Page 2 of 4
1 2 3 4

Lo que robamos a los niños al ‘encarcelarlos’ en casa

Por: Jennifer Delgado Suárez

Los hijos se han convertido en trofeos para sus padres y, como todo trofeo que se precie, deben estar a buen recaudo, preferentemente entre las cuatro paredes de casa, donde supuestamente estarán seguros. De hecho, la tendencia a encerrar a los niños en el hogar para protegerles de los peligros que les acechan allá “afuera” es cada vez más preocupante.

Los niños pasan menos tiempo al aire libre que los presos

Un estudio realizado recientemente ha desvelado que la mayoría de los niños pasa menos tiempo al aire libre que los reos en las cárceles. Esta investigación analizó los hábitos de 12.000 familias con hijos de entre 5 y 12 años y descubrió que a lo largo de diez países, los niños solo pasaban una media de 30 minutos al día jugando al aire libre.
Este estudio también desveló que en Estados Unidos casi la mitad de los niños y niñas en edad preescolar no salen a jugar fuera de casa todos los días. En el Reino Unido la realidad no es muy diferente: el 64% de los niños sale a jugar fuera de casa menos de una vez a la semana y el 20% nunca se ha subido a un árbol.
Curiosamente, los investigadores no encontraron ninguna relación entre el tiempo que los niños pasaban fuera de casa jugando y los ingresos económicos del hogar o la percepción de la familia sobre la seguridad del barrio. Esto significa que se trata de una tendencia generalizada que va mucho más allá del nivel socioeconómico. El problema de base es mucho más sencillo: la mayoría de los padres no quieren que sus hijos se suban a los árboles, persigan ranas, se ensucien con el barro o jueguen solos con otros niños.
Para poner estos datos en perspectiva, basta pensar que los internos de las prisiones de máxima seguridad de Estados Unidos salen al patio al menos dos horas al día. Es un derecho. Al igual que debería serlo para los niños. Pero los padres y las escuelas se lo están arrebatando, y pretenden que los pequeños ocupen ese tiempo con las pantallas.
De hecho, si les preguntamos a las personas de más de 40 años cuáles son sus mejores recuerdos de la infancia, la mayoría se referirán al juego y la diversión al aire libre. Sin embargo, muchos de los niños de hoy no tendrán esos recuerdos, o al menos no podrán darle forma a tantas memorias de ese tipo. En la actualidad solo el 21% de los niños sale a jugar todos los días al aire libre, aunque al 71% de sus padres sí se les permitía.
¿Por qué es tan importante que los niños jueguen al aire libre con sus coetáneos?
Existe un sinfín de buenas razones para que los niños pasen tiempo jugando al aire libre, preferentemente con sus coetáneos.
1. Aprenden a tomar decisiones, resolver problemas, autocontrolarse y seguir las reglas. El juego al aire libre, sin la supervisión de los adultos, es un excelente maestro para que los niños vayan aprendiendo a resolver los problemas que se presentan. De hecho, si quieren ser aceptados por el resto del grupo, también se verán obligados a controlar algunos de sus comportamientos y a seguir las reglas pactadas.
A medida que los niños negocian con sus coetáneos van aprendiendo a controlarse, tomar decisiones y resolver sus propios problemas. Se trata de habilidades fundamentales que les enseñan que ellos tienen el control de sus vidas, una sensación de empoderamiento que les protege de la ansiedad y la depresión, trastornos muy difundidos que suelen ser el resultado de la sensación de falta de control sobre la vida.
2. Aprenden a manejar sus emociones, incluyendo la ira y el miedo. En el juego al aire libre, sin la supervisión de los padres, a menudo los niños se meten en situaciones complicadas, tanto desde el punto de vista físico como social. Si quieren salir airosos, deben aprender a controlar sus emociones. Por ejemplo, es probable que la primera vez que un niño tenga que subirse a un árbol sienta miedo, pero muy pronto lo dominará, sobre todo si está delante de sus amigos.
De esta forma ese niño aprenderá a regular sus emociones y a tomar el mando. Aprenderá que hay situaciones que dan miedo pero que ese temor se puede vencer sin necesidad de sentirse ansioso o abrumado porque en realidad no hay ningún peligro. Este “entrenamiento emocional” natural le permitirá ir creando un arsenal de herramientas psicológicas que le serán muy útiles en su vida futura.
