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Lecciones de la pandemia: el caso mexicano

Por: Juan Carlos Yáñez

La pandemia continúa su explosiva contabilidad en México cuando escribo estas líneas, en el amanecer del primer domingo de julio. El ciclo escolar concluyó. Es tiempo de descanso para maestros y estudiantes. Autoridades educativas y expertos pronostican una sangría considerable de alumnos que abandonará el tercer sistema educativo más grande de América. Un millón, más o menos, son expulsados de las aulas cada año entre secundaria y bachillerato. La cifra podría incrementarse notablemente ante la pérdida de empleos y la exigencia de cubrir necesidades elementales en las familias.

El inicio del próximo año lectivo se estima para finales de agosto en enseñanza básica y bachillerato; en las universidades, un mes más tarde. En marzo se decretó la suspensión oficial de clases presenciales y cien días después la pandemia es indomable para gobiernos zigzagueantes. Jalisco, uno de los 32 estados de la República, ya anunció que volverán hasta el 2021. Tampoco hay certidumbre, pues, en cuándo regresaremos.

¿Aprendimos de la contingencia que llevó las clases y tareas a las hogares de más de 35 millones de estudiantes y 2 millones de docentes? ¿Aprendieron los sistemas escolares nacional y estatales?

Las enseñanzas

Durante los meses del programa nacional Aprende en casa se hizo patente que la escuela es el corazón del sistema educativo actual, y una de pieza definitiva en la estructuración de la vida social. Que su valía y presencia no se limita a las cuatro, seis u ocho horas de clase que duran las jornadas en los distintos niveles, sino que ordena la vida familiar, social, laboral y económica, en buena medida. Si el sistema educativo es tan importante, como el aporte de sus maestros, ¿habrá correspondencia en las políticas y presupuestos?

Las encuestas oficiales que miden equipamiento y acceso a las tecnologías dibujaban una radiografía de inequidades descomunales entre regiones del país, entre estados, municipios, ciudades y colonias. México es muchos Méxicos, se repite. La estrategia Aprende en casa, basada en los libros de texto gratuitos y las plataformas de Google y YouTube, reconfirmó que las diferencias eran reales y no solo datos estadísticos. Puso un espejo ante los ojos de los gobernantes y les impone el diseño de políticas para concretar el derecho a la información y reducir inequidades.

Frente a las exigencias de instrumentar una enseñanza remota, apoyada en el uso de las distintas herramientas de moda, se desafió la capacidad, imaginación y paciencia de los maestros. El saldo habrá sido heterogéneo, a juzgar por las evidencias conocidas, con efectos no solo en ellos, sino en las posibilidades de aprendizaje alcanzado por los estudiantes. Es verdad que el país había invertido en tecnologías y equipos, pero se confirmó el fracaso y la lección es que no pueden replicarse tantos yerros en un campo que transformará el paisaje escolar en el futuro inmediato.

Mejor librados salen los maestros, sin generalizaciones, en la organización colegiada. La contingencia pedagógica apelaba a los acuerdos, a planear y ejecutar juntos, a reunirse para seguimientos y ajustes. La proliferación de seminarios web, reuniones y grupos de WhatsApp induce a creer que ante la falta de certidumbre, la colegialidad disminuyó angustias. Habrá que afinar aspectos cruciales: contenidos relevantes, actividades significativas, creación de materiales, buenas prácticas y mecanismos eficaces de evaluación, entre otros.

La clase tradicional, basada en la palabra del maestro, no se infectó de coronavirus, ni se jubilará de las aulas, pero quedó seriamente lastimada en su credibilidad y eficacia. La organización didáctica del salón podría ser una de las primeras beneficiarias en el retorno, por la demografía pospandemia y por las ventajas que también habrán descubierto los profesores de una más óptima dosificación de tiempos.

Con el peso de la responsabilidad depositado en los hogares, especialmente en las madres de los niños, se abrió una asociación insospechada entre la escuela y la familia que, con frecuencia, se miraban de reojo. La contingencia puso en claro que la familia puede ser un actor pedagógico que potencie el esfuerzo cotidiano de los maestros, y que los tres, alumnos, paterfamilias y maestros ganarán si construyen una relación fincada en confianza y solidaridad.

Una última lección que debió aprender el sistema educativo es que la televisión y la radio, por su amplitud y penetración, pueden ser agentes con un mensaje pedagógico permanente, y no solo con programación emergente en circunstancias extraordinarias. Radio y televisión deben ser, con las regulaciones correspondientes, parte del nuevo sistema educativo.

Las materias suspendidas

La pandemia y Aprende en casa también dejaron en suspenso varias materias: la creencia casi mítica en que, en la modalidad remota, basta con la tecnología para resolver los problemas pedagógicos, visión que conduce a lo que algunos definen como embrutecimiento tecnológico; el problema es centralmente pedagógico, luego aparecen los medios disponibles y condiciones para cumplir los fines.

