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México y los pendientes de la «Cuarta Transformación»: a tres años de su ascenso

Por:  Isaac Enríquez Pérez

Trastocar las estructuras de riqueza y las ancestrales desigualdades que benefician a las oligarquías empresariales y a las clases políticas rentistas, es aún hoy día uno de los grandes pendientes que no es abordado por la llamada «Cuarta Transformación».

Materializar un cambio de régimen no solo es una tarea monumental, sino que precisa de sagacidad y tacto para propiciar la cercanía de una enorme constelación de fuerzas socioeconómicas para con el proyecto político que lo prefigura. Por no decir que dichas fuerzas estarían sujetas a la urgencia de ceder en sus intereses creados. Un cambio de régimen supone reconfigurar profundamente las instituciones de una república y crear otras nuevas que apuntalen el discurso político y ventilen, con nuevos aires, el panorama y las prácticas de la nación en cuestión. Si queremos ser más ambiciosos aún, un cambio de régimen amerita transformar a fondo las estructuras propias del patrón de acumulación y trastocar las desigualdades y conflictividades que subyacen en esa sociedad en cuestión.
En el caso de México, país con hondas y ancestrales desigualdades, pese a los cambios electorales del 2018 que redundaron en el relevo de las élites políticas, la nación continúa sitiada por la inoperancia y postración del Estado y por las estériles disputas de esos grupos hegemónicos en torno a su depredación y privatización. Sin un proyecto de nación más o menos configurado, México deambula en medio del extravío, el desconcierto y la banal y superficial polarización.

Sin renunciar al modelo económico inspirado en el fundamentalismo de mercado, el actual gobierno de México, a tres años de su ascenso, se muestra titubeante e incapaz de impulsar cambios que no sean meramente cosméticos. No solo es incapaz de hacer valer a plenitud la bandera anticorrupción con la cual más de 30 millones de Mexicanos le brindaron sus preferencias electorales, sino que ésta se desvanece conforme el cerco mediático escala ataques descontextualizados y desvía la atención respecto a los graves problemas estructurales. Más todavía: por el tipo de política económica privilegiada prevalece aún el estancamiento estabilizador.

El de Andrés Manuel López Obrador es un gobierno si bien con amplias dosis de legitimidad popular, es también asediado por la falta de cohesión entre las élites políticas y empresariales. Que desde el Estado no se ejerza la hegemonía sobre los poderes fácticos es un síntoma más de la supeditación de aquel a los designios del mercado y del carácter disruptivo de la economía criminal. Más aún, el desmonte del Estado desarrollista desde la década de los ochenta fue directamente proporcional al ascenso de intereses creados que desdibujaron toda posibilidad de articular un proyecto de nación sobre la base del mercado interno. Desde entonces la postración de ese Estado.

En este escenario, la autodenominada «Cuarta Transformación» es la bocanada de aire que las estructuras de poder, riqueza y dominación necesitaban para restablecer los márgenes de legitimidad erosionada con la transnacionalización de la economía y la pauperización social derivada de sus contradicciones. Este movimiento político es parte de la ficción de la ideología de la democracia, que tiene como principal contradicción la exacerbación del subdesarrollo de México, del sacrificio de las clases medias y la cancelación de las posibilidades de bienestar de las mayorías.

Y aquí logramos situar el primer pendiente de la llamada «Cuarta Transformación». La emergencia de nuevas desigualdades y conflictividades –y más en el concierto del colapso pandémico– eclipsa toda posibilidad de cambio de régimen. La sola transferencia de apoyos monetarios a amplios sectores populares como parte de la política neo-asistencialista no resuelve por sí sólo el abanico de problemáticas que se desdoblan desde una estructura social densamente estratificada y excluyente. Esto es, la llamada «Cuarta Transformación» es incapaz por sí misma de revertir una estructura desigual de riqueza signada por el rentismo, el neo-extractivismo y la super-explotación de la fuerza de trabajo. El mandatario mexicano alardea del incremento record de las remesas, que para el caso del año 2021 alcanzaron los 52 743 millones dólares (equivalente al 4,1 % del PIB). Sin embargo, las remesas son el símbolo de la exclusión social mexicana y del fracaso de un modelo económico que, entre otras cosas, apostó por el abandono del campo.

Más aún, instalados en el sinsentido de la confrontación facciosa, se pierde de vista el ascenso de las nuevas desigualdades y de la exclusión social. Las nuevas formas de explotación se diluyen con una falsa «grieta» en la sociedad mexicana bifurcada por la dicotomía chairo/fifí, moreno/prianista. Es un falso y superficial debate que conviene a todos los involucrados: las oligarquías se benefician de esa polarización aparente al continuar incuestionados e intocados sus privilegios y al no sujetarles a una reforma fiscal progresiva. Beneficia también a la partidocracia de distinto signo ideológico que extraviada en el callejón de la ausencia de propuesta de cambio verdadero, aprovecha la confrontación para reivindicarse y encontrar una razón de ser. Por un lado, las oposiciones se resisten a su erosión total al enfocar sus dardos al actual Presidente. Por otro, el Presidente y su partido viven de la eterna culpa endilgada al pasado y a la «larga noche neo-liberal» sin salir de ella y solo retocarla. Mientras el patrón de acumulación imperante permanezca incuestionado, toda supuesta polarización será falaz y superficial.

En suma, trastocar las estructuras de riqueza y las ancestrales desigualdades que benefician a las oligarquías empresariales y a las clases políticas rentistas, es aún hoy día uno de los grandes pendientes –si no es que el principal– que no es abordado por la llamada «Cuarta Transformación». Y ello se evidencia con el hecho constatable de que los megamillonaríos mexicanos aumentaron su riqueza alrededor del 30% en tiempos de pandemia.

Un segundo pendiente relacionado con lo anterior es el relativo al obsequioso oficio de la «Cuarta Transformación» respecto a las oligarquías y las grandes fortunas, y que consiste en evadir la posibilidad de emprender una reforma fiscal. Timorato ante el energúmeno que pudiese despertarse entre la clase empresarial y rentista, el gobierno de México desistió hasta este momento de adoptar un régimen fiscal progresivo que grave a las grandes fortunas. No se trata solo de gravar proporcionalmente a las empresas –que en última instancia transfieren los impuestos al consumidor final–, sino que se trata de gravar al que más tiene y no solo a las clases medias. Evitar la evasión y el fraude fiscal es un imperativo; lo mismo que colocar la lupa del fisco en los paraísos fiscales donde radican fortunas mexicanas y en los mercados de valores. Además, sin un sistema regulatorio sobre la banca comercial que suprima comisiones que recaen sobre los usuarios de clases medias y empobrecidas, el poder de mercado de estas entidades privadas no será erosionado.

A su vez, la llamada «Cuarta Transformación» evade toda posibilidad de promover el federalismo fiscal; al tiempo que elude la reforma administrativa en las escalas municipales y estatales. Lo que también se experimenta es una debilidad estructural en los ingresos de la federación por la restricción en los ingresos petroleros. Sin un socavamiento de la dependencia petrolera en las exportaciones mexicanas y en los ingresos fiscales toda posibilidad de (re)construir un proyecto de nación sobre bases endógenas tenderá a diluirse.

Las entidades federativas y los municipios no hacen un mayor esfuerzo recaudatorio, y eso los reduce a la dependencia de las transferencias federales. En una actitud acomodaticia y de falso confort, lo mismo el gobierno federal renuncia a la posibilidad de estimular la corresponsabilidad fiscal en esas escalas locales de gobierno.

