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Función de la crítica

Por:Graziella Pogolotti

Cuando José Martí definió el «ejercicio del criterio», se estaba remitiendo al origen más remoto del concepto de crítica.

Para los griegos, se trataba de establecer las bases para discernir la necesaria búsqueda de la verdad mediante un instrumental analítico. Nunca neutral, se fundamenta en una perspectiva filosófica y se proyecta hacia el diseño de una sociedad en función del desarrollo humano. Ese propósito anima la inmensa obra periodística del Maestro.

En la preparación  y desarrollo de la guerra necesaria habría de estar, para José Martí, el germen de una República «con todos y para el bien de todos», con participación de los pinos nuevos, del sector obrero en crecimiento y con una  noción de cubano que incluía en igualdad de condiciones, al blanco y al negro. Sabía también que la conquista de la soberanía nacional implicaba la asunción del destino común de las Antillas y de la América Latina toda. Su práctica periodística se orientó a definir esos contextos. Subrayó, por ello, nuestras especificidades y los peligros que nos amenazaban. Delineaba de esa manera, los signos identitarios, reconocibles también en su examen de las expresiones  de las artes y las letras que aparecían en Cuba. De clara intención programática, su ejercicio crítico anotaba luces y sombras, pero el enfoque no dejaba de remitirse a una perspectiva integradora.

Válida cuando estaba fraguando la nación, la perspectiva crítica martiana es imprescindible en la actualidad. En un mundo mucho más complejo, las formas de dominación han adquirido un grado extremo de sofisticación. Sin descartar el empleo de la fuerza mediante la acción combinada de las armas y las represalias económicas, se apela también a la construcción de subjetividades con el empleo de recursos tomados de las ciencias sociales, la sicología y la semiótica, entre ellas.  De las formas primarias de la publicidad, dirigidas a la venta de un producto, se ha pasado a fabricar, a escala planetaria, consumidores para el mercado, todo ello alentado por una filosofía de la vida que apunta  a la evasión, a la búsqueda  del placer  a cualquier precio, a la exacerbación del individualismo, a la crisis de los fundamentos éticos del comportamiento humano y a la neutralización de todo proyecto transformador de la realidad. Hipnotizados por los mismos estímulos, constituimos una masa gregaria en la que, paradójicamente, fracturados los esenciales nexos solidarios, andamos más solos que nunca.

A contracorriente del poder hegemónico, el proyecto de emancipación socialista implica una filosofía de la vida y la formación de un ser humano actuante en la transformación de la realidad. Se sitúa, por tanto, en el terreno de la cultura. Desde ese punto de vista, el discernimiento analítico abarca el desmontaje de las contradicciones fundamentales de cada época y el desarrollo de un pensamiento crítico respecto al proceso de construcción de una sociedad justa, apuntalada en los valores,  que dimana de un esencial compromiso solidario. Esa vigilante búsqueda de la verdad alienta en la acción y la obra del Che.

Muchos reclaman la necesidad de una crítica constructiva. Yo preferiría adscribirme a la modelación de una crítica participativa, involucrada en la búsqueda de la verdad, enraizada en los conflictos de la realidad, proyectada hacia un horizonte transformador, atenta a los obstáculos que se interponen en el camino en el plano tangible de los hechos objetivos y en lo referente a la zona sutil y soterrada de los valores y las mentalidades. Considerada así, puede ofrecer señales tempranas de alerta ante peligros latentes, contribuye al desarrollo de una cultura revolucionaria atemperada a las exigencias de la contemporaneidad. Despojada de autoritarismo, con plena conciencia de que todo análisis entraña un margen de error, puede establecerse un diálogo reflexivo con los variados sectores que integran el entramado social.

Durante algunos años, ejercí la crítica como oficio circunscrito al ámbito de la creación artístico-literaria. Al escribir, intentaba imaginar el perfil de mis interlocutores potenciales. En aquellos días de fundación estaba emergiendo un público espoleado por el deseo de apropiarse de bienes espirituales, a los que accedían por primera vez. Pensando en ellos, debía ofrecer claves que viabilizaran una lectura provechosa, soslayando siempre la tendencia a subestimar la inteligencia y la sensibilidad latentes en el destinatario. No podía olvidar tampoco al artista auténtico, comprometido desde lo más profundo de sus entrañas en la realización de su obra. Con toda modestia, mi testimonio podía contribuir al necesario proceso de retroalimentación.

En el cincuentenario de su caída, la presencia del Che alienta entre nosotros con más fuerza que nunca. Mundialmente reconocida, la estampa del guerrillero se agiganta. Su tarea de constructor mantiene también plena vitalidad. En ella, el pensar y el hacer fueron inseparables. Cortó caña y comprobó el funcionamiento de las primeras alzadoras. Convirtió en práctica institucionalizada el ejercicio de la crítica. Su análisis de la experiencia socialista acumulada reafirmó su convicción de la necesidad de transformar, parejamente, a la estructura económica y al hacedor de esos cambios.

Concedió tiempo y espacio al debate teórico. A la vez, hizo de la crítica un medio permanente para sembrar principios éticos en el vivir cotidiano, porque la nueva sociedad arrastraba un indeseable rezago del pasado. Las huellas de esa permanente vigilancia crítica y autocrítica aparecen en su rico anecdotario, en sus escritos teóricos y aún en el  más íntimo testimonio de su diario.

