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Cooperación genuina, Nicaragua, educación universitaria, extensión

Peama: ¡qué buen programa!

Por: Ignacio Mantilla

Peama es la sigla con la que se abrevia el Programa Especial de Admisión y Movilidad Académica de la Universidad Nacional. Aun cuando no es muy conocido entre los colombianos, porque no puede competir en publicidad ni en costos con otros, como el programa Ser Pilo Paga, presentado como la panacea de la educación universitaria (con desbordada publicidad y reconocimiento a la aparente “creatividad”), el programa Peama cumple diez años de su silenciosa y exitosa puesta en marcha.

Fue creado por el Consejo Superior Universitario para responder a la demanda de educación superior de los habitantes de los territorios fronterizos de Colombia: Amazonia, Orinoquia, San Andrés y Tumaco.

Desde que se implementó por primera vez en Arauca y hasta el día de hoy, el Peama ha tenido diversas modificaciones y ajustes en su metodología para garantizar el éxito de su funcionamiento, pero mantiene intacto su propósito de garantizar que aspectos como el lugar de procedencia, la fragmentación geográfica, la falta de recursos económicos o las falencias iniciales en el proceso de formación educativa no sean un impedimento para acceder a educación superior de calidad. Hasta el día de hoy, cerca de 3.000 jóvenes colombianos se han podido matricular en una carrera de la Universidad Nacional mediante esta estrategia.

Los jóvenes que inician su proceso de ingreso a la Universidad Nacional mediante el Peama presentan el mismo examen de admisión que el resto de los aspirantes, pero sus posibilidades de ingreso son distintas, ya que compiten por los cupos únicamente con los demás aspirantes del Peama provenientes de esa región. Desde antes de la admisión, cada aspirante selecciona la carrera y una sede principal donde quiere cursar y culminar sus estudios, es decir, elige entre las sedes que tienen sus campus ubicados en Bogotá, Medellín, Manizales y Palmira. La oferta de carreras para su escogencia es abundante y puede llegar a 70 programas de las cuatro sedes.

Luego de ser admitidos, los estudiantes del Peama reciben cursos de refuerzo en matemáticas, inglés y lectoescritura, lo que no sucede en otras instituciones.

El primer semestre formal de sus estudios comienza con la oferta de asignaturas comunes en los ciclos básicos de la mayoría de las diferentes carreras, como matemáticas o humanidades. Estos primeros cursos están a cargo de profesores de planta de la Universidad Nacional, algunos de los cuales viajan desde las sedes principales para impartir sus clases en la respectiva sede de frontera. Esta misma metodología se desarrolla hasta el cuarto semestre.

En la siguiente etapa del programa, el estudiante viaja a la sede andina y continúa sus estudios con el acompañamiento del Sistema de Bienestar Universitario, una apuesta vital para que el estudiante no fracase en su adaptación a la ciudad y a la vida universitaria.

Y en la última etapa, cuando el estudiante está culminando sus estudios, se busca que regrese a su sede de presencia nacional a desarrollar su trabajo de grado sobre temas de interés para su región. Sin duda, este último aspecto es también uno de los más importantes del programa, pues está ligado directamente con el desarrollo del conocimiento de la realidad del territorio nacional. Una tarea encomendada desde la fundación de la Universidad Nacional hace 150 años. Es así como el Peama, a diferencia de otros programas, no busca solamente el bienestar y el crecimiento individual, sino que fomenta la construcción colectiva de país y promueve la equidad social.

Pensemos en la sede de Tumaco, que desde el año 2015 ha venido ofreciendo el Peama. Desde su apertura hasta hoy, 335 jóvenes se han matriculado en la Universidad Nacional gracias a este programa, en una zona en la cual no existe otra alternativa de educación superior de calidad y que está atravesada por una fuerte conflictividad social y económica.

Me causó un gran impacto saber que 2.117 aspirantes de Tumaco y municipios cercanos del Pacífico colombiano presentaron el examen de admisión el pasado mes de septiembre y compitieron por los 200 nuevos cupos que ofreció la Universidad Nacional en el programa Peama. Si a estos se suman los aspirantes regulares y de otros programas de admisión especial, la cifra de Tumaco alcanza los 3.080 aspirantes.

Estoy convencido de que la juventud del Pacífico colombiano está ávida de educación. Si queremos conseguir una paz real, sostenible y duradera en esta región, no podemos desatender la señal de esta clara necesidad. La paz, como la educación, cuesta, pero menos que la guerra y la ignorancia.

A nivel nacional, el número de cupos para los estudiantes que ingresan a la Universidad Nacional a través del programa Peama ha venido aumentando considerablemente, pasando de 70 en 2008 a 580 en 2017. Al mismo tiempo, en las regiones de influencia de las sedes de frontera de la Universidad, este programa ha tenido una gran resonancia entre los más humildes pobladores y hemos pasado de tener 253 aspirantes en el primer año de implementación a 4.025 en el primer período de 2017.

