COP26: Basta de blablablá, sólo la lucha pagará

Por: DANIEL TANURO

El creciente número de catástrofes climáticas en todo el mundo es el resultado de un calentamiento de apenas 1,1° a 1,2° C en comparación con la era preindustrial. De la lectura del informe especial del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Clima) sobre 1,5°C[1], cualquier lector razonable concluirá que hay que hacer todo, absolutamente todo, para mantener la Tierra muy por debajo de este nivel de calentamiento. Más allá de eso, los riesgos aumentan muy rápidamente[2]. Existe incluso la posibilidad creciente de que una cascada de retroalimentaciones positivas provoque un cambio irreversible en el planeta hacia un régimen que acabe provocando un incremento del nivel del mar en trece metros o incluso varias decenas de metros más alto que el actual[3]. Una distopía inimaginable… ¡ciertamente incompatible con la existencia de siete mil millones de seres humanos en la Tierra!

Dado el tiempo perdido desde la Cumbre de la Tierra (Río, 1992) -y desde París-, no es seguro que el límite de 1,5°C pueda seguir respetándose: al ritmo actual de emisiones, se superará en… ¡2030! Sin embargo, lo que es absolutamente cierto es que la carrera hacia el abismo no puede detenerse sin salir del productivismo inherente a la economía de mercado. Como bien dijo Greta Thunberg, «la crisis climática y ecológica simplemente no puede resolverse dentro de los sistemas políticos y económicos actuales. No es una opinión, es simplemente una cuestión de matemáticas»[4]. Dado que la COP26 se mantiene «en el marco de los sistemas económicos y políticos actuales», el pronóstico es claro: la conferencia de Glasgow no detendrá la catástrofe más que las anteriores.

¿Significa esto que podemos ignorar lo que ocurrirá en Escocia? No, en la agenda de la cumbre hay temas importantes. Por ejemplo: ¿cuántos países aumentarán el nivel de sus ambiciones climáticas[5]?, ¿hasta qué punto se reducirá la diferencia entre los compromisos de los países y lo que debería hacerse a nivel mundial para salvar el clima?[6] en los compromisos de los principales contaminadores, ¿cuál será la proporción respectiva de las reducciones reales de emisiones nacionales, la «compensación de carbono» mediante sumideros forestales, la captura y el secuestro, y las llamadas inversiones limpias en el Sur?,  ¿se aplicará, y cómo, el «nuevo mecanismo de mercado» para el carbono adoptado en la COP21[7]? ¿Se adoptará un precio global para el carbono, o los países ricos lo impondrán de facto a través de un impuesto sobre el carbono en las fronteras[8]? ¿Cumplirán por fin estos países su promesa de pagar cien mil millones de dólares anuales al Fondo del Clima, para ayudar al Sur global a afrontar el reto climático? Etc.

Estas cuestiones serán objeto de fuertes disputas entre los representantes de los Estados, en función de sus intereses económicos y rivalidades geoestratégicas. Todo esto tendrá que ser analizado en detalle para sacar lecciones sobre el estado del capitalismo y la agudeza de su crisis sistémica. Sin olvidar que, en ciertos puntos y hasta cierto punto, las movilizaciones de los movimientos sociales pueden pesar en el resultado. Esto no carece de importancia. Por ejemplo, no está de más poner obstáculos a la «compensación de carbono», y si se pudiera prohibir este sistema, sería una victoria importante. Sin embargo, no debemos hacernos ilusiones: en general, la COP26 se mantendrá «dentro de los sistemas políticos y económicos actuales», como dice Greta Thunberg. Así que podemos ser categóricos: básicamente, Glasgow no resolverá NADA.

Más energías renovables… y emisiones

A este punto de vista radical, a veces se objeta que la irrupción de las renovables podría ofrecer una salida a la crisis. Este avance es realmente real, principalmente en el sector de la generación de energía. En los últimos veinte años, la proporción de las energías renovables en mix energético mundial ha aumentado una media anual del 13,2%. El precio del kWh verde se ha vuelto muy ventajoso (especialmente en la eólica terrestre y la fotovoltaica). Según la AIE (Agencia Internacional de Energía), en la próxima década, más del 80% de las inversiones en el sector eléctrico se destinarán a las energías renovables. Pero es completamente erróneo concluir que «el proceso mundial de abandono de los combustibles fósiles está muy avanzado», como escribió recientemente la Comisión Europea[9]. De hecho, esta afirmación es una gran mentira. En diez años, la cuota de los combustibles fósiles en el mix energético mundial ha disminuido solo de forma imperceptible: del 80,3% en 2009 al 80,2% en 2019[10]; en veinte años, solo la cuota del carbón ha disminuido, pero muy ligeramente (-0,3% de media anual); la del gas natural ha aumentado un 2,6% y la del petróleo un 1,5% (de 2014 a 2019). ¡No existe el menor indicio de que se haya iniciado un “proceso mundial para abandonar” los combustibles fósiles! Por ello, las emisiones mundiales de CO2 siguen aumentando inexorablemente (salvo durante la crisis de 2008 y la pandemia de 2020).

¿Por qué hay más renovables y más emisiones fósiles al mismo tiempo? Porque las renovables no sustituyen a los combustibles fósiles: sólo cubren una parte creciente del consumo energético mundial. Este consumo sigue creciendo al mismo ritmo que la acumulación de capital (en particular, la creciente digitalización y mayor complejidad de las cadenas de valor internacionales, son dos dinámicas muy intensivas en energía[11]). Así pues,la política climática burguesa tiene dos caras, como Jano. Por una parte, los gobiernos capitalistas compiten entre sí con bonitas declaraciones sobre la transición energética y la neutralidad del carbono inspirada en la mejor ciencia. Pero sus compromisos están más orientados a favorecer a las empresas que se lanzan al mercado de las tecnologías verdes que a salvar el clima. Por eso, esta es la otra cara, estos mismos gobiernos tiran del freno de la transición cada vez que es necesario para mantener el crecimiento del PIB. Así, la ley del beneficio prevalece sobre las leyes de la mejor ciencia de la física. Esto es lo que han puesto de manifiesto las tensiones sobre el suministro energético de China.

Cuando los precios de la energía suben en el taller del mundo…

Conocemos el contexto: la naciente potencia china pretende imponerse como líder geoestratégico mundial. Esta ambición se ha vuelto inseparable de una política climática responsable, como es el capitalismo verde. Por eso Xi Jiping prometió en Davos que las emisiones de su país empezarían a bajar antes de 2030; un poco más tarde, incluso añadió que China dejaría de construir centrales eléctricas de carbón en el extranjero. Hasta aquí lo que se dice de cara a la galería. En la práctica, aún no se había secado la tinta de los periódicos que informaban de estas declaraciones cuando Pekín aumentó la producción de carbón en Mongolia Interior en un 10%. Esta decisión es fruto de la combinación de unos objetivos climáticos más ambiciosos y la recuperación posterior a la crisis del COVID. Los pedidos de productos fabricados en China llegan a raudales, lo que provoca una relativa escasez de electricidad. Las exportaciones rusas de combustibles fósiles -especialmente de gas, que también es una carga para Europa- son insuficientes para cubrir la escasez, así que los precios están subiendo… lo que amenaza la recuperación mundial. La estanflación es una amenaza. Por ello, Pekín está reactivando sus minas de carbón.

El análisis del Financial Times sobre esta situación es claro: «China, al igual que otros mercados energéticos que se enfrentan a la escasez, debe realizar un acto de equilibrio: utilizar el carbón para mantener el negocio y, al mismo tiempo, mostrar su compromiso con los objetivos de descarbonización. En vísperas de la COP26, esto suena incómodo (¡sic!) pero la realidad a corto plazo es que China y muchos otros no tienen más remedio que aumentar el consumo de carbón para satisfacer la demanda eléctrica[12].

Cabe destacar que Estados Unidos y Europa se cuidaron de criticar la decisión china. Por una razón obvia: una subida incontrolada del precio de la energía en el taller del mundo capitalista tendría consecuencias en cascada en todo el mundo. Los dirigentes chinos también son muy pragmáticos: aunque han impuesto un embargo al carbón australiano -para castigar a Canberra por su postura respecto a Taiwán, Hong Kong y otras cuestiones-, hacen la vista gorda cuando los cargueros australianos descargan su carbón en los puertos chinos… Conclusión: no te fíes de las promesas climáticas de los políticos capitalistas, aunque se cubran con la bandera del comunism». Al final, es el capital el que tendrá la última palabra, no el clima. Tanto en la República Popular China, como en otros lugares.

