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Hacia un siglo de misiones culturales en México

Por: Juan Carlos Yáñez

Las misiones culturales y pedagógicas puestas en marcha a partir de 1923 hunden sus raíces en las misiones evangelizadoras españolas, también en pedagogos como Dewey. Hoy por hoy siguen existiendo en buena parte del país.

Cuando terminó la Revolución Mexicana, en la segunda década del siglo 20, se desató una histórica movilización a favor de la educación de los habitantes más pobres. El documento emblema del desenlace revolucionario fue la Constitución de 1917, ideario para equilibrar los progresos económicos del prolongado gobierno de Porfirio Díaz con las terribles asimetrías sociales.

El decenio que sigue a la Constitución del 17 es uno de los periodos luminosos de la pedagogía en México. Dos instituciones surgieron en esos años, al calor de la época inaugurada por la naciente Secretaría de Educación [el ministerio de educación, como llaman en la mayor parte de los países del continente]: la escuela rural y las misiones culturales.

La Revolución Mexicana encontró al país con un déficit formativo bárbaro, pues solo alrededor del 10 por ciento de la población estaba alfabetizada. Una sociedad empobrecida, rural y analfabeta fue el centro de atención de personajes señeros en la historia de la educación mexicana, ninguno como José Vasconcelos, primer secretario de Educación y rector por un periodo breve de la Universidad Nacional Autónoma de México [UNAM], la máxima casa de estudios del país, una de las primeras en el continente. Su vocación social se cincela en una frase que lo inmortalizó cuando llegó a la rectoría: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”.

En la base de una de sus más grandes propuestas, las misiones culturales, se encuentra la concepción católica que trajeron los españoles con el periodo colonial. No es fortuita la asociación: misiones culturales y misiones evangelizadoras; misioneros en la obra evangélica y misioneros en la tarea pedagógica. En la raíz de las misiones que trajeron la palabra divina a las tierras del Nuevo Mundo, se rastrea también la concepción educativa de John Dewey, gracias a las enseñanzas impartidas a mexicanos en Estados Unidos.

Las misiones culturales son una obra pedagógica henchida de fervor, conformadas por equipos multiprofesionales que cubren de la lectoescritura a oficios artesanales. Se concibieron para colocar a la escuela como centro de la vida comunitaria, ejemplo y promotora de la solidaridad social y el amor a la patria, que sirven al mejoramiento material, económico, social y espiritual de las pequeñas comunidades donde se asientan. Además, era vital en la formación de los maestros rurales que atenderían las escuelas en la cruzada contra la ignorancia.

La misión pedagógica de Vasconcelos es contemporánea a la máxima expresión pictórica mexicana: el muralismo, con nombres propios de la estatura mundial de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Su visión era global, así lo constatan la distribución masiva de obras literarias clásicas en una sociedad iletrada, o las relaciones con personajes clave de Latinoamérica, como el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre o Gabriela Mistral, quien colaboró en aquellas reformas pedagógicas.

Las misiones culturales

Casi 100 años después, las misiones culturales sobreviven con una mística que anuda vocación y una singular propuesta que persiste por la labor de un puñado de educadores populares que convierten la carencia en desafío.

En Colima, el estado más pequeño de México por su número de habitantes, hay cuatro misiones culturales. Elijo una de ellas para adentrarme en su vida cotidiana, entrevistarme con el director y los misioneros. Se ubica en Buenavista, pueblo a 15 kilómetros de la capital, con poco más de mil habitantes, cuya vida económica gira en torno a la agricultura y la ganadería.

La experiencia es inédita para quien peregrina entre centros educativos buscando acontecimientos extraordinarios, prácticas ejemplares o personas que hacen de su trabajo una vocación. En el pueblo pregunto cómo llegar a la dirección que me indicaron, un centro comunitario de mujeres. El edificio atrás de los hombres que me observan es una construcción semiconcluida o en proceso de destrucción. Se miran entre sí, antes de responder a la pregunta. Por su desconcierto afino: busco la misión cultural. Ah, exclaman, es aquí. Son sus misioneros, sentados unos, trabajando con escobas y palas otros, a la sombra de un árbol añoso.

Me reciben el jefe de la misión, David, y el supervisor de las cuatro misiones, Octavio. Nos sentamos en una mesa para ocho personas; la tarde de viernes es fresca. Se avecina una lluvia intensa, porque aquí llueve diario al atardecer. El viento húmedo se cuela por las paredes y entre ladrillos rotos, en huecos que hacen mucho tiempo perdieron la condición de ventanas. Se amontonan alrededor de la mesa todos los artefactos de la misión, que apenas tiene un año en el lugar: cafetera, una vieja computadora, la bandera nacional, equipo de sonido, horno de microondas, un estante que almacena libros y objetos varios; en la otra mitad, sillas arracimadas. Durante el ciclo escolar atienden a 109 educandos, 90 mayores de 15 años.

Sentados los tres, el director, el supervisor y yo, arrancamos la conversación. Preparo mi cuaderno. Ellos van hilando sus comentarios, historias, anécdotas, algunos pesares, mucha ilusión; se nos van dos horas. Cae una lluvia copiosa, cargada de truenos que retumban en ese sitio frágil, con techo de lámina de asbesto, prohibida hace mucho tiempo por sus efectos cancerígenos. Mientras ellos hablan, me esfuerzo para escucharlos, con los sonidos de la lluvia rebotando en el techo, los rayos que cruzan el cielo, cuidando que las gotas que se cuelan no caigan en las hojas del cuaderno y borren mis apuntes.