Hay un factor relevante para el ingreso y es que, en estas zonas en las cuales las familias no pueden destinar parte de sus menguadas entradas económicas para cubrir los derechos de admisión a la Universidad Nacional, hemos establecido que los aspirantes que cumplan con las condiciones para inscribirse a través del Peama, y al mismo tiempo a otros programas de admisión especial que ofrece la Universidad para comunidades indígenas, afrocolombianas o los mejores bachilleres de municipios pobres, pueden tener la inscripción gratuita. La mayoría de los admitidos pagan durante sus estudios una matrícula de $70.000 semestrales.

La semana pasada recibí, directamente del ministro de Hacienda, la grata noticia de que el Gobierno Nacional ha destinado $2.000 millones para apoyar el Peama. Creo que finalmente empieza a tener el reconocimiento que merece este esfuerzo de la Universidad para que nuestros repilos de las fronteras tengan la oportunidad de acceder a una educación superior de calidad en la mejor universidad colombiana: la Universidad Nacional de Colombia, patrimonio de todos los colombianos.

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/peama-que-buen-programa-columna-718059

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¿Qué nos dicen los nombres de las calles?

Por: Ignacio Mantilla

Una de mis mayores sorpresas cuando viajé por primera vez a Alemania fue descubrir que las calles de sus ciudades no están numeradas, sino que llevan nombres propios, en su mayoría de personajes, algunos muy famosos y hasta familiares, y otros que nunca había oído nombrar.

Los nombres de algunas calles son comunes y se repiten, como Goethestrasse, Humboldtstrasse, Rosa-Luxemburg-Strasse, Karl-Marx-Strasse o Schillerstrasse. En Francia también encontramos las calles Rue Platon, Rue Descartes y Rue Pascal, entre otras alusivas a las figuras provenientes de las ciencias en su conjunto.

En muchas ocasiones memorizamos el nombre de algún personaje, pero es más en un intento por retener una dirección que por indagar por su biografía, y entonces asociamos dicho nombre con el lugar, mas no con la figura. Personalmente me sucede con la Plaza de Wenceslao, en la bella ciudad de Praga: cuando oigo el nombre de Wenceslao, inmediatamente pienso en la plaza de Praga, mas no en San Wenceslao, patrono de la República Checa.

También suele pasar que con el tiempo una calle que lleva el nombre de un personaje ilustre pierde su reputación por las actividades que se realizan allí, y entonces también arrastra el buen nombre de la persona y se tiende a asociar dicho detrimento con el personaje mismo, quien puede caer en desgracia para siempre. Por ejemplo sucede con Pigalle, en París. Ese lugar lleva el apellido del importante escultor francés Jean-Baptiste Pigalle, pero si usted digita su apellido en Google, encontrará cientos de referencias a la Plaza Pigalle y a la zona parisina que no se recomienda sino para algunos entretenimientos mundanos.

Existen otras calles con características particulares que vale la pena traer a mención. Por ejemplo en Hamburgo está la calle Herbertstrasse, cuyo nombre prácticamente se debe pronunciar en voz baja. Allí las prostitutas se exponen desnudas a sus clientes en vitrinas a la vista de los transeúntes. Desconozco el origen de su nombre. La calle está vedada para mujeres y menores de edad, lo que atrae aún más a los turistas. Ante la curiosidad, algunas mujeres se han disfrazado para poder recorrerla a sus anchas.

Así mismo en otras zonas la actividad criminal ha impuesto nombres, como “Cracolandia”, a una zona del centro de Sao Paulo que representa un reto tanto para el gobierno urbano como para el ejercicio del derecho a la ciudad.

Los nombres de las calles y la apropiación del patrimonio, como lo han señalado los urbanistas, es un campo de lucha. Pensemos por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial. Las vías de las ciudades alemanas nombradas en honor a Hitler y al nazismo fueron rebautizadas de inmediato al paso de los aliados. Y en la capital de España, Madrid, hacia 2015 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) lideró una intensa campaña para cambiar los nombres franquistas de las calles.

En Estados Unidos, por ejemplo, ha sido fuente de polémica la existencia de monumentos a los líderes de los Estados Confederados de América, por sus conocidos idearios en pro de la esclavitud y el racismo.

En Colombia nos guiamos mucho más por los números de las calles y avenidas que por sus nombres. En la capital del país las personas se refieren a la Calle 26 y a la Carrera 30 en mayor medida que a la Avenida El Dorado o a la Avenida Ciudad de Quito, y probablemente si preguntamos por la Avenida Fernando Mazuera nadie nos da razón.

En contraste, todos podemos ubicar la Avenida Boyacá o “La Caracas”. Hay vías que por su nombre tal vez no estimulan ninguna emocionalidad, y por ello es mejor identificarlas con sus números. Pero en Bogotá un nombre es inexplicable, como pude comprobarlo cuando un amigo extranjero me preguntó por qué esa avenida se llama “Avenida Norte-Quito-Sur”, que, si bien lleva el nombre de la capital del país hermano, nadie entiende esa extraña combinación, que además no es conmutativa, pues, como preguntaba mi amigo extranjero, “¿y por qué no se puede llamar también Sur-Quito-Norte?

