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Una sociedad distópica

Por: Carolina Vásquez Araya

Las condiciones de vida, desde el origen marcan el futuro y lo sellan.

No es difícil comprender cómo el cuidado amoroso y educado hacia un recién nacido es el punto de partida para una vida satisfactoria y exitosa. En ese trayecto fundamental de los primeros años, la nutrición es la materia prima para garantizar la formación de un cuerpo saludable y un cerebro plenamente funcional y activo, mientras el amor aporta su cuota en el bienestar y la confianza. Cuando estos elementos están ausentes, se genera un deterioro irreversible capaz de comprometer no solo las funciones orgánicas y la formación de un esqueleto sano y fuerte; también las capacidades intelectuales y la visión de sí mismo.

Por esta razón se podría afirmar que las naciones en donde impera la corrupción, regidas por gobiernos capaces de privar a la población de los recursos mas elementales para su supervivencia -Guatemala es el mejor ejemplo- son países distópicos. La distopía se caracteriza por ser una realidad que transcurre en términos opuestos a la utopía, representando un futuro indeseable para una sociedad hipotética. Es decir, un camino hacia la destrucción de sus fundamentos humanos. Es posible señalar a Guatemala como el ejemplo representativo de esta condición peligrosa, ante datos tan esclarecedores como ciertos indicadores de desarrollo social que la sitúan a la cola de las naciones. Entre ellos, su escandaloso índice de desnutrición crónica infantil -49.8 por ciento, es decir uno de cada dos niños- o el cociente intelectual promedio para la población guatemalteca, situado en 47.72 puntos, cuando el promedio mundial gira entre los 85 y 90 puntos. A esto se debe añadir que la población de este país presenta la estatura más baja a nivel mundial (The Lancet) y se encuentra en el lugar 142 de entre 195 países en el Índice de Seguridad Global en Salud.

Esta situación lleva a Guatemala hacia un futuro distópico garantizado. El trabajo fino, la trama perversa cuyos efectos se plasman en esos terribles indicadores, tiene una identidad reconocible: la cúpula económica de carácter colonialista de esa rica nación centroamericana. Desde el corazón de la organización empresarial, convertida en un cártel explotador, surge ese cuadro de miseria y corrupción que ha colocado a ese país en una ruta certera hacia el fracaso. Las consecuencias están a la vista en decenas de miles de guatemaltecos que prefieren arriesgar la vida y emprenden el camino hacia el norte, sin garantía alguna de éxito.

Desde el retorno a la democracia sus gobiernos, sin excepción alguna, han obedecido fielmente los mandatos de las cúpulas económicas -respaldadas con fidelidad por un ejército alejado de su naturaleza- y se han dado a la tarea de socavar la institucionalidad para convertir a Guatemala en un territorio controlado por los cárteles de la droga y un sector político venal, divorciado del mandato constitucional. Dados los indicadores vergonzantes en donde se evidencia el profundo deterioro de este país, se puede colegir cuanto esfuerzo requeriría volver a situarlo en la ruta del desarrollo.

La estrategia del sector dominante ha tenido un impacto indiscutible en la consolidación de un sistema tan eficaz. Cada cuatro años, la población de Guatemala elige a un individuo -ya destinado a ocupar su primera magistratura- elegido en el corazón del poder económico y lanzado a un circo electoral de mentiras. Corren así las tácticas más pedestres para atraer a los electores, quienes han sido bombardeados por las viejas consignas de la Guerra Fría y la machacona insistencia en una visión racista y discriminatoria para mantener latente la división social. Es decir, los hilos se manejan desde los despachos herméticos del poder económico y la ciudadanía -gracias a una efectiva política estatal de obstrucción de la educación- termina por ceder ante la fuerza de campañas millonarias y ofertas oportunistas.

La educación, como ya se ha repetido en tantas ocasiones, es indeseable para quienes detentan el poder. Por ese motivo tan evidente es que gobiernos como el guatemalteco secuestran los programas educativos y escatiman fondos para el desarrollo de su infraestructura. En el fondo, se trata de convertir a las nuevas generaciones en un recurso económico más.