3. Aprenden a ser más creativos. Cuando los niños juegan fuera de casa se sienten más libres, por eso suelen apostar por juegos no estructurados que estimulan su fantasía, creatividad e inteligencia. Imaginar castillos en el aire, criaturas mágicas o convertir la rama de un árbol en una espada estimula las conexiones neurales y potencia el desarrollo del cerebro, sobre todo del hemisferio derecho.
Por otra parte, los juegos al aire libre les permiten explorar el mundo que les rodea y hacer nuevos descubrimientos sorprendentes. Las cosas que encuentran a su paso estimulan constantemente su fantasía ya que no son juguetes diseñados para un fin preciso, sino que pueden tener mil usos diferentes en función de cuánto dejen volar su imaginación. Por eso, los niños que pasan más tiempo en la naturaleza suelen fijarse más en los detalles y aprenden muy pronto a apreciar los pequeños placeres de la vida.
4. Aprenden a ser independientes y responsables. Cuando los niños están lejos de sus padres y estos no pueden fungir como mediadores ni resolver los problemas en su lugar, deben aprender a encontrar soluciones por sí solos. Esto significa que deberán valorar diferentes alternativas, probar distintas soluciones y quizá equivocarse, hasta que encuentren la respuesta que necesitan.
De esta manera los niños aprenden a ser autónomos e independientes, van tomando las riendas de su vida y desarrollan una mayor responsabilidad pues poco a poco van comprendiendo que sus decisiones tienen consecuencias, y que estas dependen casi exclusivamente de ellos. Así se formará un adulto consciente y seguro de sí.
5. Aprenden a apasionarse y a desarrollar intereses propios. En la escuela los niños no suelen elegir las actividades en las que se involucran, deben seguir a la letra el plan de estudios. Además, en muchas ocasiones se esfuerzan solo por alcanzar una buena calificación, un trofeo o una alabanza, pero no porque les interese realmente la actividad.
Al contrario, el juego libre es una oportunidad única para que los niños exploren sus intereses, sin ningún tipo de presión social. En este caso, los niños pueden abandonar la actividad cuando se aburran, porque el objetivo final no es alcanzar un resultado sino disfrutar de lo que hace. De esta forma los niños aprenden a apasionarse por lo que hacen, buscan sus pasiones y comprenden que más allá de los resultados, lo importante es disfrutar del proceso. Así escapan de las garras del «conclusionismo«.
6. Aprenden a hacer amigos y a llevarse bien con los demás. El juego social es una forma natural de hacer amigos y aprender a relacionarse con los demás de una manera justa. De hecho, como el juego es una actividad voluntaria y los niños pueden abandonarlos en cualquier momento si se sienten incómodos, muy pronto los pequeños comprenden que para divertirse necesitan a sus compañeros de juego y tratan de limar las asperezas que puedan surgir para seguir jugando.
Por eso el juego, sin la supervisión de los adultos, les permite a los niños entrenar sus habilidades sociales, desarrollar la sensibilidad y la empatía. Los pequeños aprenden muy pronto a detectar las emociones de los demás y a responder en consecuencia, modulando sus actitudes y comportamientos. De esta forma se estimula su inteligencia social, que es fundamental para tener éxito en la vida e incluso para evitar el acoso escolar.
7. Aprenden a ser felices. El juego no es solo una actividad desarrolladora sino que es una fuente de felicidad, satisfacción y bienestar. La mayoría de los niños se sienten felices jugando al aire libre con sus amigos. Cuando corren, juegan y están en contacto directo con la naturaleza sus sentidos se estimulan, lo cual genera sensaciones muy placenteras.
Por otra parte, este tipo de juegos les ayuda a liberar energía y, a la larga, genera una agradable sensación de tranquilidad. De hecho, un estudio llevado a cabo en la Universidad de Cornell desveló que los niños que vivían en grandes ciudades y no solían estar en contacto con la naturaleza tenían niveles más elevados de estrés y ansiedad, en comparación con los pequeños que vivían en entornos rurales y salían a jugar a menudo, quienes también eran más resilientes ante la adversidad.
Por tanto, no les robemos a los pequeños estas increíbles experiencias, que son también una valiosa oportunidad para crecer. No olvidemos que los niños deben jugar, salir a la calle y ensuciarse, esa libertad les convertirá en adultos más seguros y felices