Ante los desafíos del mundo actual, la crítica participante define las coordenadas de las fuerzas en conflicto. Con ese referente indispensable, fija la mirada en nuestro entorno inmediato donde reconoce los paradigmas y advierte las fisuras que se manifiestan en nuestro cuerpo social, tanto en las conductas que vulneran principios de legalidad, como en aquellas lacerantes de las sensibilidades como sucede en el desparpajo de la vulgaridad y en la ostentación impúdica de bienes de dudoso origen. Fieles a la construcción de un modelo alternativo, nuestro horizonte abarca, en última instancia, a los pobres de la tierra, a los pueblos del sur, a los excluidos de siempre y a la preservación del planeta amenazado. Nuestra plataforma política propone un proyecto humano inseparable de su fundamento ético y de la formación  de una cultura en la que habrá de crecer un sujeto crítico, capacitado para rehuir la seducción del facilismo y de asumir que el porvenir de cada uno está vinculado al de su comunidad.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-10-01/funcion-de-la-critica-01-10-2017-20-10-42

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La tierra tiembla

Por: Graziella Pogolotti

Tal y como nos sucede ahora con Marte, quizá algún día seres racionales instalados en otras galaxias se interroguen acerca de la existencia de vida en la Tierra, porque en carrera desenfrenada hacia la autodestrucción, se nos ha despertado una vocación suicida.

Las señales del peligro que se cierne sobre nosotros son evidentes. Las capas tectónicas se remueven para producir terremotos de enorme dimensión. En el área caribeña que habitamos, los huracanes se multiplican y alcanzan dimensiones sin precedentes en la historia. En semanas sucesivas, Harvey dejó secuela de destrucción en Texas e Irma se ensañaba con los territorios insulares de nuestro mediterráneo americano. Agredida por el hombre, la naturaleza sangra por las heridas provocadas por el apetito insaciable de unos pocos. El cambio climático se manifiesta con daños que parecen irreversibles. En un acelerado proceso depredador, la especie parece dirigirse a la destrucción de cuanto empezó a construir desde que el bípedo se hizo de las primeras herramientas y fue capaz de levantar la mirada hacia horizontes más anchos.

En tan peligrosa coyuntura, se impone establecer una plataforma de ideas articulada a una cosmovisión que subvierta una mal entendida filosofía del progreso, estimulada por un desenfrenado apetito de ganancias en beneficio de unos pocos. El desarrollo del capitalismo y la primera revolución industrial están estrechamente asociados. El consumo de combustible –carbón y petróleo– empezó a inficionar la atmosfera. La disputa por los mercados y por las fuentes de materias primas desembocó en guerras de enormes dimensiones. El estallido de las primeras bombas atómicas fue señal palpable del exterminio que amenazaba a la humanidad. Por otra parte, la generación de necesidades de productos rápidamente desechables se convirtió en fórmula para eludir las crisis cíclicas de superproducción características del capitalismo.

Hijos de la civilización que hemos edificado, absurdo sería proponernos el regreso al modo de vivir de un buen salvaje exaltado por Rousseau. El conflicto actual tiene su origen en el capitalismo depredador constituido en hegemónico mediante el despliegue de recursos económicos, volcados al ejercicio de la violencia complementado con la instauración de una cultura que privilegia la frivolidad y el adormecimiento de un pensar creativo. Así, por ejemplo, el uso inapropiado de zapatos de tacones por parte de la primera dama de Estados Unidos en su visita a Texas recibió amplia divulgación. Pero el anecdotario enmascaró la necesaria apertura de un debate acerca de las causas de la agudización de estas catástrofes naturales en un país que se plantea la retirada de los acuerdos de París, consenso logrado al cabo de tantos años de complejas negociaciones.

La lucha por la salvación del planeta tiene que ser factor de movilización para los hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo. Es inseparable de los reclamos a favor de la paz, tal y como lo comprendieron las naciones de la América Latina en el entorno de la Celac. El continente preserva todavía invaluables recursos que no pueden dilapidarse. La Amazonia es fuente de oxígeno. Los grandes ríos que la recorren, desde La Plata hasta el Orinoco, pasan por los afluentes de la corriente mayor. El Amazonas conforma lo que Carpentier denominó «el riñón de América». Su entorno selvático ya no tiene la densidad que conoció el autor de Los pasos perdidos cuando emprendió viaje hacia el origen de los tiempos históricos. Ya había perdido parte de su riqueza cuando, unos años más tarde, Antonio Núñez Jiménez realizó en canoa el recorrido desde las fuentes originarias hasta el arco de las Antillas. En menos de un siglo, el deterioro ha sido notable y la amenaza de destrucción prosigue y se acelera.

Desde otros lugares del mundo, en tiempo real, por vía de internet, muchos han seguido la tragedia experimentada por los habitantes del Caribe con el paso mortífero de Irma. A las consecuencias inmediatas de la tierra arrasada, se une la destrucción de bienes materiales construidos con años de esfuerzo y sacrificio con vistas a sentar las bases de un desarrollo económico sostenible. Conmovidos quizá por el impacto de las imágenes, los espectadores no consideran que vivimos un planeta independiente con inevitables relaciones de causa-efecto. El deshielo de polos y glaciares, la crecida del nivel del mar y el calentamiento de las aguas repercuten en todas partes.

