¿Cómo va la educación virtual en Colombia?

¿Cómo va la educación virtual en Colombia?

Balance de las ventajas, desventajas y retos que la virtualidad enfrenta en nuestro país después de tres meses de cuarentena.

Francisco Cajiao*

Educación y Escolaridad

Antes que nada, es importante esclarecer la diferencia entre dos conceptos que suelen usarse como sinónimos: educación y escolaridad. Si bien la educación abarca el proceso gradual de adquisición de competencias cognitivas (escolaridad), también involucra procesos de desarrollo emocional fundamentales para la formación de ciudadanos capaces de vivir en sociedad.

Teniendo en cuenta esta distinción, es necesario preguntarse qué efectos ha tenido la virtualidad en el aprendizaje formal y en procesos de desarrollo emocional como la formación de vínculos, la colaboración con pares, el reconocimiento de la diversidad y la participación activa en procesos democráticos, como la construcción de identidad y la capacidad de autocontrol.

Estos últimos tienen un lugar preponderante en la educación presencial: el intercambio continuo entre niños, familias, maestros y funcionarios administrativos permite el aprendizaje de valores cívicos y morales. Sin duda, una de las funciones fundamentales de este tipo de educación es construir comunidades educativas.

Por otra parte, es importante señalar que el aprendizaje de los contenidos formales que permite el desarrollo sistemático de competencias lingüísticas, matemáticas, científicas y artísticas varía dependiendo de la edad, la motivación, la madurez biológica y emocional y la experiencia vital de cada individuo. En ese sentido, también debemos preguntarnos por la eficacia de la virtualidad entre personas de edades diferentes.

Ventajas y desventajas de la virtualidad

Indudablemente, los programas informáticos de alta calidad que usan inteligencia artificial resultan más eficientes que la didáctica tradicional para acceder a información, proveer ejercicios interactivos y explicar las ideas y procedimientos de las diversas disciplinas porque combinan recursos que no tienen profesores en un salón de clases: imágenes, sonido, videojuegos, simulaciones, hipertexto, etc.

En ese sentido es cierto que la instrucción virtual puede tener efectos notables en los procesos de instrucción. Sin embargo, desde una perspectiva práctica, no es tan claro, al menos en Colombia, pues en las últimas pruebas Saber Pro, las universidades que cuentan la oferta virtual más amplia, estuvieron en el grupo de aquellas que tuvieron los puntajes más bajos

Sobre este punto es importante aclarar que, si los profesores se limitan a dictar clases tradicionales a través de computadores, tabletas y celulares, es imposible aprovechar las capacidades que se obtienen con el diseño de Objetos de Virtuales de Aprendizaje (OVA)

Desde que llegó la pandemia, ha predominado el uso de aparatos tecnológicos para dar cátedras tradicionales, enviar lecturas y poner tareas. Como han señalado los rectores de varias universidades, lograr una verdadera educación virtual es costoso y requiere un cambio de mentalidad difícil de conseguir.

Mientras no aprovechemos el verdadero potencial que ofrecen las nuevas tecnologías, no podemos esperar que la educación virtual tenga efectos positivos en los estudiantes.

En la educación básica resulta aún más complicado emitir juicios de valor porque, aunque chicas y chicos parecen estar familiarizados con los aparatos tecnológicos, su relación con la virtualidad se limita principalmente a juegos y redes sociales, así que no está claro cómo responden a los procesos de aprendizaje formal.

Habrá que esperar a que regresen a las clases presenciales para saber a ciencia cierta cuánto progresaron en lectura crítica, matemáticas, ciencias e historia. Esa evaluación será fundamental para discriminar el progreso por grupos de edad, condición socioeconómica y nivel educativo de sus cuidadores.

La importancia de la sociabilidad

Desde comienzos del siglo XX, pedagogos, psicólogos y neurólogos han insistido en que el juego tiene un papel fundamental en el desarrollo biológico del cerebro humano porque es la forma como los niños se acercan al mundo usando los sentidos y la motricidad.

