A mayor nivel educativo, un envejecimiento más saludable

Por: Diana Oliver

La Organización Mundial de la Salud lo definió en 2015 como un proceso continuo de desarrollo y mantenimiento de la capacidad funcional que permite el bienestar en la edad avanzada

Hay a quienes les obsesiona el paso del tiempo y quienes, por el contrario, solo encuentran ventajas en poder ir sumando años. Hay también quienes se toman en serio que ese contador de vida siga funcionando en perfectas condiciones, pero también quienes no son conscientes hasta que llegan los primeros achaques. O quienes pueden, obvio, porque los recursos socioeconómicos también tienen su papel en el mantenimiento (o no) de nuestro engranaje vital.

El envejecimiento es un reto importante para los estados: según datos de Naciones Unidas, se espera que la población de más de 60 años se duplique en 2050 y se triplique en 2100. ¿Cómo optimizar el bienestar de esta población? El proyecto ATHLOS nacía con el objetivo de entender mejor el envejecimiento: qué factores influyen en un envejecimiento saludable, cuáles son los puntos críticos que lo amenazan y qué pueden hacer los organismos de salud pública para optimizar la calidad de vida. Precisamente, una de las últimas investigaciones enmarcadas en el proyecto ATHLOS, publicada recientemente en The Lancet, ha analizado si la educación y las desigualdades socioeconómicas influyen en la posibilidad de disfrutar de un envejecimiento saludable y activo. Tras analizar diversos factores relacionados con la salud (enfermedades crónicas, salud mental, condición física, etc.) de una muestra internacional de más de 140.000 adultos mayores, han encontrado una respuesta clara: a mayor nivel educativo, mayores posibilidades de conseguir un envejecimiento saludable.

Educación y preservación de la salud

La Organización Mundial de la Salud definió en 2015 el envejecimiento saludable como un proceso continuo de desarrollo y mantenimiento de la capacidad funcional que permite el bienestar en la edad avanzada. Este proceso no es ajeno al entorno, sino que interactúa con él, lo que puede ser positivo o, por el contrario, perjudicial para la salud. También influye el efecto sumatorio de factores que influyen en la calidad de la salud: los riesgos de una mala salud pueden acumularse desde etapas tempranas.

Según los datos arrojados por el estudio, las personas mayores con educación universitaria tendrían hasta 10 puntos más de salud que un coetáneo con un bajo nivel educativo. La cuestión es: ¿se trata más de desigualdades socioeconómicas que de la educación per se? Para Graciela Muniz Terrera, profesora titular de Bioestadística y Epidemiología en el Centro para la Prevención de la Demencia de la Universidad de Edimburgo y una de las autoras del artículo, esa es la pregunta del millón. “Las personas más educadas y con mayor capacidad económica, en general, mantienen estilos de vida más saludables que quienes tienen menores niveles educativos y peor nivel económico –por ejemplo, teniendo mejor acceso a una dieta saludable, mayor capacidad de hacer ejercicio, de mantener el cerebro activo por medio de hobbies o de trabajos más estimulantes, y hasta tienen mayor capacidad para navegar las complejidades de los sistemas de salud que les permiten maximizar las oportunidades de preservar la salud–. Por tanto, no es claro si el efecto de la educación en la preservación de la salud en la edad adulta es un efecto directo o indirecto”, responde.

No obstante, la experta añade que en el contexto de la preservación de la función cognitiva, existen estudios que apuntan a un aislamiento del efecto de la educación enmarcado en una hipótesis que se llama de “reserva cognitiva”, que básicamente propone que a través de la educación, el cerebro es estimulado de tal manera que es capaz de resistir más las patologías y, por tanto, los síntomas de deterioro aparecen más tarde en quienes tienen mejores niveles de educación que en quienes tienen menor educación.

Explica Albert Sánchez-Niubo, doctor en Bioestadística y actualmente Investigador Post-doctoral en la Fundación Sant Joan de Déu, y otro de los autores del estudio, que para saber si es la educación o las mayores rentas lo que mejor protege la salud, “se debería tener información de población con más recorrido de tiempo de vida para poder estudiar el mecanismo causal entre estas variables”. Según Sánchez-Niubo parece evidente, eso sí, que la educación puede estar relacionada con factores conductuales y psicológicos, como el tabaquismo, la dieta y el apoyo social, y a su vez, estos factores también pueden afectar a la salud física y mental y a la facultad de mantener la capacidad funcional en la edad adulta. Por tanto, un nivel educativo alto podría propiciar mejores hábitos saludables a lo largo de la vida (ejercicio físico, actividades lúdicas, no consumo de alcohol y tabaco) y una mejor salud funcional en la vejez. En el caso del nivel de renta (relativo al país) puede estar relacionado con factores materiales, como las dificultades financieras, vivienda pequeña o pobre y el escaso acceso a la atención de la salud y a los seguros (como en los Estados Unidos), que pueden tener efectos directos en la mala salud a lo largo de la vida y afectar a la capacidad funcional en la vejez.

Así, las variables de educación y nivel de renta pueden explicar diferentes dominios de la salud «funcional”: “Podría ser que la educación propicie mejores hábitos saludables y que el nivel de renta facilite mejores condiciones de vida, acceso a mejores medicamentos, apoyo personal, a dispositivos de asistencia, etc., que pueden facilitar la capacidad funcional”. Partiendo siempre de que la variable «salud» que se utiliza en el artículo está basado en una escala de salud sobre funcionamiento físico y cognitivo de las personas, es decir, lo que puede hacer una persona por sí misma en su día a día, quedan fuera las enfermedades –qué tipo de síntomas y anormalidades patológicas pueden tener presentes una persona–.