La tierra tiembla. Bienvenidos sean los acuerdos entre las naciones que comprometan a los países más industrializados y, entre ellos, a Estados Unidos a detener la depredación suicida del planeta. Indispensable será, para lograrlo, la movilización política de las mayorías. En este empeño por la salvaguarda de lo que hemos construido y a favor del porvenir de nuestros hijos, resulta impostergable refundar una cultura orientada a lo que algunos de nuestros pueblos originarios llaman «el buen vivir». Se trata de ascender una dura cuesta en un tiempo marcado por el predominio de la aspiración de poseer bienes a tenor de las últimas modas consumistas por encima del aprender a disfrutar todo lo hermoso que nos rodea, regalo de la naturaleza o hechura del hombre. Se trata, en suma, de modificar rasgos esenciales de una cosmovisión elaborada a partir de la alianza entre el capital financiero y los medios de difusión, reiterada a través de una buena parte de las redes sociales. En este sentido, el proyecto socialista no puede limitarse a una distribución más equitativa de los bienes. Articulado en nuestra América a una tradición martiana, ha de proponerse, junto a la defensa del más alto sitial para la dignidad humana, la formulación de una cultura asentada en valores que favorezcan, en tanto expectativas de vida, la salvación de la especie.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-09-17/la-tierra-tiembla-17-09-2017-21-09-51

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Por un costumbrismo crítico

Por: Graziella Pogollotti

Formamos parte de un país que dispone de una brevísima e intensa historia. Nuestros primeros pobladores dejaron escasas huellas. Luego, fueron llegando los españoles que impusieron la inmigración forzosa de africanos. Nuestra demografía en los años que siguieron a la conquista se vio empobrecida por la partida de quienes se marcharon al continente, seducidos  por el espejismo del oro y la plata. Con el andar del tiempo, los que radicaron en la Isla y sembraron familia, se fueron acriollando. Se modificó el habla, cambiaron las costumbres y, por razones de clima y de recursos, las ciudades evolucionaron con perfil propio. La mentalidad, los estilos y expectativas de vida acentuaron diferencias entre los nacidos en Cuba y sus padres. Aparecían también las contradicciones entre el monopolio expoliador de la metrópoli y los intereses económicos de los lugareños.

La agudización de las contradicciones con España se une a la conciencia de nuestra singularidad para forjar paulatinamente el sueño de la nación.

Los rasgos característicos de nuestro perfil se precisaban al contemplarnos ante un espejo. Los escritores asumieron esa tarea, punto de partida para la conformación de un imaginario colectivo. Era la obsesión de Heredia en sitio tan distante como las cataratas del Niágara, y el desgarramiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda al abandonar la tierra en que había nacido. Estaba en el descubrimiento de la peculiar luminosidad de nuestro paisaje.

Con extrema prodigalidad y riqueza, el costumbrismo se expandió a lo largo del siglo XIX. Para los contemporáneos, fue un modo de afirmar nuestra singularidad. La posteridad ha podido descubrir en esos textos el registro de un ambiente de época a través del testimonio de un vivir cotidiano que incluye una significativa franja de la sociedad. La mirada del observador recorre mercados, el vestuario y la conducta de las vendedoras de una repostería hecha al gusto de los paseantes, en las celebraciones tradicionales, en la vida de los salones y en los sitios dedicados a la recreación.

El costumbrista resulta a veces complaciente en exceso, al extremo de eludir en sus viñetas las zonas más oscuras de nuestra realidad. Podemos tropezar con la zona marginal representada por los curros del manglar, pero el acercamiento al drama social y humano de la esclavitud es mucho más cauteloso.

Los reformistas condenaron la trata negrera, pero no pudieron plantearle la abolición radical al sistema. Precursor de una ciencia en formación, en su prosa reflexiva José Antonio Saco intenta un análisis sociológico de las razones de algunos de los males que hemos arrastrado en nuestro devenir; la vagancia y los juegos de azar, que se sumergen y renacen como el irreductible marabú que inficiona nuestras tierras.

Desde la publicación de Contradanzas y latigazos, Reinaldo González no ha abandonado el estudio de Cecilia Valdés, clásico indiscutible de nuestra literatura, lectura imprescindible para todos los cubanos. Con esa novela, Cirilo Villaverde dio término al ambicioso empeño de toda una vida. Encontró maestros en los escritores europeos de su época, pero su intuición de artista lo condujo a entrecruzar la perspectiva sociológica con una penetrante capacidad de observación sicológica. En su voluntad de descubrir las interconexiones subyacentes en una realidad compleja, conduce al lector a un recorrido por la capital y por las zonas rurales. Atraviesa los estratos de la sociedad cubana, desde el comerciante español hasta el quehacer de ingenios y cafetales. Pasa junto a los mestizos que desempeñan oficios. Mira de soslayo a los estudiantes del seminario San Carlos. Describe la condición de los esclavos y advierte, con notable perspicacia, la marca de esta infame institución en víctimas y victimarios. El acercamiento abarcador a conflictos que atraviesan la sociedad se complementa con la sagaz visión del ámbito familiar de los Gamboa y la manifiesta ambigüedad latente en el vínculo entre Leonardo y su madre.

