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Cultura fascista, pedagogía crítica y resistencia en tiempos oscuros

Debemos creer en el principio de esperanza. Un marxista no tiene derecho a ser pesimista

– Ernst Bloch

En todo el mundo, las instituciones democráticas como los medios de comunicación independientes, las escuelas, el sistema legal, ciertas instituciones financieras y la educación superior están bajo asedio. La promesa, si no los ideales, de la democracia está retrocediendo a medida que los bárbaros que insuflan nueva vida a un pasado fascista están una vez más en movimiento subvirtiendo el lenguaje, los valores, el coraje, la visión y la conciencia crítica. La educación se ha convertido cada vez más en una herramienta de dominación como aparatos pedagógicos de derecha controlados por los empresarios de los trabajadores del ataque de odio, los pobres, la gente de color, los refugiados, los inmigrantes del sur y otros considerados desechables. En medio de una era en la que un orden social más antiguo se desmorona y uno nuevo lucha por definirse, surge una época de confusión, peligro y momentos de gran inquietud.

Hemos llegado a un momento en el que dos mundos chocan y una historia del presente se prepara en un punto en el que «las posibilidades se realizan o se rechazan, pero nunca desaparecen por completo». [1] En primer lugar, están los mundos duros y desmoronados de la globalización neoliberal y sus pasiones movilizadoras que alimentan diferentes corrientes de fascismo en todo el mundo, incluido Estados Unidos. [2] El poder ahora está enamorado de acumular ganancias y capital y es cada vez más adicto a una política de nacionalismo blanco y limpieza racial. En segundo lugar, hay contramovimientos crecientes, especialmente entre los jóvenes, con su búsqueda de una nueva política que pueda repensar, reclamar y reinventar una nueva comprensión del socialismo democrático, no contaminado por el capitalismo. [3]Lo que no está en duda es que algo siniestro y espantoso está sucediendo en las democracias liberales en todo el mundo. El impulso global hacia la democratización que surgió después de la Segunda Guerra Mundial está dando paso una vez más a tiranías autoritarias. Por alarmantes que sean las señales, el público no puede apartar la mirada y dejar que los terrores de lo imprevisto tengan rienda suelta. Para los que creen en el socialismo democrático, no podemos permitir que el poder de los sueños y las esperanzas militantes se conviertan en cenizas.

Ahora vivimos en un mundo que se parece a una novela distópica. La crisis del COVID-19 creó una pesadilla surrealista que inunda nuestras pantallas y medios con imágenes de miedo. Ya no podemos estrechar la mano, abrazar a nuestros amigos, usar el transporte público, sentarnos en una cafetería o caminar por la calle sin experimentar ansiedad y miedo. Lo que hay que reconocer es que la pandemia es más que un concepto médico. También se refiere a las plagas ideológicas y políticas que surgieron como resultado de la respuesta irresponsable de Estados Unidos y otros países como Brasil, Reino Unido e India a la crisis del Covid-19. Marcado por un liderazgo inepto arraigado en la desconfianza de la ciencia y la razón y una lealtad ciega a las fuerzas del mercado, lo que emergió con el tiempo fue un sufrimiento inimaginable, muertes masivas y una mayor legitimación de las mentiras y la violencia de derecha.

Una forma de capitalismo depredador ha librado la guerra al estado de bienestar, la esfera pública y el bien común desde la década de 1970. Como forma de capitalismo depredador, el neoliberalismo cree que el mercado debe gobernar la economía y todos los aspectos de la sociedad. Concentra la riqueza en manos de una élite financiera y eleva el interés propio sin trabas, la autoayuda, la desregulación y la privatización como principios rectores de la sociedad. Bajo el neoliberalismo todo está en venta y la única obligación de la ciudadanía es el consumismo. Al mismo tiempo, ignora las necesidades humanas básicas como la atención médica, la alimentación, los salarios dignos y la educación de calidad. El neoliberalismo ve al gobierno como el enemigo del mercado, limita a la sociedad al ámbito de la familia y los individuos, abraza un hedonismo fijo y desafía la idea misma del bien público.

Vivimos en una época en la que la actividad económica está divorciada de los costos sociales, mientras que las políticas que producen limpieza racial, militarismo y desigualdad asombrosa se han convertido en rasgos definitorios de la vida cotidiana y de los modos establecidos de gobernanza. Claramente, existe la necesidad de recuperar una noción de socialismo democrático en la que las cuestiones de justicia, equidad e igualdad se conviertan en las características centrales de una democracia sustantiva. La buena noticia es que las manifestaciones que tienen lugar tanto en Estados Unidos como en todo el mundo sugieren que el espíritu del socialismo democrático está en el aire.

La pandemia reveló en toda su fealdad los mecanismos que producen la muerte de la desigualdad sistémica, la desregulación, una cultura de crueldad y un asalto cada vez más peligroso al medio ambiente. También ha hecho visible una cultura antiintelectual que ridiculiza cualquier noción de educación crítica, que es una educación que equipa a las personas para pensar críticamente, participar en un diálogo reflexivo, apropiarse de las lecciones de la historia y aprender a gobernar en lugar de ser gobernados. Al mismo tiempo, las afirmaciones del capitalismo neoliberal se han visto socavadas como resultado de los fracasos económicos y los horrores médicos desatados por la pandemia. Lo que antes era impensable ahora lo dicen en público manifestantes de todo el mundo, como los de Estados Unidos que protestan contra la violencia policial y la brutalidad de la desigualdad económica. Los jóvenes están pidiendo una nueva narrativa para reparar la red de seguridad, brindar atención médica gratuita, cuidado infantil, cuidado de ancianos y escuelas públicas de calidad gratuitas para todos. Hay fuertes llamamientos para abordar la violencia estatal y las plagas de la pobreza, la falta de vivienda y la contaminación del planeta.

La pandemia es una crisis que no se puede permitir que se convierta en una catástrofe en la que se pierde toda esperanza. Si bien esta pandemia amenaza la capacidad de la democracia para respirar, ofrece la posibilidad de repensar la política y los hábitos de educación crítica, agencia humana y elementos de responsabilidad social cruciales para cualquier noción viable de cómo sería la vida en una sociedad socialista democrática.

Dicho de otra manera, en medio de los cadáveres producidos por el capitalismo neoliberal y COVID-19, hay destellos de esperanza, una oportunidad de ir más allá de los resurgimientos contemporáneos del autoritarismo. Paulo Freire entendió que tal política tiene sus raíces en una pedagogía de la esperanza, que integró una lectura crítica del mundo con un intento de poner en práctica modos de lucha basados ​​en los principios de igualdad social y económica y libertad humana.

Es difícil imaginar un momento más urgente para tomar en serio los continuos intentos de Freire de hacer de la educación un elemento central de la política. Para Freire estaba en juego la noción de que la educación era un concepto social, uno enraizado en el objetivo de la emancipación de todas las personas. Además, esta es una educación que fomenta la agencia humana, una que no se contenta con permitir que las personas solo sean pensadores críticos, sino también individuos y agentes sociales comprometidos. Se trata de una pedagogía que nos llama más allá de nosotros mismos y compromete el imperativo ético de cuidar a los demás, desmantelar las estructuras de dominación y convertirse en sujetos en lugar de objetos de la historia, la política y el poder. Si vamos a desarrollar una política capaz de despertar nuestra sensibilidad crítica, imaginativa e histórica, es crucial que los educadores y otros recuerden el proyecto de alfabetización en curso de Freire.

Este fue un proyecto político en el que la alfabetización cívica infundida con un lenguaje de crítica y posibilidad abordó la noción de que no hay democracia sin ciudadanos conocedores y cívicos. Tal lenguaje es necesario para habilitar las condiciones para forjar una resistencia colectiva internacional entre educadores, jóvenes, artistas y otros trabajadores culturales en defensa de los bienes públicos. Este movimiento es importante para resistir y superar las tiránicas pesadillas fascistas que han caído sobre Estados Unidos, Brasil y varios otros países afectados por el surgimiento de movimientos populistas de derecha y partidos neonazis. En una era de aislamiento social, desbordamiento de información, cultura de inmediatez, exceso de consumidores y violencia espectacularizada,

La educación, tanto en sus formas simbólicas como institucionales, tiene un papel central que desempeñar en la lucha contra el resurgimiento de las culturas fascistas, las narrativas históricas míticas y las ideologías emergentes de la supremacía blanca y el nacionalismo blanco. Además, dado que los fascistas de todo el mundo están difundiendo imágenes tóxicas racistas y ultranacionalistas del pasado, es esencial recuperar la educación como una forma de conciencia histórica y testimonio moral. Esto es especialmente cierto en un momento en que la amnesia histórica y social se ha convertido en un pasatiempo nacional, particularmente en los Estados Unidos, igualado solo por la masculinización de la esfera pública y la creciente normalización de una política fascista que prospera en la ignorancia, el miedo, la represión. de disensión y odio. La educación como forma de trabajo cultural se extiende mucho más allá del aula y su influencia pedagógica,[4]

La lección pedagógica aquí es que el fascismo comienza con palabras de odio, la demonización de otros considerados desechables, y pasa a un ataque a las ideas, la quema de libros, la desaparición de intelectuales y el surgimiento del estado carcelario y los horrores de las cárceles de detención. y campamentos. Como forma de política cultural, la pedagogía crítica ofrece la promesa de un espacio protegido dentro del cual pensar a contrapelo de la opinión recibida, un espacio para cuestionar y desafiar, para imaginar el mundo desde diferentes puntos de vista y perspectivas, para reflexionar sobre nosotros mismos en relación. a los demás y, al hacerlo, comprender lo que significa «asumir un sentido de responsabilidad política y social». [5]

La política cultural en los últimos veinte años se ha vuelto tóxica a medida que las élites gobernantes ganan cada vez más el control de los aparatos culturales dominantes convirtiéndolos en máquinas pedagógicas de desimaginación que sirven a las fuerzas de la tranquilidad ética produciendo y legitimando un sinfín de imágenes degradantes y humillantes de los pobres, inmigrantes, musulmanes, y otros consideraban excesos o vidas desperdiciadas condenadas a la exclusión terminal. La máquina capitalista de los sueños ha vuelto con enormes beneficios para los ultrarricos, los administradores de fondos de cobertura y los principales actores de las industrias de servicios financieros. En estos nuevos paisajes de riqueza, fraude y atomización social, un capitalismo salvaje y fanático promueve un espíritu de ganador se lleva todo, normaliza desigualdades masivas en riqueza y poder, y socava agresivamente el estado de bienestar mientras empuja a millones hacia las dificultades y la miseria. Las geografías de la decadencia moral y política se han convertido en el estándar organizador de los mundos de ensueño del consumo, la privatización, la vigilancia y la desregulación. Dentro de este panorama cada vez más fascista, las esferas públicas son reemplazadas por zonas de abandono social y prosperan con las energías de los muertos vivientes y los avatares de la crueldad y la miseria.

La educación en las últimas tres décadas ha disminuido rápidamente en su capacidad de educar a los jóvenes y otros para que sean agentes reflexivos, críticos y socialmente comprometidos. Bajo los regímenes neoliberales, las posibilidades utópicas anteriormente asociadas con la educación pública y superior como un bien público capaz de promover la igualdad social y apoyar la democracia se han vuelto demasiado peligrosas para los apóstoles del autoritarismo. Cada vez más, las escuelas públicas están sujetas a las fuerzas tóxicas de la privatización y los planes de estudio estandarizados sin sentido, mientras que los maestros están descalificados y sujetos a condiciones laborales intolerables. La educación superior imita ahora una cultura empresarial dirigida por un ejército administrativo de burócratas, enamorados de los valores del mercado, que se asemejan a los sumos sacerdotes de una racionalidad instrumental amortiguada.

El pensamiento crítico y las imaginaciones de un mundo mejor presentan una amenaza directa a la racionalidad neoliberal en la que el futuro siempre debe replicar el presente en un círculo sin fin en el que el capital y las identidades que legitima se funden entre sí en lo que podría llamarse una zona muerta. de la imaginación y pedagogías de la represión. Este impulso distópico prospera produciendo innumerables formas de desigualdad y violencia, que abarcan tanto lo simbólico como lo estructural, como parte de un intento más amplio de definir la educación en términos puramente instrumentales, privatizados y antiintelectuales. Lo que está claro es que los modos neoliberales de educación intentan moldear a los estudiantes en los mantras impulsados ​​por el mercado del interés propio, la dura competencia, el individualismo desenfrenado y el espíritu del consumismo. Ahora se les dice a los jóvenes que inviertan en sus carreras, empacar sus currículums y lograr el éxito a cualquier costo. Es precisamente este reemplazo de la esperanza educada por un agresivo proyecto neoliberal distópico y una política cultural lo que ahora caracteriza el actual asalto a la educación pública y superior en varias partes del mundo. Bajo el neoliberalismo, el mantra de la privatización, la desregulación y la destrucción del bien público va acompañado de una fusión tóxica de desigualdad, codicia y el lenguaje nativista de fronteras, muros y campamentos.

Es fundamental que los educadores recuerden que el lenguaje no es simplemente un instrumento de miedo, violencia e intimidación, también es un vehículo para la crítica, el coraje cívico, la resistencia y una agencia comprometida e informada. Vivimos en una época en que el lenguaje de la democracia ha sido saqueado, despojado de sus promesas y esperanzas. Por ejemplo, bajo Trump y otros autoritarios como Jair Bolsonaro en Brasil y Viktor Orbán en Hungría, la degradación del lenguaje refuerza el comentario de Umberto Eco de que la educación es una característica principal organizativa del fascismo. Según Eco, una de las características centrales de lo que llamó «Ur-Fascismo» fue su debilitamiento de la alfabetización cívica a través de libros escolares fascistas [que] hicieron uso de un vocabulario empobrecido, y una sintaxis elemental, con el fin de limitar los instrumentos de complejidad y razonamiento crítico «.[6]

Si se quiere derrotar al fascismo, es necesario hacer de la educación un principio organizador de la política y, en parte, esto se puede hacer con un lenguaje que exponga y desenrede las falsedades, los sistemas de opresión y las relaciones de poder corruptas al tiempo que deja en claro que un futuro alternativo es posible. Hannah Arendt tenía razón al argumentar que el lenguaje es crucial para resaltar los «elementos cristalizados» a menudo ocultos que hacen probable el fascismo. [7]El lenguaje es una herramienta poderosa en la búsqueda de la verdad y la condena de las falsedades e injusticias. Además, es a través del lenguaje que se puede recordar la historia del fascismo y las lecciones de las condiciones que crearon la plaga del genocidio pueden proporcionar el reconocimiento de que el fascismo no reside únicamente en el pasado y que sus huellas siempre están latentes, incluso en el pasado. las democracias más fuertes. Paul Gilroy argumenta correctamente que es crucial en el momento histórico actual volver a comprometerse con el fascismo para abordar cómo se ha cristalizado en diferentes formas y, al hacerlo, ‘trabajar para redimir el término de su trivialización y restaurarlo a un lugar adecuado’. en discusiones sobre los límites morales y políticos de lo que es aceptable ”. [8]

Gilroy ofrece una razón más para que los educadores hagan lo político más pedagógico y lo pedagógico más político. Esto último es crucial para reconocer, como nos recuerda Freire, que la pedagogía es siempre una lucha por la agencia, las identidades, los deseos y los valores, reconociendo al mismo tiempo que tiene un papel crucial que desempeñar para abordar importantes problemas sociales y defender al público y la educación superior como esferas públicas democráticas. Hacer lo político pedagógico en este caso sugiere producir modos de conocimiento y prácticas sociales que no solo afirmen el trabajo cultural de oposición y las prácticas pedagógicas, sino que también ofrezcan oportunidades para movilizar instancias de indignación colectiva junto con la acción directa de masas, contra un capitalismo de casino despiadado y un fascista emergente. política. Tal movilización debe oponerse a las flagrantes desigualdades materiales y la creciente creencia cínica de que democracia y capitalismo son sinónimos. Como mínimo, la pedagogía crítica propone que la educación es una forma de intervención política en el mundo y que es capaz de crear las posibilidades de transformación individual y social.

La ignorancia gobierna ahora Estados Unidos. No la ignorancia simple, aunque algo inocente, que proviene de la ausencia de conocimiento, sino una ignorancia maliciosa forjada en la arrogancia de negarse a pensar mucho sobre un tema, para involucrar el lenguaje en la búsqueda de la justicia. . James Baldwin ciertamente tenía razón al emitir la severa advertencia en No Name in the Streetque «la ignorancia, aliada con el poder, es el enemigo más feroz que puede tener la justicia». Pensar ahora se ve como un acto de estupidez, y la irreflexión se considera una virtud. Todos los rastros de pensamiento crítico aparecen solo en los márgenes de la cultura, ya que la ignorancia se convierte en el principio organizador principal de la sociedad estadounidense. Como es bien sabido, la ignorancia del presidente Trump se manifiesta a diario. No solo es un mentiroso en serie, sino que su ignorancia también sirve como una herramienta de poder para evitar que el poder rinda cuentas. Además, la ignorancia es enemiga del pensamiento crítico, los intelectuales comprometidos y las formas emancipadoras de educación. La ignorancia no es inocente, especialmente cuando proclama el espacio del sentido común y etiqueta el pensamiento como peligroso mientras exhibe un desdén por la verdad, la evidencia científica y los juicios racionales. Sin embargo, Aquí hay más en juego que la producción de una forma tóxica de analfabetismo celebrada como sentido común, la normalización de las noticias falsas y la reducción de los horizontes políticos. También está el cierre de los horizontes de lo político unido a expresiones explícitas de crueldad y una «crueldad ampliamente sancionada».[9]

Las mismas condiciones que permiten a las personas tomar decisiones informadas están bajo asedio a medida que las escuelas pierden fondos, los medios se corporatizan más, los periodistas de oposición son asesinados y los reality shows se convierten en el modelo para el entretenimiento masivo. Ahora vivimos en una nueva era de crueldad en la que se nos dice que la marca central de nuestra agencia es estar en guerra con los demás, dar rienda suelta a nuestro lado más despiadado y competitivo, y aprender a sobrevivir en lo que Naomi Klein llama el «corte -Jungla de garganta del capitalismo tardío ”.

En tales circunstancias, hay un ataque a gran escala contra el razonamiento reflexivo, la empatía, la resistencia colectiva y la imaginación compasiva. De alguna manera, la dictadura de la ignorancia se parece a lo que el escritor John Berger llama “eticidio”: y Joshua Sperling define como “El embotamiento de los sentidos; el vaciado del lenguaje; el borrado de la conexión con el pasado, los muertos, el lugar, la tierra, el suelo; posiblemente, también, el borrado incluso de ciertas emociones, ya sea la piedad, la compasión, el consuelo, el duelo o la esperanza «. [10]Palabras como amor, confianza, libertad, responsabilidad y elección han sido deformadas por una lógica de mercado que reduce su significado a una relación con una mercancía o una noción reductora de interés propio. La libertad ahora significa apartarse de todo sentido de responsabilidad social para poder retirarse a órbitas privatizadas de autocomplacencia. Y así continúa. La nueva forma de analfabetismo no constituye simplemente una ausencia de aprendizaje, ideas o conocimientos. Tampoco puede atribuirse únicamente a lo que se ha denominado la «sociedad de los teléfonos inteligentes». [11] Por el contrario, es una práctica deliberada y un objetivo que se utiliza para despolitizar activamente a las personas y hacerlas cómplices de las fuerzas que imponen la miseria y el sufrimiento en sus vidas.