Sobre si las desigualdades sociales y económicas que tienen un efecto directo en la salud se incrementan con la edad, dados los resultados del artículo, la respuesta es que se mantienen en el tiempo. “Aunque la salud «funcional» disminuya con la edad, la desigualdad se mantiene en paralelo”, sostiene Sánchez-Niubo. Añade Graciela Muniz Terrera que, si bien hay evidencia consistente en cuanto al efecto positivo de la mayor educación y el mejor nivel económico en lo que refiere al nivel de envejecimiento saludable, “no está claro a partir de qué momento de la vida ese efecto comienza a operar” y el estudio tampoco encuentra evidencia de que estos dos factores estén asociados a los cambios del envejecimiento.

Fuente e imagen tomadas: https://elpais.com/elpais/2020/07/30/sesenta_y_tantos/1596114212_567091.html

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Estereotipos de género: cuando los niños no pueden ser princesas

Por: Diana Oliver

A los tres años es cuando los menores comienzan a tener conciencia del género y dejan de hacer cosas que habían hecho hasta el momento

Durante una entrevista, le preguntaba a Elena Crespi, psicóloga y autora de Habla con ellos de sexualidad (Lunwerg Editores), hasta qué punto influye una educación sexista en la sexualidad. Su respuesta fue clara: “Influye muchísimo”. Según Crespi, cuando nos relacionamos sexualmente con alguien tenemos muy integrado cómo debemos comportarnos desde nuestra posición femenina o masculina en función de un estereotipo de género. Un estereotipo que comienza a construirse desde el mismo nacimiento y que influye de manera irremediable en el resto de ámbitos de nuestras vidas. “Ya a los bebés les tratamos de diferente manera en función de si son niños o niñas: de una manera más dulce a las niñas, con una actitud más fuerte a los niños. Y esto, que puede pasar desapercibido, termina marcando en el futuro que nos comportemos como se supone que debemos comportarnos; en función del rol que se nos ha impuesto”, señalaba.

Un estudio publicado en la revista Science en 2017 concluía que las niñas se sienten menos inteligentes que los niños a partir de los seis años como consecuencia de la integración de un estereotipo que otorga una mayor inteligencia al género masculino. Y esto, según los autores de la investigación, tiene un impacto sobre las aspiraciones profesionales de las mujeres en el futuro. Pero no es solo cómo tratamos a niños y niñas sino también qué censuramos según el género. En el caso de los niños ocurre con los juguetes, con la ropa, con la temática de los disfraces e, incluso, con los colores. Rosa y azul siguen siendo elegantes sexadores. “No es que yo tenga nada en contra del rosa o el azul, el problema está en el hecho de que solo puedas vestir de rosa si eres una niña, y que esto sea exclusivo de las niñas. Una niña puede vestirse de rojo, de rosa, de naranja, de azul, de negro. Del color que quiera. En cambio, los niños no, y aquí es donde está el desequilibrio”, cuenta Elena Crespi. ¿Qué sucede con todo aquello relacionado con lo “femenino”? ¿Por qué se excluye a los niños? ¿Qué se les transmite cuando a ellos no se les permite “hacer” según qué cosas por su género?

Lo masculino en positivo

Este verano, mi hijo de poco más de dos años entonces, observaba con atención a una madre y a su hija. Ambas jugaban a pintarse las uñas sentadas en el espacio de césped que queda en los márgenes de la piscina. Tenían un estuche transparente, de esos con cierre de cremallera, que dejaba ver un variado catálogo de esmaltes. Rosa, verde, morado, azul eléctrico… Al momento se unió otro niño un poco más mayor a la contemplación y entonces ambos mostraron interés por participar. Si para ellos se trataba de un juego, no lo fue para la familia del niño: le prohibieron que se pintara las uñas. “Eso solo lo hacen las niñas. Los niños no se pintan las uñas”. Más allá de lo anecdótico –y aparentemente insignificante– de la situación, la cuestión es cuántas veces aplicamos supuestos similares en la vida de los niños y niñas. Cuántas cosas no pueden hacer los unos o las otras. Recuerdo entonces una entrevista a Iria Marañón, autora de Educar en el feminismo. Decía que es fundamental educar en igualdad para que nuestras niñas y niños sientan que pueden ser capaces de las mismas cosas. “Coeducar no significa educar niñas y niños, sino educar en igualdad. Con los mismos referentes, rompiendo los estereotipos, forzando un cambio”.

Explica Elena Crespi que es a partir de los tres años cuando los niños y las niñas comienzan a tener conciencia del género y dejan de hacer cosas que habían hecho hasta el momento porque sienten un condicionante de género. “Los niños dejan de pintarse las uñas, dejan de querer llevar faldas si en algún momento les han llamado la atención, ya no quieren cualquier color porque el rosa es de “niñas”. Hemos puesto en una balanza que lo de los niños es mejor que lo de las niñas”, señala. Lo vemos en cómo las niñas van ganando, en cierta medida, terreno: ellas pueden jugar al fútbol, llevar pantalones y disfrazarse de superhéroes masculinos porque lo que entendemos propio del universo masculino es siempre más positivo que lo femenino. “Nosotras podemos hacer cosas que estén “etiquetadas” como masculinas, pero que un hombre haga algo que se contempla como “femenino” es mucho más difícil. De lo masculino no nos reímos, pero de lo femenino sí”, lamenta la psicóloga.

Esta misma idea me transmite Violeta Buckley, sexóloga y formadora en Pandora Mirabilia. “Encontramos muchas más dificultades para que los niños jueguen a cosas que “tradicionalmente” se consideran “de niñas”. Por ejemplo, los niños a los que les gusta disfrazarse de princesas y hadas a partir de cierta edad lo hacen en la intimidad, si es que en su casa se lo permiten, porque fuera está censurado socialmente. Aprenden muy pronto que no pueden salir a la calle disfrazados de princesas aunque eso sea algo que les gustaría hacer”, explica. Para Buckley ocurre que, si bien a las mujeres nos ha costado mucho incorporarnos a mundos masculinizados, a lo masculino, es cierto que ahora lo complicado está siendo que los hombres se incorporen a ámbitos como los cuidados o el trabajo doméstico. “Esto ocurre porque en nuestra cultura lo femenino está menos valorado, se impulsa mucho menos que los hombres se incorporen a cosas “femeninas”, algo que no sucede al revés. Pasa también que cuando un hombre hace este tipo de cosas, la percepción es que está cuestionando su masculinidad. La masculinidad se construye, aunque no solo, como oposición a lo que socialmente se identifica con ser mujer”, apunta.