Cuando gobierna el capital, la ciudadanía se convierte en un activo más.

Fuente de la información e imagen: https://insurgenciamagisterial.com

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Los medios de la infamia

Por: Carolina Vásquez Araya

La mentira es el recurso de los tiranos; reproducirla es un acto de corrupción.

Desde el invento de la imprenta hasta la explosión mediática a través de la red global, en donde se cruza toda clase de información pública y privada, las comunidades humanas se han visto condicionadas a consumir lo que otros proveen. Desde el humilde volante hasta los mas sofisticados trabajos de impresión, todo material de lectura y/o de imágenes trae consigo un factor de credibilidad inmediata, previo a ser analizado, confrontado con sus fuentes y considerado veraz. Por esa cualidad intrínseca del poder de la palabra, es tanto mas peligrosa la desviación ética de estos recursos.

A pesar de conocer -de manera intuitiva o comprobada- esta debilidad de los medios informativos, la mayor parte de la población mundial consume vorazmente sus contenidos y actúa de acuerdo con esas propuestas. Esto tiene un especial impacto durante los procesos electorales en países en vías de desarrollo, en donde las grandes mayorías carecen de elementos de juicio para separar la paja del grano y sacar sus propias conclusiones. Esta debilidad obedece generalmente a políticas de Estado enfocadas en obstruir los accesos a la educación pública de calidad.

Un pueblo educado es un peligro para la clase política y las élites económicas, lo cual se traduce en la consolidación de sistemas informativos tendentes a manipular la conciencia ciudadana en todos los niveles posibles. La administración de los recursos públicos -tales como las frecuencias para la transmisión por radio y televisión- en manos de gobernantes venales, ha convertido a estos recursos estratégicos en un botín y, por consiguiente, en una amenaza para la estabilidad democrática de naciones débiles. La influencia ejercida por medios masivos de comunicación, capaces de llegar a todos los rincones, es un arma efectiva en la búsqueda de un poder político absoluto, dentro de un sistema de explotación y dominio económico corrupto.

En esta actividad han estado empeñados, a lo largo de la historia de nuestro continente, importantes medios de comunicación, cuya incidencia en las políticas locales se ha basado en la mentira y la desinformación, coludidos con los grupos de poder y poseedores de una enorme capacidad para difundir conceptos, ideas y propuestas dirigidas a la conservación de un sistema caduco e ineficaz de gobernanza. Estos son los medios de la infamia, cuya labor ha consistido de manera consistente en destruir la dinámica propia de las democracias, por medio del engaño.

Ante ese poder mediático inmenso, cuya red tiene alcance continental y se administra desde la distancia en despachos inaccesibles por individuos capaces de negociar sus privilegios con los gobiernos locales, la ciudadanía está totalmente indefensa. Su derecho a la información -un derecho consagrado por textos constitucionales y pomposos acuerdos internacionales- es violado a diario por estos medios enemigos de la ética periodística. Ese poder se traduce en la consolidación de sistemas políticos capaces de frenar el desarrollo de los países y mantener a los pueblos bajo el yugo de la miseria, pero más destructivo aún es su efecto en la mente de millones de seres humanos.

A esta infame dictadura mediática se oponen los esfuerzos de un gremio periodístico independiente que lucha desde plataformas alternativas -y de algunos medios tradicionales éticos- con el propósito de ofrecer la otra cara de la moneda: información veraz, investigada a fondo, comprobada, de interés público y capaz de arrojar una potente luz sobre la opacidad de los gobiernos. Esta prensa independiente, sin embargo, sufre constante acoso y amenazas desde los centros de poder político y económico, para los cuales la información ética representa una amenaza a sus privilegios. Para la ciudadanía, este esfuerzo titánico de periodistas dignos y consecuentes constituye un valioso recurso, pero también una vía para la recuperación de su espacio de participación cívica. Apoyar al auténtico periodismo y aprender a distinguir la verdad de entre la abundancia de mentiras mediáticas, es una habilidad fundamental para estos tiempos.

