Page 3 of 4
1 2 3 4

El impacto conocido, ignorado, inquietante de las tecnologías digitales

Por: Juana M. Sancho

Me preocupa como educadora la sensación que tienen mis alumnos en cuanto a la inevitabilidad de los usos indeseados de las tecnologías y de Internet, como si no respondiesen a los intereses, las opciones y las decisiones de unos cuantos que salen siempre beneficiados.

En septiembre de 2005, los servicios de redes sociales eran prácticamente desconocidos (MySpace fue creada en 2003, Facebook y Twitter en 2006, Instagram en 2010…) y la llamada Web 2.0 acababa de ser bautizada en 2004. Así que el este episodio constituyó un nuevo mojón en el camino que había emprendido bastantes años antes al adoptar una perspectiva critica sobre la tecnología en general y la digital en particular (ver 1994: “La tecnología: un modo de transformar el mundo cargado de ambivalencia”. En J. M. Sancho (Coor.). Para una Tecnología Educativa (pp. 13-38). Barcelona: Horsori).

Estábamos en visita académica en la University of Technology Sydney (Australia) y fuimos con una colega a impartir una conferencia a un instituto femenino de una orden religiosa, sobre las “luces y las sombras” de Internet. Hablábamos de un mundo virtual que no tiene nada que ver con el actual, pero que ya comenzaba a mostrar sus puntos débiles. Al acabar la sesión, se acercó una madre que no se atrevió a hablar en público y nos explicó que hacía poco tiempo que, para su sorpresa, les había llamado la policía para decirles que la foto de su hija había sido encontrada en un portal de pornografía y prostitución. La familia y la propia joven no podían dar crédito. ¿Cómo había ido a parar una foto de su hija allí? (Seguro que ahora no nos sorprendería tanto). Una vez analizada la foto se resolvió el misterio. La imagen había sido robada del perfil del MSN Messenger de la joven. (¿Quién se acuerda de este servicio de mensajería instantánea desarrollado por Microsoft en 1999, remplazado en 2005 por Windows Live Messenger y ahora por Skype?). Y la policía la pudo localizar porque en la foto aparecía el escudo del centro religioso al que asistía. Para mí, fue la primera prueba palpable de que todas y cada una de las cosas que compartimos por Internet, dejan de pertenecernos en el momento de hacerlo. Era consciente de que cualquiera de nuestros datos, desde los que aparecen en el censo o las encuestas, hasta los que forman parte de formularios médicos o escolares, pueden utilizarse para distintos fines y con diferentes propósitos, que tanto nos pueden favorecer como desfavorecer.

Pero la “explosión” del desarrollo de las tecnologías digitales en todas sus dimensiones, me refiero a los artefactos y a las aplicaciones, está construyendo un mundo que, como ya pasa con las altas finanzas y los distintos tipos de mafia, parece que está por encima de nosotros. Un mundo en el que lo que nos hacen creer que “es gratis” (más allá de lo que cuestan los aparatos con obsolescencia más o menos programada y las conexiones a la red) lo pagamos con la información que voluntaria o involuntariamente proporcionamos.

Los penúltimos escándalos sobre la venta millonaria, en beneficios económico y políticos, de millones de datos personales del servicio de red social más utilizado (Facebook) ha vuelto a poner sobre la mesa la problemática de los sistemas de recogida de información sobre los ciudadanos y sus usos derivados. Y, para variar, siempre se benefician los mismos. Lo que resulta curioso (bueno, en realidad, no) es que quienes obtienen los mayores beneficios, como por ejemplo Mark Zuckerberg, tapan la cámara de vídeo y el micrófono de su ordenador. Y, por supuesto, Robert Mercer, considerado el “hombre más poderoso de la Casa Blanca”, dueño de una parte de Cambridge Analytica, la compañía que compró los datos a Facebook y que claramente anuncia “que utiliza los datos para cambiar el comportamiento (político y de consumo) de la audiencia”, no muestra su vida en ningún servicio de red social.

Cuando discuto con los estudiantes en la Universidad, sobre todo los de grado, los temas relacionados con las consecuencias indeseadas del desarrollo de la tecnología digital, lo que me preocupa como educadora es la sensación que tienen de su inevitabilidad. Como si este, y todos los desarrollos tecnológicos, y aquí vuelvo a mi primera columna, fuesen un destino, algo irremediable, que se desarrolla por sí mismo, sin mediar los intereses, las opciones y las decisiones de unos cuantos que salen siempre beneficiados, y no un campo de batalla, un parlamento de las cosas en el que se deciden las alternativas a la civilización.

