Page 7 of 8
1 5 6 7 8

Las golondrinas nos enseñan que las estaciones ya no son lo que eran

Carmelo Marcén

La escuela puede ser un lugar de investigación del mundo animal, más allá de los libros, a base de la observación de lo que ocurre alrededor.

Las vemos que van y vienen desde la ventana de nuestra aula. Las grandes cigüeñas nos recuerdan que el mundo animal es un libro vivo, cambiante, más entretenido que los que hay que estudiar en la escuela. Muchos animales -aunque demasiados no lleguen a su destino- buscan con las largas o cortas migraciones asegurar la vida, como han hecho desde siglos. Parece que el número ha disminuido mucho con respecto a hace unas décadas. Lo tienen más fácil los animales alados. Dicen que más de 200 especies de aves de las 3.000 que viven en Sudamérica migran estacionalmente. Hay viajes extremadamente largos (4.000 km) como los que hacen cada año las mariposas monarca, famosas en Norteamérica por su eclosión multicolor; o los que efectúa el zarapito trinador entre Chile y Alaska. Pero la reina de las migraciones es una diminuta libélula, unos 4 cm, que recorre 7.000 km entre la India y Áfricacon una sola intención: tener la humedad necesaria para reproducirse.

Las pequeñas golondrinas, ajenas al calendario que usamos los humanos, han adelantado un año más su llegada a Europa. Se ve que por sus tierras africanas también se siente lo del calentamiento global y el subsiguiente cambio climático, aunque ellas no lo llamarán así. Porque no ven la tele, ni leen, pero perciben como nadie las alteraciones de su hábitat. Quién sabe de qué medios se valen para auscultar el tiempo. Se han hecho estudios que aseguran que ahora llegan un mes antes de lo que lo hacían hace un siglo. No son las únicas que se han puesto en marcha siguiendo los itinerarios que unen de sur a norte el continente americano, o África con Europa. Nos recuerdan el poema de Pablo Neruda ‘Migración’: “Todo el día una línea y otra línea, /un escuadrón de plumas, /un navío/ palpitaba en el aire,/… Sobre el agua, en el aire,/ el ave innumerable va volando,…/ construye la unidad con tantas alas,/… y solo un ala inmensa se desplaza”. Dicen que todas las especies de larga migración -algunas paran a descansar en los mismos sitios todos los años- efectúan sus travesías utilizando una brújula que les sirve para guiarse; esperemos que no se les altere con el calentamiento global.

Con ellas debemos preguntarnos si cambia o no el tiempo cada año -así lo hacían nuestros antepasados-, o acaso se está modificando la dinámica atmosférica global. La observación de estas idas y venidas de los animales migrantes -también los cambios en las plantas- se llama fenológica, y fue muy importante hace muchos años. La escuela puede ser un lugar de investigación, observando y anotando con detalle las señales que nos envían las especies migratorias, u otros seres vivos. Así lo hizo el naturalista español Félix de Azara a comienzos del siglo XIX con los pájaros rioplatenses. Hay redes de Organizaciones ecologistas (BridLife y Audubon entre ellas) con las que se puede colaborar.

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/03/10/las-golondrinas-nos-ensenan-que-las-estaciones-ya-no-son-lo-que-eran/

Fuente de la imagen: http://eldiariodelaeducacion.com/wp-content/uploads/2017/03/GOLONDRINA-De-I-Malene-CC-BY-2.5.jpg

Comparte este contenido:

Lecciones y clases prácticas de naturaleza en ‘El Quijote’

Carmelo Marcén

La obra de Cervantes atesora, además de las aventuras del hidalgo y su escudero, todo un compendio de vida natural: de plantas y animales que dan vida al relato.

Cuando se acerca el 23 de abril, todos los años, apetece darse una cabalgada por El Quijote, aunque sea montado en un rocín. Algunos de nuestros alumnos piensan que leer a los clásicos es aburrido, pero seguramente es porque no han encontrado la entrada adecuada, o quien se la abrió –más de una vez de manera impuesta– no los acompañó en los primeros pasos.Este maravilloso relato admite múltiples aproximaciones.