También hay nombres de locales que despistan, como un bar que conocí llamado “Gardel”, de una rara combinación: ofrecen comida mexicana y se oye salsa, pero no tango.

En las grandes ciudades del país, las avenidas o calles principales deberían llevar nombres de nuestros personajes más ilustres o representativos. Así por ejemplo, en una ciudad como Zipaquirá, en la cual Gabriel García Márquez cursó su bachillerato, su principal avenida podría bautizarse con su nombre.

No podría dejar de hablar de la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, en cuyos campus algunos de los edificios han sido revestidos de un poderoso sentido simbólico al ser bautizados con los nombres de los personajes que han marcado la vida universitaria, entre ellos el Edificio de Matemáticas, que fue nombrado como Yu Takeuchi, o el edificio insignia de la Facultad de Ingeniería de Bogotá como Julio Garavito Armero, en Manizales la Biblioteca Carlos-Enrique Ruiz, en Medellín el Auditorio Pedro Nel Gómez, o en Palmira el Edificio Ciro Molina.

Pero ni siquiera la Universidad se salva de la disputa simbólica, y el caso más icónico es sin duda la Plaza Santander, bautizada originariamente en honor a quien impulsó decididamente la educación pública en el país, pero que hoy es más conocida como Plaza Che.

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/que-nos-dicen-los-nombres-de-las-calles-columna-716929

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Rafael Correa en la Universidad Nacional

Por: Ignacio Mantilla

La semana pasada celebramos, con múltiples actividades académicas, deportivas y culturales, el cumpleaños 150 de la Universidad Nacional. Uno de los eventos más concurridos fue la conferencia “La universidad latinoamericana: visión y logros”, a cargo del expresidente de Ecuador, Rafael Correa. En efecto, hubo lleno total en el auditorio León de Greiff y en la plaza central de la Ciudad Universitaria para oír al exmandatario.

Pero, más allá de la impresionante expectativa y acogida por parte de la comunidad universitaria, sus ideas y pensamiento heterodoxo han sido durante esta semana foco de discusión en el centro educativo.

A lo largo de su intervención, el expresidente Correa socializó las transformaciones que el sistema educativo ecuatoriano vivió durante sus años en la Presidencia. “Entre 2007 y 2016 asignamos US$14.000 millones a la educación superior, pasando esta asignación del 0,7 % del PIB en el 2006 al 2,16 % en el 2015”. Con la Ley Orgánica de Educación Superior, Correa metió en cintura a las universidades de pésima calidad: “La gran mayoría eran universidades privadas sin fines de lucro, aunque demasiadas resultaron ser de lucro sin fin”.

El exmandatario habló de la creación de cinco nuevas universidades para el desarrollo científico, como Yachay Tech, Uniartes y la Universidad Nacional de Educación (UNAE), centros educativos que buscan liderar la innovación y servir de rectoras de la educación superior en el vecino país.

Para tratar el caso general de la universidad latinoamericana, Correa centró su intervención en la excelencia académica, el desarrollo científico, la educación técnica y la investigación.

Me gustaría compartir con los lectores algunas de sus más importantes ideas con relación a la educación superior, expuestas en este evento.

La primera tesis que vale la pena analizar con atención es la valoración especial del mundo académico como un espacio que potencia no sólo la formación ilustrada sino la sensibilidad social: “En la academia ustedes encuentran lo mejor del ser humano”, señaló el expresidente Correa. Sin duda una idea valiosa. El campo académico no es un paraíso libre de conflictos, como lo ilustró el sociólogo de la educación, Pierre Bourdieu. El Homo academicus no es beato. Pero el estudiante universitario y el docente, en relación constante con sus pares, están profundamente permeados por los valores promovidos por los centros educativos, en nuestro caso, la rectitud, la empatía y la solidaridad. Valores apreciados en un mundo en donde prima la búsqueda del bienestar individual sobre el colectivo. Bien lo decía Aristóteles: “Los que obran bien son los únicos que pueden aspirar a la felicidad en la vida”.

La segunda tesis del economista está relacionada con las consecuencias de una débil producción en los campos de la ciencia y la tecnología en los planos industrial, comercial y político: “Los países que no generemos esos conocimientos seremos más ignorantes en términos relativos y más dependientes de lo que producen otros”, enfatizaba Correa, quien se declaró un convencido del papel transformador de la ciencia y la tecnología para garantizar las diferentes formas de vida y alcanzar el buen vivir. En este sentido, Correa le encomienda a la universidad un papel estratégico, conectando el desarrollo tecnológico con un mejor lugar en el mercado mundial para poder salir de la dependencia económica, del consumo de servicios, conocimiento u otros activos que la nación no produzca.