De ahí que me preocupen de forma particular las perspectivas entusiastas e ingenuas, que ven en cada nuevo gadget, en cada nueva aplicación, “la panacea” a los problemas de la educación, perdiendo, consciente o inconscientemente, el “fuera de campo”, lo que hay detrás del escenario y lo que queda al acabar la función. Y me preocupa cada vez más, porque a los propios docentes, asesores y responsables de las políticas educativas, nos es cada día más difícil entender las dimensiones de un cambio tecnológico que está sacudiendo los cimientos de lo que entendemos por información, conocimiento, cultura, socialización, trabajo y política. Sin que se vea claramente si los cambios van a ser para mejor.

Una vez más, vengo con más preguntas que respuestas, pero me parece fundamental comenzar a desarrollar en el lugar del entramado educativo que parezca más apropiado “clubes de cultura tecnológica crítica”. Lugares en los que participen especialistas, docentes, estudiantes y familias, para poder analizar las dimensiones profundas de estos cambios, sus implicaciones para todos nosotros y las posible alternativas para el mundo que quisiéramos contribuir desarrollar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/11/el-impacto-conocido-ignorado-inquietante-de-las-tecnologias-digitales/

Comparte este contenido:

Seguir pensando y repensando el sentido de la educación

Por: Juana M. Sancho

Todo sistema educativo se basa en la ideología, en la visión del mundo de quienes tienen el poder para imponerla. De ahí que la salida más democrática sería poner en diálogo las diferentes visiones.

Llevo años dedicándome con entusiasmo a la educación y lo hago porque continúan y crecen las propuestas educativas cuya finalidad es conseguir clientes o creyentes, defender el statu quo, las tradicionales relaciones de poder y el persistente orden del mundo.

Lo que hoy me mueve a escribir esta columna, es una sensación repetidamente experimentada. Un discurso que siempre está ahí, a modo de bajo continuo, que fija el funcionamiento de los sistemas escolares y que cuando surgen otras voces que consideran y evidencian que “otra educación es posible”, vuelven a tocar “a rebato” con todo el instrumental de la orquesta.

La mayoría de los sistemas escolares del mundo siguen cimentados en las ideas expresadas por Platón sobre la selección de los gobernantes de la República, a los que ya desde la infancia se les tenía que inculcar una serie de principios, en función de las tres categorías posibles de niños: de oro, de plata o de bronce.

Así como los principios del sistema de examen imperial chino, que se practicó en la China imperial entre 606 y 1905. Estas pruebas representaban el camino más corto para ascender en la escala social, lo que se convirtió en un objetivo fundamental para los miembros de las clases cultas, que acabarían marcando, con rasgos meritocráticos, las características peculiares de lo que puede considerarse el ejemplo más centralizado y absolutista de despotismo oriental.

De ahí que cada vez que se intenta cuestionar o desafiar esas ideas en el campo de la educación, lo que se está haciendo es cuestionar o desafiar este tipo de organización social, política, económica e incluso tecnológica (entendiendo la tecnología no solo como el uso de aparatos creados en otros lugares y para otros propósitos –lo que llevó a David Nobel (1991) a denominar “The Classroom Arsenal”, sino las “formas de hacer” la educación).

De ahí que cada vez que se intenta proponer un sistema escolar en el que todos y cada uno encuentre su lugar para aprender, aparezcan voces rasgándose las vestiduras alegando “que son experimentos y que no se puede experimentar con la educación”, “que se baja el nivel”, “que no se permite desarrollar el talento”, pero, sobre todo, “que no discrimina” y si no discrimina ¿cómo vamos a “inculcar” que existen niños de oro, de plata o de bronce?

Me he planteado una vez más estas reflexiones, a raíz de las muy publicitadas declaraciones de la profesora e hispanista Inger Enkvist, defendiendo la separación de los escolares por “capacidades”, incluso por sexo y el competitivo y meritocrático sistema escolar de la China actual, al considerar que “recompensa el esfuerzo” y ofrece un aprendizaje “óptimo para cada uno de los alumnos”.

Sí, volvemos a estar ahí, cada cuál ha de estar en su sitio para que siga imperando “el orden”. Inger Enkvist también argumenta que los exámenes y reválidas son “necesarios y la mejor preparación” porque el cerebro solo almacena “la repetición, la huella y para eso hay que oír, leer, escribir y repasar”. Para ella, “sin repaso y sin concentración, que requiere esfuerzo, no queda nada”.