… ¡se consumen más fósiles en nombre de la transición ecológica!

Estas tensiones en el mercado energético ponen de manifiesto las contradicciones insolubles de la transición energética capitalista. De hecho, China es el principal proveedor mundial de paneles fotovoltaicos (la mayoría de los cuales se fabrican en Xinjiang, con trabajo forzado). También es el principal productor de esas tierras raras cuya explotación y transformación requieren grandes cantidades de energía y que son indispensables para muchas tecnologías verdes… Mientras la humanidad está al borde del abismo climático, la lógica capitalista del beneficio lleva así a este absurdo evidente: hay que quemar más carbón, y por tanto emitir más CO2… para mantener los beneficios… ¡de los que depende la transición a las renovables!

Como China es el taller del mundo, el problema deviene global. ¿Cómo afectará esto a la política climática en general? Se supone que la COP26 debe ser más ambiciosa. Esto puede hacerse sobre el papel, para convencer a la gente de que la situación está bajo control, pero hay un largo camino por recorrer. Sin ir más lejos, un reciente informe de la ONU señala que 15 países (entre ellos Estados Unidos, Noruega y Rusia) proyectan que la producción de combustibles fósiles en 2030 ¡será más del doble del límite compatible con el Acuerdo de París! En total, en 2030 se superaría el límite en un 240% en el caso del carbón, un 57% en el del petróleo y un 71% en el del gas. [13]

A preguntas del Financial Times, una experta no cree que «la escasez de carbón y la subida de los precios de la energía sean un problema cíclico y a corto plazo en China». Más bien, dice, este episodio pone de relieve «los retos estructurales a largo plazo de la transición a sistemas energéticos más limpios». La experta tiene razón. El reto estructural es el siguiente: no hay más margen de maniobra, las emisiones tienen que reducirse inmediatamente, de forma radical. Por tanto, no basta con decir que las renovables podrían sustituir a los combustibles fósiles. Hay que decir cómo se van a compensar las emisiones adicionales derivadas del hecho de que haya que utilizar combustibles fósiles para fabricar los convertidores de energía renovable, sobre todo al principio. Técnicamente, este reto sólo puede ser superado reduciendo la producción y el transporte a nivel global[14]. Socialmente, esta solución técnica sólo puede plantearse si se reparte masivamente el trabajo, el tiempo y la riqueza necesarios. Volveremos sobre ello en la conclusión, pero está claro que las dos ramas -técnica y social- de la solución son totalmente incompatibles con la lógica capitalista de la competencia en el mercado. Es en este contexto donde hay que examinar las promesas de neutralidad del carbono.

La verdadera cara de la neutralidad de carbono y los acuerdos verdes

Desde que Trump cedió el testigo a Biden, los principales contaminadores del mundo declararon su intención de lograr la neutralidad de carbono para 2050 (2060 para Rusia y China) aplicando distintas variantes de acuerdos verdes. Pero, en la práctica, esta neutralidad de carbono es un señuelo. En teoría, el concepto se basa en la idea de que es imposible eliminar por completo todas las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, por lo que habrá que compensar el remanente eliminando el carbono de la atmósfera. Pero en la práctica, los capitalistas y sus representantes políticos llegan a la conclusión de que pueden enviar al infierno las drásticas reducciones de emisiones que se necesitan urgentemente, porque un día en el futuro, un deus ex machina tecnológico eliminará cada año de la atmósfera no un remanente sino 5, 10, incluso 20Gt de CO2. En consecuencia, mientras que la Unión Europea y Estados Unidos deberían reducir sus emisiones al menos en un 65% en 2030 (para mantenerse por debajo de 1,5°C y cumplir con sus responsabilidades históricas), sus compromisos en el marco de la neutralidad de carbono sólo consisten en reducirlas en un 55% y en un 50 o 52% respectivamente[15].

En esta estrategia subyace un escenario completamente descabellado, el llamado «rebasamiento temporal. Un escenario que contempla que el mercurio suba por encima de 1,5ºC y se aposta a que, más tarde, la Ciencia enfriará la Tierra con «tecnologías de emisiones negativas» (TNE)[16]. Sin embargo, (1) la mayoría de estos TEN sólo están en fase de prototipo o prueba; (2) estamos muy cerca del punto de inflexión de la capa de hielo de Groenlandia, que contiene suficiente hielo como para elevar el nivel del mar en siete metros[17]; y (3) por lo tanto, suponiendo que los TEN funcionen, es muy posible que se desplieguen después de que haya comenzado un proceso masivo deshielo. En ese caso, el daño será evidente: el rebasamiento temporal habrá provocado un cataclismo permanente…

Supongamos, sin embargo, que el rebasamiento temporal sigue siendo muy limitado (lo que exigiría, en cualquier caso, reducciones de emisiones mucho más severas que las que se están discutiendo): en ese caso, cataclismo aparte, ¿cómo sería el mundo sometido a una estrategia de crecimiento basada en la neutralidad de carbono?

Podemos hacernos una idea de ello a partir de las propuestas de la Agencia Internacional de la Energía (AIE)[18]. Son edificantes. De hecho, según la AIE, para poder alcanzar cero emisiones netas en 2050 necesitaríamos duplicar el número de centrales nucleares; aceptar que una quinta parte de la energía mundial siga procediendo de la combustión de combustibles fósiles (que emiten 7,6Gt de CO2/año); capturar y almacenar esas 7,6Gt de CO bajo tierra cada 2año en depósitos geológicos (cuya estanqueidad no puede garantizarse); dedicar 410 millones de hectáreas a monocultivos industriales de biomasa energética (¡esto representa un tercio de la superficie agrícola en cultivo permanente!); utilizar esta biomasa en lugar de combustibles fósiles en las centrales eléctricas y otras instalaciones de combustión (de nuevo capturando el CO2 emitido y almacenándolo bajo tierra); producir hidrógeno azul a partir del carbón (¡de nuevo capturando el CO2!) esperando que más adelante la electrólisis industrial del agua permita producir hidrógeno verde a un precio competitivo; duplicar el número de grandes presas; y… seguir destruyendo todo -incluso la Luna- para acaparar las tierras raras indispensables para las gigantescas inversiones que se harán en tecnologías verdes» ¿Quién quiere vivir en ese mundo?

Políticas de mercado, catástrofes sociales y ecológicas aseguradas

La AIE tiene un plan, otros también tienen planes, pero nadie se plantea la planificación. El neoliberalismo dicta que el mercado debe coordinar la evolución hacia la neutralidad de carbono mediante impuestos, incentivos y un sistema generalizado de derechos de emisión intercambiables. La Unión Europea está en primera línea con su plan Fit for 55. Pionera en la aplicación de los derechos de emisión en sus principales sectores industriales, la UE los extenderá a los sectores de la construcción, la agricultura y la movilidad. Cuanto peor aislada esté la vivienda o más contaminante sea el vehículo, mayor será el aumento de precio para los consumidores. Las rentas bajas se verán penalizadas. Las economías del Sur también se verán penalizadas -y a través de ellas, sus poblaciones- mediante la compensación de carbono y los impuestos fronterizos sobre el carbono[19]. Y todo ello por un plan que (a no ser que hagamos trampas) ni siquiera alcanzará su objetivo insuficiente, que no se puede alcanzar por los mecanismos del mercado.

Reducir las emisiones en un 52% o 55% es mejor que nada, dirán ustedes. Pero, en contra de lo que dicen incluso algunos expertos[20], planes como Fit for 55 no «van por el buen camino». Desde el punto de vista climático, no nos sitúan en la senda de permanecer por debajo de los 1,5 grados de calentamiento: hay una brecha importante entre la senda del 55% y la del 65% de reducción para 2030, y esta brecha no puede cerrarse después, ya que el COse acumula en la atmósfera. Socialmente, planes como Fit for 55 tampoco van en la buena dirección, ya que suponen una acentuación de los mecanismos coloniales de dominación, la mercantilización de la naturaleza y políticas neoliberales a costa de las clases trabajadoras. Así pues, no hay tiempo para cometer el mínimo de los errores. Para ir por el buen camino«, tenemos que fijar el rumbo correcto desde el primer paso.