Piaget señaló acertadamente que los niños comprenden los objetos a través de la acción. Así pues, comprenden qué es un balón y para qué sirve pateándolo y lanzándolo, no leyendo sobre él ni contemplándolo. Entonces, ¿qué imagen del mundo están construyendo los pequeños a través de pantallas que únicamente muestran representaciones de las cosas? No en vano, muchos ‘gurús digitales’ les prohíben las pantallas a sus hijos hasta que cumplen doce años.

Es innegable que la educación virtual presenta grandes limitaciones en términos de sociabilidad. En estos meses llenos de video llamadas, los niños han perdido la oportunidad de socializar con los pares que tenían en las aulas de clase. El contacto físico es tan importante que a pesar de que estas tecnologías existen hace dos décadas, los altos ejecutivos siguen viajando de un lugar a otro para resolver problemas, hacer negocios y emprender nuevos proyectos.

La brecha digital

Además de las limitaciones que presentan las nuevas tecnologías en materia de sociabilidad, tenemos un problema aún más difícil de resolver: la desigualdad en el acceso a los aparatos fantásticos que permiten viajar del interior de una célula a la última frontera del universo en segundos.

Para visitar virtualmente los mejores museos del mundo, oír música proveniente de todas las latitudes, visitar bibliotecas remotas, editar vídeos y diseñar edificios es necesario contar con equipos de cómputo de última tecnología porque los equipos viejos cada vez soportan menos programas y no pueden procesar información compleja. En Colombia, la brecha digital es enorme: solo los más privilegiados contamos con conexión a internet y equipos en buen estado.

Un artículo publicado recientemente por el portal 070 señala que, de acuerdo con el
DANE, apenas el 9,4% de los hogares en zonas rurales cuenta con un computador de escritorio, portátil o tableta. Así mismo, menciona que el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE) advirtió que el 96% de los municipios del país no podrá impartir lecciones virtuales porque menos de la mitad de sus estudiantes de grado once tiene computador e internet en su casa.

Esto significa que pese a los esfuerzos realizados por el Ministerio, las Secretarías de Educación y los maestros, gran parte de la población se ha visto damnificada por la brecha digital. Los más pobres no tienen más remedio que acudir a transmisiones televisivas o radiales como si aún vivieran en el siglo pasado.

Incluso si tuviéramos equidad digital —a pesar de los costos y la obsolescencia programada—, tendríamos que enfrentar las numerosas limitaciones que presenta la virtualidad, y las desigualdades sociales que caracterizan a Colombia.

Por ahora, todo parece indicar que el miedo al virus hará que el confinamiento de los niños se extienda en gran parte del país lo que queda del año.

[1] Los OVAs son diseños instruccionales que incorporan contenidos digitales autocontenibles, interoperables, flexibles y accesibles; están basados en un propósito educativo, capaces de incorporar actividades de aprendizaje y de evaluación, utilizando herramientas de contextualización.

Autor: Francisco Cajiao

Fuente de la Información: https://razonpublica.com/va-la-educacion-virtual-colombia/

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Las enseñanzas para la vida que el confinamiento les ha dejado a los jóvenes

Por Francisco Cajiao.

Es difícil asimilar que de un momento a otro todo quede literalmente suspendido. Como si un río que siempre fluye naturalmente, se viera  detenido de repente sin una explicación. Esa es la sensación que hemos tenido desde que se nos confinó a una cuarentena generalizada. De pronto, en el curso de dos días, se cerraron colegios y universidades, se detuvo el flujo de vehículos, dejaron de volar aviones, y conciertos y eventos deportivos fueron cancelados.