Dada la crisis actual de la política, la agencia, la historia y la memoria, los educadores necesitan un nuevo lenguaje político y pedagógico para abordar los contextos cambiantes y los problemas que enfrenta un mundo en el que el capital se basa en una convergencia de recursos sin precedentes: financieros, culturales, políticos, económicos, científicos, militares y tecnológicos, para ejercer poderosas y diversas formas de control. Si los educadores y otros han de contrarrestar la creciente capacidad del capitalismo global para separar la esfera tradicional de la política del ahora alcance transnacional del poder, es crucial desarrollar enfoques educativos que rechacen el colapso de la distinción entre libertades de mercado y libertades civiles, una economía de mercado. y una sociedad de mercado. La resistencia no comienza reformando el capitalismo, sino aboliéndolo. En este caso, La pedagogía crítica se convierte en una práctica política y moral en la lucha por revivir la alfabetización cívica, la cultura cívica y una noción de ciudadanía compartida. La política pierde sus posibilidades emancipadoras si no puede proporcionar las condiciones educativas para permitir que los estudiantes y otros piensen a contrapelo y donde los estudiantes se reconozcan como ciudadanos informados, críticos y comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta». cultura cívica y una noción de ciudadanía compartida. La política pierde sus posibilidades emancipadoras si no puede proporcionar las condiciones educativas para permitir que los estudiantes y otros piensen a contrapelo y donde los estudiantes se reconozcan como ciudadanos informados, críticos y comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta». cultura cívica y una noción de ciudadanía compartida. La política pierde sus posibilidades emancipadoras si no puede proporcionar las condiciones educativas para permitir que los estudiantes y otros piensen a contrapelo y donde los estudiantes se reconozcan como ciudadanos informados, críticos y comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta». La política pierde sus posibilidades emancipadoras si no puede proporcionar las condiciones educativas para permitir que los estudiantes y otros piensen a contrapelo y donde los estudiantes se reconozcan como ciudadanos informados, críticos y comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta». La política pierde sus posibilidades emancipadoras si no puede proporcionar las condiciones educativas para permitir que los estudiantes y otros piensen a contrapelo y donde los estudiantes se reconozcan como ciudadanos informados, críticos y comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta». y ciudadanos comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta». y ciudadanos comprometidos. No hay política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que configuran sus vidas. Este es el momento de esperanza en el que, como señala Ruth Levitas, la sensación de «algo que falta se puede leer en cada rastro de cómo podría ser de otra manera, cómo podría [templarse] la siempre presente sensación de falta».[12]

Como regla general, los educadores deben hacer más que crear las condiciones para el pensamiento crítico y alimentar un sentido de esperanza en sus estudiantes. También deben asumir responsablemente el papel de educadores cívicos en contextos sociales más amplios y estar dispuestos a compartir sus ideas con otros educadores y el público en general mediante el uso de las nuevas tecnologías de los medios. Comunicarse con una variedad de audiencias públicas sugiere usar oportunidades para escribir, charlas públicas y entrevistas con los medios que ofrecen la radio, Internet, revistas alternativas y enseñar a jóvenes y adultos en escuelas alternativas, por nombrar solo algunas. Aprovechando su papel como intelectuales públicos, los profesores pueden dirigirse a un público más general en un lenguaje claro, accesible y riguroso. Más importante,

La educación opera como un lugar crucial de poder en el mundo moderno. Si los profesores están realmente preocupados por salvaguardar la educación, deberán tomarse en serio cómo funciona la pedagogía a nivel local y global. La pedagogía crítica tiene un papel importante que desempeñar tanto en la comprensión como en el desafío de cómo el poder, el conocimiento y los valores se despliegan, afirman y resisten dentro y fuera de los discursos tradicionales y las esferas culturales. En un contexto local, la pedagogía crítica se convierte en una importante herramienta teórica para comprender las condiciones institucionales que restringen la producción de conocimiento, el aprendizaje, el trabajo académico, las relaciones sociales y la democracia misma. La pedagogía crítica también proporciona un discurso para involucrar y desafiar la construcción de jerarquías sociales, identidades, e ideologías a medida que atraviesan las fronteras locales y nacionales. Además, la pedagogía como forma de producción y crítica ofrece un discurso de posibilidad, una forma de brindar a los estudiantes la oportunidad de vincular la comprensión con el compromiso y la transformación social con la búsqueda de la mayor justicia posible.

Esto sugiere que uno de los desafíos más serios que enfrentan los maestros, artistas, periodistas, escritores y otros trabajadores culturales es la tarea de desarrollar discursos y prácticas pedagógicas que conecten una lectura crítica tanto de la palabra como del mundo de manera que mejoren las capacidades creativas. de los jóvenes y proporcionar las condiciones para que se conviertan en agentes críticos. Al emprender este proyecto, los educadores y otras personas deben intentar crear las condiciones que brinden a los estudiantes la oportunidad de adquirir el conocimiento, los valores y el coraje cívico que les permita luchar para hacer que la desolación y el cinismo sean poco convincentes y la esperanza sea práctica. La esperanza en este caso es educativa, alejada de la fantasía de un idealismo que desconoce las limitaciones que enfrenta la lucha por una sociedad democrática radical. La esperanza educada no es un llamado a pasar por alto las difíciles condiciones que dan forma tanto a las escuelas como al orden social en general, ni es un modelo eliminado de contextos y luchas específicos. Al contrario, es la condición previa para imaginar un futuro que no repita las pesadillas del presente, para no hacer del presente el futuro.

La esperanza educada proporciona la base para dignificar la labor de los maestros; ofrece conocimientos críticos vinculados al cambio social democrático, afirma responsabilidades compartidas y anima a profesores y estudiantes a reconocer la ambivalencia y la incertidumbre como dimensiones fundamentales del aprendizaje. Tal esperanza ofrece la posibilidad de pensar más allá de lo dado. Por difícil que parezca esta tarea a los educadores, si no a un público más amplio, es una lucha que vale la pena emprender.

En una era de capitalismo depredador y una política fascista emergente, los educadores, estudiantes y otros ciudadanos preocupados enfrentan el desafío de proporcionar un lenguaje que abrace un utopismo militante mientras están constantemente atentos a aquellas fuerzas que buscan convertir esa esperanza en un nuevo lema o para castigar y despedir a quienes se atrevan a mirar más allá del horizonte de lo dado. El fascismo engendra cinismo y es enemigo de una esperanza militante y social. La esperanza debe ser atemperada por la compleja realidad de la época y vista como un proyecto y condición para brindar un sentido de agencia colectiva, oposición, imaginación política y participación comprometida. Sin esperanza, incluso en los momentos más difíciles, no hay posibilidad de resistencia, disensión y lucha. La agencia es la condición de la lucha y la esperanza es la condición de la agencia.

La esperanza es la condición previa afectiva e intelectual para la lucha individual y social. La esperanza, no la desesperación, es la condición previa que fomenta la crítica por parte de los intelectuales dentro y fuera de la academia que utilizan los recursos de la teoría para abordar problemas sociales urgentes. La esperanza también está en la raíz del coraje cívico que traduce la crítica en práctica política. La esperanza como el deseo de un futuro que ofrece más que el presente se agudiza cuando la vida de uno ya no puede darse por sentada. Sólo aferrándose tanto a la crítica como a la esperanza en tales contextos, la resistencia concretará la posibilidad de transformar la política en un espacio ético y un acto público. Construir un futuro mejor que el que ahora esperamos desplegar requerirá nada menos que confrontar el fluir de la experiencia cotidiana y el peso del sufrimiento social con la fuerza de la resistencia individual y colectiva y el proyecto interminable de transformación social democrática. Al mismo tiempo, para que la resistencia asuma los desafíos que plantea el surgimiento de una política fascista, deberá desarrollar un despertar del deseo. Esta forma de deseo educado tiene sus raíces en el sueño de una conciencia e imaginación colectivas alimentadas por la lucha por nuevas formas de comunidad que afirmen el valor de la igualdad social, económica, el contrato social y los valores democráticos y las relaciones sociales. Para que la resistencia asuma los desafíos que plantea el surgimiento de una política fascista, deberá desarrollar un despertar del deseo. Esta forma de deseo educado tiene sus raíces en el sueño de una conciencia e imaginación colectivas alimentadas por la lucha por nuevas formas de comunidad que afirmen el valor de la igualdad social, económica, el contrato social y los valores democráticos y las relaciones sociales. Para que la resistencia asuma los desafíos que plantea el surgimiento de una política fascista, deberá desarrollar un despertar del deseo. Esta forma de deseo educado tiene sus raíces en el sueño de una conciencia e imaginación colectivas alimentadas por la lucha por nuevas formas de comunidad que afirmen el valor de la igualdad social, económica, el contrato social y los valores democráticos y las relaciones sociales.

La lucha actual contra un fascismo naciente en todo el mundo no es solo una lucha por las estructuras económicas o las alturas dominantes del poder corporativo. También es una lucha por visiones, ideas, conciencia y el poder de cambiar la cultura misma. También es, como señala Arendt, una lucha contra «un miedo generalizado a juzgar». [13]Sin la capacidad de juzgar, se vuelve imposible recuperar palabras que tengan significado, imaginar un futuro que no imite los tiempos oscuros en los que vivimos y crear un lenguaje que cambie nuestra forma de pensar sobre nosotros mismos y nuestra relación con los demás. Cualquier lucha por un orden socialista democrático radical no tendrá lugar si “las lecciones de nuestro oscuro pasado [no pueden] aprenderse y transformarse en resoluciones constructivas” y soluciones para luchar y crear una sociedad poscapitalista. [14]

Al final, no hay democracia sin ciudadanos informados y no hay justicia sin un lenguaje crítico de la injusticia. La democracia comienza a fallar y la vida política se empobrece ante la ausencia de esferas públicas vitales como la educación pública y superior en las que los valores cívicos, la erudición pública y el compromiso social permiten una comprensión más imaginativa de un futuro que toma en serio las demandas de la justicia. , equidad y valentía cívica. La democracia debe ser una forma de pensar sobre la educación, una que prospere conectando la pedagogía con la práctica de la libertad, el aprendizaje con la ética y la agencia con los imperativos de la responsabilidad social y el bien público. [15]El capitalismo neoliberal despoja a la esperanza de sus posibilidades utópicas y se nutre de la noción de que vivimos en una era de esperanza excluida y que cualquier intento de pensar de otra manera resultará en una pesadilla. Sin embargo, el hecho es que sin esperanza no hay agencia y sin agentes colectivos no hay esperanza de resistencia. En la era del fascismo naciente, no es suficiente conectar la educación con la defensa de la razón, el juicio informado y la agencia crítica; también debe estar alineado con el poder y el potencial de la resistencia colectiva. Vivimos en tiempos peligrosos. En consecuencia, existe una necesidad urgente de que más individuos, instituciones y movimientos sociales se unan en la creencia de que se puede resistir a los regímenes de tiranía actuales.

Notas.

1. Peter Thompson, “ La Escuela de Frankfurt, Parte 5: Walter Benjamin, Fascismo y el futuro ”, The Guardian (21 de abril de 2013).

2. Ver, especialmente, Stuart Hall, Capítulo 1: “La revolución neoliberal ”, The Neoliberal Crisis , ed. Editado por Jonathan Rutherford y Sally Davison, [Londres: Lawrence Wishart 2012]. David Harvey: A Brief History of Neoliberalism (Nueva York: Oxford University Press, 2005); Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism, (Princeton University Press, 2008). Wendy Brown, “ Deshaciendo las demostraciones: la revolución sigilosa del neoliberalismo , (Nueva York: Zone Books, 2015). Virginia Eubanks, Automatización de la desigualdad (St. Martin’s Press, 2017); George Monbiot, Fuera de los restos (Verso Press, 2017); Henry A. Giroux,American Nightmare: Enfrentando el desafío del fascismo ( City Lights 2018).

3. Charles Derber, Bienvenido a la revolución: universalización de la resistencia por la justicia social y la democracia en tiempos peligrosos (Nueva York: Routledge, 2017). Heinrich Geiselberger, ed. La gran regresión (Londres: Polity, 2017). 

4. Véase, por ejemplo, Jane Mayer, “ The Making of the Fox News White House ”, The New Yorker (4 de marzo de 2019).

5. Jon Nixon, “ Hannah Arendt: Pensar contra el mal ”, Times Higher Education , (26 de febrero de 2015). 6. Umberto Eco, “ Ur-Fascism ”, The New York Review of Books (22 de junio de 1995).

7. Hannah Arendt, Origins of Totalitarianism (Nueva York: Harcourt Trade Publishers, Nueva edición, 2001). 

8. Paul Gilroy, » Against Race: Imagining Political Culture beyond the Color Line «, Capítulo 4 – ‘Hitler in Khakis: Icons, Propaganda, and Aesthetic Politics’ (Cambridge: The Belknap Press de Harvard University Press, 2000), págs. 144-145, 146 

9. Pankaj Mishra, “ Una postura gandhiana contra la cultura de la crueldad ”, The New York Review of Books, [22 de mayo de 2018].

10. Joshua Sperling citado en Lisa Appignanesi, » Berger’s Ways of Being «, The New York Review of Books (9 de mayo de 2019).  

11. Nicole Aschoff, “ The Smartphone Society ”,  número 17 de Jacobin , (primavera de 2015).  

11. Ruth Levitas, “Introducción: La esquiva idea de la utopía”, Historia de las ciencias humanas 16: 1 (2003), p.4. 

12. Hannah Arendt, “ Responsabilidad personal bajo dictadura ”, en Jerome Kohn, ed., Responsabilidad y juicio, [NY: Schocken Books, 2003].  

13. Nicola Bertoldi, “ ¿Estamos viviendo una nueva ‘era de Weimar’ ?: Resoluciones constructivas para nuestro futuro ”, OpenDemocracy (3 de enero de 2018).

14. Henry A. Giroux, The Terror of the Unforeseen (Los Ángeles: Los Ángeles Review of Books, 2019). 

Henry A. Giroux ocupa actualmente la Cátedra de Becas de Interés Público de la Universidad McMaster en el Departamento de Estudios Culturales e Inglés y es el Becario Distinguido Paulo Freire en Pedagogía Crítica. Sus libros más recientes son  America’s Education Deficit and the War on Youth  (Monthly Review Press, 2013),  Neoliberalism’s War on Higher Education  (Haymarket Press, 2014),  The Public in Peril: Trump and the Menace of American Authoritarianism(Routledge, 2018) , and the American Nightmare: Facing the Challenge of Fascism (City Lights, 2018), On Critical Pedagogy, 2 nd edition (Bloomsbury), yRaza, política y pedagogía pandémica: educación en tiempos de crisis (Bloomsbury 2021): Su sitio web es www. henryagiroux.com .

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/10/22/fascist-culture-critical-pedagogy-and-resistance-in-dark-times/

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La política criminógena como forma de psicosis en la era de Trump

En sus últimas etapas, el capitalismo se transforma en una forma de fascismo neoliberal. En este caso, la miseria estructural producida por el capitalismo a través de su destrucción del estado de bienestar, la red de seguridad y su creciente inversión para acelerar la desigualdad y criminalizar todos los problemas sociales se fusiona con el teatro del racismo, la limpieza racial, la hipermasculinidad y el ultranacionalismo. , el militarismo, el chivo expiatorio de los vulnerables y la política de la disposición. La crueldad y el odio ahora se convierten en una insignia de honor entre la élite financiera, política y corporativa. Una consecuencia no es simplemente un sistema político y económico criminógeno, sino un estado de barbarie que refleja una psicosis mortal entre líderes políticos como Trump y Bolsonaro.

No se trata simplemente de que se abandone la verdad o la moralidad en aras de producir una política fascista, sino que representa el surgimiento de una política que imita la transición de la mentalidad de la codicia y la concentración del poder en pocas manos, celebrada en filme Wall Street, a un peligroso estado mental en el que la violencia y la muerte se convierten en los principios organizadores y gobernantes de una sociedad. En lugar de Wall Street, tenemos la locura retratada en American Psycho. Patrick Bateman se ha convertido en el modelo de liderazgo contemporáneo bajo la rúbrica del capitalismo de casino. Trump con Bateman como su golf alter ego, retuitea las publicaciones llenas de comentarios sexistas sobre Nancy Pelosi y Hilary Clinton, desacredita las teorías de conspiración de fuentes sincrónicas de medios derechistas y comentarios racistas sobre la aparición de Stacey Abrams, mientras él permanece en silencio mientras Covid -19 El total de muertes estadounidenses alcanza la asombrosa cifra de 100,000. Noam Chomsky tiene razón al llamarlo un «megalómano sociópata» cuya única lealtad es para sí mismo, «gran riqueza y poder corporativo».

Como señala el New York Times , más estadounidenses han muerto en los últimos tres meses que «murieron en las guerras de Vietnam y Corea juntas y casi el doble que las heridas de batalla en la Segunda Guerra Mundial». Trump responde culpando a China por el brote y enviando tweets interminables atacando a Obama. Además, Trump tiene sangre en sus manos. Esto es evidente no solo por su respuesta tardía bien documentada a la pandemia, sino también por su incapacidad para imponer una semana antes un bloqueo y distanciamiento social, que, según un estudio de la Universidad de Columbia, sugiere que habría salvado 36,000 vidas. [1]Trump rechazó las críticas llamando a Columba una «institución liberal y vergonzosa». Además, uno se pregunta cuántas vidas podrían haberse salvado si Trump hubiera implementado rápidamente un plan federal para enfrentar el virus en lugar de priorizar las necesidades de la economía sobre la vida humana.

Trump ha cultivado el gusto por el salvajismo y define el mundo a imagen de su propio interés y guerra. Ha revivido la arquitectura del fascismo al incorporar sus pasiones movilizadoras. Él llama a las personas animales, sus manifestaciones tienen todas las características de los espectáculos de Nuremberg; él se refiere a la prensa como noticias falsas, no muy diferente de la apropiación de Hitler y el uso de Lugenpresse (la prensa mentirosa) por los nazis, como una forma de desacreditar a los medios opositores y periodistas que lo responsabilizan; él reúne a los hijos de personas marrones indocumentadas y los pone en jaulas; él hace de la limpieza racial un principio rector de su administración; él normaliza la mentira, convirtiéndola en la experiencia retórica básica de nuestro tiempo; amplifica el discurso militarizado del miedo y adormece la cultura con su penetrante antiintelectualismo y control de los medios de derecha como máquinas de propaganda sin adulterar. Contrata a los supremacistas blancos y actúa como el estafador en jefe de la Casa Blanca. Todo esto apunta a ecos alarmantes del pasado y a la necesidad de aprender de la historia en lugar de negarla. Los elementos que apuntan al surgimiento del fascismo en los Estados Unidos están en exhibición completa y sin disculpas. Tal vez sea hora de tomar en serio la advertencia de Theodor Adorno: «Considero que la supervivencia del nacionalsocialismo dentro de la democracia es potencialmente más amenazante que la supervivencia de las tendencias fascistas contra la democracia». Todo esto apunta a ecos alarmantes del pasado y a la necesidad de aprender de la historia en lugar de negarla. Los elementos que apuntan al surgimiento del fascismo en los Estados Unidos están en exhibición completa y sin disculpas. Tal vez sea hora de tomar en serio la advertencia de Theodor Adorno: «Considero que la supervivencia del nacionalsocialismo dentro de la democracia es potencialmente más amenazante que la supervivencia de las tendencias fascistas contra la democracia». Todo esto apunta a ecos alarmantes del pasado y a la necesidad de aprender de la historia en lugar de negarla. Los elementos que apuntan al surgimiento del fascismo en los Estados Unidos están en exhibición completa y sin disculpas. Tal vez sea hora de tomar en serio la advertencia de Theodor Adorno: «Considero que la supervivencia del nacionalsocialismo dentro de la democracia es potencialmente más amenazante que la supervivencia de las tendencias fascistas contra la democracia».[2]

Notas

1) Sen Pei, Sasikiran Kandula, Jeffrey Shaman, «Efectos diferenciales del tiempo de intervención sobre la propagación de COVID-19 en los Estados Unidos» (Nueva York: Departamento de Ciencias de Salud Ambiental, Escuela de Salud Pública Mailman, Universidad de Columbia, 20 de mayo, 2020). En línea: https://www.medrxiv.org/content/10.1101/2020.05.15.20103655v1.full.pdf 

2) Adorno, Theodor W., «El significado de trabajar en el pasado», Guild and Defense , trans. Henry W. Pickford, (Cambridge: Harvard University Press, 2010), págs. 214 

Henry A. Giroux actualmente ocupa la Cátedra de la Universidad McMaster para Becas de Interés Público en el Departamento de Inglés y Estudios Culturales y es el Distinguido Erudito Paulo Freire en Pedagogía Crítica. Sus libros más recientes son  America’s Education Deficit and the War on Youth  (Monthly Review Press, 2013),  Neoliberalism’s War on Higher Education  (Haymarket Press, 2014),  The Public in Peril: Trump and the Menace of American Authoritarianism (Routledge, 2018) y American Nightmare: Facing the Challenge of Fascism (City Lights, 2018). Su sitio web es www.  henryagiroux.com .

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/05/26/criminogenic-politics-as-a-form-of-psychosis/

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Critical Pedagogy in the Age of Authoritarianism: Challenges and Possibilities (Pedagogía Crítica en la Era del Autoritarismo: Desafíos y Posibilidades)

Por:  Henry A. Giroux

Abstract: The discourse of authoritarianism and the echoes of a fascist past resurface. In this context, higher education, beyond favoring practices of freedom, has become an instrumentalized institution in order to reproduce and legitimize dynamics of domination. This article questions this reactionary form of educational and pedagogical action, particularly in its neoliberal version. At the same time, it explores how education can provide the theoretical and practical foundations to rethink its own purpose, together with the very nature of politics. In this sense, this article proposes that education and politics are completely inseparable dimensions.