Alrededor de la mitad de los municipios se encuentra en riesgo de quiebra técnica (es decir, no tienen capacidad de liquidar gastos operativos y nóminas). Elevadas a agencias de colocación laboral trianual, los municipios son asfixiados por la expansión de sus burocracias inoperantes y disfuncionales. Más todavía: el grueso de los municipios de México son incapaces de cobrar el predial y de hacerse con recursos propios. El predial, en general, no se paga; solo 200 municipios lo cobran con eficacia. Lo mismo que otros impuestos. Pero ese no es el gran problema con las entidades federativas y los municipios, pues no se ejerce la rendición de cuentas respecto a estos y otros nuevos impuestos. Es también una situación de descontento por parte de la misma ciudadanía que no mira sus impuestos traducidos en servicios públicos eficaces y oportunos.

El otro nudo problemático soslayado por la llamada «Cuarta Transformación» y que impide un cambio de régimen es la persistente debilidad del Estado de derecho y la generalizada crisis institucional. Maniatado por las herencias del pasado, el gobierno es incapaz de emprender una reforma del Estado  y de re-diseñar una nueva Constitución Política. Y más allá de ello, no es capaz de hacer valer el imperio de la ley y de someter a los poderes fácticos. Si no se aprovecha la legitimidad ganada en las urnas para promover un nuevo pacto social que redunde en una nueva Carta Magna, entonces la estructura jurídica del Estado será un andamiaje desfasado, desfigurado y vaciado de contenido.

Así como no es trastocado el patrón de acumulación, tampoco lo es el régimen de burocracias y tecnocracias doradas que, inmersas en la autonomía, encubren sus intereses y voracidades. La duplicación de funciones e instituciones, la inoperancia e ilegitimidad son signos de entidades del sector público que solo absorben recursos públicos y ofrecen resultados dudosos. Tal vez el Instituto Nacional Electoral (INE) sea el ejemplo paradigmático de este tipo de entidades autónomas que requieren intervención quirúrgica como uno más de los pendientes de la «Cuarta Transformación».

Un último gran pendiente del actual gobierno de México que nos atrevemos a esbozar es el referido a la insolencia y estrangulamiento financieros de más de una docena de universidades públicas locales. Asediadas por la austeridad fiscal, los malos manejos internos y el gigantismo burocrático, la salida a la crisis de estas universidades no consiste en ignorarla ni en evadir el trasfondo del problema desde el gobierno federal. Tampoco la solución es crear, así sin más y regidos por la obsesión del cero rechazo de aspirantes, una red de 100 nuevos campus universitarios (Universidades para el Bienestar Benito Juárez García) que corren el riesgo de reproducir los vicios del sistema universitario nacional. Considerando el crucial papel de esas universidades estatales en la identidad local, y que se encuentran estranguladas, precisan de su rescate no solo financiero, sino sobre todo de su rescate académico, más allá de la ficción de la autonomía de las mismas. Si la llamada «Cuarta Transformación» no impulsa procesos de autorreflexión y autotransformación en estas organizaciones universitarias, se acrecentará la deuda social con las juventudes mexicanas y sus posibilidades de inclusión y movilidad social.

Son estos algunos puntos de reflexión que pueden obligar a un análisis más amplio a tres años del ascenso del actual gobierno mexicano. Romper con la falaz confrontación supone ir más allá de lo superficial y los marasmos mediáticos que interesadamente mantienen al país en esa ruta sin salida y sin sentido de la polarización. El problema es de fondo, y se extiende a la urgencia de pensar el desarrollo con cabeza propia  y sobre principios nacionalistas que sitúen en el centro las nuevas formas de la desigualdad y la explotación en un México cada vez más fragmentado.

Fuente de la información e imagen: https://www.alainet.org
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Edgar Morin, 100 años de vida, aventura y pensamiento

Buscamos un conocimiento que traduzca la complejidad  de lo que se llama lo real, que respete la existencia de los seres y el misterio de las cosas, e incorpore el principio de su propio conocimiento. Necesitamos un conocimiento cuya explicación no sea mutilación y cuya acción no sea manipulación. Plantear el problema de un «método” nuevo. (Edgar Morin). 

El pensador francés Edgar Morin –originalmente llamado Edgar Nahoum– (n. 1921) cumplió 100 años de vida el pasado 8 de julio. Y con ello alcanzó su plenitud una prolífica obra de corte interdisciplinario que escapa al rótulo, al encasillamiento y la moda característicos del mundo académico y de la difusión del conocimiento. Desde una perspectiva erudita y una profunda vocación por el conocimiento y el saber, Morin aprendió a desplegar su pensamiento en libertad, siguiendo en todo momento las dinámicas históricas del todo y sin extraviarse entre el caudaloso, coyuntural e inmediatista río de las partes o elementos componentes.

Colocando su énfasis en lo inesperado y en lo incierto del mundo contemporáneo, Morin levantó el vuelo de su imaginación creadora para elevarse con sagacidad y perspectiva sobre el bosque y evitar extraviarse entre un puñado de árboles. Incapaz de compartimentalizar el rigor de su pensamiento respecto a la ética y lo cotidiano, Morin aprendió a vivir y a tomar el pulso a los acontecimientos convulsos, a las contradicciones y a las crisis del siglo XX y de las primeras dos décadas del siglo XXI –no olvidar que nació muerto, estrangulado por el cordón umbilical e introducido a la vida a través de las bofetadas del médico, y que fue parte de la Resistencia francesa durante la Segunda Gran Guerra. Esa tensión está presente y se observa en sus sesenta libros escritos que afrontan el desafío de unir teóricamente al ser humano biológico con el ser humano histórico/cultural.

Heredero del pensamiento de Heráclito de Éfeso, Georg Hegel, Karl Marx, Fiodor Dostoievsky y de Gaston Bachelard, Edgar Morin contrasta el mundo de las ideas con las contradicciones del mundo fenoménico; al tiempo que es capaz de experimentar en su vida y cuestionar las contradicciones y el antagonismo. El escepticismo es la impronta del pensamiento de Morin; en tanto que el deseo de aventura y la interrogante incisiva son sus principales armas para construir sentido ante sus desafíos intelectuales y de vida.

Capaz de desplegar las raíces más profundas del pensamiento crítico, Morin apuesta por la convergencia de los conocimientos y saberes en lugar de su fragmentación y dogmatismo. Solo con esa apertura de pensamiento es posible enfrentar la gran aventura de la vida individual, de las naciones y de la humanidad misma. Desde su pensamiento aboga por gestar y cultivar una capacidad de desplegar la resiliencia y la esperanza para adaptarse a esa incesante incertidumbre.

Su propuesta del pensamiento de la complejidad es un llamado a no separar lo inseparable y que convive entrelazadamente en el mundo fenoménico. Ante la “crisis de la inteligencia”, que evidencia los fallos y limitaciones del pensamiento y del conocimiento en momentos de crisis sistémica, Morin urge a brindar respuestas ante las incertidumbres y los distintos colapsos que enfrenta la humanidad, asumiendo que el devenir no está escrito, sino que está por escribirse.

En su obra remarca la paradoja entre realidad como totalidad, conocimiento y ultra-especialización, enfatizando en lo diverso y en lo entretejido que caracteriza a esa realidad. Entre los temas de Morin –con los cuales pretende dar salida a esta paradoja– destacan la vida y la muerte, la estructura del pensamiento, las relaciones humanas, el amor, la sabiduría, el cine, el futuro, la praxis política, la globalización, la educación, la epistemología, la filosofía, la sociología, entre otros. Su vocación como pensador está preñada por la provocación a través de sus ideas, por abrir nuevos horizontes de pensamiento y por aceptar la naturaleza de lo incierto. Sin esa incertidumbre y su asimilación, el razonamiento y la acción social pierden fuerza y vigencia.