Exhibida quedó también la tentación del control burocrático de distintas formas, reconocidas por las propias autoridades. Frente a la incertidumbre y desconfianza, se optó por el tráfico de evidencias de abajo arriba: de los teléfonos de los maestros a los directores, y estos a sus supervisores, luego a las autoridades; por otro lado, los reportes y grupos de WhatsApp en muchos casos cumplieron tal cometido.

A la carencia en equipamiento tecnológico en hogares de alumnos y maestros debemos sumar la necesidad de reformular el proyecto de los libros de texto gratuito, diseñados para trabajar con el maestro al lado, no como materiales de autoestudio, matiz que ahora deberá introducirse en sus rediseños.

En casa hubo disposición, sobrecarga de trabajo especialmente en las mujeres, que se magnifica por las señaladas precariedades tecnológicas y porque en muchos casos había obstáculos para apoyar, por padres o madres que no cursaron estudios más allá de la enseñanza secundaria.

Tres aspectos merecen tratamiento aparte pero no hay espacio ahora: la bulimia de tareas en que derivó, en muchos casos, el programa Aprende en casa; el descuido o falta de claridad sobre las necesidades socioemocionales de todos los implicados (madres, maestros, niños) y la negación sempiterna de la voz a los protagonistas en el diseño del programa que llevó la enseñanza y el aprendizaje a los hogares.

Son muchas las enseñanzas y las asignaturas pendientes que deja la pandemia, pero poco el tiempo para procesarlas y convertirlas en decisiones, políticas y programas. Con indicios de que se trabajará en esa dirección ya podría ser alentador el retorno gradual a las aulas en otoño.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/07/08/lecciones-de-la-pandemia-el-caso-mexicano/

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Una pedagogía contra el aislamiento

Por: Juan Carlos Yáñez Velasco

La educación es el tercer tema mundial de debate y reflexión en tiempos de pandemia, después de la salud y la economía. La profusión de seminarios web, conferencias en línea, encuentros virtuales, entrevistas con expertos, documentos de organismos nacionales e internacionales y libros vuelve imposible la intención de leerlos o presenciarlos todos.

Entre los documentos más provocadoras están las “Once tesis urgentes para una pedagogía del contra aislamiento”, redactado por “Pansophia Project”, disponible en “Panorama. Portal de política educativa en Iberoamérica” (panorama.oei.org.ar).

Sigo las actividades de Pansophia Project en redes sociales desde hace tiempo por Mariano Narodowski, uno de sus integrantes e inspiradores. Se define como “un colectivo de pensamiento, experimentación, investigación y formación dedicado a comprender los procesos de disrupción creativa que se están operando globalmente en el campo educativo. Sin ataduras ni prejuicios, asumimos la historia de lo escolar y trabajamos en el presente y en los futuros posibles de la educación, incluso los improbables”.

A su horizontalidad aunan diversidad de formaciones, posiciones políticas y ocupaciones, virtud imprescindible y escasa en momentos de intolerancia e incertidumbre. Con esa perspectiva, lo que sucede hoy en Argentina, México o el mundo es material precioso para sus actividades, que realizan suelen realizar a través de las ZIP, Zona de Intercambio Pansophiano (ZIP), “espacio de reflexión sobre temas claves de la agenda pansophiana, en los que personas de diferente formación e inquietudes dialogan simétricamente e integran perspectivas”, y del Instituto para el Futuro de la Educación.

Su nombre, Pansophia, del griego “saber para todos”, rinde tributo a uno de los más grandes exponentes de la pedagogía, Juan Amos Comenio, autor del texto fundacional “Didáctica magna” y del bellísimo “Orbis sensualium pictus”, publicado en México por Porrúa como “El mundo en imágenes”, el primer libro ilustrado para niños, según mis referencias.

Frente a la pandemia y sus repercusiones en los sistemas escolares, las once tesis son una invitación a la reflexión e intercambio que debemos efectuar los maestros sobre presente y futuro de las escuelas. Enseguida, por el espacio de esta columna, solo resumo algunas de las once, o enfatizo particularidades, con la invitación a su lectura.

Tesis 2. La pedagogía es lo contrario del aislamiento. La mirada pansophiana postula que “todo el saber humano debe ser para todos los seres humanos”, hecho que pudo ser posible gracias a las escuelas, el mejor mecanismo diseñado para el fin, que convoca a la presencia y el encuentro en torno al conocimiento, pero que abarca también lo emocional y corporal.

Tesis 3. La casa es lo contrario de la escuela. La casa corresponde al ámbito privado, las escuelas a lo común para todos. La disposiciones físicas, las reglas y funciones no pueden homologarse.

Tesis 4. De nada sirve pretender normalidad frente al encierro: “Frente al encierro, nuestra respuesta inicial fue performativa y eficientista. El desconcierto inicial se manifestó en hiperactividad y se tradujo en agobio. Quisimos darle naturalidad a una normalidad tambaleante sin considerar que estamos frente a un escenario de emergencia, que conforma una interrupción en sí mismo”.

