Educación: la real batalla del futuro de un país

Por .

 

La misión de la educación es que el estudiante aprenda, recibiendo conocimientos y procedimientos para seguir aprendiendo en la vida y —muy especialmente— poder hacer que esos aprendizajes le sean útiles para insertarse fluidamente en la sociedad. Naturalmente, esta afirmación se corresponde con la idea colorada y batllista de que la educación es la herramienta más transformadora de la sociedad, la más generadora de oportunidades. Concepción que ha sido controvertida en nuestro país desde mentalidades corporativas que le atribuyen al nivel social un papel hegemónico, excluyente, que —a su criterio— la educación difícilmente pueda quebrar. En su tiempo polemizamos en el Senado uruguayo con legisladores del Frente Amplio a este respecto.

La consecuencia de su idea, profundamente equivocada, es que el sistema educativo, que antes supo transformarse para atender los desafíos de cada época, ha terminado siendo una reproductora de hábitos y procedimientos poco adaptados a los cambios. ¿Por qué pasa? Porque quienes condenan a la sociedad democrática, a la sociedad abierta, a la economía de mercado, no aceptan que la educación sea un proceso para insertar a los educandos en el mundo tal cual es. De ahí que su visión de la historia, de la filosofía, de la formación cívica, sea más para cuestionar que para entender, para sentirse parte de un país en el que valga la pena vivir. No se trata de darles una visión de película de Walt Disney, pero sí de que asuman los valores que configuran nuestra institucionalidad.

Como consecuencia de aquella visión frentista es que se desarmó sin evaluación el programa de la enseñanza media en Uruguay, que venía de nuestra reforma de 1995; que en los CERP, los centros de formación docente, se volviera a la enseñanza por asignaturas y que para bajar la tasa elevadísima de repetición se introdujera el famoso «pase social», que bajo el rótulo de la solidaridad social es la condena para los niños de los niveles sociales más necesitados.

Esto se observa claramente cuando se advierte cómo la tasa de repetición baja en primaria y luego se eleva en la enseñanza media. O sea que, simplemente, los alumnos pasan y pasan en la escuela pero llegan mal preparados al escalón siguiente y fracasan. Lo cual es congruente con los bajísimos niveles de aprendizaje en los sextos años escolares. En efecto, en ciencias, el 56% de los estudiantes de 6° año no logra aplicar conocimientos básicos de ciencia y el 49% no revela adecuada comprensión lectora. Estos son resultados de una evaluación nacional, que se confirma más tarde en la evaluación PISA —internacional— con los estudiantes de 15 años. En ese caso, en matemática el 52% no llega al umbral mínimo y el 39% no lo logra en comprensión lectora.

Cuando vamos a los segmentos por niveles socioeconómicos, en el 20% más pobre de la sociedad, los guarismos son realmente alarmantes. Nos están indicando una condena a la marginación de prácticamente un 60% y eso no puede ser.

De esta situación hay que salir. Debemos superar el quietismo actual, la negación de la crisis de resultados. Se sabe que en materia educativa los resultados no son rápidos y que no hay una medida que aisladamente pueda revertir lo que ocurre. Pero nuestra experiencia en 1995 nos indica que se puede hacer mucho en poco tiempo y poner la mirada en el futuro.

Ante todo, es imprescindible definir políticas educativas de largo plazo, indicadas por la conducción oficial, luego de oír a todos los interesados, pero sin relegar su autoridad en lo más mínimo a las corporaciones gremiales. El país debe seguir extendiendo los establecimientos de tiempo completo, generar métodos pedagógicos más acordes con la era digital en que se está formando la nueva generación, instalar procedimientos de formación a distancia, especialmente para los profesores, a quienes —además— se les debe reconocer por ley el carácter universitario de su carrera, entre tantas otras cosas.

Desde ya que reconstruir la comunidad educativa es fundamental, especialmente en la enseñanza media. Hay que terminar con esta elección de horas todos los años que no solo es un procedimiento inhumano, sino que, además, choca con la necesaria permanencia de los profesores en un mismo establecimiento, conducido también por directores estables y jerarquizados. El eje de la educación, el centro, el objetivo es el estudiante, a quien hay que generarle las condiciones para acrecer sus oportunidades de inserción en nuestra sociedad.

Son objetivos alcanzables. Pero se necesita armar un equipo coherente en el Codicen y en las demás ramas, convencido de su tarea y capaz de enfrentar las resistencias al cambio que ya están expuestas. Siempre se tiene el anhelo de que las gremiales de maestros y profesores asuman este espíritu, que vuelvan a sentirse protagonistas de una reforma positiva, de una mirada hacia delante. Los indicios, en esta materia, no son auspiciosos, pero no por ello hay que desfallecer en este esfuerzo, del que depende —cada día más— el futuro del país. En una economía basada en el conocimiento, no hay margen para insuficiencias educativas.

Desgraciadamente, el tema no está hoy en el primer lugar del debate en Uruguay, desplazado por urgencias importantes, pero nada debe distraernos de que esta es la real batalla del futuro nacional. Lo urgente no puede relegar a la importante.

Fuente del artículo: https://www.infobae.com/opinion/2019/04/12/educacion-la-real-batalla-del-futuro-de-un-pais/

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Ética de la superación

Por: Julio Maria Sanguinetti.

