de la vida cotidiana donde se encuentra la enorme fuente de educación. Es en la vida cotidiana donde nos educamos, donde aprendemos a transformarnos.

No es la clase, no es el contenido, ni siquiera el método o la técnica. Lo que educa, en el sentido de crear transformaciones intelectuales, actitudinales o emocionales, es el conjunto de pequeñas situaciones que vivimos en el día a día. Educamos desde el intercambio entre personas.

Educatividad es un viejo concepto, poco discutido en la actualidad, pero que vale la pena tener presente por su gigantesca presencia en la vida pedagógica. Se refiere a la capacidad de educar. Es decir, a la capacidad de influir que puede tener una persona o un elemento no humano (pero que siempre está mediado por la mano humana, por ejemplo, la capacidad transformadora de un libro, un vídeo o una canción de Serrat).

Desde una perspectiva muy tradicionalista, este concepto fue asignado exclusivamente a docentes (o maestros, o enseñantes, o profesores, etcétera) y se fue dejando de comprenderlo o ubicarlo en dos ámbitos. En primer lugar, el de las personas que influyen, que cambian a los demás, que generan transformaciones, que educan, pero fuera de la institución escolar. Y en segundo plano, se dejó de comprender que, hechos, factores, elementos, objetos o situaciones (sin intencionalidad educativa desde alguna persona), también causan influencias y cambios que pueden llamarse educativos. En otras palabras, la educatividad de la vida en su conjunto.

Y, como consecuencia, dejamos de comprender y convencernos de que en las microrealidades de la vida cotidiana se encuentra la enorme fuente de educación, esa que todos los días la tenemos a la mano y no es motivo de reflexiones, diseños o análisis pedagógicos, mucho menos causa de esfuerzos curriculares o de consideración evaluativa. Y, sin embargo, desde el saludo inicial, hasta la mirada con la que despedimos a nuestros estudiantes cuando dejan el espacio en el que ejercemos de profesores, tenemos un sistema de interacciones muy influyente e impactante en la vida de ellas y ellos, mucho más que nuestros discursos emocionados, que nuestras sabias y preparadas clases magistrales, o que nuestras presentaciones audiovisuales. Pero como hemos ido abandonando la comprensión de que la educación surge del intercambio y la interrelación, apagamos los focos de nuestra atención a ese ecosistema diario y nos concentramos en el momento didáctico.

En el discurso dominante de las competencias y los estándares no existe posibilidad de que alguna consideración y valoración se tenga hacia la calidad y profundidad de las relaciones que se crean en el entorno del aula y de la institución. Solo tienen valor las acciones, recursos y métodos que hagan posible las respuestas esperadas (con un lenguaje previamente asumido, técnico, inflexible), esas que pueden ser motivo de medición cuantitativa, que todo mundo tiene que saber dar. Como lo que importa es lo que se ve y mide, entonces la afectividad, emocionalidad y subjetividad de lo cotidiano queda fuera de toda estima y de toda atención. ¡Semejante despropósito!

No se le asigna ningún valor pedagógico a lo que realmente tiene valor para la vida, y se coloca en la cima de los tesoros pedagógicos, a las conductas observables y medibles que resultan de un esfuerzo específico, puntual, didáctico, pero que con el paso del tiempo serán olvidadas o abandonadas por desuso o desinterés.

La sensación de sentirse escuchado, respetado, valorado, atendido y afirmado, la empatía en las interrelaciones, la manera como se resuelve una situación difícil, la forma de corregir que no abandona la dignidad y el buen trato (pero tampoco la firmeza), el estímulo, la cero tolerancia ante el irrespeto y la burla, constituyen ingredientes de la educatividad de lo cotidiano.

Y es que tampoco olvidemos que lo empaquetado y medible es más fácil. Construir entornos de discusión, diálogo horizontal y transferencia de poder es mucho más complicado y difícil. Pero la vida es así. La cotidianidad es la vida. Pero es allí donde nos educamos, donde aprendemos a transformarnos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/12/04/la-educatividad-de-lo-cotidiano/

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Eco pedagógico

Por: Carlos Aldana

Decía Umberto Eco que «el saber se difunde a través de historias: se planta una semilla, luego la semilla germina, etcétera…». También que en la era de internet, enseñar críticamente a seleccionar la información es imprescindible.