Desde aquí invitamos a todos –estudiantes y profesores– a disfrutar de la variada vida natural que recoge, por más que discurra por paisajes sencillos. Comprobarán que especies vegetales y animales cobran protagonismo, casi tanto como los personajes con los que interactúan, esos que a veces las aman y en otras ocasiones se sirven de ellas, o las castigan.
En cualquier aula, la edad es lo de menos, la lectura de esta obra de Cervantes –ahora hay ediciones adaptadas impulsadas por las diferentes Academias de la Lengua de América y España– constituye una experiencia sensorial imprescindible; permite disfrutar tanto del espacio y del tiempo narrados –quizás lejanos para algunos pero seguro que con detalles de proximidad, pues se plasma en diversos horizontes y en los ritmos de vida diarios– como de los intérpretes que lo transitan. Allí donde el sol, el rubicundo Apolo, anima el ciclo de la materia y el flujo de la energía. Cervantes paseó al hidalgo y su escudero por tierras llenas de plantas silvestres que daban color y olor al territorio: margaritas, aquellas rosas entre espinas o los lirios del campo; y el omnipresente romero que todo lo curaba, enmascarado en el bálsamo de Fierabrás.
Pero también en su viaje encontraron trigo y cebada –daban de comer a personas y animales– o vides –su caldo fue protagonista de alguna graciosa escena–. En múltiples pasajes se habla de árboles -36 veces de la encina-, solitarios o formando bosques que hacen compañía a los viajeros. También abundan los frutales que dan tanto que don Quijote alaba la magnanimidad de la naturaleza. Además, los lectores disfrutarán de muchos dichos populares, al estilo de “quedasme más sano que una manzana”.
En varias escenas los animales sirven como escuela de aprendizaje para los humanos. Los équidos hablan en plan metafísico de sus privaciones alimentarias. Suenan otras voces: el rugido del león imaginado, la fiereza del lobo presente, el silbo de la serpiente. Sancho, que tuvo la naturaleza por escuela, expone a menudo su aprendizaje. Es capaz de lanzar coces, como la de identificar a su señora con una borrega mansa, y a la vez desear poder hablar con su jumento, o disfrutar del estilo fabulario de los animales de Esopo.
Han pasado 400 años desde que Cervantes completó la IIª parte de esta historia que se ha hecho universal. Lo relatado aquí es una pequeña muestra de la naturaleza que atesora. Queda la puerta abierta para que la disfruten nuestros alumnos y alumnas, y algún enseñante que se la haya perdido.

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/04/21/lecciones-y-clases-practicas-de-naturaleza-en-el-quijote/Fuente de la imagen: http://www.vanguardia.com.mx/sites/default/files/field/image/untitled.jpg

Comparte este contenido:

Consejos no escolares para disfrutar de una naturaleza veraniega

Por: Carmelo Marcén

La naturaleza -por más que ahora esté ya casi completamente humanizada- no es una sino muchas; entre ellas pujan por ocupar la primera posición.

El verano nos esconde los temores escolares. Es tiempo de cerrar los libros de texto y vivir la naturaleza; esta enseguida contraría lo que dicen los otros. Las clasificaciones no existen, todo está mezclado en un complejo muestrario de vida y cosas, sin más. Encontramos que salvo la salida y la puesta de sol, nada allí está regulado por nadie; lo contrario que en nuestra vida de los rígidos horarios, que en verano rompemos a conciencia. La vida natural está plena de libertades para todos seres, en realidad cada uno de estos está condicionado por los ritmos de los otros, que no son siempre los mismos. ¡Vaya!, nos aprendimos lo del equilibrio ecológico y es un engaño porque nada está quieto permanentemente. El morir o vivir de tal o cual especie -que hemos estudiado en clase y buscado en Internet sus causas- sucede allí sin más preámbulos; no se acostumbra a maldecir la negligencia de los individuos que no supieron adaptarse a los nuevos tiempos o climas.