También quedaron en suspenso los proyectos de vida de miles y millones de personas. Muchos jóvenes vieron truncada su ilusión de una ceremonia de grado para celebrar años de esfuerzo con sus familias, otros quedaron atascados en países donde hacían una práctica profesional o acababan de iniciar un curso de idiomas. Hubo que cancelar matrimonios programados. La búsqueda de empleo quedó en el aire o la vinculación prometida fue pospuesta indefinidamente. Viajes, fiestas, paseos, cursos y planes alimentados por meses y por años desaparecieron como si hubieran sido hechos en mundos paralelos.

Aunque la crisis ha golpeado a todos sin distinción de edades, la situación para los jóvenes tiene una particularidad que tal vez radica en su percepción del tiempo. Quienes ya hemos cumplido más de seis décadas de vida solemos decir que el tiempo pasa volando, mientras para un niño o un joven dos meses son como la eternidad. Posponer el ingreso a la universidad un semestre, dadas las dificultades económicas de muchas familias, puede generar una tremenda frustración. Y se podrían enumerar una multitud de situaciones similares, pues la emergencia global ha traído con ella un frenazo económico con implicaciones inmediatas muy graves.

Seguro ha sido una situación extraña para los adolescentes, pues en esta etapa de la vida los amigos suelen ser mucho más importantes que la familia y no siempre las relaciones con los padres y hermanos son las mejores. Es el
momento en el que la vida social del colegio es prioritaria. Eso no significa que los adolescentes no tengan un enorme apetito intelectual. Lo que sucede, más bien, es que sus inquietudes y necesidades no suelen ir por el mismo camino que los currículos oficiales y cuando se logra es gracias a la cercanía e influencia positiva de sus maestros, ahora distantes.

Una de las cosas que deben aprender es que la vida no sale como uno se la imagina. Quizá esa es la diferencia en la manera como esta situación se vive de acuerdo al momento de la vida. Los mayores saben que muchas veces hay que cambiar todo lo que se tenía proyectado para adaptarse a nuevas situaciones. Muchos terminaron trabajando en lo que menos imaginaban, viviendo en lugares que jamás habían previsto o disfrutando de cosas que alguna vez odiaron.

Ahora toda la sociedad tendrá que aprender a dar un viraje. Se habla por estos días de reinventarse, de reconocer cuáles son las nuevas condiciones en las que podemos avanzar. En estas oportunidades se descubre que existen opciones que antes no se habían explorado.

A lo largo de la historia los pueblos han encontrado dificultades, pero sin ellas no hubiera sido posible alcanzar los enormes avances que hoy nos dan seguridad. Por ejemplo, epidemias anteriores que cobraron millones de vidas permitieron aprender a controlar este tipo de catástrofes. Gracias a eso, y a pesar de la gravedad que el coronavirus representa, los países cuentan sus pérdidas apenas en miles de personas. Seguramente estaremos aprendiendo nuevas lecciones, que todavía es pronto para evaluar.

Lo más importante es reconocer todos juntos el valor de la solidaridad e individualmente el descubrimiento de nuevas fuerzas internas que nos permitirán retomar el viaje ya iniciado días, meses o años atrás, y tal vez comenzar uno completamente nuevo y apasionante. Al cabo de unos años, lo que estamos viviendo ahora nos parecerá lejano, pero sabremos que para cada quien hubo unos meses que cambiaron el rumbo de su vida.

https://www.semana.com/contenidos-editoriales/educacion-hoy-aprendemos-todos/articulo/las-ensenanzas-para-la-vida-que-el-confinamiento-les-ha-dejado-a-los-jovenes/680649

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¿Qué significa la educación física?

Por: Francisco Cajiao.

Por la educación del cuerpo pasan la sexualidad, la autoestima y la lectura de mensajes corporales.

Una de las cosas que busco con curiosidad cuando visito colegios es el horario escolar, que suele estar a la vista de todos. En este mosaico, generalmente hecho con múltiples franjas de colores, como un gran mural de op-art, se pueden observar las intensidades de cada asignatura y la cantidad de cosas distintas a las que debe atender un niño o un adolescente. También se aprecia lo que no hay o escasea en extremo.