Tesis 5. El aislamiento profundiza las desigualdades que las escuelas no habían podido resolver. Es innegable el impacto de la escuela como tecnología para la distribución del conocimiento, pero no llega igual a todos, ni en condiciones mínimas. La conclusión de la tesis llama a la acción pública: “La distribución social de la tecnología será injusta si no se abren los grifos de la red para enseñar y aprender.  Y en esta situación, quedará patente lo que antes se negaba: no son los estudiantes los que abandonan a la escuela sino la escuela la que los abandona.”

Tesis 6. El teletrabajo docente no es trasladar la escuela a la casa del docente: “Los enfoques de educación a distancia/virtual/digital/online implican cambios en los contenidos, en los ritmos y hasta en los actores involucrados, contando por ejemplo con el soporte de tutores u orientadores para asegurar el seguimiento de cada alumno. Se trata además de propuestas diseñadas y planificadas cuidadosamente, en forma sistemática, con tiempo y con cierta previsibilidad”.

Tesis 7. La tecnología ayuda, el solucionismo tecnológico embrutece: “El solucionismo embrutece cuando damos una respuesta allí donde solo hay preguntas: ¿Soluciona la tecnología los problemas educacionales que plantea el aislamiento? O, en todo caso, ¿en qué situaciones y en qué medida lo hace?”.

Tesis 11. Cuando la experiencia no alcanza hay que pensar el presente. Hoy la experiencia no es suficiente y tampoco hay recetas universales, menos para contextos tan heterogéneos e inequitativos. Contra el aislamiento, todo está por pensarse y hacerse, pero no cualquier cosa; es imperativo para los educadores, porque la educación representa la posibilidad del pensamiento.

La pansophia, el saber para todos, representa el ideal que nunca como ahora se convierte en punto de referencia para orientar decisiones políticas del más alto nivel, pero también las acciones cotidianas que emprendemos los educadores en los salones de clase y, por ahora, al otro lado de las pantallas. La pansophia es innegociable.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/una-pedagogia-contra-el-aislamiento/

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Carta a las maestras y maestros por la pandemia

Por: Juan Carlos Yáñez

El reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los programas de clases. Es más profundo: aprendamos de las circunstancias, trabajemos juntos, aprovechamos los recursos y valoremos el privilegio de la vida.

Cuando preparo las notas para esta colaboración leo que los rectores de las universidades públicas y privadas de México decidieron que el actual ciclo escolar no volverá a las aulas. Acordaron también que cada institución decidirá estrategias para la conclusión y evaluar a los estudiantes, atendiendo a las condiciones diversas en sus posibilidades de acceso a tecnologías y equipos; heterogéneas en un país enorme y asimétrico, con más de la mitad de la población en pobreza y miseria. Recientemente, el gobernador del Estado de Jalisco, uno de las más importantes por demografía, economía y política, decretó el fin del año escolar presencial.

Decirle adiós a las aulas es un acto responsable. Las escuelas son espacios donde explotan las ideas, la inspiración, donde se desarrollan los lenguajes, el pensamiento y la belleza, pero también son focos inigualables de infección en situaciones como las que ahora sufre el mundo.

Decirle adiós a las aulas es un gesto aplaudible cuando todavía siguen creciendo los infectados y las muertes se acumulan dramáticamente. Pero tenemos que seguir aprendiendo. Los maestros debemos procurar las estrategias, contenidos y actividades relevantes (subrayo, relevantes) para que los estudiantes consigan aprendizajes. Pero solos no pueden; el trabajo docente es siempre en equipo, hoy está más claro que nunca.

Los retos son colosales: México perdió décadas con experimentos fallidos en distintos gobiernos federales. La inversión millonaria tendría que haberse reflejado en mejores resultados. Si así hubiera sido, la pandemia nos habría tomado un poco menos desprovistos. Pero no hay tiempo para lamentos ni reproches, no ahora; solo nos queda intentar un esfuerzo inusitado para que los niños y jóvenes individualmente, y las instituciones y sistemas educativos aprendamos de la contingencia. La oportunidad de aprendizajes es extraordinaria.

Es posible educar en cuarentena, nos contaban en un seminario web hace algunas semanas dos expertos: Mariano Narodowski desde Argentina, y Mariano Fernández Enguita, desde España.

Un peligro que nos acecha es tratar de trasladar la rutina del aula a la casa. La casa no es el aula, y la experiencia del aprendizaje en casa no puede equipararse a la rutina de la escolarización. Educar en contingencia sanitaria es un desafío pedagógico inédito.