Sí, es una simple cuestión de matemáticas

Volvamos a la cita de Greta Thunberg al principio de este artículo. La joven activista sueca tiene mucha razón al decir que es «una simple cuestión de matemáticas». Las cifras de la ecuación climática son perfectamente claras: 1°) mantenerse por debajo de 1,5°C requiere una reducción de las emisiones globales netas de CO del 59% para 2030 y del 100% para 2050[21]; 2°) el 80,2% de estas emisiones se deben a la quema de combustibles fósiles; 3°) en 2019, los combustibles fósiles seguían cubriendo el 84,3% de las necesidades energéticas de la humanidad (se sabe desde hace años que 9/10 partes de las reservas se deberían quedar en el subsuelo, ¡pero la explotación y la exploración continúan como si nada!); 4°) las infraestructuras fósiles (minas, oleoductos, refinerías, terminales de gas, centrales eléctricas, etc.), cuya construcción no se ralentiza, ¡o apenas!, constituyen inversiones a largo plazo (40, 50 años) del capital; 5°) el valor del sistema energético de los combustibles fósiles se evalúa en 1/5 del PIB mundial, pero, amortizado o no, este sistema debe ser desechado, ya que las renovables requieren otro.

Así pues, con tres mil millones de personas que carecen de lo básico y el 10% más rico de la población que emite más del 50% del COmundial, la «simple cuestión matemática» conduce a una serie de implicaciones políticas sucesivas:

  • Dejar los fósiles bajo tierra y cambiar el sistema energético manteniéndose por debajo de 1,5°C y dedicando más energía a satisfacer los derechos legítimos de los pobres es estrictamente incompatible con la perpetuación de la acumulación capitalista;
  • La catástrofe sólo se puede ser detener por un doble movimiento planificado, que reduzca la producción mundial y la reoriente al servicio de las necesidades humanas reales y democráticamente determinadas, respetando los límites naturales;
  • Este doble movimiento pasa necesariamente por la supresión de la producción inútil o nociva y del transporte superfluo, y por la expropiación de los monopolios de la energía, las finanzas y la agroindustria;
  • Obviamente, los capitalistas no lo quieren: según ellos, es criminal destruir el capital, incluso para evitar un monstruoso cataclismo humano y ecológico;
  • Así pues, la alternativa es dramáticamente sencilla: o bien una revolución permite a la humanidad liquidar el capitalismo para reapropiarse de las condiciones de producción de su existencia, o bien el capitalismo liquidará a millones de inocentes para seguir su curso bárbaro en un planeta mutilado y tal vez invivible.

Estas implicaciones estratégicas no significan que podamos repetir simplemente la solución, la revolución. Quieren decir que no hay nada que esperar de los gobiernos neoliberales, de sus COP, de su sistema y de sus leyes. Durante más de treinta años, los responsables políticos vienen afirmando haber comprendido la amenaza ecológica, pero no han hecho casi nada. O, mejor dicho, han hecho mucho: sus políticas de austeridad, privatización, desregulación, ayudas para maximizar los beneficios de las multinacionales y apoyo al agronegocio han fragmentado las conciencias, erosionado la solidaridad, arruinado la biodiversidad y desfigurado los ecosistemas, al tiempo que nos han empujado al borde del abismo climático. Estos políticos no son más que gestores al servicio de la lógica mortuoria del capital. Es inútil esperar convencerlos de otra política: en el mejor de los casos, sólo pueden retroceder en función de la relación de fuerzas.

La esperanza está en las luchas

Es necesaria una alternativa y, por tanto, un programa reivindicativo. No existe una solución llave en mano, sino que hay que elaborarla paso a paso, partiendo del movimiento real. Para lograrlo, no debemos preocuparnos principalmente por el nivel de conciencia de las clases trabajadoras, sino por proponer (el inicio de) una respuesta global coherente con la situación objetiva diagnosticada por la física del clima. En resumen: necesitamos un plan para mantenernos por debajo de 1,5°C de calentamiento dejando los fósiles en el suelo, sin rebasamiento temporal, sin compensación de carbono y salvando la biodiversidad; un plan que excluya las tecnologías peligrosas como la BECCS y la nuclear; un plan que desarrolle la democracia, difunda la paz, respete la justicia social y climática (principio de responsabilidades y capacidades diferenciadas); un plan que fortalezca el sector público; un plan que haga que el 1% pague por producir menos, transportar menos y compartir más: trabajo, riqueza y recursos. Este plan debe eliminar la producción innecesaria y perjudicial, garantizando al mismo tiempo la reconversión colectiva de los trabajadores en actividades útiles, sin pérdida de salario; debe, en particular, sacarnos de la agroindustria y de la industria cárnica y llevarnos a la agroecología. Es evidente que se trata de un plan anticapitalista. Pero su fuerza radica en que es vital, en el sentido literal de la palabra: es esencial para salvar la vida.

No tiene sentido negarlo: hoy estamos lejos de ese plan. Se necesitará mucha determinación y empeño para convencer, superando la dificultad de las derrotas sufridas por nuestro campo social. Por desgracia, los obstáculos a superar son numerosos. En una situación así, no se puede descartar el riesgo de una desesperación masiva. Pero la estupefacción melancólica no resuelve nada. Como decía Gramsci, sólo se puede predecir la lucha, no su resultado. No olvidemos las terribles lecciones del siglo XX: bajo el capitalismo, lo peor siempre es posible. Así que debemos seguir repitiendo: sólo la lucha colectiva puede invertir la tendencia y nunca es demasiado tarde para luchar. Por supuesto, lo que se pierde se pierde, y las especies extinguidas no volverán. Pero por mucho que nos adentremos en la catástrofe, la lucha siempre puede reabrir el camino de la esperanza.

Para luchar, debemos ser conscientes no sólo de los terribles peligros, sino también de lo que puede reforzar la alternativa. La mera magnitud del peligro puede fortalecernos, siempre que veamos en él la posibilidad de un cambio revolucionario necesario. La asombrosa crisis de legitimidad del sistema y de sus representantes nos refuerza: han dejado crecer la catástrofe ecológica sin hacer nada, aunque estaban informados. Los diagnósticos de la ciencia del cambio climático nos refuerzan: argumentan objetivamente a favor de un plan como el expuesto. La creciente movilización de la juventud internacional nos fortalece: se levantan contra la destrucción del mundo en el que tendrán que vivir mañana. La nueva ola feminista nos fortalece: su lucha contra la violencia difunde una cultura del cuidado, lo contrario de la mercantilización de los humanos. La admirable resistencia de los pueblos indígenas nos fortalece: su visión del mundo puede ayudarnos a establecer otras relaciones con la naturaleza. Las luchas de los campesinos nos fortalecen: al decir no al agronegocio, ponen en práctica cada día modos de producción alternativos. Podemos ganar la batalla ética y levantar montañas.

Se trata de articular y hacer converger las luchas contra todas las formas de explotación y opresión y de hacer circular los conocimientos que las acompañan. Esta confluencia es decisiva. Es la única manera de poner en marcha un movimiento tan masivo que permita vislumbrar de nuevo la posibilidad concreta de un cambio profundo en la sociedad, que sea a la vez ecológico, social, feminista y ético. Sin duda, en el contexto actual, será indispensable una poderosa corriente social para que el mundo del trabajo y sus organizaciones rompan el compromiso productivista con el crecimiento capitalista, que les está mutilando. En cualquier caso, esta ruptura es un reto importante: no ganaremos la batalla por la Tierra si las y los productores no se levantan contra el productivismo. Tenemos que prepararnos para este levantamiento. A través de discursos y reivindicaciones que combinen lo rojo y lo verde (en particular la reducción masiva de la jornada laboral sin pérdida de salario), pero esto no es suficiente: hay que multiplicar las iniciativas concretas para reunir y poner en red a las izquierdas sindicales, ecologistas, feministas, campesinas e indígenas.

En este contexto, hay que prestar especial atención a las luchas territoriales contra los megaproyectos productivistas que destruyen la naturaleza y las personas. Es aquí donde lo social y lo medioambiental se enfrentan al reto de superar las barreras que el capital levanta entre ellos. Naomi Klein, en su libro sobre la crisis climática, ha propuesto llamar a estas luchas con el término general de Blockadia[22]. Es en el crisol de esta Blockadia ecológica, y en su convergencia con una Blockadia social del tipo de los Chalecos Amarillos, donde surgirá una alternativa a la apisonadora del Capital: un proyecto ecosocialista para vivir bien en esta Tierra, limpiarla de las manchas del capital, y nosotros con ella.