Al contrario que en las lecciones de Conocimiento del medio, Ciencias de la Naturaleza o Biología aquí las cosas son como son: cada una tiene sus consecuencias y ninguna surgirá o cambiará en vano, por más que a menudo no lo entendamos. ¡Ah, y no forman lecciones ni quieren darlas! En consecuencia, no es un lugar para visitar sino para vivirlo. Hemos de dejarnos llevar y observar, sin prisas. Los detalles de un monte o un río, como los signos de seres vivos pequeños o grandes, se aprecian mejor con las suelas del zapato que con las ruedas del coche. Sumerjámonos en la montaña, cerca de un río o el campo cercano a nuestra casa; una vez dentro estallan los colores, el aire se vuelve inodoro por diferente y compiten cantos con silencios abruptos; alguien nos estará observando.

Nunca un escenario natural está como la última vez y la siguiente será otro, pues la diferente imagen no depende únicamente del estado de ánimo; la naturaleza responde a la luz y la devuelve transformada en calores y colores diversos. Se percibe por las sensaciones que anidan en nuestro cerebro. La aventura resulta bien siempre; mejor si se vive en una buena compañía que nos enseñe algo, pero poca gente. La multitud -como en aquellas salidas que hacemos con la clase- desdibuja el disfrute de los sentidos, aunque nos aprendamos la lección que los profesores habían preparado.

Porque la naturaleza -por más que ahora esté ya casi completamente humanizada- no es una sino muchas; entre ellas pujan por ocupar la primera posición, si bien la cultura favorece las verdes, montañosas o playeras. Pero el paisaje mediterráneo o la estepa -casi siempre barnizados de amarillos, cenicientos y ocres- son más ricos en su aparente sencillez. Allí, cuando la tierra no arde, al amanecer o al final de la tarde, asombra la humildad de lo pequeño y la Luna -bandeja de plata en la vitrina del cielo- es más luna. Nadie nunca se siente solo allí, ya que, si sabe percibir, cuenta más lo latente que lo patente. Cuando el verano acaba, nos llevamos las confidencias del paisaje, para empezar con fuerzas el nuevo curso escolar. Si nos olvidamos, los vientos nos traerán sus ecos; si no, a esperar al verano siguiente.

Fuente:http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/30/consejos-no-escolares-para-disfrutar-de-una-naturaleza-veraniega/

Comparte este contenido:

Viajes sin salir del aula. Destino la Antártida

Por: Carmelo Marcén

Un hipotético viaje a la Antártida puede ser una buena herramienta de aprendizaje para que la vida más allá de la escuela entre en el aula.

Mark Twain nos animó una y otra vez a explorar, a soñar y descubrir. En la escuela del pasado se solía viajar leyendo -a veces en una escucha colectiva-, de la mano de autores tan reconocidos como Marco Polo, Stevenson, Kipling o Saint-Exupéry; también Herodoto, Estrabón e Ibn Battuta que nos pincelaron el mundo antiguo.

Desgraciadamente, en nuestras clases ha desaparecido el carácter nómada de las viejas historias de Livingstone vs Stanley o Cook, o las que se inventó Julio Verne. Sin embargo, las nuevas tecnologías nos acercan documentales de calidad -un buen reportaje puede ser tan fascinante como una visita real- que permiten organizar una aventura colectiva.

Nos apasionan más los que exploran mundos lejanos, por ejemplo la Antártida. Una lectura imaginativa de esa película se convierte en un cuento novelado que nos ayuda a contraponer invierno y verano -lo que significan temperaturas extremas allí y en nuestra ciudad-; desierto por falta de precipitaciones con capas de cielo de centenares de metros; posibilidades de colonización turística con preservación de enclaves singulares que son tesoros de la humanidad; mediciones en un mapa para entender lejanía en hemisferios y también día y noche.

El simple hecho de imaginar un viaje hasta allí, donde poca gente va e irá, permite conjeturar sobre qué haríamos en el continente helado; incluso antes cómo llegaríamos, o qué vestimentas nos llevaríamos. Estos asuntos de logística sirven como excusa para el diálogo, para fomentar el trabajo en equipo y la búsqueda de información.