La literatura del siglo XX tomó otros rumbos, aunque nos dejó el perfil crítico del trepador Juan Criollo. No faltó, sin embargo, la crítica de costumbres. Se hizo a través del periodismo. La ejerció de manera ejemplar Emilio Roig, quien supo compartir su tarea en los campos de la investigación histórica y de animación cultural con una acción pública en favor de la cimentación de la conciencia ciudadana. En las modalidades de la convivencia cotidiana se manifiesta también el sueño martiano de preservar, ante todo, la dignidad suprema del hombre en lo que tiene de esencial, el respeto al otro.

En el aquí y el ahora del obligado quehacer de cada día, observamos la vulneración creciente de normas de conductas básicas para garantizar, en lo espiritual, una adecuada convivencia entre los seres humanos y, en el orden de la práctica concreta, un mejor funcionamiento de la sociedad. Desde la espontaneidad, se socavan los valores que sustentan un imaginario que subvierte los momentos esenciales para un presente en que germinan las semillas del porvenir. La prepotencia se expresa en la actitud del vendedor con el cliente, del funcionario que maltrata al demandante, de los poseedores de bienes adquiridos al margen de la ley y los exhiben sin recato ante quienes disponen apenas, con su trabajo honrado, de un salario depreciado. Las bocinas estentóreas perturban el descanso del vecindario. Los basurales tupen nuestras avejentadas alcantarillas, propician el derrame de aguas  negras y violan condiciones  de higiene indispensables para detener la propagación de epidemias. La coreografía de las fiestas de quince rinde culto a la ostentación y a la más ramplona cursilería.

Hay espacios en nuestra prensa para el registro crítico de fenómenos de nuestra realidad. Más allá de la observación del hecho aislado, se impone profundizar en las causas de las cosas y abordar el problema de manera integral. El funcionamiento de las instituciones tiene que ofrecer muestras de ejemplaridad en el cumplimiento de las normativas legales, eludir la persistente tendencia justificativa, actuar con prontitud y eficacia al responder a los demandantes, convertirse en modelo de trato respetuoso, aplicar sanciones requeridas en caso necesario, restaurar el estricto cumplimiento de la ley.

El pueblo trabajador es el mayor tesoro de la nación. Desde el siglo XIX los visitantes de otros países admiraron nuestro paisaje, pero reconocieron, sobre todo las cualidades del cubano cordial. Preservar esa virtud es compromiso esencial en este momento histórico.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-09-03/por-un-costumbrismo-critico-03-09-2017-21-09-10

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Eddy Chibás

Por: Graziella Pogolotti

Las gentes de mi barrio, el de San Juan de Dios, eran personas humildes que preservaban la noción de la decencia. Había carpinteros, dependientes de tiendas, maestras jubiladas y graduadas normalistas que nunca consiguieron plazas, abogados convertidos en distribuidores de prospectos de medicinas en las consultas privadas, empleados de oficinas. En el hogar de algunas de mis compañeras de juego se confiaba en que la elección de Grau San Martín a la presidencia de la República contribuiría a solucionar los males de la nación. La esperanza se fundaba en el recuerdo viviente del gobierno de Grau-Guiteras que siguió al derrocamiento de la dictadura machadista y no pudo sobrevivir al golpe perpetrado por el embajador Caffery con el respaldo de Batista y Mendieta.

Poco duró la euforia de las multitudes que rodearon el Palacio Presidencial el día de la toma de posesión de Ramón Grau San Martín. El célebre ciclón de 1944 trajo los primeros negocios turbios. Los escándalos se multiplicaron y los grupos armados ajustaban cuentas en las calles. Hubo personajes de siniestra catadura que alcanzaron la celebridad. Había llegado la hora del desencanto. Entonces, Chibás se desprendió del Partido Auténtico al que había pertenecido.  Fundó su contraparte, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).

En el barrio, cada domingo, a las ocho en punto de la noche, se escuchaban sus arengas. Para muchos desencantados de ayer, renació la esperanza. Elaborado con la colaboración de Leonardo Fernández Sánchez, antiguo colaborador de Julio Antonio Mella, el proyecto proponía independencia económica, libertad política y justicia social, aunque no se declaraba abiertamente antimperialista. Todo indicaba que habría de ganar las elecciones del 52, frustradas por el golpe de Fulgencio Batista, a pesar de que el dramático suicidio del fundador había quebrantado la capacidad de convocatoria, animada por la voz de Chibás. Todo apunta a que, de haber obtenido la victoria electoral, sus menguadas fuerzas no hubieran podido afrontar los males de la República, aquejada por una profunda crisis estructural de raíz económica.

Por otra parte, el sistema electoral vigente se sostenía en una maquinaria  política que para su funcionamiento necesitaba buen aceitado y adecuada alimentación, vale decir componendas y concesiones, todo lo cual comprometía de antemano la futura ejecutoria gubernamental. Para organizarse a escala nacional, los ortodoxos tuvieron que abrir espacios a viejos políticos, verdaderos caciques en algunos territorios del país.  El Partido Ortodoxo, con vistas a las batallas electorales, se había convertido en un conglomerado heterogéneo donde coexistían políticos hechos a las lides tradicionales, intelectuales de limpia trayectoria, poco duchos en los menesteres de una práctica concreta. Se había constituido, además, en imán para un sector juvenil radical, deseoso de impulsar las profundas transformaciones que la nación demandaba.