Escribo en la quinta página: ¿Cómo se puede prometer en la máxima ley del país que la educación será equitativa y de excelencia, para esta clase de sitios, donde la gente hace su trabajo con dedicación, pero es invisible para políticas y presupuestos?

Decadencia y olvido

En esas dos palabras resume el supervisor el trato que reciben las misiones culturales. Ejemplifica. A esta Misión llegaron los últimos apoyos hace tiempo: más de 11 años pasaron desde que recibieron un equipo eléctrico para el taller; en el año 2000, una trompeta, teclado y guitarra para el maestro. Lo más reciente, dicen con una sonrisa resignada, fue un paquete de útiles escolares, que me muestran para no dejar sombra de dudas: un diccionario Larousse, cuatro cuadernos, dos plumas (roja y azul), un borrador y un sacapuntas, entregado a la Misión el 27 de septiembre.

¿Por qué entonces persisten las misiones culturales? La lluvia arrecia, los ojos del supervisor brillan y enciende el discurso: porque es un “proyecto glorioso de José Vasconcelos”; porque en las comunidades hay una percepción positiva de las misiones culturales; porque las misiones culturales atienden necesidades de la comunidad y porque le dan vida a los espacios donde se instalan.

Aquí se enseña con pocos recursos, pero abundante alegría. Es el espíritu misionero, la vocación pedagógica y un contagioso sentimiento social que se concreta entre sus palabras y hechos. Misioneros del siglo 21 tratando de remover una realidad que se estacionó a la mitad del siglo pasado.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/12/05/mas-de-un-siglo-de-misiones-culturales-en-mexico/

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Más de un siglo de misiones culturales en México

Por: Juan Carlos Yáñez

Las misiones culturales y pedagógicas puestas en marcha a partir de 1917 hunden sus raíces en las misiones evangelizadoras españolas, también en pedagogos como Dewey. Hoy por hoy siguen existiendo en buena parte del país.

Cuando terminó la Revolución Mexicana, en la segunda década del siglo 20, se desató una histórica movilización a favor de la educación de los habitantes más pobres. El documento emblema del desenlace revolucionario fue la Constitución de 1917, ideario para equilibrar los progresos económicos del prolongado gobierno de Porfirio Díaz con las terribles asimetrías sociales.

El decenio que sigue a la Constitución del 17 es uno de los periodos luminosos de la pedagogía en México. Dos instituciones surgieron en esos años, al calor de la época inaugurada por la naciente Secretaría de Educación [el ministerio de educación, como llaman en la mayor parte de los países del continente]: la escuela rural y las misiones culturales.

La Revolución Mexicana encontró al país con un déficit formativo bárbaro, pues solo alrededor del 10 por ciento de la población estaba alfabetizada. Una sociedad empobrecida, rural y analfabeta fue el centro de atención de personajes señeros en la historia de la educación mexicana, ninguno como José Vasconcelos, primer secretario de Educación y rector por un periodo breve de la Universidad Nacional Autónoma de México [UNAM], la máxima casa de estudios del país, una de las primeras en el continente. Su vocación social se cincela en una frase que lo inmortalizó cuando llegó a la rectoría: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”.

En la base de una de sus más grandes propuestas, las misiones culturales, se encuentra la concepción católica que trajeron los españoles con el periodo colonial. No es fortuita la asociación: misiones culturales y misiones evangelizadoras; misioneros en la obra evangélica y misioneros en la tarea pedagógica. En la raíz de las misiones que trajeron la palabra divina a las tierras del Nuevo Mundo, se rastrea también la concepción educativa de John Dewey, gracias a las enseñanzas impartidas a mexicanos en Estados Unidos.

Las misiones culturales son una obra pedagógica henchida de fervor, conformadas por equipos multiprofesionales que cubren de la lectoescritura a oficios artesanales. Se concibieron para colocar a la escuela como centro de la vida comunitaria, ejemplo y promotora de la solidaridad social y el amor a la patria, que sirven al mejoramiento material, económico, social y espiritual de las pequeñas comunidades donde se asientan. Además, era vital en la formación de los maestros rurales que atenderían las escuelas en la cruzada contra la ignorancia.

La misión pedagógica de Vasconcelos es contemporánea a la máxima expresión pictórica mexicana: el muralismo, con nombres propios de la estatura mundial de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Su visión era global, así lo constatan la distribución masiva de obras literarias clásicas en una sociedad iletrada, o las relaciones con personajes clave de Latinoamérica, como el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre o Gabriela Mistral, quien colaboró en aquellas reformas pedagógicas.

Las misiones culturales

Casi 100 años después, las misiones culturales sobreviven con una mística que anuda vocación y una singular propuesta que persiste por la labor de un puñado de educadores populares que convierten la carencia en desafío.

En Colima, el estado más pequeño de México por su número de habitantes, hay cuatro misiones culturales. Elijo una de ellas para adentrarme en su vida cotidiana, entrevistarme con el director y los misioneros. Se ubica en Buenavista, pueblo a 15 kilómetros de la capital, con poco más de mil habitantes, cuya vida económica gira en torno a la agricultura y la ganadería.