El poder de la palabra es también un arma de doble filo.

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Guatemala: Los medios de la infamia

Los medios de la infamia

 Carolina Vásquez Araya
La mentira es el recurso de los tiranos; reproducirla es un acto de corrupción.

Desde el invento de la imprenta hasta la explosión mediática a través de la red global, en donde se cruza toda clase de información pública y privada, las comunidades humanas se han visto condicionadas a consumir lo que otros proveen. Desde el humilde volante hasta los mas sofisticados trabajos de impresión, todo material de lectura y/o de imágenes trae consigo un factor de credibilidad inmediata, previo a ser analizado, confrontado con sus fuentes y considerado veraz. Por esa cualidad intrínseca del poder de la palabra, es tanto mas peligrosa la desviación ética de estos recursos.

A pesar de conocer -de manera intuitiva o comprobada- esta debilidad de los medios informativos, la mayor parte de la población mundial consume vorazmente sus contenidos y actúa de acuerdo con esas propuestas. Esto tiene un especial impacto durante los procesos electorales en países en vías de desarrollo, en donde las grandes mayorías carecen de elementos de juicio para separar la paja del grano y sacar sus propias conclusiones. Esta debilidad obedece generalmente a políticas de Estado enfocadas en obstruir los accesos a la educación pública de calidad.

Un pueblo educado es un peligro para la clase política y las élites económicas, lo cual se traduce en la consolidación de sistemas informativos tendentes a manipular la conciencia ciudadana en todos los niveles posibles. La administración de los recursos públicos -tales como las frecuencias para la transmisión por radio y televisión- en manos de gobernantes venales, ha convertido a estos recursos estratégicos en un botín y, por consiguiente, en una amenaza para la estabilidad democrática de naciones débiles. La influencia ejercida por medios masivos de comunicación, capaces de llegar a todos los rincones, es un arma efectiva en la búsqueda de un poder político absoluto, dentro de un sistema de explotación y dominio económico corrupto.

En esta actividad han estado empeñados, a lo largo de la historia de nuestro continente, importantes medios de comunicación, cuya incidencia en las políticas locales se ha basado en la mentira y la desinformación, coludidos con los grupos de poder y poseedores de una enorme capacidad para difundir conceptos, ideas y propuestas dirigidas a la conservación de un sistema caduco e ineficaz de gobernanza. Estos son los medios de la infamia, cuya labor ha consistido de manera consistente en destruir la dinámica propia de las democracias, por medio del engaño.

Ante ese poder mediático inmenso, cuya red tiene alcance continental y se administra desde la distancia en despachos inaccesibles por individuos capaces de negociar sus privilegios con los gobiernos locales, la ciudadanía está totalmente indefensa. Su derecho a la información -un derecho consagrado por textos constitucionales y pomposos acuerdos internacionales- es violado a diario por estos medios enemigos de la ética periodística. Ese poder se traduce en la consolidación de sistemas políticos capaces de frenar el desarrollo de los países y mantener a los pueblos bajo el yugo de la miseria, pero más destructivo aún es su efecto en la mente de millones de seres humanos.

A esta infame dictadura mediática se oponen los esfuerzos de un gremio periodístico independiente que lucha desde plataformas alternativas -y de algunos medios tradicionales éticos- con el propósito de ofrecer la otra cara de la moneda: información veraz, investigada a fondo, comprobada, de interés público y capaz de arrojar una potente luz sobre la opacidad de los gobiernos. Esta prensa independiente, sin embargo, sufre constante acoso y amenazas desde los centros de poder político y económico, para los cuales la información ética representa una amenaza a sus privilegios. Para la ciudadanía, este esfuerzo titánico de periodistas dignos y consecuentes constituye un valioso recurso, pero también una vía para la recuperación de su espacio de participación cívica. Apoyar al auténtico periodismo y aprender a distinguir la verdad de entre la abundancia de mentiras mediáticas, es una habilidad fundamental para estos tiempos.