Entre lo que hace falta –bastaría una encuesta simple a cualquier grupo de estudiantes– es tiempo de recreo, de ocio, de juego libre y de oportunidad de estar solos por ahí para pensar. Lo que sí encuentro casi siempre es una variedad de materias que en algunos casos superan la docena para niños de 11 o 12 años en adelante. A veces llegan a 15 y casi agotan los colores disponibles que pueden usarse en el mural.

En esta policromía del saber infantil –o de lo que se pretende que sepan y hagan los niños–, la educación física aparece tímidamente con una o máximo dos horas a la semana, lo que indica de algún modo el valor que la escuela le atribuye al cuidado del cuerpo. Si se tratara de asuntos de esos que la tradición educativa considera que pueden irse acumulando poco a poco con cuentagotas –matemática, ciencias, historia–, sería comprensible, pero destinar un miserable número de horas a lo que es la ocupación permanente de quien está en proceso de formación es difícil de entender.

Más allá de las denominaciones y de esta absurda fragmentación del tiempo que obedece a concepciones del aprendizaje muy revaluadas desde mediados del siglo pasado, lo que deseo destacar es que los seres humanos debemos dedicar casi la totalidad de nuestro tiempo de vigilia a la educación del cuerpo.

Aprender a cuidar la salud o conocer las necesidades particulares de alimentación es tan importante como comprender los mensajes que enviamos a otros desde nuestro vestuario o arreglo personal.

El proceso de desarrollo en nuestra especie requiere unos 15 años para aprender a manejar el cuerpo de manera que sirva como un instrumento bien afinado para avanzar por el camino del conocimiento y la construcción de cultura. Los niños deben aprender a usar sus músculos desde los primeros gateos hasta la extraordinaria precisión que puede lograrse con la mano, que precisa para su funcionamiento una amplia zona del cerebro. Por eso, todo el tiempo de infancia con juegos, saltos, carreras, trepadas de árboles, superación de obstáculos y exploración de cuanto túnel o hueco se encuentra hace parte de su futura capacidad mental y de colaboración con otros. Pura educación física.

También se necesita tiempo y entrenamiento para afinar el uso de los sentidos: no es trivial aprender a ver o escuchar. Hace falta exponerse a muchos estímulos y aprender a discriminar los sonidos, las formas y los colores. Eso es educación física. Pero en los colegios no suele haber mucho tiempo para eso. No hay talleres de órganos de los sentidos con colecciones de aromas y en los cursos de lenguaje no se insiste en la importancia de poner nombre al mundo que vemos, escuchamos y sentimos.

Por la educación del cuerpo pasan la sexualidad, la autoestima y la lectura de los mensajes corporales que los demás nos envían. También, el autocontrol y la capacidad de desarrollar tareas que exigen concentración y disciplina. Aprender a cuidar la salud o conocer las necesidades particulares de alimentación es tan importante como comprender los mensajes que enviamos a otros desde nuestro vestuario o arreglo personal.

Nunca como ahora pareciera tan urgente atender este desarrollo del cual dependen en alto grado tanto la salud mental como la capacidad de niños y jóvenes de descubrir sus inclinaciones y talentos, lo que les apasionaría saber y los mecanismos para acceder a aquellas competencias indispensables para insertarse en un mundo cada vez más diverso y difícil de descifrar.

Fuente del artículo: https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/francisco-cajiao/que-significa-la-educacion-fisica-columna-de-francisco-cajiao-367644

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El todo y las partes

Por: Francisco Cajiao.

No cabe duda de que ha llegado el momento de una reforma profunda de la Ley 30.

Ya Aristóteles tenía claro que el todo es más que la suma de sus partes, y este principio se aplica de manera muy precisa a la educación. Por eso resolver el problema de la educación superior no implica que de inmediato tendremos un mejor sistema educativo en Colombia.