26/10/2021

COP26: Basta de blablabla, sólo la lucha pagará

Escrita para el sitio web de la IV Internacional, esta contribución incluye algunos extractos de la introducción del libro Luttes écologiques et sociales dans le monde. Le rouge s’allie au vert, editado por Daniel Tanuro y Michael Löwy, a publicar por Textuel.

Notas:

[1] IPCC, Informe Especial 1,5°C, https://www.ipcc.ch/sr15/

[2] Entre ellos: el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos, el riesgo de que grandes ciudades de la civilización desaparezcan bajo el mar y el riesgo de que grandes zonas queden inhabitables por una combinación de calor y humedad.

[3] STEFFEN, Will et al, «Trajectories of the Earth System in the Anthropocene», PNAS, agosto de 2018

[4] https://twitter.com/gretathunberg/status/1274618877247455233?lang=en

[5] En la actualidad, diecisiete países, además de la Unión Europea, han aumentado sus ambiciones. https://www.nytimes.com/article/what-is-cop26-climate-change-summit.html#link-67cd21b3

[6] Sobre la base de las «contribuciones determinadas a nivel nacional» (planes climáticos de los países), el calentamiento será de entre 2,7 y 3,5°C en 2100.

[7] Este «nuevo mecanismo de mercado» sustituirá y englobará los distintos sistemas aplicados anteriormente en el marco del Protocolo de Kioto. Sus modalidades determinarán en gran medida las posibilidades de eludir las obligaciones nacionales de reducción de emisiones. Las negociaciones sobre este tema condujeron al fracaso de la COP25.

[8] La tasa fronteriza forma parte de la estrategia «Fit for 55» propuesta por la Comisión Europea.

[9] Comisión Europea, Comunicación «Fit for 55».

[10] https://www.reuters.com/business/environment/global-fossil-fuel-use-similar-decade-ago-energy-mix-report-says-2021-06-14/?fbclid=IwAR15kFNSqXJwwGhq-DRb0NxE63mywyNp0L9Y5nPxP-c00W6BbLb_kCTdlQU

[11] Como  recordatorio: las emisiones de la aviación y el transporte marítimo se disparan, pero no se atribuyen a ningún estado

[12] Financial Times, 8/10/2021.

[13] ¿https://www.nytimes.com/2021/10/20/climate/fossil-fuel-drilling-pledges.html?campaign_id=51&emc=edit_mbe_20211021&instance_id=43401&nl=morning-briefing%3A-europe-edition&regi_id=85183110&segment_id=72245&te=1&user_id=2144565f4536aa0319f5ecec544291d4&fbclid=IwAR2vps6dZIGD516Iw5tF7TYFeJXwis-acimoYRyzKqstG9FhTLqUP3Q6H54

[14] Ya lo señalé en El imposible capitalismo verde  (La Oveja Roja-viento sur, 2011). Como dice Smil Vaclav en «Energía y civilización, una historia» (Rústica, 2018), es una «ley fundamental»: «toda transición a una nueva forma de suministro de energía debe ser alimentada por el despliegue intensivo de las energías existentes y los motores clave…»: la transición de la madera al carbón tuvo que ser energizada por el músculo humano, la quema de carbón alimentó el desarrollo del petróleo, y las células solares fotovoltaicas y las turbinas eólicas actuales son encarnaciones de los combustibles fósiles necesarios para fundir los metales requeridos, sintetizar los plásticos necesarios y procesar otros materiales que requieren altos insumos de energía. »

[15] «El término reducir se utiliza en cursiva, ya que los acuerdos verdes de Europa y Estados Unidos hacen un amplio uso de mecanismos alternativos a la reducción de emisiones nacionales, como la plantación de árboles y la compra de créditos de carbono’

[16] Las RTE eliminan el CO2 de la atmósfera, la geoingeniería (hasta ahora desaconsejada por el IPCC) devuelve al espacio una fracción de la radiación solar. el uso de la energía nuclear («tecnología de bajo carbono», como se denomina ahora).

[17] Según el informe del IPCC sobre los 1,5 °C, el punto de inflexión para la capa de hielo de Groenlandia se sitúa entre 1,5 y 2 °C más caliente que en el periodo preindustrial.

[18] https://www.iea.org/reports/net-zero-by-2050

[19] Se presta muy poca atención al hecho de que el impuesto fronterizo impondrá el precio del carbono en el Norte a los países del Sur global. Por tanto, contraviene el principio de responsabilidades y capacidades diferenciadas consagrado en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

[20] Por ejemplo, François Gemenne (profesor de la Universidad de Lieja y de Sciences Po, entrevista en Le Soir, 18 de julio de 2021) y Jean-Pascal van Ypersele (antiguo vicepresidente del IPCC, profesor de la Universidad Católica de Lovaina, entrevista en RTBF): https://www.rtbf.be/info/societe/detail_ des-inondations-extremes-le-giec-les-annoncait-en-1990-rappelle-jean-pascal- van-ypersele?id=10804972)

[21]  IPCC, informe sobre 1,5°C. Las emisiones netas se obtienen deduciendo de las emisiones de COlos aumentos de las eliminaciones por parte de los bosques y los suelos, siempre que estos aumentos sean inducidos deliberadamente. El 59% es un objetivo global. Teniendo en cuenta las diferentes responsabilidades del Norte y del Sur, los países desarrollados deberían reducir sus emisiones de forma mucho más drástica (en el caso de la UE: al menos un 65%) para 2030, y alcanzar las «emisiones netas cero» mucho antes de 2050.

[22] Naomi Klein, Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, Paidós, 2015.

https://vientosur.info/cop26-basta-de-blablabla-solo-la-lucha-pagara/

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Una crisis global, sistémica y sin precedentes

Por: Daniel Tanuro

 

La naturaleza sistémica de este extraordinario acontecimiento es evidente por el origen del virus, su modo de propagación y sus efectos sociales.

En los últimos decenios se ha descubierto que los virus rompen la barrera de las especies, se adaptan y contaminan al Homo sapiens, causando zoonosis. El SARS-CoV2 no es una excepción: además del VIH, se han conocido el Ébola, el Chikunguniya, el Zika, el SARS1, el MERS, la gripe aviar y algunos otros. Sin embargo, existe un amplio consenso entre los especialistas en que el salto de especies es atribuible a la deforestación, a la industria cárnica, a los monocultivos agroindustriales, al comercio de fauna silvestre, al lavado de oro, etc. Es decir, en términos generales, la destrucción de los entornos naturales por el extractivismo y el productivismo capitalista. Por lo tanto, COVID-19 no es una maldición que nos lleva de vuelta a la Peste Negra y a otros flagelos de la salud de la antigüedad; por el contrario, nos proyecta hacia las pandemias del futuro. Aunque el virus desaparezca, aunque se desarrolle una vacuna (¡no hay certeza al respecto, el VIH y la hepatitis C lo prueban!), otras pandemias ocurrirán mientras no se hayan erradicado los mecanismos responsables de las mismas.

El modo de propagación del virus es también una característica fundamental del capitalismo contemporáneo. De hecho, la velocidad con que la enfermedad se ha propagado por todo el mundo no sólo se debe a las características intrínsecas del SAS-CoV2 (menor letalidad que el SARS1, vinculada a una alta contagiosidad). También se debe de manera decisiva a la globalización y a la densidad de los intercambios aéreos extremadamente rápidos a lo largo de las cadenas de valor que unen las megalópolis de la producción capitalista. Sin este elemento decisivo, la epidemia probablemente no se habría convertido en una pandemia.

Dentro de estas megalópolis, el contagio se vio obviamente favorecido por la densidad de las poblaciones. Pero este factor no es absoluto; debe ser entendido en conjunto con otros dos parámetros. El primero es el crecimiento de las desigualdades sociales. El ejemplo de Nueva York es instructivo: la densidad de población es mayor en el rico Manhattan que en el Bronx, pero es en este vecindario poblado por gente pobre y generalmente racializada donde COVID ha causado proporcionalmente más víctimas. El segundo parámetro es la contaminación atmosférica: los análisis italianos y estadounidenses han confirmado las conclusiones presentadas por los investigadores chinos que, ya en 2003, en el caso del SRAS-1, habían establecido una correlación entre la densidad de las partículas finas en el aire, las enfermedades respiratorias resultantes y los daños causados por el virus.