La extrema fragilidad del Partido Ortodoxo se puso de manifiesto al producirse el golpe de Estado del 10 de marzo, protagonizado por Fulgencio Batista,  casi en vísperas de las elecciones. Ante la ruptura del orden constitucional, se fragmentó en las múltiples tendencias que contenía en su seno. Con esas limitantes intrínsecas no fue posible  diseñar una estrategia de resistencia que constituyera un factor de cohesión para la inconformidad popular. Se despilfarró de ese modo el capital político fundado en la continuidad de la esperanza renovada.

Sin embargo, en la noche en que, con un disparo se suicida ante los micrófonos de la radio, Eduardo  Chibás quiso dar su último aldabonazo; estaba rodeado en el estudio por un grupo de compañeros. Se encontraba entre ellos un joven abogado, que se iniciaba por aquel entonces en las lides de la política nacional. Era Fidel Castro, portador ya de una visión de futuro y artífice de una  estrategia que habría de llevar al derrocamiento de la tiranía. En las bases juveniles del Partido Ortodoxo encontraría el fermento vivo de las esperanzas resguardadas. La agrupación política fundada por Chibás ofreció el ámbito que acogió a una generación deseosa de proseguir la lucha por edificar la patria soñada.  De esa célula originaria surgieron los asaltantes al cuartel Moncada. De ese germen, nació el Movimiento 26 de Julio.

Hijo de extranjeros, con formación  cosmopolita y residente durante largo tiempo en otros países, mi padre se interrogaba acerca de las razones de su arraigo profundo y de su intenso amor por el sitio donde había nacido. Encontró respuestas en su vínculo con una historia y un pueblo, forjados en la lucha contra la adversidad, asidos siempre a la voluntad de construir una nación soberana. La prolongada guerra por la independencia había topado con la intervención norteamericana. Las fuerzas se reagrupaban y el enfrentamiento al machadato sobrepasaba, en su esencia más profunda, el derrocamiento de la dictadura. En la batalla habían caído líderes de excepcional mención. Llegaron nuevas desilusiones. Pero, en cada caso, se abrieron espacios políticos para refundar la cohesión y la esperanza.

La historia es maestra de la vida, pero sus vertientes son tan ricas como la realidad en que se afinca. Por eso, su estudio adopta múltiples perspectivas: la política, la social, la económica, la cultural. A esta última corresponde catar lo escurridizo, aparentemente inapresable, la memoria de una subjetividad en la que anidan valores y reservas morales. Captar esas esencias constituye un factor decisivo en la práctica del arte de la política. La figura de Eduardo Chibás merece el análisis objetivo que corresponde a los historiadores.

Yo no olvido su voz en mi barrio de San Juan de Dios, la vigilia popular junto a la clínica donde agonizaba y el entierro multitudinario que acompañó sus restos desde la Universidad hasta el cementerio de Colón. A la vera de su tumba se encontraron Abel y Fidel. Consciente de las limitaciones que condujeron a la disolución del Partido del Pueblo Cubano, Fidel encontró en sus bases el apoyo necesario para llevar adelante su estrategia de transformación revolucionaria.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-08-20/eddy-chibas-20-08-2017-21-08-01

Imagen: https://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_Chib%C3%A1s

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A medio siglo de Cien años de soledad

Por: Graziella Pogolotti

Las letras hispanas conmemoran con justicia el cincuentenario de la publicación de Cien años de soledad. El entonces joven periodista Gabriel García Márquez había escrito en aquel momento otros textos narrativos. Pero el éxito súbito, inmediato, fulgurante de Cien años… lo sorprendió tanto como a sus editores. Las reimpresiones   se sucedían a ritmo impresionante. Macondo, lugar mítico, se convirtió en referente familiar aun para aquellos que no habían leído la novela. Algunos lo asociaron a la noción del subdesarrollo. Como suele suceder con fenómenos de tan vasto alcance, varios factores intervinieron en tan sonado acontecimiento. Había aparecido un escritor de garra que estaba renovando los códigos literarios. Otros, sus pariguales en la historia literaria, tuvieron que atravesar un camino lleno de obstáculos. El contexto histórico favoreció la sorprendente acogida.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el imperio extendió su poderío. Se desencadenó la Guerra Fría y se aceleró el proceso de descolonización. Tanto había sido el horror que las capas medias que conformaban una parte significativa del potencial público lector, ansiaban un mundo de paz, se distanciaban del círculo cerrado de su entorno inmediato y colocaban la mirada en otros horizontes. El mundo se había vuelto más pequeño y, sin embargo, contenía muchos territorios aún inexplorados. La literatura europea, que había marcado pautas por varios siglos, mostraba señales de cansancio. Fue la etapa del auge de los viajes submarinos y del descubrimiento de testimonios de civilizaciones perdidas. Comenzaba a renovarse el interés por América Latina.

En esas circunstancias, del lado de acá del planeta ocurrió lo inusitado. Un puñado de guerrilleros, armados con recursos propios, derribó una dictadura sostenida por un ejército profesional y respaldada por el Gobierno de Estados Unidos. En medio de los festejos del Año Nuevo, la noticia recorrió el mundo. Lo insólito se había convertido en realidad posible. El triunfo de la Revolución Cubana y el pensamiento renovador, ajeno a presiones dogmáticas que dimanó desde la Isla, fueron factor decisivo, a no dudarlo, para un cambio de época.