El primero de los retos que tenemos enfrente es el del acceso al mundo digital. El baile de cifras respecto al equipamiento tecnológico revela las disparidades entre niños, familias y escuelas. Si no todos tienen acceso a computadoras e internet, ¿cómo circularán las tareas, los contenidos, los programas de la casa de las maestras y maestros a la de los niños? Pero también entre los maestros hay desiguales accesos y usos.

Entonces se vuelven importantes dos tecnologías que en México se habían olvidado de la buena educación, en general; la radio y la televisión. Televisión y radio pueden jugar un papel crucial, que no sustituirá al mundo dominante de las otras tecnologías, pero podría ser un puente para que unos niños no se queden varados en la otra orilla.

El gran reto, para mí el más importante, es pedagógico. El proyecto educativo. La Secretaría de Educación Pública lanzó una estrategia nacional de educación a distancia sin probarse previamente, montada sobre dos gigantes del mundo tecnológico: Google y YouTube. ¡Quién diría que serían los vehículos sobre los que oficialmente se acercaría la instrucción a los niños mexicanos que tengan esa posibilidad!

Seguramente la experiencia tendrá buenos resultados en algunas escuelas; en otras, menos buenos, y en algunas, inevitablemente, malos o desastrosos. Dependerá de distintos factores. A la tecnología y al proyecto debemos sumar dos ingredientes: la actitud y preparación de los maestros, así como la voluntad y posibilidades en el hogar.

La pandemia es campo para aprendizajes de otra naturaleza, esos que llamaríamos “para la vida”, que es así como tendría que ser toda la educación. Porque la educación siempre tendría que prepararnos para la vida, porque las matemáticas, la historia, la literatura, la educación física o las ciencias tienen ese sentido final.

Cambio de tema para soñar un poco.

Quisiera pensar que cuando pase la cuarentena el campo pedagógico no quedará como las playas después del tsunami; o las casas, luego del terremoto.

Quiero imaginar que la pandemia desafió lo mejor de las maestras y maestros; que no lo vieron como más trabajo, sino como oportunidad para aprender enseñando, y mientras enseñaban, dándose cuenta de su ignorancia, trataron de remediarla.

Deseo que las maestras y maestros que habían perdido la ilusión que los llevó a una escuela por primera vez, la recuperen ante la necesidad de lograr que sus estudiantes, lejos, en otro lugar, sin muchos recursos, puedan aprender de forma significativa.

Me gustaría que los maestros en la secundaria o el bachillerato descubrieran que estudiar biología, química o ciencias puede despertar más interés ahora, para entender el funcionamiento del cuerpo humano, de las enfermedades, de las vacunas, del trabajo científico.

Que es un buen momento para entender la geografía, la historia de China y universal, o las disparidades delirantes en el país más poderoso del mundo, cuyo centro financiero, Nueva York, se derrumba por un bicho invisible.

Es un buen momento, también, para estudiar con las palabras generadoras de Paulo Freire, a partir de las cuales se analice una realidad y se aprenda uniendo textos y contextos; palabras como virus, solidaridad, globalización, transmisión, tecnologías, salud, cambio climático, humanidad.

Es el momento más apremiante que nos tocó a las generaciones de hoy. Un momento que nos exhibe en nuestra vulnerabilidad y que hace tener más claro que nunca, que los pueblos de la tierra, por encima de banderas y fronteras, nos necesitamos para la sobrevivencia.

Que es el mejor momento para desarrollar las emociones y valores de la solidaridad, la generosidad, el cuidado del otro, la responsabilidad por lo colectivo, la alegría, la resiliencia, el amor.

El reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los programas de clases. Es más profundo: aprendamos de las circunstancias, trabajemos juntos, aprovechamos los recursos y valoremos el privilegio de la vida.

La cuarentena no debe ser pretexto para que profesores y directores llenen reportes y evidencias para informes institucionales inútiles. O para recargar de tareas y tareas y tareas a los estudiantes.

Hoy más que nunca resuenan potentes aquellas palabras del maestro Paulo Freire: la educación tienen que ser una aventura, un desafío, no una canción de cuna, ni la tortura que perjudicará a los que menos tienen y más necesitan.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/21/carta-a-las-maestras-y-maestros-por-la-pandemia/

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El confinamiento escolar en México

Por: Juan Carlos Yáñez

Las semanas previas, como sucedió en otras partes del mundo, vivimos y, en algunos casos, sufrimos una situación inédita, con la transformación de los hogares en espacios de la escolarización formal, mientras, madres y padres tenían que continuar su vida normal o laborar desde casa.

No tengo elementos para juzgar la experiencia colectiva, más allá de comentarios en redes sociales: oscilan desde el reconocimiento al trabajo de los educadores, hasta las críticas a los niveles de exigencia con los estudiantes.

Es evidente que el sistema educativo no estaba preparado, como tampoco lo estamos en casa para enfrentarnos a una forzosa reclusión colectiva. Las primeras semanas de la contingencia sanitaria han dejado enseñanzas de lo bueno, posible y reprobable.