Además se puede hablar de que los científicos viajan a la Antártida -donde se marcan todavía los límites de la vida porque los humanos no los han hecho suyos- para investigar. Scott y Amudsen buscaban otras cosas hace 106 años; también sería conveniente conocer su historia y escuchar la canción “Héroes de la Antártida” que les dedicó Mecano. Ahora los científicos se preguntan, absortos en su silencio admirativo y menos literario, cómo está afectando allí el cambio climático, si el hecho de que el agujero en la capa de ozono se abra o se cierre nos anuncia otros cataclismos.

Al mismo tiempo, allí donde compiten los blancos del suelo con negros nubarrones que exhibe el cielo sin avisar; se pueden observar adaptaciones de los seres vivos a situaciones límite de temperatura o aislamiento. En este inmenso territorio, casi 30 veces el tamaño de España, laboratorio de nuestros científicos y nuestro destino imaginado, el desierto es hermoso en su aparente sencillez y monotonía, pero los científicos aseguran que están ocurriendo cambios profundos en unos pocos años por el aumento de la temperatura global; una aventura diferente e inquietante que necesitamos conocer en directo.

Ya no caben en la escuela interpretaciones lineales del tipo de las lecciones escolares -estáticas y descriptivas- que definen el bioma antártico en lo supuestamente establecido para aprender. La vida diversa, grandiosa o pequeña, segura o impredecible, próxima o lejana, llama constantemente a la puerta de la escuela para configurar currículos abiertos. Dejémosla entrar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/16/viajes-sin-salir-del-aula-destino-la-antartida/

Comparte este contenido:

La escuela está llena de metáforas: el bolígrafo, por ejemplo

Carmelo Marcén

Los elementos sencillos, menudos, pueden marcar la diferencia dentro de las aulas. Más allá de brillos tecnológicos o modas educativas, cualquier pequeño detalle resulta importante.

En la escuela abundan escenas sutiles que configuran el mundo de las relaciones, pero no se explicitan en la teoría educativa. Da la impresión de que cada día se lleva menos aquello de que “lo pequeño es hermoso” que escuchamos a E.F. Schumacher. Y, sin embargo, en lo sencillo y menudo -un esfuerzo en un momento concreto, un afecto a tiempo, una simple mirada, una explicación particular, una duda compartida- puede encontrarse implícita la grandeza de la educación.

Sucede lo mismo con algunas herramientas escolares. Nos servimos de ellas para enseñar y el alumnado las utiliza para aprender; nada más, no reciben ni una mirada de admiración o agradecimiento. El bolígrafo es una de estas. En tiempos difíciles del siglo XX fue parte activa del mundo escolar pues facilitó la conexión entre el cerebro y las manos para recoger físicamente lo aprendido, y dejarlo escrito para el recuerdo. Ahora sigue prestando sus servicios con humildad, arrinconado por los ordenadores y tabletas. No está de más recordar que fue el húngaro László Bíró quien lo patentó en 1938. La persecución nazi lo llevó de su país a Argentina, desde donde “los lapicitos a tinta Birome” llegaron a EE.UU. y ayudaron a las personas a relacionarse, pues permitían una escritura ágil, limpia y continua. El impulso de las marcas americanas (Reynolds y Parker) y, sobre todo, la francesa Bic, fue trascendental en su difusión escolar. Este progreso llegaba más tarde, en los años 60 del siglo pasado, a las escuelas españolas y aún compite con los imprescindibles lápices en algunas de Latinoamérica.

Con el tiempo se fabricaron con diseños elegantes y modernos, anatómicos, con diversos componentes plásticos y metálicos; un compendio de tecnología que deja fluir la tinta sin derramarse obedeciendo a leyes físicas. Aunque, tras utilizarlos, se comprueba que no son perfectos; se gasta la carga. La mayoría van directamente a la basura, no se pueden recargar o deberíamos visitar muchas papelerías y grandes almacenes si quisiésemos reponerla. La acelerada “sociedad del ahora mismo” desdeña lo todavía útil, aunque sustituirlo suponga un aumento considerable de materia y energía, además de provocar efectos contaminantes.