Los que nos dedicamos a la práctica de la educación sabemos de la importancia del esfuerzo, de tener en cuenta las características de cada estudiante. Pero, para los que además de memorizar y repetir hemos aprendido a pensar, a pesar del sistema educativo que sufrimos, aquí comienzan las preguntas. ¿Cuál es el sentido del esfuerzo o el de ofrecer un aprendizaje óptimo para cada uno de los alumnos, “justificar” el lugar social en el que se les pone o fomentar el desarrollo de sus capacidades? Claro que es necesario leer, escribir, repasar, concentrarse, memorizar…. Pero me falta el qué (quién decide “el contenido” y su sentido, ya que el mismo tema puede abordarse descontextualizado y desde una sola perspectiva o desde su contexto de producción y las distintas miradas y controversias que puede llevar asociadas); el cómo (cómo se aborda con el alumnado, desde la repetición memorística que acaba una vez realizado el examen, o desde el sentido y la capacidad de establecer conexiones significativas que aumenten la comprensión y el pensamiento de orden superior); el por qué (por qué elegir un tema determinado y no los otros muchos que quedan fuera); el para qué (cuál es su finalidad formativa, qué tipo de ciudadano se pretende contribuir a formar).

Porque todo proceso educativo, incluyendo “el tradicional” -que además ya sabemos los resultados que da-, es “un experimento” para el alumnado, sin posibilidad de repetición. Porque todo sistema educativo se basa en la ideología, en la visión del mundo de quienes tienen el poder para imponerla. De ahí que la salida más democrática sería poner en diálogo las diferentes visiones e intereses, en busca del bien común.

En este diálogo de múltiples intereses, según The World Economic Forum, las tres habilidades clave para encontrar trabajo en 2020 serán la capacidad para resolver problemas complejos, el pensamiento crítico y la creatividad. Lo curioso es que se proponga fomentar estas complejas capacidades “adiestrando” al alumnado para que sepa manejar distintas herramientas para poder enfrentarse a dificultades de muy diversa índole y salir airosos de todas ellas. ¿Nos venden vinos nuevos en odres viejos?

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/03/02/seguir-pensando-repensando-sentido-la-educacion/

Comparte este contenido:

¿A la educación también?

Por: Juana M. Sancho

¿Por qué sigue siendo un ámbito infravalorado, con escasez de recursos, con una mínima inversión para la investigación y teniendo que afrontar una y otra vez el mismo tipo de problemáticas irresueltas?

Sé que me planteo un tema arriesgado y controvertido. Pero aprender tiene que ver con arriesgarse. Si nos quedamos en nuestra zona de confort (o, mejor, de control) nos será difícil, si no imposible, vislumbrar, pensar, proyectar otras cosas. Y para mí, no nos podemos permitir el lujo de no aprender y, todavía menos, el de no entender las complejidades de nuestros contextos. Los seres humanos repetimos demasiadas veces los mismos errores, pero ojalá llegue un día que la mirada al pasado/presente nos permita proyectar mejor nuestro futuro. Los que nos dedicamos a la educación, jamás podemos perder la esperanza. Así que, sigo en este comienzo de curso en “modo preguntas” por lo que me permito compartir un gran interrogante al que llevo tiempo dándole vueltas.

En estos días de incertidumbre política, social y económica, en los planos local, nacional, europeo e internacional, no he podido dejar de pensar en el historiador italiano Carlo Cipolla, quien en la línea del economista británico del siglo XIX, Jeremy Bentham, argumentaba que las personas estúpidas son más peligrosas que las mafias, el Complejo Militar Industrial (MIC) o los considerados enemigos.

Para Cipolla existen (a) los inteligentes, que benefician a los demás y a sí mismos; (b) los incautos o desgraciados que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos; (c) los estúpidos, que perjudican a los demás y a sí mismos y (d) los malvados o bandidos, que perjudican a los demás y se benefician a sí mismos. Y lo que no puedo parar de preguntarme es si esto también sucede en el campo de la educación. Y me voy decantando por el sí.

Quienes me conocen saben de la importancia que para mí tiene la educación, tanto para los individuos como para las sociedades. Para los individuos, porque, como argumenta Charles Handy, no basta, -aunque resulta totalmente necesario y de momento no todavía conseguido para toda la población-, con satisfacer el hambre menor, que tiene que ver con las cosas que sustentan la vida, los bienes y servicios y el dinero que requerido para pagarlos. Sino que necesitamos considerar el hambre mayor, que exige contar con algún tipo de comprensión sobre el propósito de la vida y con el derecho de todas las poblaciones a buscar modos y lugares donde poderse pensar y decidir sobre sus formas de vida. Porque todos ansiamos ser reconocidos por los otros y tener una mínima capacidad de acción para dirigir nuestras trayectorias. Y resulta difícil satisfacer ambas necesidades sin educación.