Entonces, para Edgar Morin un sistema complejo es un entretejido conformado por la interrelación y heterogeneidad de sus partes constitutivas y que condensa la unidad y, a su vez, lo múltiple y lo diverso. Esa interrelación supone decisiones, concepciones, idiosincrasias, acciones, acontecimientos, interacciones, materialidad, espiritualidad, azar, transformación permanente, desorden y ambigüedad. Se trata de una perspectiva sistémica anclada en un humanismo crítico refinado que ofrece un conocimiento de corte enciclopédico e integrador.

Su obra no solo es una luz epistemológica en la relación no siempre tersa entre las ciencias y las humanidades y ante el carácter obtuso de ambas al darse la espalda mutuamente, sino que también es un camino para incidir en la vida pública (diría Morin que se trata de “regenerar la política, humanizar a la sociedad y regenerar el humanismo”). Es también una perspectiva para orientarnos en el mundo, en sus problemáticas y en sus contradicciones a partir de la noción de que la realidad es una totalidad interrelacionada, antagónica y diversa. No solo los objetos de estudio abordados desde el conocimiento sistemático son complejos; lo son también los problemas públicos y la vida en sociedad. De ahí que ameriten de una perspectiva totalizadora para atenderlos y acercarnos a sus posibles soluciones. Todo problema público –y la sociedad misma– es –o tiene implicaciones o aristas entreveradas referidas a lo– económico/material, político, ideológico, jurídico, simbólico/cultural, institucional, psicológico, neurológico, etc. Lo económico es jurídico, es político, es ideológico y cultural; pero también lo jurídico está condicionado por la praxis económica y por la identidad y las idiosincrasias de las sociedades, y así sucesivamente. Y, por tanto, toda toma de decisiones y agenda pública tiene que fundamentarse en una perspectiva totalizadora que no obvie esas distintas aristas. Más urgente esa postura de cara a la crisis de la política como praxis transformadora (https://bit.ly/2OdSmBL) y de cara a la ignorancia tecnologizada (https://bit.ly/2BMr039). Un ejemplo de lo anterior sería la pandemia, en tanto hecho social total que amerita abordarse como una crisis sistémica y societal sintetizadora de múltiples y multidimensionales crisis y colapsos civilizatorios (https://bit.ly/3l9rJfX). No basta con reducirla a un fenómeno estrictamente sanitario, sino que resulta urgente abrir la mirada a sus múltiples horizontes  Para remontar las cegueras que este túnel pandémico nos impone, necesitamos echar mano de la luz que brinda el pensamiento y la obra de eruditos como Edgar Morin.

Fuente: https://rebelion.org/edgar-morin-100-anos-de-vida-aventura-y-pensamiento/

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La crisis del capitalismo y el extravío ideológico en la praxis política

Por:  Isaac Enríquez Pérez

Succionar y vaciar a la política como praxis transformadora de la realidad social es la evidencia más contundente del triunfo incuestionable del individualismo hedonista (https://bit.ly/2QIhEMG), pero ello no es un cuadro completo si no observamos el destierro de los debates éticos e ideológicos en el espacio público; así como la carencia de respuestas de cara a la crisis global del capitalismo y a las promesas incumplidas del liberalismo en tanto fundamento del proceso civilizatorio iniciado dos siglos atrás.

 

La crisis del capitalismo es económico/financiera al acentuarse –salvo la excepción de China y pese al incremento de las ganancias y de las reservas en dinero que no es re-invertido por parte de las grandes corporaciones– el estancamiento de la economía mundial y la sobre-saturación de los mercados internacionales; así como al afianzarse un patrón neo-extractivista, rentista, ambientalmente depredador y concentrador de la riqueza. Es también una crisis política al exacerbarse el colapso de legitimidad de los Estados y al agotarse la misma hegemonía legitimada y consentida del capitalismo. Es también una crisis societal al recrudecerse la desigualdad extrema global y las conflictividades que ello genera y que termina por poner en entredicho la estabilidad de las estructuras de poder, riqueza y dominación: a lo largo de la segunda década del siglo XXI, el 1 % de la población mundial controló más del 50% de la riqueza mundial, en tanto que el 80% de los pobres solo logró acaparar el 5% de lo producido y distribuido. Este dato, en sí mismo, evidencia las ausencias y la inoperación de los Estados de cara al afán de lucro y ganancia disfrazado, sin fundamento, de libertad individual y de mano invisible del mercado.

 

Con la pandemia del Covid-19 se aceleró esa crisis sistémica y ecosocietal que condensa el crónico estancamiento del capitalismo, las recurrentes crisis económico/financieras, la decadencia de la hegemonía norteamericana, el agotamiento de un patrón energético/tecnológico, y el mismo colapso civilizatorio (https://bit.ly/3l9rJfX). Y ante ello, la vida pública y el ejercicio de la praxis política fueron socavados y vaciados de sustancia en aras de resolver los múltiples problemas públicos. Monotematizada la pandemia al reducirla mediáticamente a un asunto meramente sanitario y coyuntural, se pierde de vista su sentido como hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) y su carácter red de sistemas complejos (https://bit.ly/3j7iwmV). Ante ello, la praxis política se muestra postrada, inoperante e incapaz de brindar respuestas y de facilitar la comprensión cabal de cara a las múltiples problemáticas que se entrelazan con la crisis epidemiológica global.

 

La erosión del pensamiento utópico, entendido como capacidad para imaginar el futuro y edificar alternativas de sociedad (https://bit.ly/30kbnsV), así como el mismo abandono de la política en tanto escenario para la formación de cuadros y para la construcción de respuestas relativas a la génesis de los problemas públicos, explican el extravío ideológico de las élites. La caída del Muro de Berlín fue lapidaria al respecto al instaurar la resignación y el fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama. 1989 significó no solo una reconfiguración geopolítica y geoeconómica, sino también la pérdida de referentes ideológicos y el arribo del capitalismo como fatalidad incuestionable, eterna e inmutable. De allí su distancia con el año de 1789 y con los valores que se condensaron en la llamada Revolución Francesa y en el proceso de occidentalización que ésta perfiló. El fundamentalismo de mercado ensayado en las siguientes décadas no hizo más que llevar a sus últimas consecuencias la postración y captura del Estado, su carácter inoperante y sus múltiples ausencias que conducen a una orfandad ciudadana.

 

El extravío ideológico que experimentan los tomadores de decisiones y quienes aspiran a un cargo público desde los sistemas de partidos, se explica por la despolitización y desciudadanización de las sociedades contemporáneas, así como por la adopción de un pragmatismo a ultranza que exacerba el individualismo hedonista, la lapidación de la palabra (https://bit.ly/3aDAs7x) y la consecuente entronización de la imagen y las emociones pulsivas en las redes sociodigitales.

 

Más que el apego a una ideología por parte de la clase política y de sus facciones, seguidores y votantes, lo que se despliega es el ascenso irrestricto del sectarismo pulsivo que perfila una aparente polarización de las sociedades a partir de la instigación del odio, la estigmatización, la denostación y el ninguneo “de el otro” que siente –más no piensa– diferente. Esa sociedad de los extremos (https://bit.ly/3oWfhlT) es una forma de inmovilizar al votante y de conducirlo por senderos propios de los dispositivos de control de la mente, la cuerpo y la conciencia. La polarización es falsa o aparente porque ninguna de las posturas encontradas plantea salir de los círculos viciosos del capitalismo genocida en las sociedades contemporáneas. El objetivo del enfrentamiento y de la “grieta” es la burda defensa de intereses creados y la alianza con poderes fácticos.