¿Acaso la escuela también? ¡Pobres bolígrafos, fuisteis sobrepasados por el consumo y solamente os valoran quienes sienten la hermosura de lo pequeño y no se ven deslumbrados por pantallas, que también acabarán yendo a la basura! En todas las aulas de España o América podríamos dedicar un rato a hablar de ti, de lo pequeño, a pensar por qué decimos aquí que fuiste una metáfora del progreso educativo. Este se escribe con pausada reflexión y con perseverancia, siempre con el mimo pedagógico de maestras y maestros que no se deslumbran por los brillos tecnológicos o las modas educativas y utilizan prácticas metodológicas adecuadas al alumnado que tienen delante; en donde cualquier pequeño detalle resulta importante, y nada es de usar y tirar.

Fuente del articulo: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/05/la-escuela-esta-llena-de-metaforas-el-boligrafo-por-ejemplo/

Fuente de la imagen: http://eldiariodelaeducacion.com/wp-content/uploads/2017/05/Dennis-Gnad-GPL.jpg

Comparte este contenido:

La escuela debe ser un escenario vivo en la formación de una cultura global para la sostenibilidad

Por: Carmelo Marcén

Necesitamos que en todas las aulas se actúe, porque lo que en otro tiempo pudo ser una buena práctica, ahora es una necesidad.

Como todos los años cada 5 de junio toca celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente. Parece mentira, pero después de tanto tiempo, la relación entre medio ambiente y escuela es un vademécum de aciertos y carencias. Y eso que desde que la Logse se inventó lo de los Temas Transversales parecía que el asunto iba a transcurrir por otros derroteros. Los aciertos se notan en que en que casi una tercera parte de toda la información sobre cuestiones ambientales la reciben los chicos y chicas en la escuela (lo decía PISA in Focus 15, publicado en 2006). También en que los centros educativos desarrollan bastantes actividades -puntuales o más sistematizadas- sobre consumo, cuidado del medio natural, residuos, papel, energía o agua. Es más, la gestión ambiental escolar sobre estos tres últimos consumos -que produce enseguida réditos económicos- ha mejorado bastante. Tampoco hay que olvidar las redes ambientales activas; nos quedamos con iniciativas como EsenRed y sus conexiones territoriales.

Pero en este cometido pesan bastante las carencias. El mismo informe del PISA nombrado subraya que el futuro de la sostenibilidad del medio es imposible para el 80% de los preguntados. Un reciente ecobarómetro -financiado por Endesa y suponemos que por eso prioriza la cuestión energética- se fija en lo que opinan hoy los jóvenes de 18 a 35 años, aquellos que recibieron sin duda mensajes ambientalistas cuando estudiaban. La mitad de los encuestados considera que el tratamiento de estas temáticas fue insuficiente y hubieran querido saber más sobre afecciones graves al medio ambiente (energías renovables, estilo de vida, cambio climático, etc.) y soluciones. También que en sus clases sobre medio ambiente predominaba la enseñanza tradicional: eran poco o nada habituales los proyectos prácticos en grupo (45,7 %), los realizados entre varias clases (17 %) o el uso de Internet (33,1 0%). Además, muchos jóvenes opinaban que la formación del profesorado era muy mejorable. Apunten un par de razones para estos defectillos, aunque habrá otras muchas: el currículo explícito deja mucho que desear en cuestiones ambientales -orilla la visión crítica sobre nuestra actuación hacia la sostenibilidad y es profundamente descriptivo- y el currículo oculto de los libros de texto es marcadamente antiecológico.

Una anécdota preocupante: un reciente trabajo de una profesora de Fuhem (Fundación Hogar del Empleado) asegura que se puede llegar a terminar la ESO sin conocer realmente lo que supone el cambio climático. ¡Con la que está cayendo!