Fuente de la Información: https://www.telesurtv.net/bloggers/Los-medios-de-la-infamia-20211205-0001.html
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Leones en el ruedo. Atrapados en un circo de dudas y promesas, no prevemos el desenlace.

Por: Carolina Vásquez Araya

Recuerdo cuando lo más emocionante de los espectáculos circenses era el episodio de los leones. Claro que en esos tiempos ni siquiera rozaba mi mente la crueldad de semejante acto y, por supuesto, tampoco intuía el peligro implícito en tal salvajismo. Hoy estamos más o menos en la misma situación, pero ante una fiera invisible y letal que nos acecha desde los rincones más inesperados. Es un virus mutante -como todos los virus- cuyo poder ha condicionado nuestra existencia de modo tan sutil y perverso que ni siquiera somos capaces de medir su potencia.

En el transcurso de las muchas décadas vividas hasta hoy, jamás imaginé que el miedo se instalaría con tanta facilidad en todas las comunidades humanas al mismo tiempo; y tampoco imaginé que fuéramos incapaces de sopesar el peligro implícito en un experimento sanitario como el que nos tiene condicionada la conducta. Observo el entorno y me sorprende nuestra capacidad de adaptación a las situaciones más extremas, hasta el punto de ni siquiera cuestionar la pertinencia de las normas bajo las cuales transcurre nuestro día a día.

Esto me obliga a dar una mirada alrededor para calcular el alcance del cambio. Sin embargo, resulta imposible cuantificar el impacto del nuevo escenario en los sectores de la niñez y la juventud, quienes de golpe y porrazo se han visto confinados, limitados en sus movimientos, enclaustrados en hogares muy pocas veces aptos para un encierro prolongado y, peor aún, privados del juego, la diversión y el aire libre. Las consecuencias de largo plazo son un enigma, pero sin duda serán una realidad capaz de afectar de manera profunda a las nuevas generaciones.

Hoy observamos a los leones en el ruedo con la emoción del riesgo, creyendo a medias en la capacidad del domador para evitar que nos devoren, pero sin la seguridad de que ese domador sepa bien cómo hacerlo. Lo mismo sucede con el círculo cerrado de la ciencia: allí están las opiniones expertas sobre las variantes del virus, las discusiones a favor y en contra de las vacunas, las dudas razonables respecto de nuestra capacidad para incidir en todo ello y, por encima de todo, el temor a perder el control sobre nuestro derecho a elegir cuáles decisiones tomar.

Por sobre esa incertidumbre se han instalado, por conveniencia política, las estrategias de los círculos de poder; estrategias sobre las cuales no solo no se nos informa, sino simplemente se aplican con el propósito de controlar nuestros derechos y libertades poniéndoles un cepo aparentemente adecuado a la situación. De ahí que el entorno mediático -el cual siempre ha respondido a intereses hegemónicos- haga énfasis en la necesidad de la sumisión colectiva y la aceptación ciega de normas restrictivas, muchas veces rayanas en el abuso de autoridad. Pero siempre a favor de las élites en el poder.

No es de sorprender, por lo tanto, el incremento de la violencia contra niños, niñas, jóvenes y mujeres cuyo estatus es precario. También contra periodistas y líderes comunitarios. Esto, porque esos importantes sectores de la sociedad, a pesar de sus batallas, continúan sufriendo los ataques de un sistema represivo y deshumanizante. Por eso, desde las tribunas observamos con tanto temor a los leones en el ruedo. Porque el espacio conquistado gracias al despertar de sectores sociales comprometidos con el cambio ha disminuido por culpa de esa fiera invisible y oportunista cuyo ataque ha trastornado las reglas del juego y nos tiene atrapados contra las cuerdas.

La transformación de nuestro entorno ha sido tan progresiva y sutil como para habernos habituado, casi sin sentirlo. Esa adaptación es una de las características de nuestra especie y nos ha favorecido a lo largo de los tiempos; sin embargo, ante este escenario de incertidumbre y temor hemos entregado las armas y nos hemos sometido a las decisiones de otros, con muy escaso poder de participación y menos capacidad aún para calcular sus alcances, en toda su magnitud. El tiempo nos lo dirá.