La tercera tesis de Correa es que una cultura de la excelencia permea todos los espacios de la vida social. Al respecto señalaba: “Los países más exitosos son aquellos en los que desde el más sencillo lustrabotas hasta el presidente de la República hacen las cosas extraordinariamente bien”.

Llevando esta tesis al escenario académico, el economista ecuatoriano lanza una sentencia clave con la que me identifico y que comparto plenamente: “La mejor manera de contribuir al desarrollo es la excelencia académica”.

Al terminar su intervención magistral, una serie de preguntas provenientes del público hizo que el exmandatario movilizara las pasiones de los asistentes al expresar puntualmente sus opiniones.

La corrupción, el avance tecnológico y cómo lograr la equidad por medio de la educación fueron los tópicos centrales sobre los cuales trataron las preguntas. Una en especial despertó la atención de muchos de los asistentes: ¿cuál es la importancia del gobierno universitario para responder a las verdaderas necesidades de la universidad y para fortalecer la autonomía? “Hay que tener un cogobierno responsable. Pero, ¡cuidado!, muchas veces somos los campeones mundiales de un democratismo intrascendente”, dijo Correa, quien afirmó conocer muy bien el sistema de gobierno universitario desde cuando fue dirigente estudiantil. Señala que no se puede someter todo el tiempo a consulta la designación de los directivos de alto nivel y hasta de los directores de departamento.

Para desarrollar sus afirmaciones, Correa abordó el caso regional y cuestionó la manera como es entendida la democracia en una perspectiva rutinaria y formal. “La democracia no se reduce a las elecciones, y hay sectores donde el que más sabe debe tomar las decisiones. Y debe haber jerarquía, por supuesto, debe haber cogobierno, escuchar las necesidades estudiantiles, a los trabajadores, pero las decisiones académicas las deben tomar los académicos”. El público asistente aplaudió la intervención.

Sin duda, la conferencia del expresidente de Ecuador, Rafael Correa fue un evento pensado para generar debate y opinión. Se puede estar de acuerdo o no con el exmandatario, pero la Universidad Nacional de Colombia, patrimonio de todos los colombianos, siempre será escenario para escuchar y debatir con los principales personajes protagonistas de la ciencia, la política y la cultura a nivel mundial. Por sus instalaciones han pasado cientos de personajes, entre los que podríamos traer a colación a Jean-Francois Lyotard, Noam Chomsky, David Harvey o el premio nobel de física William D. Phillips, entre muchos otros científicos y pensadores planetarios.

Me quedo con una frase de Correa: “No me hablen de competencia hasta que todos tengamos las mismas oportunidades”.

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/rafael-correa-en-la-universidad-nacional-columna-715753

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Una semana en #ModoSesqui

Por: Ignacio Mantilla

Durante toda esta semana, en la Universidad Nacional de Colombia hemos celebrado con una serie de eventos las 15 décadas de vida de nuestra alma máter.

En sus ocho sedes, a lo largo y ancho del país, se organizaron actividades que buscaban generar la integración entre sus estudiantes y una mayor conciencia de nuestra historia y nuestros deberes como universidad del Estado.

Por supuesto, también hubo espacio para la música y el baile. El miércoles tuvo lugar uno de los eventos más concurridos: el Concierto Nacional, en el que brillaron la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional, el grupo Herencia de Timbiquí y Yuri Buenaventura, en la plaza central de la universidad. El evento no sólo contó con la presencia de estudiantes, sino también de los vecinos de la Ciudad Universitaria, que se acercaron para disfrutar de lo mejor de la música clásica y los sonidos del Pacífico y a escuchar a uno de los mejores exponentes de la salsa. Estimamos que hubo unos 18.000 asistentes.

En las redes sociales ha tenido gran acogida el hashtag #ModoSesqui, utilizado para sumarse a nuestra celebración y tener acceso a la agenda de los eventos de una manera más rápida.

En esta semana también tuvimos dos actividades que hacen parte de la esencia de la universidad y que muchos de sus integrantes esperan durante meses: las distinciones para empleados administrativos y profesores. Quisiera compartir con ustedes un apartado del discurso que pronuncié el jueves en horas de la noche y que tenía como punto de reflexión la importancia de la labor docente y del buen maestro en la consolidación de la excelencia académica.

Bogotá, 21 de septiembre de 2017

Distinciones docentes

Auditorio León de Greiff

“En la vida de un académico es muy difícil recordar el rostro de todos los docentes con los que se ha tenido contacto. Pero si hiciéramos el ejercicio de destacar apenas a tres profesores que hubieran influido decisivamente en nuestras vidas, recorriendo desde la primaria hasta el posgrado, encontraríamos que, en efecto, hemos tenido muchos profesores que han ejercido una importante influencia con su ejemplo y sus consejos, más que con sus exposiciones sobre los temas de estudio, y el ejercicio propuesto se tornaría muy difícil.