La experiencia es inédita para quien peregrina entre centros educativos buscando acontecimientos extraordinarios, prácticas ejemplares o personas que hacen de su trabajo una vocación. En el pueblo pregunto cómo llegar a la dirección que me indicaron, un centro comunitario de mujeres. El edificio atrás de los hombres que me observan es una construcción semiconcluida o en proceso de destrucción. Se miran entre sí, antes de responder a la pregunta. Por su desconcierto afino: busco la misión cultural. Ah, exclaman, es aquí. Son sus misioneros, sentados unos, trabajando con escobas y palas otros, a la sombra de un árbol añoso.

Me reciben el jefe de la misión, David, y el supervisor de las cuatro misiones, Octavio. Nos sentamos en una mesa para ocho personas; la tarde de viernes es fresca. Se avecina una lluvia intensa, porque aquí llueve diario al atardecer. El viento húmedo se cuela por las paredes y entre ladrillos rotos, en huecos que hacen mucho tiempo perdieron la condición de ventanas. Se amontonan alrededor de la mesa todos los artefactos de la misión, que apenas tiene un año en el lugar: cafetera, una vieja computadora, la bandera nacional, equipo de sonido, horno de microondas, un estante que almacena libros y objetos varios; en la otra mitad, sillas arracimadas. Durante el ciclo escolar atienden a 109 educandos, 90 mayores de 15 años.

Sentados los tres, el director, el supervisor y yo, arrancamos la conversación. Preparo mi cuaderno. Ellos van hilando sus comentarios, historias, anécdotas, algunos pesares, mucha ilusión; se nos van dos horas. Cae una lluvia copiosa, cargada de truenos que retumban en ese sitio frágil, con techo de lámina de asbesto, prohibida hace mucho tiempo por sus efectos cancerígenos. Mientras ellos hablan, me esfuerzo para escucharlos, con los sonidos de la lluvia rebotando en el techo, los rayos que cruzan el cielo, cuidando que las gotas que se cuelan no caigan en las hojas del cuaderno y borren mis apuntes.

Escribo en la quinta página: ¿Cómo se puede prometer en la máxima ley del país que la educación será equitativa y de excelencia, para esta clase de sitios, donde la gente hace su trabajo con dedicación, pero es invisible para políticas y presupuestos?

Decadencia y olvido

En esas dos palabras resume el supervisor el trato que reciben las misiones culturales. Ejemplifica. A esta Misión llegaron los últimos apoyos hace tiempo: más de 11 años pasaron desde que recibieron un equipo eléctrico para el taller; en el año 2000, una trompeta, teclado y guitarra para el maestro. Lo más reciente, dicen con una sonrisa resignada, fue un paquete de útiles escolares, que me muestran para no dejar sombra de dudas: un diccionario Larousse, cuatro cuadernos, dos plumas (roja y azul), un borrador y un sacapuntas, entregado a la Misión el 27 de septiembre.

¿Por qué entonces persisten las misiones culturales? La lluvia arrecia, los ojos del supervisor brillan y enciende el discurso: porque es un “proyecto glorioso de José Vasconcelos”; porque en las comunidades hay una percepción positiva de las misiones culturales; porque las misiones culturales atienden necesidades de la comunidad y porque le dan vida a los espacios donde se instalan.

Aquí se enseña con pocos recursos, pero abundante alegría. Es el espíritu misionero, la vocación pedagógica y un contagioso sentimiento social que se concreta entre sus palabras y hechos. Misioneros del siglo 21 tratando de remover una realidad que se estacionó a la mitad del siglo pasado.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/12/05/mas-de-un-siglo-de-misiones-culturales-en-mexico/

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América Latina palpitante: ¿y las escuelas?

Por: Juan Carlos Yáñez

La escuela debe cumplir su tarea formativa más amplia, que incluye la dimensión política, es decir, la formación de los ciudadanos que eviten las dictaduras, la intolerancia, la represión, la violencia, o que cuando ocurran, esos ciudadanos comprometidos y solidarios acudan a las tribunas, a los recintos políticos, a las calles, e inclinen la balanza hacia la humanidad y nos alejen de la barbarie.

I. Camino a casa converso con mis hijos a la salida de su escuela. Ella estudia segundo año del colegio secundario; él, cuarto grado de primaria. Ella tiene 13; él, cumplió 10 años. Hoy, en la radio del auto escuchamos noticias. Mariana Belén me pide cambiarle a una estación de música. Le digo sí, pero antes, les cuestiono por los sucesos recientes que cimbraron al país: la frustrada detención del hijo del Chapo Guzmán, capo mexicano y campeón mundial en su negocio, con la tremenda secuela de violencia, heridos y muertos no aclarados con suficiencia por el Gobierno Federal en el Estado de Sinaloa.

-¿Ustedes saben qué sucedió en la ciudad de Culiacán?- Les pregunto.
-Sí.- Contesta ella con rapidez.

El hecho está en primeras planas de los medios nacionales de prensa; en la televisión, en redes sociales. Con el paso de las horas se van aclarando confusiones y dimensionando los yerros en el operativo militar, así como las presuntas irregularidades.

Vuelvo al tema, mientras él, atrás de nosotros, mira distraído hacia la calle. En el calor del mediodía tropical no es la hora más amena, menos, después de siete horas de clases.

-¿Y en la escuela los maestros han comentado algo, les han preguntado, han explicado los sucesos o comentado sus opiniones?

-No. -De nuevo responde ella.

-¿Nunca hablan de los temas de la realidad, de lo que sucede en México o el mundo?

-No.

No tengo más dudas.

¿Qué están haciendo las escuelas y los maestros en México y América Latina frente a la oleada de revueltas y acontecimientos en nuestros países?