Keywords: critical pedagogy, authoritarianism, fascist policies, public intellectuals, willful ignorance, political pedagogy.

Resumen: El discurso del autoritarismo y los ecos de un pasado fascista vuelven a resurgir. En este contexto, la educación superior, más allá de favorecer prácticas de libertad, se ha transformado en una institución instrumentalizada en pos de reproducir y legitimar dinámicas de dominación. Este artículo cuestiona esta forma reaccionaria de la acción educativa y pedagógica, particularmente en su versión neoliberal. A la vez, explora cómo la educación puede proveer de los fundamentos teóricos y prácticos para repensar su propio propósito, junto a la naturaleza misma de la política. En este sentido, se plantea que la educación y la política son dimensiones completamente inseparables.

Palabras claves: pedagogía crítica, autoritarismo, políticas fascistas, intelectuales públicos, ignorancia voluntariosa, pedagogía política.

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Estamos llamados a hablar por los débiles: un manifiesto para la pedagogía crítica

Por: Henry Giroux

Henry Giroux , uno de los principales exponentes de la pedagogía crítica, escribe incisivamente sobre el daño que está causando la ‘reforma’ escolar en los Estados Unidos, cuyo objetivo es destruir cualquier comprensión viable de la conexión entre la educación y la educación de los ciudadanos críticos. La lucha para desafiar este asalto neoliberal en su sistema educativo también es muy relevante para el contexto británico a medida que los educadores progresistas luchan por nuevas formas de pedagogía crítica, acción colectiva y responsabilidad social.

Zonas muertas y centros de castigo.

Algunos de nosotros que ya hemos comenzado a romper el silencio de la noche hemos descubierto que el llamado a hablar es a menudo una vocación de agonía, pero debemos hablar. Debemos hablar con toda la humildad apropiada para nuestra visión limitada, pero debemos hablar . – Martin Luther King hijo.

Si los multimillonarios de derecha y los apóstoles del poder corporativo se salen con la suya, las escuelas públicas se convertirán en «zonas muertas de la imaginación», reducidas a espacios antipúblicos que asaltan el pensamiento crítico, la alfabetización cívica y la memoria histórica (he tomado el término de David Graeber, «Zonas muertas de la imaginación», HAU: Journal of Ethnographic Theory 2, 2012: 105-128.) Desde la década de 1980, las escuelas se han convertido cada vez más en centros de pruebas que debilitan a los maestros y les quitan el poder a los estudiantes. También han sido reconfigurados como centros de castigo donde los jóvenes de minorías pobres y de bajos ingresos son severamente disciplinados bajo políticas de tolerancia cero de maneras que a menudo resultan en ser arrestados y acusados ​​de crímenes que, en la superficie, son tan triviales como el castigo es duro. . 2 Bajo el impulso del capitalismo de casino para privatizar la educación, Las escuelas públicas se han cerrado en ciudades como Filadelfia, Chicago y Nueva York para dar paso a las escuelas charter. Los sindicatos de docentes han sido atacados, los empleados públicos denigrados y los docentes reducidos a técnicos que trabajan en condiciones deplorables y aturdidoras.

La reforma escolar corporativa no está simplemente obsesionada con las medidas que degradan cualquier comprensión viable de la conexión entre la escolarización y la educación de ciudadanos comprometidos. El movimiento de reforma también está decidido a subfinanciar y desinvertir recursos para la educación pública para que la educación pública pueda estar completamente divorciada de cualquier noción democrática de gobierno, enseñanza y aprendizaje. A los ojos de los reformadores multimillonarios y los titanes de las finanzas, como Bill Gates, Rupert Murdoch, la familia Walton y Michael Bloomberg, las escuelas públicas deberían transformarse, cuando no se privaticen, en complementos de centros comerciales y prisiones.

Al igual que el espacio muerto del centro comercial estadounidense, los sistemas escolares promovidos por los no reformadores ofrecen la seducción ideológica vacía del consumismo como la última forma de ciudadanía y aprendizaje. Y, adoptando la dura mentalidad de almacenamiento de los guardianes de la prisión, los no reformadores respaldan y crean escuelas para estudiantes pobres que castigan en lugar de educar para canalizar a las poblaciones desechables hacia el sistema de justicia penal donde pueden alimentar las ganancias de las corporaciones privadas de prisiones. La militarización de las escuelas públicas que el Secretario Arnie Duncan admiraba y apoyaba tanto mientras era el CEO del Sistema Escolar de Chicago no fue solo una estratagema para inculcar prácticas de disciplina autoritarias contra estudiantes etiquetados despectivamente como rebeldes, si no desechables. También fue un intento de diseñar escuelas que rompieran la capacidad de los estudiantes de pensar críticamente y los convirtieran en reclutas dispuestos y potenciales para servir en guerras sin sentido y mortales libradas por el imperio estadounidense. Y, si tales esfuerzos de reclutamiento fallaron, los estudiantes fueron puestos rápidamente en la cinta transportadora de la tubería de la escuela a la prisión. Para muchos jóvenes de minorías pobres en las escuelas públicas, la prisión se convierte en parte de su destino, al igual que las escuelas públicas refuerzan su condición de ciudadanos de segunda clase. Como señala Michelle Alexander: «En lugar de que las escuelas sean una vía de acceso a la oportunidad, [están] alimentando nuestras cárceles». (Jody Sokolower, «Las escuelas y el nuevo Jim Crow: una entrevista con Michelle Alexander», Truthout (4 de junio de 2013) .) la prisión se convierte en parte de su destino, al igual que las escuelas públicas refuerzan su condición de ciudadanos de segunda clase. Como señala Michelle Alexander: «En lugar de que las escuelas sean una vía de acceso a la oportunidad, [están] alimentando nuestras cárceles». (Jody Sokolower, «Las escuelas y el nuevo Jim Crow: una entrevista con Michelle Alexander», Truthout (4 de junio de 2013) .) la prisión se convierte en parte de su destino, al igual que las escuelas públicas refuerzan su condición de ciudadanos de segunda clase. Como señala Michelle Alexander: «En lugar de que las escuelas sean una vía de acceso a la oportunidad, [están] alimentando nuestras cárceles». (Jody Sokolower, «Las escuelas y el nuevo Jim Crow: una entrevista con Michelle Alexander», Truthout (4 de junio de 2013) .)

Las reformas educativas impulsadas por el mercado, con su obsesión por la estandarización, las pruebas de alto riesgo y las políticas punitivas, también imitan una cultura de crueldad que las políticas neoliberales producen en la sociedad en general. Exhiben desprecio por los maestros y desconfianza de los padres, reprimen la enseñanza creativa, destruyen programas de estudio desafiantes e imaginativos y tratan a los estudiantes como meros insumos en una línea de montaje. La confianza, la imaginación, la creatividad y el respeto por la enseñanza y el aprendizaje críticos se lanzan al viento en la búsqueda de ganancias y la proliferación de esquemas de responsabilidad rígidos y de muerte. Como John Tierney señala en su crítica a las reformas educativas corporativas en The Atlantic, tales enfoques no solo son opresivos, sino que están destinados a fracasar. El escribe:
Las políticas y prácticas que se basan en la desconfianza de los maestros y la falta de respeto hacia ellos fracasarán. ¿Por qué? «El destino de las reformas depende en última instancia de quienes son objeto de desconfianza». En otras palabras, las reformas educativas necesitan la aceptación, confianza y cooperación de los maestros para tener éxito; Las «reformas» que patean a los maestros en los dientes nunca van a tener éxito. Además, las políticas educativas elaboradas sin la participación de los docentes están destinadas a equivocarse.

La situación empeora aún más porque no solo se defunde a las escuelas públicas y se ataca a los maestros de las escuelas públicas como las nuevas reinas del bienestar, sino que los republicanos y otros derechistas están implementando políticas sociales y económicas para garantizar que los estudiantes de bajos ingresos y minorías pobres fracasen. En las escuelas públicas. Por ejemplo, muchos gobernadores elegidos por el Tea Party en estados como Wisconsin, Carolina del Norte y Maine, junto con políticos de derecha en el Congreso, están promulgando políticas crueles y salvajes (como el desembolso del programa de cupones de alimentos) que impactan directamente en La salud y el bienestar de los estudiantes pobres en las escuelas. (Véase, por ejemplo, Kristin Rawls, “Carolina del Norte se convierte en la primera línea de un asalto corporativo brutal contra la educación en Estados Unidos”, AlterNet, 31 de julio de 2013.) Dichas políticas se reducen, si no destruyen,

La apropiación de la cultura por el poder corporativo.

Cuando los miembros del club multimillonario, como Bill Gates y los donantes de derecha como Art Pope, no están implementando directamente políticas que desfinan las escuelas, están financiando proyectos de investigación que convierten a los estudiantes en sujetos de prueba para un mundo que incluso George Orwell habría encontrado difícil imaginar. (Para dos ejemplos de la apropiación de la cultura por el poder corporativo y sus donantes y fundaciones, ver Katherine Stewart, «Los donantes de derecha que alimentan las guerras culturales de América», The Guardian, 23 de abril de 2013; y John Nichols y Robert W. McChesney, Dollarocracy: Cómo el complejo electoral de Money and Media está destruyendo Estados Unidos, Nation Books, 2013.) Por ejemplo, la Fundación Bill y Melinda Gates ha proporcionado $ 500, 000 subvenciones a la Universidad de Clemson para realizar un estudio piloto en el que los estudiantes usarían pulseras de piel galvánica con sensores inalámbricos que rastrearían sus respuestas fisiológicas a diversos estímulos en las escuelas. Un portavoz de la fundación argumenta en defensa de esta espeluznante obsesión por medir las respuestas emocionales de los estudiantes al afirmar que los dispositivos biométricos son una ayuda para los maestros que pueden medir el «tiempo real» (retroalimentación reflexiva), algo así como un podómetro «. (Luisa Kroll, «La Fundación Gates responde a la controversia de las pulseras GSR», Forbes, 13 de junio de 2012.)

No es la vaguedad de lo que este tipo de investigación está tratando de lograr lo que es la parte más ridícula y éticamente ofensiva de este estudio: es la noción de que la retroalimentación reflexiva puede reducirse a medir impulsos emocionales en lugar de producirse a través del diálogo y la comunicación comprometidos entre profesores y alumnos reales. ¿Cómo pueden las pulseras medir por qué los estudiantes están actuando si están hambrientos, aburridos, temerosos, enfermos o no duermen porque sus padres podrían no tener hogar? ¿Cómo abordan estos estudios problemas estructurales más grandes, como los 50 millones de personas en los Estados Unidos que pasan hambre todas las noches, un tercio de los cuales son niños? ¿Y cómo logran ignorar su propia conexión con el surgimiento del estado de vigilancia y la destrucción en curso de los derechos civiles de los niños y otros? Las investigaciones de este tipo no pueden hablar del surgimiento de una sociedad de Jim Crow en la que el encarcelamiento masivo de minorías pobres está teniendo un efecto horrible en los niños. Como señala Michelle Alexander, se trata de niños «que tienen un padre o un ser querido, un pariente, que ha pasado tiempo tras las rejas o que ha adquirido antecedentes penales y, por lo tanto, es parte de la casta inferior: el grupo de personas que pueden ser discriminados legalmente por el resto de sus vidas ”. Y el efecto de tal lucha diaria es mortal. Ella escribe: Como señala Michelle Alexander, se trata de niños «que tienen un padre o un ser querido, un pariente, que ha pasado tiempo tras las rejas o que ha adquirido antecedentes penales y, por lo tanto, es parte de la casta inferior: el grupo de personas que pueden ser discriminados legalmente por el resto de sus vidas ”. Y el efecto de tal lucha diaria es mortal. Ella escribe: Como señala Michelle Alexander, se trata de niños «que tienen un padre o un ser querido, un pariente, que ha pasado tiempo tras las rejas o que ha adquirido antecedentes penales y, por lo tanto, es parte de la casta inferior: el grupo de personas que pueden ser discriminados legalmente por el resto de sus vidas ”. Y el efecto de tal lucha diaria es mortal. Ella escribe:

. . . Para estos niños, sus posibilidades de vida disminuyen considerablemente. Es más probable que se críen en la pobreza extrema; es poco probable que sus padres puedan encontrar trabajo o vivienda y, a menudo, no son elegibles incluso para cupones de alimentos. Para los niños, la era del encarcelamiento masivo ha significado una tremenda cantidad de separación familiar, hogares destrozados, pobreza y un nivel de desesperanza mucho, mucho mayor, ya que ven a tantos de sus seres queridos entrando y saliendo de la prisión. Los niños que tienen padres encarcelados tienen muchas más probabilidades de ser encarcelados.

A diferencia de las formas de investigación educativa social y éticamente insensibles respaldadas por los llamados reformadores, un estudio reciente ha relacionado las pruebas de alto riesgo con tasas de graduación más bajas y tasas de encarcelamiento más altas, lo que indica que tales pruebas juegan un papel importante en la expansión de «la maquinaria de la tubería de la escuela a la prisión ”, especialmente para estudiantes de bajos ingresos y estudiantes de color. La mayoría de los críticos del club de los multimillonarios ignoran estos problemas. Pero varios críticos, como la profesora de educación de la Universidad de Nueva York, Diane Ravitch, han planteado preguntas importantes sobre este tipo de investigación. Ravitch argumenta que Gates debería «dedicar más tiempo a mejorar la sustancia de lo que se enseña». . . y renunciar a toda esta manía de medición «. (Stephanie Simon,» Biosensores para controlar la atención de los estudiantes «, Reuters, 12 de junio de 2012. ) Tales críticas son importantes, pero podrían ir más allá. Tales esfuerzos de reforma son más que colapsar la enseñanza y el aprendizaje en un reduccionismo instrumental que se aproxima a la capacitación más que a la educación. Como señala Ken Saltman, los nuevos no reformadores son contrarrevolucionarios políticos y no simplemente educadores equivocados. (Kenneth Saltman, The Gift of Education: Public Education and Venture Philosophy, Palgrave Macmillan, 2012.)

Noam Chomsky tiene razón al argumentar que ahora estamos en un período general de regresión que se extiende mucho más allá de la educación. (Daniel Falcone, «Noam Chomsky sobre Democracia y Educación en el siglo XXI y más allá», Truthout, 1 de junio de 2013.) Este período de regresión está marcado por desigualdades masivas en riqueza, ingresos y poder que están alimentando una pobreza y una crisis ecológica y socavando todas las esferas públicas básicas centrales tanto para la democracia como para la cultura y las estructuras necesarias para que las personas lleven una vida digna y de participación política. La carga de crueldad, represión y corrupción ha roto la espalda de la democracia, por débil que sea, en los Estados Unidos. Estados Unidos ya no es una democracia, ni es simplemente una plutocracia. Se ha convertido en un estado autoritario impregnado de violencia y dirigido por los comandantes financieros,

La soberanía corporativa ha reemplazado a la soberanía política, y el estado se ha convertido en gran medida en un complemento de las instituciones bancarias y las industrias de servicios financieros. Adicta a «la desmovilización política de la ciudadanía», la élite corporativa está librando una reacción política contra todas las instituciones que sirven a la democracia y fomentan una cultura de cuestionamiento, diálogo y disidencia. (Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Democracia gestionada y el espectro del totalitarismo invertido, Princeton University Press, 2008.) Los apóstoles del neoliberalismo se preocupan principalmente por entregar las escuelas públicas al capitalismo de los casinos para transformarlas en lugares donde todos menos Los niños privilegiados del 1% pueden ser disciplinados y limpiados de cualquier impulso crítico. En lugar de aprender a convertirse en pensadores independientes, adquieren los hábitos debilitantes de lo que podría llamarse un trastorno de déficit moral y político que los vuelve pasivos y obedientes frente a una sociedad basada en desigualdades masivas en poder, riqueza e ingresos. El poderoso movimiento actual de reforma no basada en las empresas está unido al desarrollo de modos de gobierno, ideologías y pedagogías dedicadas a restringir y retrasar cualquier posibilidad de desarrollar entre los estudiantes esas formas críticas, creativas y colaborativas de pensamiento y acción necesarias para participar en un sustantivo democracia.

El discurso del lucro y el lenguaje del mando.

El núcleo de las nuevas reformas es un compromiso con una pedagogía de la estupidez y la represión orientada a la memorización, la conformidad, la pasividad y las pruebas de alto riesgo. En lugar de crear estudiantes autónomos, críticos y comprometidos cívicamente, los no reformadores matan la imaginación mientras despolitizan todos los vestigios de la enseñanza y el aprendizaje. El único idioma que conocen es el discurso del lucro y el lenguaje disciplinario de mando. John Taylor Gatto señala algunos elementos de esta pedagogía de la represión en su afirmación de que las escuelas enseñan confusión al ignorar los contextos históricos y relacionales. (John Gatto, Dumbing Us Down: The Hidden Curriculum of Obligory Schooling, segunda edición revisada New Society Publishers, 2002.

Una pedagogía de la represión define a los estudiantes en gran medida por sus defectos más que por sus fortalezas, y al hacerlo los convence de que las únicas personas que saben algo son los expertos, cada vez más extraídos de las filas de la élite y los líderes empresariales actuales que encarnan los nuevos modelos. de liderazgo bajo el actual régimen de neoliberalismo. Grandes líderes históricos que exhibieron una conciencia social elevada como Martin Luther King Jr., Rosa Parks, Nelson Mandela, John Dewey, Paulo Freire y Mahatma Ghandi son relegados al basurero de la historia. A los estudiantes se les enseña a preocuparse por sí mismos y a considerar cualquier consideración por los demás como una responsabilidad, sino una patología. Las preocupaciones éticas en estas circunstancias se representan como obstáculos a superar. El narcisismo junto con una noción incontrolada de individualismo es la nueva normalidad.

Bajo una pedagogía de la represión, los estudiantes están condicionados a desaprender cualquier respeto por la democracia, la justicia y lo que podría significar conectar el aprendizaje con el cambio social. Se les dice que no tienen derechos y que los derechos se limitan solo a quienes tienen poder. Esta es una pedagogía que mata el espíritu, promueve la conformidad y es más adecuada para una sociedad autoritaria que una democracia. Lo alarmante de los nuevos no reformadores de la educación no es solo cómo han fracasado sus políticas, sino el grado en que las liberales y conservadores de los partidos demócrata y republicano ahora adoptan dichas políticas a pesar de su evidente fracaso. El estudio de Enfoque más amplio y audaz para la educación proporciona una lista de tales fallas que son instructivas. Los resultados de las medidas de no reforma observadas en el estudio incluyen:

Los puntajes de las pruebas aumentaron menos, y las brechas de rendimiento crecieron más en las ciudades de «reforma» que en otros distritos urbanos. Los éxitos reportados para estudiantes seleccionados se evaporaron al examinarlos más de cerca. La rendición de cuentas basada en pruebas provocó una rotación que redujo las filas de maestros experimentados, pero no necesariamente malos maestros. El cierre de escuelas no envió a los estudiantes a mejores escuelas ni les ahorró dinero a los distritos escolares. Las escuelas charter interrumpieron aún más los distritos al tiempo que proporcionaban beneficios mixtos, particularmente para los estudiantes con mayores necesidades. El énfasis en las reformas orientadas al mercado ampliamente promocionadas atrajo la atención y los recursos de iniciativas con mayor promesa. Las reformas pasaron por alto un factor crítico que impulsa las brechas de logros: la influencia de la pobreza en el rendimiento académico. El cambio real y sostenido requiere estrategias que sean más realistas, pacientes y múltiples. – Elaine Weiss y Don Long, la retórica de las reformas educativas orientadas al mercado triunfa sobre la realidad: los impactos de las revaluaciones docentes basadas en exámenes, el cierre de escuelas y el aumento del acceso a las escuelas charter en los resultados de los estudiantes en Chicago, Nueva York y Washington, DC, en general , Enfoque más audaz para la educación 22 de abril de 2013.

