Desigualdad, violencia y valores. Acerca de la Universidad Pública

México / 22 de octubre de 2017 / Autor: Humberto Muñoz García / Fuente: Campus Milenio

Un problema que ha estado presente en la historia de México es el de la desigualdad social. No hemos tenido la suficiente fuerza y habilidades para cambiar la situación injusta que padecen la mayor parte de nuestros compatriotas. Este problema se reproduce y se encuentra de diferentes maneras en distintos planos de la realidad social, siendo uno de ellos el educativo.  Doy algunos ejemplos.
En un análisis publicado en un libro del Seminario de Educación Superior, UNAM (2009), se indica que las universidades públicas en México forman un  conjunto institucional estratificado. La diferenciación va más allá de indicadores estrictamente económicos. Se expresa en función del contexto educativo (vía la cobertura), de la estructura demográfica ligada a la demanda, de la relación entre el subsidio y la matrícula, de los soportes intelectuales para hacer investigación y de criterios políticos. Lo que resalta, en suma, es que las universidades públicas se distinguen por diferencias en sus capacidades intelectuales, derivadas de los recursos materiales y humanos con los que cuentan.

Unas instituciones tienen más ventajas que otras para cumplir con sus tareas. Hay grandes diferencias para hacer investigación, formar investigadores,  contribuir al desarrollo del entorno social y para adquirir un determinado peso político que permita influir en las políticas públicas instrumentadas por el gobierno. Y estas desigualdades institucionales tienen que ver con las posibilidades de que los alumnos tengan una buena educación y que los actores y sujetos del cambio social cuenten con conocimientos apropiados al desarrollo local.
La institución donde se estudia o trabaja resulta de importancia para entrar al mercado laboral o para tener una voz reconocida en la opinión pública. Estudiar en una universidad es relevante en la definición de las oportunidades de vida y de estatus. En México, la mayor parte de los jóvenes no tiene acceso a la educación superior. Un poco más de seis de cada diez personas, que tienen entre 18 y 23 años, no estudian licenciatura. Y entrar a una universidad es más difícil para los jóvenes cuyas familias tienen ingresos escasos que para quienes provienen de las familias más adineradas. Aquí radica una desigualdad notable.
A fines del sexenio pasado, se indicó que un 20 por ciento de los jóvenes provenientes de los 4 deciles de ingreso más bajos estaban matriculados en el nivel superior. Ese porcentaje había aumentado, en contraste con el del pasado. Los estudiantes de las familias más ricas (deciles 9 y 10) doblaban esa proporción en las universidades públicas, mientras que la diferencia era bastante mayor cuando se trata de las universidades privadas. (Datos de la SEP). Estas últimas, como se sabe, incluyen a las instituciones de elite y a aquellas que atienden a estudiantes que no encontraron ubicación en las públicas o que no pueden pagar universidades caras.
El lugar donde habitan las familias también es significativo en relación con las oportunidades de estudio que se brindan. En México hay diferencias de cobertura muy grandes entre las entidades con más alta y más baja cobertura. En el estudio de Gil, Mendoza, Rodríguez y Pérez (2009) diecisiete entidades tenían una cobertura menor que el promedio nacional. En los datos mostrados por el Subsecretario Tuirán (2012) hay entidades que rebasan hasta 2.3 y 3.9 veces la tasa de cobertura más baja en el país. Las líneas divisorias no desaparecen, mantienen desiguales a los jóvenes en la República. La desesperanza de un mejor futuro es la que crece entre ellos.
Por otra parte, cuando incorporarse a una universidad es difícil, y se mantiene a los jóvenes en medio de la inseguridad y la incertidumbre, con un estrés cotidiano, en un ámbito social violento, se afecta el rendimiento escolar. Más aún, si hay violencia por la venta de estupefacientes en el barrio en el que se localiza la escuela o de plano en las instalaciones universitarias. No hablo de ninguna universidad en lo particular, porque hay señalamientos de que el problema se ha extendido sin distinción entre las instituciones.
La desigualdad educativa, traducida en falta de oportunidades de estudio, una dosis de violencia provocada por el clima social que se vive, y la carencia de valores éticos, nos dan una trilogía de factores de la cual no se desprende un futuro promisorio para las nuevas generaciones de universitarios. Y eso preocupa y duele. Necesitamos encaminarnos a cambiar las realidades institucionales para que el paso por nuestras escuelas y universidades produzca razonabilidad, pensamiento crítico, capacidades de convivencia con los otros, respeto a las ideas diferentes, disponibilidad para el diálogo, compromiso social y actitudes innovadoras.
Algunas cuestiones pueden resolverse sí se abren buenas universidades, sí se exige al Estado acciones eficaces contra la venta de drogas en los planteles y sí formamos estudiantes tolerantes que contribuyan a formular un nuevo pacto social.   Necesitamos nuevas políticas que amplíen el financiamiento a las universidades, políticas que liberen las falsas presiones en la vida académica, y políticas que estimulen el accionar ciudadano de los universitarios.