La incertidumbre se ha convertido en otro ingrediente normal de nuestro día.

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Batallas internas

Por: Carolina Vásquez Araya

Mucho se discute sobre temas políticos, pero falta una visión más humana.

Uno de los sentimientos más dolorosos y dañinos es la impotencia ante la injusticia. Lo hemos vivido desde la más temprana infancia, cada vez que recibimos un castigo por una acción que nunca cometimos. A veces, lo que parece un simple detalle destinado a ser olvidado entre tantas otras experiencias, queda grabado como un dolor latente y un peligroso germen de rencor, sentimientos capaces de contaminar las relaciones interpersonales, pero también nuestra visión de la autoridad y de la sociedad a la cual pertenecemos.

A medida que vamos creciendo y acumulando conocimientos, de manera instintiva creamos un pequeño universo personal desde el cual definimos nuestro modo de comunicarnos con los demás. Este núcleo íntimo, desde el cual se consolida una amplia gama de formas de relacionarnos con el mundo que nos rodea, ya ha sido marcado por las experiencias vividas desde que nos arrojaron al mundo. La importancia de la primera infancia, por lo tanto, no solo es decisiva en el desarrollo de la personalidad y la autoestima; también deja su impronta en nuestro presente y nuestro futuro, de manera indeleble.

Desde esta perspectiva, resulta mucho más real y humana la visión de lo que sucede con nuestros pueblos y, con especial énfasis, en todo aquello que determina la conducta y actitud de las nuevas generaciones, nacidas en un contexto de egoísmo, injusticia, hambre y carencias vitales. Generaciones perdidas -como se las define sin mayor empatía- sobre cuya situación somos, si no culpables directos, sí cómplices por nuestra forma de aceptar su condición de marginados y evitar involucrarnos en la exigencia de un cambio radical en las políticas vigentes.

Los sistemas de gobernanza, fundados desde siempre sobre la búsqueda del poder absoluto y la preeminencia de la riqueza material por sobre el bienestar de los pueblos, nos han transformado en recursos materiales de distinto valor y, de este modo, se nos define por categorías en escalas descendentes. Este orden social condiciona nuestra visión del mundo pero, más grave aún, nuestra visión sobre los demás y profundiza no solo el divorcio entre estratos sociales, también nuestra incapacidad de empatizar con quienes han sido relegados a la base menos beneficiada de nuestras comunidades humanas.

Aquello capaz de dividirnos en categorías -una valiosa herramienta para el neoliberalismo- no es más que un recurso anti democrático para consolidar la fuerza política y económica de quienes detentan el poder. Este mecanismo destructor de nuestro tejido social, sin embargo, es avalado sin reservas por una gran mayoría de habitantes de nuestro continente. Esto, porque también los sistemas de información -en cuenta, los medios de comunicación masiva en manos de las élites- enfatizan en las dudosas bondades de un sistema que nos arrasa. Nunca más acertado el lema “divide e impera” utilizado por Julio César, el emperador romano, como base de su política para hacer de su reinado una fortaleza indestructible.

Quienes poseen una visión completa y profunda de este gran conflicto que nos plantea el mundo en el cual intentamos vivir, están sumidos en una batalla interna entre la urgencia de una verdadera revolución -capaz de transformar la estructura de poder desde sus bases- y el temor a la violencia que esta podría provocar desde los ámbitos de privilegio, los cuales se encuentran sólidamente asentados en el sistema actual. En medio de esta dicotomía quedan esas nuevas generaciones privadas de recursos materiales e intelectuales, criadas en un entorno de violencia doméstica y social y, por tanto, sometidas a las decisiones de quienes se benefician de sus carencias.