El entusiasmo servil de las animadoras por las políticas educativas impulsadas por el mercado se vuelve particularmente insostenible moral y políticamente a la luz del creciente número de escándalos que han estallado en torno a los puntajes de las pruebas infladas y otras formas de trampas cometidas por los defensores de las pruebas de alto riesgo y las escuelas charter. (Kirp, «Por qué los escándalos de trampa y las rebeliones de los padres están en erupción en las escuelas de Nueva York, Washington, DC y Atlanta.) David Kirp ofrece un comentario importante sobre la seriedad y el alcance de los escándalos y los recientes reveses de la reforma educativa orientada al mercado . El escribe:

En la última elección de la junta escolar de Los Ángeles, un candidato que se atrevió a cuestionar la excesiva dependencia de los resultados de las pruebas en la evaluación de los maestros y la indecorosa prisa por aprobar las escuelas autónomas ganó a pesar de los $ 4 millones acumulados para derrotarlo, incluido $ 1 millón del alcalde de la ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg. y $ 250,000 de News Corp. de Rupert Murdoch. La ex superintendente de Atlanta, Beverly Hall, agasajada por aumentar los puntajes de las pruebas de sus estudiantes a toda costa, ha sido acusada de un escándalo de trampa masiva. Michelle Rhee, la ex jefa de escuela de Washington DC que es la favorita de la multitud de la rendición de cuentas, se enfrenta a acusaciones, basadas en un memorando publicado por el veterano corresponsal de PBS John Merrow, que conocía y no hizo nada para detener el engaño generalizado. En un artículo de opinión del Washington Post, Bill Gates, que ha gastado cientos de millones de dólares en la promoción de altas apuestas, evaluación de los maestros basada en pruebas, hizo un cambio radical e instó a un enfoque más amable y gentil que los maestros pudieran adoptar. Y los padres en el estado de Nueva York organizaron una rebelión, diciéndoles a sus hijos que no tomen un examen de rendimiento nuevo y no probado.

Si bien las pedagogías de la represión se presentan en diferentes formas y se dirigen a diferentes audiencias en diversos contextos, todas comparten el compromiso de definir la pedagogía como un conjunto de estrategias y habilidades para usar con el fin de enseñar el tema prescrito. En este contexto, la pedagogía se convierte en sinónimo de enseñanza como técnica o práctica de una habilidad artesanal. Aquí no se habla de conectar la pedagogía con la tarea social y política de resistencia, empoderamiento o democratización. Tampoco hay ningún intento de mostrar cómo el conocimiento, los valores, el deseo y las relaciones sociales siempre están implicados en el poder. Cualquier noción viable de pedagogía crítica debe rechazar tales definiciones de enseñanza y sus imitaciones proliferativas, incluso cuando se afirman como parte de un discurso o proyecto radical. En oposición a la reducción instrumentalizada de la pedagogía a un mero método que no tiene un lenguaje para relacionarse con la vida pública, la responsabilidad social o las demandas de la ciudadanía, la pedagogía crítica trabaja para iluminar las relaciones entre el conocimiento, la autoridad y el poder. Por ejemplo, plantea preguntas sobre quién tiene control sobre las condiciones para producir conocimiento, como los planes de estudio promovidos por maestros, compañías de libros de texto, intereses corporativos u otras fuerzas.

Desarrollar una pedagogía crítica.

Central para cualquier noción viable de lo que hace que una pedagogía sea crítica es, en parte, el reconocimiento de que la pedagogía es siempre un intento deliberado por parte de los educadores para influir en cómo y qué formas de conocimiento y subjetividades se producen dentro de conjuntos particulares de relaciones sociales. En este caso, la pedagogía crítica llama la atención sobre las formas en que el conocimiento, el poder, el deseo y la experiencia se producen en condiciones específicas de aprendizaje, y al hacerlo rechaza la noción de que la enseñanza es solo un método o se elimina de las cuestiones de valores, normas y poder, o, para el caso, la lucha por la agencia misma y el futuro que sugiere para los jóvenes. En lugar de afirmar su propia influencia para ejercer autoridad sobre temas pasivos, La pedagogía crítica se sitúa dentro de un proyecto que considera que la educación es fundamental para crear estudiantes que sean ciudadanos socialmente responsables y comprometidos cívicamente. Este tipo de pedagogía refuerza la noción de que las escuelas públicas son esferas públicas democráticas, la educación es la base de cualquier democracia que funcione y los maestros son los agentes más responsables para fomentar esa educación.

Este enfoque de la pedagogía crítica no reduce la práctica educativa al dominio de las metodologías. En cambio, enfatiza la importancia de comprender lo que realmente sucede en las aulas y otros entornos educativos al plantear preguntas como: ¿Cuál es la relación entre el aprendizaje y el cambio social? ¿Qué conocimiento es más valioso? ¿Qué significa saber algo? ¿Y en qué dirección se debe desear? Sin embargo, los principios y objetivos de la pedagogía crítica abarcan más. La pedagogía trata simultáneamente sobre el conocimiento y las prácticas que los profesores y los estudiantes pueden participar juntos y los valores, las relaciones sociales y las visiones legitimadas por dichos conocimientos y prácticas. Tal pedagogía escucha a los estudiantes, les da voz y papel en su propio aprendizaje, y reconoce que los maestros no solo educan a los estudiantes sino que también aprenden de ellos.

Además, la pedagogía se concibe como una práctica moral y política que siempre está implicada en las relaciones de poder porque ofrece versiones y visiones particulares de la vida cívica, la comunidad, el futuro y cómo podríamos construir representaciones de nosotros mismos, de otros y de nuestros ambiente social. La pedagogía ofrece un discurso para la agencia, los valores, las relaciones sociales y un sentido del futuro. Legitima formas particulares de conocer, estar en el mundo y relacionarse con los demás. Como observó Roger Simon, también “representa una versión de nuestros propios sueños para nosotros mismos, nuestros hijos y nuestras comunidades. Pero tales sueños nunca son neutrales; siempre son los sueños de alguien y, en la medida en que están implicados en organizar el futuro para otros, siempre tienen una dimensión moral y política «(Roger Simon, Central a mi argumento es la suposición de que la política no es solo sobre el poder, sino que también «tiene que ver con juicios políticos y opciones de valor)» (Cornelius Castoriadis, «Instituciones y autonomía». En Peter Osborne (ed.), A Critical Sense, Routledge, 1996.) indicando que las cuestiones de educación cívica y pedagogía crítica (aprender a convertirse en un ciudadano calificado) son fundamentales para la lucha por la agencia política y la democracia. La pedagogía crítica rechaza la noción de estudiantes como contenedores pasivos que simplemente beben conocimiento muerto. En cambio, abarca formas de enseñanza que ofrecen a los estudiantes el desafío de transformar el conocimiento en lugar de simplemente «procesar los conocimientos recibidos» (Chandra Mohanty, «Sobre la raza y la voz: desafíos para la educación liberal en la década de 1990», Cultural Critique, Winter 1989-1990 .) Bajo tales circunstancias, La pedagogía crítica se convierte en directiva e interviene del lado de producir una sociedad democrática sustantiva. Esto es lo que hace que la pedagogía crítica sea diferente del entrenamiento. Y es precisamente el fracaso en conectar el aprendizaje con sus funciones y objetivos democráticos lo que proporciona fundamentos para los enfoques pedagógicos que despojan lo que significa ser educado de sus posibilidades críticas y democráticas.

La pedagogía crítica se vuelve peligrosa en el momento histórico actual porque enfatiza la reflexión crítica, cierra la brecha entre el aprendizaje y la vida cotidiana, comprende la conexión entre el poder y el conocimiento difícil, y extiende los derechos e identidades democráticas mediante el uso de los recursos de la historia. En lugar de ver la enseñanza como una práctica técnica, la pedagogía en el sentido crítico más amplio se basa en la suposición de que el aprendizaje no se trata de memorizar los conocimientos y habilidades muertos asociados con el aprendizaje para el examen, sino de participar en una lucha más expansiva por los derechos individuales y la justicia social. El desafío fundamental que enfrentan los educadores en la era actual del neoliberalismo, el militarismo, y el fundamentalismo religioso es proporcionar las condiciones para que los estudiantes aborden cómo se relaciona el conocimiento con el poder de la autodefinición y la agencia social. En parte, esto sugiere proporcionar a los estudiantes las habilidades, ideas, valores y autoridad necesarios para alimentar una democracia sustantiva, reconocer formas de poder antidemocráticas y luchar contra las injusticias profundamente arraigadas en una sociedad y un mundo basados ​​en desigualdades económicas, raciales y de género sistémicas.

Cualquier noción viable de pedagogía crítica debe entenderse como central para la política en sí misma y, en lugar de desconectar la educación pública de cuestiones sociales, económicas y políticas más amplias, debe conectarlas con tales fuerzas como parte de una crisis más amplia tanto de educación como de democracia. Como mínimo, la educación debe verse como parte de un proyecto emancipatorio que rechaza la privatización y la corporatización de las escuelas públicas y las fuerzas fiscales y financieras que apoyan los sistemas escolares inicuos. Para que la pedagogía sea importante, debe apoyar una cultura y las relaciones de poder que brinden a los maestros un sentido de autonomía y control sobre las condiciones de su trabajo. Los docentes deben ser vistos como intelectuales públicos y un valioso recurso social, y las condiciones de su trabajo y autonomía deben ser protegidas. En este caso, la pedagogía crítica debe rechazar la enseñanza subordinada a los dictados de la estandarización, la manía de medición y las pruebas de alto riesgo. Estos últimos son parte de una pedagogía de represión y conformidad y no tienen nada que ver con una educación para el empoderamiento. Un aspecto central del llamado a una pedagogía crítica y a la cultura formativa e institucional que lo hace posible es la necesidad de reconfigurar el gasto gubernamental y pedir menos gasto en muerte y guerra y más en financiamiento para la educación y los programas sociales que lo hacen posible. Una base para una sociedad democrática. Las escuelas son algo más que una utilidad medible, la lógica de la instrumentalidad, las pruebas abyectas y la capacitación para adormecer la mente. De hecho, como proyecto moral y político, la pedagogía es crucial para crear los agentes necesarios para vivir, gobernar y luchar por una democracia radical. Además, es importante reconocer cómo la educación y la pedagogía están conectadas e implicadas en la producción no solo de agentes específicos, una visión particular del presente y el futuro, sino también cómo el conocimiento, los valores y los deseos, y las relaciones sociales siempre están implicados en poder. El poder y la ideología impregnan todos los aspectos de la educación y se convierten en un recurso valioso cuando se involucran críticamente en torno a cuestiones que problematizan la relación entre autoridad y libertad, ética y conocimiento, lenguaje y experiencia, leyendo textos de manera diferente y explorando la dinámica del poder cultural.

La educación como proyecto democrático es utópica en su objetivo de expandir y profundizar las condiciones ideológicas y materiales que hacen posible una democracia. Los maestros deben poder trabajar juntos, colaborar, trabajar con la comunidad y participar en investigaciones que informen su enseñanza. En este caso, la pedagogía crítica rechaza la estructura atomizadora de la enseñanza que informa las nociones tradicionales y orientadas al mercado de la pedagogía. Además, la pedagogía crítica debe proporcionar a los estudiantes el conocimiento, los modos de alfabetización, las habilidades, la crítica, la responsabilidad social y el coraje cívico necesarios para que puedan participar ciudadanos críticos dispuestos a luchar por una sociedad sostenible y justa.

Estamos llamados a hablar por los débiles.

La pedagogía crítica es un antídoto crucial para el ataque neoliberal contra la educación pública, pero debe estar acompañada e informada por movimientos políticos y sociales radicales dispuestos a hacer que la reforma educativa sea central para el cambio democrático. La lucha por la educación pública está indisolublemente conectada a una lucha contra la pobreza, el racismo, la violencia, la guerra, los presupuestos de defensa hinchados, un estado de guerra permanente, asesinatos sancionados por el estado, tortura, desigualdad y una serie de otras injusticias que revelan una visión impactante de lo que Estados Unidos se ha convertido y por qué ya no puede reconocerse a sí mismo a través de las visiones morales y políticas y las promesas de una democracia sustantiva. Y esa lucha exige tanto un cambio de conciencia como la construcción de movimientos sociales que tengan una base amplia y alcance global.

La lucha por reclamar la educación pública como una esfera pública democrática necesita desafiar las pedagogías regresivas, las comunidades cerradas y las zonas de guerra culturales y políticas que ahora caracterizan a gran parte de la América contemporánea. Estos sitios de exclusión terminal exigen más que hacer visible e interrogar críticamente el espectáculo de crueldad y violencia utilizado para dinamizar los aparatos culturales decadente del capitalismo de casino. Exigen un encuentro con nuevas formas de pedagogía, modos de testimonio moral y acción colectiva, y exigen nuevos modos de responsabilidad social. Como Martin Luther King, Jr. insistió:

Estamos llamados a hablar por los débiles, por los que no tienen voz, por las víctimas de nuestra nación y por aquellos a quienes llama enemigos, ya que ningún documento de manos humanas puede hacer que estos humanos sean menos nuestros hermanos.  Martin Luther King, Jr., «Más allá Vietnam: un momento para romper el silencio. ”Centro de información. Discurso pronunciado el 4 de abril de 1967 en una reunión de clérigos y laicos preocupados en la Iglesia Riverside en la ciudad de Nueva York. http://www.informationclearinghouse.info/article2564.htm.

Podemos actualizar el discurso de King para abarcar a los débiles, sin voz y víctimas de nuestra nación que ahora están representados por los jóvenes de bajos ingresos y minorías pobres que habitan en las escuelas públicas y cada vez más en las cárceles. Estos son los jóvenes desechables de una América autoritaria; son el exceso que recuerda dolorosamente a la élite la necesidad de disposiciones sociales, la viabilidad del bien público y los principios de la vida económica que necesitan un replanteamiento sustancial.

Bajo el neoliberalismo, se ha vuelto más difícil responder a las demandas del contrato social, el bien público y el estado social, que han sido empujados a los márgenes de la sociedad, vistos como un obstáculo y una patología. Y, sin embargo, tal dificultad debe superarse en el impulso de reformar la educación pública. La lucha por la educación pública es la lucha más importante del siglo XXI porque es una de las pocas esferas públicas que quedan donde se pueden hacer preguntas, desarrollar pedagogías, construir modos de agencia y movilizar deseos, en los que se puedan desarrollar culturas formativas que nutran pensamiento crítico, disidencia, alfabetización cívica y movimientos sociales capaces de luchar contra esas fuerzas antidemocráticas que están marcando el comienzo de tiempos oscuros, salvajes y terribles.

Este artículo fue publicado originalmente en Truth Out, en www.truth-out.org.

Fuente e Imagen: https://www.culturematters.org.uk/index.php/culture/education/item/2492-we-are-called-to-speak-for-the-weak-a-critical-pedagogy-manifesto
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We Must Overcome Our Atomization to Beat Back Neoliberal Fascism

 

The recent impeachment hearings in the United States made clear that President Donald Trump abused his office and committed a crime against the Constitution. Not only did he attempt to pressure the Ukrainian government into investigating his presidential political rival Joe Biden and his son Hunter Biden in exchange for military aid, Trump also used the power of his administration to pressure loyal followers, such as Rudy Giuliani (his personal lawyer) to claim that Ukraine, not Russia, had intervened in the 2016 election – a position completely debunked by every US government intelligence agency.

In addition, Trump once again displayed his disregard for the law and the separation of powers by refusing to cooperate with the House impeachment inquiry, claiming that the evidence pointing to his use of power to secure political favors from the Ukrainian government was fake news and amounted to nothing more than a witch hunt. Moreover, he escalated his contempt for the proceedings by conducting a smear campaign against investigators leading the hearings by calling them “human scum.” And he threatened Marie L. Yovanovitch, the former ambassador to Ukraine, who criticized Trump’s policies with Ukraine, and derided media outlets that critically covered the event.

At the same time, Trump made clear his disdain for any viable notion of justice by pardoning three American servicemen accused of war crimes. There is more at stake here than simply a president’s abuse of office for political gain and his authoritarian embrace of unaccountable power and a shameful disregard for the law. Trump has launched a direct attack on the ideological, institutional and ethical foundations central to the functioning of a democracy.

Trump Playbook

Meanwhile, in Brazil, President Jair Bolsonaro has repeatedly attacked Indigenous groups working to protect the environment from illegal loggers and from lawbreaking networks that are driving the destruction of the Amazon. In doing so he has given a green light to groups that are illegally pillaging the rainforest and threatening to kill Indigenous people, small farmers, law enforcement agents and anyone else who tries to stop them. Exhibiting a Trump-like embrace of solipsism, the spectacle of distraction, and a penchant for political absurdity, Bolsonaro has falsely accused actor Leonardo DiCaprio “of bankrolling the deliberate incineration of the Amazon rainforest” and praised Augusto Pinochet’s military coup in Chile in 1973. Unsurprisingly, Bolsonaro has also expressed his support for Brazil’s 1964-1985 military dictatorship on a number of occasions. And when faced with opposition, he draws from the Trump playbook by producing scapegoats.

Resistance to the emboldened authoritarianism of Bolsonaro’s government is growing in Brazil, however, especially with the release from prison of former president Luiz Inácio Lula da Silva. Protests are occurring daily in the streets of Brazil, though not on the scale in which they are taking place in Colombia, Bolivia, Chile and Ecuador, and in spite of accelerating state repression. The massive protests that have occurred in Bolivia, Chile, Colombia and Ecuador have been met with violent police abuse and state repression.

These events may seem unrelated, but in fact they are part of intertwined trends that are transforming the political landscape across the globe. These movements of resistance represent a reaction to the multiple abuses produced by a mix of political authoritarianism and neoliberalism marked by cruel predatory policies, a disdain for human rights, and fascist claims to ultra-nationalism and social cleansing. In Chile, Bolivia, Colombia and other Latin American countries, people are organizing against a neoliberal system that denies meaningful health care, a decent pension system, quality education, public transportation, investment in public goods, and social mobility to the underclass of people deemed as disposable. In countries such as Hong Kong, the United States and Brazil, there are growing movements for democratic rights, solidarity and economic equality. In this instance, resistance movements share the struggle for combining struggles for economic equality, social justice and minority rights.

In other words, two distinct political tremors are shaking the world: the spread of resistance to rising neo-fascism (evident in places like Brazil and the United States) on the one hand, and a new surge in massive forms of collective resistance against neoliberalism (evident in places like Chile and Colombia) on the other.

These movements, which are engaging in massive forms of collective resistance, are aiming to destroy the structures and ideological plague of neoliberal global capitalism, with its relentless attacks on public goods, unions, social provisions and the ecosystem, as well as its relentless drive to privatize everything and turn all social relations into commercial transactions.

Taken together, these two movements are confronting the interrelated and mutually compatible demons of neoliberalism and fascist politics. Moreover, both movements are predicated on the need to engage the role of the symbolic as a political site where politics can be rethought and collective strategies can emerge.

Toward a Politics and Pedagogy of Everyday Life

Pedagogy as a politics of persuasion, identity formation and resistance offers up the opportunity for such movements to speak to a vision that addresses the core values of justice, equality and solidarity while taking on economic inequality, corporate power and racial injustice. Rather than talk in abstractions about freedom, equality and justice, it is crucial for radical political movements to frame their language in relation to the everyday experiences and problems that people face. For instance, it is important for radical social movements to fashion a language that resonates politically and emotionally with peoples’ needs, values and everyday social relations while embracing the core values of equality, freedom, solidarity and justice. Leah Hunt-Hendrix points to the importance of addressing such core values in the US. She writes:

“Millions of Americans – whether they’re people of color, white, immigrants; whether they live in cities, suburbs, small towns or the country; whether they’re Republicans, Democrats, independents, voters or non-voters – living in poverty or struggling to make it from paycheck to paycheck. Millions are unemployed or underemployed, choosing between health care, heat or housing. Many more feel like they’re slipping behind and lack the economic security they once had.”

At the same time, movements in Chile, Colombia and Ecuador are mobilizing against the twin evils of neoliberalism and fascism, and are demonstrating the need to address the cultural forces shaping society. Such forces are viewed as constitutive of the very nature of politics and modes of agency that both repress progressive alternatives and make them possible. Such movements are not only addressing the educative nature of neoliberal politics, but creating the theoretical and pedagogical groundwork for giving people the tools for understanding how everyday troubles connect to wider structures of domination. This pedagogy of resistance is critical of the attack on notions of the democratic imagination, redemptive notions of the social, and the institutions and formative cultures that make such communities, public goods and modes of solidarity possible. A radical pedagogy in this instance functions to break through the fog of manufactured ignorance in order to reveal the workings and effects of oppressive and unequal relations of power. Pedagogy as a tool of resistance opens up a space of translation, critique and resistance.

Atomization Makes Us Vulnerable to Oppressive Regimes

One reason the movements in Chile, Colombia and Ecuador have gained momentum is through their successful resistance to the atomization that isolates individuals and encourages a sense of powerlessness by claiming the existing order cannot be changed. They have at times succeeded in countering this atomization by refusing what Robert Jay Lifton in a different context calls a “malignant normality.” That is, the imposition of “destructive versions of reality” and the insistence “that they are the routine and the norm.”