Hay tiempo, creo, para que los sistemas educativos en sus distintos niveles aprendan y no perdamos el ciclo escolar en línea con tareas repetitivas e intrascendentes, fastidiando a los estudiantes con actividades planeadas al vapor, sin probarse, sin acompañamiento efectivo y sin la atención debida en casa, porque ahí la vida no se volvió más relajada y sí complicada.

Es oportunidad, también, para formular diagnósticos sobre las falencias del sistema educativo ante las transformaciones sociales y las nuevas realidades del siglo XXI. Falta observar la voluntad de las autoridades para aprovecharlo. Lo más terrible sería, después de estos meses de espanto, que la escuela pretendiera regresar como si nada dramático hubiera sucedido.

Por ahora, con el confinamiento en casa y la continuación del ciclo escolar que debería terminar en junio, la preocupación pedagógica se dividió en dos prioridades: una, cumplir el calendario y los programas oficiales; para algunas escuelas, dejar tareas y tareas hasta agotar los temarios. La segunda, en las antípodas, consiste en procurar una experiencia distinta para aprender en escenarios inimaginables.

Se podría recuperar el programa burocráticamente, aunque se aprenda poco, o bien, los niños podrían aprender que, en algunos momentos, hay que hacer tareas y actividades porque es obligación y nada más. Otros costos ya son altos en México: millones de niños que recibían un desayuno escolar, no lo tienen; en muchos casos, en zonas pobres, el único alimento nutritivo del día.

Las tareas escolares

El análisis de la contingencia y sus implicaciones educativas podría comprender varios temas; entre ellos, las tareas. Debate antiguo pero vigente, polémico en distintos países que lo han discutido en las más altas tribunas políticas: ¿es recomendable encargar tareas para casa?, ¿sí?, ¿cuántas?, ¿qué relevancia tienen esas tareas?, ¿cuál es la calidad de la retroalimentación que hacen los maestros? Y la crucial: ¿qué aprenden los niños con tareas?

Un siglo atrás, Adolphe Ferriére, uno de los creadores del movimiento de la Escuela Nueva, escribió un texto provocador: «Y según las indicaciones del Diablo, se creó el colegio. El niño amaba la naturaleza: lo recluyeron en salas cerradas… Le gustaba moverse: lo obligaron a quedarse quieto. Le gustaba manejar objetos: lo pusieron en contacto con las ideas. Le gustaba usar las manos: solo pusieron en funcionamiento su cerebro. Le gustaba hablar: lo relegaron al silencio. Quería razonar: lo hicieron memorizar… Le hubiese gustado entusiasmarse: inventaron los castigos. Entonces los niños aprendieron lo que nunca hubiesen aprendido sin esto: supieron disimular, supieron hacer trampa, supieron mentir».

En nuestro contexto, con un sistema educativo altamente escolarizado, la cuarentena nos tomó en fuera de lugar y la improvisación entró a la cancha para tratar de rescatar el partido. Se vuelve más imperativo preguntarse por la relevancia de las tareas, es decir, de las actividades que hoy tienen los niños en el hogar.

Cuando abordo el tema con educadores siempre repito: una tarea del alumno equivale a muchos deberes para el maestro. Es una perogrullada: el profesor que deja una tarea a 30 estudiantes, luego se convierte en 30 tareas, porque el maestro tiene la obligación profesional y ética de revisarlas una por una. Si tiene tres grupos, o cuatro, sus tareas se vuelven 90 o 120. Y si en cada una invertirá, pongamos, cinco minutos, entre la lectura y los comentarios que debe hacerle a cada uno, entonces, debe invertir 450 o 600 minutos, es decir, un montón de horas.

Es preferible una tarea significativa, que produzca aprendizajes, a cinco por día para tenerlos ocupados, agotándolos y enseñándoles que la escuela, así sea en casa, es una institución de trabajos estériles e injustificados.

Frente a estas discusiones, me resuenan las palabras de Paulo Freire: la educación debe ser un desafío intelectual, no canción de cuna. Para que ocurra, debe replantearse el sentido de la educación aquí y ahora, así como las posibilidades que ofrecen en un momento donde la escuela necesita más participación de la familia, pero de formas menos autoritarias y más plenas.

Francesco Tonucci, entrevistado por El País, introduce otro elemento punzante frente a la pandemia; parafraseo: a los psicólogos se les piden consejos para los padres; a los pedagogos, consejos para los maestros; pero nadie piensa en los niños, y no les preguntan tampoco.

Es un momento imperativo para establecer un nuevo contrato pedagógico entre la escuela y la familia y de colocar a los niños, de verdad, en el centro de la escuela. ¿Lo aprovecharemos?

Escuelas que preguntan, padres que participan y se comprometen de otras formas, niños que aprendan felices podría ser la gran lección de este año funesto.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/23/el-confinamiento-escolar-en-mexico/

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¿Poca o mucha tarea en casa?