En caso de poderlos elegir, esos tres destacados con certeza pertenecerían al selecto grupo de aquellos a los que damos el nombre de maestros, y seguramente sus palabras marcaron nuestro futuro y nos hicieron desistir de pasiones coyunturales.

Si pudiésemos fabricar en un laboratorio un buen maestro, necesitaríamos de los siguientes ingredientes (es mi propia receta): una buena porción de paciencia, otra de sensibilidad, una buena cantidad de respeto, una dosis de empatía y otra de sabiduría. Y no debe faltar una pizca de humor. Con esto garantizaríamos que todos los estudiantes puedan sentir el salón de clase como el verdadero hogar académico. El buen maestro no es aquel al que los estudiantes por lo general reconocen como “madre”, aun cuando hay muchos buenos maestros que lo son. El buen maestro es aquel que guía al estudiante para vencer toda barrera académica y lo acompaña con la generosidad de su conocimiento a romper los límites que el estudiante se ha impuesto.

El buen maestro no es el que tiene todas las respuestas, pero sí el que atiende todas las preguntas. Ante todo, escucha, y sabe aprovechar las deficiencias de sus estudiantes, no para reprenderlos sino para formarlos. Es decir, le da prelación al audífono sobre el micrófono. Pero, antes que nada, el buen maestro, parafraseando al filósofo español José Ortega y Gasset, siempre que enseña algo, enseña a la vez a dudar de lo aprendido.

Estoy seguro de que todos los distinguidos esta noche pertenecen a esa lista privilegiada que los estudiantes tienen de los tres maestros que fueron decisivos en su vida. Tanto para ustedes como para mí, es un privilegio que justamente en el sesquicentenario de nuestra universidad podamos reunirnos en este acto de la esencia de la academia y de los emblemas de la Universidad Nacional. Los que hoy son distinguidos han entendido y comprendido que, aunque en su mayoría culminaron el ciclo obligatorio de estudios cursando un doctorado, las exigencias que trae formar el capital humano de un país no da tregua y, por el contrario, hay que estar en pleno actualizados en los desarrollos y avances de sus áreas. Gracias a su labor cotidiana y constante es que hoy continuamos siendo la mejor y más importante universidad del país.

Una de mis primeras preocupaciones al llegar a la Rectoría de la universidad fue precisamente buscar la manera de hacer sentir cómodos a los mejores profesores. Y, por fortuna, en la Universidad Nacional hoy en día existe el reconocimiento de la tenencia de cargo, figura que el Consejo Superior Universitario acogió en el año 2013 ante mi solicitud, para que aquellos profesores que han demostrado la excelencia en su trabajo y el compromiso institucional a lo largo de los años de vinculación a la universidad no estén sometidos a incómodas y a veces irrespetuosas evaluaciones para decidir su continuidad. Pero también con el claro mensaje de poder hacer un real llamado a todos ustedes, que son una muestra de los mejores, a que permanezcan en la institución hasta la edad de su retiro forzoso. Así que los quiero ver a todos hasta la edad de los 80 años activos, en la Universidad Nacional”.

Nos quedamos sin espacio para hablar sobre la presencia de varios rectores latinoamericanos en el Foro de Rectores por la Paz, la visita del expresidente ecuatoriano Rafael Correa a la Universidad Nacional y el lanzamiento de los libros que recogen la memoria de la universidad en 12 tomos y siete volúmenes. Además, los eventos aún no terminan. Les compartiré más detalles la próxima semana.

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/una-semana-en-modosesqui-columna-714572

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Un centenar de nuevos doctores

Por: Ignacio Mantilla

En el marco de la conmemoración de los 150 años de la Universidad Nacional de Colombia, hemos venido preparando una serie de eventos con los cuales pretendemos honrar el papel protagónico que la institución juega en la vida cotidiana de los colombianos.

En esta oportunidad quiero referirme en especial a un hecho que nos llena de orgullo: la graduación, en una misma ceremonia, de 102 estudiantes que han obtenido el título de doctor. La simbólica cifra nos ha impulsado a realizar, por primera vez, una ceremonia de grados a nivel nacional, exclusiva para los doctorandos, sus familiares y amigos, pero, muy especialmente, también para sus directores de tesis, quienes merecen un especial reconocimiento, pues no es fácil asumir la responsabilidad de hacer o dirigir investigación de punta en Colombia. Su presencia en la ceremonia era un mensaje especial de exaltación.

De acuerdo con las cifras de los últimos años, la Universidad Nacional aporta el 40 % de los doctores que se forman en Colombia. Muchos de ellos, además, se preparan como docentes durante sus estudios de doctorado, bajo la figura de asistentes o auxiliares docentes, asumiendo una pequeña carga de enseñanza en cursos de pregrado. Actualmente, el 50 % de la planta de profesores de la Universidad Nacional ostenta el título de doctorado. Éste es, hoy en día, un requisito para ser profesor universitario de planta en la mayoría de las universidades colombianas.