En ese contexto, Cien años de soledad propone una lectura metafórica de la historia de América. No hay que buscar en la novela, desde luego, un recuento documentado, atenido al orden severo de los calendarios. Aislado en un sitio inaccesible, Macondo es una síntesis poética del drama que ha atravesado Colombia, pero que también atañe a la América toda. En el comienzo, estuvo la utopía. El fundador, José Arcadio Buendía —el significado de su nombre está cargado de sentido— marchó con sus seguidores, abriendo trochas en la selva hasta el sitio donde había de asentarse la aldea. Distribuyó las viviendas de modo que todos se beneficiaran en igualdad de condiciones, de las bondades del sol y la brisa. Arribaron gitanos, portadores de una antiquísima sabiduría. José Arcadio Buendía abandonó sus deberes. Al margen  del tiempo histórico, se dejó tentar por la alquimia y por la búsqueda de la piedra filosofal. De la historia de América se percibían chispazos, señales inconexas carentes de sentido: un galeón español inexplicablemente clavado en plena tierra o un vago recuerdo de los ataques del pirata Francis Drake.

Con la interminable guerra entre liberales y conservadores, el tiempo real irrumpe en el tiempo mítico. García Márquez vivió el renacer de esa contienda cuando asistió en Bogotá al asesinato, a la luz del día y en plena calle, del dirigente Jorge Eliécer Gaitán. No se conocían en aquellos días, pero llevado por otros motivos, también estaba allí Fidel Castro. El crimen desató la insurrección en la capital de Colombia, con su saldo de muerte y destrucción. Volvieron los combates, mientras los políticos liberales negociaban espacios de poder con el gobierno. Dando un salto atrás en el tiempo, las empresas bananeras norteamericanas se habían introducido en Macondo.

A pesar del interés de estos temas, el éxito de García Márquez se debió a su capacidad de contar. Desde la oración inicial —el clásico imán— los acontecimientos se suceden sin dejar al lector un instante de respiro. Con similar rango, se intercalan lo grande y lo pequeño. La historia mayor transcurre casi siempre en el trasfondo. Su portador es el coronel Aureliano Buendía, hijo del fundador de la estirpe. Pero los hechos se reflejan en la sutil transformación de los valores que van marcando la continuidad de una familia y de un pueblo, así como el desgaste de una memoria diluida  en el polvo, en la pérdida de sentido de los objetos, sobreviviente apenas en la implacable lucidez de Úrsula, centenaria y ciega.

En su obsesión extemporánea por la alquimia y la piedra filosofal, José Arcadio Buendía procuraba alcanzar el conocimiento. Luego, sobrevino la tentación del progreso. Con el ferrocarril, entró la bananera con todas sus secuelas.

Toda obra literaria se va haciendo a partir de una tradición bien asimilada, porque nada se construye sobre la nada. Gabriel García Márquez asimiló creativamente la nuestra, desde aquella narrativa de la tierra, fuente de una poética del inmenso espacio de nuestra América, con sus pampas y sus selvas. Encontró en la Comala de Juan Rulfo otro espacio mítico. No desconoció la confrontación entre civilización y barbarie, abierta por el clásico Facundo de Sarmiento. Conoció en Carpentier la coexistencia de tiempos históricos diversos.

Con tantas fuentes nutricias y con su experiencia de vida, creció una poética singular, atravesada por los grandes temas universales del tiempo y el espacio en que vivimos, de la soledad y de la idea de la muerte que nos acompañan. En ese diálogo entre lo local y lo universal, con la pericia de un narrador dueño de las artes de la seducción, García Márquez impuso a los lectores de acá y de allá el reconocimiento de una realidad, ajena a la progresiva homogeneización del mundo.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/07/30/a-medio-siglo-de-cien-anos-de-soledad/#.WYL2lhU1-00

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Nuestros hijos

Por: Graziella Pogolotti

Cuando nace una criatura, sus rasgos son borrosos. Todos la contemplan, deseosos de reconocer en ella las huellas de un parecido. En su desarrollo, la ciencia ha demostrado que somos portadores de cierto determinismo genético. Sin embargo, la impronta definitiva en términos de hábitos, expectativas y valores habrá de imponerse a través de la vida.

Porque lo hemos engendrado, el bebé que dormita en la cuna es nuestra hechura. Habrá de serlo mucho más en el delicado proceso de construcción de su subjetividad, porque la responsabilidad no se limita tan solo a afrontar sus necesidades materiales básicas. La siembra más profunda, aquella que nos acompaña a lo largo de la existencia y nos capacita para afrontar desafíos, desgarramientos y para hacernos de un destino propio, se produce en el fértil terreno de los valores espirituales.

Bajo el aplastante calor veraniego, en medio de los apremios laborales y domésticos, se impone encontrar un instante para meditar acerca del presente y el futuro de nuestros hijos, porque el mañana se nos viene encima en el día que transcurre. De manera natural, en la criatura que traemos al mundo con plena responsabilidad, estamos colocando nuestros sueños. Aspiramos a reconocer en ellos lo mejor de nosotros y buscamos también en la realización personal de cada uno el logro de todo aquello que no pudimos alcanzar en términos de bienestar, y sobre todo, quisiéramos que encontraran la clave de la felicidad. El desafío se  acrecienta cuando la sociedad, nuestro referente inmediato, se transforma rápidamente por la acción simultánea de numerosos factores económicos, sociales y tecnológicos.