Por: Juan Carlos Yáñez Velazco

Hace tiempo discuto el tema de las tareas escolares para casa. Soy partidario de revisarlas con lupa, de discernir su relevancia. El tema tiene alcances mundiales: en muchos países se analiza la pertinencia de atiborrar a los estudiantes. También están los otros, los sistemas educativos altamente estresantes, orientales, sobre todo, que convierten al alumnado en rehén de las rutinas en la escuela y fuera de ella.

En nuestro contexto, con un sistema educativo escolarizado, la cuarentena nos tomó en fuera de lugar y la improvisación entró a la cancha para tratar de rescatar el partido. Se vuelve más imperativo preguntarse por la relevancia de las tareas, es decir, de las actividades que hoy tienen los niños en el hogar.

En las oportunidades que abordo el tema con educadores, siempre repito: una tarea del alumno equivale a muchas tareas para el maestro. Es una perogrullada: el profesor que deja una tarea a 30 estudiantes [ya sé que en algunos niveles trabajan con 50 o más en el grupo], luego se convierte en 30 tareas, porque el maestro tiene la obligación profesional y ética de revisarlas una por una. Si tiene tres grupos, o cuatro, sus tareas se vuelven 90 o 120. Y si en cada tarea invertirá, pongamos, cinco minutos, entre la lectura y los comentarios que debe hacerle a cada uno, entonces, debe invertir 450 o 600 minutos, es decir, un montón de horas. ¿Es así como funciona la cosa o no?

La cuestión da para muchas reflexiones, pero solo quiero poner una más en la mesa, desde el punto de vista de los padres: por cada tarea enviada, debe recibirse una retroalimentación, por la forma o medio en que el profesor pueda hacerlo.

La fiebre de actividades puede provenir de la autoridad que se lo exige al profesor; por lo tanto, él debe prepararlas con más cuidado, como la mejor clase que no impartirá, pero que dejará aprendizajes en el grupo.

Repito: es preferible una tarea significativa, que produzca aprendizajes, a cinco por día nada más que para tenerlos ocupados, agotándolos y enseñándoles que la escuela, así sea en casa, es una institución de trabajos estériles e injustificados.

Frente al tema de las tareas, me resuenan las palabras de Paulo Freire: la educación debe ser un desafío intelectual, no canción de cuna.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/poca-o-mucha-tarea-en-casa/

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La educación superior en Iberoamérica

Por: Juan Carlos Yáñez Velazco

¿Cuántos estudiantes, profesores e investigadores existen en Iberoamérica? ¿Cuáles son los progresos más notables en el cumplimiento del derecho a la educación superior? ¿Importa a los gobiernos el financiamiento de las instituciones educativas? ¿Cuánto se invierte en enseñanza superior? ¿Están ingresando más mujeres a las universidades?

En noviembre pasado se publicó el informe ‘Panorama de la educación superior en Iberoamérica. Edición 2019’, con el título Caracterización de los sistemas de educación superior y de acreditación universitaria, preparado por Ana Fanelli, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina), a petición del Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad.

El informe contiene respuestas a las preguntas [y muchas otras] formuladas en el párrafo inicial, con una exposición de los principales resultados con base en las estadísticas comparativas de la Red Iberoamericana de Indicadores de Educación Superior, de 2010 a 2017. Se organiza en nueve secciones: contexto económico, demográfico y educativo; matrícula; cobertura; nuevos ingresos; graduados; internacionalización de la matrícula; personal académico; financiamiento e investigación y desarrollo.

En su conjunto, ofrece una mirada global a los rasgos que caracterizan la educación superior en Iberoamérica y Latinoamérica, ligando datos a las variables del desarrollo económico. Por eso, inicia con un capítulo sobre el crecimiento, resaltando que en general, entre 2010 y 2017, las economías de América Latina e Iberoamérica crecieron en promedio a un ritmo moderado. La tasa de crecimiento de América Latina fue de 3,6% anual promedio, resultado de la desaceleración y contracción de la actividad económica de la región que comenzó en 2011, como efecto de la caída del precio de las principales materias primas en el mercado internacional.

La situación económica de América Latina mejoró en 2017, por la recuperación del comercio internacional siendo el crecimiento promedio de 1,3%: “No obstante, este crecimiento se estima menor en 2018, cercano al 1,2%, en el marco de un contexto internacional que, para el 2019, augura una retracción de la dinámica de crecimiento tanto en los países desarrollados como en las economías emergentes por la disminución del comercio mundial”.

Junto a estos procesos, ocurrió también una caída progresiva de la tasa de natalidad en varios países de Iberoamérica, con repercusiones en la población del grupo de edad para estudios universitarios, esto es, 18-24 años; por otro lado, mejoró la tasa de graduación del nivel medio y aumentó la matrícula universitaria.
En 2017 se estimó que la población en educación superior alcanzó los 30 millones de estudiantes, con un crecimiento promedio anual de 3,7%, y ritmos destacados de expansión en Perú, México, Ecuador, Colombia y Bolivia, mientras que disminuía en Cuba y Portugal.