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2016/06/ninos-encerrados-en-casa.html

Comparte este contenido:

El mejor regalo para los niños es nuestro TIEMPO

Por: Jennifer Delgado Suárez

 – Porque yo no tenía suficiente, pero ahora sí, –contestó entusiasmado. – Papá, ahora tengo 100$. ¿Puedo comprar una hora de tu tiempo? Por favor, hoy ven a casa temprano, me gustaría jugar y cenar contigo.
 
El padre se sintió acongojado. Abrazó a e su pequeño hijo y le suplicó que le perdonase.
Recordemos que la mejor inversión de nuestro tiempo es en la familia, en las personas que tenemos a nuestro lado y en nuestros corazones. Si el día de mañana morimos, en pocos días habría alguien reemplazándonos en el trabajo; pero para la familia y los hijos que dejamos atrás, será una pérdida eterna. Valora el tiempo que pasas con los tuyos, porque no hay nada más valioso. Y asegúrate de transmitirle a tus hijos cuánto les quieres.

No basta con querer, es necesario demostrar ese cariño

1. Apaga el móvil. Cuando llegues a casa, apaga el móvil y dedícale a tus hijos al menos media hora. Los pequeños se sentirán muy satisfechos de saber que tienen tu completa atención, sin que te distraigas con los mensajes. De hecho, el 33% de los niños se quejan de que sus padres siempre están con sus móviles. Brindarles una atención plena hará que cada minuto valga la pena. Así le estás diciendo que para ti, son muy importantes.
2. Apaga el televisor y todos los dispositivos a la hora de las comidas. Cuando toda la familia se sienta alrededor de la mesa, es importante que nada compita por la atención de los padres y los niños, como los anuncios de la televisión o los mensajes entrantes. Alrededor de la mesa se pueden crear momentos muy agradables, además de que desconectar todos los dispositivos os permitirá disfrutar más de los platos y de la compañía.
3. Haz que la hora de acostarse sea un momento mágico. Los niños pequeños, sobre todo, crearán preciosos recuerdos de esos minutos en los que le arropas en la cama y le lees una historia. No solo es reconfortante sino que también crea una conexión íntima muy especial y además, la lectura estimulará el desarrollo cerebral de los niños.
4. Que no falten los besos, abrazos y caricias. Los niños necesitan el contacto físico, sobre todo cuando son pequeños. A través de los besos, abrazos y caricias les demuestras tu amor y cariño. De hecho, los beneficios de los abrazos son enormes y estimulan la producción de neurotransmisores como la dopamina y la oxitocina, que le harán sentir relajado y potencian la confianza y la conexión emocional. Un niño que se siente amado, será un niño que se ama y se estima, que no se avergüenza de mostrar su afecto.
5. Háblale mirando a los ojos. La mejor manera de comunicarse con los niños es mirarlos directamente a los ojos. El contacto visual es muy importante porque logra captar su atención, que durante los primeros años suele ser difusa. Además, también permite establecer una conexión más personal. Por eso, cuando los niños son pequeños, es conveniente que los padres siempre se agachen para hablar con ellos, de esta manera quedarán a su nivel.
6. Involúcrále en la toma de decisiones. Muchos padres creen que sus hijos son demasiado inmaduros para decidir. Si bien es cierto que no tienen mucha experiencia de vida, eso no significa que no tengan sus gustos y preferencias. Por tanto, siempre que puedas, pídele su opinión sobre aquellas decisiones que le afectan. Así el niño se sentirá valorado y desarrollará una autoestima sana, de manera que en el futuro será una persona más segura de sí, que no permitirá que los demás decidan en su lugar.
7. Solo juega. Uno de los recuerdos más bonitos de la infancia se refiere al juego. Aunque los niños crezcan y tengan compañeros de juego, el placer de jugar con los padres no se puede substituir. Curiosamente, muchos niños afirmaban que sentían que sus padres hacían demasiadas cosas y tenían las jornadas demasiado programadas. A veces, hay que dedicar un tiempo solo a jugar y divertirse, sin ningún plan, dejando que todo fluya. De hecho, jugar no solo es positivo para los niños sino también para los padres ya que les ayuda a aliviar la tensión y olvidarse de las preocupaciones cotidianas.
8. Déjale pequeñas muestras de amor. No hay que tener un motivo para decirle a tu hijo que le quieres. No te canses de decírselo y déjale pequeñas muestras de cariño. Escríbele notas simpáticas, hazle pequeños regalos hechos por tus propias manos… De esta forma el niño también aprenderá a valorar los pequeños detalles.
9. Celebra sus logros y su esfuerzo. Jamás demerites sus logros, por pequeños que sean, celébralos y anímale a que se siga esforzando. No obstante, recuerda que algunos elogios pueden destruir la autoestima infantil, por lo que es esencial que le des importancia al esfuerzo realizado, más que a las capacidades de base. Este es uno de los mayores regalos que puedes hacerle para la vida.
10. Disciplina con amor. Los niños necesitan ciertas reglas y normas ya que estas no solo lo mantienen seguro sino que también le dan un sentido a su mundo y le indican qué se espera de él. No obstante, debes asegurarte de castigar el mal comportamiento, no al niño. Jamás condiciones tu amor a sus comportamientos con frases como “si eres un niño malo, no te querré más”. Hazle saber que le quieres, aunque lo que ha hecho está mal. Es posible disciplinar con amor.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/05/gestos-cotidianos-ninos-amados.html

Comparte este contenido:

La negligencia emocional sufrida en la infancia crea adultos poco asertivos

Por: Jennifer Delgado Suárez

La asertividad es una competencia esencial para la vida. No solo nos evitará numerosos problemas en el ámbito de las relaciones interpersonales sino que también nos permitirá perder menos la paciencia y vivir de manera más equilibrada y relajada. De hecho, Anthony Robbins afirmó que «la forma en que nos comunicamos con los demás y con nosotros mismos, en última instancia, determina la calidad de nuestras vidas«.
La asertividad no es más que la capacidad para hacer valer nuestros derechos con claridad de manera adecuada, sin ser demasiado pasivos ni muy agresivos, respetando a su vez los derechos de los demás.
Sin embargo, aunque parece muy sencillo, ponerla en práctica es un poco más complicado. De hecho, la mayoría de las personas que nos rodean no son asertivas, o lo son en muy poca medida. ¿Por qué?
En muchos casos la razón se encuentra en su infancia. Si hemos crecido en un hogar donde se practicaba la negligencia emocional, donde las emociones eran ignoradas o incluso castigadas, simplemente no hemos tenido la oportunidad de desarrollar la asertividad.

Tus 10 derechos asertivos

1. Tienes derecho a juzgar tu propio comportamiento, pensamientos y emociones, así como asumir la responsabilidad por ellos.
2. Tienes derecho a no ofrecer excusas ni explicaciones por tus decisiones.
3. Tienes derecho a decidir si asumes la responsabilidad de resolver los problemas de los demás.
4. Tienes derecho a cambiar de opinión.
5. Tienes derecho a cometer errores, y asumir las consecuencias.
6. Tienes derecho a decir “no lo sé”.
7. Tienes derecho a actuar independientemente de la “buena voluntad” de los demás.
8. Tienes derecho a tomar decisiones ilógicas.
9. Tienes derecho a decir “no lo entiendo”.
10. Tienes derecho a decir “no me interesa”.
Sin embargo, las personas cuyos padres pensaban que expresar las emociones era algo negativo, probablemente no serán conscientes de sus derechos. Si tus padres ignoraban o incluso castigaban tus expresiones emocionales, te habrá llegado el mensaje de que tus sentimientos, emociones y necesidades no cuentan.
Por tanto, quizá a menudo te descubres diciéndote frases como: “no hables de cosas negativas”, “no puedes dejar que los demás sepan cómo te sientes o qué piensas en realidad” o “no provoques alteraciones”. Estas frases seguramente provienen del discurso de tus padres, pero se han enquistado tanto en tu inconsciente que siguen determinando tu comportamiento, aunque hayas crecido.