 

Ni demócratas y trumpistas republicanos, ni europeístas y nacionalistas, ni peronistas y antiperonistas, ni chavistas y antichavistas, ni morenistas y antilopezobradoristas, ni ninguna otra dicotomía se rige por un sistema ideológico cohesionado y dotado de fundamentos filosóficos y éticos sólidos. Más bien, instalados en ese pragmatismo ramplón y sin referentes, despliegan una narrativa dicotómica, del “ellos y nosotros”, de blanco y negro, apelando a los instintos y no a la razón del votante. El miedo y las posturas mesiánicas del “rescate” juegan un papel crucial en ello, relegando a los confines del olvido y la desmemoria toda posibilidad de comprender a cabalidad el origen de los flagelos sociales y de desprenderse de los parámetros del patrón de acumulación imperante, y que es una de las principales causas de el malestar en la política y con la política (https://bit.ly/2ZKkZgg).

 

Entonces, si el sectarismo priva por encima de la diversidad ideológica, el debate razonado y la propuesta meditada, el atrincheramiento en alguna postura se hace a partir del predominio de intereses creados regidos por la mezquindad –en el caso de las élites– y de la ausencia del pensamiento crítico entre un electorado desinformado y que reproduce esos esquemas de odio transmitidos desde la televisión y las redes sociodigitales. La política como un espectáculo y parodia (https://bit.ly/3fOUa2F), y como un ramplón mercadeo (https://bit.ly/33ZaKWR) que privilegia la difusión de ilusiones y estafas (https://bit.ly/3vx7tt3), hace el resto para sepultar los referentes ideológicos y éticos que le darían forma a la cultura ciudadana y al ejercicio pleno de derechos políticos.

 

Más aún, mientras persista esa sociedad de los extremos y la ausencia de mínimos consensos, el extravío ideológico de las élites políticas y empresariales aleja toda posibilidad de construcción de renovados pactos sociales orientados a trascender la crisis del capitalismo y sus distintas manifestaciones –incluso aquellas impuestas por el mismo consenso pandémico. Si las sociedades contemporáneas continúan estancadas en ello, entonces la era del desencanto y la desilusión persistirá por tiempo ilimitado a la par del recrudecimiento de los lacerantes sociales.

 

La lucha del poder por el poder se impone como criterio de actuación en el escenario público y las rivalidades no son ideológicas, sino regidas por intereses sectarios de grupos sin escrúpulos que no les importa el civismo ni la solución de los problemas que enfrenta cotidianamente el ciudadano de a pie. Importa gestionar esos problemas, construir clientelas controlables, y evitar que la inestabilidad ponga en predicamento el patrón de acumulación. Importan los arreglos con los poderes fácticos, pero no remontar el sentido de la exclusión del ciudadano respecto a las decisiones que impactan en la dinámica de las sociedades.

 

La construcción de ideas en o para el debate público es fundamental más allá de los cascarones vacíos y retóricos que representan nociones como democracia, progreso, libertad económica, entre otras. De ahí la relevancia de remontar la resignación y de reivindicar el pensamiento utópico para pensar en el futuro y en el retorno a la política como praxis para la construcción de consensos y no para estimular pulsivamente la polarización.

 

Fuente de la información e imagen:    www.alainet.org
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Felicidad, individualismo hedonista y enfermedades mentales en la era pandémica

Felicidad, individualismo hedonista y enfermedades mentales en la era pandémica

Las posibilidades de realización individual y de alcanzar lo que se desea, en su versión contemporánea, se anclan a la ilusión etnocéntrica del progreso y a sus facetas materiales derivadas de un ascenso lineal y meritocrático dado por el trabajo duro en condiciones de supuesta igualdad de oportunidades. Es una aspiración innata en el ser humano, pero no siempre realizable debido a las contradicciones que subyacen en las formas de organizar la vida en las sociedades.

Aunque los deseos de mejora y satisfacción están presentes en la historia de la humanidad, lo específico de la noción de felicidad en los tiempos actuales es que se posiciona como una mercancía rentable relacionada con la prosperidad material y como un instrumento ideológico que, por un lado, justifica los lacerantes sociales derivados del fundamentalismo de mercado y de su régimen de explotación y, por otro, amplía los márgenes del social-conformismo y la despolitización y desciudadanización de la sociedad que evidencia una de las facetas del colapso civilizatorio contemporáneo (https://bit.ly/2OdSmBL). Entonces la esquizofrenia organizacional, institucional y publicitaria hacen del sobredimensionamiento del yo un camino que refuerza la llamada mutación antropológica (https://bit.ly/3v9Zao9). El retraimiento del individuo –su ensimismamiento sin más aliciente que el hedonismo, el «disfrutar el aquí y el ahora» porque lo que resta es la muerte– y la emergencia de una era de las vidas sinsentido refuerzan estas tendencias que penden del único referente dado por el consumismo que deja sin saciedad a los individuos expuestos a la publicidad y al vértigo de la obsolescencia tecnológica programada.

Entonces se asume que la falta de éxito y los problemas sociales no son histórico/estructurales o sistémicos, sino fruto de insuficiencias o deficiencias emocionales que el individuo debe controlar para volver a apostar por ese supuesto éxito relacionado con la mentalidad empresarial. De ahí la correspondencia con la racionalidad tecnocrática que le dio forma al fundamentalismo de mercado de las últimas décadas y al desmonte del Estado como macroestructura institucional capaz de contribuir a la solución de los grandes problemas sociales.

Si el individuo y su familia sufren o experimentan el dolor, es porque son incapaces de sobresalir y de lograr sus aspiraciones que, por lo regular, se encuentran en el territorio del consumo de bienes, servicios y símbolos. La dictadura autoimpuesta del rendimiento conduce a los individuos a desvirtuar la cultura del esfuerzo y a privilegiar la auto-explotación con el único fin de ejercer el ocio o comprar a crédito y vivir para solventar la deuda eterna, en lo que sería un camino de permanente inseguridad, estrés y pérdida de control sobre su patrimonio familiar. Ello genera insatisfacción, desilusión y desamparo, y más en un escenario de incertidumbre, híper-desempleo y de crisis económico/financieras recurrentes.

La falaz psicoterapia de la felicidad funciona como un dispositivo político y de control que erosiona toda capacidad para ejercer el pensamiento crítico. Despojado de la capacidad de pensar desde una perspectiva utópica y emancipadora, el individuo confunde la realización personal con el bienestar social, y se supedita a los cánones del productivismo y la mercadotecnia. La mentalidad de mercader se impone a la del zoon politikón (animal político) que proclamó Aristóteles; en tanto que el homo videns –del que habló Giovanni Sartori)– y el homo digitalis se imponen al homo sapiens.

La salud mental y emocional se reduce a una especie de anestesiamiento permanente en el cual el individuo evade el dolor y el sufrimiento derivado de estructuras de poder, riqueza y dominación que le subordinan y diezman tanto en la praxis económica como en la vida pública y las prácticas culturales. Importa la mentalidad triunfadora, «el sentirse bien y mostrar el máximo de uno mismo», aunque con ello no se repare en la desolación y en la orfandad emocional perpetúa de individuos y familias. El problema no es menor y, sin embargo, es obviado por los Estados y las instituciones.

La pandemia del Covid-19, el confinamiento global y la gran reclusión, tienden a magnificar psicopatologías como las ansiedades, las angustias, la depresión, la soledad, la pérdida de sentido y la vulnerabilidad humana. La tergiversación semántica (https://bit.ly/3l9rJfX) hace suponer que un nuevo agente patógeno causa infinidad de flagelos sociales que supuestamente aparecieron al abrirse la puerta y al caer éstos encima de nosotros. Sin embargo, lo que desafía el coronavirus SARS-CoV-2 no es la salud humana, sino las formas de organización y convivencia a las cuales estuvimos acostumbrados hasta antes de marzo del 2020. Frente a ello, se arguye que el individuo y no la sociedad son los que necesitan transformaciones profundas en medio de la retórica de la nueva normalidad. A los ciudadanos se les destierra del espacio público, pero desde el teletrabajo se afianzan los mecanismos de super-explotación y precarización laboral, al tiempo que se les invade con la argucia ideológica de aprender a adaptarse para sobrevivir.