Ha sido muy importante la movilización de los estudiantes a lo largo de este mes, y, aunque todavía no hay noticias claras sobre el resultado de la negociación con el Gobierno, sería deseable continuar con las actividades académicas antes de concluir el año, pues no tiene sentido reclamar grandes sumas de dinero para luego tirarlas al caño, como sucedería si se cancela el semestre. Eso, por supuesto, no impide que se continúen las conversaciones, dándoles un alcance que supere los asuntos coyunturales.

No cabe duda de que ha llegado el momento de una reforma profunda de la Ley 30, que tiene más de un cuarto de siglo, en el que los cambios tecnológicos, sociales y culturales han sido enormes. Colombia diseñó un sistema de educación superior que apenas compensaba los mínimos de un país que aún no se imaginaba (como tampoco es capaz de hacerlo ahora) un destino de modernidad. Para poner solo un ejemplo, en 1992, año de la ley, no se había establecido internet en Colombia (Cetcol apareció en 1994), y, por lo tanto, era imposible calcular las inversiones que se requerirían en sistemas y telecomunicaciones.

La discusión sobre lo esencial no puede concluirse en un par de semanas ni de meses, pero, sobre todo, no puede abordarse sin mirar qué ocurre con el resto del sistema educativo. Más de la mitad de los cuantiosos recursos que demanda una educación universitaria de buena calidad se pierden, pues la tasa de deserción sigue rondando el 50 por ciento y la de graduación no llega al 40 por ciento en algunos casos. Y esto sucede también en las instituciones públicas.

Se trata de un fenómeno complejo relacionado con factores socioeconómicos, pero, en muy alto grado, con problemas que provienen de la educación básica. Basta ver los resultados de las pruebas nacionales e internacionales en relación con capacidad de leer y escribir, pensamiento matemático y pensamiento científico. Desde la primera infancia se cultivan las capacidades, actitudes y el gusto por el conocimiento, la ciencia, el compromiso de desarrollar soluciones para mejorar la vida individual y colectiva. Si allí los niños se limitan a obedecer, estar quietos y repetir incansablemente contenidos triviales y rutinas de sumisión, sería imposible que mágicamente se conviertan en talentos productivos a los 15 años.

Esto lo saben de sobra los países más desarrollados del mundo, y por eso abordaron reformas educativas verdaderamente audaces, mientras que nosotros seguimos poniendo pequeños y conflictivos parches sin orientación precisa. Está bien hablar, por ejemplo, de jornada única, pero es ingenuo esperar de ella resultados si no hay un currículo que marque el norte. No en vano, la Unesco define el currículo como un acuerdo político y no como una malla de asignaturas y contenidos inconexos y sin significado alguno.

Nadie mejor que la actual ministra de Educación, a quien la urgencia no le ha dado tiempo para ocuparse de lo importante –que conoce muy bien–, para abordar en su conjunto la discusión sobre un sistema educativo que no es más que un archipiélago de subsistemas que no se comunican ni se alimentan. Los maestros son producto de las universidades, los estudiantes de primaria alimentan la educación secundaria, las vocaciones del futuro se maduran desde la primera adolescencia, la participación ciudadana comienza en el gobierno escolar, y la salud de los niños se inicia antes del parto.

Necesitamos encontrar salidas para los problemas inmediatos de la educación superior, pero las soluciones reales no se conseguirán sin articular los mil pedazos de nuestra educación en un todo coherente.

Fuente del artículo:  https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/francisco-cajiao/el-todo-y-las-partes-columna-de-francisco-cajiao-298266

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Financiación y equidad

Por: Francisco Cajiao

A nadie se le ocurre que la calidad es secundaria. Educación superior de mala calidad es una estafa.