Los resultados de la negligencia emocional en la adultez

La negligencia emocional es la incapacidad para responder adecuadamente a las necesidades emocionales de los niños. De hecho, una de las tareas fundamentales de los padres es, precisamente, validar las emociones de sus hijos y enseñarles a encauzarlas de la manera más adecuada. Los padres son el modelo emocional de sus hijos, son las personas en quienes estos se reflejan y buscan apoyo cuando se encuentran desorientados.
Si los padres no son capaces de reconocer esas emociones o cuando estas afloran les restan importancia a través de frases como “no hay motivos para llorar” o “no ha pasado nada”, le estarán diciendo al niño que su reacción, que es completamente normal y comprensible, no es adecuada. Como resultado, ese pequeño no sabrá qué hacer, por lo que se convertirá en un adulto que:
– No confía en sus emociones e instinto, ya que le han enseñado a ocultarlos e ignorarlos.
– Tiene dificultades para reconocer sus emociones y sentimientos ya que nunca fueron validados.
– Tiene problemas para expresar de forma asertiva sus emociones, por lo que asume posturas extremas: permite que los demás le pisoteen o se muestra muy agresivo.
– Desarrolla una baja autoestima pues cree que no es digno de ser amado.
– Experimenta sentimientos de culpabilidad y cree que no tiene derecho a ser él mismo.

Las bases para desarrollar la asertividad en cualquier etapa de la vida

– Aprender a reconocer las emociones propias y etiquetarlas. Saber exactamente cómo te sientes y por qué te ayudará a gestionar mejor esas emociones, de manera más asertiva.

– Ser consciente de tus derechos como persona, sabiendo que mereces ser tratado con respeto. Y ser consciente de que los demás merecen lo mismo.

– Valorar las opiniones de los demás, sabiendo que podemos disentir sin juzgar ni menospreciar al otro. Y exigir lo mismo a cambio.

– Desarrollar una autoestima sana, comprendiendo que los errores no disminuyen tu valía sino que son oportunidades para crecer. De esta forma no te sentirás amenazado por los demás y no responderás de manera agresiva ni dejarás que te pisoteen.

Por supuesto, también será de gran ayuda aprender algunas técnicas asertivas, para lidiar con las situaciones más complicadas.

En el caso de los niños, para desarrollar la asertividad es fundamental que los padres aprendan a respetar su individualidad y sus opiniones, aunque puedan parecer infantiles o poco prácticas. Estas preguntas podrán obrar milagros para educar a un niño seguro y asertivo:

– ¿Qué piensas?
– ¿Cómo te sientes?
– ¿Qué necesitas?
– ¿Qué tienes que decir?

De esta manera los niños aprenderán a:

– Descubrir lo que sienten y necesitan.
– Saber que sus emociones y necesidades son importantes
– Expresar sus emociones y necesidades de manera que la otra persona les respete.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/01/la-negligencia-emocional-sufrida-en-la.html

Comparte este contenido:

Gritar a los niños daña su cerebro

Por: Jennifer Delgado Suárez

Alzar la voz no hará que tengamos más razón. Además, utilizar esta estrategia como recurso educativo puede ser completamente contraproducente. De hecho, cuando le gritamos a los niños solo estamos reconociendo que los pequeños están fuera de control, y nosotros también. Gritar es una señal de que la situación se nos ha ido de las manos y no tenemos estrategias para resolverla.
En Estados Unidos se dice que gritar a los hijos es como usar el claxon para conducir el coche, y suele generar los mismos resultados. Además, normalmente no gritamos después de una cuidadosa y profunda reflexión porque consideremos que se trata de la táctica más eficaz, simplemente gritamos porque no sabemos qué otra cosa hacer.
Las situaciones que provocan los gritos son muchas y diversas, pero se ha apreciado que el aislamiento materno y el agotamiento son las causas principales. De hecho, muchos padres reconocen que detrás de sus gritos se esconde el estrés y el cansancio. En práctica, lo que nos lleva a gritar no es tanto el mal comportamiento del niño, sino nuestra incapacidad para lidiar con la situación, probablemente porque nuestros recursos cognitivos y emocionales están agotados.

Los gritos afectan el desarrollo psicológico y cerebral de los niños

Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Pittsburgh reveló que gritar a los niños con regularidad, como una forma de disciplina, encierra numerosos riesgos para su desarrollo psicológico, entre ellos la posibilidad de que desarrollen conductas agresivas o, al contrario, híper tímidas.

Estos psicólogos analizaron a 976 familias y sus hijos durante dos años, y descubrieron que los gritos cotidianos, que formaban parte de la crianza, podían predecir la aparición de problemas de conducta en los adolescentes de 13 años o de síntomas depresivos a los 14 años.