Pero la posibilidad (el derecho) de acceder a la educación no sólo interesa a los individuos, también a la sociedad como un todo. Incluso en un tiempo tan miope como el actual en el que unos pocos parecen convencidos de que el planeta es de ellos y no importa que nos destruyan, ya que están buscando como llegar a otros. (Espero que no sea con el mismo propósito). En 1842 Horace Mann presentó una argumentación de tipo económico para justificar una mayor inversión en la escuela, que fue utilizada para tomar la decisión de convertir la escolaridad en una actividad obligatoria y gratuita. En 1996, el informe coordinado por Jacques Delors puso una vez más de manifiesto el valor social, y también económico, que encierra la educación. Un proceso que permite desenterrar y desarrollar los tesoros, las riquezas que guardan las personas y los grupos, al fomentar el desarrollo personal, social y económico. Por otra parte, en la década de 1960, al discutir en el Parlamento de Gran Bretaña, una profunda reforma educativa que buscaba la equidad, la igualdad de oportunidades y la disminución de la división social, un político le dijo al ministro de Educación que si pensaba que la educación era cara, podía probar con la ignorancia.

Entonces, si contamos con múltiples evidencias del valor personal, social y económico de la educación, ¿por qué sigue siendo un ámbito infravalorado, con escasez de recursos, con una mínima inversión para la investigación y teniendo que afrontar una y otra vez el mismo tipo de problemáticas irresueltas? Sí, sabemos que a los “malvados o bandidos” de todo tipo, no les interesa que los individuos pensemos y tengamos capacidad de acción y decisión, ya que esto mermaría, más allá de la violencia, su poder de sumisión. Pero podríamos conjeturar que al resto de las categorías sí. Sin embargo, como sostienen algunos autores, en la falta de resultados de la educación también tiene una gran responsabilidad la persistente y asumida ignorancia de muchos (no todos) educadores y políticos. Por ejemplo, Berliner y Glass (50 Myths and Lies That Threaten America’s Public Schools: The Real Crisis in Education Paperback) explican cómo el fracaso mítico de la escuela pública en ese país, ha sido creado y perpetuado en buena parte por intereses económicos y políticos que salen ganando con su destrucción, con la inestimable colaboración de, en términos de Cipolla, “las personas estúpidas”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/11/21/la-educacion-tambien/

Comparte este contenido:

Diálogos sobre la libertad (¿y responsabilidad?) en la educación

Por: Juana M. Sancho

La mejor manera de ser libres consiste en entender por qué pienso como pienso, cómo he creado o me ha creado. En entender el sentido de mi responsabilidad. En aumentar mi capacidad para prever las consecuencias de mis acciones.

Siguiendo con el ánimo con el que empecé la primera columna de este curso, y también con el que parece constituirme, he seguido planteándome un montón de preguntas. Y digo que parece constituirme, porque hace más de veinte años, en un seminario internacional sobre diseño de la enseñanza, tuve el honor de ganar el diploma a la persona que había formulado más preguntas. Así que me alegra que los años no hayan menguado mi curiosidad y ganas de aprender, sino todo lo contrario.

En esta ocasión quiero compartir un tema que me ha interpelado de forma particular en los últimos tiempos, y de forma especial, este comienzo de curso. Me refiero a la noción de libertad en el mundo de la educación. Sigo escuchando discusiones sobre la educación de la infancia que defiende dejar libre al niño y la niña para expresarse dónde y cómo quiera y tomar decisiones a su antojo. Frente a ella, la que postula situarnos –de forma amable y amorosa–, en los límites que nos marca el mundo que nos rodea, para evitar un narcisismos perniciosos y actuaciones prepotentes, autoritarias y tiránicas.

¿Dónde está el equilibrio? ¿Cómo dejar fluir sin desbordar? ¿Cómo acompañar el desarrollo sin coartarlo? ¿Cómo ayudar a entender a los más pequeños (también a los más grandes) que cada acción u omisión comporta unas consecuencias para uno mismo y para otros, incluyendo el propio medio? En las clases en la universidad, los estudiantes reivindican la libertad. Piden que podamos ser libres, incluso para asistir a las instituciones de enseñanza o no. Reclaman que la escuela sea libre y que su opinión sea respetada. Esto me lleva, una vez más, a debatir conmigo misma y con ellos, las nociones que tenemos sobre la libertad.