Me refiero a Umberto Eco. Ese italiano que nos hizo aprender en sus libros, pero también nos encantó con su El nombre de la rosa, una obra tan inteligente como emocionante, exquisita y profunda.

Eco murió en febrero del año pasado, y antes de morir entregó a la imprenta su último libro, llamado De la estupidez a la locura, que recoge artículos -escogidos por el mismo autor- de quince años de producción.

En un breve homenaje, comparto con ustedes, queridas y queridos lectores, algunas expresiones sobre la educación que Umberto Eco nos presenta en dicho libro. Creo que alguien que siempre fue un maestro, tanto para escribir, investigar como para ejercer la docencia, mucho puedo ofrecernos pedagógicamente.

En el artículo ‘El libro de texto como maestro’, sin despojarse de su filiación al libro, también reconoce la necesidad de ciertos cambios que permitan la convivencia entre libros e internet. Y es en esa vinculación que Eco nos dice: “Internet no está destinado a sustituir a los libros, no es más que un formidable complemento de los mismos y un incentivo para leer más. El libro continúa siendo el instrumento principal de la transmisión y la disponibilidad del saber. (…) Además, internet proporciona un repertorio extraordinario de información, pero no los filtros para seleccionarla, y la educación no consiste solo en transmitir información, sino en enseñar los criterios para su selección”. Más adelante, en el mismo artículo propone que internet sí sustituya, pero a los diccionarios y bromea expresando “que son los que pesan más en las mochilas”.

En un siguiente artículo, que tituló “Cómo copiar de internet”, Eco hace una propuesta que bien podría ser un eje de discusión y formación docente, incluso podría plantearse como una orientación metodológica para nuestros tiempos. Dice: “Considero que existe una forma muy eficaz de aprovechar pedagógicamente los defectos de internet. Planteen ustedes como ejercicio en clase, trabajo para casa o tesina universitaria el siguiente tema: ‘Encontrar sobre el argumento X una serie de elaboraciones completamente infundadas que estén a disposición en internet, y explicar por qué son infundadas’. He aquí una investigación que requiere capacidad crítica y habilidad para comparar fuentes distintas, que ejercitaría a los estudiantes en el arte del discernimiento”.

Pasamos a otro artículo, con un título muy sugerente: “¿Para qué sirve el profesor?”. Empieza por plantear que, para provocar a un profesor, cierto estudiante hizo la pregunta: ‘Perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?’. En este mismo artículo, leemos de Umberto Eco: “Los medios de comunicación de masas nos dan mucha información y nos transmiten incluso valores, pero la escuela debería saber debatir sobre el modo en que nos los transmiten, y valorar el tono y la fuerza argumentativa que se utilizan en el papel impreso y en la televisión. Y luego hay que comprobar las informaciones transmitidas por los medios”. Regresa nuestro autor a ese estudiante del inicio del artículo, al expresar que él, en la pregunta crítica que hace, en otras palabras, plantea que “las informaciones que internet pone a su disposición son inmensamente más amplias y a menudo más profundas que las que posee el profesor. Y omitía un punto importante: que internet le dice casi todo, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar todas esas informaciones”. En estas palabras podemos encontrar líneas didácticas para el trabajo crítico con el estudiantado de hoy: buscar-filtrar-seleccionar-aceptar-rechazar.

Una última. En el artículo “Aquí está el ángulo recto”, Umberto Eco se coloca del lado de quienes conectan ciencia con literatura; conocimiento con narrativa. Plantea que la niñez tiene dos caminos para aprender a conocer el mundo: Aprendizaje por ostensión (cuando la madre, el padre o un adulto le enseña, respondiéndole todas sus preguntas). Y el otro aprendizaje es el de las narraciones. “La verdadera curiosidad surge cuando se quiere saber (sobre árboles, por ejemplo) por qué están ahí, de dónde vienen, cómo crecen, para qué sirven, por qué pierden las hojas. Y es ahí donde intervienen las historias. El saber se difunde a través de historias: se planta una semilla, luego la semilla germina, etcétera… Me cuento entre aquellos que consideran que también el saber científico debe tomar la forma de historias”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/10/19/eco-pedagogico/

Imagen: http://23.253.41.33/wp-content/uploads/10.208.149.45/uploads/2016/02/umbertoeco-654×404.