This is particularly crucial because atomization is one of the conditions that make oppressive regimes possible. In order to dismantle these regimes, we must also find a way to break out of the patterns of atomization that enable them.

Leo Lowenthal writing in Commentary in January 1, 1946, writes about the atomization of human beings under a state of fear that approximates a kind of updated fascist terror, one that echoes strongly with the present historical era. Hannah Arendt went further and argued that, “What prepares men for totalitarian domination in the non-totalitarian world is the fact that loneliness, once a borderline experience usually suffered in certain marginal social conditions like old age, has become an everyday experience of the ever growing masses of our century.” She elaborates her view of loneliness as the precondition for fascist terror when she writes:

“Loneliness, the common ground for terror, the essence of totalitarian government, and for ideology or logicality, the preparation of its executioners and victims, is closely connected with uprootedness and superfluousness which have been the curse of modern masses since the beginning of the industrial revolution and have become acute with the rise of imperialism at the end of the last century and the break-down of political institutions and social traditions in our own time. To be uprooted means to have no place in the world, recognized and guaranteed by others; to be superfluous means not to belong to the world at all.”

What both understand, writing in the aftermath of the ravaging destruction produced by fascism and World War II, is that democracy cannot exist without the educational, political and formative cultures and institutions that make it possible. Moreover, atomized, rootless and uninformed individuals are not only prone to the forces of depoliticization, but also to the false swindle and spirit of populist demagogues, and the discourses of hate and the demonization of others.

We live in an age of death-dealing loneliness, isolation and militarized atomization. If you believe the popular press, loneliness is reaching epidemic proportions in advanced industrial societies. The usual suspect is the Internet, which isolates people in the warm glow of the computer screen while reinforcing their own isolation and sense of loneliness. The notion of friends and likes become disembodied categories in which human beings disappear into the black hole of abstractions and empty signifiers.

Many blame the internet for this development, but the rootlessness and loneliness on display in many internet-facilitated interactions actually predate the internet. In neoliberal societies, even before the invention of the internet, dependence, compassion, mutuality, care for the other and sociality were already undermined by a market-driven ethic in which self-interest becomes the organizing principle of one’s life, and a survival-of-the-fittest mode of competition breeds a culture that promotes an indifference to the plight of others, a disdain for the less fortunate, and a widespread culture of cruelty aimed at those considered poor, “disposable” and excess.

Isolated individuals do not make up a healthy democratic society. A more theoretical language produced by Marx talked about alienation as a separation from the fruits of one’s labour, and while that is certainly more true than ever, the separation and isolation now is more extensive and governs the entirety of social life in a consumer-based society run by the demands of commerce and the financialization of everything. Isolation, privatization and the cold logic of instrumental rationality have created a new kind of social formation and social order in which it becomes difficult to form communal bonds, deep connections, a sense of intimacy and long-term commitments.

Neoliberalism has created a society where pain and suffering are viewed as entertainment, warfare a permanent state of existence and militarism as the most powerful force shaping masculinity. Politics has taken an exit from ethics, and thus the issue of social costs is divorced from any form of intervention in the world. This is the ideological metrics of political zombies and the currency of neoliberal fascism. The key word here is atomization, and it is a curse imposed by both neoliberal and authoritarian societies while also posing a dire threat to any viable form of democracy.

Toward a Politics of Investment

As we are witnessing in Chile, Ecuador, Hong Kong and Brazil, the heart of any type of politics wishing to challenge this flight into authoritarianism is not merely the recognition of economic structures of domination, but something more profound – which points to the construction of particular identities, values, social relations, or more broadly, agency itself. Central to such a recognition is the fact that politics cannot exist without people investing something of themselves in the discourses, images and representations that come at them daily.

Rather than suffering alone, lured into the frenzy of hateful emotion, individuals need to be able to identify – see themselves and their daily lives– within progressive critiques of existing forms of domination and how they might address such issues not individually, but collectively. This is a particularly difficult challenge today because the scourge of atomization is reinforced daily not only by a coordinated neoliberal assault against any viable notion of the social, but also by an authoritarian and finance-based culture that couples a rigid notion of privatization with a flight from any sense of social and moral responsibility. Moreover, under the dynamics of a fascist political machine, power is concentrated in the hands of a small financial elite that promote divisiveness and hatred through appeals to white nationalism, a deep contempt for liberalism, a propensity for violence and a suppression of dissent.

The atomization of individuals in fascist and neoliberal societies finds its counterpart in the often fatal political fragmentation that is often seen on the left with its proliferation of different groups articulating and addressing often single-issue forms of oppression, whether they are rooted in some version of identity politics or specific instances of domination such as issues associated with climate change. This is not to suggest such struggles are not important politically. On the contrary, what is crucial and equally important is the strategic imperative to unite them around a politics of solidarity that can get them to work together through narratives that, as Nancy Fraser and Houssam Hamade argue, unite struggles for emancipation and social equality.

Feminist scholar Zillah Eisenstein captures insightfully and with great lyrical power the necessity for coalition building as part of a politics of solidarity. She writes:

“Coalitions are part of building solidarity with and between the differences. They are demanded by the complexity of our presences. We must move with and beyond the categories that push us apart like center and margin; we must move beyond binaries that separate and divide, and instead find a way toward connectedness that denies unity, or oneness, and instead images solidarity and its tensions. This is a moment for cross-movement and intersecting actions that will create new alliances that we might not know or imagine yet. This means supporting autonomous actions that become cross movement through the intersections that exist within each.”

A politics of solidarity could incorporate calls for health care, higher wages, decent pensions, access to quality education, a clean environment, and social goods that improve the dignity and quality of life for everyone. What is needed in this case is a politics that awakens new modes of identification, desire and self-reflection. Stuart Hall was right when he argued in the journal Cultural Studies that, “There’s no politics without identification. People have to invest something of themselves, something that they recognize is of them or speaks to their condition, and without that moment of recognition… Politics also has a drift, so politics will go on, but you won’t have a political movement without that moment of identification.”

The cultural apparatuses controlled by the 1 percent are the most powerful educational forces in many authoritarian societies, and they have been transformed into disimagination machines – apparatuses of misrecognition, ignorance and cruelty. Collective agency is now atomized, devoid of any viable embrace of the social. Too many people on the left and progressives have defaulted on this enormous responsibility for recognizing the educative nature for politics and for challenging this form of domination, working to change consciousness, and make education central to politics itself. Democracies are only as strong as the people who inhabit society. Put differently, the relationship between culture and politics becomes clear in the understanding that democracy’s survival depends on a set of habits, dispositions and sensibilities of a formative culture that sustains them.

Authoritarians Use Miseducation to Maintain Power

Trump plays to and manipulates the media because he understands how politics and theater merge in an environment in which the spectacle becomes the only politics left. He does not want to change consciousness, but to freeze it within a flood of shocks, sensations and simplisms that demand no thinking while erasing memory, thoughtfulness and critical dialogue.

For authoritarians like Trump and Bolsonaro, miseducation is the key to maintaining power. In addition, they use the media, schools and other cultural institutions to kill the social imagination, collapse the distinction between the truth and falsehoods, and abolish the line between civic literacy and lies. Education in the broadest sense has become a powerful weapon not merely of propaganda, but a tool of power in the shaping of desires, identities and one’s view of the future. The central political issue here is not about the emergence of an existing reign of civic illiteracy, but about the crisis of agency, the forces that produce it, and the failure of progressives and the left to take such a crisis seriously by working hard to address the symbolic and pedagogical dimensions of struggle – all of which is necessary in order to get people to be able to translate private troubles into wider social issues. The latter may be the biggest political and educational challenge facing those who believe that the current political challenge is not between simply Trump and progressives who rail against the financial elite and big corporations, but over those who believe in democracy and those who do not.

The threat to the planet and humankind is so urgent that there is no space in between from which to refuse to challenge these predatory political movements. The machinery of social and political death unleashed by the avatars of greed, disposability and exploitation parades its horrors like a badge of honor, all the while escaping into the global networks of finance and social irresponsibility, while preaching a feral nativism and developing a politics of entrenched walls and borders. Against these new political formations – as is evident in resistance movements in Puerto Rico, Ecuador, IraqLebanon and Hong Kong – movements for resistance have developed that are global, mobilized by millions, and call not to win justice through often rigged and corrupt elections, but to shut down the militarized institutions, cultures and ideologies of racism, exploitation and death through direct action. When thousands take to the streets, the punishing state loses the only weapon it has left: sheer repression. If these authoritarian states imprisoned and killed millions, such actions would attract even more resistance. Susan Buck-Morss, the author of Revolution Today, is right in writing:

“In order to challenge the illegality of law itself, the force that is needed has nothing to do with firearms. It is the overwhelming, globally democratic force of numbers across every line of difference. The way to prevent an ‘end to democracy’ is to make democracy the means.”

Any viable strategy for change needs a politics that informs the masses and immobilizes the ruling elite. Also needed is a politics that shuts down the flow of capital, the production of misery and the institutions that make it possible.

This suggests a politics that must unite workers, educators and others across the boundaries of race, class and a range of other oppositional movements. The biggest challenge to create such a unified movement speaks not only to a crisis of politics, but agency itself. Such a politics is only possible if it is accompanied by rigorous forms of self-reflection and self-determination as well as a rejection (as Theodor Adorno once put it) of the educational ideal of hardness and toxic masculinity that informs and shapes current right-wing populist movements. Paul Valery’s insistence that “inhumanity has a great future” can only survive if people accept the alleged universal presupposition that power is only about domination and that nothing can change.

As Byung-Chul Han argues in What is Power?, power exceeds the domination of the will, and its affirmation and use are never far from both a critique of oppressive power relations and a full-fledged resistance to them. Rather than only acting so as to repress freedom, power also constitutes itself through the production of freedom. If there is to be a successful challenge to the rise of neoliberal fascism across the globe, the root causes of the current political and economic threats to humankind must be uncovered by recognizing the “societal play of forces that operate beneath the surface of political forms.” In part, this means being historically aware of what forces are at work in a number of countries that signal the rise of new forms of authoritarianism and modes of fascist politics. While no historical moment provides the perfect mirror to the current crisis, our current situation offers up warnings about how the horrors of the past can crystallize into new forms.

Without Hope, There Is No Possibility For Resistance

Central to such a task is recognizing that the globe faces a crisis not only of politics, but also of memory, history, agency and hope. Without hope, there is no possibility for resistance, dissent and struggle. Agency is the condition of struggle, and hope is the condition of agency. Hope expands the space of the possible and becomes a way of recognizing and naming the incomplete nature of the present. It is worth noting that the US is suffering from a crisis of agency brought on in part by a crisis of civic literacy, education and the heavy hand of relegating millions to an ethic of sheer survival. As civic institutions collapse under the ideological and economic weight of global neoliberalism, a unique blend of fascist politics – with its hyper nationalism, call for racial purity, religious extremism and market fundamentalism – operates in what appears to be an ideological ecosystem of ignorance, power and alleged common sense, not to mention the allure of hatred, bigotry and racism.

One consequence is that the inability to relate to and identify with the suffering of others has reached crisis proportions in the current historical moment. This is a politics that celebrates brutality, aggression and sadism, and can be seen in the exercise of state terrorism in Brazil against ecological activists trying to save the Amazon rainforest, and in the United States in the separation and incarceration of undocumented immigrants and their children. In this plague of human cruelty and misery, what must be addressed is an understanding of the forces at work in the updated fusion of fascism and neoliberalism that now dominates a number of countries. At the very least, this is a politics in which political zombies masquerade as patriots, all the while promoting forms of racial and economic fundamentalism and social cleansing.

In the current historical moment, fascism in its neoliberal forms has moved to the center of power in a number of countries, such as Brazil and the United States, and it represents a unique political formation that is haunting the globe. If it is to be challenged, we must rethink how dominant politics resonates with the simplified discourses of populism and easily accommodates the call for strongmen to take over the reins of governance. To do so we must critically analyze the educational conditions that allow individuals to surrender their sense of agency, modes of identification and dreams to the ideological and political forces of neoliberal fascism.

At the heart of this issue is the question of how education can enable forms of self-formation that enable people to resist fascist and neoliberal mentalities, which are inevitably present within cacophonous democratic political modes of governance. To resist these mentalities, we must expose the ideological and economic workings of power and collectively embrace the need to engage in direct action in order to shut down the machineries of death. People in Chile, Puerto Rico, Hong Kong, Ecuador, and Iraq, among other countries, are rising up against the corruption and brutal austerity measures produced by neoliberalism and in doing so they are producing a fierce critique of capitalism and constructing a new understanding of politics and mass resistance. These protests are occurring at a crucial time when the forces of militarism, state violence and disposability are on the march. Under such circumstance, it is crucial to remember – as Marx once stated – that history is open and is made by human beings. It is in precisely that warning and hope that democracy will either perish or thrive. •

This article first published on the TruthDig.com website.

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Terrorismo pedagógico y esperanza en tiempos de políticas fascistas

Por: Henry Giroux

Pedagogo, docente y autor de libros fundamentales, Giroux ha perseguido a lo largo de su vida el desarrollo de una teoría crítica de la educación, enfatizando la intersección crucial entre el papel de la educación con la cultura y la vida pública. Aquí lo hace desde una perspectiva estadounidense, aplicable en gran medida al modelo educativo occidental.

Los tiempos oscuros que acechan nuestra era están representados por bárbaros que hacen resonar políticas de un pasado fascista y han llegado al gobierno en EEUU, Hungría, Turquía, Polonia, Brasil. Filipinas y en otras partes. Los diseñadores de un nuevo tipo de fascismo dominan cada vez más formaciones políticas importantes y otras instituciones dirigentes, políticas y económicas, en todo el mundo. El aterrador reino de miseria, violencia y desechabilidad está legitimado, en parte, merced al control de un número diverso de sistemas culturales que producen una maquinaria enorme de consentimiento fabricado. Esta formación educativa reaccionaria incluye los medios de comunicación convencionales, las plataformas digitales, internet y la cultura impresa; todos ellos participan en un espectáculo en desarrollo de violencia, en el embellecimiento de la política, el predominio de la opinión sobre los hechos y la adopción de una cultura de la ignorancia.

Las instituciones democráticas tales como los medios de comunicación independientes, las escuelas, el sistema legal, ciertas instituciones financieras y la educación superior se encuentran bajo asedio en todo el mundo. Algunos de los últimos ejemplos pueden verse en EEUU con el resurgir de grupos de vigilancia y milicias de derechas en la frontera sur, y la introducción de prácticas educativas en los colegios basadas en tecnologías generadoras de currículos que convierten a los chicos en zombis, según afirman sus propios padres. El continuo ataque de Trump a la educación superior ofrece otro ejemplo significativo: El presupuesto para 2020 supondrá la sorprendente reducción de 7,1 billones de dólares en el departamento de educación como parte de una política para desmantelar el propio departamento.

Al mismo tiempo, la promesa de democracia se va alejando a medida que los fascistas actuales trabajan en subvertir el lenguaje, los valores, el coraje y la conciencia crítica. La educación se está convirtiendo cada vez más en una herramienta de dominación, a medida que los emprendedores del odio implementan sistemas pedagógicos de derechas para atacar a los trabajadores, a los jóvenes negros, a los refugiados, a los inmigrantes y a quienes ellos consideran desechables. En estos momentos en que el viejo orden social está desmoronándose y un nuevo orden lucha por definirse, emerge un tiempo de confusión, peligro y días de gran inquietud. Nos encontramos de nuevo en un momento histórico en el que las estructuras de liberación y las del autoritarismo compiten por el futuro.

Hemos llegado a un tiempo en el que ambos mundos se enfrentan, y la historia del presente ha llegado a un punto en que se debate, a un punto en que “las posibilidades se realizan o se rechazan pero nunca desaparecen por completo.” Dos mundos han entrado en colisión. En primer lugar, como han observado ciertos especialistas, existe el mundo duro y desmoronado de la globalización neoliberal y sus pasiones agitadoras, capaces de alimentar distintos flecos del fascismo en el mundo, incluyendo los EEUU. El poder está actualmente enamorado de los beneficios crecientes y del capital y cada vez es más adicto a las políticas del nacionalismo blanco y la limpieza racial. En segundo lugar, existe un mundo de contra-movimientos, especialmente en auge entre la gente joven, en busca de una nueva política que permita repensar, reivindicar e inventar una nueva comprensión del socialismo democrático, no contaminado por el capitalismo.

Es difícil imaginar un momento más urgente para hacer de la educación un tema central de la política. Si vamos a desarrollar unas políticas capaces de despertar nuestras sensibilidades críticas, imaginativas e históricas, es crucial que los educadores y otros desarrollen un lenguaje de crítica y de posibilidades futuras. Este lenguaje es necesario para permitir las condiciones que forjen una resistencia internacional colectiva entre los educadores, jóvenes, artistas y otros trabajadores culturales en defensa del bien público. Tal movimiento es importante para combatir y superar las pesadillas fascistas tiránicas que han descendido en EEUU, Brasil y en un número de países europeos invadidos por el auge de partidos neonazis. En una época de aislamiento social, exceso de información, de cultura de lo inmediato, de exceso de consumo y de violencia desmesurada, es de crucial importancia tomarse en serio la noción de que una democracia no puede existir ni ser defendida sin que haya ciudadanos informados y comprometidos críticamente.

La lección pedagógica es que el fascismo comienza con palabras llenas de odio, la demonización de otros considerados desechables, y continúa con el ataque a las ideas, la quema de libros, la desaparición de intelectuales, el surgimiento de un estado carcelario y los horrores de prisiones y campos de detención. Como forma de cultura política, la pedagogía crítica proporciona la promesa de un espacio protegido donde pensar a contracorriente de la opinión recibida. Este es un espacio para preguntas y desafíos, para imaginar el mundo desde distintos puntos de vista y perspectivas, para reflexionar sobre nosotros mismos en relación con los demás, y haciendo esto comprender lo que significa «asumir un sentido de responsabilidad política y social». 5

La educación, tanto en su forma simbólica como institucional, tiene un papel esencial que jugar en la lucha contra el resurgir de las culturas fascistas, las narraciones históricas míticas y las ideologías emergentes de supremacía y nacionalismos blancos. Más aún, en un momento en que los fascistas están diseminando por todo el mundo imágenes del pasado tóxicas, racistas y ultranacionalistas, es primordial reivindicar la pedagogía crítica como forma de conciencia histórica y de testigo moral. Esto es especialmente cierto en un momento en que la amnesia social e histórica se ha convertido en un pasatiempo nacional, particularmente en los EEUU, solo igualado por la masculinización de la esfera pública y la normalización creciente de políticas fascistas que prosperan en la ignorancia, el miedo, el odio, la limpieza social, la eliminación de la disconformidad y la supremacía blanca. La educación como forma de trabajo cultural va más allá de las lecciones de la escuela y de su influencia pedagógica; si bien a menudo parece imperceptible, es crucial para desafiar y resistir el auge de formaciones pedagógicas fascistas y la rehabilitación de sus principios e ideas. 6

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En los últimos 20 años las políticas culturales se han vuelto tóxicas a medida que las élites dominantes se hacían con el control de los sistemas culturales, convirtiéndolos en máquinas pedagógicas destinadas a servir a las fuerzas de la tranquilización ética a través de la producción y legalización de interminables imágenes degradantes y humillantes de pobres, inmigrantes, musulmanes y otros considerados exceso, de vidas perdidas, condenadas a la exclusión terminal. La máquina del sueño capitalista ha regresado con enormes beneficios para los superricos, los gestores de inversión y los actores principales de las industrias financieras. En estos nuevos paisajes de riqueza, fraude y atomización social, un capitalismo fanático y brutal promueve la ética de que el ganador se lo lleva todo, una cultura de crueldad y nacionalismo blanco, socavando agresivamente el estado de bienestar, al tiempo que empuja a millones de seres a la penuria y la desgracia. Las geografías de la decadencia política y moral se han convertido en el patrón de los mundos soñados del consumo, la privatización, la vigilancia y la desregularización. En este panorama cada vez más fascista, las esferas públicas se ven reemplazadas por zonas de abandono social, y prosperan las energías de los muertos vivientes y los avatares de la crueldad y la miseria.