II. En Bolivia las elecciones presidenciales han abierto fracturas y puesto en cuestionamiento la transparencia y legitimidad de Evo Morales. Ecuador la pasa muy mal con las manifestaciones que la convulsionaron; el motivo aparente, un alza en combustibles. Argentina se hunde en la crisis económica y su población de nuevo empobrece, de cara a una elección donde aparecen los fantasmas del presente contra los fantasmas del pasado. Brasil dejó de ser foco de atención mediática en temas políticos por los incendios del Amazonas y porque los sucesos en el resto de las naciones son más candentes. En México, la operación contra el poderoso grupo narcotraficante del Chapo Guzmán y Mayo Zambada ahondó la desazón, porque la pacificación parece lejana.

Chile ahora es punto y aparte, envuelto en una agitación que amenaza derrumbar los cimientos políticos y económicos del modelo económico ejemplar ante el mundo financiero internacional, que ha castigado terriblemente a sus clases pobres y medias. La manifestación popular más grande desde el regreso de la democracia, con un millón de chilenos solo en las calles de Santiago, crece la agitación ante la frustración social y la insensibilidad gubernamental. Las decisiones del presidente Piñera, incluido el perdón por sus desaciertos, no avizoran la luz de salida.

Por otro lado, la migración centroamericana sigue formando columnas que suben hacia el Norte en busca de un horizonte distinto. Un éxodo bíblico que para muchos termina en Monte Calvario. Son miles de centroamericanos expulsados por gobiernos incapaces, dominados por atrasos históricos, con ciudadanías populosas que no logran la mínima certidumbre por la comida del día siguiente y la atención de las necesidades elementales.

¿Qué hacen las escuelas en América Latina ante realidades lacerantes? ¿Qué hacen los maestros? ¿Qué tendríamos que estar haciendo unas y otros?

III. Las escuelas pregonan la formación ciudadana, la formación integral, la educación cívica, la responsabilidad social, entre otros eslóganes, pero no siempre son coherentes. Alejan a sus alumnos del ruido de las manifestaciones callejeras, de los tambores de las comparsas afrentosas, de las proclamas. En aras de una educación despolitizada y elusiva de la confrontación, se dice, la instrucción se limita a dosificar contenidos presuntamente neutrales o asépticos.

¿Es posible que los niños en la escuela primaria o secundaria estudien lo que está pasando en el momento, en sus países, en otros? No solo es posible, es deseable, necesario. A su nivel, con los temas que tienen que conocer, donde puedan opinar, ligados a las materias, con profesores analíticos e informados. ¡Como es la enseñanza! Como aprendimos con Paulo Freire cuando nos enseñaba que la lectura de la realidad antecede a la lectura de la palabra, o que la alfabetización solo está completa con la lectura de las realidades y las palabras, de los textos y los contextos.

La historia fría o muerta podría encarnarse a partir de estudiarla ligada con los hechos a veces dramáticos del presente. La educación cívica o la formación ciudadana encontraría cada día ejemplos, situaciones, imágenes, discursos, que constituirían formidables “materiales didácticos”. Las clases de literatura o lenguaje se podrían volver más interesantes a partir de descomponer los mensajes de las pancartas, de los discursos políticos, de las palabras que se repiten en los movimientos sociales. Las matemáticas podrían ensayarse preguntando a los chicos: ¿cómo se puede calcular con relativa precisión que hay un millón de personas en las calles de Santiago o Quito? ¿Cuánto dinero mensual debe ganar una familia de cuatro personas para subsistir pagando tanto de energía eléctrica, de colegiatura en las escuelas, de sanidad mensual o anual, de gas doméstico y 30 pesos al día por cada viaje en el metro?

La escuela no puede aislarse de la realidad, debe insertar a los estudiantes en la comprensión del devenir. Debe cumplir su tarea formativa más amplia, que incluye la dimensión política, es decir, la formación de los ciudadanos que eviten las dictaduras, la intolerancia, la represión, la violencia, o que cuando ocurran, esos ciudadanos comprometidos y solidarios acudan a las tribunas, a los recintos políticos, a las calles, e inclinen la balanza hacia la humanidad y nos alejen de la barbarie.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/11/04/america-latina-palpitante-y-las-escuelas/

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La Nueva Escuela Mexicana y sus maestros

Por: Juan Carlos Yáñez

México comienza a dar sus primeros pasos en la última reforma educativa (que elimina la polémica de 2013). Por delante, varios años de implantación y muchas preguntas. Aquí, algunas para la reflexión.

En la última semana de septiembre el Gobierno mexicano consumó la aniquilación de la reforma educativa aprobada en 2013, y empezó una era bajo la narrativa simbolizada por la expresión “Nueva Escuela Mexicana”. A muchos maestros llaman la atención los componentes de la retórica: “nueva” y “mexicana”. ¿Cuál es el sentido de lo “nuevo” y la razón de ponderar lo “mexicano” en un mundo globalizado como nunca? El lenguaje no es angelical. Son interrogantes que solo enuncio.

La reforma educativa aprobada en 2019, con el mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador, dirigió las baterías a destruir la anterior, aprobada en el sexenio del partido gobernante más longevo del país, el Revolucionario Institucional. No era fácil, pero sobraban motivos para conseguir adeptos que se alejaran de una reforma pésimamente comunicada y focalizada en la evaluación docente, lo que dio paso a una estigmatización feroz del proyecto reformista oficial.