La tan cuestionada sociedad burguesa, fundada en la «libertad, igualdad y fraternidad», ha sido la constructora de los sistemas democráticos modernos. Nació enfrentando a la aristocracia feudal, como expresamente se lo reconocen Marx y Engels en el manifiesto comunista.

Luego, un largo siglo mostró que aquella construcción basada en una libertad individual, que incluía la propiedad como condición de la autonomía personal, llevó a las sociedades más libres y prósperas de la historia.

La concepción materialista, en cambio, negadora de esas libertades, defensora de la propiedad colectiva, resultó inevitablemente autoritaria y, al final de cuentas, tan injusta como fracasada. Los despojos remanentes (Cuba, hoy Venezuela) son la expresión de esa igualación hacia abajo que hunde en la mediocridad por la falta de estímulos personales y la asfixia de las libertades.

Aquella libertad «burguesa» concebía la propiedad como su expresión inicial y eso lo vemos claro en los regímenes socialistas, en que la primera gran batalla es por ser dueño de una vivienda y, paralelamente, tener la posibilidad de independizarse económicamente del Estado totalitario con un emprendimiento personal, por modesto que sea. A lo que se le ha sumado, con el correr de los años, la transformación de un Estado liberal, espectador de los procesos sociales, en una organización capaz de ofrecer las mayores garantías posibles a aquellos que fueran quedando rezagados en la competencia del mercado.

De ese modo se han construido la prosperidad y la libertad. El trabajo es concebido como una virtud y no simplemente una carga; es la dignidad del esfuerzo personal, cuyo resultado cada cual quiere conservar. Es lo que magistralmente ha explicado Max Weber como «espíritu del capitalismo» y base del desarrollo superior de los países anglosajones en el siglo XVIII.

Aunque parezca absurdo y anacrónico, es lo que está detrás del debate sobre la seguridad social. El Uruguay, pionero en la materia ya en el siglo XIX, construyó un gran sistema de reparto solidario que, al llegar a mediados del siglo pasado, estaba agotado. Así es que en 1996 se le salva de la quiebra mediante un régimen mixto, en que hay un tramo general, obligatorio, administrado por el Banco de Previsión Social, que asegura los mínimos, y otro voluntario de ahorro personal. No se fue a un régimen totalmente de ahorro individual como Chile, sino a uno mixto, reconocido hoy como el más equilibrado. El trabajador tiene su cuenta individual, su ahorro personal transparentemente registrado y un fondo que es propiedad suya y no del Estado ni de las AFAP. Los 15.904 millones de dólares que hoy tiene el fondo de ahorro personal no son propiedad del Estado sino del 1.190.000 afiliados voluntarios. La AFAP es sólo su administradora, para que vayan rindiendo lo necesario como para sustentar el sistema.

Es contra eso que están quienes quieren desbaratar el régimen. Condenan que el trabajador ahorre. Creen que ahorrar es egoísmo burgués, que no existe el derecho a sentir el estímulo de trabajar y guardar. Este sentimiento, este pensamiento, es el que fue desestimulando al trabajador en los regímenes socialistas, hasta llevarlos al fracaso económico. Se diluyó la ética del trabajo. Daba lo mismo producir que no hacerlo.

Esta misma mentalidad es la que se ha trasladado al sistema educativo. Es idéntico estudiar que no estudiar, rendir que no rendir. Todo el mundo pasa en la escuela hasta 6º año y luego rebota en el primer año de liceo, donde la mitad deserta. Los que quedan, vivirán un proceso parecido en la educación media, hasta que queden en el camino o la mayoría rebote también al pretender el ingreso a la enseñanza terciaria. Todas las mediciones oficiales de rendimiento educativo muestran con elocuencia nuestro atraso.

Sabemos que la repetición no es una panacea, pero solo puede sustituirse por sistemas de apoyo pedagógico que compensen a los rezagados. Seguir adelante sin más es instalar el antivalor de que es lo mismo esforzarse que «hacer la plancha», como popularmente se dice.

En otro orden, no hace mucho que el Centro de Estudios Judiciales se vio obligado a bajar los niveles de exigencia porque solamente el 20% de los abogados que presentaban su aspiración de ingresar a la magistratura pasaban el examen de ingreso. Y algo parecido ocurrió en Relaciones Exteriores. Siempre el cambio es bajando la exigencia.

¿Alguien cree que en esta sociedad globalizada y fieramente competitiva, un país puede mirar hacia el futuro sobre estas débiles bases? ¿No advertimos que están en riesgo la mayoría de los puestos de trabajo actuales, sustituidos por mecanismos robóticos que solo darán espacio a la gente más preparada? Eso ya está ocurriendo y a velocidad exponencial. La condenación del esfuerzo individual, el castigo al espíritu de superación personal, fue la muerte de los sistemas socialistas. No puede ser la agonía de nuestras sociedades democráticas.

Fuente: http://www.elpais.com.uy/opinion/columnistas/julio-maria-sanguinetti/etica-superacion.html

Imagen: http://1.bp.blogspot.com/-eOzdvfyPZ4c/UIMlPsVGSTI/AAAAAAAAADA/gpzYAZfagNo/s1600/L.jpg

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