Mientras firmaba uno a uno los 4.721 diplomas de quienes se han graduado como profesionales, especialistas, magísteres y doctores durante estas dos semanas en la Universidad Nacional, me surgieron algunas preguntas que formulé a los doctorandos en el discurso en la ceremonia de su graduación: ¿por qué han decidido recorrer el largo camino de la formación académica? ¿Por qué han invertido tanto tiempo de sus vidas entre laboratorios, bibliotecas y referencias bibliográficas? ¿Por qué han aceptado perseguir a un director de tesis durante meses? ¿Por qué han dejado de compartir con sus seres queridos y sus amigos para entregar avances e informes?

Las respuestas son variadas y, con seguridad, dentro de una década, al sumar distintas vivencias, las razones que ellos darán para motivar a otros a iniciar estudios de doctorado serán otras, porque las expectativas que hoy tienen no se habrán podido validar plenamente. No obstante, estoy seguro de que ninguno de ellos se arrepentirá de haber terminado un doctorado, porque no lo han cursado para colgar un diploma más en las paredes del estudio de su casa, sino para contribuir al desarrollo científico de nuestro país. Ese es su verdadero propósito. Pero, lamentablemente, allí es donde precisamente están las mayores dificultades, pues son tantas las barreras para llevar a cabo la investigación que el trabajo científico en Colombia comúnmente se asemeja a una carrera de obstáculos.

La situación de un doctor recién graduado resulta paradójica, pero muy llamativa. Al tiempo que se alcanza el grado máximo que una universidad puede otorgar, con lo cual se pierde formalmente la calidad de estudiante, ese título lo “obliga” a iniciar una carrera en el mundo académico. Es decir, que justamente por haber dejado de ser estudiante, en adelante nunca podrá dejar de estudiar, o sea, de ser un auténtico estudiante.

La curiosidad debe haber impregnado sus vidas, de lo contrario no hubiesen podido ser estudiantes de doctorado para explorar hipótesis, evaluar métodos, clasificar resultados, pero también para sortear todas las vicisitudes que se agregan en una tesis.

Nosotros, sus profesores y directivos, tenemos la certeza de haberlos formado correctamente, es decir, de prepararlos para resolver los problemas que aún no se han formulado, porque la verdadera formación universitaria es la que nos queda cuando hemos olvidado los temas que estudiábamos para aprobar los exámenes.

La formación de doctores es una labor que en nuestro país se debe estimular para generar innovación y nuevo conocimiento. Las estadísticas muestran que en Colombia aún no alcanzamos a graduar 10 doctores por cada millón de habitantes, mientras que la media en América Latina es de 40 por millón de habitantes, y en algunos países desarrollados este número llega a 400.

Con estas cifras no cabe duda de que los nuevos doctores forman parte de una élite académica privilegiada en la que ponemos muchas esperanzas y a la que confiamos la gran responsabilidad de nuestro propio avance científico. Pero en la formación de los doctores no hay que olvidar un apoyo que es fundamental y que pasa desapercibido: en efecto, a diferencia de los estudiantes de pregrado, que en la mayoría de casos reciben apoyo económico de sus padres, en el caso del doctorado muchos ya tienen hijos y son responsables del sostenimiento de una nueva familia que además debe soportar su falta de tiempo, las horas de estrés, la alta presión y el desánimo por los resultados fallidos. Si a eso se suman eventuales dificultades económicas en ausencia de becas, es natural la explosión frecuente del estudiante ante la pregunta común de familiares y amigos: “¿Y te falta mucho para terminar esa tesis?”.

Felicitaciones y éxitos a los nuevos doctores formados en la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/un-centenar-de-nuevos-doctores-columna-713417

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El sello postal de la Universidad Nacional

Por: Ignacio Mantilla

Los Servicios Postales Nacionales 4-72 han querido sumarse a la celebración del cumpleaños 150 de la Universidad Nacional de Colombia realizando una emisión conmemorativa de 12 sellos postales con motivos alusivos a la institución, los cuales representan los distintos campos del saber junto al escudo que lleva el lema que desde siempre ha guiado el quehacer de la universidad del Estado: “Busca la verdad en las aulas de la academia”. Complementan la emisión postal ocho bandeletas con imágenes de todas nuestras sedes.

Esta emisión, puesta a disposición de los colombianos desde la semana pasada, ofrece una cuidadosa presentación y calidad. Es uno de los primeros homenajes que recibe la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, en este mes de celebración de su sesquicentenario.

El hecho se convierte en una oportunidad para auscultar el origen de las estampillas en los sobres de correo y para hablar de la transformación del sistema de correos a través del tiempo, y sobre su incuestionable importancia (antes de la aparición de las formas electrónicas modernas de comunicación), cuando saber de nuestros seres queridos distantes era todo un rito y el correo marcaba la forma preferida de relacionarse. La literatura de los siglos XIX y XX está plagada de turbios, en otros casos apasionados y, en los casos más tristes, virginales relatos de amor que se conocieron y fortalecieron a través del intercambio epistolar.