Además, descubrieron que en vez de minimizar los problemas, los gritos solían agravar la desobediencia. Y también constataron que la “calidez” de los padres; es decir, su amor y el grado de apoyo emocional no disminuían el impacto psicológico de los gritos. Esto significa que la marca que dejan los gritos no se borra después con un abrazo o un gesto de cariño.
Otra investigación realizada por un grupo de psiquiatras de la Escuela de Medicina de Harvard fue un paso más allá: sus resultados alertan que el maltrato verbal, como los gritos y la humillación, puede alterar de forma significativa y permanente la estructura del cerebro infantil.
Estos investigadores analizaron el cerebro de 51 niños que recibían tratamiento psiquiátrico y los compararon con el de 97 niños sanos. Descubrieron que el abandono, el castigo físico e incluso la disciplina verbal causaban una reducción significativa en el cuerpo calloso, una especie de “cable” compuesto por células nerviosas que conecta ambos hemisferios del cerebro.
Un cuerpo calloso más pequeño conduce a una menor integración de las dos mitades del cerebro, lo que puede causar cambios dramáticos en el estado de ánimo y la personalidad. En el estudio también apreciaron una disminución de la actividad en partes del cerebro relacionadas con las emociones y la atención. Estos niños tenían menos flujo sanguíneo en una parte del cerebro conocida como vermis cerebeloso, el cual es fundamental para mantener un buen equilibrio emocional.
¿Por qué los gritos pueden afectar tanto a los niños?
Cuando los niños son muy pequeños, no son capaces de identificar la diferencia entre los gritos y el cariño. En práctica, no comprenden que si sus padres les gritan, no significa que no les quieran sino que pueden estar estresados o que están reprendiendo un mal comportamiento. No conocer esa diferencia puede generar una gran sensación de angustia y estrés. De hecho, los investigadores creen que los cambios en la estructura del cerebro se deben a la liberación excesiva de cortisol, la hormona del estrés, durante los primeros años de vida.
Es curioso, pero los niños y adolescentes que han crecido en un ambiente donde los gritos son pan cotidiano, también tienen el doble de probabilidades de presentar una actividad eléctrica cerebral anormal. En algunos casos esta actividad incluso se ha llegado a comparar con la de personas que sufren epilepsia.

¿Cómo dejar de gritarles a tus hijos?

– Asume que gritar es sinónimo de perder el control. Los gritos no son una estrategia educativa  ni disciplinaria sino el signo de que la situación se te ha ido de las manos. Si eres consciente de esa diferencia, lograrás regularte mucho mejor.
– Descubre cuáles son las situaciones o momentos en los que más gritas. Los investigadores han descubierto que los padres suelen gritar más durante algunos momentos específicos del día, como a la hora del desayuno antes de ir al colegio o por la noche. Detectar ese patrón te permitirá descubrir la causa que se encuentra en la base de los gritos, que generalmente suelen ser las prisas, el estrés o el cansancio.
– Tómate el tiempo que necesites para calmarte. Es importante que los padres se mantengan atentos a las señales que indican que están perdiendo el control. Antes de dejar que el cerebro emocional asuma el mando, tómate unos minutos para calmarte. Respira profundamente y, si lo necesitas, sal de la habitación.
– No alimentes expectativas demasiado elevadas. A veces la frustración proviene de la diferencia entre tus expectativas y la realidad. Puedes frustrarte porque esperabas que tu hijo hiciera solo los deberes, por ejemplo, y no los ha hecho. Por eso, a veces es conveniente que recuerdes que es solo un niño y que no hace las cosas para molestarte sino porque aún necesita madurar.
– No te culpes. En cualquier caso, no te culpes porque sentirte mal solo aumentará la tensión. A cualquiera se le puede escapar un grito de vez en cuando, solo tienes que asegurarte de que no se convierta en la norma. Ser padres no es fácil, y tampoco es necesario que seas perfecto/a, solo asegúrate de intentar mostrar siempre la mejor versión de ti.
Fuentes:
Wang, M. T. & Kenny, S. (2014) Longitudinal Links Between Fathers’ and Mothers’ Harsh Verbal Discipline and Adolescents’ Conduct Problems and Depressive Symptoms. Child Developmental; 85(3): 908–923.
Teicher, M. H. et. Al. (1993) Increased prevalence of electrophysiological abnormalities in children with psychological, physical, and sexual abuse. J Neuropsychiatry Clin Neurosci; 5(4): 401-408.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/04/gritar-los-ninos-dana-su-cerebro.html

Comparte este contenido:

Los 4 excesos de la educación moderna que trastornan a los niños

Por: Jennifer Delgado Suárez

Cuando nuestros abuelos eran pequeños, tenían solo un abrigo para el invierno. ¡Solo uno! En aquella época de vacas flacas, incluso tener un abrigo se consideraba un lujo. Por eso, los niños lo cuidaban como un bien precioso. En aquellos tiempos se solía tener lo mínimo indispensable. Y los niños eran conscientes del valor y la importancia de sus cosas.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y nos hemos convertido en personas más sofisticadas. Nos gusta tener muchas opciones e intentamos que nuestros hijos tengan todo lo que desean y, si es posible, mucho más. Sin embargo, no nos damos cuante de que al mimarles excesivamente contribuimos a crear un ambiente en el que pueden proliferar los trastornos mentales.
De hecho, se ha demostrado que un exceso de estrés durante la infancia aumenta las probabilidades de que los niños desarrollen problemas psicológicos. Así, un niño sistemático puede ser empujado a desarrollar un comportamiento obsesivo y un pequeño soñador puede perder su capacidad para concentrarse.
En este sentido, Kim Payne, profesor y orientador estadounidense, llevó a cabo un experimento muy interesante en el cual simplificaron la vida de los niños diagnosticados con un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Al cabo de tan solo cuatro meses, el 68% de estos pequeños habían pasado de ser disfuncionales a ser clínicamente funcionales. Además, mostraron un aumento del 37% en sus aptitudes académicas y cognitivas, un efecto que no pudo igualar el medicamento más prescrito para este trastorno, el Ritalin.
Estos resultados son, en parte, extremadamente reveladores y, por otra parte, también son ligeramente atemorizantes ya que nos hace preguntarnos si realmente les estamos proporcionando a nuestros hijos un entorno sano desde el punto de vista mental y emocional.
¿Qué estamos haciendo mal y cómo podemos arreglarlo?