Fuente del Artículo:

http://campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=8828:desigualdad-violencia-y-valores-acerca-de-la-universidad-publica&Itemid=140

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Estado, universidad, humanidades y ciencias sociales

Por: Humberto Muñoz García

El sistema mundo no va bien y está lleno de incertidumbre: la crisis de septiembre 11, la primavera árabe, el terrorismo,  la crisis del 2008-09, el consumo de drogas, la guerra en  Siria, el ascenso de la ultraderecha en algunos países centrales y periféricos, Brexit, las desigualdades internacionales, la poca eficacia y el vasallaje de los Estados,  el descrédito de la democracia y los partidos políticos, las nuevas formas de la dependencia, la dominación que ejerce el sistema financiero, los movimientos juveniles, étnicos, las manifestaciones feministas, de los indignados, la falta de valores y creencias nacionales, de tolerancia y de razonabilidad política, la destrucción del medio ambiente y una masa de seres humanos con vidas desperdiciadas (Bauman, 2005), carencia de identidades, la influencia de las redes sociales opuestas al establishment, etc. Y faltan ideas fuerza que orienten la salida de la crisis.

En México, todos los días, algo indica que el país no va por el rumbo correcto. El modelo de desarrollo auspiciado desde los centros de poder, internos y externos, ha permitido un magro crecimiento de la economía, que no alcanza para corregir la desigualdad y la pobreza. Estamos frente a un Estado fracasado (Ghani y Lockhart, 2009), incapaz de regular el sistema social y la economía, en una crisis de valores, anomia y pérdida de legitimidad de la clase política. Las viejas estructuras políticas colapsaron. Así, se requiere una reforma del Estado. Para hacerla, hay que convocar a un esfuerzo colectivo, donde intervengan las universidades públicas, en unión con la sociedad civil y los actores favorables al cambio.

Entre la crisis y la apatía social se ha desatado una fuerte disputa por la nación. En este medio, México necesita  a sus universidades públicas. En ellas se han desarrollado las humanidades y las ciencias sociales, que son las disciplinas que coadyuvan a generar cohesión, recomponer el tejido social y estimular programas que redunden en beneficio de los más precarizados. Su conocimiento incluye mecanismos para impulsar la movilidad social y la legitimidad de los órganos del gobierno, por medio de una nueva agenda de políticas públicas.

En el marco de los problemas nacionales e internacionales, éstas disciplinas son de primera importancia. Así, se han creado fuerzas internas, en varias universidades públicas, para ganar poder y beneficios a sus intereses particulares. Buscan tomar el control de la investigación humanística y social, que tiene un papel protagónico en los cambios políticos por venir, y frenar la crítica. Han desencadenado una confrontación estéril contra el orden académico, cuando la energía institucional debe estar canalizada a abrir oportunidades de estudio a los jóvenes, nuevas investigaciones y a conectarse de manera más estrecha con la sociedad. Ante esta situación, los académicos de las humanidades y las ciencias sociales debemos cerrar filas para evitar que nos dividan y nos debiliten.

Los investigadores debemos organizarnos para demandar que el Plan de Desarrollo de cada universidad dé cabida a un plan apropiado a las Humanidades y las Ciencias Sociales, que contenga y aplique las medidas que desarrollen, fortalezcan y consoliden el sistema de investigación en estas disciplinas.

Un proyecto institucional específico, que abra espacios, fomente la creación de equipos de investigación y condiciones para generar conocimiento, de manera libre y rigurosa. Que el sistema de investigación pueda expandirse mediante la lógica de la diversificación, y que los resultados sean pertinentes, orienten y den sentido a los cambios en la sociedad, contribuyan al avance teórico, metodológico, y a la formación de nuevos investigadores. Es imperativo que en este plan disciplinario se formulen las reglas generales de evaluación apropiadas a estos campos  del conocimiento.

Desde hace tiempo, en el mundo académico se habla de la apertura de las ciencias sociales y las humanidades, y de la ruptura de los límites disciplinarios. También, del modo de producción del conocimiento en su contexto de aplicación. Sobran ideas para señalar  que las humanidades y las ciencias sociales tienen que avanzar de forma inter y multidisciplinaria por la complejidad extrema que tiene la fenomenología social en países como México. Necesitamos, en las universidades públicas, estructuras organizativas flexibles, redes y proyectos colectivos, que eleven la capacidad de conocer.

Es fundamental, igualmente, que existan organismos que agrupen a los académicos de estas disciplinas a nivel nacional, que en su dinámica nos reúnan periódicamente en congresos, formulen agendas indicativas de lo que es emergente y urgente de conocer, y que refuercen los valores comunitarios que nos cohesionan en nuestras diferencias, que son muchas y de muchos tipos.

También,  es menester que la dirección de las humanidades y las ciencias sociales la hagan académicos de trayectoria, con prestigio y reconocimiento de su comunidad, con capacidad de convocatoria, diálogo, comunicación externa  y sensibilidad política. Que garanticen un clima intelectual que resalte el papel estratégico de la universidad, dentro del actual contexto nacional, como una institución que, en serio, crea futuro.