Los historiadores y arqueólogos coinciden en que la consolidación de las civilizaciones y el establecimiento de las rutas de intercambio comercial posibilitaron la adopción del sistema de comunicaciones y la especialización en el desarrollo de las mismas, pasando de los atletas que podían durar meses enteros corriendo de un punto a otro para entregar un mensaje verbal o escrito, hasta un sofisticado sistema de comunicación, haciendo uso de la tecnología disponible.

Las tablillas más antiguas que se usaron para llevar un mensaje datan del año 4.000 a. C. y son provenientes de Babilonia. En Egipto, en los tiempos del matemático Ahmes, es donde los estudiosos han señalado que se consolidó un sistema de mensajería mediante el cual el gobernante podía saber qué estaba sucediendo en las tierras más lejanas de su territorio. Persas, griegos y romanos desarrollaron sus propios sistemas de comunicación, de la mano de la expansión militar.

La masificación de los correos trajo consigo la necesidad de identificación, y antes del surgimiento del sello postal algunas precarias marcas servían de referencia para reconocer la ruta de una carta. Aun así, se presentaban algunos inconvenientes relacionados con los pagos, ya que los debía hacer el destinatario. Fue por ello que el inglés sir Rowland Hill, originario de la ciudad de Kidderminster, puso en venta la primera estampilla en 1837, para asegurar que el correo llegara a su destino y que no se perdiera por falta de pago al recibirlo.

En 1843, Brasil fue el primer país latinoamericano en adoptar el sistema de sellos postales, y en 1859 apareció en circulación la primera estampilla en nuestro país.

Un sello postal es mucho más que un pequeño y colorido papel, un pasatiempo o una forma en que el servicio de correo puede obtener ingresos. Un sello postal es un espacio estratégico de comunicación que puede llegar a concentrar en un momento específico los valores más destacados de una sociedad o simplemente captar la realidad territorial de un país y congelarla en el tiempo.

Sin ser experto en filatelia, debo confesar que siempre me ha atraído el aporte artístico y el detalle con que las estampillas son producidas. Me llaman especialmente la atención aquellas que buscan salvaguardar la riqueza ambiental de nuestro país, como las que pertenecen a la serie “Biodiversidad endémica de Colombia en peligro de extinción”.

A nivel internacional se han hecho famosas las que reproducen los rostros de los padres fundadores de Estados Unidos, en especial George Washington, así como los héroes de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de la China de Mao y de la Segunda Guerra Mundial, entre otras. Conocí hace unos cinco años, a través de una revista alemana de divulgación científica, una enorme colección de sellos postales de diversos países dedicada a exaltar a ilustres matemáticos. Sobresalen, por ejemplo, el sello dedicado a los 400 años del natalicio de René Descartes, publicado en 1996, y la estampilla a todo color que aborda la vida y los desarrollos de Arquímedes, publicada en 2010. Hay una estampilla emitida en 1977 por la empresa alemana de correos para conmemorar los 200 años del nacimiento de Carl Friedrich Gauss, uno de los más grandes matemáticos que ha habido.

Afortunadamente hay personas en todo el mundo que cultivan la filatelia y nutren diariamente sus colecciones de estampillas, pues el registro de todas las emisiones permanecerá como un invento valioso de la humanidad.

Que sea esta entonces una oportunidad para que la experiencia, el conocimiento y la historia de la Universidad Nacional recorran los rincones del territorio nacional a través de las 89.856 estampillas puestas a disposición de los ciudadanos por los Servicios Postales Nacionales 4-72 desde la semana pasada.

Ojalá muchos lectores adquieran esta edición especial. Una apuesta de colección, que, al igual que la estampilla que se emitió hace 50 años para celebrar el primer centenario de la Universidad Nacional de Colombia en 1967, forme parte de los símbolos que enaltecen la institución.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/el-sello-postal-de-la-universidad-nacional-columna-712300

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Editoriales y libros universitarios, la antorcha de la ciencia

Por: Ignacio Mantilla

La semana pasada se llevó a cabo un evento internacional de gran significado para el impulso de la ciencia en Iberoamérica: la primera Feria Internacional del Libro Universitario (Filuni), que tuvo lugar en el Centro de Exposiciones y Congresos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que contó con la Universidad de Salamanca como invitada de honor.

El evento le permitió a la Universidad Nacional de Colombia estrechar aún más los lazos académicos que la unen con la UNAM y evidenciar la solidez de nuestros sistemas editoriales. Con la universidad anfitriona se pactó la distribución mutua de títulos, es decir, en las siete librerías con que cuenta el campus de la UNAM se podrán adquirir algunos de nuestros libros, y en nuestras librerías estará disponible lo mejor de la producción de su editorial universitaria.

