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Estudiantes permanentes, profesores ocasionales

América del Sur/Colombia/19 de Agosto de 2016/Autor: Ignacio Mantilla/Fuente: El Espectador

Se ha impuesto en las universidades públicas colombianas la figura del docente temporal, también llamado ocasional y en algunas universidades profesor de cátedra o catedrático. Pero, lo que hoy determina esta denominación no es solamente la dedicación en horas semanales a la universidad, sino el tipo de vínculo que sólo se pacta por un semestre con el propósito de prestar únicamente servicios docentes, pero que en casi todos los casos se renueva continuamente y en las mismas condiciones.

No se trata pues de auténticos catedráticos de tiempo parcial, es decir no son profesores vinculados en forma laboralmente estable a la universidad, de manera indefinida o con contrato a varios años, para trabajar unas horas semanales, que pertenezcan a la carrera profesoral; y no se trata tampoco de aquellos contratados comúnmente para ofrecer una cátedra especializada y en algunos casos dirigir trabajos de tesis o participar de proyectos de investigación. En su mayoría no son los profesionales de especial reconocimiento, dedicados exitosamente a su ejercicio profesional, que las universidades vinculan de forma permanente o temporal para que asuman algunas asignaturas que contribuyen a fortalecer la formación a través de su experiencia profesional.

Esta figura, a la que han tenido que acudir en las universidades públicas, presente en las universidades privadas también, es una desafortunada salida que no parece tener fin. El número de docentes ocasionales es creciente, llegando a superar incluso, en algunos casos, el número de profesores «de planta» (es decir con condiciones laborales estables).

La razón principal de este fenómeno es la presión a la que son sometidas las instituciones de educación superior para que aumenten la cobertura, pero sin un incremento real de recursos para su planta docente.

Se pretende entonces presentar como catedrático a un docente contratado por unas pocas semanas al semestre, cuyo único trabajo es la docencia, que frecuentemente la ejerce simultáneamente en varias instituciones y que en algunos casos recibe cargas que sumadas superan dedicaciones de tiempo completo. Peor aún es el caso en el que una universidad concentra la mayoría de sus docentes contratados de esta manera y no tiene la posibilidad de vincularlos de otra forma.

Frecuentemente, en los últimos años la decisión de ampliar el número de cupos para estudiantes en las universidades públicas es premiada con algunos recursos adicionales que no van a la base presupuestal de las universidades. Estos recursos son por lo tanto inciertos, y estimulan la contratación de más docentes ocasionales para poder responder a la enorme responsabilidad, esta sí permanente, de formar un número mayor de estudiantes.

Por otra parte, es contradictorio que nos esforcemos por realizar concursos docentes exigentes para contratar nuevos profesores y, simultáneamente, se vinculen de manera continua y sin exigencias mayores docentes ocasionales para cubrir necesidades que aparentemente son coyunturales y especiales, pero que en realidad develan una falencia estructural.

Hoy por hoy el docente es el académico en el que se debe concentrar la responsabilidad de liderar la institución universitaria desde su formación como profesional, su pasión por la enseñanza, sus intereses investigativos, su compromiso institucional en la administración y su fundamental acompañamiento a los estudiantes. Desde otro punto de vista, sabemos que la formación, la investigación y la extensión de calidad son los grandes objetivos de la universidad contemporánea. Pero estos no se logran cabalmente si alrededor de ellos no se dispone de una comunidad de profesores preparados y comprometidos con cada uno de los retos complejos que las instituciones enfrentan actualmente.

Así, la docencia ocasional deja de ser una solución y se convierte en un verdadero flagelo académico para las universidades y para los profesionales contratados mediante esta forma. En otras palabras, la docencia ocasional es inconveniente para quienes la realizan continuamente, semestre a semestre, durante décadas, sin posibilidad alguna de una vinculación estable o ascenso en la universidad, pero también lo es para la institución que aparentemente resuelve el problema ante sus estudiantes, permitiendo que el Estado eluda una obligación esencial con la educación.

Inexplicablemente se cree que la responsabilidad por los docentes adicionales que necesitan las universidades públicas debe atenderla cada institución con recursos propios, como si se tratase de remediar urgencias pasajeras.

Las universidades y el Estado deben ser conscientes del correcto papel del profesor universitario. En ese sentido, una universidad que dependa de la contratación de profesores ocasionales no está respondiendo a los retos contemporáneos de su misión y está poniendo en riesgo la estabilidad de su calidad.

Con la responsabilidad que debe acompañar la autonomía universitaria y con el objetivo de hacer de la excelencia un hábito, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, hace un permanente balance entre su real capacidad de cobertura y la calidad de sus programas para evitar que una falsa solución para los actuales aspirantes termine convirtiéndose en un verdadero problema para los futuros profesionales.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/estudiantes-permanentes-profesores-ocasionales

Fuente de la imagen: http://www.listindiario.com/la-vida/2015/07/09/379514/transformacion-en-la-docencia-universitaria

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Residencias estudiantiles: fórmula de calidad con bienestar

América del Sur/Colombia/15 de Julio de 2016/Autor: Ignacio Mantilla/Fuente: Diario El Espectador

Hace algunos meses recibí la visita de Rodolfo Hernández, actual alcalde de Bucaramanga, quien en su calidad de egresado de la Universidad Nacional guarda profunda gratitud a su alma mater.