Para ello, vuelvo a las distintas acepciones sobre la libertad. Como facultad natural que tiene el individuo de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Como estado o condición de quien no es o no está preso. Como falta de sujeción y subordinación. En los sistemas democráticos, como derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas. Como prerrogativa, privilegio, licencia. Como condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes. Como contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres. Como licencia u osada familiaridad. Como exención de etiquetas. Como desembarazo, franqueza. Como facilidad, soltura, disposición natural para hacer algo con destreza. En todas ellas, no podemos olvidar la premisa de que el individuo “es responsable de sus actos”.

Todas estas nociones me plantean una marea de cuestiones. ¿Libres de quién y de qué? Y sin orden de importancia me pregunto: ¿De los estereotipos sociales, culturales, sexuales, étnicos, que nos constituyen? ¿De las multinacionales que configuran nuestras necesidades y deseos? ¿De las tradiciones culturales y religiosas que definen lo que es y lo que debe ser? ¿De las construcciones sociales y las relaciones de poder impuestas por el sistema económico? ¿De los imaginarios construidos por las distintas ideologías impuestas por los distintos partidos que gobiernan un país? ¿De todos y cada uno de los discursos vehiculados a través de los múltiples medios de información y comunicación?

En este diálogo que comparto sobre el tema de la libertad en la educación, me doy cuenta de que desde muy muy pequeña vinculé la libertad con la responsabilidad. Y, creo que le debo a mi educación mi conciencia sobre los límites y consecuencias de la de libertad. Mi padre repetía que nuestra libertad terminaba donde comenzaba la del otro, que había que encontrar modos de evitar imposiciones abusivas, basadas en relaciones de poder asimétricas, para poder encontrar formas de vida amónicas. Y, sobre todo, de dotarse de unas normas que permitieran el desarrollo personal y social de todos y cada uno. Porque si no existen reglas consensuadas, si todo está permitido, si cada uno hace lo que le viene en gana, quienes siempre llevan las de ganar son los más fuertes y/o los más deshonestos.

A mí estas reflexiones me pusieron los pies en el suelo, además de proporcionarme la única certeza que puedo compartir en este diálogo que sigo manteniendo conmigo y con el mundo. Para mí, la mejor manera de ser libre, de poder tomar las propias decisiones, consiste no en hacer lo que me viene en gana (¿cómo puedo saber si hubiese podido hacer otra cosa si no la conozco?), sino en saber, en entender por qué pienso como pienso, cómo he creado o me han creado, en mi caso, como mujer, profesora, investigadora, amante, amiga, ciudadana… En entender el sentido de mi responsabilidad en cada una de estas facetas de mí misma. En aumentar mi capacidad para prever las consecuencias de mis acciones y omisiones. Creo que nadie es libre. Pero podemos alcanzar niveles de autonomía intelectual y afectiva, a medida que tengamos la suerte de acceder y poner en práctica una educación que nos permita plantearnos éstas y otras muchas cuestiones.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/10/30/dialogos-sobre-la-libertad-y-responsabilidad-en-la-educacion/

Comparte este contenido:

Pero… ¿cuál es mi papel?

Por: Juana M. Sancho

Mi deseo como docente es conseguir que mis estudiantes, algún día, escribieran o pensaran como lo que Albert Camus escribió a su maestro: “Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza, no hubiese sucedido nada de esto”.

Espero que, durante las vacaciones, como proponía en la columna de despedida de curso, hayamos seguido el orden “natural” que sugería Samuel Becket y hayamos bailado mucho porque ahora nos toca, no solo pensar, y mucho, sino también actuar. Como muchos de nosotros, acabo de comenzar un nuevo curso sintiendo “mariposas en el estómago”. Y me alegra que así sea. Hace tiempo leí que el gran maestro de actores Kostantin Stanislavsky, ante la preocupación de Marilyn Monroe de no poder evitar el revoloteo de mariposas en su estómago al ponerse delante da una cámara, le había dicho algo como: “Mejor así, el día que no las sientas estarás acabada como actriz”.

Yo también pienso de este modo, que el día que no me inquiete, en el mejor los sentidos, el encuentro con los estudiantes, estaré acaba como profesora. Incluso las pocas veces que he sido responsable del mismo grupo dos años seguidos, hasta el punto que un grupo humano pueda ser el mismo casi tres meses después, me he preguntado ¿Quiénes serán? ¿qué esperarán? ¿cómo voy a conectar de manera productiva con ellos? ¿Les valdrá la pena el tiempo que pasen conmigo? ¿Lograré que vinculen sus intereses con los temas y problemas que configuran este curso? ¿Los miraré a los ojos en el momento que lo necesiten y sentirán mi interés por su aprendizaje en el instante oportuno? ¿Conseguiré vislumbrar sus miedos (y los míos) que los (me) atenazan en las zonas de confort y les (me) impiden ir más allá de lo que sienten (siento) que saben (sé)? En definitiva, ¿qué papel, papeles tengo que representar?