¿Cómo lograr que ese avance sea real, o positivo? ¿Qué se puede hacer desde nuestro lugar en la sociedad como familia para cambiar los estereotipos de género? Responde Violeta Buckley que para avanzar en la igualdad debe hacerse de una manera integral. “Es muy importante lo que ya se está intentando hacer: favorecer que niños y niñas jueguen a todo tipo de juegos, que tengan también lecturas y juegos que rompan con roles tradicionales de género… Pero también es importante el modelo que construimos como familia”. Insiste la formadora de Pandora Mirabilia que, a menudo, en las charlas que imparten en AMPAS sobre cuestiones de igualdad y género observan una gran preocupación en general con cuestiones como que haya niñas de cuatro o cinco años a las que les guste jugar a princesas. “Hay un gran sufrimiento por eso”, dice. Para la experta si bien está claro que el juego es importante en la construcción de la identidad, también es importante saber que esa identidad se construye de otras muchas maneras. “Tenemos que dejar de preocuparnos por el tipo de juego que les gusta y ocuparnos más de que tengan modelos de relaciones igualitarias y buen trato. Que tengan figuras que rompan con los roles de género”, concluye.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/02/03/mamas_papas/1580724775_704766.html

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Cómo criar (y educar) desde la sostenibilidad

Por: Diana Oliver

¿Somos realmente conscientes del impacto que tienen las formas de consumo actuales? ¿Podemos hacer algo las familias desde el lugar que ocupamos?

Ningún país en el mundo ha alcanzado todavía los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, aprobada en 2015 por la Organización de Naciones Unidas (ONU) para acabar con la pobreza y los daños medioambientales. Lo refleja el informe Sustainable Development Report 2019, publicado el pasado verano por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN), cuyo objetivo es analizar el grado de cumplimiento de los ODS en todos los países del mundo. Aún hay tiempo. La cuestión es si hay esperanza de que en los próximos once años se alcancen esos objetivos y de qué depende el éxito de tan ambiciosa misión.

Para José Antonio Liébana, profesor de la Universidad de Granada en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación que imparte desde hace años la asignatura ‘Intervención en un consumo responsable y salud’, aún hay esperanza. Y todo pese al proceso lento y contradictorio que se está siguiendo a nivel global. “Hay que tener en cuenta que la propuesta de objetivos es muy amplia y ambiciosa –lo que la hace atractiva– pero dificulta más su logro”, dice. Además, según Liébana está la cuestión de lo que cada país considera prioritario, hasta dónde pueden llegar y qué camino deciden trazar para lograr el objetivo. También que las medidas a tomar muchas veces no dependen del interés del ciudadano sino de entes más poderosos, cuya meta no siempre es el bienestar de las personas sino el beneficio económico. ¿Qué se está haciendo contra la inacción política e institucional? ¿Somos realmente conscientes del impacto que tienen las formas de consumo actuales? ¿Podemos hacer algo las familias desde el lugar que ocupamos?

Criar en la cultura del consumo

Cuando en el test de embarazo aparecen las dos rayitas rosas se pone en marcha un extraño mecanismo interno que nos empuja de manera inevitable a consumir. Queremos que no le falte nada a nuestros retoños –aunque muchas veces no sepamos muy bien qué es lo que realmente necesitan–, y ya antes de nacer tienen ropa, productos de higiene y toda clase de artilugios para su supervivencia o para su (nuestra) comodidad. Es aquí donde la línea que separa la verdadera necesidad de lo superfluo se vuelve más fina. Casi traslúcida.

A la cuestión de si podemos hacer algo las familias desde el lugar que ocupamos, José Antonio Liébana responde que el contexto familiar es un agente de socialización básico para el ser humano y a través de él se transmiten valores y hábitos de conducta y pensamiento. Sin embargo, recuerda que no hay que olvidar que las familias están formadas por personas que viven en una sociedad que tiene unas formas determinadas de actuación y que indica las posibles direcciones que se pueden tomar. “Vivimos en un mundo donde a todos nos van creando “necesidades ficticias” que no son útiles pero que se nos proponen como necesarias para, en el caso que hablamos, ser unos “buenos padres”. Para muchos padres la crianza de un hijo se convierte en un gran problema porque en quererle “darle lo mejor” o “hacerlo lo mejor” se incluyen una gran cantidad de cosas que a veces tienen escasa utilidad pero que nos están diciendo desde el primer momento que hay que tenerlas”, lamenta.

Le pregunto a Yve Ramírez, divulgadora medioambiental y autora de Residuo cero (Ediciones Titilante), si ante la cantidad de cosas que compramos cuando nos vamos a convertir en padres y madres no nos habremos vuelto locos con la crianza. Afirma, como Liébana, que la crianza es una de las facetas más proclives al consumismo. “Hay muchas ilusiones en medio, las ganas de dar lo mejor y, claro, como parece que creemos que dar lo mejor es dar más… Nos han llenado de necesidades creadas para cada etapa de la vida y más para la crianza. Y cuando eres primeriza eres mucho más sensible a este engaño porque, simplemente, no tienes experiencia”, explica. Por eso Yve Ramírez siempre recomienda que se compre lo mínimo posible, porque “para comprar algo que realmente echemos de menos siempre estaremos a tiempo”.

En contraposición a este derroche mecánico, el informe El coste de la crianza. ¿Cuánto cuesta tener un hijo?’, publicado por Save the Children en septiembre de 2018. En el documento advierten de que en España hay casi 700 mil hogares que no consiguen cubrir el coste mínimo que supone la crianza de un hijo en condiciones dignas. “Hemos comprobado que el coste mínimo mensual para criar a un niño o niña en España es alto, aumenta con la edad y en algunas comunidades autónomas es especialmente elevado. Muchas familias, a pesar de realizar un inmenso esfuerzo económico, no pueden garantizar que sus hijos e hijas crezcan y se desarrollen en las condiciones adecuadas”, apuntan. Aquí, las más vulnerables, las que necesitarían de las prestaciones del Estado para poder cubrir sus necesidades básicas, no encuentran apoyo: la prestación por hijo a cargo es tan pequeña que no alcanza a cubrir ni el 5% del coste de la crianza.