En la corta conversación que sostuvimos me describió con especial precisión la habitación que ocupaba en la residencia estudiantil, me señaló el lugar exacto de su ubicación y con emoción me contó algunas de sus experiencias y anécdotas de esa envidiable vida estudiantil que disfrutó. Destacó que, como joven proveniente de Piedecuesta, sin esa residencia él no hubiese podido formarse como ingeniero.

Y es que hasta hace algún tiempo, el ingreso a la universidad en Colombia era prácticamente imposible para quienes no vivíamos en las grandes ciudades. Las residencias estudiantiles eran para muchos la mejor o única opción de adelantar los estudios universitarios.

Pero el lugar de vivienda de los padres no sólo era un factor determinante para realizar estudios superiores; también lo era para cursar el bachillerato completo en muchos municipios del país. En mi caso, cuando yo era niño y vivía en el bello municipio de Los Santos (Santander), allí solo era posible estudiar la primaria. Para formarse como bachiller había que ir a Piedecuesta o a Bucaramanga; y cuando la familia era grande, como en nuestro caso, resultaba mejor trasladar la familia entera para apoyar los estudios de todos los hijos. Constituíamos así, familias desplazadas por la falta de oportunidades en educación.

Aprovecho para mencionar anecdóticamente que la formación era particularmente rígida y excesiva. Recuerdo, por ejemplo, que en primero de bachillerato, en el Seminario San Alfonso de los Padres Redentoristas, tomábamos clases de latín, francés, griego, inglés y, por supuesto, castellano, para referirme únicamente a los idiomas. Años después, aprendiendo alemán, me fue útil haber conocido tan temprano la gramática y las cinco declinaciones del latín. Mi sorpresa fue aún mayor cuando supe que en Alemania, además del idioma alemán, como es natural, era aceptado también presentar la tesis doctoral en latín (lo cual estuvo, naturalmente, fuera de mis capacidades). Sin embargo, yo diría que ésta era una época en la que en el bachillerato se nos mantenía entretenidos “a punta de pénsum”. Además de la cantidad de materias y las horas de lectura, estudio y deporte, se dedicaba la hora del almuerzo para que alguno de nosotros continuara la lectura, en voz alta, de un libro seleccionado.

Superado el bachillerato, si se decidía continuar la formación profesional (lo cual no era lo común por entonces), en las familias de Santander con escasos recursos sólo podían darnos a elegir entre dos universidades: la UIS en Bucaramanga o la Universidad Nacional en Bogotá. Naturalmente quienes tenían la fortuna de ganar un cupo en la Universidad Nacional (como fue el caso del alcalde y muchos otros), se enfrentaban inmediatamente al problema de su vivienda en la ciudad, pues al no poder acudir al familiar, al pariente lejano apenas conocido o al paisano para buscar alojamiento, las residencias estudiantiles eran la gran salvación que se complementaba con las cafeterías para tomar tres comidas diarias.

Hoy existe una gran semejanza con la aspiración de muchos para realizar estudios de posgrado en el exterior; y la oferta de residencia y cafetería en las universidades extranjeras es destacada por los estudiantes colombianos actuales y por quienes fuimos estudiantes en el exterior, como una de las mayores aliadas para el éxito en los estudios.

¿Cuándo perdimos en Colombia esta fortaleza de la educación superior? En la Universidad Nacional las dificultades en la administración de sus residencias estudiantiles en Bogotá condujo a su cierre definitivo en 1984, al igual que los comedores y la cafetería central, con las consecuencias que todos conocemos, especialmente nefastas para quienes provenían de otras regiones del país. Por fortuna, esto no ocurrió en otras sedes de la Universidad y, en particular, en la sede Manizales las residencias son ejemplares.

Estas falencias han sido perversamente suplidas por quienes expresan como positivo para la educación universitaria no tener que ir a otra ciudad a estudiar, reforzando así las razones para brindar programas de dudosa calidad que atraen a los incautos jóvenes y padres de familia. La complicidad de algunos gobiernos ha jugado también un papel importante, pues el deber del Estado de ofrecer educación de calidad se ha relajado, se ha abandonado o se ha delegado a entes privados, en algunos casos sin intereses distintos a los económicos.

La mayoría de los colombianos se han limitado a exigir cobertura universitaria regional y en alguna medida ésta ha sido erróneamente atendida, sacrificando lo esencial: su calidad. El balance de cobertura frente a calidad y frente a bienestar está pendiente de lograrse.

Desde la Universidad Nacional estamos empeñados en fortalecer nuestro carácter nacional y retomar o ampliar la oferta de residencias estudiantiles en nuestras sedes andinas, formulando un proyecto de modernas viviendas estudiantiles, principalmente para la sede Bogotá. Así, los jóvenes provenientes de diversos municipios podrán vivir dignamente y lograr un buen rendimiento académico, para que convertidos en profesionales competentes regresen a potenciar el progreso de sus regiones de origen.

Naturalmente, requerimos de un nuevo y audaz modelo de administración de vivienda estudiantil. La invitación está abierta para que entre todos encontremos la forma óptima de llevar a cabo esta apuesta por las residencias estudiantiles de la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos.

* Rector, Universidad Nacional de Colombia

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/residencias-estudiantiles-formula-de-calidad-bienestar

 

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