El escritor Pankaj Mishra tiene razón al sostener que el neoliberalismo ha creado una sociedad en la que la compasión se ve con desdén, y la empatía se ha convertido en sinónimo de patología en una sociedad dirigida por el mercado. Escribe:

La confusión de nuestra época proviene de cómo la compasión, como fundamento esencial de la vida cívica, fue desapareciendo de nuestra vida pública, siendo sustituida invisiblemente por una presumida racionalidad de auto interés individual, mecanismos mercantiles e instituciones democráticas. Puede que resulte duro recordar esto hoy entre las continuas explosiones de rabia y venganza en la vida pública, pero la imaginación compasiva fue indispensable en los movimientos políticos que emergieron en el siglo XIX para abordar el sufrimiento de las masas, causado por cambios radicales económicos y sociales. A medida que las experiencias de distanciamiento y explotación se intensificaron, una variedad de socialistas, demócratas y reformadores apoyó el compañerismo y la solidaridad, incitando el desprecio de, entre otros, Friedrich Nietzsche, que sostenía que la demanda de justicia social ocultaba la envidia y resentimiento de los débiles contra una aristocracia naturalmente superior. Nuestras sociedades profundamente desiguales y amargamente polarizadas, sin embargo, han validado completamente el miedo de Rousseau de que la gente, dividida por disparidades extremas, dejara de sentir compasión hacia el otro… Un resultado de popularizar esta ética supervivencialista desoladora es que “la mayoría de la gente, a medida que crece”, escribieron el psicoanalista Adam Phillips y la historiadora Barbara Taylor en Sobre la bondad, “creen en secreto que la bondad es una virtud de los perdedores”. 7

La educación en las últimas tres décadas ha reducido rápidamente su capacidad para educar a los jóvenes, y a otros, como agentes comprometidos social y críticamente. Bajo los regímenes neoliberales que coquetean con la supremacía blanca, los apóstoles del autoritarismo han considerado que las posibilidades utópicas anteriormente asociadas a la educación pública son demasiado peligrosas como para no ser controladas. Cada vez son más las escuelas públicas que –pudiendo tener un potencial para promover la igualdad social y sostener la democracia– están cayendo bajo las fuerzas tóxicas de la privatización y los currículos estandarizados mecánicos, al tiempo que los profesores están sujetos a condiciones laborales intolerables. La educación superior actual imita una cultura de negocio dirigida por un ejército de burócratas, borrachos de valores mercantiles, que parecen los grandes sacerdotes de una racionalidad instrumental insensible. Las grandes visiones de la democracia están ausentes en todos los niveles educativos. La lucha, no obstante, está lejos de acabar. La buena noticia es que hay una ola creciente de huelgas de profesores, funcionarios y trabajadores tanto en EEUU como en el resto del mundo, que están resistiendo frente a la maquinaria cruel de explotación, racismo, austeridad y cultura del desecho desatada por el neoliberalismo en los últimos cuarenta años.

El pensamiento crítico y la imaginación de un mundo mejor suponen una amenaza directa a la racionalidad neoliberal, en la que el futuro siempre debe replicar el presente en un círculo interminable en el que el capital y las identidades que legitima se fusionan, en lo que podría llamarse una zona muerta de la imaginación y las pedagogías de la represión. El impulso distópico prospera produciendo un sinnúmero de formas de desigualdad y violencia –abarcando lo simbólico y lo estructural– como parte de un intento más amplio de definir la educación en términos puramente instrumentales, privatizados e intelectuales. Lo que está claro es que los modos neoliberales de la educación intentan moldear a los estudiantes en los mantras del propio interés, conducidos por el mercado, la competición feroz, el individualismo sin control y la ética del consumismo. Ahora se dice a los jóvenes que inviertan en sus carreras profesionales, preparen sus currículos y consigan éxito a cualquier coste. Es precisamente esta sustitución de la esperanza educada por un proyecto neoliberal distópico agresivo y sus políticas culturales, lo que ahora caracteriza el asalto actual a la educación superior y pública en varias partes del globo. Bajo el liberalismo, el mantra de la privatización, la desregularización y la destrucción del bien público, se ve igualado por la fusión tóxica de desigualdad, codicia y obsesión por el beneficio.

Es crucial que los educadores recuerden que el lenguaje no es simplemente un instrumento de miedo, violencia e intimidación, sino también un vehículo para la crítica, el coraje civil, la resistencia y la acción comprometida e informada. Vivimos en un momento en que el lenguaje de la democracia ha sido saqueado, privándole de sus promesas y esperanzas. Para derrotar al fascismo, es necesario hacer de la educación un principio organizador de política y, en parte, esto puede realizarse por medio de un lenguaje que exponga y desarme las falsedades, los sistemas de opresión y las relaciones corruptas del poder, al tiempo que deja claro que una alternativa futura es posible. Hannah Arendt tenía razón al afirmar que el lenguaje es crucial al resaltar los frecuentemente “elementos cristalizados” ocultos que hacen posible el fascismo. El lenguaje puede ser una herramienta potente en la búsqueda de la verdad y en la condena de la falsedad y las injusticias. Además, es por medio del lenguaje que la historia del fascismo puede recordarse y las lecciones de las condiciones que crearon la plaga del genocidio, pueden aportar el reconocimiento de que el fascismo no reside exclusivamente en el pasado, y que sus rastros están siempre latentes, incluso en las democracias más fuertes. Paul Gilroy sostiene, correctamente, que es crucial en el momento histórico actual re-enfrentarse al fascismo, con el fin de devolverlo a su lugar anterior a la hora de afrontar los tiempos oscuros que amenazan con empujar a las democracias de todo el mundo hacia gobiernos que imitan las políticas fascistas del pasado.

Abordo el concepto de fascismo con temor, y no solo porque relaciona tantos fenómenos locales e históricos diferentes; el fascismo ha sido envuelto por la manera en que ha funcionado como un término de abuso general, y corrompido por la forma en que se ha usado para expresar un sentido de maldad que es frustradamente abstracto, pero que permanece rehén de la fascinación contemporánea por la obscenidad, el crimen, la agresión y el horror. Reformular la idea de fascismo genérico es, espero, trabajar hacia la salvación del término de su trivialización y su restauración en el lugar apropiado en discusiones de los límites políticos y morales de lo que es aceptable… Creo que perseguir una definición genérica de fascismo no es sólo posible y deseable sino imperativo… Es esencial, a medida que la memoria viva del período fascista se apaga, ser capaz de identificar estos nuevos grupos y su influencia en las vidas volátiles de las políticas postindustriales. Simplemente mantener una discusión sobre el fascismo como un proyecto heurístico en curso tiene un valor adicional en un escenario de posguerra fría, del cual el oeste ha desaparecido y donde una Europa renacida debe afrontar su pasado.

 

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La percepción de Gilroy proporciona una razón más para que los educadores hagan lo político más pedagógico y lo pedagógico más político; esto último es crucial para percibir que la pedagogía siempre es una lucha sobre las actuaciones, las identidades, el deseo y los valores, al tiempo que se reconoce el papel crucial que juega al abordar temas sociales importantes, y defender la educación superior y pública como esferas democráticas sociales. Hacer lo político pedagógico, en este caso, sugiere producir modos de conocimiento y prácticas sociales que no solo afirman el trabajo cultural de oposición y las prácticas pedagógicas, sino que además ofrecen oportunidades para movilizar instancias de ira colectiva, sumadas a la acción directa de las masas contra un capitalismo de casino despiadado y la irrupción de políticas fascistas. Tal movilización debe oponerse a las injusticias materiales deslumbrantes y a la creencia cínica creciente de que democracia y capitalismo son sinónimos. En última instancia, la pedagogía crítica propone que la educación es una forma de intervención política en el mundo y que es capaz de crear las posibilidades para la transformación social e individual.

Hoy en día la ignorancia gobierna América. No se trata de la ignorancia simple y de la forma inocente que proviene de la ausencia de conocimiento, sino de la ignorancia maligna forjada en la arrogancia de rehusar a pensar en serio sobre un tema, de comprometer el lenguaje en la búsqueda de la justicia. Como es bien conocido, la ignorancia del presidente Trump se muestra diariamente. Aparte de ser un mentiroso recurrente, su ignorancia sirve como una herramienta del poder para prevenir que este tenga que rendir cuentas. Además, también funciona como forma de reescribir la relación entre las demandas de los ciudadanos críticos y las demandas de la responsabilidad cívica y social. Bajo tales circunstancias, pensar se convierte en peligroso y se produce un desagrado sistemático hacia cualquier vestigio de verdad. Sin embargo, aquí hay algo más en riesgo que la producción de una forma de ignorancia tóxica y el estrechamiento de los horizontes políticos. De lo que estamos siendo testigos es del cierre de lo político, a lo que hay que sumar expresiones explícitas de crueldad e «impiedad sancionadas ampliamente». 10 Además, las mismas condiciones que permiten a la gente tomar decisiones informadas están bajo asedio, al tiempo que las escuelas no reciben financiación, los medios de comunicación se vuelven más corporativos, los periodistas opositores son asesinados y la televisión se convierte en el modelo de entretenimiento de las masas. Bajo tales circunstancias, hay un gran escalada contra el pensamiento razonado, la empatía, la resistencia colectiva y la imaginación compasiva. En algunos aspectos, la dictadura de la ignorancia recuerda lo que el escritor John Berger llama «ethicidio»: y Joshua Sperling define como «lo desafilado de los sentidos; el vaciado de la lengua; el borrado de la conexión con el pasado, los muertos, lugares, la tierra, el suelo; posiblemente también el borrado incluso de ciertas emociones, ya sea pena, compasión, consuelo, luto o esperanza». 11

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Dada la crisis actual de la política, los educadores de la memoria, la historia, y la participación, necesitan un nuevo lenguaje pedagógico y político para afrontar los contextos y temas cambiantes, enfrentándose a un mundo en el que el capital recurre a la convergencia sin precedentes de recursos financieros, culturales, políticos, económicos, científicos, militares y tecnológicos para ejercer su poder, y las distintas formas de control directo e indirecto que emplea. Si los educadores y otros van a oponerse a la habilidad creciente del capitalismo global que separa la esfera tradicional de la política, del actual alcance transnacional de poder, entonces, es crucial desarrollar estrategias educativas que rechacen un colapso de la distinción entre las libertades de mercado y las libertades civiles, entre una economía de mercado y una sociedad de mercado, entre capitalismo y democracia. La resistencia no empieza reformando el capitalismo, sino aboliéndolo. El movimiento del capitalismo neoliberal hacia el fascismo recuerda el dictado de Max Horkheimer de 1939: «Quien no esté preparado para hablar del capitalismo, debería callar sobre el fascismo». 12

Tras décadas de pesadilla neoliberal tanto en EEUU como más allá, las pasiones movilizadoras del fascismo se han desencadenado como nunca se había visto desde 1930. La élite dirigente y los gestores del capitalismo extremo han utilizado las crisis de injusticia económica e inmigración y sus “acuerdos manifiestamente brutales y abusivos” para sembrar divisiones y resucitar el discurso de la limpieza racial y la supremacía blanca. 13 Al hacer esto, están accediendo al sufrimiento colectivo creciente y la ansiedad de millones con el fin de redirigir su ira y desesperación a través de una cultura del miedo y un discurso de deshumanización; también han convertido las ideas críticas en cenizas al diseminar una mezcla tóxica de categorías raciales, ignorancia y el espíritu militarizado del nacionalismo blanco.

Hoy el neoliberalismo y el fascismo se unen y avanzan en un proyecto cómodo y mutuamente compatible, y un movimiento que conecta los valores explotadores y las crueles políticas de austeridad de capitalismo de casino 14 con los ideales fascistas. Estos ideales incluyen: la veneración de la guerra; el anti-intelectualismo; la deshumanización; la celebración populista del ultranacionalismo y la pureza racial 15 ; la supresión de la libertad de disentir; la cultura de las mentiras, la política de jerarquía; el dominio de la emoción sobre la razón; la conversión del lenguaje en un arma; el discurso de la decadencia y la violencia de estado en diversas formas. El fascismo nunca quedó completamente enterrado en el pasado, y las condiciones que propiciaron sus argumentos centrales están con nosotros de nuevo, dando lugar a un período de barbarie moderna que parece estar llegando hasta extremos homicidas, especialmente en los EEUU. 16

Ahora, la profunda gramática de la violencia da forma a todos los aspectos de la producción cultural y llega a ser visceral en su generación actual de terrorismo doméstico, matanzas de masas, encarcelación masiva de gente de color, y guerra sobre los inmigrantes indocumentados. No solo se ha convertido en más gratuita, arbitraria y en algunos casos trivializada, mediante la monotonía de la repetición, sino que también sirve como la doctrina oficial de la administración Trump, al dar forma a sus políticas domésticas y de seguridad. La violencia de Trump ha llegado a ser promiscua en su alcance y bravucona en su asentimiento a los grupos de extrema derecha. La mezcla de nacionalismo blanco y la expansión de políticas que benefician a los ricos, a las grandes corporaciones y a la élite financiera están cada vez más legitimadas y normalizadas en nuevas formas de pedagogía pública que equivalen a la legitimación de lo que he llamado fascismo neoliberal. 17

Bajo tales circunstancias, la pedagogía crítica se convierte en una práctica moral y política, en la lucha por resucitar la alfabetización cívica, la cultura cívica y la noción de una ciudadanía compartida. La política pierde sus posibilidades de emancipar si no puede proporcionar las condiciones educativas que permitan a los estudiantes y otros poder pensar a contracorriente y verse a sí mismos como ciudadanos comprometidos, críticos e informados. No existe una política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiando el sentido común y creando modos de análisis en los que la gente descubra un momento de reconocimiento que permita repensar las condiciones que moldean sus vidas.

Como tema de responsabilidad política y social, los educadores deberían hacer más, aparte de crear las condiciones para el pensamiento crítico y alimentar un sentido de esperanza entre sus alumnos. También necesitan asumir responsablemente el papel de educadores civiles dentro de contextos sociales más amplios y desear compartir sus ideas con otros educadores y un público más amplio, haciendo uso tanto de las nuevas tecnologías de comunicación como de los modos tradicionales de comunicar. Comunicar a una variedad amplia de audiencias públicas implica usar oportunidades de escribir, mantener charlas públicas, entrevistas en la radio, internet, revistas alternativas y enseñar a adultos y jóvenes en escuelas alternativas, por nombrar unas pocas. Al sacar ventaja de su papel de intelectuales públicos, los educadores pueden abordar el desafío de combinar estudios y compromiso mediante el uso de un vocabulario que no sea ni aburrido ni obtuso, al tiempo que buscan dirigirse a una audiencia mayor. Más importante aún, al tiempo que los profesores afirman la importancia de su papel y del papel de la educación en democracia, ellos pueden forjar nuevas alianzas y conexiones para desarrollar movimientos sociales que incluyan y vayan más allá del trabajo con los sindicatos y las formaciones políticas tradicionales.

La educación representa un elemento crucial de poder en el mundo moderno. Si los profesores están verdaderamente preocupados por salvaguardar la educación, tendrán que tomar en serio cómo funciona la pedagogía a nivel local y global. La pedagogía crítica tiene un importante papel que jugar en tratar de comprender y desafiar como el poder, el conocimiento y los valores se implementan, afirman y resisten dentro y fuera de los discursos tradicionales y las esferas culturales. En un contexto local, la pedagogía crítica puede llegar a ser una herramienta teórica importante para comprender las condiciones institucionales que ponen restricciones a la producción de conocimiento, aprendizaje, trabajo académico, relaciones sociales, y a la democracia misma. La pedagogía crítica también proporciona un discurso para comprometer y desafiar la construcción de jerarquías sociales, identidades e ideologías, al traspasar fronteras nacionales y locales. Además, la pedagogía como forma de producción y crítica ofrece un discurso de posibilidad –una forma de proporcionar a los estudiantes la oportunidad de unir el conocimiento, el compromiso y la transformación social a la búsqueda de una mayor justicia social.

Esto sugiere que uno de los desafíos más serios que afrontan profesores, artistas, periodistas, escritores y otros trabajadores culturales es la tarea de desarrollar un discurso de crítica y posibilidades futuras. Esto significa desarrollar discursos y prácticas pedagógicas que conecten la crucial lectura de la palabra con la lectura del mundo, y hacer esto de forma que destaquen las capacidades creativas de los jóvenes y les proporcionen las condiciones para llegar a ser agentes críticos. Al abordar este proyecto, los educadores y otros deberían intentar crear las condiciones que den a los estudiantes las oportunidades de convertirse en ciudadanos críticos y comprometidos, que tengan el conocimiento y el coraje para luchar de forma que la desolación y el cinismo sean irreales y la esperanza real. La esperanza también en este caso es educativa, libre de la fantasía de un idealismo inconsciente de las limitaciones a las que se enfrentaría el sueño de una sociedad democrática radical. La esperanza educada no es una llamada a ignorar las difíciles condiciones que caracterizan a los centros de enseñanza y al orden social dominante, ni es tampoco un proyecto desprovisto de contextos concretos y luchas. Por el contrario, es la precondición de suministrar esos lenguajes y valores que señalan la forma de imaginar un futuro que no reproduzca las pesadillas del presente.

La esperanza educada proporciona las bases para la dignificación del trabajo de los profesores; ofrece conocimiento crítico unido al cambio social democrático, afirma responsabilidades compartidas y anima a profesores y estudiantes a reconocer la ambivalencia y la duda como dimensiones fundamentales del aprendizaje. Tal esperanza ofrece la posibilidad de pensar más allá de lo establecido. Aunque esta tarea pueda parecer difícil a los educadores y al público, es una lucha que merece la pena sostener.

En una época de capitalismo salvaje y de políticas fascistas emergentes, los educadores, los estudiantes y otros ciudadanos preocupados afrontan el desafío de proporcionar una lengua que abrace un utopismo militante, al tiempo que mantienen la atención hacia aquellas fuerzas que buscan convertir esa esperanza en un nuevo slogan, o castigar y deshacerse de aquellos que se atreven a mirar más allá del horizonte dado. El fascismo engendra cinismo y es el enemigo de una esperanza social y militante. La esperanza debe estar moderada por la realidad compleja de los tiempos, y vista como un proyecto y condición para proporcionar un sentido de la acción colectiva, la oposición, la imaginación política y la participación comprometida.

 

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Sin esperanza, incluso en los tiempos más nefastos, no hay posibilidad para la resistencia, el desacuerdo y la lucha. La acción es la condición de la lucha y la esperanza es la condición de la acción. La esperanza expande el espacio de lo posible y llega a ser una forma de reconocer y nombrar la naturaleza incompleta del presente.

La esperanza es la precondición intelectual y afectiva para la lucha social e individual. La esperanza, y no la desesperación, es la precondición que estimula la crítica por parte de los intelectuales dentro y fuera del mundo académico, los cuales usan los recursos de la teoría para abordar problemas sociales urgentes. La esperanza está también en la raíz del coraje civil que traduce la crítica en práctica política. La esperanza como deseo de un futuro que ofrezca más que el presente, llega a ser un deseo más agudo cuando la vida de uno no puede darse por sentada por más tiempo. Solamente aferrándose a la crítica y a la esperanza en tales contextos, la resistencia hará concreta la posibilidad de transformar la política en un espacio ético y en un acto público. Alcanzar un futuro mejor que el esperamos, requerirá nada menos que afrontar el flujo de la experiencia diaria y el peso del sufrimiento social con la fuerza de la resistencia colectiva e individual, y el proyecto interminable de la transformación social democrática. Al mismo tiempo, para que la resistencia se haga cargo de los desafíos creados por el ascenso de las políticas fascistas, tendrá que desarrollar un despertar de la esperanza. Esta forma de esperanza educada está enraizada en el sueño de una conciencia colectiva y una imaginación avivada en la lucha por nuevas formas de comunidad que afirmen el valor de lo social, de la justicia económica, del contrato social, de los valores democráticos y de las relaciones sociales.