Acciones para una crianza más sostenible

Tendemos a pensar que nuestras actuaciones individuales intervienen poco –o nada– en la marcha social. Sin embargo, se puede lograr una crianza más sostenible desde nuestras elecciones de consumo, no sólo en cuanto a lo que compramos sino también en cuanto a lo que dejamos de comprar. Para la autora de ‘Residuo cero’ ya desde el nacimiento la lactancia materna se ubica a la cabeza como el más sostenible de los alimentos en todos los sentidos. Así lo defendía en 2016 la Semana Mundial de la Lactancia Materna que bajo el lema “Lactancia Materna: clave para el desarrollo sostenible”, insistía en el papel que cumple la lactancia materna como una pieza más en el puzle de objetivos globales marcados por la ONU. En concreto está directamente relacionada con cuatro: Nutrición, seguridad alimentaria y reducción de la pobreza; Supervivencia, salud y bienestar; Medio ambiente y cambio climático; y Productividad y empleo femenino. Después, cuando comienza la alimentación complementaria, Yve Ramírez cree que más que comprar alimentos etiquetados como “ecológicos” es importante dar a nuestros hijos alimentos “de verdad”: “No potitos, papillas industriales o los que se venden como alimentos para niños sino ofrecerles alimentos frescos y preparados en casa a partir de productos de proximidad. Será más sostenible y también más económico”.

Para Brenda Chávez, periodista y autora de ‘Tu consumo puede cambiar el mundo’ (Ediciones Península) y ‘Al borde de un ataque de compras’ (DEBATE), la alimentación es clave en un consumo más sostenible y valora como positivo ir a comprar con nuestros hijos e hijas y aprovechar esa oportunidad para explicarles por qué elegimos unos productos y otros no. “Que aprendan a alimentarse bien, que se relacionen con lo que son los productos de temporada (qué alimentos pertenecen a cada estación y por qué) y qué son los productos de cercanía”, dice. Esto para Chávez les otorga también una cultura gastronómica importante.

En el tema de los productos de limpieza del hogar también se pueden mejorar nuestras opciones de consumo. Según la periodista tenemos la posibilidad de utilizar productos que no sean agresivos o dañinos para el medioambiente y para la salud. Y lo mismo para los productos de higiene: “Se pueden consumir muchos menos productos de los que se consumen habitualmente. Con un buen jabón y un aceite de coco, que es perfectamente válido para hidratar la piel de toda la familia, se pueden ahorrar otros muchos productos”.

Un punto que siempre es complicado de abordar es el de la ropa y el calzado. Aquí también se puede lograr que nuestro consumo sea mucho más sostenible pero no sin antes tropezar con unas cuantas piedras en el camino. En primer lugar está la cuestión de que cada vez tenemos menos referentes alrededor con hijos pequeños, por lo que la herencia de ropa entre familiares y amigos a veces se complica para las familias. Luego está la cuestión de lo rápido que crecen los bebés –sobre todo durante los primeros meses–, por lo que son muchas las prendas que acaban quedando prácticamente nuevas sin que se hayan llegado a utilizar. Para Yve Ramírez la solución se haya en la ropa y el calzado de segunda mano que podemos encontrar en mercadillos, tiendas físicas u online o aplicaciones de segunda mano tipo Wallapop o vibbo. Una recomendación aplicable a la mayoría de productos de puericultura, como carros, mochilas de porteo, cunas, camas o tronas.

Por último, el consumo que hacen las familias de juguetes también puede ser más sostenible. Yve Ramírez nos anima a preferir la calidad frente a la cantidad. “Juguetes que duren, aunque sea para que los disfrute alguien más después de ellos. No hay nada peor que un juguete-baratija que se rompe tras una semana de uso y luego acaba en la basura o arrastrándose por casa”, opina. En cuanto a la cantidad, recuerda que “llenar” a los niños de juguetes no es sostenible ni a corto ni a largo plazo: “Al final, además de nuestros hijos, estamos criando consumidores y si los llenamos de regalos de niños, no podemos esperar que tomen buenas decisiones de compra cuando se hagan adultos”. Comparte esta última idea Brenda Chávez para quien siempre es más sostenible apostar por la creatividad, la imaginación y el juego que el juguete o su posesión material.

Educar en la sostenibilidad

Sobre qué gestos podemos hacer desde casa para que contribuyamos a una mayor sostenibilidad real, Brenda Chávez cree uno de los primeros pilares se asienta en la educación: educar en la sostenibilidad. “Muchos adolescentes están pidiendo que se tomen medidas por la emergencia climática en la que vivimos. Una crianza y una vida sostenible les permite integrar con normalidad la sostenibilidad en su vida”. Recuerda que es cierto que además de la familia influyen otros entornos en este aprendizaje (el escolar, el social, la publicidad, la familia extensa…), pero considera que nuestro ejemplo en casa, sobre todo en los primeros años, les da una base para poder tener unos criterios más sólidos en el futuro para con sus decisiones. “Si en estos años se les acompaña en el aprendizaje de un consumo más sostenible y se les educa en el respeto por el medioambiente, los recursos, el agua, el gas, la luz, etc., por muchos mensajes que lleguen a ellos a lo largo de la vida, algo quedará”, sostiene.

Para Yve Ramírez educar a nuestros hijos para que sean unos consumidores futuros responsables pasa sobre todo por el ejemplo. “Es importante que crezcan en un hogar en el que se practica realmente un consumo responsable. Es decir, un hogar en el que no se compren cosas por capricho o moda sino porque realmente tienen una utilidad en nuestras vidas, se intente tomar siempre la mejor decisión de compra posible y, desde luego, se aprecie, cuide y valore aquello que tenemos”, explica.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/11/12/mamas_papas/1573556948_837463.html

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Estos son los beneficios de la poesía en los niños

Por: Diana Oliver.