Tres o cuatro consignas bastaron para aplastar el esfuerzo titánico hecho para despojar [por lo menos en el papel] al sindicato más grande de América Latina de su influencia en los procesos de asignación de plazas de maestros, o en la promoción a quienes ya estaban dentro del sistema educativo. Entre esas consignas aparecían, por ejemplo, “la mal llamada reforma educativa”, “evaluación punitiva” y la insistencia en que se trataba de una “reforma laboral y no educativa”.

Con una inquietante presencia y presión de la disidencia magisterial, representada por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, movimiento dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, las fuerzas oficiales del régimen aprobaron la reforma al artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que regula la educación en el país, y luego, las leyes General de Educación, la Ley Reglamentaria del artículo tercero en materia de Mejora Continua de la Educación y la polémica Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestros y los Maestros.

Una buena parte del marco legal que regirá la educación mexicana está aprobada para los siguientes 5 años, por lo menos. Continuará un proceso de armonización de las leyes de los 32 estados de la República; la tarea en los congresos de diputados que, en la mayor parte de los casos, corresponden al mismo partido del presidente, augura una aprobación rápida y sin contratiempos, aunque eso pudiera sembrar de inconsistencias las constituciones estatales.

En los días de aprobación de la nueva reforma educativa tuve oportunidad de conversar con profesores de una escuela normal en el Estado de México, el más poblado del país. De las conversaciones derivé algunas ideas para la reflexión en las escuelas y los maestros, en el proceso inédito que vive el tercer sistema educativo más grande de América. A continuación, las enuncio, como parte de una agenda hipotética para los colectivos escolares.

  1. Los juicios que ahora hagamos son preliminares y deben ser cautelosos, dado que la planificación de cada una de las etapas consumirá otros dos años para dar pasos firmes en la implantación del nuevo currículum nacional. El desafío es monumental especialmente para las escuelas donde se forman los maestros: ¿cómo educar para la incertidumbre, en la incertidumbre?
  2. En momentos así, inciertos, donde el gobierno apuesta a una construcción colectiva difusa, es preciso el ejercicio de la crítica, es decir, la rigurosidad en el pensamiento y la claridad de los juicios, más allá de preferencias ideológicas o partidistas. La tarea implica un examen acucioso de la reforma de 2013, sus postulados, desarrollo y resultados, así como de la génesis, construcción y perspectivas para la reforma de 2019.
  3. No existe la reforma educativa perfecta. Todas están condenadas a la extinción. Las preguntas son: ¿cómo mueren?, ¿cuándo pierden vigencia?, ¿qué legarán? Por otro lado: ¿qué bases sientan las reformas nacientes? ¿Dónde colocan los énfasis?
  4. El sistema educativo no es, está siendo. Es vivo, dialéctico. La reforma de 2019 condiciona, pero no determina; en ese sentido, abrirá espacios de libertad [cerrará otros] que los maestros pueden ensanchar o acotar.
  5. En las escuelas, los maestros tienen en sus manos y decisiones una parte del control de su trabajo. ¿Cómo lo harán? El papel del sindicato y los directores será crucial. El aula es un espacio de libertad que los profesores deben conquistar. ¿Cómo lo harán?
  6. En los años que habrán de transcurrir para la finalización de las distintas etapas de la reforma, como está programada, se abrirán incertidumbres. ¿Cómo se responderán? ¿Los escenarios jugarán a favor de la reforma o en contra? Más allá de ello, las escuelas tendrán que seguir laborando, reforzando sus procesos, y en esa perspectiva, el trabajo colegiado será imprescindible; un trabajo dirigido con sensibilidad, con destino a la mejora efectiva de las escuelas.
  7. Concomitante con lo anterior, la formación individual y de los colectivos es un desafío enorme que permitirá avanzar o retroceder. Es una perogrullada: la calidad de los sistemas educativos es la de sus maestros. Si México quiere un mejor sistema educativo, tiene que fortalecer la preparación, compromiso y condiciones de sus maestros. Es innegociable.
  8. En la mejora de las escuelas, el papel de las estructuras intermedias será clave: los supervisores escolares y los asesores técnico-pedagógicos deben ser apoyos firmes en el trabajo de las escuelas, especialmente donde las condiciones son más precarias, en los contextos rurales, en escuelas multigrado, en donde se atienden a millones de estudiantes pobres, que reciben la más mísera de las educaciones, con una pedagogía pobre y descolocada.
  9. Las escuelas normales, donde se forman los maestros mexicanos, son otra pieza estratégica en la edificación de un sistema educativo de calidad e incluyente. Su reforma, largamente postergada, es imperativa, con un proyecto pedagógico distinto y recursos suficientes.
  10. Mientras se definen las etapas que completen el diseño de la Nueva Escuela Mexicana, el trabajo de los colectivos podría marcar pautas en el sendero de la buena educación. Sin docentes trabajando en grupo y con acuerdos mínimos, las leyes aprobadas y los debates parlamentarios serán letra muerta.

Seis años, el periodo de gobierno presidencial en México, no es suficiente para apreciar las transformaciones radicales que requiere el país, pero lo es para vislumbrar si caminamos a la salida del hoyo o penetramos territorios oscuros. La apuesta, sostienen algunos, es a la estabilidad política, no a la transformación pedagógica; veremos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/10/01/la-nueva-escuela-mexicana-y-sus-maestros/

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Profesores y policías en escuelas de México

Por: Juan Carlos Yáñez

Siempre la escuela aparece como faro salvador, aunque luego los programas ad hoc no se acompañen de recursos y terminen siendo pretextos para legitimar esfuerzos.