Durante años (siglos) el maestro, el profesor, tenía muy claro su papel. Era el actor principal, el que se había aprendido la obra y lo que se esperaba de él es que la recitase de forma conveniente para que el alumnado pudiese repetir los fragmentos seleccionados en los momentos oportunos. Pero hace tiempo que esa expectativa cambió (¿o no del todo?). De la mano de las distintas ideas, proyectos, teorías e iniciativas orientadas a renovar la educación o/y a encontrar formas más adecuadas de responder a las cambiantes necesidades y finalidades educativas, encontramos distintas formas de entender el papel del profesor.

En estos tránsitos hemos pasado de la figura central del docente a la del estudiante. De la importancia de “trasmitir”, de centrarse en la enseñanza, a la de garantizar el aprendizaje del alumnado e, incluso más, a la conveniencia de conectar con su deseo de aprender, o simplemente dejar fluir su deseo y desarrollo “natural”. De este modo surge la idea, no solo en educación infantil y primaria, del docente “documentalista” de la actividad del alumno en los entornos de enseñanza creados con más o menos ayuda de la industria educativa. En algunos casos con la consigna de nada de “intervención”, acompañamiento, diálogo o reto. Parece que todo eso lo tiene que proporcionar la disposición del entorno y que el éxito del docente, en palabras de María Montessori sería poder decir: “Ahora los niños trabajan como si yo no existiera”.

Esto nos adentra como profesores en una tierra ignota en la que tenemos que adoptar papeles y posiciones muy distintas. Ya veis, mucho nos queda por pensar, debatir, decidir y revisar. Porque, si tomamos en consideración el argumento de Gert Biesta de que infantilizar consiste en tomarse uno mismo y sus deseos como el único punto de referencia y crecer en dar al otro un lugar en la propia vida, o el de Philippe Meirieu, de que la finalidad de la educación consiste contribuir a saber estar en el mundo sin ponerse uno mismo como centro del mundo. ¿Cómo podemos estar seguros de que un entorno de aprendizaje proporciona todo ese potencial? En cualquier caso, mi deseo como docente sería encontrar el lugar que permitiese a mis estudiantes algún día escribir o pensar lo que Albert Camus le escribió a su profesor Sr. Germain: “Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza, no hubiese sucedido nada de esto”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/09/26/pero-cual-es-mi-papel/

Comparte este contenido:

Otras formas de pensar la Escuela (2)

Por: Juana M. Sancho

Pensemos en cómo convertir las instituciones educativas en el nodo principal de la red de contextos de aprendizaje en la que estamos inmersos.

Terminaba mi columna anterior con una serie de preguntas y una invitación a cuestionar y revisar las normas, la legislación, las inercias…, que componen el “dispositivo” actual de la escuela. En esta última entrega del curso 2016-2018, quiero seguir dando razones sobre la necesidad de transformar profundamente la noción de conocimiento (de lo que se le suele llamar “contenido”), de tiempos, espacios, aprendizaje y evaluación que sigue imperando entre nosotros. Porque cada vez contamos con más evidencias de que el dispositivo que, sobre todo desde el siglo XVIII, posibilitó a un número considerable de personas tener acceso a unas experiencias de aprendizaje que no le podía ofrecer su entorno, hoy está claramente en entredicho. No la importancia y la necesidad de que “todas” las personas (algo que por desventura todavía no sucede) tengan la posibilidad y las condiciones para desarrollar al máximo sus capacidades y adquirir los conocimientos que les permitan comprender y participar de forma digna en el mundo actual. Sino la forma en la que seguimos organizando, de manera inercial, las instituciones encargadas de hacerlo.

Final de junio, final de curso. Una abuela que con su nieto de tres años ha ido a comprar al mercado nos comenta que estaba lleno de abuelas con sus nietos. Los medios se hacen eco de los problemas de las familias para atender a sus vástagos durante las vacaciones. Algunos (los niños y niñas con las llaves al cuello) se quedan solos en su casa. Lejos quedan los días que podíamos pasarlos en la calle sin la supervisión directa de las familias, pero sí de la comunidad -la vida ha cambiado profundamente-. Las colonias de verano, los grupos de juego, los campos de deporte, etc., para aquellos que pueden permitírselo, recogen el griterío y la sensación de “libertad”. Algunas familias se quejan del exceso de deberes que, quienes estén en condiciones da hacerlo, tendrán que vigilar y sortear los conflictos y las rebeldías. Otras lo hacen porque no les “han mandado” nada o les parece insuficiente.