Transformar este escenario de injusticias es una tarea urgente que plantea enormes desafíos. Entre ellos, la necesidad de proporcionar a los mas jóvenes algún atisbo de esperanza sobre su futuro, una tarea vital para enderezar el rumbo de nuestras jóvenes democracias, aunque se oponga a ello nuestra atávica indiferencia: un serio problema a resolver.

El futuro reside en una juventud privada de conocimientos y de autoestima.

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#No nos callarán

Por: Carolina Vásquez Araya

Ningún sistema democrático se sostiene sin una real libertad de expresión.

Pocas acciones despiertan mayor temor en los círculos políticos y económicos como el ejercicio de un periodismo crítico, independiente, ético y sin compromiso alguno con esos sectores. De ahí que las reacciones viscerales de ciertos gobiernos hundidos en la corrupción, hayan escalado hasta transformar el desempeño periodístico en un severo riesgo de persecución, acoso y, en muchos casos, la muerte de quienes se hayan atrevido a traspasar la línea de lo tolerado por las mafias en el poder.

Existe una sutil diferencia entre la libertad de expresión y la libertad de prensa. Ello, debido a que la primera se refiere a un derecho individual reconocido en todo el mundo por medio de tratados y convenciones; y la segunda -es decir, la libertad de prensa- incluye en su concepto el derecho soberano de los pueblos a ser informados con veracidad y amplitud sobre todo acto, decisión y compromiso de quienes poseen el timón de la vida institucional y jurídica de sus naciones y sobre los acontecimientos de interés social y cultural.

Por lo tanto, los ataques perpetrados por los sectores más poderosos en nuestros países contra esas libertades, ya consagradas en sus respectivos textos constitucionales, es una violación y un delito cometido en contra de la base misma del sistema democrático que han jurado respetar. Durante las recientes décadas se ha observado, asimismo, cómo la mayoría de medios masivos de comunicación -en su calidad de empresas y totalmente ajenos a su espíritu periodístico- se han plegado a los planes de los sectores más poderosos y actúan como un ente político y un reproductor de consignas y falsedades hacia los más amplios sectores de la sociedad.

De esta cuenta, el periodismo independiente y digno se ha ido recluyendo en plataformas cada vez mas reducidas y ello gracias a fuentes de financiamiento débiles y precarias. El resultado de esta estrategia para silenciar a la prensa ética es uno de los grandes logros de los gobiernos y sectores empresariales aliados en un pacto de corrupción y silencio.

Sin embargo, la reacción de quienes intentan salvaguardar la integridad del ejercicio periodístico, aun cuando choca contra enormes intereses corporativos y opacos pactos políticos, demuestra una vez más que no será fácil callar a la prensa, porque de ella depende no solo la frágil democracia, sino también la seguridad ciudadana frente a los actos intimidatorios de los cuerpos armados del Estado y los actos delictivos de sus autoridades.

Un estudio de la Unesco reveló la gran preocupación de esa agencia por el riesgo implícito en el ejercicio de la profesión, refiriéndose específicamente a América Latina como la región en donde se producen más asesinatos de periodistas. Así también lo manifestó el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, al expresar: “Cuando se ataca a un periodista, toda la sociedad paga el precio. Si no protegemos a los periodistas, nuestra capacidad para mantenernos informados y adoptar decisiones fundamentadas se ve gravemente obstaculizada.  Cuando los periodistas no pueden hacer su trabajo en condiciones de seguridad, perdemos una importante defensa contra la pandemia de información errónea y desinformación que se ha extendido por Internet”. A ello se debe añadir que la impunidad en los asesinatos de periodistas es de 9 de cada 10 casos y la persecución suele ampliarse hacia su círculo familiar.

Estas declaraciones del Secretario General no impiden el ataque concertado entre sectores de poder sobre quienes han decidido mantenerse firmes en su afán de investigar, difundir y arrojar luz sobre los actos de interés público, los mismos que entes poderosos insisten en mantener en las sombras. Por ello, son los ciudadanos, en su calidad de víctimas de este ataque contra su libertad de acceso a la información, quienes deben mantenerse alerta y exigir el cese del hostigamiento contra los profesionales que arriesgan su seguridad y su vida por mantenerlos debidamente informados.