Decía Gloria Fuertes que para escribir poesía infantil “se hacía niña”. También contaba que cuando le preguntaban qué trabajo tenía, ella siempre respondía que su trabajo era escribir para los niños y las niñas. “Mi trabajo es escribir libros de poemas y cuentos igual que vuestro trabajo es jugar y aprender y leer libros que os diviertan”, escribía en 1986 en un prólogo que nunca vio la luz. Al menos no hasta que Blackie Books lo recuperó para El libro de Gloria Fuertes para niños y niñas, publicado en 2017. Pocas personas han entendido mejor a los niños que ella, que también fue una niña incomprendida (“Ahora me comprendéis alguno de vosotros / cuando yo era pequeña, nadie me comprendía”, del poema Nací en una buhardilla). Y pocas han visto como ella el valor que tiene la poesía en la infancia para despertar en los futuros lectores el amor por los libros, por la magia de las palabras. Porque la poesía, es para los niños y las niñas, un lugar perfecto que habitar.

Lo sabe Nieves García, maestra de Educación Primaria durante más de 40 años y ganadora de la última edición del Premio de Poesía para Niñas y Niños Ciudad de Orihuela –que organiza la editorial Kalandraka desde hace 11 años– con ‘A la luna, a las dos y a las tres’. “A ellos les encanta y se divierten muchísimo. Siempre comento que un poema es como un dulce en la boca de un niño. Y si les sabemos engolosinar con ellos, nos pedirán más y más”, dice. Su trabajo como maestra le ha permitido disfrutar de la creación poética con alumnos y alumnas de todas las edades. Con los más pequeños, a través de la tradición oral, y con los mayores, con cancioneros populares junto a aquellos poetas que han accedido al mundo de la infancia. Así que García no duda en animarnos a “disfrutar de la música de las palabras y de sus distintas voces por medio de la poesía en las primeras edades”.

Según Ana Garralón, experta en literatura infantil y juvenil y fundadora de la librería madrileña La fabulosa, “los niños son rítmicos por naturaleza, les encanta la musicalidad del lenguaje, los juegos de palabras, las palabras desconocidas, lo corto pero potente imaginariamente hablando”. Por eso, para Garralón, la poesía les llega directamente y “les da igual si es un poema, un juego para echar las suertes, una cancioncilla”, pero somos los adultos los que tenemos más problemas con un género que, damos por hecho, no es para todos. “Los adultos que no son aficionados a la poesía o han perdido ese sentido lúdico del lenguaje prefieren un cuento porque, sin duda, es más fácil de leer en voz alta”, señala.

Que los niños no tienen ningún problema con la poesía es algo que también apunta Santiago Yubero, decano de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades y director del Centro de Estudios de promoción de la lectura y literatura infantil (CEPLI): “La poesía bien leída y tratada, por su musicalidad y estética, gusta a los niños y les atrae hacia la lectura”. Desde el CEPLI insisten en la importancia de la creación poética en la formación de lectores jóvenes, de ahí que organicen el Premio de poesía infantil Luna de aire, uno de los más antiguos e importantes certámenes –con 16 ediciones a sus espaldas–, para promocionar la poesía para niños dentro de la Literatura Infantil. Eso sí, Yubero cree que “hay que seleccionar bien los libros y realizar un acercamiento adecuado de las poesías a los niños, con una lectura entretenida en contextos acogedores, positivos y lúdicos; donde leer y escuchar sea un disfrute”. Destaca en este sentido la importancia de las personas que se ocupan de ello: padres y madres, maestros, bibliotecarios, etc. “En muchas ocasiones el problema está en los adultos y también en sus apreciaciones infundadas de que los niños rechazan la poesía. Todo lo contrario”, insiste.

Para acercar la poesía a los niños, Nieves García considera importante que el marco de la familia sea el primer punto de partida. Recomienda hacerlo a través de las nanas y las canciones de juegos, primero. Más adelante, según García, solicitando la colaboración de la escuela y las bibliotecas, así como de blogs especializados en poesía infantil, para acceder a los poetas que son un referente en la misma. Los premios de poesía infantil como el de Ciudad de Orihuela o el de Luna de Aire también pueden ser útiles para descubrir poemarios de calidad.

¿Y las editoriales?

Cabe preguntarse si la poesía es una apuesta de las editoriales o si es considerado un género poco interesante en cuanto a ventas como consecuencia de ese escepticismo inicial de los adultos. Hoy son muchas las editoriales que parecen haber sido persuadidas por el espíritu de Gloria Fuertes y que están haciendo grandes apuestas por la poesía en sus catálogos. Según Santiago Yubero, “hay buenos libros de poesía para niños y las editoriales se están esforzando para que así sea”. Y destaca libros de poesía actuales –que considera de gran calidad– como Retahílas de cielo y tierra de Gianni Rodari (SM), Abezoode Carlos Reviejo (SM), El secreto del oso hormiguero de Beatriz Osés (Kalandraka), El bolso en la niebla de Mª Rosa Serdio (Pintar, pintar) o Bululú de Beatriz Giménez de Ory (Kalandraka). Sin embargo, cree que aunque cada día nos encontramos con más libros de poesía infantil, no es suficiente y “se debe seguir promocionando la poesía entre los niños, por la riqueza que proporciona en la formación de futuros lectores”.

Por su parte, Ana Garralón encuentra interesante pensar en la cantidad de editoriales que, sin tener una colección específica, están editando poesía como Litera, Combel o Ekaré. En España, pero también en América Latina, donde según la experta hay mucha tradición y publicación. “Es más difícil leer poesía y, por lo tanto, venderla”, apunta, y añade que dado que la poesía es otra manera de leer, otra sensibilidad, “hay mucha rima «tonta» que se vende como poesía” y tal vez eso pueda llevar a generalizaciones y a pensar que eso es poesía.