Fuente: http://campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=6966:estado-universidad-humanidades-y-ciencias-sociales&Itemid=140

 

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La universidad pública: Una respuesta para la coyuntura

Por: Humberto Muñoz García

La teoría de la dependencia, elaborada por Cardoso y Falleto, nos ubicaba como un país dependiente, periférico, en el sistema mundo. Después de muchos años, desde la entrada de México al GATT y con el Tlcan, nuestros lazos de dependencia se amarraron con más fuerza, particularmente con Estados Unidos, país con el que comerciamos la mayor parte de nuestras mercancías.

Los amarres con Norteamérica han llegado a ser de corte estructural en la economía, tal que el crecimiento de México depende en buena medida de lo que pase en el vecino país. Los términos de intercambio consisten, todavía, en que nosotros producimos materias primas y ellos nos venden productos elaborados (el caso del petróleo y la gasolina). Importamos alimentos procesados, tecnología, conocimiento,  hemos cedido  territorio y puesto mano de obra barata en disponibilidad para empresas como las automotrices, y mineras que vienen de Canadá.

En México se hacen buenos negocios, con los bancos (integrados al sistema financiero mundial), con las maquilas, y hay como invertir desde el extranjero en infraestructura turística, explotada al máximo para que rinda frutos a corto plazo. Ofrecemos servicios a bajo costo para quien tiene dólares y enviamos a muchos jóvenes, hombres y mujeres, a Estados Unidos para que trabajen en el sector terciario haciendo tareas que sus ciudadanos no quieren desempeñar.
Con el libre mercado han venido grandes empresas, que han establecido parques industriales, acompañadas por otras empresas que producen insumos para el producto final. Vienen por los bajos salarios. Son cadenas productivas difíciles de desmontar. Culturalmente, hemos sido invadidos, por ejemplo, con el cine, la televisión y la moda, tres aspectos que crean subjetividades afines a la dependencia. Y, por último, pero no menos importante, producimos y vendemos drogas, compramos armas.

En todo el proceso de desarrollo hacia fuera, las instituciones sociales se han debilitado, ha crecido la pobreza y, prácticamente, se ha extinguido la movilidad social, al tiempo que la riqueza se ha concentrado. Pero, ahí no se agota el modelo, porque éste ha podido funcionar gracias a la asociación y acuerdos de los grupos dominantes en ambos lados de la frontera y gracias a la falta de alianzas y fuerza de las clases subordinadas que sostienen la estructura de poder con su voto.

En una observación de largo plazo, hemos estado sometidos a crisis recurrentes;  la de ahora se puede poner peor, si se toman medidas como las que ha anunciado el próximo presidente norteamericano. Ante una perspectiva diferente de las relaciones de México y Estados Unidos, tenemos la desventaja de una economía que no jala y una clase política que se ha debilitado mucho, en lo que va de este siglo. Ha manejado el Estado a favor de los intereses de las elites dominantes de aquí y de allá, ha endeudado a la nación, recortado los presupuestos, eliminado conquistas sociales, y facilitado que parte de los excedentes salgan hacia fuera, incluido el capital cultural que perdemos con la fuga de cerebros.

En este contexto se ubican las universidades y universitarios de México. Lo que sigue para la universidad en este  modelo de desarrollo, también se presenta difícil, porque la investigación requiere de inversiones fuertes, para hacer ciencia básica y transferir conocimiento aplicable, que se conecte  con los sectores más dinámicos de la economía ligados al mercado interno, para generar bienestar y nuevas expectativas para los jóvenes. Nuestra universidad pública puede desarrollar una capacidad científica al servicio de las necesidades sociales. De ella salen conocimientos para progresar.

Al  mismo tiempo, con todo el cuidado que requiere la academia, habría que impulsar la presencia de las ciencias sociales y las humanidades en los medios de comunicación. La universidad necesita reforzar sus nexos  con la sociedad y ser un centro de reflexión y pensamiento autónomo al servicio de los intereses nacionales. Usar  las ciencias sociales y las humanidades para tener conocimientos al día de cómo evoluciona la crisis del sistema mundial y cómo nos ubicamos en él. Además, para auxiliarnos en la construcción de una nueva ética social que nos haga sentir dignos.

Ante crecientes dificultades y amenazas contra nuestra sociedad, la universidad puede crear, con sus académicos,  agrupaciones de investigadores, equipos multidisciplinarios de trabajo temporales, integrados a organizaciones flexibles,  programa o seminario,  cuya misión sea analizar de forma sistemática, en plazos cortos, las causas y efectos de los problemas y procesos locales, nacionales y globales. Los resultados que se obtengan brindarán orientaciones estratégicas que auxilien a la toma de decisiones en materia de políticas públicas. Y ésta es solo una forma de cómo la universidad puede contribuir a que el país salga adelante de esta coyuntura.

La idea es que la universidad pública concentre esfuerzos para responder a la extrema dependencia de la sociedad,  de manera efectiva, ante los cambios políticos que están a la puerta. Contribuir a que la sociedad adquiera una imagen positiva de sí misma para que siga un nuevo rumbo.

Fuente: http://campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=5286:la-universidad-publica-una-respuesta-para-la-coyuntura&Itemid=140

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