La víspera de San Juan, un estudiante de doctorado comenta que cuando era más joven quemaba en la hoguera los apuntes. (Le pregunté si quemaba el “contenido”, el conocimiento o el aprendizaje, no me supo responder). En las noticias del día 24 de junio mostraron varios estudiantes (de bachillerato o universidad) quemando los suyos en una hoguera y pareciendo liberados por el gesto. Me hubiese gustado preguntarles lo mismo.

Es bien conocido el proverbio africano de que para educar a un niño una niña hace falta una tribu. Pero parece que la nuestra está desarticulada. Parece que sus componentes somos capaces de coordinarnos y frente a una ola tecnológica que, supuestamente, todo lo conecta, las instituciones educativas tradicionales: escuela, familia, entidades culturales y de ocio, parecen vivir un divorcio permanente.

Contamos cada vez con más investigaciones que aportan evidencias de que los seres humanos aprendemos a lo largo y a lo ancho de la vida. Por exceso y por defecto. Y como argumentan autores como Leonard Mlodinow (Subliminal. Cómo tu inconsciente gobierna tu comportamiento) las formas mentales inconscientes que modelan nuestra experiencia del mundo se desarrollan en y a través de nuestras experiencias personales, sociales e institucionales. Y en este momento, en un mundo sobresaturado de información, pantallas, móviles, servicios de redes sociales, ofertas de actividades varias, etc., etc., la educación formal no parece liderar el sentido del aprendizaje de los jóvenes. Se sigue buscando el título (o ni siquiera esto, si pensamos en el 18,98% de los jóvenes de entre 18 y 24 años ha dejado de estudiar al terminar la ESO -o antes, o el 18% de universitarios que, según un estudio de la CRUE, abandonó la carrera en 2014-2015). Sin embargo, sigue creciendo la sensación, entre todos los niveles de la población, de la distancia entre sus intereses, necesidades y experiencias del “mundo real” y lo que se les ofrece y exige en la educación formal. La frase que nos regaló Sergio en una investigación sobre el aprendizaje del alumnado dentro y fuera del instituto, resuena como una invitación a repensar de forma amplia y profunda la organización y el sentido de la escuela: “Atiendo en clase, estudio para el examen, contesto las preguntas y apruebo, pero a las dos semanas soy incapaz de recordar lo que estudié”. Y no están los tiempos para olvidar todo, solo aquello que nos impida seguir aprendiendo.

De aquí mi invitación, una vez más, a repensar la metáfora organizativa de las instituciones educativas. La gobierna nuestro comportamiento de manera subliminal. La que ha creado estructuras y relaciones de poder que parecen inquebrantables. La que convierte el saber en hechos y conceptos, al docente en transmisor y al estudiante en receptor, a la evaluación en “castigo” final y a los centros en compartimentos alejados entre sí y del resto de la sociedad. Un repensar que no consista en quitar “materia” de aquí o de allá, en introducir más TIC o TAC, en integrar más o menos el currículo actual, sino en convertir las instituciones educativas en el nodo principal de la red de contextos de aprendizaje en la que estamos inmersos. Que esto es difícil, que parece imposible, sí. Pero como ya nos decía Lucio Anneo Séneca, en el siglo IV antes de la era común: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Que esto parece muy duro ahora que podemos comenzar a disfrutar de las vacaciones, sí. Pero como proponía en una entrega anterior, convirtamos este deber en placer, siguiendo el consejo atribuido a Samuel Becket: “Baila primero. Piensa después. Es el orden natural”. Aprovechemos el verano para bailar, olvidemos todo lo que nos impide aprender y volvamos llenos de ideas para mejorar aquello que nos apasiona: la educación.

Fuente noticia: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/07/17/otras-formas-de-pensar-la-escuela-2/

Fuente imagen: https://cdn.thinglink.me/api/image/714557405647601666/1240/10/scaletowidth

 

Comparte este contenido:

Otras formas de pensar la escuela

Por: Juana M. Sancho

 Pensar en alternativas a los tiempos escolares, al dentro y y fuera de la escuela, a la propia concepción de lo que es la escuela es un desafío que hemos de enfrentar.