En otro espacio (https://bit.ly/3mOKtmA) argumentamos que la gran pandemia de la sociedad contemporánea no es la del Covid-19, sino aquella que gira en torno a la enfermedad de la depresión y que como tal se erige en una especie de pandemia silenciosa y encubierta que al somatizarse detona otras enfermedades crónico/degenerativas que devienen en la muerte de los individuos. De igual manera, es altamente probable que la depresión sea la causa de los 800 mil suicidios que anualmente ocurren en el mundo, y ante los cuales se guarda un silencio cómplice desde los mass media y se les atribuye a simples debilidades emocionales. A la industria farmacéutica y a la misma economía criminal les interesa un estado de cosas tal con individuos en condiciones emocionales y mentales frágiles; enfermos o al borde del desahucio, para inocularles drogas legales e ilegales. Para estas industrias no importan los individuos sanos o muertos, sino en una situación de morbilidad permanente y asediados por padecimientos crónico/degenerativos vinculados al estilo de vida a que los somete el modelo del crecimiento económico ilimitado y el síndrome de la felicidad. Y ante ello la emergencia de lo que denominamos como Estado Sanitizante no afianza estrategias ni mecanismos de intervención que prevengan estas situaciones.

Salir de esas corazas que impone el individualismo hedonista, amerita romper con la falaz ideología que subyace en la industria de la felicidad (https://bit.ly/3k9rd1Z) y en la racionalidad tecnocrática. Contribuir a la formación de la cultura ciudadana es un paso imperativo, pero sería una acción inerte si no se modifican a fondo los patrones de producción y consumo y sus consustanciales estructuras de poder, dominación y riqueza que diezman las emociones del individuo.

Isaac Enríquez Pérez, Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/felicidad-individualismo-hedonista-y-enfermedades-mentales-en-la-era-pandemica/

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El libro como praxis transformadora de la realidad social

Con motivo del Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor a celebrarse el 23 de abril de cada año, cabe matizar en algunas reflexiones que evidencien la relevancia de este objeto que contribuye al cultivo y difusión de la riqueza intelectual y espiritual de las sociedades. Es de destacar que en esa fecha coincidieron los fallecimientos de dos titanes de la literatura universal: Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) y William Shakespeare (1564-1616).

En principio, el libro es la memoria histórica de la humanidad y una forma efectiva de resguardar los conocimientos y saberes ante la corrosión del tiempo y el olvido. Sin el libro las sociedades perderían la brújula respecto a las formas de imaginar, fabular, sentir, proyectar, ser y hacer que se expresan y acumulan en sus praxis cotidianas.

Con el libro es posible compendiar las experiencias y observaciones pasadas y presentes para otorgarles una proyección histórica en generaciones futuras que accesarán a sus páginas, y desde ellas nutrir su espíritu y contribuir a la edificación y reconfiguración perpetúa de su civilización y materialidad. Sin el libro, toda praxis cotidiana carece de refinamiento y organicidad, al tiempo que se perpetuaría en el silencio y el anonimato. Solo el libro es capaz de preservar la palabra que le otorga sentido a la realidad social.

Sea en su formato impreso o digital, el libro está dotado de un potencial semántico que cimbra la mirada y la mente. Nos transforma a medida que interiozamos su lenguaje y sus símbolos; al tiempo que modifica las condiciones de vida en las que estamos inmersos.

Una oda al libro supone comprender su carácter creador y transformador. Supone asumirlo como un elemento que puede detonar el sentido de comunidad en medio de la entronización del individualismo hedonista y del social-conformismo. El libro es, pues, un nexo que nos vincula con otras culturas y con diversas formas de vida y de pensamiento, al tiempo que abre paso a la interculturalidad. Su contenido no es neutral a medida que el autor tiene como finalidad última transformar la realidad y las formas de concebirla. El libro es, en parte, conocimiento riguroso de la realidad y a su vez es ideología, biografía y sensibilidad.

En principio, el conocimiento es una construcción social; una praxis colectiva, fruto de las interacciones de los individuos en sociedad. No se crea conocimiento –en cualquiera de sus modalidades– de manera aislada. Se crea conforme los autores se confrontan con la realidad y la alteran al nombrarla y categorizarla. El libro tiene como función atesorar ese conocimiento y dotarlo de validez a medida que se expone al fragor de la contrastación y la deliberación. Aunque también existen libros –los literarios– que apelan a la incentivación y exaltación de las emociones tras sensibilizar a sus lectores y llevarlos a múltiples confines en alas de la imaginación, la ficción, la metáfora y la moraleja.

El libro forma una mancuerna indisoluble con la lectura (https://bit.ly/3u30A2S). Sin el ejercicio de la lectura, el libro perdería sentido y deambularía perdido por el desierto del olvido y la resignación. De ese ejercicio fructifican nuevos diálogos e hipertextualidades que permiten edificar renovadas ideas, argumentos y concepciones sobre el mundo y la vida. Los conocimientos se recrean, al tiempo que esos diálogos abren cauces para posicionar nuevas facetas observables de la realidad.

La lectura del libro es un proceso imaginativo, multidireccional y creativo. Más que asumir al lector como un ser pasivo, su carácter activo se eslabona a medida que incursiona en ese diálogo con el autor y explora facetas de la realidad anteriormente inimaginables. Sin ese diálogo, lo que persisten son leedores y libros a la deriva sin mensaje recibido.

Sin el libro el ser humano sería incapaz de trascender y de condensar la memoria histórica que forja referentes de pensamiento y acción. El libro es creación, es proyección, es lucha eterna contra la desmemoría y la negligencia, y es praxis política a medida que contribuye a transformar la realidad y a medida que es fruto de diálogos colectivos que fusionan procesos civilizatorios y refinamientos de los errores pasados.

Recurrir al libro no solo es un mero ornato intelectual que puede aislarnos de la realidad y de su carácter contradictorio y cambiante. Es, ante todo, una praxis que nos posiciona en el sendero de la conciencia donde reconocemos a «el otro» como un «nosotros». Es, pues, una forma de construir interculturalidad y de acercarnos a lo ajeno y distante, reivindicando lo sui géneris y lo que nos hace diferentes.

Sin el libro se pierde capacidad para discernir y para refinar el juicio y el razonamiento lógico. El acompañamiento de sus páginas permite al ser humano reducir la incertidumbre y orientar la brújula que guía el caminar cotidiano y sus avatares.

En suma, acercarnos al libro es una manera más de sensibilizarnos, de descubrir múltiples mundos de la vida y de encarrilarnos por el sendero de la esperanza, la utopía y la creatividad. Solo así será posible nutrir la formación de la cultura ciudadana, alejar el colapso civilizatorio y de revertir la crisis de sentido y la desciudadanización.

Fuente: https://rebelion.org/el-libro-como-praxis-transformadora-de-la-realidad-social/

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La pandemia y las nuevas significaciones del miedo

La pandemia y las nuevas significaciones del miedo

 Isaac Enríquez Pérez

Con la pandemia del Covid-19 la vulnerabilidad humana fue amplificada, y ello se corresponde con la irradiación de una era de la incertidumbre perfilada desde lustros atrás. Manejada por las élites políticas y la industria mediática de la mentira como un discurso bélico, la crisis epidemiológica global es capitalizada por los poderes fácticos para afianzar la percepción de que el coronavirus SARS-CoV-2 es un “enemigo común” al que es urgente derrotar para retornar a una “normalidad” renovada.