En contextos cambiantes, cuando muchos valores parecen tambalearse, cuando las vías de escape se manifiestan en la aparición de adicciones destructivas y los comportamientos al margen de la legalidad proponen caminos peligrosos, hay que defender, desde las edades más tempranas, el espacio sagrado hecho de diálogo y calores de intimidad. La realidad virtual nunca podrá sustituir el apoyo y consuelo de la palabra, el contacto reconfortante de una mano en el hombro en los instantes de angustia y de incertidumbre. La  protección ante las trampas que ofrece la vida consiste en formar hombres y mujeres de bien, capaces de autorregularse. La continuidad en el vínculo cercano permite detectar en la difícil etapa de tránsito de la pubertad y la adolescencia las primeras anomalías en gestos y actitudes, síntomas de la aparición de fenómenos indeseados.

Tan rápido se desliza el tiempo, que los crecidos en el periodo especial han devenido hombres y mujeres actuantes en la vida. Los hijos del nuevo milenio avanzan hacia la pubertad y la juventud, edades siempre complejas en lo sicológico, en las que comienzan a definirse los horizontes del porvenir. Para las generaciones que les precedieron, tuvo peso significativo la posibilidad de acceder, independientemente del origen social, a los más altos niveles de educación. Los padres asistían orgullosos a la graduación del primer universitario de la familia. Ahora, los apremios son otros. Prevalece la necesidad de ingresar desde temprano a empleos mejor remunerados. Palpable en la vida cotidiana, la tendencia se refleja en el descarte de la opción de proseguir estudios en los institutos preuniversitarios.

El problema traspasa el ámbito familiar para convertirse en cuestión que atañe el presente y el futuro de la sociedad. Algunos –los conozco– se apresuran en vincularse a un trabajo remunerado para afrontar necesidades objetivas propias y de sus familias. Otros vacilan por insuficiente información. En este sentido, la orientación profesional tiene que ser más precisa, abarcadora e incluyente para abrir horizontes desde la escuela y a través de los medios de comunicación.

Además, habrá que considerar en algún programa de desarrollo vías de rescate y recalificación.
Nuestros hijos son también hijos de su época. En medida diversa, según las particularidades individuales, ambos factores intervienen en la formación de la personalidad y de los sueños que acompañan nuestras vidas. De ese modo, se constituye el perfil generacional. Portadores de historias de vida que consolidaron un hacer y un pensar, los adultos también conservamos rasgos generacionales. Atravesamos etapas de cambios en las que arraigaron convicciones y conductas.

Entonces, enjuiciamos con frecuencia a nuestros mayores y fuimos enjuiciados por ellos. Reconocer las razones de las diferencias es un primer paso para viabilizar un diálogo imprescindible, liberado de paternalismo y de intolerancia. En ese camino de encuentro, no podemos andar solos, validos apenas de nuestros sentimientos, de nuestra inteligencia y de nuestra perspicacia para observar el entorno inmediato. A escala social, lo visible, con frecuencia impactante, enmascara realidades más profundas y contradictorias. Ciertas tendencias de la moda nos resultan perturbadoras. La aglomeración de jóvenes en el ocio nocturno de las noches capitalinas sugiere preguntas inquietantes. En ese contexto, las diferencias en las posibilidades de ingreso se tornan más palpables. Sobre esas impresiones surgidas de una realidad parcial concreta se derivan generalizaciones abstractas que conforman juicios acerca de la juventud de ahora. Tras los rasgos generacionales comunes se oculta una multiplicidad derivada de la especificidad de factores ambientales, urbanos y rurales, asentados asimismo en las disparidades de origen de una sociedad cada vez menos homogénea.

Para encontrar la verdad en el complejo territorio sumergido en lo no visible, el auxilio de las ciencias sociales resulta imprescindible en la formulación de las preguntas adecuadas y en el trabajo de campo destinado a tomar el pulso de la realidad palpitante en su mayor cercanía a la base de la pirámide. Sabido es que existen investigadores dedicados a esa tarea. Pero los resultados se socializan de manera insuficiente y con tardanza. Debidamente empleados, pueden constituirse en herramientas al servicio de acciones transformadoras eficaces, ofrecen información para intervenir en la solución de problemas de orden objetivo y en aquellos otros nada desdeñables relacionados con el delicadísimo tema de la subjetividad humana. Pueden iluminar problemas económicos, sociales, y deben ser tenidos en cuenta en el diseño de las políticas de nuestros medios de comunicación. El periodismo renovador al que aspiramos tendrá que contar con ese instrumental.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-07-23/nuestros-hijos-23-07-2017-21-07-48

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Vacaciones

Por: Graziella Pogolotti

Entre el final de un curso y el comienzo del siguiente, se produce un breve parpadeo en que se rompen las rutinas establecidas. La muchachada sale a la calle con el propósito de disfrutar el tiempo libre. Por hábito y tradición, la temporada se asocia a la playa, la fiesta, con el actual añadido de las opciones del mundo digital. En razón de los recursos disponibles, no todos tienen igual acceso a esas oportunidades y, por lo demás, ninguna de ellas logra de por sí satisfacer todas las expectativas de edades en las que sobra la energía. El ámbito de la cultura ofrece otras posibilidades para llenar, de manera productiva, un lapso de breves semanas. Así lo demuestran las extensas carteleras que aparecen en nuestros periódicos. Como tantos otros, en este caso se intersecan la realidad objetiva y el poderoso universo de la subjetividad. La capacidad de emplear con provecho las oportunidades a nuestro alcance depende de un entrenamiento adquirido y de una divulgación estimulante y orientadora.