¿Cuándo mucho se convierte en demasiado?

A inicios de su carrera, este profesor trabajó como voluntario en los campos de refugiados, donde tuvo que lidiar con niños que sufrían estrés posttraumático. Payne apreció que estos niños se mostraban nerviosos, hiperactivos y continuamente expectantes, como si algo malo fuera a pasar de un momento a otro. También eran extremadamente cautelosos ante la novedad, como si hubieran perdido esa curiosidad innata de los niños.
Años más tarde, Payne apreció que muchos de los niños que necesitaban su ayuda mostraban los mismos comportamientos que los pequeños que provenían de países en guerra. Sin embargo, lo extraño es que estos niños vivían en Inglaterra, por lo que su entorno era completamente seguro. Entonces, ¿por qué mostaran síntomas típicos del estrés postraumático?
Payne piensa que aunque los niños de nuestra sociedad están seguros desde el punto de vista físico, mentalmente están viviendo en un entorno similar al que se produce en las zonas de conflictos armados, como si su vida peligrara. Estar expuestos a demasiados estímulos provoca un estrés que se va acumulando y obliga a los niños a desarrollar estrategias para sentirse a salvo.
De hecho, los niños de hoy están expuestos a un flujo constante de información que no son capaces de procesar. Se ven obligados a crecer deprisa ya que los adultos colocan demasiadas expectativas sobre ellos, haciendo que asuman roles que en realidad no les corresponden. De esta manera, el inmaduro cerebro de los niños es incapaz de seguir el ritmo que impone la nueva educación, y se produce un gran estrés, con las consecuencias negativas que este provoca.

Los cuatro pilares del exceso

Como padres, normalmente queremos darle lo mejor a nuestros hijos. Y pensamos que si un poco está bien, más será mejor. Por eso, ponemos en práctica un modelo de hiperpaternidad, nos hemos convertido en padres helicóptero que obligan a sus hijos a participar en una infinidad de actividades que, supuestamente, les preparan para la vida.
Por si no fuera suficiente, llenamos sus habitaciones de libros, dispositivos y juguetes. De hecho, se estima que los niños occidentales tienen, como media, 150 juguetes. Es demasiado, y cuando es demasiado, los niños se sienten abrumados. Como resultado, juegan de manera superficial, pierden el interés fácilmente por los juguetes y por su entorno y no desarrollan su imaginación.
Por eso, Payne afirma que los cuatro pilares del exceso sobre los cuales se erige la educación actual de los niños son:
1. Demasiadas cosas
2. Demasiadas opciones
3. Demasiada información
4. Demasiada velocidad
Cuando los niños son abrumados de esta forma, no tienen tiempo para explorar, reflexionar y liberar las tensiones cotidianas. Demasiadas opciones terminan erosionando su libertad y les roba la oportunidad de aburrirse, que es fundamental para estimular la creatividad y el aprendizaje por descubrimiento.
Poco a poco, la sociedad ha ido erosionando la maravilla que implica la infancia, hasta tal punto que algunos psicólogos se refieren a este fenómeno como “la guerra contra la infancia”. Basta pensar que en las dos últimas décadas los niños han perdido una media de 12 horas semanales de tiempo libre. Incluso los colegios y las guarderías han asumido una orientación más académica.
Sin embargo, un estudio realizado en la Universidad de Texas ha desvelado que cuando los niños juegan deportes bien estructurados se convierten en adultos menos creativos, en comparación con los pequeños que han tenido mucho tiempo libre para jugar. De hecho, los psicólogos han notado que la forma de jugar moderna genera ansiedad y depresión. Obviamente, no se trata solo del juego más o menos estructurado sino también de la falta de tiempo.

Simplificar la infancia 

La mejor manera de proteger la infancia de los niños es decir “no” a las pautas que la sociedad pretende imponer. Se trata de dejar que los niños sean simplemente eso, niños. La vía para proteger el equilibrio mental y emocional de los niños consiste en educar en la simplicidad. Para lograrlo es necesario:
– No atiborrarles de actividades extraescolares que, a la larga, probablemente no le servirán de mucho.
– Dejarles tiempo libre para que jueguen, preferentemente con otros pequeños o con juguetes que puedan estimular su creatividad, no con juegos estructurados.
– Pasar tiempo de calidad con ellos, es el mejor regalo que pueden hacerles los padres.
– Crear un espacio de tranquilidad en sus vidas donde puedan refugiarse del caos cotidiano y aliviar el estrés.
– Asegurarse de que duermen lo suficiente y descansan.

– Reducir la cantidad de información, asegurándose de que esta sea comprensible y adecuada a su edad, lo cual implica hacer un uso más racional de la tecnología.