La gestión de la pandemia por parte de los gobiernos merece una crítica detallada, para la cual no tenemos espacio aquí. Digamos simplemente que se trata claramente de una cuestión de gestión de clase, cuyas prioridades desde el principio han sido 1°) mantener la actividad del sector productivo de la economía en la mayor medida posible; 2°) evitar un desafío a las políticas de austeridad que durante décadas han debilitado el sector asistencial (hospitalario y extrahospitalario) ; 3°) imponer a la población medidas de confinamiento muy estrictas y/o medidas tecnológicas liberticidas (único medio de aplanar la curva epidémica de conformidad con los puntos 1° y 2°) que han tenido como efecto el agravamiento de las desigualdades y discriminaciones sociales, de género o «raciales».

La pandemia (¡y su gestión!) están precipitando el inicio de una crisis socioeconómica cuya magnitud superará repentinamente la de 2008, y podría incluso acercarse a la de 1929. Pero el análisis del fenómeno no puede ser estrictamente cuantitativo. Cualitativamente, de hecho, esta crisis es como ninguna otra. Hay que reconocer que tiene lugar en un contexto general y muy clásico de sobreproducción capitalista, ya bastante tangible antes de diciembre de 2019. Pero, a diferencia de una crisis clásica, la destrucción del excedente de capital no será suficiente, aquí, para restablecer los beneficios para asegurar la reactivación de la máquina. El virus, de hecho, es mucho más que un simple detonante: mientras no se ponga fuera de acción, se agarrará a los engranajes.

En otras palabras, el retorno a la «normalidad» podría ser imposible durante un período indefinido de tiempo… excepto a costa de eliminar a millones de los más débiles, los más viejos, los más pobres, los enfermos crónicos. La extrema derecha no duda en optar por esta «solución», como lo demuestran las manifestaciones anticonfinanciación en Estados Unidos y Alemania, así como las declaraciones de Trump y Bolsonaro. Nos corresponde a nosotros, ecologistas conscientes de que la vuelta a la «normalidad» es un callejón sin salida, sacar la conclusión: el capitalismo no se derrumbará por sí mismo. Debemos concretar en las luchas la elección entre un ecosocialismo que se ocupe de los humanos como de los no humanos y una caída en la barbarie.

Fuente e imagen:  https://ficciondelarazon.org/2020/06/19/daniel-tanuro-una-crisis-global-sistemica-y-sin-precedentes/#more-5899

Fuente original: L’Autre Quotidien

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El fantasma de la ingeniería climática recorre la COP21

DANIEL TANURO

Aunque la Cumbre del Clima de París fue descrita por los negociadores y los medios de comunicación como un acuerdo ambicioso e histórico, la realidad es que el documento a que dio resultado no es más que una declaración de intenciones que confirma el objetivo ya establecido en la cumbre de Copenhague en 2009: mantener la subida de temperatura este siglo a no más de dos grados por encima de la temperatura alcanzada en la época preindustrial. Con la presión de los países más amenazados, el acuerdo de París añade una esperanza para mantener la subida por debajo de 1,5º C, un objetivo que ya se planteó en la Cumbre de Cancún en 2010.

Es sin duda importante lograr unanimidad en estos objetivos: confirma que está perdiendo fuerza la influencia de quienes niegan el cambio climático, y que el impacto del movimiento por el clima está creciendo. Pero el acuerdo no establece el compromiso de una fecha determinada para reducir las emisiones globales, ni una tasa de declive anual, ni una fecha en la que la humanidad dejará de emplear las reservas de petróleo. En estos puntos clave nos tenemos que contentar con una afirmación extremadamente vaga: “las Partes tienen como objetivo llegar a un acuerdo definitivo sobre las emisiones de gas invernadero tan pronto como sea posible, reconociendo que este acuerdo tardará más tiempo para los países en vías de desarrollo, y llevar a cabo rápidas reducciones a partir de entonces de acuerdo con los mejores avances científicos disponibles, para lograr un balance entre conservar y aumentar, según corresponda, los sumideros y las reservas de gases de efecto invernadero en la segunda mitad de este siglo «(Artículo 4)/1.

El acuerdo no dice cómo debería distribuirse el esfuerzo entre distintos países con responsabilidades históricas y capacidades diferentes, tal y como requiere La Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, adoptada en 1992/2. Recordemos que la Cumbre de Copenhague fracasó precisamente en este punto, y se cerró con la visión de los países del sur de que los países de norte no estaban cumpliendo con sus obligaciones. En París, el problema fue eludido con sutil elegancia, reafirmando simplemente los principios generales de la Convención Marco de Naciones Unidas, sin explicitar si los programas actuales de cada país para la estabilización del clima son consistentes con esos principios.

El vaso está un 80 % vacío

En la jerga del COP21, dichos planes se conocen por el acrónimo INDCs (Contribuciones Previstas y Determinadas a nivel Nacional)/3. Pese a que algunas voces destacan el Acuerdo como histórico y ambicioso, en realidad estas “contribuciones previstas” no lo son en absoluto. Incluso si llegaran a implementarse en su totalidad, su efecto acumulado será entre 2,7 y 3,7° C de calentamiento al final del siglo/4. Esto sería unos 4 o 6 ºC menos que el aumento proyectado si las emisiones continúan en los niveles actuales, pero seguiría siendo aproximadamente el doble del objetivo marcado en el Acuerdo.

¿Significa esto que el vaso de París está medio lleno? No. El análisis realizado en Durban con el objetivo de ampliar horizontes en la lucha contra el calentamiento, ha comparado el impacto en el clima de las Contribuciones Previstas a Nivel Nacional con otros escenarios posibles que permitirían mantener el aumento por debajo de 2º C. El informe ejecutivo, remitido al Secretariado de la Convención Marco de Naciones Unidas con anterioridad a la COP21 es particularmente claro: los planes estatales representan sólo una quinta parte del esfuerzo necesario para producir un 66 % de probabilidades de mantener el aumento de temperatura por debajo de los 2º C. El vaso está un 80 % vacío.

El preámbulo al Acuerdo de París destaca “con seria preocupación la necesidad urgente de afrontar esta distancia significativa” entre los objetivos y lo hasta ahora logrado. Con ese fin, el acuerdo será revisado cada cinco años, pero no hay certidumbre, puesto que el resultado depende de la buena voluntad de cada país. Algunos expertos en materia jurídica creen que el texto es vinculante y que las partes están obligadas a actuar “de buena fe”/6, pero es difícil forzar la buena fe cuando no se prescriben sanciones y cuando no se define con claridad lo que podría constituir una vulneración, en un Acuerdo que, por otra parte, no especifica en ningún momento lo que cada país tiene obligación de hacer para alcanzar el objetivo de los 1,5º C-2º C.

La primera revisión del acuerdo se preparará en 2017 y se pondrá en marcha en 2023, tres años después de su implementación. Pero no hay fechas límite, especialmente no se especifica cuál será el año en que como máximo las emisiones globales deberían comenzar a disminuir si se quiere mantener el calentamiento por debajo de 2º C. Y esto es un asunto crucial. Profundizar da lugar a sospechas: bien el objetivo de mantener el calentamiento en un límite de 1,5º C-2º C es pura retórica, o bien hay un acuerdo entre bastidores sobre el despliegue masivo de técnicas de ingeniería climática no sujetas a debate público. Quien escribe estas líneas se inclina por la segunda opción.

Después de todo, ¿un asunto sin importancia?

El Cuarto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático decía que las emisiones globales tenían que empezar a descender en 2015 como muy tarde si se quiere tener al menos un 50 % de probabilidades de mantener la concentración atmosférica de gases invernadero entre 445 Y 490 partes por millón en volumen (ppmv) de dióxido de carbono equivalente (CO2e), lo que significaría un calentamiento medio de entre 2 y 2,4º C/7.

El Quinto informe dio unas proyecciones ligeramente diferentes, calculadas por región: para un 66 % de probabilidad de permanecer entre 430 y 482 partes por millón de dióxido de carbón equivalente, las emisiones debían llegar a su punto máximo en 2010 en los países de la OCDE, en 2014 en los países del antiguo Bloque Soviético, en 2015 en Latinoamérica, y en 2020 en África, Asia y Oriente Medio/8.

Sin embargo, el informe resumen del grupo ad hoc de Durban sobre las Contribuciones Previstas a Nivel Nacional dice que es posible permanecer por debajo de los 2º C incluso si las emisiones globales no llegan a su punto máximo hasta 2020, 2025 o incluso 2030.