La fundadora de La Fabulosa recomienda como imprescindibles las antologías poéticas “porque son una muestra de muchas voces diferentes y permite disfrutar estilos variados”. Suyas son Si ves un monte de espumas (Anaya) y Rurrú camarón (Combel). También considera interesantes la selección de Mar Benegas en la editorial Litera (44 poemas para leer con niños), y el trabajo en general de Antonio Rubio en la colección imprescindible De la cuna a la luna de Kalandraka. De América Latina se queda con los libros del venezolano Eugenio Montejo (Chamario y Disparate, publicados ambos por Ekaré), así como con el trabajo de la mexicana María Baranda (Diente de león) o la chilena María José Ferrada (El idioma secreto en Kalandraka o El lenguaje de las cosas en Santillana).

Concluye la maestra y poeta Nieves García que si bien la poesía infantil parte de nuestras primeras vivencias con la palabra en la que nos inician nuestros familiares más cercanos, esa relación de contacto con la tradición oral se está perdiendo a pasos agigantados y es necesario retomarla de alguna forma pues es una parte fundamental de lo que somos. “Es un estadio fundamental para poder seguir saboreando otros textos poéticos a medida que crecemos; más aún si pensamos que vivimos en una época en la que la relación con las imágenes de una pantalla se está imponiendo sobre el contacto directo con las personas. Y nada que decir sobre la oralidad, esa gran olvidada”.

Quizás debamos volver a la sabiduría de Gloria Fuertes y convertirnos nosotros también en niños de vez en cuando. Para leer poesía con ellos, claro, porque como decía la poeta “desde los cinco años hasta los noventa, quien juega a leer gana siempre”. También para volver a transitar por un lugar, la infancia, en el que, como escribía Carmen Martín Gaite, “todo pasa allí de una manera diferente”.

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2019/05/29/mamas_papas/1559138466_432942.html

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Porno y adolescentes: “Hay que enseñarles que hay más que esta mierda en Internet”

Por: Diana Oliver. 

El porno tradicional” y el ‘mainstream’ pueden confundir a la juventud en cómo el sexo conecta con las relaciones y el erotismo

«Necesitamos enseñarle a los jóvenes que hay más que esta horrible mierda que se puede ver en Internet». Lo decía en una entrevista Sarah Louise, una de las madres protagonistas de Mums Make Porn, el programa que la cadena inglesa Channel 4 estrenaba el pasado 20 de marzo para tratar de visibilizar la necesidad urgente de hacer un porno en el que la mujer no sea menospreciada. Y es que, salvo proyectos contados como el de la cineasta Erika Lust, que apuesta por el feminismo y el empoderamiento de la mujer en sus trabajos, el cine porno “tradicional” crea una idea bastante distorsionada de lo que es la sexualidad y el erotismo. Y los adolescentes, incluso preadolescentes, están en contacto con él. Cada vez antes, y sin que podamos evitarlo, por lo que la información y las herramientas que podamos aportarles son fundamentales para una sexualidad sana.

Según un estudio publicado en 2017 en The Journal of Sex Research, el cine porno genera expectativas irreales a la hora de tratar de alcanzar un orgasmo; especialmente en el caso de las mujeres. Y no solo en este sentido. También en cuanto a cómo “actuar” o cómo “relacionarse” durante las experiencias sexuales, lo que en la adolescencia primero y en la edad adulta después se traduce en la generación de unas expectativas respecto a la sexualidad que quedan lejos de la realidad. “El “porno tradicional” y mainstream puede confundir a la juventud en cómo el sexo conecta con las relaciones y el erotismo. Está ofreciendo una visión sobre la erótica totalmente errónea y ficticia. Muestra una sexualidad desigualitaria entre los sexos, entre las diversas orientaciones e identidades sexuales, entre las razas, entre los distintos cuerpos. Por otro lado, es una erótica deshumanizada, cosificante, violenta y lo que es más relevante para mí, desprovista de intimidad, de comunicación, de seducción y cortejo”, cuenta Laura Cruz, psicóloga y sexóloga y colaboradora del portal de recursos educativos The porn conversation.

Para la sexóloga lo más irreal es la visión de la sexualidad femenina: “No se puede apreciar el deseo de la mujer en estas películas y vídeos. Los gemidos son falsos y están desconectados de las sensaciones reales de esas mujeres. Esto también las puede guiar a ellas a depender de los hombres para obtener placer o priorizar el placer de la pareja sobre el propio”. Pero también los hombres tienen muy definido su papel en este tipo de cine: “Se les muestra como “irresponsables, dominantes, rudos, siempre deseantes y con un apetito sexual voraz e incontrolable”, atributos que pueden hacer llegar a creer a un adolescente que es eso lo que se espera de ellos como hombres”.

Este tipo de pornografía, ampliamente disponible en internet, forma parte de una cultura que tolera la agresión sexual y la violencia. Desde Geoviolencia Sexual, una herramienta colaborativa del proyecto Feminicidio, recogen los datos de las agresiones múltiples que se producen en España desde 2016. Según sus datos, en 2018 se produjeron un total de 54 agresiones sexuales múltiples. En este sentido, según Cruz, la pornografía parece que puede estar agravando los casos de violencia sexual. “Cada vez escucho más historias de abuso sexual e intentos de abuso de la boca de muchas chicas adolescentes a las que atiendo. Veo que empieza a ser algo habitual cómo las tratan los chicos, cómo las abordan, cómo les faltan al respeto, y cómo ellas se quedan tan atónitas que muchas veces no saben ni cómo actuar, con lo que luego se sienten todavía peor, porque se creen culpables de todo ello por permitirlo”, explica.