A veces no es claro lo que pretende el Gobierno con respecto a la educación superior. Por eso vale la pena traer a cuento algunos datos que permitan retomar la discusión con una perspectiva que supere la inmediatez y el mal hábito de pensar con el deseo sin dar tiempo para que la realidad avance al ritmo que necesita.

En 1990, la cobertura de la educación superior estaba en 8,1 % y se requirió una década para llegar al 13,82 % en 2000. En este año la matrícula oficial era apenas del 36,6 %, con 322.231 estudiantes, mientras en el sector privado se atendía a 555.943 jóvenes, 63,7 % de la población universitaria.

Para conseguir este incremento se crearon en el período 69 instituciones, de las cuales solo 27 fueron oficiales (39 %). Las 42 restantes fueron iniciativas privadas, respondiendo a una demanda que superaba en un 85 % la capacidad instalada en el país. Tal vez algunos vieron una oportunidad de negocio, otros presintieron que era una valiosa plataforma política y, sin duda, hubo grandes esfuerzos de liderazgo regional para mejorar las condiciones productivas de ciudades y departamentos.

Esto significa, en primer lugar, que la gran contribución a la expansión de la educación superior se hizo por causa de los ingresos salariales de las familias, pues más del 70 % de los ingresos de las universidades privadas provinieron de la matrícula. Pero también hay que destacar que esto hubiera sido imposible sin el aporte del Icetex al financiar ese gasto privado. En la década se beneficiaron por créditos directos y fondos en administración más de 650.000 jóvenes que de otra forma no hubieran podido asistir ni a las instituciones privadas ni a las públicas.

Buena calidad puede lograrse si los jóvenes tienen cómo acudir a las universidades con apoyo financiero y formas razonables de amortización.

Hoy se muestra con orgullo que hemos superado el 50 % de cobertura, aunque ese porcentaje implique una distorsión importante al incorporar la formación tecnológica del Sena, que representa algo más del 20 %. A pesar de esto, la matrícula privada representa el 50 % y el 72 % de las instituciones, sostenidas principalmente con los ingresos de matrícula que paga una población de bajos ingresos.

La población de estratos 4, 5 y 6 constituye el 9,1 % de la población y hace mucho accede a la universidad, no solo porque tiene recursos, sino porque sabe la importancia de la educación para progresar. Aun así, familias con dos o más hijos tienen que recurrir al crédito. Pero la nueva población universitaria que acude a la educación privada proviene de los estratos 2 y 3, que constituyen el 68,3 % de la población.

Pues bien, a alguien se le ocurrió que para ser el país más educado de América Latina este grupo social debía exprimir sus bolsillos para que las universidades a las que van sus hijos contraten doctores, hagan investigación, internacionalización y publicaciones en revistas científicas inaccesibles. Además, en el Plan de Desarrollo limitó los créditos de Icetex a las universidades acreditadas, que son apenas el 15 %.

Por fortuna, hay en curso proyectos de ley que echan abajo semejante esperpento, y el Icetex ha entendido con claridad que si el Estado no tiene con qué ampliar la cobertura pública, que es lo que debería hacer, no puede seguir orientando todos los recursos hacia las universidades ya consolidadas deteniendo, por vía de bloqueo económico, el desarrollo de todas las que tuvieron que crearse para facilitar el progreso gradual del nivel educativo del país.

A nadie se le ocurre pensar que la calidad es secundaria. Educación superior de mala calidad es una estafa. Pero buena calidad puede lograrse si los jóvenes tienen cómo acudir a las universidades con apoyo financiero y formas razonables de amortización, como las que están discutiéndose en el Congreso. El Ministerio debe entender que el exceso de control no siempre es garantía de progreso: hacer las cosas cada vez más difíciles no estimula la innovación, la eficiencia ni la equidad.

FRANCISCO CAJIAO
fcajiao11@gmail.com

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/francisco-cajiao/financiacion-y-equidad-educacion-superior-en-colombia-132088

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Las partes y el todo.