El fenómeno de la violencia producto de la lucha entre Gobierno y narcotráfico azota México desde hace dos sexenios. Ni la derecha que emprendió la batalla, ni el histórico Partido Revolucionario Institucional fueron capaces de contender con resultados satisfactorios; hoy, la mixtura ideológica que preside el país empieza el nuevo gobierno con cuentas que, de conservarse como tendencias, auguran otro sexenio teñido de sangre.

Las muertes de la prolongada batalla suman más que las causadas por las dictaduras que dominaron el Cono Sur en las décadas de 1970 y 1980. El homicidio de periodistas durante 2019 ya empató con los del año previo. Todo eso, más perspectivas económicas inciertas, podrían agudizar el entorno social y político, y penetran los territorios de la escuela con fuerzas inusitadas.

Frente a un contexto adverso, violento y crispado, un diputado del Congreso de los Diputados en mi Estado, Colima, propuso que la prevención del delito sea obligatoria en las escuelas. La justificación es encomiable; las intenciones, no las dudo. Según las notas periodísticas, se realizaría con “campañas de educación por lo menos una vez al año escolar en cada escuela conforme a los lineamientos expedidos por la autoridad educativa federal”.

Las campañas, se explica, tendrían contenidos preventivos sobre delito y delincuencia desde sexto grado de primaria hasta terminar el bachillerato, cuando los estudiantes están tocando las puertas de la ciudadanía. Busca que los niños tengan información y conciencia para abstenerse de comportamientos que lesionen sus personas y entornos sociales.

La iniciativa del diputado es producto de la búsqueda de alternativas que rozan tangencialmente las causas y eluden el núcleo. La escuela ha sido el chivo expiatorio más perfecto por endeble. Se piensa que las escuelas tienen que resolverlo todo, solas, empezando por sus propios cometidos pedagógicos: lectura, escritura, matemáticas, historia, ciencias, formación ciudadana… Y cuando se dice escuela, se personifica: maestros. Más tareas a los maestros, equivale a más funciones o responsabilidades, más motivos para fustigarlos cuando los problemas sociales que se pretenden atender no se solucionen.

El ciclo de responsabilización en México es groseramente repetitivo: frente al aumento de embarazos adolescentes, se ordenó que la escuela hiciera campañas y educara en planificación familiar; frente a la explosión de casos de VIH, que la escuela lo contenga; cuando la obesidad infantil apabulla, que la escuela elimine la comida chatarra e instruya; ante la destrucción de los recursos naturales o el problema de escasez del agua, por supuesto, la escuela… y ahora, ante la violencia, claro, la escuela. La escuela. La escuela. Siempre la escuela aparece como faro salvador, aunque luego los programas ad hoc no se acompañen de recursos y terminen siendo pretextos para legitimar esfuerzos.

Ante el incremento de las funciones achacadas, la escuela sigue, en general, con un maestro que tiene apoyos insuficientes, con directores que deben gestionar voluntades y tareas, tanto como carencias y dificultades. Con la mitad de las escuelas de educación de enseñanza básica trabajando en grupos multigrado.

La discusión es antigua; los planes y programas de estudio se han vuelto cada vez más pesados, con más materias, más ocurrencias, con abundancia de información que resulta un entramado complejo para que se articule mágicamente en la cabeza de los estudiantes, avasallados por ráfagas de contenidos.

En la tercera semana de agosto volvieron a las aulas más de 30 millones de alumnos, y más de un millón de maestros de enseñanza básica, e inician ciclo escolar con un discurso nuevo denominado: la Nueva Escuela Mexicana. Regresan luego de una capacitación que les dispone nuevas funciones y actitudes, en la incertidumbre de enseñar con dos planes de estudios distintos y que pronto habrán de cambiar, con otras reglas de juego y la gran preocupación, en muchos casos, por la situación laboral y económica que les depara la nueva ley para la carrera docente.

Francesco Tonucci, el extraordinario educador italiano, afirma: “La escuela no puede perder alumnos, si los pierde, los regala a la criminalidad”. Esa es la tarea central de la escuela: que los niños, todos, vayan a la escuela, aprendan con buenos maestros y terminen su ciclo escolar para continuar otras etapas formativas. Lo demás, son chichones producto de garrotazos desesperados, o pretexto para protagonismos anodinos.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/09/09/profesores-y-policias-en-escuelas-de-mexico/

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La reforma mexicana en el contexto latinoamericano

Por: Juan Carlos Yáñez

Las políticas educativas en América Latina se “inscriben en un diálogo permanente con las de los otros países». Ahora México ha dado el primer paso de una nueva reforma. Tiene muchos ejemplos cercanos donde buscar espejos donde mirarse.

México parió en días pasados la anunciada reforma educativa que había prometido Andrés Manuel López Obrador en su tercera campaña presidencial. La modificación a los artículos 3º, 31 y 73 de la Constitución Política se consumó con la aprobación de la mayor parte de los congresos de diputados en los estados de la República.

Destacan como bondades que se promueven con la reforma, en primer término, la muerte de la evaluación docente con “fines punitivos” y la instauración de la “nueva escuela mexicana”; se celebra el surgimiento de otra etapa, donde se reconocerá la importancia social del maestro, centrada en la formación y no en la evaluación, a partir de la creación de un sistema integral de formación y actualización y del Sistema para la Carrera de Maestras y Maestros. Junto a estos cambios, se prioriza el interés superior de niños y jóvenes como referente de los servicios educativos, la obligatoriedad de la educación inicial y con regulaciones, de la enseñanza superior, entre otros.