Durante las charlas y jornadas de educación que la sexóloga imparte en los colegios e institutos, se encuentra con niños y jóvenes “expectantes y deseosos de escuchar y aprender”, pero reconoce que dependiendo del nivel evolutivo, su comportamiento cambia. “Los más pequeños, sexto de Primaria o primero de ESO, alrededor de los 12 años, se ríen mucho, bromean, se ponen nerviosos, se hacen los graciosos, a veces son incluso “provocadores”. Las chicas suelen ser más vergonzosas, pero también más respetuosas, su acercamiento a la sexualidad es diferente”, cuenta Cruz, para quien es el síntoma más claro de que no hemos avanzado tanto, “que seguimos con la misma doble moral sexual y que continuamos educando a nuestros peques con diferencias de roles muy marcadas con respecto a la sexualidad”. Sobre los más mayores, cuarto de ESO y Bachillerato, opina que ya van madurando. Lo ve en las preguntas más concretas, en su curiosidad por los mitos de la sexualidad o por su capacidad de reflexión, sin embargo, también encuentra en los debates que se generan en dichas jornadas “un gran “machismo” latente en las aulas, que se traduce también en una grave homofobia. “Queda aún mucho por hacer”, se lamenta.

Una cuestión de educación

Laura Cruz considera “imprescindible y necesario que todas las personas puedan acceder a una educación sexual científica e integral desde la infancia”. Según la experta, está demostrado que las personas que la reciben retrasan el inicio de sus primeras relaciones, y lo hacen de una manera más consciente y libre. “Una persona que se conoce, acepta su sexualidad y la de los demás como parte integral del ser humano. Si ha sido educada en la diversidad sexual y amorosa, en la ética del consentimiento, en igualdad, y en la realidad sobre qué es el sexo, las sexualidades y la erótica, será capaz de tener un pensamiento crítico y flexible sobre lo que le están vendiendo a través de la pornografía mainstream. Por eso la educación previa va a influir de manera positiva siempre”, señala.

Aunque no es fácil. Los miedos de las familias respecto al tema sexual y al porno complican el acceso a esa educación en el hogar. “Generalmente, las familias suelen tener fantasmas que tienen que ver sobre todo con que pierdan la inocencia o se hagan precoces. A que se les inculquen ideas o creencias contrarias a los suyas”, apunta Laura Cruz, quien destaca que entre los miedos sobre la sexualidad de los hijos más habituales se encuentran la condición sexual de los hijos, la masturbación, el envío de fotos o vídeos propios con contenido sexual o las prácticas “de riesgo”.

Con respecto a la pornografía, el informe Menores e Internet: la asignatura pendiente de los padres españoles, elaborado por la plataforma Qustodio, apunta a que es a partir de los nueve años cuando las familias empiezan a preocuparse por el acceso de sus hijos a material pornográfico. Para Laura Cruz esta cuestión se reparte entre las familias que están convencidas de que sus hijos “no lo ven”, o que son demasiado pequeños como “para estar con eso”, lo que se traduce según la sexóloga en una falsa sensación de realidad; y las familias que empiezan a ser conscientes de que sí acceden al porno, ya sea voluntariamente o de manera accidental o casual. “En general las familias están bastante asustadas, porque se sienten abrumadas por no saber qué ven y de qué manera, y de si esto les está influyendo en la propia visión de la sexualidad que van a tener y en cómo les va a afectar ante sus propias relaciones sexuales”, expone. En cualquier caso, y dado que no podemos dar la espalda a la realidad, Laura Cruz insiste en la necesidad de informar y de educar en valores como el de la intimidad, la igualdad, la diversidad, la lealtad, la salud y el consentimiento

QUÉ PODEMOS HACER

Es un hecho que el porno existe y que es susceptible de ser consumido, de ahí que una educación sexual previa sea tan importante para disminuir el riesgo de que se produzca una interiorización errónea de lo que es la sexualidad. Laura Cruz da algunas recomendaciones para las familias:

– Hablar con nuestros hijos e hijas sobre sexualidad y sobre pornografía a edades tempranas, y educarles para que sepan ser reflexivos con lo que ven, y que sean respetuosos con los derechos de los demás.

– Podemos contribuir también hablando de otro tipo de pornografía. El movimiento post-porn está intentando cambiar todo esto. También hay directoras, como Erika Lust, que hacen una pornografía con un discurso real y ético sobre la sexualidad, además de que muestran una sexualidad diversa, y no basada en el modelo imperante y tradicional, coitocentrista, genitalizado, finalista y falocéntrico.

– Demandar a los centros educativos que cuenten con profesionales de la sexología para que desarrollen programas, cursos y talleres sobre educación sexual, ya sea de forma pública –lo ideal– o privada.

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2019/05/21/mamas_papas/1558423863_369396.html

 

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El mundo como escuela: familias que educan viajando

Por: Diana Oliver. 

Hay padres y madres para los que los viajes de larga duración son la mejor opción como herramienta pedagógica

Sonia y Antonio llevan toda una vida viajando. Porque les gusta, claro, pero también porque están convencidos de que viajar nos permite vivir de cerca realidades muy diferentes de las propias. Realidades que, dicen, les han ayudado a ser más tolerantes, pero también mucho más conscientes de lo que es realmente necesario para vivir. O lo que es lo mismo, les ha llevado a la toma de conciencia del «tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos», que defendía Tyler Durden en El club de la lucha. Tanto es así que poco antes de convertirse en padres –hace ya 14 años– dejaron sus respectivos trabajos en empresas multinacionales y se lanzaron a dar la vuelta al mundo con una mochila. Y tanto disfrutaron con sus expediciones que no se detuvieron cuando nació Candela (14), ni cuando llegó Mateo (12), e hicieron de los viajes su forma de vida: iniciaron una webserie de su experiencia en YouTube, Makuteros, e incluso dieron el salto a TVE con el programa Mi Familia en la Mochila – Family Run. Han recorrido más de 40 países y hasta han tenido tiempo para emprender un negocio familiar: Makuto Hostel, un albergue mochilero ubicado en Granada, muy similar a un modelo que habían encontrado en sus viajes pero que en 2004 aún no existía en España. “Sabíamos que no podríamos volver a la misma vida de oficina de antes porque nos sentiríamos fuera de lugar”, dice Antonio.