La entronización del apocalipsis mediático (https://bit.ly/31emwwl) a través de la desinfodemia (https://bit.ly/3exTeN6) lleva aparejado pulsar los instintos más profundos del ser humano y sembrar en él la sensación del miedo. En este proceso subyace una construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) que exacerba las emociones y las pulsiones básicas de las audiencias pasivas y acríticas; al tiempo que aprovecha el rumor y la mentira que deambulan irrestrictamente por las redes sociodigitales y conforman un discurso negacionista y conspiranóico (https://bit.ly/3evOvMQ), en lo que es un ejercicio en tiempo real de lapidación de la palabra y de tergiversación semántica. El miedo inducido aflora ante la posibilidad de contagio y muerte y, a su vez, se combina con la ignorancia tecnologizada y el pensamiento parroquial.

Por una parte, el miedo se erige en un dispositivo de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad de los individuos y familias. El confinamiento global, la gran reclusión y la alteración radical de la cotidianidad solo fueron posibles instalando el discurso del miedo para aislar y atomizar a alrededor de 5 000 o 6 000 millones de habitantes; aprovechando y/o incentivando en este macroproceso inédito el individualismo hedonista, la despolitización de la sociedad y el social-conformismo. De tal modo que el distanciamiento físico devino en un distanciamiento social que fractura el sentido de comunidad y las formas tradicionales de socialización.

La ampliación de las posibilidades de morir ante el asalto de un agente patógeno microscópico asimilado como “enemigo común”, induce el retorno al Estado hobbesiano como entidad paternal protectora y defensora de los súbditos ante la posibilidad de zozobra, miedo y vulnerabilidad. El manejo estratégico y geopolítico de la posible vacuna, en cierto modo, se orienta en esa dirección. Particularmente, la humanidad aceptó con docilidad y acríticamente la construcción biopolítica del miedo, así como la entronización de la ideología del higienismo y las estrategias propias de lo que se perfila como un Estado sanitizante. La relación de esta nueva modalidad de Estado es estrecha con el colapso de la legitimidad de las instituciones estatales (https://bit.ly/3dOo9oJ) experimentada desde 1968.

El miedo marcha a la par de la dictadura de la mascarilla y de una especie de profilaxis del cuerpo de “el otro”, asumido también como “enemigo” por el recelo y desconfianza que despierta la posibilidad de contagio. De ahí que el miedo no solo sea una sensación pasajera, sino un dispositivo cotidiano que vertebra la experiencia y los estilos de vida en medio de la crisis pandémica.

La humanidad no solo es presa del miedo a un agente patógeno, sino que también se somete al fragor del miedo a lo desconocido y a lo incierto que se instaura con la pandemia. Desde la pérdida del empleo y el ingreso, hasta la vulnerabilidad que supone la posibilidad de contagio y muerte, colocan a la humanidad ante el abismo de lo desconocido y ello incentiva la intensificación de la angustia y la ansiedad. Si no se conoce el rumbo que tomarán las problemáticas y los acontecimientos, el ser humano carece de una mínima brújula que le oriente en el mar de la incertidumbre.

Sin el dato y su manipulación, la gestación y arraigo del miedo es imposible. El dato es fundamental para afianzar la sensación de vulnerabilidad ante el incremento de la contabilidad en tiempo real. No solo aumentan el número de contagiados y de muertes, sino también de desempleados, de nuevos pobres y de excluidos como resultado de las decisiones y medidas inducidas de confinamiento que colapsaron las cadenas globales de producción y suministro, así como la demanda de los consumidores. La paradoja en el manejo y difusión masiva del dato radica en que genera, a su vez, indiferencia de las audiencias pasivas, o algo que los especialistas denominan como entumecimiento psicológico (https://bbc.in/30o64rn). El dato y los modelos matemáticos anticipatorios de los contagios y muertes, ligados al miedo pandémico, son un dispositivo para incentivar la obscenidad y la curiosidad psicopatológica de las audiencias pasivas y obedientes.

El sociólogo contemporáneo Zygmunt Bauman teoriza en torno a la ubicuidad y omnipresencia de los miedos y los concibe como algo consustancial a la vida de los individuos y a la dinámica de las sociedades. Con la pandemia, el miedo ataca las entrañas de los ciudadanos y el imaginario social; al tiempo que potencia la incertidumbre y amplía los márgenes de vulnerabilidad y expone a los organismos humanos a una mayor morbilidad tras debilitar sus sistemas inmunitarios. Si se ataca el estado de ánimo de los individuos y familias a través del miedo, se magnifican las posibilidades de enfermar y desvanecer la resistencia respecto a los agentes patógenos microscópicos. Entonces, se gestan víctimas emocionales de la angustia, la ansiedad, la depresión, la impotencia y la tristeza. Activados estos trastornos y psicopatologías, el control personal sobre la vida se desvanece y aumentan las posibilidades de muerte entre los afectados. De ahí el carácter criminal y letal del miedo inducido a través de la construcción mediática del coronavirus.

El miedo, si bien puede ser una experiencia que ayuda al ser humano a erigir precauciones en su actuar y avatares, también puede ser un dispositivo letal, simbólico y –a la vez– orgánico que inmoviliza a los individuos y poblaciones. En medio de los discursos y estrategias de guerra, el miedo le da forma a los arsenales conformados para enfrentar desde los poderes fácticos toda posibilidad de conflictividad social.

A su vez, el recurso del miedo es utilizado por las élites plutocráticas globales para hacer de la pandemia un discurso inhibidor e inmovilizador de los individuos y colectividades. Es también parte de los discursos de poder de esas élites para encubrir, invisibilizar y silenciar los alcances y contradicciones del colapso civilizatorio (https://bit.ly/3oUtPCV) acelerado durante los últimos meses, y del cual son sus principales causantes y beneficiarios bajo la lógica de que el caos permite incrementar las ganancias.

El miedo, cuando es inducido desde las estructuras de poder y riqueza, impone obediencia y hasta sometimiento con el fin de instaurar el control sobre individuos y poblaciones enteras. El consenso pandémico amplió las posibilidades a través de la biopolítica, la bioseguridad, la biovigilancia y la geolocalización, en lo que se podrían concebir como nuevas formas de autoritarismo y totalitarismo disimulado con la coartada sanitaria y salvadora.

Para que las sociedades contemporáneas puedan liberarse del miedo pandémico necesitan reivindicar el pensamiento utópico y el sentido de esperanza. Necesitan comprender en su justa dimensión epidemiológica y orgánica al coronavirus SARS-CoV-2, de tal modo que se asume que, al contraerlo, el contagio no supone –en automático– la enfermedad terminal y la muerte. La letalidad de este patógeno es del 1%, y muchos organismos que lo contraigan experimentarán síntomas de una gripe común; en tanto que otros se expondrán a ciertos episodios de crisis en su salud. Ello no significa que el nuevo coronavirus no represente amenazas reales; las supone, pero también exige respuestas y estrategias consistentes que desde el sector público contribuyan a remontar la crisis sanitaria a través de la prevención y la detección temprana del Covid-19. Quienes sí ameritan mayores cuidados son aquellos organismos que enfrentan co-morbilidades (diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, obesidad, etc.), y es allí donde resulta preciso canalizar las mayores atenciones de los sistemas de salud. De ahí la importancia de instaurar una política de la precaución que se imponga al miedo, la incertidumbre y la desesperanza. Una precaución activa y crítica que permita reconstruir la esperanza y adoptar cuidados en la reorganización de las sociedades y de su cotidianeidad. En esa lógica, recuperar el sentido de comunidad es fundamental; y logrado ello, solo la autonomía de esas colectividades humanas –pequeñas o grandes– será crucial para atender sus problemáticas específicas agravadas con la pandemia.

La dotación de información y conocimientos fiables, oportunos y válidos es primordial de cara a una industria del pánico global. Sin esa información será imposible romper el círculo vicioso de la inmovilidad y del social-conformismo, pues en última instancia la pandemia es también una lucha estratégica por el control de las significaciones y la palabra; una lucha por subsumir la esperanza y maniatar el futuro de las sociedades contemporáneas. Ello es un rasgo más del colapso civilizatorio y solo la (re)construcción de la cultura ciudadana sustentada en el conocimiento razonado ayudará a trascender el lapidario consenso pandémico.