– Simplificar su entorno, apostando por menos juguetes y cerciorándose de que estos estimulan realmente su fantasía.
– Disminuir las expectativas sobre su desempeño, dejándoles que sean simplemente niños.

Recuerda que los niños tienen toda la vida por delante para ser adultos, mientras tanto, deja que sean niños y disfruten de su infancia.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2016/03/educacion-moderna-trastornos-infantiles.html

Comparte este contenido:

¿Por qué siempre debes despedirte de tu hijo al salir de casa?

Por: Jennifer Delgado Suárez

Si tienes un niño pequeño, sabrás que ese momento en el que debes salir de casa y dejarle es uno de los más difíciles. Despegarte de tu pequeño duele, sobre todo porque él tampoco quiere despegarse de ti, un fenómeno que se agudiza cuando atraviesa por la fase de la ansiedad de separación. Sin embargo, no puedes vivir eternamente a su lado y esas separaciones son útiles para desarrollar su independencia emocional, aunque en un primer momento sean difíciles.
Algunos padres, para evitar el llanto del niño, se escabullen de casa escondidos del niño. Sin embargo, nunca deberíamos irnos de casa sin despedirnos. Cruzar la puerta a hurtadillas no es lo mejor para tus hijos pues puede crear una herida emocional difícil de sanar.

Escaparte a hurtadillas genera la sensación de abandono

Escaparte a hurtadillas no evitará el sufrimiento del niño. El hecho de que no le escuches llorar no significa que sentirá menos tu presencia. De hecho, puede ser aún peor porque cuando llora al ver que te vas, siente tristeza, pero cuando llora porque nota tu ausencia puede experimentar una sensación de abandono, angustia y desesperación.
A los niños pequeños les resulta difícil lidiar con la separación de sus progenitores ya que ven en ellos una fuente de seguridad y satisfacción de sus necesidades. Por eso, pueden vivir la separación como un auténtico abandono, más aún si uno de sus padres desaparece improvisamente.
Los efectos de la sensación de abandono que pueden experimentar los niños pequeños no se deben menospreciar:
– Shock. En un primer momento el niño suele reaccionar con llanto, enfado o con una rabieta. Más adelante es posible que experimente angustia y ansiedad.
– Inseguridad. Cuando el niño se da cuenta de repente sus padres no están, su mundo puede tambalearse, lo cual le genera una gran inseguridad. Si en vez de despedirte te escapas, el niño no sabrá cuándo puedes volver a desaparecer, por lo que se sentirá permanentemente confundido e inseguro.
– Miedo. Escabullirse, lejos de enseñarle al niño a lidiar con la separación, genera aún más ansiedad. Como resultado, es probable que cuando regrese esté aún más apegado a ti pues adoptará una actitud vigilante para evitar que le vuelvas a “abandonar”. Además, puede comenzar a temer que las otras personas también le abandonen.
– Culpa. Si te escabulles con frecuencia, es probable que el niño comience a sentirse culpable. Creerá que ha hecho algo mal por lo cual merece ser “abandonado” y es probable que su autoestima se afecte pues creerá que no es digno de ser amado.
Diferentes investigaciones también han analizado el impacto de la sensación de abandono en los niños. Un estudio desarrollado por psicólogos de las universidades de Columbia y Duke analizaron a 3.000 familias en las que la madre había abandonado en algún momento a sus hijos. Los investigadores les dieron seguimiento a los niños hasta que cumplieron cinco años y descubrieron que la separación temprana de la madre generaba comportamientos negativos en los pequeños de tan solo tres años de edad y mostraban comportamientos agresivos al llegar a los 5 años. Otro estudio realizado en la Universidad de Columbia halló una relación entre la separación del cuidador principal y los malos resultados académicos a la edad de ocho años.
Por supuesto, eso no significa que escaparte a hurtadillas tenga esos mismos efectos en tu hijo ya que estas investigaciones se refieren a periodos de separación largos. Sin embargo, si sueles escaparte sin despedirte y tu hijo lo experimenta como un abandono, esa situación puede desencadenar una cascada de emociones y sentimientos que terminen dañándole.
Al contrario, cada vez que te despides de tu hijo estás fomentando la confianza. Aunque al inicio es difícil, poco a poco irá comprendiendo que puede confiar en ti pues aunque salgas, luego regresarás. De esta forma también fomentas una comunicación abierta, que será fundamental cuando llegue a la adolescencia.

¿Cómo despedirte de tu hijo sin que se convierta en un drama?

– Ve preparando el terreno. De esta forma tu salida no le tomará por sorpresa y podrá ir reestructurándose, aunque tampoco es necesario que se lo digas demasiado pronto, 15 minutos de antelación serán más que suficientes. Puedes decirle “tu abuela vendrá pronto, cuando terminemos de merendar tendrás que decirle adiós a mamá”.
– Háblale de lo que hará en tu ausencia. Si le dejas un plan de acción, el niño se sentirá más seguro y menos confundido, e incluso es probable que se motive, si el plan le resulta interesante. Por ejemplo, puedes decirle: “Cuando llegue tu tía, te pondrá el pijama y te leerá el cuento que prefieras antes de dormir”.
– Dile cuándo regresarás. Si le dices a qué hora regresarás, el niño se sentirá más seguro. Así también sabrá que cada vez que sales, vuelves, y evitarás que se sienta abandonado. Si todavía no conoce la hora, puedes explicarle que llegarás cuando la manecilla más corta del reloj llegue a tal punto. Cuando regreses, hazle notar tu puntualidad, así reforzarás la confianza que deposita en ti.
– Establece una rutina de despedida. Las rutinas ayudan a que los niños tengan cierta sensación de control sobre la situación, y le ayudan a transformar una experiencia pasiva en activa. No obstante, la rutina de despedida debe ser corta ya que de lo contrario es probable que el pequeño comience a llorar. Por ejemplo, puedes darle dos besos y animarlo a que los guarde en sus bolsillos para que los conserve cuando te hayas ido y te extrañe.
Fuentes:
Howard, K. et. Al. (2011) Early Mother-Child Separation, Parenting, and Child Well-Being in Early Head Start Families. Attach Hum Dev; 13(1): 5-26.
Leventhal, T. & Brooks-Gunn, J. (2000)“Entrances” and “Exits” in children’s lives: Associations between household events and test scores. New York: Teachers College, Columbia University.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/03/por-que-siempre-debes-despedirte-de-tu.html