La lucha actual contra el fascismo emergente en el mundo no es solo una lucha contra las estructuras económicas o las alturas imponentes del poder empresarial. Es también una lucha de visiones, ideas, conciencia, una lucha por el poder de cambiar la misma cultura. Es también como señala Hannah Arendt una batalla contra «un temor extendido a emitir juicios». 18 Sin la capacidad de juzgar, es imposible recobrar palabras que tengan significado, imaginar mundos alternativos y un futuro que no imite los tiempos oscuros en que vivimos; crear un lenguaje que cambie la forma en que pensamos sobre nosotros mismos y nuestra relación con los demás. Una lucha por un orden socialista democrático radical no tendrá lugar si «las lecciones de nuestro oscuro pasado [no pueden] aprenderse y transformarse en resoluciones constructivas» y en soluciones para luchar y crear una sociedad post-capitalista. 19

 

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Finalmente, no hay democracia sin ciudadanos informados y no hay justicia sin un lenguaje crítico de la injusticia. La democracia comienza a declinar y la vida política se empobrece con la ausencia de esas esferas públicas vitales, tales como la educación superior pública, en la que los valores cívicos, los estudios públicos y el compromiso social posibilitan una comprensión más imaginativa de un futuro que afronte seriamente las demandas de justicia, igualdad y coraje civil. La democracia debería ser una forma de pensar en la educación, una forma que prospera conectando la pedagogía con la práctica de la libertad, el aprendizaje con la ética y la acción con los imperativos de la responsabilidad social y el bien común. 20 El capitalismo neoliberal priva a la esperanza de sus posibilidades utópicas y progresa en la noción de que vivimos en una era de esperanza hipotecada, y que cualquier intento de pensar de otra manera resultará una pesadilla. Sin embargo, permanece el hecho de que sin esperanza no hay acción y sin agentes colectivos no hay esperanza de resistencia. En la época del fascismo emergente, no es suficiente conectar la educación con la defensa de la razón, el juicio informado y la acción crítica: debe de estar también alineada con la fuerza y potencial de la resistencia colectiva. Vivimos en tiempos peligrosos. Consecuentemente, hay una necesidad urgente de que se unan más personas, instituciones y movimientos sociales en la creencia de que pueden resistirse los regímenes de tiranía actuales, de que son posibles futuros alternativos, y de que actuando bajo estas creencias, por medio de la resistencia colectiva ocurrirá un cambio radical.

Traducción de Javier Redondo Madueño y Ana M. Valencia Herrera

 

Notas

  1. Mi agradecimiento a la Rania Filippakou por sus comentarios .
  2. Peter Thompson, “The Frankfurt School, Part 5: Walter Benjamin, Fascism and the Future”, The Guardian (April 21, 2013). Online: https://www.theguardian.com/commentisfree/belief/2013/apr/22/frankfurt-school-walter-benjamin-fascism-future
  3. See, especially, Stuart Hall, Chapter 1: “The Neoliberal Revolution,” The Neoliberal Crisis, ed. Edited by Jonathan Rutherford and Sally Davison,[London: Lawrence Wishart 2012]. Online: http://wh.agh.edu.pl/other/materialy/678_2015_04_21_22_04_51_The_Neoliberal_Crisis_Book.pdf
  4. Charles Derber, Welcome to the Revolution: Universalizing Resistance For Social Justice and Democracy in Perilous Times (New York: Routledge, 2017). Heinrich Geiselberger, ed, The Great Regression (London: Polity, 2017).
  5. Jon Nixon, “Hannah Arendt: Thinking Versus Evil”, Times Higher Education,(February 26, 2015). Online at: https://www.timeshighereducation.co.uk/features/hannah-arendt-thinking-versus-evil/2018664.article?page=0%2C0
  6. See, for example, Jane Mayer, “The Making of the Fox News White House,” The New Yorker (March 4, 2019). Online: https://www.newyorker.com/magazine/2019/03/11/the-making-of-the-fox-news-white-house
  7. Pankaj Mishra, “A Gandhian Stand Against the Culture of Cruelty,” The New York Review of Books,[May 22, 2018]. Online: http://www.nybooks.com/daily/2018/05/22/the-culture-of-cruelty/
  8. Hannah Arendt, Origins of Totalitarianism (New York: Harcourt Trade Publishers, New Edition, 2001). Hay traducción al castellano Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza,2006
  9. Paul Gilroy, “Against Race: Imagining Political Culture beyond the Color Line“, Chapter 4 -‘Hitler in Khakis: Icons, Propaganda, and Aesthetic Politics’ (Cambridge: The Belknap Press of Harvard University Press, 2000), pp. 144-145, 146. Obra traducida al castellano. Paul Gilroy. Atlántico negro. Madrid, Akal,2014.
  10. Pankaj Mishra, “A Gandhian Stand Against the Culture of Cruelty,” The New York Review of Books,[May 22, 2018]. Online: http://www.nybooks.com/daily/2018/05/22/the-culture-of-cruelty/
  11. Joshua Sperling cited in Lisa Appignanesi, “Berger’s Ways of Being”, The New York Review of Books(May 9, 2019). Online: https://www.nybooks.com/articles/2019/05/09/john-berger-ways-of-being/?utm_medium=email&utm_campaign=NYR%20Tintoretto%20Berger%20Mueller&utm_content=NYR%20Tintoretto%20Berger%20Mueller+CID_22999ee4b377a478a5ed6d4ef5021162&utm_source=Newsletter&utm_term=John%20Bergers%20Ways%20of%20Being
  12. 12. Cited in Roger Griffin, “Staging the Nation’s Rebirth: The Politics and Aesthetics of Performance in the Context of Fascist Studies,” in Gunter Berghaus, ed. Fascism and Theater: Comparative Studies on the Aesthetics and politics of Performance in Europe, 1925-1945 (Providence: Gerghahn Books, 1996). Online: https://www.libraryofsocialscience.com/ideologies/resources/griffin-staging-the-nations/
  13. 13. Paul Gilroy, Against Race (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.
  14. Paul Gilroy, Against Race (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.
  15. Paul Gilroy, Against Race (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.
  16. 16. Chiara Bottici in Cihan Aksan and Jon Bailes, eds. “One Question Fascism (Part One),” Is Fascism making a comeback?” State of Nature Blog, [December 3, 2017]. Online: http://stateofnatureblog.com/one-question-fascism-part-one/
  17. Henry A. Giroux, “The Nightmare of Neoliberal Fascism,” Truthout (June 10, 2018). Online: https://truthout.org/articles/henry-a-giroux-the-nightmare-of-neoliberal-fascism/
  18. Hannah Arendt, “Personal Responsibility Under Dictatorship,” in Jerome Kohn, ed., Responsibility and Judgement, [NY: Schocken Books, 2003]. Online: https://grattoncourses.files.wordpress.com/2016/08/responsibility-under-a-dictatorship-arendt.pdf. Hay acceso en castellano en : http://www.bibliopsi.org/docs/carreras/obligatorias/CFP/etica/farina/Arendt%20-%20Responsabilidad%20personal%20bajo%20una%20dictadura.pdf
  19. 19. Nicola Bertoldi, “Are we living through a new ‘Weimar era’?: Constructive resolutions for our future”, OpenDemocracy (January 3, 2018). Online: https://us1.campaign-archive.com/?e=d77f123300&u=9c663f765f28cdb71116aa9ac&id=367a142d39
  20. Henry A. Giroux, The Terror of the Unforeseen (Los Angeles: Los Angeles Review of Books, 2019).

Fuente: https://www.elviejotopo.com/articulo/terrorismo-pedagogico-y-esperanza-en-tiempos-de-politicas-fascistas/

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Terrorismo pedagógico y esperanza en la era de la política fascista

Por: Henry Giroux

Los tiempos oscuros que atormentan a la era actual son personificados por los bárbaros que se hacen eco de la política de un pasado fascista y han llegado a gobernar los Estados Unidos, Hungría, Turquía, Polonia, Brasil, Filipinas y otros lugares. [1] Los diseñadores de una nueva generación de fascismo dominan cada vez más las principales formaciones políticas y otras instituciones políticas y económicas dominantes en todo el mundo. Su reinado de pesadilla de miseria, violencia y disposición está legitimado, en parte, en su control de un número diverso de aparatos culturales que producen una vasta maquinaria de consentimiento fabricado. Esta formación educativa reaccionaria incluye los principales medios de difusión, las plataformas digitales, Internet y la cultura impresa, todos los cuales participan en un espectáculo continuo de violencia, la estetización de la política, la legitimación de opiniones sobre hechos y el abrazo de una cultura de ignorancia. . Bajo el reinado de esta arquitectura normalizada de la ideología neoliberal, la educación crítica ahora se considera con desdén, las palabras se reducen a datos,

Las instituciones democráticas, como los medios de comunicación independientes, las escuelas, el sistema legal, ciertas instituciones financieras y la educación superior están bajo asedio en todo el mundo. Algunos de los ejemplos más recientes de esto se pueden encontrar en los Estados Unidos con el resurgimiento de los vigilantes y los grupos de milicianos de derecha a lo largo de la frontera sur y la intrusión de prácticas educativas basadas en la tecnología en las escuelas que producen planes de estudio que algunos padres afirman que convierten a los niños en zombis. . El ataque continuo de Trump a la educación superior ofrece otro ejemplo muy visible: su solicitud de presupuesto para 2020 propuesta aprobaría una asombrosa reducción de $ 7.1 mil millones en el Departamento de Educación como parte de una política para desmantelar el propio departamento.

Al mismo tiempo, la promesa de democracia está retrocediendo a medida que los fascistas actuales trabajan para subvertir el lenguaje, los valores, el coraje, la visión y la conciencia crítica. La educación se ha convertido cada vez más en una herramienta de dominación a medida que los empresarios del odio despliegan aparatos pedagógicos de derecha para atacar a trabajadores, jóvenes negros, refugiados, inmigrantes y otros que consideran desechables. En medio de un momento en que un orden social más antiguo se está desmoronando y uno nuevo está luchando por definirse, surge un momento de confusión, peligro y momentos de gran inquietud. Estamos una vez más en un momento histórico en el que las estructuras de liberación y autoritarismo están compitiendo por el futuro.

Hemos llegado a un momento en el que dos mundos se enfrentan entre sí y la historia del presente se encuentra en un punto en el que «las posibilidades se realizan o se rechazan, pero nunca desaparecen por completo». [2]   Dos mundos chocan: Primero Como han observado varios estudiosos, existe el duro y desmoronado mundo de la globalización neoliberal y sus pasiones movilizadoras que alimentan diferentes líneas del fascismo en todo el mundo, incluido Estados Unidos. El poder ahora está enamorado de la acumulación de ganancias y capital y es cada vez más adicto a una política de nacionalismo blanco y limpieza racial. [3]En segundo lugar, está el mundo de los movimientos contrarios, que está creciendo especialmente entre los jóvenes, con su búsqueda de una nueva política que pueda repensar, reclamar e inventar una nueva comprensión del socialismo democrático, no contaminada por el capitalismo. [4]

Es difícil imaginar un momento más urgente para hacer de la educación un lugar central para la política. Si vamos a desarrollar una política capaz de despertar nuestra sensibilidad crítica, imaginativa e histórica, es crucial para los educadores y otros desarrollar un lenguaje de crítica y posibilidad. Tal lenguaje es necesario para permitir que las condiciones forjen una resistencia internacional colectiva entre educadores, jóvenes, artistas y otros trabajadores culturales en defensa de los bienes públicos. Tal movimiento es importante para resistir y superar las pesadas pesadillas fascistas que han caído sobre Estados Unidos, Brasil y varios otros países de Europa plagados por el surgimiento de los partidos neonazis. En una época de aislamiento social, desbordamiento de información, una cultura de inmediatez, exceso de consumo y violencia espectacularizada,

La lección pedagógica aquí es que el fascismo comienza con palabras de odio, la demonización de otros considerados desechables, y avanza hacia un ataque de ideas, la quema de libros, la desaparición de intelectuales y el surgimiento del estado carcelario y los horrores de las cárceles de detención. y campamentos. Como una forma de política cultural, la pedagogía crítica ofrece la promesa de un espacio protegido dentro del cual pensar contra el grano de la opinión recibida. Este es un espacio para cuestionar y desafiar, para imaginar el mundo desde diferentes puntos de vista y perspectivas, para reflexionar sobre nosotros mismos en relación con los demás y, al hacerlo, para comprender lo que significa «asumir un sentido de responsabilidad política y social». [5]

La educación, tanto en sus formas simbólicas como institucionales, tiene un papel central que desempeñar en la lucha contra el resurgimiento de las culturas fascistas, las narraciones históricas míticas y las ideologías emergentes de la supremacía blanca y el nacionalismo blanco. Más aún, en un momento en que los fascistas de todo el mundo difunden imágenes tóxicas racistas y ultranacionalistas del pasado, es esencial reclamar la pedagogía crítica como una forma de conciencia histórica y testimonio moral. Esto es especialmente cierto en un momento en que la amnesia histórica y social se ha convertido en un pasatiempo nacional, particularmente en los Estados Unidos, igualada solo por la masculinización de la esfera pública y la creciente normalización de una política fascista que se nutre de la ignorancia, el miedo, el odio. la limpieza social, la supresión de la disidencia y la supremacía blanca.[6]

La política cultural en los últimos 20 años se ha vuelto tóxica a medida que las elites dominantes obtienen cada vez más el control de los aparatos culturales dominantes, convirtiéndolos en máquinas de desimaginación pedagógicas que sirven a las fuerzas de la tranquilidad ética al producir y legitimar infinitas imágenes degradantes y humillantes de los pobres, inmigrantes, musulmanes, y otros consideraron el exceso, las vidas desperdiciadas condenadas a la exclusión terminal. La máquina del sueño capitalista está de vuelta con enormes ganancias para los ultra ricos, los administradores de fondos de cobertura y los principales actores en las industrias de servicios financieros. En estos nuevos paisajes de riqueza, fraude y atomización social, un capitalismo brutal y fanático promueve un espíritu de ganadora, una cultura de crueldad y nacionalismo blanco, que socava agresivamente el estado de bienestar al tiempo que empuja a millones a las penurias y las desgracias. Las geografías de la decadencia moral y política se han convertido en el estándar organizador de los mundos de sueño de consumo, privatización, vigilancia y desregulación. Dentro de este paisaje cada vez más fascista, las esferas públicas son reemplazadas por zonas de abandono social y prosperan con las energías de los muertos vivientes y los avatares de la crueldad y la miseria.

El escritor Pankaj Mishra tiene razón al argumentar que el neoliberalismo ha creado una sociedad en la que la compasión ahora se ve con desdén y la empatía en una sociedad impulsada por el mercado se convierte en sinónimo de una patología. El escribe:

El enigma de nuestra época es cómo [la compasión como] fundamento esencial de la vida cívica desapareció de nuestra conversación pública, invisiblemente reemplazada por la presunta racionalidad del interés propio individual, los mecanismos del mercado y las instituciones democráticas. Puede ser difícil recordar esto hoy, en medio de las continuas explosiones de ira y venganza en la vida pública, pero la imaginación compasiva era indispensable para los movimientos políticos que surgieron en el siglo XIX para abordar el sufrimiento masivo causado por los cambios sociales y económicos radicales. A medida que se intensificaron las experiencias de dislocación y explotación, una variedad de socialistas, demócratas y reformistas defendieron el sentimiento y la solidaridad, incitando el desprecio de, entre otros, a Friedrich Nietzsche, quien afirmó que la demanda de justicia social ocultaba la envidia y el resentimiento de los débiles contra sus superiores naturalmente aristocráticos. Sin embargo, nuestras propias sociedades profundamente desiguales y amargamente polarizadas han validado completamente el temor de Rousseau de que las personas divididas por disparidades extremas dejaran de sentir compasión por los demás … Uno de los resultados de la integración de una sombría ética de supervivencia es que «la mayoría de las personas, a medida que crecen ahora», escribieron el psicoanalista Adam Phillips y la historiadora Barbara Taylor.Sobre la bondad , «cree secretamente que la bondad es una virtud de los perdedores». [7]

La educación en las últimas tres décadas ha disminuido rápidamente en sus capacidades para educar a los jóvenes y otros para que sean agentes críticos y comprometidos socialmente. Bajo los regímenes neoliberales que ahora coquetean con la supremacía blanca, los apóstoles del autoritarismo han considerado que las posibilidades utópicas anteriormente asociadas con la educación pública son demasiado peligrosas para no ser controladas. Las escuelas públicas, que podrían tener un potencial tan radical para promover la igualdad social y apoyar la democracia, están sujetas a las fuerzas tóxicas de la privatización y los planes de estudio estandarizados sin sentido, mientras que los maestros están sujetos a condiciones laborales intolerables. La educación superior ahora imita una cultura empresarial dirigida por un ejército directivo de burócratas, borrachos de los valores del mercado, que se parecen a los sumos sacerdotes de una racionalidad instrumental mortal. Las visiones dominantes de la democracia están en el exilio en todos los niveles de la educación. La lucha, sin embargo, está lejos de terminar. La buena noticia es que hay una creciente ola de huelgas de maestros, funcionarios públicos y trabajadores, tanto en los Estados Unidos como en el extranjero, que se resisten a la maquinaria cruel de explotación, racismo, austeridad y disponibilidad desatada por el neoliberalismo en los últimos cuarenta años. .

El pensamiento crítico y las imaginaciones de un mundo mejor representan una amenaza directa para la racionalidad neoliberal en la cual el futuro siempre debe replicar el presente en un círculo sin fin en el que el capital y las identidades que legitima se fusionan entre sí en lo que podría llamarse una zona muerta De la imaginación y las pedagogías de la represión. Este impulso distópico prospera al producir innumerables formas de desigualdad y violencia, que abarcan tanto lo simbólico como lo estructural, como parte de un intento más amplio de definir la educación en términos puramente instrumentales, privatizados y antiintectuales. Lo que está claro es que los modos de educación neoliberal intentan moldear a los estudiantes en los mantras impulsados ​​por el mercado del interés propio, la dura competencia, el individualismo sin control y el espíritu del consumismo. Ahora se les dice a los jóvenes que inviertan en sus carreras, Empaque sus currículums, y logre el éxito a cualquier costo. Es precisamente este reemplazo de la esperanza educada con un agresivo proyecto neoliberal distal y políticas culturales lo que ahora caracteriza el asalto actual a la educación pública y superior en varias partes del mundo. Bajo el neoliberalismo, el mantra de la privatización, la desregulación y la destrucción del bien público se complementa con una fusión tóxica de la desigualdad, la codicia y una obsesión con las ganancias.

Es crucial que los educadores recuerden que el lenguaje no es simplemente un instrumento de miedo, violencia e intimidación, sino que también es un vehículo para la crítica, el coraje cívico, la resistencia y la agencia comprometida e informada. Vivimos en un momento en que el lenguaje de la democracia ha sido saqueado, despojado de sus promesas y esperanzas. Si se quiere derrotar al fascismo, es necesario hacer de la educación un principio organizador de la política y, en parte, esto se puede hacer con un lenguaje que exponga y desenrede las falsedades, los sistemas de opresión y las relaciones corruptas de poder, al mismo tiempo que deja claro que Un futuro alternativo es posible. Hannah Arendt tenía razón al argumentar que el lenguaje es crucial para resaltar los «elementos cristalizados» a menudo ocultos que hacen que el fascismo sea probable. [8]El lenguaje puede ser una herramienta poderosa en la búsqueda de la verdad y la condena de falsedades e injusticias. Además, es a través del lenguaje que se puede recordar la historia del fascismo y las lecciones de las condiciones que crearon la plaga del genocidio pueden proporcionar el reconocimiento de que el fascismo no reside únicamente en el pasado y que sus huellas están siempre latentes, incluso en el Las democracias más fuertes. Paul Gilroy sostiene correctamente que es crucial en el momento histórico actual volver a comprometerse con el fascismo para restablecerlo en su lugar adecuado para enfrentar los tiempos oscuros, que amenazan con impulsar a las democracias de todo el mundo a gobiernos que imitan la política fascista de Estados Unidos. el pasado.

Me acerco al concepto de fascismo con temor, no solo porque enlaza tantos fenómenos históricos y locales diferentes. Ha sido engullido por la forma en que ha funcionado como un término de abuso general y corrompido por la forma en que se ha utilizado para expresar una sensación de maldad que es frustrantemente abstracta pero que sigue siendo rehén de la moderna fascinación contemporánea con la obscenidad, la criminalidad, la agresión, y el horror. Re «comprometerme con la idea del fascismo genérico es, espero, trabajar para redimir el término de su trivialización y restaurarlo en un lugar adecuado en las discusiones sobre los límites morales y políticos de lo que es aceptable … Creo que seguir adelante Una definición genérica de fascismo no solo es posible y deseable sino imperativa … Es esencial, ya que la memoria viva del período fascista se desvanece, para poder identificar estos nuevos grupos y su influencia en las vidas volátiles de las políticas postindustriales. El solo hecho de mantener una discusión sobre el fascismo como un proyecto heurístico en curso tiene un valor adicional en un escenario posterior a la guerra fría en el que Occidente ha desaparecido y donde una Europa renacida debe enfrentar su pasado.[9]

La visión de Gilroy proporciona una razón más para que los educadores hagan que la política sea más pedagógica y la pedagógica más política. Lo último es crucial para reconocer que la pedagogía es siempre una lucha por la agencia, las identidades, el deseo y los valores, al mismo tiempo que reconoce que tiene un papel crucial que desempeñar para abordar importantes cuestiones sociales y defender la educación pública y superior como esferas públicas democráticas. Hacer lo político pedagógico en este caso sugiere producir modos de conocimiento y prácticas sociales que no solo afirmen el trabajo cultural de oposición y las prácticas pedagógicas, sino que también ofrezcan oportunidades para movilizar instancias de indignación colectiva junto con acción de masas directa, contra un despiadado capitalismo de casino y un emergente fascista. política. Dicha movilización debe oponerse a las inequidades materiales evidentes y la creciente creencia cínica de que democracia y capitalismo son sinónimos. Como mínimo, la pedagogía crítica propone que la educación es una forma de intervención política en el mundo y que es capaz de crear las posibilidades de transformación individual y social.

