Estallido en Chile: el aumento del subte, una reacción a causas más profundas

Por: José María del Pino.

Es un país de fuertes desigualdades. El 50% de los trabajadores percibe menos de 570 dólares por mes, el ingreso promedio por hogar es de 550 dólares y el 50% del consumo lo genera apenas el 20% de hogares de mayores ingresos.

A diferencia de Argentina, estas manifestaciones en Chile no son producto de un “tarifazo” puntual o un recorte de las prestaciones sociales. Los 5 centavos de dólar que la autoridad del transporte público anunció –y que el presidente Sebastián Piñera sólo debe acatar, porque la ley así lo establece- simplemente fue la gota que rebalsó un vaso. Uno que se fue llenando con colusiones empresariales condenadas con irrisorias multas en bienes tan sensibles como el papel higiénico, escándalos de financiamiento a la política sancionados con “clases de ética” mientras el comercio ambulante paga con cárcel, soluciones habitacionales en la periferia sin acceso a transporte, entre otros.

Es cierto, las cifras de Chile son de ensueño para la región. Es líder en el índice de Desarrollo Humano de la ONU, tiene un ingreso per cápita de 25.000 dólares, tiene altísima eficiencia en la relación de ejecución presupuestaria y calidad de la salud que entrega, lidera la región en el índice de PISA en educación y tiene la mayor tasa de egresados de la educación superior, donde al menos 3 de sus universidades están entre las 10 mejores del subcontinente. Pero ello no bastó.

Somos un país de contrastes. El 50% de los trabajadores percibe menos de 570 dólares por mes, el ingreso promedio por hogar es de 550 dólares y el 50% del consumo lo genera apenas el 20% de hogares de mayores ingresos. Vivir en Santiago de Chile es vivir con prestaciones y servicios a valor de Washington DC, pero con sueldos del tercer mundo.

La clase política lo intuyó, pero nunca se hizo cargo. La derecha generó una férrea defensa al mercado desconociendo su altísima concentración por rubro, su escasa competencia por capital humano –para subir los sueldos- y las brechas de accesos para nuevos actores. La izquierda construyó una retórica de prosa académica, inentendible para muchos, con diagnósticos correctos pero escasa posibilidad de articular soluciones. ¿Y el país? El país siguió en piloto automático.

Así creció una generación que vio la resignación de sus padres. Sin las ataduras de la dictadura, ni el miedo a la autoridad, levantó la cabeza y decidió pelear. En 2006 cuando eran adolescentes, en 2011 cuando ya eran universitarios y hoy cuando forman parte de la clase media emergente.

El problema es que quienes gobernaron ayer, hoy son los mismos. Una generación que, para muchos, debió haberse jubilado hace 10 años. Aferrados al éxito de la transición democrática, se han erigido como verdaderos “prefectos de la doctrina de la Fe” política. En Chile, todo pasa por ellos.

En medio de ese auge ciudadano, pacífico, inspirado en la no violencia activa con evasiones masivas en el Metro, irrumpieron los grupos anarquistas, antisistemas o quizás qué. Y digo quizás qué, porque escasamente se ha logrado determinar a qué responden. Solo se sabe que son inorgánicos, que no hay una cabeza clara y que la tecnología de las informaciones les ha permitido actuar como nunca antes.

Algo ocurre en el mundo. Sudamérica vive momentos difíciles, de agitación y malestar. Lo preocupante no es ello, el reclamo y la protesta son legítimos. La dificultad es que quienes gobiernan parecen no comprender los desafíos del mundo global y lleno de problemáticas multidimensionales que habitan.

Le pasó a Lenín Moreno en Ecuador por el costo de vida, lo vive Jair Bolsonaro con los temas ambientales en Brasil, lo sufrió Mauricio Macri atrapado por indefiniciones políticas para gobernar Argentina, entre otros ejemplos. Y la izquierda, que creyó tener la receta a principios del siglo XXI, fracasó estrepitosamente sólo replicando pobreza y coartando libertades. A excepción de Evo Morales que, como talón de Aquiles, ha puesto en jaque su verdadera convicción democrática con una reelección inconstitucional.

Ante esto ¿qué se puede esperar? El mundo ya nos demuestra los caminos: Uno, el de oídos sordos, que da paso a populismos que gobiernan por twitter a dedo rápido. Otro, menos explorados -y quizás la opción-, el de una sociedad que en la crisis encuentra espacios de diálogo que carecía y construye un nuevo pacto social. Porque la paz social solo se logra con una sensación de justicia en la que grandes mayorías se sientan identificadas. El reloj –que corre rápido- espera de Chile una pronta definición que evite que nuestra ciudad continúe durmiendo “al calor de las brasas”.

Fuente del artículo: https://www.clarin.com/mundo/estallido-chile-aumento-subte-reaccion-causas-profundas_0_0GpSYSGS.html

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