Este es un logro más que, justo en este Año Dual Colombia-México, consolida unas auténticas relaciones en todos los sectores, como lo destacó la embajadora de Colombia en México, Patricia Cárdenas, quien estuvo presente en la inauguración de la feria.

Hubo una buena participación de universidades colombianas y sobresalió la Universidad Nacional, que contó con un bello stand individual, en el que presentó cerca de 200 títulos, como parte de los más de 15.000 disponibles en el recinto, provenientes de 159 universidades.

La Filuni materializa el primer encuentro de gran magnitud en América Latina dedicado exclusivamente a reunir a las principales responsables de la difusión de la ciencia, ya que a las editoriales comerciales poco les atrae esta clase de libros, de esencia universitaria, salvo algunos trabajos de divulgadores consagrados. Sin las editoriales universitarias se perdería entonces esa importante conexión dinámica entre la comunidad científica y la sociedad en general.

De acuerdo con el más reciente informe del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), conocido en agosto de este año y titulado “El espacio iberoamericano del libro 2016”, el año 2015 no fue un buen período para el comercio mundial de libros impresos y apenas alcanzó un monto de US$17.312 millones, suma que corresponde al 93 % de la que se había registrado en 2010. Pero, pese a este panorama, las editoriales universitarias en América Latina registraron 20.818 títulos, creciendo el 4,8 % con respecto al año 2014.

A manera de ejemplo, en la Universidad Nacional actualmente se publica un nuevo libro cada dos días. (En la UNAM se publican cuatro nuevos libros diariamente, en promedio). Si pasamos al plano de las publicaciones científicas en revistas indexadas, debo señalar que el lunes pasado el Ministerio de Educación Nacional publicó los resultados del Modelo de Indicadores de Desempeño de Educación (Mide), que nos ratifican como líderes en la producción científica del país, con 10.249 “artículos top”, seguidos por la Universidad de Antioquia, con 6.560, y la Universidad de los Andes, con 4.544 artículos.

Es claro que los cambios tecnológicos han venido impactando profundamente la manera como leemos e investigamos, y el ebook ya ganó un amplio terreno entre los lectores, especialmente los universitarios, no sólo por su facilidad de transporte, sino por su bajo costo. Iniciativas colombianas como la de Booklick, la aplicación que mediante el pago de una suma mensual permite acceder a 1.667 textos universitarios, son algo sumamente novedoso e ingenioso, impensable hace apenas unos cinco años. Por lo tanto, nuestra capacidad de sorprendernos en materia de libros aún no se ha agotado.

En el marco de la Filuni también hubo espacio para el Encuentro de Rectores: “Evaluación, indización y ranking de ediciones universitarias”, en el cual participamos 38 rectores y representantes de diversos países.

La reunión tuvo como propósito reflexionar sobre las condiciones en las que se han venido desarrollando los sistemas de clasificación y su impacto en la política educativa de los países iberoamericanos. Desde el evento se hizo un fuerte llamado a evitar el uso de los ránquines como único elemento para medir el desempeño de las instituciones y se lanzaron fuertes críticas al desconocimiento de la realidad propia del sistema editorial iberoamericano por parte de las bases de datos diseñadas desde el modelo anglosajón, como Journal Citation Reports, de la Web of Science, y el Scimago Journal Rank, del Grupo Scimago.

Entre las principales críticas se mencionó que “no permiten un reconocimiento de la diversidad de producción de conocimiento”, y se las acusa de valorar mucho más las publicaciones en inglés sobre otros idiomas, “dejando de lado la importancia de la multiculturalidad”. Asimismo, en el documento marco del encuentro se señala la desventaja en que están, para ser calificadas, las publicaciones en el área de las ciencias sociales y humanas, que en su mayoría dan a conocer sus productos en forma de capítulos de libros. Todo esto afecta fuertemente a países como España, que ocupa un lugar clave en la lista de productores de libros a nivel mundial.

Otro tema importante que surgió en el Encuentro de Rectores fue la preocupación generalizada por algunas consecuencias de los sistemas adoptados en los países iberoamericanos para estimular las publicaciones de los profesores universitarios, los cuales frecuentemente conducen solamente a un afán de lucro.

En efecto, hay quienes han dejado de escribir y publicar para fomentar el avance de la ciencia o divulgarla y hacerse legibles entre sus pares académicos y estudiantes, y por el contrario se han propuesto únicamente producir muchos artículos de poca utilidad o impacto real, para elevar su sueldo.

Resulta preocupante observar casos en los que satisfacer a los evaluadores es el objetivo primordial, como si la crítica fuese más importante que el texto y la acumulación de “puntos” reconocidos por la publicación fuese el único fin.

Estoy seguro de que, con esas reglas, hoy en día un físico con la hoja de vida de Albert Einstein sería rechazado en muchas instituciones por su baja producción de artículos científicos.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/editoriales-y-libros-universitarios-la-antorcha-de-la-ciencia-columna-711154

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