La ignorancia ahora gobierna América. No es la ignorancia simple, aunque algo inocente, que proviene de una falta de conocimiento, sino una ignorancia maliciosa forjada en la arrogancia de negarse a pensar mucho sobre un tema, a comprometerse con el lenguaje en la búsqueda de la justicia. Como es bien sabido, la ignorancia del presidente Trump se exhibe diariamente. No solo es un mentiroso en serie, sino que su ignorancia también sirve como una herramienta de poder para evitar que el poder rinda cuentas. Además, también funciona como una forma de reescribir la relación entre las demandas de los ciudadanos críticos y las demandas de responsabilidad social y cívica. Bajo tales circunstancias, el pensamiento se vuelve peligroso y se convierte en objeto de asco organizado por cualquier vestigio de la verdad. Sin embargo, aquí hay más en juego que la producción de una forma tóxica de analfabetismo y la reducción de los horizontes políticos. Lo que estamos presenciando es un cierre de lo político junto con expresiones explícitas de crueldad y «crueldad ampliamente sancionada».[10]    Además, las mismas condiciones que permiten a las personas tomar decisiones informadas están bajo asedio a medida que las escuelas se financian, los medios se vuelven más corporativizados, los periodistas opositores son asesinados y la televisión de realidad se convierte en el modelo para el entretenimiento masivo. Bajo tales circunstancias, hay un ataque a gran escala contra el razonamiento reflexivo, la empatía, la resistencia colectiva y la imaginación compasiva. En cierto modo, la dictadura de la ignorancia se asemeja a lo que el escritor John Berger llama «eticidio»: y Joshua Sperling define como «El embotamiento de los sentidos; el ahuecamiento del lenguaje; el borrado de la conexión con el pasado, los muertos, el lugar, la tierra, el suelo; posiblemente también el borrado de ciertas emociones, ya sea lástima, compasión, consuelo, luto o esperanza ”. [11]

Dada la crisis actual de la política, la agencia, la historia y la memoria, los educadores necesitan un nuevo lenguaje político y pedagógico para abordar los contextos y problemas cambiantes que enfrenta un mundo en el que el capital se basa en una convergencia sin precedentes de recursos: financieros, culturales, políticos, económicos. Científicos, militares y tecnológicos: para ejercer potentes y diversas formas de control directo e indirecto. Si los educadores y otros quieren contrarrestar la mayor capacidad del capitalismo global para separar la esfera tradicional de la política del ahora alcance transnacional del poder, es crucial desarrollar enfoques educativos que rechacen un colapso de la distinción entre libertades de mercado y libertades civiles, una economía de mercado. y una sociedad de mercado, y capitalismo y democracia. La resistencia no comienza con la reforma del capitalismo sino con su abolición.[12]

Después de décadas de la pesadilla neoliberal tanto en Estados Unidos como en el extranjero, las pasiones movilizadoras del fascismo se desataron a diferencia de todo lo que hemos visto desde la década de 1930. La élite gobernante y los gerentes del capitalismo extremo han usado las crisis de desigualdad económica e inmigración y sus «arreglos manifiestamente brutales y de explotación» para sembrar divisiones sociales y resucitar el discurso de la limpieza racial y la supremacía blanca. [13]   Al hacerlo, han aprovechado el creciente sufrimiento y ansiedad colectivos de millones de personas para redirigir su enojo y desesperación a través de una cultura de miedo y discurso de deshumanización; también han convertido las ideas críticas en cenizas al diseminar una mezcla tóxica de categorías racializadas, ignorancia y un espíritu militarizado del nacionalismo blanco.

En este caso, el neoliberalismo y el fascismo se unen y avanzan en un proyecto y movimiento cómodo y mutuamente compatible que conecta los valores explotadores y las políticas de austeridad crueles del capitalismo de casino » [14] con los ideales fascistas. Estos ideales incluyen: la veneración de la guerra, el antiintelectualismo; deshumanización; una celebración populista del ultranacionalismo y la pureza racial; [15]la supresión de la libertad y la disidencia; una cultura de la mentira; una política de la jerarquía, la espectacularización de la emoción sobre la razón, la armonización del lenguaje; Un discurso de decadencia y violencia estatal en formas heterogéneas. El fascismo nunca está enteramente enterrado en el pasado y las condiciones que producen sus suposiciones centrales nos acompañan una vez más, iniciando un período de barbarie moderna que parece estar llegando a los extremos homicidas, especialmente en los Estados Unidos. [dieciséis]

La profunda gramática de la violencia ahora da forma a todos los aspectos de la producción cultural y se vuelve visceral en su generación actual de terrorismo doméstico, tiroteos en masa, el encarcelamiento en masa de personas de color y la guerra contra los inmigrantes indocumentados. No solo se ha vuelto más gratuito, aleatorio y, en algunos casos, trivializado a través de la monotonía de la repetición, también sirve como la doctrina oficial de la administración de Trump en la configuración de sus políticas domésticas y de seguridad. La violencia de Trump se ha vuelto tanto promiscua en su alcance como envalentonada en su inclinación a los grupos extremistas de derecha. La mezcla de nacionalismo blanco y la expansión de las políticas que benefician a los ricos, las grandes corporaciones y la elite financiera están cada vez más legitimadas y normalizadas en una nueva forma de pedagogía pública que equivale a una legitimación de lo que he llamado fascismo neoliberal.[17]

En tales circunstancias, la pedagogía crítica se convierte en una práctica política y moral en la lucha por revivir la alfabetización cívica, la cultura cívica y la noción de ciudadanía compartida. La política pierde sus posibilidades emancipadoras si no puede proporcionar las condiciones educativas necesarias para que los estudiantes y otras personas puedan pensar en contra del grano y realizarse como ciudadanos informados, críticos y comprometidos. No hay una política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiar el sentido común y crear modos de análisis en los que las personas descubran un momento de reconocimiento que les permita repensar las condiciones que dan forma a sus vidas.

Como una cuestión de responsabilidad política y social, los educadores deben hacer más que crear las condiciones para el pensamiento crítico y alimentar un sentido de esperanza para sus estudiantes. También deben asumir responsablemente el papel de los educadores cívicos en contextos sociales más amplios y estar dispuestos a compartir sus ideas con otros educadores y el público en general haciendo uso de las nuevas tecnologías de los medios y los modos tradicionales de comunicación. Comunicarse a una variedad de audiencias públicas sugiere usar oportunidades para escribir, charlas públicas y entrevistas en los medios de comunicación ofrecidas por la radio, Internet, revistas alternativas y enseñar a jóvenes y adultos en escuelas alternativas, por nombrar solo algunas. Aprovechando su papel como intelectuales públicos, los educadores pueden abordar el desafío de combinar la erudición y el compromiso utilizando un vocabulario que no es ni aburrido ni obtuso, mientras buscan hablar con una audiencia más amplia. Más importante aún, a medida que los maestros se organizan para afirmar la importancia de su papel y el de la educación en una democracia, pueden forjar nuevas alianzas y conexiones para desarrollar movimientos sociales que incluyan y se expandan más allá del trabajo con sindicatos y formaciones políticas tradicionales.

La educación funciona como un sitio crucial de poder en el mundo moderno. Si los maestros están realmente preocupados por salvaguardar la educación, tendrán que tomar en serio cómo funciona la pedagogía a nivel local y global. La pedagogía crítica tiene un papel importante que desempeñar tanto para comprender como para desafiar la forma en que se despliegan, afirman y se resisten el poder, el conocimiento y los valores dentro y fuera de los discursos tradicionales y las esferas culturales. En un contexto local, la pedagogía crítica se convierte en una herramienta teórica importante para comprender las condiciones institucionales que imponen restricciones a la producción de conocimiento, aprendizaje, trabajo académico, relaciones sociales y democracia en sí. La pedagogía crítica también proporciona un discurso para comprometer y desafiar la construcción de jerarquías sociales, identidades, e ideologías a medida que atraviesan las fronteras locales y nacionales. Además, la pedagogía como forma de producción y crítica ofrece un discurso de posibilidad, una forma de brindar a los estudiantes la oportunidad de vincular la comprensión con el compromiso y la transformación social para buscar la mayor justicia posible.

This suggests that one of the most serious challenges facing teachers, artists, journalists, writers, and other cultural workers is the task of developing a discourse of both critique and possibility.  This means developing discourses and pedagogical practices that connect a critical reading the word with reading the world, and doing so in ways that enhance the creative capacities of young people and provide the conditions for them to become critical agents. In taking up this project, educators and others should attempt to create the conditions that give students the opportunity to become critical and engaged citizens who have the knowledge and courage to struggle in order to make desolation and cynicism unconvincing and hope practical. Hope in this instance is educational, removed from the fantasy of an idealism that is unaware of the constraints facing the dream of a radical democratic society. Educated hope is not a call to overlook the difficult conditions that shape both schools and the larger social order nor is it a blueprint removed from specific contexts and struggles. On the contrary, it is the precondition for providing those languages and values that point the way to imagining a future that does not replicate the nightmares of the present.

La esperanza educada proporciona la base para dignificar el trabajo de los maestros; ofrece un conocimiento crítico vinculado al cambio social democrático, afirma responsabilidades compartidas y alienta a los profesores y estudiantes a reconocer la ambivalencia y la incertidumbre como dimensiones fundamentales del aprendizaje. Tal esperanza ofrece la posibilidad de pensar más allá de lo dado. Por difícil que parezca esta tarea para los educadores, si no para un público más amplio, es una lucha que vale la pena librar.

En una época de capitalismo venenoso y una política fascista emergente, educadores, estudiantes y otros ciudadanos preocupados enfrentan el desafío de proporcionar un lenguaje que abarque a un utopismo militante, mientras que están constantemente atentos a aquellas fuerzas que buscan convertir esa esperanza en un nuevo eslogan o Castigar y despedir a quienes se atreven a mirar más allá del horizonte de lo dado. El fascismo engendra cinismo y es enemigo de una esperanza militante y social. La esperanza debe ser atenuada por la compleja realidad de los tiempos y vista como un proyecto y condición para proporcionar un sentido de agencia colectiva, oposición, imaginación política y participación comprometida. Sin esperanza, incluso en los tiempos más terribles, no hay posibilidad de resistencia, disensión y lucha. La agencia es la condición de la lucha, y la esperanza es la condición de la agencia.

La esperanza es el requisito afectivo e intelectual para la lucha individual y social. La esperanza, no la desesperación, es la condición previa que fomenta la crítica por parte de los intelectuales dentro y fuera de la academia que utilizan los recursos de la teoría para abordar problemas sociales apremiantes. La esperanza también está en la raíz del coraje cívico que traduce la crítica en la práctica política. La esperanza, como el deseo de un futuro que ofrezca más que el presente, se vuelve más aguda cuando la vida de uno ya no puede darse por sentado. Solo al mantener tanto la crítica como la esperanza en tales contextos, la resistencia hará concreta la posibilidad de transformar la política en un espacio ético y un acto público. Y un futuro mejor que el que ahora esperamos desplegar requerirá nada menos que enfrentar el flujo de la experiencia cotidiana y el peso del sufrimiento social con la fuerza de la resistencia individual y colectiva y el proyecto interminable de transformación social democrática. Al mismo tiempo, para que la resistencia asuma los desafíos planteados por el surgimiento de una política fascista, tendrá que desarrollar un despertar del deseo. Esta forma de deseo educado está arraigada en el sueño de una conciencia y una imaginación colectivas alimentadas por la lucha por nuevas formas de comunidad que afirman el valor de lo social, la igualdad económica, el contrato social, los valores democráticos y las relaciones sociales. Para que la resistencia pueda enfrentar los desafíos planteados por el surgimiento de una política fascista, tendrá que desarrollar un despertar del deseo. Esta forma de deseo educado está arraigada en el sueño de una conciencia y una imaginación colectivas alimentadas por la lucha por nuevas formas de comunidad que afirman el valor de lo social, la igualdad económica, el contrato social, los valores democráticos y las relaciones sociales. Para que la resistencia pueda enfrentar los desafíos planteados por el surgimiento de una política fascista, tendrá que desarrollar un despertar del deseo. Esta forma de deseo educado está arraigada en el sueño de una conciencia y una imaginación colectivas alimentadas por la lucha por nuevas formas de comunidad que afirman el valor de lo social, la igualdad económica, el contrato social, los valores democráticos y las relaciones sociales.

La lucha actual contra un fascismo naciente en todo el mundo no es solo una lucha por las estructuras económicas o las alturas dominantes del poder corporativo. También es una lucha por las visiones, las ideas, la conciencia y el poder para cambiar la cultura misma. También es como Hannah Arendt señala una lucha contra «un temor generalizado de juzgar». [18]Sin la capacidad de juzgar, es imposible recuperar palabras que tengan un significado, imaginar mundos alternativos y un futuro que no imite los tiempos oscuros en que vivimos, y crear un lenguaje que cambie nuestra forma de pensar sobre nosotros mismos y nuestra relación con los demás. . Cualquier lucha por un orden socialista democrático radical no tendrá lugar si «las lecciones de nuestro pasado oscuro [no se pueden] aprender y transformar en resoluciones constructivas» y soluciones para luchar y crear una sociedad postcapitalista. [19]

Al final, no hay democracia sin ciudadanos informados y no hay justicia sin un lenguaje crítico de injusticia. La democracia comienza a fracasar y la vida política se empobrece en ausencia de esas esferas públicas vitales, como la educación pública y superior, en la que los valores cívicos, la erudición pública y el compromiso social permiten una comprensión más imaginativa de un futuro que toma en serio las demandas de la justicia. , equidad y coraje cívico. La democracia debe ser una forma de pensar acerca de la educación, una que prospere al conectar la pedagogía con la práctica de la libertad, el aprendizaje a la ética y la agencia a los imperativos de la responsabilidad social y el bien público. [20] El capitalismo neoliberal despoja a la esperanza de sus posibilidades utópicas y se nutre de la idea de que vivimos en una era de esperanza cerrada, y que cualquier intento de pensar lo contrario resultará en una pesadilla. Sin embargo, el hecho es que sin esperanza no hay agencia y sin agentes colectivos, no hay esperanza de resistencia. En la era del fascismo naciente, no es suficiente conectar la educación con la defensa de la razón, el juicio informado y la agencia crítica; también debe estar alineado con el poder y el potencial de la resistencia colectiva. Vivimos en tiempos peligrosos. En consecuencia, existe una necesidad urgente de que más individuos, instituciones y movimientos sociales se unan en la creencia de que los regímenes actuales de tiranía pueden ser resistidos,

Notas

[1] Quiero agradecer a la Dra. Rania Filippakou por sus perspicaces comentarios editoriales.

[2] Peter Thompson, «La Escuela de Frankfurt, Parte 5: Walter Benjamin, El fascismo y el futuro», The Guardian (21 de abril de 2013). En línea: https://www.theguardian.com/commentisfree/belief/2013/apr/22/frankfurt-school-walter-benjamin-fascism-future

[3] Ver, especialmente, Stuart Hall, Capítulo 1: «La revolución neoliberal», La crisis neoliberal , ed. Editado por Jonathan Rutherford y Sally Davison, [Londres: Lawrence Wishart 2012]. En línea: http://wh.agh.edu.pl/other/materialy/678_2015_04_21_22_04_51_The_Neoliberal_Crisis_Book.pdf ; David Harvey: Una breve historia del neoliberalismo (Nueva York: Oxford University Press, 2005); Sheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Democracia administrada y el espectro del totalitarismo invertido , (Princeton University Press, 2008). Wendy Brown, “ Deshaciendo las demostraciones: Revolución sigilosa del neoliberalismo , (Nueva York: Zone Books, 2015). Virginia Eubanks, automatizando la desigualdad  (St. Martin’s Press, 2017); George Monbiot, Out of the Wreckage (Verso Press, 2017 ); Henry A. Giroux, American Nightmare: Enfrentando el desafío del fascismo ( City Lights 2018).

[4] Charles Derber, Bienvenido a la Revolución: Universalización de la resistencia por la justicia social y la democracia en tiempos peligrosos(Nueva York: Routledge, 2017). Heinrich Geiselberger, ed, The Great Regression (Londres: Polity, 2017).

[5] Jon Nixon, «Hannah Arendt: Thinking Versus Evil», Times Higher Education , (26 de febrero de 2015). En línea en: https://www.timeshighereducation.co.uk/features/hannah-arendt-thinking-versus-evil/2018664.article?page=0%2C0

[6] Ver, por ejemplo, Jane Mayer, «The Making of the Fox News White House», The New Yorker (4 de marzo de 2019). En línea: https://www.newyorker.com/magazine/2019/03/11/the-making-of-the-fox-news-white-house

[7] Pankaj Mishra, «Una postura de Gandhi contra la cultura de la crueldad», The New York Review of Books, [22 de mayo de 2018]. En línea: http://www.nybooks.com/daily/2018/05/22/the-culture-of-cruelty/

[8]  Hannah Arendt, Orígenes del totalitarismo (Nueva York: Harcourt Trade Publishers, Nueva edición, 2001).

[9] Paul Gilroy, » Contra la raza: imaginando la cultura política más allá de la línea de color «, Capítulo 4 -Hitler in Khakis: Íconos, propaganda y política estética ‘(Cambridge: The Belknap Press de Harvard University Press, 2000), pp. 144-145, 146

[10] Pankaj Mishra, «Una postura de Gandhi contra la cultura de la crueldad», The New York Review of Books, [22 de mayo de 2018]. En línea: http://www.nybooks.com/daily/2018/05/22/the-culture-of-cruelty/

[11] Joshua Sperling citó en Lisa Appignanesi, “Las formas de ser de Berger”, The New York Review of Books (9 de mayo de 2019). En línea: https://www.nybooks.com/articles/2019/05/09/john-berger-ways-of-being/?utm_medium=email&utm_campaign=NYR%20Tintoretto%20Berger%20Mueller&utm_content=NYR%20Tintoretto%20Berger%%20Merer + CID_22999ee4b377a478a5ed6d4ef5021162 & utm_source = Newsletter & utm_term = John% 20Bergers% 20Ways% 20of% 20Being

[12] Citado en Roger Griffin, «Preparando el renacimiento de la nación: la política y la estética del desempeño en el contexto de los estudios fascistas», en Gunter Berghaus, ed. Fascismo y teatro: estudios comparativos sobre la estética y la política del performance en Europa, 1925-1945. (Providencia: Gerghahn Books, 1996). En línea: https://www.libraryofsocialscience.com/ideologies/resources/griffin-staging-the-nations/

[13] Paul Gilroy, Against Race  (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.

[14] Paul Gilroy, Against Race  (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.

[15] Paul Gilroy, Against Race  (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.

[16] Chiara Bottici en Cihan Aksan y Jon Bailes, editores. «One Question Fascism (Part One),» ¿Vuelve el fascismo? »  State of Nature Blog,  [3 de diciembre de 2017]. En línea: http://stateofnatureblog.com/one-question-fascism-part-one/

[17] Henry A. Giroux, «La pesadilla del fascismo neoliberal», Truthout (10 de junio de 2018). En línea: https://truthout.org/articles/henry-a-giroux-the-nightmare-of-neoliberal-fascism/

[18] Hannah Arendt, «Responsabilidad personal bajo la dictadura», en Jerome Kohn, ed., Responsibility and Judgment, [NY: Schocken Books, 2003]. En línea: https://grattoncourses.files.wordpress.com/2016/08/responsibility-under-a-dictatorship-arendt.pdf

[19] Nicola Bertoldi, “¿Estamos viviendo una nueva ‘era de Weimar’ ?: resoluciones constructivas para nuestro futuro”, OpenDemocracy  (3 de enero de 2018). En línea: https://us1.campaign-archive.com/?e=d77f123300&u=9c663f765f28cdb71116aa9ac&id=367a142d39

[20] Henry A. Giroux, El terror de lo imprevisto  (Los Angeles: Los Angeles Review of Books, 2019).

 

Fuente: https://www.counterpunch.org/2019/05/10/pedagogical-terrorism-and-hope-in-the-age-of-fascist-politics/

 

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