La escuela (desde la infantil a la universidad), como argumentó Foucault, en el tercer volumen de Dits et ecrits (París: Gallimard, 1994), se ha venido configurando como un potente dispositivo. Como una poderosa estructura “que componen los discursos, las instituciones, las habilitaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias, las leyes, las medidas administrativas, los enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas […] el dispositivo siempre está inscrito en un juego de poder, pero también ligado a un límite o a los límites del saber, que le dan nacimiento, pero, ante todo, lo condicionan” (p. 229).

Y los (nos) condicionan de tal manera, tal el poder del aprendizaje subliminal que nos inoculan las estructuras más profundas del currículo oculto (Michael Apple), que nos impide, incluso a los estudiosos de la educación, pensar en formas de organizar la educación formal que vayan más allá de un edificio con compartimentos estancos arquitectónicos, temporales y de conocimiento. De un docente frente a un grupo y de una evaluación, factual y declarativa, de papel y lápiz.

El dispositivo escolar se ha ‘naturalizado’ de tal manera que, hace algunos años, mi argumentación, basada en la idea de James A. Mecklenburger (1990), de que “la escuela es una ‘tecnología’ de la educación, del mismo modo que los coches son una ‘tecnología’ del transporte” (p. 106), causó un ‘pequeño escándalo’ en la academia. ¡Cómo iba a ser la escuela una tecnología! ¡Estos de tecnología lo convierten todo en tecnología! Entonces ¿qué es? ¿Algo ‘natural’ como los mares, las montañas, los ríos o los osos polares?

De ahí la importancia de proponer este debate. Porque la educación (formal e informal), toda forma de ‘hacer la educación’, toda propuesta y recurso educativo, no es un destino, sino un campo de batalla, un parlamento de las cosas en el que se deciden las alternativas a la civilización. Pero lo que propongo para el debate no se refiere a si incluir en los planes de estudio más ciencias y tecnologías duras o más humanidades y ciencias sociales. Si una enseñanza transdisciplinar o por asignaturas. Si más exámenes de fin de etapa, si repetir o no repetir, etc., etc. Lo que planteo es considerar cómo el giro digital y neoconservador está incidiendo en el propio sentido y papel de la escuela.

En la historia de la humanidad que conocemos, la escuela, como lugar de aprendizaje para toda la población, no cuenta con un largo recorrido. En España, la escolarización obligatoria ‘total’ no se consiguió hasta la década de 1970, aunque la idea de la escuela como “lugar privilegiado” de aprendizaje, está profundamente instalada. Pero, en el mundo actual ¿se puede seguir manteniendo esta idea? E incluso más, ¿están las estructuras escolares preparadas para dar respuesta a las necesidades educativas de la población?

Para explorar la primera pregunta existe un importante volumen de investigación sobre los cambios fundamentales en las formas de aprender y de acceder a la información por parte niños, niñas y jóvenes propiciados por las tecnologías digitales. De su influencia en la generación y profundización de las desigualdades y en la creciente desafección hacia la escuela. De ahí la importancia de que la escuela reconozca y sitúe los saberes del alumnado, tanto para enriquecer sus propuestas como para detectar prácticas y actitudes externas que pueden dificultar el aprendizaje escolar. En la década de 1970, Basil Berstein argumentaba que la escuela no puede compensar por la sociedad, pero sí garantizar que parte del alumnado no tenga que dejar su identidad a la puerta del centro. En estos momentos, mi reflexión sería que la escuela no puede intervenir en la vida cotidiana del alumnado, pero sí intentar que no tenga que dejar una parte importante de sí mismo al entrar a las clases.

La segunda plantea un desafío aún mayor. Controversias como las suscitadas en Cantabria sobre el horario escolar, generan de nuevo nuestra dificultad para desafiar la metáfora organizativa básica de la escuela. ¿Por qué no flexibilizar los espacios y tiempos escolares? ¿Por qué seguir con la rígida separación entre el dentro y fuera de la escuela? ¿Por qué continuar aferrados a calendarios escolares inerciales? ¿Por qué no proponer otras figuras educativas? ¿Por qué no considerar la escuela como un entorno de aprendizaje vivo y educativamente rentable para toda la comunidad? Sí, ya sé que las normas, la legislación, las inercias…, que componen el ‘dispositivo” actual de la escuela, no lo permiten. Pero si no comenzamos a pensar alternativas profundas y disruptivas, jamás lo podremos cuestionar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/06/01/otras-formas-de-pensar-la-escuela/

Comparte este contenido:
Page 3 of 4
1 2 3 4