Estas borrosas fechas límite dan la impresión de que la amenaza del calentamiento global no es tan seria después de todo, que las soluciones que podrían prevenir un desastre seguirán disponibles durante muchos años. ¿Es cierto esto? Y si no es así, ¿qué es lo que ha metido una idea tan peligrosa en sus cabezas?

Esta pregunta puede responderse fácilmente con el concepto “presupuesto de carbón por Xº C”. Es decir, la cantidad de gases invernadero, expresada en dióxido de carbono equivalente, que puede aún emitirse con una probabilidad Y de que la atmósfera no se calentará más de Xº C al final del siglo. Para un 66 % de probabilidad de que el calentamiento sea de 2º C o menor, el Quinto informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático dice que el presupuesto de emisiones entre 2011 y 2020 debe ser de 1000 gigatoneladas o menos/9. Al ritmo actual, ese presupuesto se agotará en unos quince años. Es por lo tanto más urgente que nunca reconocer que afrontamos una amenaza extremadamente seria.

Un reto enorme

El carbón, el petróleo y el gas natural, las fuentes principales de emisión de gases invernadero suman un 80 % de la oferta de energía. Además, la agroindustria y la silvicultura capitalista, que emplean ambas combustibles fósiles y emiten dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, reducen de manera significativa la capacidad del suelo de absorber el carbono. Así que es crucial desarrollar un plan comprehensivo que reduzca el consumo de energía, remplace los combustibles fósiles con otros renovables, y reestablezca una agricultura ecológica en el marco de un uso racional de la tierra. Después de llegar al punto máximo, la curva de las emisiones caerá hacia cero, incrementando la absorción de carbón por ecosistemas agrícolas y forestales.

¿Es esto aún posible? ¿Es posible respetar las 1000 gigatoneladas de presupuesto de carbono, cuando las acciones que eran necesarias se han retrasado 25 años al tiempo que las emisiones anuales han aumentado? En teoría, sí: si la reducción rápida de emisiones y una mejor absorción comienzan de manera inmediata. En primer lugar, de acuerdo con Kevin Anderson, director del prestigioso Centro de Investigación Tyndall sobre el Cambio Climático, las emisiones globales por sector deben reducirse al menos un 10 % anual, comenzando ahora/10.

El reto es inmenso. Considerando la cantidad de capital invertido en las reservas de combustible fósil, en los servicios de conversión, refinerías y distribución, así como en el sistema agro-forestal capitalista, es imposible lograr los objetivos señalados, respetando al mismo tiempo la permanente necesidad de beneficio, crecimiento, competición y propiedad privada que conlleva el capitalismo/11. Por el contrario, se necesitarán medidas radicalmente anti-capitalistas: poner fin a una producción derrochadora y dañina y a la obsolescencia planificada, hacer del reciclaje una obligación independientemente de su coste, poner fin al consumo ostentoso de los ricos, compartir recursos, expropiar a las grandes corporaciones financieras y energéticas, planificar para un modelo de desarrollo que reemplace la industria agrícola basada en el beneficio por la agricultura campesina, y más medidas de este tipo.

El sesgo ideológico de la investigación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.

Pese a las miles de páginas publicadas en formato de informe, el IPCC no afronta una cuestión fundamental: ni siquiera los economistas que desarrollan diversos escenarios climáticos piensan fuera de las leyes del mercado. La industria armamentística es un ejemplo muy concreto, pero llamativo: El Ministerio de Defensa norteamericano emite anualmente tanto dióxido de carbono como 160 millones de nigerianos, y su guerra contra Irak generó más más emisiones de CO2 entre 2003 y 2008 que cualquier otro país en una lista de 139/12. Pero en ningún escenario se considera la posibilidad de reducir la producción de armas o cualquier otra serie de bienes innecesarios y dañinos. El alcance de las soluciones posibles es limitado precisamente porque los investigadores ignoran tales opciones.

El Grupo de Trabajo III revela de manera explícita esta auto-censura ideológica en la sección quinta del informe del IPCC: “los modelos emplean la economía como base para la toma de decisiones… En este sentido, los escenarios tienen una descripción normativa de futuro, definida en ese marco de la economía. Los modelos presentados asumen así un funcionamiento estándar de los mercados y un comportamiento competitivo de mercado/13.

En este marco neoliberal, en el que “la economía” es vista como una ley natural, no sorprende que los científicos puedan dedicarse sólo a observar con impotencia mientras las proyecciones del aumento límite de temperatura en torno a 2º C se desvanecen. Tanto da que el IPCC publique veinte informes más sobre el cambio climático porque el marco neoliberal no deja espacio para una salida. Así que, en lugar de gritar “¡Fuera combustibles fósiles!, dejadlos en la tierra”, los científicos encargados de proyectar futuros escenarios, se doblegan ante los dictados del capital, buscando la manera de reducir las emisiones, mientras que el capital continua arrojándolas incesantemente.

Emisiones negativas, una solución improbable.

En estos momentos está emergiendo un nuevo campo de investigación: las Tecnologías de Emisiones Negativas, o TEN. Podemos mencionar aquí brevemente algunas de éstas. Las hay que tienen como objetivo desarrollar árboles artificiales que capturen CO2 del aire en resinas especiales, de las que puede separarse y almacenarse en las profundidades de la tierra. Otras proponen verter cal en los océanos: el CO2 reaccionaría a la cal formando carbonato cálcico (el principal componente de la piedra caliza), que caería en el océano, permitiendo al agua absorber una mayor cantidad de CO2 del aire. Otras proponen incluso quemar grandes cantidades de biomasa en atmósferas bajas en oxígeno (pirólisis) para producir carbón vegetal (llamado biochar en este contexto), que es rico en carbono y puede ser enterrado bajo tierra. Y aún otras sugieren la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECSS), que consiste en quemar biomasa en lugar de, o en combinación con, los combustibles fósiles, capturando el CO2 producido por la combustión y almacenándolo en formaciones geológicas profundas/14.

El Grupo III de Trabajo del IPCC informa de que estas tecnologías de emisiones negativas (también llamadas “Tecnologías de Eliminación del Dióxido de Carbono”) podrían favorecer una eliminación de 10Gt al año de la atmósfera en para el 2050, y quizás 40Gt al año hacia el final del siglo. Las empresas energéticas transnacionales están muy interesadas, y financian investigación en este campo por una buena razón: las “emisiones negativas” sirven de excusa como supuesta compensación a la falta de compromiso con el presupuesto de carbono para seguir quemando combustibles fósiles durante varias décadas/15.

No cabe duda de que estas son, en el mejor de los casos, pseudo-soluciones. Dos ejemplos ilustran hasta qué punto son un disparate:

 Transportar cal como para convertir una cantidad suficiente de CO2 oceánico en carbonato cálcico requeriría construir tantos barcos nuevos como hay en la flota mundial actual/16.

 Convertir el CO2 de la atmósfera en carbonato cálcico, empleando hidróxido de sodio en las depuradoras, supondría un gasto de inmensas cantidades de energía: eliminar el CO2 para almacenarlo requiere temperaturas de 900° C. El coste sería intolerable: 1300 torres depuradoras, cada una de 110 metros de diámetro y 120 metros de altura, apenas lograrían eliminar 0,36 gigatoneladas al año, es decir, menos de un uno por ciento de las emisiones globales/15.

Podrían describirse problemas similares que tienen las otras propuestas. ¡Y todo esto sólo por evitar prohibir a los lobbies petroleros de que sigan explotando las reservas! Es obvio el sinsentido de todo este montaje.

Por el camino equivocado

Exceder el presupuesto de carbono obviamente forma parte de los intereses del complejo financiero-energético en el corazón del capitalismo mundial, pero a la larga será mayor el coste para la humanidad en su conjunto, haciendo más difícil, si no imposible, estabilizar el clima mundial.

Es un escándalo que quienes están trazando proyecciones futuras hayan abandonado el antiguo supuesto de que la transición de modelo energético debe tener lugar, cuando en realidad sería la opción más económica. En cambio, la mayor parte de las proyecciones asumen que las emisiones excederán el presupuesto de carbono, y esto se compensará más adelante a través de las Tecnologías de Emisiones Negativas/17.