Si las anteriores afirmaciones fuesen ciertas, cabría decir que la formación de la cultura ecológica global en la escuela no ha generalizado el formato adecuado ni tiene la progresión necesaria; o hace falta mucho más, pues toda buena intención es insuficiente si queremos aproximarnos a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que buscan urgentemente un futuro diferente. Necesitamos que en todas las aulas se actúe. Porque, lo que en otro tiempo pudo ser una buena práctica ahora es una necesidad.

¡Hala, todos a celebrarlo!

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/02/la-escuela-debe-ser-un-escenario-vivo-en-la-formacion-de-una-cultura-global-para-la-sostenibilidad/

Comparte este contenido:

Lecciones para una cultura del riesgo ambiental

Por: Carmelo Marcén

El conocimiento no garantiza que cambie el comportamiento pero si se trabaja bien algunos individuos sí adoptan actitudes precautorias.

Vivimos en una sociedad plena de contrastes educativos. Sobreprotegemos a los hijos de un posible peligro inmediato y los dejamos libres ante un probable riesgo acumulativo. Lo hacemos ante los fenómenos naturales, cada vez más evidentes; valdría para otras muchas cuestiones.

La naturaleza demuestra su libertad en episodios espasmódicos: los relacionados con la geología (sismos, erupciones volcánicas o movimientos de tierras y derrumbes), la meteorología, la hidrología, las plagas y epidemias y un largo etcétera, que traen graves consecuencias a las personas. Los medios de comunicación nos informaron recientemente de las desgracias de “El Niño” en la costa peruana, el desastre de la Mocoa colombiana o las sequías que llevaron a una tremenda hambruna al África central o Somalia; también de los temporales que no hace mucho asolaron las costas españolas. ¿Podremos hacer algo en la escuela, al margen de compadecernos de los afectados o contribuir a las ONG con más o menos ayudas? Algunos profesores opinan que no, que estas cuestiones desbordan el marco curricular. Sin embargo, otros argumentan que el estudio de casos reales es uno de los mejores aprendizajes para entender la vida.

En la misma categoría de desastres, pero con cogeneración humana, estarían afecciones locales y globales por el cambio climático, contaminación de las aguas terrestres y marinas, emisiones tóxicas al aire, alarmas alimentarias, exposiciones por proximidad a fábricas o centrales nucleares, etc., que son muy aprovechables como currículo dinámico –sobre todo los de afección más próxima– en cualquier nivel escolar. Durante un tiempo se mantuvo en nuestros centros una interesante iniciativa “La prensa en la escuela” que entendía que a través de su lectura se podría hacer un estudio de la vida real, hacer de esta una escuela.

En esa posible enseñanza, que debería ser eminentemente participativa, habrá que intentar hacer evidente que esos episodios próximos o lejanos son parte de la historia viva, que se repetirán y acarrearán desperfectos en las poblaciones y también en el entorno, porque con las sucesivas transformaciones del medio y la vida, más incisivas en nuestros tiempos, nos hemos convertido en “una sociedad coligada al riesgo acumulado”.

Si revisamos lo que dicen los currículos –estáticos, plenos de hechos y conceptos y ausentes las relaciones– vemos que estos temas son recogidos de forma unilateral, asociada a la dimensión de los efectos; sin más. Pero podrían tener una dimensión educativa avanzada si se analizasen causas, actuaciones preventivas o protocolos de respuesta. Fomentar una cultura del riesgo no es fácil; menos en una sociedad que no la valora. La escuela, que ya hace planes de evacuación ante un posible incendio en sus instalaciones, puede ser un magnífico escenario para cuestionar estrategias y compromisos acordes ante los riesgos ambientales, aunque todos no se puedan prever, porque el azar también cuenta.

En este asunto de llevar la vida a la escuela y que esta sirva para la vida, como en otros muchos, el conocimiento no garantiza que cambie el comportamiento –la con(s)ciencia del peligro tiene una marcada dimensión subjetiva– pero, si se trabaja bien, algunos individuos sí adoptan actitudes precautorias porque se han aprendido las lecciones de vida.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/05/19/lecciones-para-una-cultura-del-riesgo-ambiental/

Comparte este contenido:
Page 7 of 8
1 5 6 7 8