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El aburrimiento es político

Por: Carlos Aldana

Cuando la educación se reduce a la realización de actividades que no son desafiantes, va pasando el tiempo, se van logrando los avances escolares, pero se sigue ejercitando una educación que no transforma, que no crea ciudadanía, que no afecta los cimientos de los poderes.

El tono único, el mono-tono, el tono que nunca cambia, es el sonido más escuchado en las aulas de docentes tradicionalistas y apagados. De aquellos y aquellas que han perdido no solo el sentido de su tarea como educadores, sino también han perdido el gusto por el cambio, por la aventura, por la emoción de lo nuevo. Que han perdido la sonrisa didáctica que es tan fundamental para crear relaciones que transformen la vida de docentes y discentes.

La monotonía en el ejercicio docente está constituida por la ausencia de cambios de ritmo, por la carencia de recursos que festejen el cambio y desafíen hacia la novedad. En esas aulas ni la curiosidad ni el asombro aparecen nunca. La voz predominante, la del docente, es una voz no solo imperativa, sino siempre cargada de la misma tonalidad, sin modificaciones en el pentagrama de sus expresiones.

La consecuencia fundamental de esto es un aburrimiento existencial, profundo, asqueante, que contamina el clima escolar y evita los auténticos y profundos aprendizajes. El aburrimiento representa la cara menos violenta, pero siempre violenta, de una visión, práctica y ejercicio de lo educativo que todavía no cree en el protagonismo, en la participación, en el inter-aprendizaje, en las dinámicas necesarias para que las jóvenes generaciones se aproximen a la comprensión del vasto océano de información en el que nadan. Y naufragan.

Pero en estos años de experiencia, dentro o fuera de aulas, en procesos educativos escolares o propios de la educación popular, he venido descubriendo que el aburrimiento no es solo consecuencia de carencias pedagógicas y didácticas. Es fundamentalmente una deficiencia ética, porque expresa una despreocupación por los demás. Cuando no hacemos el suficiente esfuerzo para que el aburrimiento no sea la marca de identidad de nuestras aulas o procesos, realmente no estamos tomando en cuenta las necesidades, intereses o la vida de quienes motivan nuestra pretensión de desarrollar un proceso de educación transformadora. Quizá porque no interesa transformar nada (ni valores, ni actitudes, ni visiones del mundo), es que tampoco interesa enfrentar el aburrimiento de los otros.

Además de esta consideración ética, el aburrimiento es también un recurso político, porque en medio de la realización formal e institucional de las acciones educativas (esas que acreditan, que otorgan certificaciones), no se contribuye a desarrollar pensamiento crítico ni pensamiento creativo, ni emoción por aprender, ni participación o construcción colectiva del aprendizaje. En otras palabras, cuando todo se reduce a una palabra docente monótona, o a la realización de actividades que no son desafiantes, va pasando el tiempo, se van logrando los avances escolares, pero se sigue ejercitando una educación que no transforma, que no crea ciudadanía, que no afecta los cimientos de los poderes. Si el discurso es de derechas, no importa; si es de izquierdas, tampoco. El aburrimiento mata la capacidad comprensiva y movilizadora, independientemente del contenido.

Por el contrario, una educación que inquieta, que mueve, que genera curiosidades, que emociona, que moviliza hacia la comprensión y transformación del mundo, que desde la alegría causa el asombro, pero también la indignación, esa educación es peligrosa para unas estructuras que se mantienen desde la dominación ideológica y cultural. Tampoco se trata de tomar el disfraz y payasear todo el tiempo, ni de vivir a tope momentos de reflexión, lectura y estudio, que no tienen por qué ser dinámicos. Se trata de hacer esfuerzos para crear nuevos modos de aprender, de abandonar lo fijo, de interconectar procedimientos, de buscar maneras agradables para el aprendizaje. Con las posibilidades telemáticas de hoy, tenemos recursos para la hipertextualidad didáctica que nos permita, además, profundizar y crear conocimiento. Se trata de que la alegría, que nace desde el interior, se convierta en el proyecto y método de educación con el que vamos a nuestro encuentro con los demás.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/07/12/el-aburrimiento-es-politico/

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La voz de los excluidos en la educación

Por: Carlos Aldana

En la ausencia de voces diversas y demandantes está uno de los grandes factores de éxito para la imposición de la visión educativa global.