Isaac Enríquez Pérez. Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos (de próxima aparición).

Fuente de la Información: https://rebelion.org/la-pandemia-y-las-nuevas-significaciones-del-miedo/

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Educación, niños y jóvenes como náufragos de la pandemia.

Por: Isaac Enríquez Pérez

Entre los principales náufragos de la pandemia destacan los niños y jóvenes (https://bit.ly/3ekj5qP) despojados del espacio público que les brinda la escuela y de la educación como mecanismo de socialización y construcción de ciudadanía.

Con el confinamiento global, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calcula que más de 1600 millones de estudiantes fueron afectados por la parálisis y cierre temporal de las escuelas en más de 160 países (https://bit.ly/2Y6NymV). 40 millones de niños en edad preescolar son privados, con la pandemia, de cursar su primer año en ese nivel educativo (https://bit.ly/3g05zcW). En tanto que, se calcula, como mínimo, alrededor de 24 millones de niños y jóvenes que podrían abandonar definitivamente su enseñanza a raíz de los impactos de la crisis económica que se cierne. Ante esta situación, António Guterres, Secretario General de este organismo internacional, acusa que con ello se perfila “una catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas” (https://bit.ly/3iQ73Z7).

A ello se suma el rezago –previo a la pandemia– de 250 millones de niños en edad escolar que vivían excluidos de la alfabetización y de la escolarización. Lo cual, en sí, es una crisis social de grandes magnitudes que se relaciona con los procesos de desigualdad extrema global y con los múltiples mecanismos de exclusión social que se territorializan de manera diferenciada entre las naciones.

Con la gran reclusión, los niños y jóvenes no solo son privados de un espacio físico como la escuela, sino del andamiaje institucional y simbólico que les permite participar en el proceso de enseñanza/aprendizaje y en la construcción de imaginarios y significaciones para representar el mundo y la realidad que les circunda. Es la educación –tras la familia– el principal mecanismo de socialización y de cultivo de las relaciones cara a cara de infantes y adolescentes que hoy día son relegados, sin alternativa, al ámbito de la privacidad y el anonimato. Imponiéndose con ello la atomización, la resignación, el social-conformismo, y la postración de la imaginación.

Ante el riesgo pandémico, desde el mes de marzo ganó terreno el proceso de formación en el Internet Way of Life. Pero este sistema de educación a distancia obvia las necesidades materiales y emocionales específicas de niños y jóvenes. A la ansiedad, estrés y angustia que, por sí mismo, supone el inducido encierro de los últimos meses, se suma la soledad y desconcierto de este grupo etario de cara al proceso de enseñanza/aprendizaje mediado por las tecnologías de la información y la comunicación. A ello se agrega también la mayor exposición de estos niños y jóvenes a la televisión y a sus oleadas publicitarias y propagandísticas que inundan con noticias falsas carentes de contenido didáctico y que enfatizan en un entorno negativo y en la entronización de un estilo de vida que estimula evasiones y adicciones como la junk food (comida basura o comida chatarra) y que los expone al debilitamiento del sistema inmunitario y a morbilidades como la obesidad y la diabetes.

Es en las sociedades subdesarrolladas donde se expresan de manera más radical los impactos de la pandemia y del confinamiento global. Particularmente, la brecha digital exacerba los tradicionales mecanismos de exclusión que prevalecen en los sistemas educativos nacionales, en lo que viene a conformar una era de la desconexión con 346 millones de niños y jóvenes (29% del total) sin acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (dato proporcionado por una UNICEF para el año 2017; https://bit.ly/2Y2J7te). La sociedad paradojal que vivimos es inédita por la vorágine de innovaciones tecnológicas, pero también por la creciente exclusión en torno al uso y disfrute de las mismas. Y ello marcha a la par de la propia ignorancia tecnologizada que supone, para aquellos ciudadanos que tienen las posibilidades materiales, accesar a la era de la información, pero no usar sus dispositivos para cultivar el proceso de enseñanza/aprendizaje y la formación de la cultura ciudadana.

México no está al margen de esos comportamientos y tendencias mundiales. Con un sistema educativo preñado de variados rezagos, centralista y culturalmente homogéneo por antonomasia, y capturado por múltiples intereses creados que subordinan la formación a lo faccioso, no solo enfrenta la insuficiencia de inversión pública (se destina 4.3% del PIB nacional y el 17% del presupuesto federal) en varios rubros como la infraestructura (escuelas rurales sin sanitarios y energía eléctrica; escuelas radicadas en regiones calurosas sin aire acondicionado; escuelas urbanas y rurales aún dañadas por los efectos de sismos de años pasados), el material educativo y la capacitación de los docentes de niveles básicos, sino que persisten en él limitaciones pedagógicas y didácticas que posicionan al país en los peldaños más bajos de las evaluaciones entre países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Hacia el año 2018, según estudios del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), alrededor del 85.6% del gasto público destinado a educación es absorbido por el pago de nóminas; pero, agregamos, ello desprotege la inversión en la llamada formación inicial del docente y en el uso efectivo de tecnologías de la información y la comunicación.

Cabe apuntar que con la pandemia y los confinamientos, en el país azteca se suscitó un fenómeno de deserción escolar masiva por diferentes causas, tras la experiencia del programa oficial “Aprende en casa”, con el cual se intentó finalizar –desde el mes de marzo– el ciclo escolar 2019-2020. Funcionarios del gobierno federal indican que alrededor de 800 mil adolescentes entre los 15 y los 17 años y que cursaban el tercer grado de su formación secundaria, no podrán continuar su formación de bachillerato (https://bit.ly/2PVjHtf). En ello incide el desinterés en su propia formación, pero también la necesidad impuesta por la crisis económica de contribuir al ingreso familiar a través de su trabajo. En el nivel de educación superior (licenciatura y posgrado) se calcula una deserción de 593 mil jóvenes (de un total de 4 millones 538 mil matriculados). Para el nivel básico (pre-escolar y primaria) y medio básico (secundaria), se calcula que 2.5 millones de niños y jóvenes (el 10% del total inscritos) abandonarán la escuela definitivamente en medio de la pandemia (https://bit.ly/3avETiM). Cabe mencionar también que en el ámbito de la educación privada –que atendía a 5.5 millones de estudiantes–, con la pandemia se vieron obligadas a cerrar 30% de las escuelas; al tiempo que se proyecta una reducción del 35% en sus matriculas dentro de los niveles básico, medio básico, y medio superior (https://bit.ly/311rHPL).

Esta deserción escolar tendrá impactos en la desigualdad de género y en problemas de salud pública como la nutrición y los embarazos no deseados. En este último rubro, el Consejo Nacional de Población proyecta que con la pandemia existirán alrededor de 171 mil embarazos no deseados más entre mujeres de 15 y 34 años de edad; y de ese total, 35 mil 813 embarazos corresponden a adolescentes en el rango de edad de los 15 a los 19 años (https://bit.ly/2YajA1r), y que se suman a los 390 mil 89 mujeres entre 9 y 19 años que fueron madres en años previos. Es muy probable que exista una correlación entre este fenómeno y la deserción escolar de los últimos meses.

Ante estos antecedentes mínimos, el pasado 3 de agosto la Secretaría de Educación Pública (SEP) anunció el inicio del ciclo escolar en los niveles básico, medio básico y medio superior para el día 24 del mismo mes. Oficialmente, se apela a las posibilidades que abre la difusión de contenidos educativos a través de la televisión y la radio.