El conjunto de cambios propuestos por el presidente, largamente discutido con los partidos políticos, sectores académicos, intelectuales y sindicatos, es juzgado por actores centrales como una continuación de la reforma anterior, a la cual se pretendía desterrar; para otros, es un paso adelante. Más allá de ese debate, relevante por las repercusiones que podría tener en el juego de fuerzas entre la combativa disidencia del sindicato magisterial y el gobierno federal, las decisiones que se aprobaron están en consonancia con las reformas emprendidas en las décadas más recientes en Latinoamérica. Dicha conclusión se desprende de los hallazgos contenidos en el documento La política educativa en México desde una perspectiva regional, publicado a finales de 2018 por el Instituto Internacional para el Planeamiento de la Educación de la Unesco y el ahora extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación de México.

Una de las primeras tesis del reporte es que hay evidencias para afirmar que las políticas educativas en América Latina se “inscriben en un diálogo permanente con las de los otros países, con notables puntos de convergencia, aún en contextos tan diversos”. El proyecto de López Obrador abreva en la misma fuente.

La segunda parte del documento se detiene en la lectura de las distintas leyes de educación en la región. Su conclusión: en todas, de una u otra manera, se alude a la educación como derecho humano fundamental; así, por ejemplo, la Ley de Educación Nacional de Guatemala, de 1991, señala: es un derecho inherente a la persona humana. En Perú (2003) se postula: “La educación es un derecho fundamental de la persona y de la sociedad”. Nicaragua, por su parte, declaró en 2006: “La educación es un derecho humano inherente a todas las personas sin distingos de edad, raza, creencia política o religiosa, condición social, sexo e idioma”. Mientras que las leyes de Venezuela y Ecuador anticiparon la redacción que se aprobó en la reforma mexicana de 2019.

Las conclusiones del informe son pistas que el nuevo gobierno mexicano tendría que leer, comprender y traducir en estrategias intersectoriales; por ejemplo, cuando se concluye que el país enfrenta un escenario “sumamente complejo para sostener un sistema educativo universal y de calidad”, por su demografía (el peso de la población infantil y juvenil), la distribución de la riqueza y la pobreza, la dispersión poblacional en un territorio vasto, así como la desigualdad y el flujo de ingresos a la población más pobre.

De esa situación derivan retos financieros colosales. México, pese a su riqueza, no es de los países que más invierten en el contexto de América Latina, medido como porcentaje del Producto Interior Bruto. Esto es, que además de resolver los ingentes problemas pedagógicos, demanda una inversión extraordinaria.

Uno de los logros que más pregonan los impulsores es la colocación del interés superior de los niños y jóvenes en la definición del rumbo educativo. Veremos cómo se plasma en las leyes respectivas y luego cómo se concreta. América Latina tiene experiencias ricas. Perú avanzó en la consideración de los derechos de niños y jóvenes en su Ley General de Educación de 2003, y Nicaragua, en su Ley de 2006, es más explícita al postular que cada estudiante tiene derecho a: “a) Ser tratado con justicia y respeto, y no ser sujeto de castigos corporales, humillaciones ni discriminaciones. Ser evaluado con objetividad y solicitar revisión, según sea el caso. (…) d) Integrar libremente los gobiernos estudiantiles y asociaciones tendientes a mejorar la vida escolar y elegir o ser electo democráticamente dentro de las mismas. e) Reclamar ante la Dirección del Centro Educativo, y de ser necesario a instancias educativas superiores, sobre las situaciones que vulneren los derechos, prescritos en esta ley”.

Del análisis de las tres reformas seleccionadas para ponerlas en diálogo con el sistema educativo mexicano, los investigadores concluyen: “Las reformas encaradas por Perú, Chile y Ecuador se inscriben dentro de las iniciativas reformistas características del nuevo siglo, ya que, en primer lugar, consideran a la educación como un derecho y un bien necesario para el desarrollo social y humano que cada país debe garantizar”.

Son tres los ejes que estructuran las reformas en esos países: calidad de los aprendizajes, políticas de revalorización y rediseño de la carrera docente y reorientación de la gestión del sistema educativo y las escuelas. Sumaría otras claves, como el derecho a la educación y la ampliación del acceso en todos los niveles, políticas para favorecer la inclusión y la equidad, la evaluación como insumo para distintos procesos y actores, el sentido de la educación (las distintas funciones que se le adjudican) y aumento del financiamiento.

Consideraciones finales

Los retos para México son imponentes y más difíciles por su complejidad, diversidad, tamaño y demografía.¿Será la transformación prometida el principio de otra era o la continuación de los lentos avances que atestigua el siglo XXI? Pronto se empezarán a desvelar las interrogantes con la aparición del marco normativo, planes y estrategias nacionales.

Observar la experiencia de países latinoamericanos podría iluminar los caminos para el sistema educativo mexicano. En educación inicial, por señalar un caso, México tiene mucho que aprender de naciones como Cuba, Colombia y Chile, que articulan la atención pedagógica con un programa de protección integral. ¿Habrá la humildad y apertura para aprender de otros?

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/07/02/la-reforma-mexicana-en-el-contexto-latinoamericano/

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La política educativa mexicana: mirada regional

Por: Juan Carlos Yáñez

Retos y puntos fuertes del sistema que escolariza a más de 30 millones de estudiantes en 250.000 escuelas en las que trabajan más de un millón y medio de docentes.