Lo más peligroso para la estabilidad democrática es el silencio de la prensa.

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Las deudas acumuladas

Por: Carolina Vásquez Araya

Llegará el día en que nos cobren la cuenta por nuestra indiferencia.

Habitamos un mundo cargado de intrigas y fantasías. Un mundo en el cual nos han enseñado que la solidaridad, la igualdad de derechos y la participación política no son los caminos para obtener el bienestar y la estabilidad que perseguimos. Por el contrario, hemos sido programados desde muy jóvenes para seguir las rutas trazadas por otros, cuyos intereses -adversos a los nuestros- nos alejan del centro medular de las decisiones que afectan a la sociedad. De ese modo, como un rebaño bien entrenado, ingresamos sin oposición alguna en un sistema capitalista deformado y deformante cuyos efectos sociales, económicos y políticos, son diametralmente opuestos a las posibilidades de alcanzar el desarrollo. Y lo hacemos convencidos de estar en el lado correcto.

La concentración extrema de la riqueza en nuestros países lleva un signo único: la corrupción. Es decir, la imposición de una forma de quehacer político y económico cuya característica es la falta de valores morales y humanos, como instrumento a favor de la marginación de los pueblos en los procesos de toma de decisiones, el empobrecimiento de la clase trabajadora y la exclusión de las mujeres y la juventud de los escenarios políticos. Esto ha garantizado la consolidación de sistemas de gobierno cada vez más reñidos con los valores democráticos, peligrosamente orientados a conseguir el poder absoluto.

El afán de buscar respuestas a la necesidad de fortalecer a nuestros Estados y buscar los caminos del progreso -caracterizado por una importante dinámica iniciada por intelectuales, ideólogos y economistas durante las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado- terminó consumido por la fuerza de una Guerra Fría de increíbles recursos mediáticos, psicológicos y políticos, mediante la cual se estableció un sistema de explotación de nuestros patrimonios naturales y la imposición de una ideología de tercer mundo. A partir de ahí se comenzó a entorpecer todo intento de industrialización y desarrollo tecnológico de nuestros países, con el propósito de mantenerlos bajo un régimen de dependencia que hoy se manifiesta en los más bajos indicadores socioeconómicos, así como en una abrumadora caída de amplios sectores de la sociedad en la extrema pobreza.

En esa dinámica se han ido perdiendo voces; los monopolios televisivos, la transformación de los medios masivos de comunicación en reproductores del discurso oficial y de los núcleos de poder económico han privado a las sociedades de una de las bases fundamentales de la democracia, cual es la plena libertad de expresión y el derecho a la información sin restricciones. Los marcos jurídicos han ido derivando hacia la protección de estos sistemas de privilegios para terminar legalizando un juego ilegítimo de reciclaje político.

Mientras eso sucede, callamos. En una actitud cercana a la mansedumbre, nos quedamos paralizados observando esta caída libre en los abismos de la dictadura, esperando a que otros reaccionen y nos salven de la catástrofe. Gracias al discurso de los vencedores, hemos terminado convencidos de que solo existe la vía pacífica para recuperar lo poco que queda de institucionalidad y ni siquiera somos lo suficientemente lúcidos para comprender que esa institucionalidad ha sido la primera en declarar la guerra armada con represión, invasión de territorios, saqueo y eliminación física de comunidades enteras y de los contados líderes que podrían guiarnos hacia un renacer de la democracia.

Mas temprano que tarde, nos arrepentiremos por no haber reaccionado a tiempo, por haber permitido la consolidación de gobiernos y cúpulas económicas y políticas opuestas al desarrollo integral de nuestros países y al bienestar de nuestros pueblos; y, sobre todo, por permitirles legislar en contra nuestra a pesar de representar, en teoría, los intereses superiores del pueblo. La indiferencia de hoy es un generoso aval para nuestros enemigos.

Vamos en caída libre, sin red de protección ni conciencia del hecho…

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