Es hora de que se piense que los colegios oficiales deben tener un administrador.

Por: Francisco Cajiao.

Resulta interesante observar la manera como suelen abordarse muchos problemas de la educación, pero en especial los de calidad.

Cuando se revisan los documentos que explican los planes sectoriales, sean nacionales o locales, no solo de Colombia sino de otros países, se nota una tendencia muy cercana a la obsesión taxonómica que se desarrolló a partir de la Ilustración.

Aproximarnos a la realidad nos obliga a hacer distinciones de las cosas que observamos, y para comprenderlas y actuar sobre ellas recurrimos a clasificarlas y ordenarlas. Esto ya se hacía desde épocas muy remotas, antes de que la taxonomía se convirtiera en una ciencia. Pero el afán de penetrar en los secretos de la naturaleza nos llevó más allá, diseccionando plantas, animales, personas y toda clase de organismos, con el fin de comprenderlos por partes cada vez más pequeñas.

Así como los anatomistas hacían disecciones desde la época de Herófilo y Erasístrato en la Grecia del siglo III a. C., con el objeto de comprender el cuerpo humano, los administradores y científicos de la educación diseccionan hoy las instituciones educativas, pieza por pieza, tratando de entender por separado el desempeño de los maestros, el liderazgo de los rectores, la inclusión de niños con dificultades, el matoneo, la ciudadanía, las competencias comunicativas, la primera infancia, las competencias blandas, la alimentación, y así hasta los mínimos detalles de la vida escolar.

Al igual que los anatomistas, los técnicos de la educación terminan trabajando con cadáveres, pues no basta entender cada pedazo del cuerpo para comprender cómo funciona. Diseccionar con propiedad un cuerpo requiere gran experticia si, además, se quiere describir con precisión cada parte. Pero lo que no es posible es volverlo a armar y hacer que funcione sin enfrentarse a un Frankenstein.

Por eso no deja de sorprender la dificultad que tenemos en Colombia –y entre los asesores que importamos, y en las universidades que ofrecen soluciones y en la literatura especializada– para comprender los colegios como organismos vivos que desarrollan una personalidad propia de acuerdo con las condiciones ambientales en las cuales deben desarrollarse.

La Ley 115 de 1994 entendió muy bien el asunto haciendo del colegio y de su Proyecto Educativo Institucional (PEI) el eje del sistema de educación básica y media. También entendió que debía hacerse con la participación de los miembros de la comunidad y que la principal función de los rectores debía ser formar comunidad educativa, pues ella es la garantía de convivencia, identidad y claridad en los propósitos centrales de la tarea educativa.

Pero, en la práctica, el ministerio y las secretarías que tienen cómo hacerlo comienzan a disecar los colegios desde sus propias dependencias, encargando a cada una de un pedazo. Así se diseñan programas que al llegar a la institución la seccionan y merman la capacidad de la comunidad de entenderse a sí misma como una unidad orgánica.

Es hora, por ejemplo, de que en la discusión sobre el Sistema General de Participaciones se piense que los colegios oficiales deben tener un administrador, de manera que los rectores desempeñen su rol de liderazgo pedagógico en la comunidad, porque hay una gran incoherencia al comparar la eficiencia de los colegios privados y sus resultados en calidad, cuando ellos disponen de amplios márgenes de autonomía y cuentan con gerentes administrativos que los públicos no tienen.

Los colegios son la unidad básica de calidad del sistema educativo, tanto en los aspectos formativos como en los intelectuales, y por eso deben ser entendidos y atendidos de manera integral y no por pedazos. La experiencia muestra que mientras no se fortalezca la institucionalidad del colegio, no hay fórmulas eficaces para la calidad.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/francisco-cajiao/las-partes-y-el-todo-francisco-cajiao-122142

Imagen: https://www.las2orillas.co/wp-content/uploads/2017/02/Educacion-1.jpg

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