A través de su prédica de muchos años, Eusebio Leal nos enseñó a descubrir la belleza de la ciudad que habitamos. No lo hizo tan solo a través de la educación. Aprendimos con él que toda aventura del conocimiento pasa también por el corazón. Es la motivación lo que garantiza la eficacia de la mejor pedagogía. Es la que se abre al disfrute del mundo que nos rodea, reafirma identidades y sentido de pertenencia. Incita al cuidado de lo nuestro.

El sistemático trabajo de restauración ha preservado la ciudad vieja como la joya de la corona. Síntesis de un acumulado arquitectónico secular, La Habana tiene otros territorios que merecen ser redescubiertos y preservados. El conjunto caracteriza la singularidad de un entorno urbano, disfrutable, no solo para visitantes de otros países, sino también para todos aquellos que viven en nuestro archipiélago. Sin embargo, por razones históricas, la mayor densidad de las instituciones culturales se concentra en la zona del litoral. En los bordes de la ciudad colonial, se encuentra un conjunto museístico de primera importancia, tanto desde el punto de vista histórico como artístico. Pocas cuadras separan las instalaciones dedicadas al arte universal, al cubano, el Museo de la Revolución, complementados por el Museo de la Música, en pleno proceso de restauración. Pocos se atreven a franquear sus puertas, inhibidos por la falta de preparación para interpretar el significado de las obras allí expuestas. El Vedado concentra buena parte de la vida teatral y el Pabellón Cuba opera como un centro de atracción volcado hacia un comercio artístico vinculado con las demandas de la cotidianeidad. Son muchos los que esperan las vacaciones para desconectar. Se me ocurre otra fórmula, es el momento de reconectar con todo aquello que hemos postergado en el andar de la rutina cotidiana. Es la oportunidad de oxigenarse y crecer, la vía para beber en las fuentes espirituales de la eterna juventud y redescubrir en nosotros y en nuestro entorno los referentes culturales de los que todos, muchas veces sin saberlo, somos portadores. Es también la vía que podemos encontrar para compartir espacios con nuestros hijos.

Para lograr esos propósitos, hay que renovar el vínculo entre los factores subjetivos y los de orden objetivo.

Aprender a vacacionar forma parte de un aprender a vivir que se siembra desde las primeras edades, en la familia, en las instituciones de enseñanza y de cultura, en el barrio, en los medios de comunicación. Constituye el núcleo generador de un sistema de valores que habrá de acompañarnos siempre. Induce a un despertar de curiosidades que habrán de saciarse por vía del conocimiento y mediante el afinamiento de la sensibilidad. Sentimos a veces la tentación de evadir un contexto lacerante, marcado por las cicatrices de la lucha por la supervivencia, por un acrecentarse de tendencias individualistas y por un debilitarse de la solidaridad básica. Ante esas señales preocupantes se impone preservar el tejido social que se ha ido conformando en un largo proceso histórico. La cultura es depositaria de ese legado y su cristalización se reconoce en la obra de nuestros escritores y artistas; también ellos son forjadores de la nación. Sus imágenes y palabras permanecen resguardadas en nuestras bibliotecas y museos. Habrá de corresponder al trabajo mancomunado en la base de la escuela y las instituciones culturales el rescate y la revitalización de esas fuentes.

La breve etapa vacacional nos regala un tiempo precioso para meditar sobre los desafíos de nuestra realidad. En el lugar donde vivo, me llegan rumores de la calle. En mi entorno, el paisaje se modifica. En este municipio costero se percibe con fuerza la presencia de la iniciativa privada en restaurantes y en la reparación de casas que habrán de acoger a los turistas. A sol y sereno, los peatones esperan un vehículo que a veces no se detendrá en la parada. Por su dimensión, La Habana se constituye en muestrario de las contradicciones latentes en nuestro acontecer. Su territorio costero recibirá siempre el más fuerte impacto turístico. Allí se concentran también nuestras instituciones emblemáticas, la vida de la cultura y las mayores posibilidades de recreación. Pero nuestros 15 municipios albergan potencialidades que pueden florecer mediante iniciativas de desarrollo local. Cada uno de ellos tiene un peso demográfico que sobrepasa el de muchas ciudades del país y, en distribución desigual, preserva bienes patrimoniales dignos de rescate. En el Cotorro industrial, con cierto anacrónico aire campestre subsiste la Santa María del Rosario colonial. Hacia el sur, en Arroyo Naranjo, en el Hurón Azul, la mística casa del pintor Carlos Enríquez, allí donde se congregaban los escritores y artistas en los 40 del pasado siglo, perdura un precioso mural con sus sensuales bañistas. La Habana puede ser una ciudad pluricéntrica. La reanimación progresiva de sus municipios contribuirá al autorreconocimiento y a la reafirmación identitaria de sus habitantes, y ofrecerá, en el barrio, sin necesidad de difíciles desplazamientos, la posibilidad concreta de un vacacionar productivo. De esta manera, se fortalece también la conciencia ciudadana. Para repensar la ciudad, hay que convocar a la inteligencia y despertar, en la conciencia de todos, un amor latente y adormecido.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-07-09/vacaciones-09-07-2017-21-07-18

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