Hace pocos días, convocado por ATD Cuarto Mundo, participé en un encuentro interesante y profundo en el Centro Cultural Cerisy, en Francia. El contexto de dicho evento es el centenario del nacimiento del fundador del Movimiento Cuarto Mundo, Joseph Wresinski. Y aunque este no es un espacio suficiente para plantear las principales reflexiones, sí puedo resaltar un énfasis del mismo: la necesidad de que la voz de los excluidos y empobrecidos aparezca con fuerza, valor e incidencia.

Somos generalmente los académicos o los funcionarios quienes monopolizamos el pensamiento y la palabra cuando se trata de plantear qué educación necesita nuestra sociedad, pero sin antes plantear qué sociedad es la que necesita el ser humano para desarrollarse plenamente. Es decir, en el atropello que hacemos de la voz de los pueblos, también nos autoengañamos en un discurso que se reduce a lo pedagógico y lo didáctico, pero que se aleja de la visión y la palabra política, la que lanza luces sobre el ejercicio de poder en nuestras sociedades. Esa que necesitamos para descubrir a qué intereses y poderes sirve realmente un sistema educativo como el que tenemos.

Por eso, cuando la voz de los empobrecidos y excluidos oxigena las discusiones sobre educación, ocurre que podemos ser “tocados” por la realidad cruda y puede que así lleguemos a comprender de manera más seria la realidad en que se niega el derecho a la educación. Estas voces quizá no nos ofrecerán las categorías y los conceptos técnicos, ni el orden o estructura discursiva que consideramos de alto nivel académico, pero en ellas está, con mucha fuerza, la única manera de comprender la relación que viven los pueblos con la educación formal.

También es por allí por donde podremos transitar para descubrir que en la ausencia de voces diversas y demandantes está uno de los grandes factores de éxito para la imposición de la visión educativa global: con valores muy claros hacia el trabajo, pero sin política; hacia la competitividad de los grandes proyectos de los poderes establecidos; sin participación política y ciudadana; con tendencia a la privatización que busca disminuir el ejercicio público del derecho a la educación.

Ha sido este encuentro, además, una ocasión muy especial para descubrir el potencial ético, político y pedagógico de lo que Cuarto Mundo desarrolla de maneras muy consistentes: el cruce de saberes. Es decir, la construcción colectiva, movilizante y transformadora de conocimientos entre universitarios y población no escolarizada y empobrecida, protagonista directa y concreta de la negación del derecho a la educación.

Necesitamos mantener, con la fuerza de la historia de los pueblos, esa llamada a las y los universitarios hacia una actitud y un proyecto de vida comprometido con las luchas y las demandas de los excluidos de todos los derechos humanos. Solo en la medida que la comunidad universitaria viva en carne propia el compromiso y la lucha por la sociedad a la que se debe, podremos empezar a apostar por una pedagogía que libere y ayude a transformar las realidades económicas, sociales, políticas y culturales que niegan la dignidad y la vida a plenitud. De lo contrario, seguiremos presenciando cómo la pedagogía, como ya lo hemos expresado antes, es el gran instrumento de los poderes para mantener el control ideológico y cultural necesario para que la economía de la exclusión se profundice y consolide.

Para ello necesitamos creer en el pensamiento y la voz de los excluidos de cualquier lugar del planeta. Necesitamos sentir en lo profundo que su pensamiento y su expresión no son solo una fuente de conocimiento para las investigaciones académicas tradicionales, sino que son un método en sí mismos, como dijera Wresinski. Aún me resuenan las palabras de un hombre francés, pobre y participante en el encuentro en Cerisy, que para mí representan toda una propuesta de educación psicosocial liberadora y política: “No tienes la culpa de nada. Toma la palabra”.

Fuente artículo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/27/la-voz-de-los-excluidos-en-la-educacion/

Fuente imagen: http://2.bp.blogspot.com/_5mVfeHBUV4k/SwiOt60cyfI/AAAAAAAAABE/DbCkU3wG2_g/s1600/educaaa1.jpg

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