Con excepción de Argentina y Cuba (que solo ofrece enseñanza pública), en los otros 15 países el crecimiento proporcional fue mayor en los sistemas de educación superior privada. Así, en 2017, la educación superior privada representaba la mayor parte en Chile (84,4%), Perú (74,7%), Brasil (73,3%), El Salvador (69,1%) y República Dominicana, superiores al promedio en América Latina (54%) e Iberoamérica (51,4%). Con menos del 21 por ciento de la matrícula en instituciones privadas tenemos a España (20,5%), Portugal (16,5%) y Uruguay (14,2%).

El informe pondera el interés individual para obtener enseñanza superior: “Se aprecia el esfuerzo realizado por las familias y los estudiantes financiando su inversión en capital humano en aquellos países en los cuales la matrícula del sector privado es muy importante y en los que se dispone de información sobre el gasto privado en educación superior, como son los casos de Chile y Colombia”.

También se aprecia claramente el rasgo del impulso a la educación de las mujeres, que representan más del 55% en áreas de “educación”, “ciencias sociales, periodismo e información” y “salud y bienestar”.

Con base en la conocida clasificación de Martin Trow, el informe advierte que Argentina, Chile, España, Perú y Uruguay se ubican en la etapa de “universalización”, al lograr una tasa bruta por encima del 50%; el resto, se colocan en el periodo de “masificación”, esto es, más de 15 pero menos de 50% de la tasa bruta. Honduras es el país más atrasado, con apenas el 16,2% en 2017.

La tasa bruta de educación superior en Iberoamérica se relaciona con el nivel de desarrollo económico, medido por el PBI per cápita, aunque Argentina, Chile, Bolivia y Perú tienen una tasa más alta de lo que correspondería, según el indicador del PBI.

Otra manera de medir el progreso es con la proporción de graduados por cada 10 mil habitantes en 2017. En promedio, en Iberoamérica fueron 61,1, con diferencias entre Chile, España y Costa Rica, con un promedio de 90, en tanto que Honduras, El Salvador o Bolivia tenían menos de 40.

La región no es atractiva en el mercado internacional de la movilidad académica. Con datos de 2017, era inferior al 0,6% de la matrícula, con la excepción de Portugal, que tenía al 8,1%.

En 2017 había poco más de 1,7 millones de profesores, el 45% de ellos mujeres, y menos del 12% con doctorado, con excepciones, de nuevo, de Portugal (6 de cada 10 eran doctores) y Brasil.

La inversión en educación superior como porcentaje del PIB era menor a 1,1% en 2017, inferior a los países de la OCDE en 2015, de 1,5%. Notables excepciones las de Chile y Colombia, donde, gracias a la inversión privada, la inversión se acercaba al 2%.

En la conclusiones, la autora del reporte destaca: “Dos tendencias parecen también vislumbrarse en los cambios de la educación superior: la presencia de estudiantes internacionales de ciclo completo y la oferta creciente de educación a distancia.”

Los anteriores son algunos de los datos más relevantes del documento. Delinean rasgos generales y exhiben la posición marginal de las regiones estudiadas frente a las más poderosas; también, los contrastes, atrasos y heterogeneidad. El mapa muestra claroscuros, avances notorios en la inclusión de mujeres pero rezago en la formación de profesores con la máxima habilitación académica, por ejemplo.

Quizá la nota sobresaliente es que una parte de los progresos de los sistemas educativos, especialmente en América Latina, están condicionados por un incierto desarrollo económico. ¿Será capaz la región de inyectar la energía necesaria a la economía para tener un mejor sistema educativo que, a su vez, propulse las variables económicas? ¿Y la políticas y los vaivenes, cuánto contendrán y cuánto impulsarán a los sistemas educativos en la década?

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/02/24/la-educacion-superior-en-iberoamerica/

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Violencia en calles y escuelas mexicanas

Por: Juan Carlos Yáñez

Durante dos gobiernos de distintos signos partidistas y posiciones ideológicas, México se convirtió en uno de los países más peligrosos del mundo, sin sufrir la condición de guerra. Aunque mantuvo estabilidad financiera y logró crecimiento económico, fue incapaz de contener la explosiva escalada de violencia en franjas cada vez más amplias del territorio.

La multiplicación de los carteles de la droga, su omnipresencia, el control de zonas estratégicas, la corrupción e incompetencia oficial, fortalecieron un monstruo que devoró la tranquilidad ciudadana, como así lo demostraron las cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía a mitad de enero del 2020: 72.9% de la población adulta considera peligrosa su ciudad.