Al 15 de agosto se registraron en México 511 269 casos de contagio por Covid-19 y 55 908 muertes a causa de esta enfermedad; cifras aceleradas por la presencia de co-morbilidades como la diabetes, la hipertensión y la obesidad. Y con una proyección, hacia noviembre y diciembre, de entre 140 mil y 153 mil 189 muertes –respectivamente– por el nuevo coronavirus, en caso de relajarse las medidas preventivas (https://bit.ly/2PDKzxJ), son –en realidad– pocas las opciones reales con que cuenta el país para continuar con el despliegue del proceso de enseñanza/aprendizaje entre los grupos etarios en cuestión.

Aunado ello a la brecha digital ahondada con la pandemia, pensar en una comunicación sincrónica a través de la Internet entre el sistema educativo, los docentes y los estudiantes, resultaría una opción inviable y hasta imposible. Quienes padecen la pobreza extrema, sea en el medio rural o en las urbes, no solo son víctimas de este flagelo social, sino que están al margen del teletrabajo, la educación a distancia, el comercio electrónico y del entretenimiento en línea. La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2019, levantada por el INEGI, indica que solo 23.4% de los hogares rurales cuenta con acceso al Internet; en tanto que en el medio urbano es el 65.5% de los hogares los que cuenta con conexión a esta tecnología. A su vez, solo el 45% de la población que ocupa el estrato económico bajo es usuaria de internet (en contraste con el 92% en los estratos económicos altos). Y aun cuando la población pobre cuente con algún ordenador en sus hogares, no accesan al Internet por carencia de ingresos y porque en su localidad no se provee dicho servicio.

La televisión y la radio cuentan con una cobertura e impacto masivos en el país (32.2 millones de hogares poseen el primer aparato; algo así como el 92.9% del total), y se presenta –mucho más que la Internet– como una opción viable para hacer llegar contenidos educativos a los estudiantes de primaria y secundaria. Sin embargo, surgen varios inconvenientes, a saber:

  1. a) La televisión y la radio no son sustitutos del proceso de enseñanza/aprendizaje que precisa de la relación cara a cara y de todo el proceso de socialización que le circunda. No sustituyen al docente ni el ejercicio y adopción de metodologías pedagógicas y didácticas porque, en esencia, se trata de una comunicación unidireccional donde el estudiante es un simple receptor pasivo de contenidos.
  2. b) Si no existe un encauzamiento dado por el docente y los padres de familia, se corre el riesgo de que estos medios masivos cumplan más una función de entretenimiento y –bajo el supuesto de que los niños y jóvenes no pierden el tiempo– de falso confort, que de fuente de aprendizaje real y de asimilación de nuevos conocimientos. Entonces se abriría la posibilidad de que solo sean asumidos los contenidos como una opción para “tener ocupados a los niños y jóvenes” mientras los padres de familia se descargan de su responsabilidad en el proceso educativo.
  3. c) A primera vista, parece ser que no será aprovechado el potencial del magisterio y la experiencia adquirida por este gremio entre marzo y julio del presente año durante las distintas fases del programa “Aprende en casa”. Entonces, será la televisión la que llevará la voz cantante en la transmisión de contenidos educativos; y aunque ello garantiza un alcance y cobertura masivos, no asegura en lo más mínimo –por sí misma– un aprendizaje sustancioso, corriéndose el riesgo de nulificarse sus efectos. Entonces, se diluye toda posibilidad de mediación pedagógica entre los conocimientos emitidos y el sujeto que aprende, pero que es reducido a receptor pasivo de contenidos unidireccionales.
  4. d) Se le otorga centralidad a la televisión en el proceso de enseñanza/aprendizaje cuando su papel sería el de erigirse en un instrumento o herramienta de cobertura masiva, en un vehículo que acerque a conocimientos generales, pero que no reemplaza la relación humana que supone la formación escolar, ni atiende las especificidades y necesidades de las comunidades locales.
  5. e) Como no existirá proceso de enseñanza/aprendizaje en estos meses de educación a través de las pantallas de televisión, el pensamiento crítico será lapidado y desterrado de toda acción orientada a la formación escolar. Lo que se presentará será un ejercicio de difusión unilateral de información que no incentiva el ejercicio del razonamiento y de juicio fundamentado.
  6. f) Para adoptar este programa de educación a distancia y de transmisión de contenidos escolares a través de la televisión, ese mismo día del anuncio se firmó un Acuerdo Nacional por la Educación entre el gobierno federal y cuatro emporios privados de la comunicación masiva (Televisa, Tv Azteca, Imagen y Grupo Multimedios). Un acuerdo que les reportará –en un proceso de transferencia de riqueza pública a manos privadas– 450 millones de pesos (alrededor de 22.5 millones de dólares); lo cual no solo incrementa el precio de sus acciones en los mercados de valores (Televisa tuvo, tras la firma del Acuerdo, un incremento bursátil del 15% y Tv Azteca del 18%; véase https://bit.ly/3126aGO), sino que les posiciona –a través del ejercicio de su capitalismo filantrópico– como entidades protagónicas en la agenda educativa nacional, y les brinda respiración artificial ante la retracción y agonía –durante los últimos años– de este negocio privado (https://bit.ly/3g1k6oL) y la emergencia de otras opciones de entretenimiento para la población. Con más de 30 millones de estudiantes, un millón y medio de docentes, y varios millones de padres de familia atentos al televisor, estos consorcios conformarán una nueva audiencia cautiva para sus contenidos.

En ello, los riesgos son evidentes: los propietarios de las concesiones de estos medios no solo son los hombres más ricos del país, sino que son los líderes de las campañas de desinformación y tergiversación semántica a que está sometida diariamente la población. Entonces, la comunicación será directamente entre estos mass media privados y los estudiantes reducidos a receptores pasivos, en el marco de prácticas verticales y unidireccionales sin mínima mediación pedagógica y didáctica. En suma, evidencia la claudicación del Estado en el esfuerzo de transmitir contenidos educativos desde las concesiones públicas y los tiempos públicos oficiales, así como la entronización de la racionalidad tecnocrática en la gestión de la educación como bien público.

Como lo analizamos en otro espacio (https://bit.ly/3fPmlfz), la universidad enfrenta serios desafíos con la pandemia, y ello se extiende a los procesos de enseñanza/aprendizaje suscitados en los niveles básicos de la formación escolar. Justo en la educación primaria y secundaria se precisa del retorno a lo local para evitar reproducir esquemas unilaterales, unidireccionales y centralizados de gestión educativa. La escuela solo será rescatada desde esa escala territorial y desde la participación activa de autoridades educativas, docentes, padres de familia y estudiantes, si existe una oposición a modelos pedagógicos verticales, uniformes y homogéneos creados desde el escritorio y sin referencia a las necesidades específicas de los niños, jóvenes y comunidades. México es un país culturalmente megadiverso en sus regiones y sitiado por problemas públicos multifactoriales y de distinta índole. Ello exige el despliegue de la imaginación creadora por parte de los docentes, más que su papel de simples apéndices de la televisión y de vigilantes de las instrucciones recibidas por los estudiantes a través de la pantalla.

Se trata de ir a contracorriente de la verticalidad y unilateralidad, y apostar a crear espacios y experiencias de comunidad a través de distintos medios y dispositivos para restablecer el vínculo pedagógico. En ello jugarían un papel central los consejos escolares y demás órganos colegiados para que, desde cada escuela, colonia o pueblo, se elijan los contenidos y didácticas acordes a las necesidades de los niños y jóvenes. En suma, restarle protagonismo a la televisión en el proceso de formación, es un asunto de imaginación y metodología, pero –sobre todo– de voluntad política de todos y cada uno de los implicados en el sistema educativo nacional.

Investigador, escritor mexicano y autor del libro La gran reclusión

y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos

de poder, tergiversación semántica y escenarios

prospectivos (de próxima aparición).

Twitter: @isaacepunam

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