Comparte este contenido:

Las terribles cicatrices que deja el abuso emocional en los niños

Por: Jennifer Delgado Suárez

Cuando pensamos en el abuso y el castigo, casi siempre lo asociamos con la violencia física. Sin embargo, en la infancia el castigo físico no es el más común sino el abuso emocional. Y este es tan dañino como los golpes.
El abuso emocional asume diferentes formas. De hecho, es tan común que se estima que un tercio de los niños en el mundo sufren alguna forma de abuso emocional.
– Negligencia, se trata de padres que asumen una distancia emocional de sus hijos y no satisfacen sus necesidades, de manera que estos crecen en un hogar en el que no encuentran apoyo ni validación emocional.
– Humillación, la forma más común consiste en avergonzar al niño cuando se equivoca o no entiende algo, de manera que se fomenta una imagen negativa de sí mismo.
– Denigración, los padres demeritan los intereses, opiniones y deseos de sus hijos, transmitiéndoles la idea de que no son importantes ni dignos de ser tenidos en consideración.
– Presión, se refiere a los padres que presionan demasiado a sus hijos para que cumplan con sus expectativas, sin tener en cuenta sus capacidades, necesidades y deseos.

El abuso emocional es más dañino que el castigo físico

Psicólogos de las universidades de Minessota y McGill estudiaron a 2.292 niños que habían acudido a un campamento de verano y les dieron seguimiento durante un periodo de 20 años. En el momento en que se inició la investigación tenían entre 5 y 13 años de edad.
Los investigadores analizaron el impacto de las diferentes formas de maltrato infantil en niños y niñas. Comprobaron que tanto el castigo físico como el abuso emocional provocan daños a nivel psicológico y que no existían diferencias en las reacciones entre niñas y niños.
El castigo físico y el abuso emocional generaban ansiedad, depresión y baja autoestima. Sin embargo, el abuso psicológico estuvo más vinculado con la aparición de síntomas depresivos, trastornos de ansiedad y de apego, abuso de sustancias al llegar a la adolescencia, problemas de conducta y dificultades en el aprendizaje.

Las cicatrices quedan grabadas en el cerebro

Otro estudio llevado a cabo en la Facultad de Medicina de la Universidad Libre de Berlín analizó el cerebro de mujeres que durante su infancia habían sufrido diferentes tipos de abusos. Los neurocientíficos descubrieron que el abuso físico y el emocional dejan diferentes huellas en el cerebro.

Mientras el abuso físico afecta fundamentalmente las zonas motoras de la corteza, las consecuencias a nivel cerebral del abuso emocional son aún más preocupantes ya que este se refleja en las zonas de la corteza prefrontal y el lóbulo temporal medial, áreas relacionadas con la decodificación y el control de las emociones, la autoimagen y la empatía.

En estas zonas se apreció una reducción de volumen y densidad sináptica. Esto significa que estas áreas no fueron potenciadas adecuadamente durante la etapa infantil y, como resultado, la corteza no se engrosó lo suficiente.

La densidad sináptica aumenta con el uso. Cuando aprendemos una habilidad, ya se trate de escribir o de reconocer las emociones de los demás, se crean nuevas conexiones en las zonas del cerebro relacionadas con esas competencias. Obviamente, si durante la infancia no tenemos la oportunidad de desarrollar determinada habilidad, esas conexiones no se crearán.

El abuso emocional altera los patrones de señales sinápticas que normalmente tendrían que activarse, haciendo que los niños, y posteriormente los adultos, tengan dificultades para gestionar sus emociones, sean menos empáticos y tengan una autoimagen negativa.

No podemos olvidar que el apego seguro es esencial para un desarrollo adecuado del cerebro, en especial de las zonas vinculadas con el control emocional. Un niño sometido a un estrés continuo puede terminar sufriendo daños a nivel cerebral que después serán difíciles de revertir. Por tanto, recuerda que es más fácil educar a niños emocionalmente fuertes que reparar a «adultos rotos».

Fuentes:
Vachon, D. D. et. Al. (2015) Assessment of the Harmful Psychiatric and Behavioral Effects of Different Forms of Child Maltreatment. JAMA Psychiatry; 72(11):1135-1142.
Heim, C. M. et. Al. (2013). Decreased cortical representation of genital somatosensory field after childhood sexual abuse. American Journal of Psychiatry; 170(6): 616-623.
Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/03/consecuencias-abuso-emocional-ninos.html
Comparte este contenido:
Page 2 of 4
1 2 3 4