Un tercer partido en la presidencia, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, prometió en campaña acabar con la violencia de inmediato. Los frentazos de la realidad han ralentizado la promesa un año después. Cifras oficiales recientes colocan en 60 mil el número de mexicanos desaparecidos entre 2006 y 2019; de ellos, 5,148 en el régimen actual, insistente en su discurso de que ya empezaron a contener la violencia.

Otros datos publicados en medios periodísticos no alientan el optimismo: entre diciembre de 2018 y diciembre de 2019 se localizaron 1,124 cadáveres en 874 fosas clandestinas. Y el número de muertos del gobierno actual (diciembre 2018/noviembre 2019), con cifras oficiales, alcanzan los 34,579. En la guerra contra el narco hay más muertos que en la dictadura argentina de los años setenta, en contextos políticos evidentemente distintos, pero que ilustran la magnitud de las tragedias.

La violencia de distintas formas ha penetrado también el sistema escolar. Conversaciones con profesores y directivos de una escuela de enseñanza media superior en el municipio de Tecomán (Colima), uno de los más violentos del país, nos alertaron sobre el efecto que está provocando la situación en la ciudad y su periferia: el abandono escolar por circunstancias que envuelven a las familias implicadas en hechos violentos ligados al narcotráfico.

Asaltos escolares
El 10 de enero, apenas dos días después de la vuelta a clases por las vacaciones navideñas, México se estremeció cuando en Coahuila, entidad del noreste y frontera con Estados Unidos, un alumno de sexto año de instrucción primaria, portando dos pistolas, asesinó a su maestra e hirió a otros seis compañeros, para suicidarse enseguida.

La conmoción ocupó por algunas horas programas de radio, televisión, prensa digital y escrita. Las instituciones educativas y las autoridades se pronunciaron. Entre lo más sensato que leí, la declaración de Luis Arriaga, rector de una universidad jesuita, que escribió: “Nuestra respuesta puede ser restricción de derechos o una apuesta clara por las libertades. Nosotros desde los centros educativos jesuitas -colegios y universidades- optaremos por las libertades”.

El ruido de las noticias, sin embargo, no fue siempre acompañado del silencio de la reflexión inteligente. Aparecieron las acusaciones a programas de videojuego, a la negra herencia de la masacre de Columbine, el 20 de abril de 1999, y luego una cacería a la familia del menor homicida, que terminó con el abuelo en la cárcel acusado por omisión.

“Operativo mochila”, esto es, revisión de los bolsos y mochilas de los alumnos en las escuelas, se convirtió en la medida más socorrida para enfrentar situaciones semejantes. Expertos y voces cautas pedían cuidado ante el vocerío: que si debe ser obligatoria, que viola los derechos humanos de los niños, si los padres y madres están de acuerdo o en contra.

A la semana siguiente algunas ciudades del país comenzaron los operativos. El 15 de enero, en el estado de Tlaxcala, un alumno de escuela secundaria, 13 años, apuñaló a su maestra, agrediéndola en siete ocasiones, según la prensa. El estudiante/agresor/niño había sido expulsado porque le habían detectado navajas.

Alguna vez escuché a Juan Carlos Tedesco, experto argentino, afirmar que en educación no hay balas de plata. Es verdad. No existen las soluciones mágicas, los milagros, ni los remedios que curan todos los males pedagógicos y escolares. El operativo mochila no es el remedio mágico, no es la bala de plata, como decía el estimado educador y político. Pongamos el ejemplo de la entidad más pequeña demográficamente, Colima. En sus 1,200 escuelas de educación básica y media superior podría instrumentarse el operativo de manera aleatoria: ¿cuánto personal policíaco, de organizaciones de derechos humanos y padres de familia necesitarían para inspeccionar cien escuelas diario? ¿Cuántas escuelas podrían visitarse en un mes? ¿Cuántas visitas recibiría una escuela cada trimestre?

No digo que no sirva. Pero pensar solo en operativo mochila refleja flojera a la hora de entender el problema que se cocina en el fondo de sucesos como los del Colegio Cervantes en Coahuila. No es solo la escuela, no son solo los alumnos. Somos también los adultos, las familias, los maestros, el contexto de violencia en que nos estamos acostumbrando a vivir.

Poco después del hecho contado aquí, vi una entrevista a Marilyn Manson, culpado de la masacre de Columbine; ¿qué les dirías a los chicos? Le preguntaron. Respondió con inteligencia y sensibilidad: nos les diría nada, los escucharía. Pues eso falta hoy en las escuelas.

El operativo mochila podría inhibir comportamientos, o detectar armas y otros objetos inapropiados cuando se aplicara, pero no es, de ninguna manera, la solución a que podemos apostar. Un poquito más de inteligencia no vendría mal a la hora de comprender y mejorar el sistema educativo. El problema no es policíaco; también es pedagógico, o es la vertiente que nos corresponde en las escuelas.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2020/01/27/violencia-en-calles-y-escuelas-mexicanas/

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