Es fácil criticar al IPCC, pero sólo está siguiendo su mandato, que consiste en producir informes que resuman la investigación científica publicada. La mayor parte de ésta se apoya en proyecciones basadas en Tecnologías de Emisiones Negativas, por las que las propuestas de “mitigar” el cambio climático se ven profundamente afectadas (o más bien, contaminadas). Lo peor de todo es la creencia de que puede retrasarse el año en que las emisiones deberían llegar a su límite máximo mientras exista (¡sobre el papel!) la hipotética posibilidad de que ese límite traspasado, al seguir extrayendo combustibles durante 20 o 30 años, podrá reponerse en la segunda mitad de siglo.

Acumular activos de combustibles fósiles

Aquí nos encontramos hoy en día. Kevin Anderson señala que la base de datos del Quinto Informe del IPCC contiene unos 113 hipotéticos escenarios de mitigación del cambio climático en los que hay un 66 % de probabilidad de mantenerse por debajo de los 2º C. Pero de estos, 107 (el 95 %) asumen un desarrollo masivo de Tecnologías de Emisiones Negativas. Según los 6 restantes, la fecha límite para las emisiones debería ser no más tarde de… ¡2010! Así pues las afirmaciones de la Cumbre de París ocultan esta preocupante realidad: no estamos en el buen camino para mantener el calentamiento por debajo del 1,5º C.

Estamos muy alejados del camino por ahora, y podría ser que nos alejáramos aún más en el futuro. De la misma manera que el gusto por la comida crea apetito de más, el uso (y abuso) de la fantasía de las Tecnologías de Emisiones Negativas para ocultar un pequeño desfase en el presupuesto de carbono podría acabar facilitando que los desfases respecto a los límites marcados sean cada vez mayores. Un estudio de principios de 2015 señalaba que sería técnicamente posible eliminar entre 700 y 1350 gigatoneladas de CO2 de la atmósfera en torno al 2100 a través del empleo masivo de Tecnologías de Emisiones Negativas. Pero en ese cálculo se ampliaría el presupuesto de carbono entre un 70 y un 140 % o más/18. Los autores del estudio concluían afirmando que “el empleo de Tecnologías de Emisiones Negativas a gran escala, incluso si fuera posible, no es en absoluto preferible a una descarbonización a tiempo de los sistemas de agricultura y energía”. Ya solo el coste del empleo de las TEN sería prohibitivo. Pero nada de esto hará parar a los directivos del capital petrolífero de ver estos cálculos como una forma de mantener la burbuja de carbono y acumular así activos de los combustibles fósiles. Sólo necesitan tener secuestrado el planeta, forzar a la sociedad a pagar el enorme coste de las tecnologías de ingeniería climática, las cuales serán la única vía para evitar un desastre aún mayor si no se lleva a cabo ninguna medida urgente. De esta manera, ellos pueden continuar explotando las reservas de combustible, al menos por un tiempo/19.

Esto es pura especulación, por ahora. Pero llama la atención que cuando se trata de la deuda pública y se nos dice que sólo puede pagarse a los acreedores mediante medidas de extrema austeridad, la pseudo ciencia económica insiste en que el balance de presupuestos es esencial; sin embargo, cuando esos mismos acreedores pueden beneficiarse del déficit del presupuesto de carbono, entonces, curiosamente no hay la más mínima sugerencia sobre la necesidad de mantener el balance. Todo lo contrario: cualquier medio disponible para aumentar el déficit es adecuado, de manera que la sociedad, las futuras generaciones y los sistemas ecológicos pagarán la deuda.

Retrasar las evaluaciones.

Este análisis clarifica el contenido de la Cumbre de París. Puede que a los participantes del acuerdo les dé igual si se puede reducir en su totalidad o en parte la disparidad entre las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional y lo estimado para mantener el objetivo de 1,5 y 2º C. Pero lo más probable es que sí les importe (a los más inteligentes sin duda alguna les preocupa), porque un calentamiento excesivo podría hacer incontrolable todo su sistema/20. Sin embargo, en el marco capitalista las Tecnologías de Emisiones Negativas parecen ofrecer la única salida posible.

La ingeniería climática es el fantasma que recorre el texto aprobado en París y que le da sentido/21.Si no, ¿para qué mencionar los límites máximos de emisiones, los índices de reducción, la posibilidad de descarbonización? A partir de ahora, todos estos conceptos dependen del potencial de las TEN, las cuales los encaminarán en alguna fecha futura. El hecho de que el Acuerdo no mencione un modelo de transición energética no es un lamentable lapsus en lo que constituye un texto relativamente bueno, sino una prueba por omisión de que las partes del acuerdo han elegido apostar por la ingeniería climática en lugar de hacer frente al capital de los combustibles fósiles.

Bioenergía con Captura y Almacenamiento de Carbono, una alternativa infernal.

Entre las Tecnologías de Emisiones Negativas hay una particularmente destacada: la BECCS, el uso masivo de biomasa como fuente de energía. Es el sector energético menos costoso, porque no requiere grandes cambios sistémicos y es adecuado para la producción de energía eléctrica, biogás y petróleo. A diferencia de los árboles sintéticos, la BECCS no sólo elimina CO2 del aire, sino que además da algo que las energéticas pueden vender. El IPCC cita estudios que sugieren 3 gigatoneladas al año como una cantidad “realista” de carbono que la BECCS podría eliminar de la atmósfera en 2050, a un precio aceptable, y que, por lo tanto, es una tecnología potencialmente económica. El grupo de Trabajo III dedica también docenas de páginas a las incertidumbres y riesgos de las técnicas de captura geológica en general, y del BECCS en particular/22. Sin embargo, cuando las decisiones ya se han tomado, sólo se necesita “que los mercados funcionen a pleno rendimiento” y un “comportamiento competitivo de mercado”. Así que el resumen ejecutivo del informe del Grupo de Expertos de Durban sobre las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional ni siquiera se toma la molestia de mencionar los riesgos que describe el IPCC en relación al uso de estas tecnologías.

Y, sin embargo, los riesgos son considerables. Riesgos para la biodiversidad, que se pone en peligro por estos proyectos de bioenergía. Riesgos para comunidades rurales y pueblos indígenas, que afrontan nuevas presiones para apropiarse de sus tierras. Riesgos para los asalariados y los pobres, porque la competición entre los cultivos energéticos y los cultivos de alimento harán subir los precios de estos últimos. Riesgos para los asalariados de sectores que emitan gases de efecto invernadero, porque se verá afectada la rentabilidad de esas industrias. Riesgos para las mujeres, situadas en los frentes de batalla de tantos conflictos socio-ecológicos, las cuales producen cerca del 80% de la producción mundial de alimentos.

Un artículo reciente señala algunas de las consecuencias de la competición entre los cultivos energéticos y los de alimento/23. Los autores señalan que emplear BECSS para eliminar 3 gigatonenadas de carbono al año de la atmósfera requeriría establecer plantaciones industriales que cubrieran entre un 7 y un 25 % de la tierra de uso agrícola (entre un 25 y un 46 % de la tierra arable y cultivable). El agua es otra de las preocupaciones: el proyecto aumentaría el uso humano de agua potable en torno a un 3 %. Si las plantaciones se establecieran en tierra de secano, el objetivo de las 3 gigatoneladas podría lograrse solo aumentando un 40 % del consumo de agua en esa área.

¿Comer o salvar el clima?

No hace falta que repita lo que la mayor parte de quienes leen estas líneas ya conocen en relación a los riesgos de la energía nuclear. Y sabemos de los riesgos y las incertidumbres que la captura y almacenaje de CO2 suponen en general: la imposibilidad de garantizar almacenaje a largo plazo, y el riesgo significativo de terremotos causados por el almacenaje bajo tierra/24.

Por si estas amenazas no fueran suficientes, los aprendices de brujo del crecimiento capitalista añaden otra: la competición entre las necesidades alimenticias de la población mundial, y el deseo de proteger los beneficios de la industria eliminando una pequeña parte del CO2 del aire. Todo ello con la excusa de que no hay otra forma de salvar el clima.

La “burbuja de carbono” es tan grande que necesitan movilizarse todos los ecosistemas para desinflarla. Ello significa que toda la tierra (de uso agrícola o no), los bosques y el agua del planeta tienen que subordinarse a ese objetivo, a través de un sistema de pago por los “servicios medioambientales”, tal como REDD+, un plan ya en marcha para los bosques. La subordinación de los ecosistemas a los objetivos de beneficio del uso de combustibles fósiles necesita también la subordinación de los seres humanos que viven en esos espacios.