Una filosofía de vida muy similar llevó en 2010 a Max López y Susagna Galindo a crear Familias en ruta, una idea que empezó como un blog de viajes y que ha evolucionado hacia un proyecto de emprendimiento con el que buscan aportar información útil pero también servir de lugar de reunión para una gran comunidad de familias viajeras con gustos, procedencias e intereses de lo más dispar. “La pantalla del ordenador nos une con familias que han encontrado en Familias en Ruta la chispa que necesitaban para echarse a volar. Esto es algo que de alguna manera te genera un sentimiento de responsabilidad –en el buen sentido– y que te da calor para seguir avanzando. Uno de los mejores momentos del año es cuando podemos conversar, desvirtualizar, tocar y crear ambientes de complicidad y disfrute en nuestros encuentros y campamentos”, cuenta Max.

Susagna y Max comenzaron a viajar en familia cuando su hija tenía tres años. Lo hicieron recorriendo gran parte de Centroamérica y Ecuador. Ahora aquella niña ha cumplido 12, y tienen otro hijo de 8, pero continúan descubriendo el mundo: una parte del año la dedican a recorrer Asia (Tailandia, Malasia, Bali, Sri Lanka, Camboya e India), y otra parte instalan su campamento base en Gerona. Reconoce Max que una de las mayores dificultades que se han encontrado hasta el momento es que no existe un camino trazado y estipulado, sino que son ellos los que tienen que crear el propio, “aceptando las contradicciones, riesgos y beneficios, pros y contras de cada decisión”. Pese a ello, considera que son muchas más las ventajas que los viajes de largo recorrido, y largo tiempo, con niños les han aportado como familia. Lo contaron en 2016 junto a otras familias viajeras en el documental Familias viajeras, mirar el mundo con ojos de niño. “Muchos padres consideran que con la paternidad ya no hay opción para grandes viajes, que cuando los niños son pequeños hay que tenerlos entre algodones y que no se puede viajar a países “exóticos”, a no ser que sea con un apresurado circuito de dos semanas o parapetados en un hotel de lujo. Se puede viajar, y se puede disfrutar mucho viajando en familia”, explica Max.

El mundo como escuela

Familias como la de Max y la de Antonio sostienen que hay otras formas de aprender sobre lo que nos rodea: a través de la experiencia. Cuenta Antonio que “viajar es el método de aprendizaje más eficaz y si lo haces en familia, además lo disfrutas el doble”, pero también cree que hay que seleccionar lo que conviene estudiar en cada viaje. “Un viaje a un país desarrollado nos puede ayudar a explicar cuestiones de tecnología o ciencia a través de sus museos, su forma de vida, sus recursos… Mientras que la visita a un país en vías de desarrollo o subdesarrollado nos ayudará a explicar mejor a nuestros hijos cuestiones de humanidades y ética”.

Las estrategias empleadas por cada familia pueden variar según la edad, los recursos existentes en el destino, las preferencias de cada familia y la duración de las estancias. Cuando los hijos de Sonia y Antonio tenían 7 y 5 años recorrieron durante seis meses siete países, desde Asia a Australia. Ahora viajan sobre todo en periodo estival, pero hasta el momento han optado por combinar la fórmula del homeschooling –para el período que no ocupa las vacaciones escolares– con la escolarización: “Cuando un viaje ha coincidido con el período escolar, lo hemos hablado con el cole. Ellos nos han facilitado siempre el temario y así hemos podido convertir andenes y hoteles en aulas improvisadas. A la vuelta se les realiza una prueba de nivel por temas y, si todo está bien, continúan en su curso”.

Los hijos de Max y Susagna combinan el aprendizaje en centros internacionales de otros países cuando se encuentran en períodos de viajes de larga duración con la asistencia a una pequeña escuela pública rural en la que están matriculados en Cataluña. “Nuestros hijos son worldschoolers, lo cual creemos que es muy coherente con un mundo global”.

El mundo también es un aula para los hijos de Alyson Long. Ella y su pareja, alias Chef, llevan viajando con sus hijos más de seis años y lo cuentan en World Travel Family, un blog de viajes enfocado a ayudar a las familias que desean viajar por el mundo con niños. “Queremos que todos sepan que viajar con niños es bueno para ellos, bueno para su familia y nada difícil”, dicen en la presentación de su blog. En su caso han optado por el worldschooling sin que haya escolarización previa. “¿Por qué aprender de los libros cuando puedes aprender en la fuente? Llevamos a nuestros hijos al aprendizaje en lugar de que aprendan información de segunda mano sobre lugares, tiempos y culturas que ni siquiera pueden imaginar. La historia y la geografía están vivas, puedes tocarlas, verlas. No hay necesidad de libros. Lo mismo pasa con el arte, la música e, incluso, con la ciencia o las matemáticas”, explica Alyson.

En su caso se decidieron por esta opción porque no encontraban una escuela local que se adaptara a lo que buscaban (“El plan de estudios era demasiado limitado, no quería que mi hijo estuviera en un salón de clases todo el día y no quería que el estado criara a mi hijo”). El homeschooling era la opción más obvia, pero después vieron que los viajes aportaban mucho más que estudiar a tiempo completo en el hogar.

Comenzaron a viajar con los niños en 2013 y dice Alyson que en este tiempo han comprobado que el mundo real es un entorno de aprendizaje mucho más rico que cualquier aula: “La experiencia viajera sirve para experimentar de primera mano la diversidad, los desafíos físicos o un sinfín de formas de vida que la mayoría de las personas nunca podrían imaginar. Ha hecho que los niños sean más sabios y estén bien informados. Les ha dado confianza en sus propias habilidades y nos ha permitido conocer a mucha gente increíble a lo largo de todo el mundo. Nos ha traído posibilidades y oportunidades. Nos ha traído una nueva carrera, nuevas habilidades y avances profesionales. También nos ha permitido compartir tiempo al completo en familia y no perder ni un segundo de su infancia. Viajar nos ha traído la libertad”.

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2019/04/29/mamas_papas/1556545738_334385.html?id_externo_rsoc=whatsapp

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