México estacionó en un momento político inédito. Envuelto en un torrente de transformaciones declaradas, y creciente inconformidad de opositores al nuevo gobierno, la educación está convertida en uno de los núcleos de polémica, por las dificultades inesperadas que encontraron el gobierno federal y sus aliados para impulsar la reforma que cancele la emprendida en el régimen anterior, promesa que empeñó el entonces candidato, Andrés Manuel López Obrador, pero que enfrenta dura resistencia de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, disidencia magisterial del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el más numeroso de Latinoamérica y con poderosa capacidad de movilización.

En paralelo con la discusión de los actores políticos, sindicatos, partidos y en medios de comunicación, el mundo académico se incorpora de distintas formas, entre ellas, con artículos periodísticos, debates en redes sociales, congresos y foros, así como la producción de libros y compilaciones, cuyos análisis son, al mismo tiempo, testimonio, interpretación y exposición de escenarios futuros para el segundo sistema educativo más grande de América Latina.

En ese panorama de producción de documentos para comprender el pasado reciente y tratar de descubrir pistas por donde transcurrirán las políticas y el funcionamiento escolar, apareció recientemente un estudio que analiza el sistema educativo mexicano desde la perspectiva de esta región mundial. La autoría es de la Oficina Regional del Instituto Internacional para el Planeamiento de la Educación (IIPE), de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). El informe, publicado a finales de 2018, se realizó por convenio con el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE). Fue presentado a mediados de abril en Ciudad de México por el coordinador del estudio, Néstor López, quien dirigió un equipo conformado por Vanessa D’Alessandre, Noelia Delgado Ferreiro, Malena Seguier y Laura Sanclemente.

Titulado La política educativa de México desde una perspectiva regional, el libro se estructura en dos partes. En la primera, centra en cuatro focos el análisis de la política: currículo y modelos de gestión curricular; infraestructura, equipamiento y tecnología; docentes y estudiantado. Dedica atención relevante a los esfuerzos del gobierno por cumplir el mandato del artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que establece como máxima garantizar el derecho a la educación de calidad para todos, desde la enseñanza preescolar (3-5 años de edad) hasta la media superior (15-17 años), llamada en otros países, secundaria superior. Una de las preguntas centrales que orienta el análisis es: “¿Logran las diferentes políticas implementadas reducir las brechas históricas en el acceso al conocimiento?”.

El objetivo es aportar al debate actual sobre la política educativa, con una mirada fundada en dos perspectivas: observar el sistema mexicano como resultado de la historia, con una invitación a pensar el futuro; la otra, que pone en diálogo seis aspectos destacados de la política mexicana con otros países del subcontinente.
Las consideraciones finales de la primera parte pueden resumirse así: solidez del sistema educativo, pues a pesar del tamaño en la educación obligatoria [casi 250 mil escuelas, 1.6 millones de maestros, más de 30 millones de estudiantes] se “evidencia el proceso de acumulación que se fue dando a lo largo de la historia, y que permite suponer la presencia de una oferta educativa en casi la totalidad del territorio”. La grandeza del territorio, su diversidad y complejidad, sin embargo, constituyen un escenario adverso frente al cual “universalizar su oferta”, por el tamaño demográfico, el peso de la población infantil y juvenil y la heterogeneidad geográfica, donde conviven ciudades enormes con una inmensa cantidad de poblaciones pequeñísimas, dispersas y de complicado acceso. Los autores sostienen que el problema se centra más bien en la calidad de la oferta que la presencia territorial.

Una segunda conclusión basada en los focos de análisis conduce a los autores a suponer que existe un esfuerzo histórico innegable para “mantener vivo ese sistema”, sosteniéndolo, reproduciéndolo y tratando de mejorarlo. Dan cuenta también, brevemente, de los procesos históricos de redireccionamiento de la política educacional, cuya expresión más reciente y controvertida es la Reforma de 2013, pero, advierten, “la Reforma Educativa no es la agenda de la política educativa de México”.

Dicha agenda dialoga con la historia y el conjunto de la política educativa; lo que efectivamente introduce la Reforma de 2013 es la aspiración de universalizar el derecho a la educación de calidad, como así lo hacen otros países de la región, pero: “No es posible analizar en sí a la Reforma Educativa, sino en su capacidad de incidir sobre el flujo permanente de acción que define a la política educativa de México”; esto es, una mirada histórica, relacional, no coyuntural y circunscrita a un periodo de 6 años, duración de la presidencia del país.

La información analizada en el documento conduce a los responsables del estudio a observar un sistema “que se transforma”, y ejemplifican con avances en la expansión de cobertura, reducción en brechas de acceso y mejora en indicadores de graduación. Concluyen la primera parte con un enunciado que delinea la complejidad de las tareas por delante: “Cada avance en el funcionamiento del sistema educativo representa la conformación de un nuevo escenario cuyos próximos pasos son más difíciles”. Parece perogrullada: en la medida que se van resolviendo problemas, los restantes tienen mayor grado de complejidad, eso explica que, sorteado un umbral, los progresos se ralentizan.

Muchos de esos otros desafíos, algunos históricos, desbordan al sistema escolar y, por tanto, obligan a la convergencia con otras áreas y políticas del gobierno, práctica todavía reciente en México, que podría alargar (incluso aletargar) los progresos en el anhelado propósito de concretar el derecho a la educación, cuando el siglo XXI todavía suscite esperanzas y no haya cincelado epitafios prematuros.

Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/05/06/la-politica-educativa-mexicana-mirada-regional/

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