Que una alternativa tan perversa se envuelva bajo el manto de “ciencia” dice mucho de la profundidad de las “aguas heladas del cálculo egoísta” (Marx) en las que nos ha sumergido la sociedad de mercado, y de la decadencia de la investigación científica, cada vez más fragmentada en hiperespecializaciones que sirven a los intereses cortoplacistas del capital.

No hay tiempo que perder

Hay otra vía, un camino basado en la visión de un sistema energético en su conjunto, incluyendo no sólo la producción de calor, luz y movimiento a través de la tecnología, sino también la conversión de la energía lumínica en energía química a través de las plantas (de la agricultura en un sentido amplio) y del consumo humano de esa energía.

Si no queremos resignarnos a soluciones salvajes, el sistema del que dependen nueve millones de seres humanos puede lograr un equilibrio a través de un cambio fundamental en el modo de producción, consumo y transporte. Un cambio comprehensivo que involucre todas las áreas de la actividad humana. Un cambio en el que la agricultura biológica y una silvicultura verdaderamente sostenible jueguen un papel estratégico, porque son los únicos proyectos aceptables de ingeniería climática: naturales, libres de riesgos y democráticamente controlados. Un cambio social en el que la cosmogonía de los pueblos indígenas es una preciosa arma frente a la ideología productivista. Un cambio revolucionario en el que la clase obrera, pese a todas las dificultades, tiene que jugar un papel fundamental por su lugar en la economía.

Los movimientos sociales tienen que sacar las conclusiones necesarias. Un camino socialmente justo para salvar el clima necesita la convergencia de las luchas de todos los pueblos oprimidos y explotados. Debemos declarar un estado de emergencia (¡radicalmente diferente del que usó el gobierno francés para encerrarnos en los acuerdos sobre el clima!) para planificar una acción colectiva que cambie el equilibrio de poder. Aún es posible escapar de la trampa, evitar ese momento terrorífico en que la humanidad no tenga otra alternativa que poner el termostato climático en manos de las multinacionales que controlan las Tecnologías de Emisiones Negativas. Pero no hay tiempo que perder.

25/01/2016

http://climateandcapitalism.com/201…

Daniel Tanuro autor de El imposible capitalismo verde (Libros VIENTO SUR-La Oveja Rojas, 2011).

Traducción: VIENTO SUR

Notas:

(Los links largos han sido abreviados)

1/ http://unfccc.int/resource/docs/201…

2/ http://unfccc.int/resource/docs/con…

3/ Las INDCs están publicadas en la página de UNFCCC. http://goo.gl/eB8O4i

4/ Las previsiones varían porque no todas las INDCs están calculadas sobre el mismo tipo de datos, y porque las acciones que puedan llevar a cabo algunos países del Sur frente al cambio climático y sus efectos dependen de la ayuda que les proporcionen los países desarrollados. El World Resources Institute ha analizado las diferencias. http://goo.gl/3kaA7E

5/ UNFCCC Durban Platform for Enhanced Action, “Synthesis report on the aggregate effect of the Intended Nationally Determined contributions” http://unfccc.int/resource/docs/201…

6/ “L’accord obtenu à la COP21 est-il vraiment juridiquement contraignant?” Le Monde, December 14, 2015.http://goo.gl/GUcVQm

7/ IPCC AR4, 2007. Contribution of Working Group III to the 2007 Report, Technical Summary, Stabilization scenarios, Table TS.2. https://goo.gl/67HK75 En el Quinto Informe, el IPCC decidió que era más adecuado proyectar temperaturas para el final de siglo, en lugar del punto de quilibrio en mil años.

8/ IPCC AR5, WGIII, Chapter 6, Table 6.4. https://www.ipcc.ch/report/ar5/wg3/

9/ IPCC AR5, WGI, section 12.5.4.2. https://www.ipcc.ch/report/ar5/wg1/ El término “presupuesto de carbono” indica en sí mismo la contaminación neoliberal del debate sobre el clima, especialmente al desdibujar la diferencia fundamental entre las leyes físicas del sistema climático y las “leyes” sociales del sistema capitalista.

10/ Kevin Anderson, “Duality in Climate Science,” Nature Geoscience, October 2015. http://goo.gl/0sSb2j

11/ Para salvar el clima, 1) las compañías petrolíferas, de gas y de carbón deberían abandonar cuatro quintos de sus reservas de combustible fósil, que son parte de sus activos y determinan el valor de sus acciones; y, 2) la mayor parte del sistema energético mundial (cerca de un quinto del PIB mundial) tiene que abandonarse antes de ser amortizado. “Carbon Bubble,” http://goo.gl/1gbHoR; World Economic and Social Survey, 2011. 53. http://goo.gl/KfGbDP

12/ Sohbet Karbuz, “How Much Energy Does The U.S. Military Consume?”http://www.dailyenergyreport.com/ho…. A Climate of War. The War in Iraq and Global Warming, Nikki Reisch and Steve Kretzmann, 2008. http://goo.gl/L9JA0d

13/ IPCC AR5, WGIII, Chapter 6, 6.2.1.

14/ Para una visión parcial de las TEN, see Niall R McGlashan et al., Negative Emissions Technologies, Grantham Institute for Climate Change Briefing paper No. 8: October 2012,https://goo.gl/GIDXJr. Para una evaluación de las mismas, Daniel Tanuro, “Les ‘tecnologies à émissions négatives’: noveau mirage, nouvelle menaces”. Contretemps, January 11, 2016.http://goo.gl/LJck0D

15/ Un ejemplo entre otros: El Proyecto Global Climate and Energy de la Universidad de Stanford, financiado por DuPont, ExxonMobil, General Electric, Schlumberger, Toyota y el Bank of America organizaron un seminario internacional sobre BECCS en 2012. https://goo.gl/m3frpF

16/ Paul Fennel, “Modelling and Potential of Negative Emissions Technologies, including Biomass-Enhanced CCS (BECCS).” Ponencia del seminario GCEP, junio 2012. https://goo.gl/Ezc39P.

17/ IPCC AR5, WGIII, Chap. 6 6.1.2.1. En la mayor parte de los escenarios, la energía nuclear, la captura y almacenaje, y las renovables forman la solución de “combinación energética”. Las emisiones de hidrocarburos se reducen, pero no se reemplazan en su totalidad: incluso continúan aumentando en algunos sectores, como el transporte.

18/ Ben Caldecott et al., Stranded Assets and Negative Carbon Emissions Technologies, University of Oxford Stranded Assets Program Working Paper, February 2015. http://goo.gl/CVCl7z

19/ El hecho de que las multinacionales energéticas estén esperando que los gobiernos inviertan en proyectos piloto de captura y almacenaje de carbono parece confirmar que esta estrategia con la que nos tienen secuestrados está ya en marcha. El Global CCS Institute (un lobby formado por las compañías petrolíferas, instituciones públicas y centros de investigación) se queja amargamente de que la crisis del 2008 haya traído un parón en este tipo de inversiones. Closing the Gap on Climate. Why CCS is a vital portion of the solution, December 2015. http://goo.gl/UJ3dnz

20/ En 2012 el Banco Mundial declaró que “tenemos que evitar un calentamiento mundial de 4 grados.” Para algunos líderes capitalistas parece que un aumento de la temperatura de 2-3ºC es “manejable”, pero un aumento de 3-4ºC no. Para ellos, el reto no es salvar el clima, sino salvar el capitalismo.http://goo.gl/rEoD3X

21/ La Royal Society define la ingeniería climática como: “la intervención deliberada a gran escala en el sistema climático de la tierra con el fin de moderar el cambio climático.” Citado por Claire Gough y Paul Upham en “Biomass energy with carbon capture and storage (BECCS): a review”, Tyndall Centre for Climate Change Research, Working Paper 147, December 2010, 6. http://goo.gl/g5tTzv

22/ IPCC AR5, WGIII, Chapter 11, 11.13.

23/ Pete Smith et al., “Biophysical and Economic Limits to Negative CO2 emissions,” Nature Climate Change, December 7, 2015. http://goo.gl/NDpbV5

24/ Parece cierto que un terremoto de magnitud 4,4 en la escala de Richter en British Columbia fue causado por la práctica de fracturación hidráulica, o fracking, de gas pizarra. http://goo.gl/qyKzWB. Sobre el riesgo de accidentes sísmicos inducidos por CCS y las resultantes fugas de CO2, ver http://goo.gl/JZwUFl

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