Page 1 of 4
1 2 3 4

De la sociedad individualista al nuevo sujeto social histórico

Por Javier Tolcachier

El liberalismo a ultranza, que hoy pretende servir de base teórica a la política de desguace del Estado que lleva adelante el gobierno derechista en Argentina, tiene como objetivos evidentes facilitar el remate del país, entregando el patrimonio colectivo a corporaciones privadas nacionales y extranjeras.

Asimismo, el descarnado empobrecimiento fáctico al que se somete a la población procura aumentar la rentabilidad del capital y retrotraer conquistas sociales y derechos adquiridos, todo en nombre de una supuesta “libertad”.

Pero la mira de este programa, característico de regímenes impuestos ya anteriormente por reducidas élites, trasciende el campo económico y persigue una estrategia de demolición política, geopolítica y cultural.

La injusticia por mano propia

Sin duda que la organización política de los pueblos es un importante escollo para el desarrollo del plan pergeñado por las fundaciones al servicio de las corporaciones. De allí que tanto sindicatos como movimientos sociales y partidos políticos constituyan hoy el principal blanco de los ataques de la banda gobernante. Más allá de defectos ostensibles en estas estructuras, en parte atribuibles a su misma conformación y dinámica (o falta de la misma), las agrupaciones populares cumplen el rol de ser factores aglutinantes y de movilización que la ofensiva capitalista aspira a cortar con su “motosierra”.

La misma idea fue la base del “Plan Cóndor” de las dictaduras asesinas del siglo pasado, que apuntó a exterminar y perseguir a los cuadros políticos transformadores para eliminar toda cadena de transmisión, organización y formación política en la base social.

A la demonización del espectro político – traducida a la jerga de los asesores de campaña como “casta” -, a la expansión de la antipolítica o actitud apolítica como supuesta virtud, se agrega la persecución de referentes partidarios y sociales que logren concitar la voluntad de cambio de las poblaciones. Los medios hegemónicos y mercenarios de la real “casta” judicial reemplazan así a la anterior violencia militar, menos agradable a ojos de la opinión pública… al menos por ahora.

A falta de fuerzas políticas conservadoras consistentes que todavía retengan algo de respeto  en los pueblos, el poder real detrás del poder formal ha decidido hacer (in)justicia por mano propia. Se sirve para ello de unos cuantos mandaderos con afán de protagonismo y financiamiento – marionetas políticas, periodistas o fiscales – que actúan allanando el camino a quienes mueven los hilos.

Rehenes de guerras ajenas

En su etapa actual, el capitalismo no respeta fronteras. Los estados no resisten el embate de fuerzas multinacionales que toman a las poblaciones de rehenes de sus interminables apetencias de rédito y poder.

La globalización ha convertido los límites estatales, ficticios ya desde sus inicios, en divisiones administrativas que ya no sirven de escudo protector ante la penetración corporativa, más bien facilitándola.

A todo esto se suma la ambición comercial neocolonial del Norte global, que continúa utilizando a sus legiones armadas y su aparato institucional y diplomático para impedir que países competidores como China u otros, se establezcan en la región como principales proveedores, prestamistas o compradores. Mucho menos permitir, que los pueblos latinoamericanos, caribeños y, en general del Sur global, puedan alcanzar plena autonomía en sus decisiones para mejorar sus condiciones de vida.

De este modo, personajes como Milei en Argentina o Noboa en Ecuador, tal como lo hicieron los demás personeros neoliberales antes, se convierten en tristes voceros de un alineamiento geopolítico automático con los Estados Unidos de América y “Occidente” – otro invento ficticio – en su pelea contra el multilateralismo emergente, cada vez más potente.

Como una de sus actuales tácticas de dominación, el imperialismo desencadena intencionalmente la violencia generalizada a través de bandas delictivas. Los traficantes de la desinformación, medios y plataformas concentradas, se ocupan de una conveniente amplificación del fenómeno para que la misma población pida a gritos la intervención “pacificadora”. Así se genera el consenso social para la represión y el estado de “guerra interna”, que permite, una vez más, la re-instalación de las huestes armadas extranjeras y locales como factores de peso en la política interna.

La sociedad individualista

Más allá de todo esto, el principal objetivo que persigue la re-involución conservadora a nivel mundial, es el asentamiento en la conciencia colectiva del principio individualista como fundamento de de-construcción social.

Así nace la falacia de una sociedad individualista en diferenciación perpetua, conformada por entes aislados, un oxímoron que genera la ilusión de que cada persona es un compartimento estanco, sin interrelación íntima con el conjunto y con la historia.

Esta falsa percepción, y la falta de compromiso con los demás a la que apunta, se asienta sin embargo en un fenómeno objetivo, la fragmentación creciente del compacto humano. Esta fragmentación, no es un producto exclusivo de la propaganda neoliberal, es un proceso en curso que tiene sus raíces en las veloces transformaciones ocurridas en las últimas décadas.

Las nuevas modalidades de producción, la diversificación de constelaciones familiares y modos de interacción entre las personas, el debilitamiento de antiguos lazos, valores, espacios e instituciones que actuaban como argamasa en la construcción social, convergen hoy en un huracán de atomización social, que arrasa con los modelos anteriores en decadencia.

Fruto de esta tendencia, propia de una dinámica histórica que, en su aspecto más positivo, aspira a desplazar moldes y costumbres arcaicas – como por ejemplo el patriarcado –  surgen, en contrapartida, fuerzas identitarias reaccionarias, que intentan canalizar la sensación de vértigo e incertidumbre que sienten grandes conjuntos al ver trastocada una realidad que creían eterna, inamovible e irreemplazable.

Es en este escenario en el que reverdece el añejo ultraliberalismo – hoy rebautizado como “libertarianismo” – ofreciendo falsas salidas, abonando la destrucción del tejido social con características irracionales y fundamentalistas semejantes a las corrientes fascistas y los dogmatismos religiosos. La diferencia con éstas estriba en que la “libertad individual” es un argumento posiblemente más permeable y moderno para poblaciones cada vez más urbanas, renuentes a aceptar sin más paradigmas teocéntricos o derivados de una pertenencia común, sea ésta de clase, de nacionalidad o de cualquier otra índole.

El “todos contra todos”

Ante la segura resistencia del colectivo social a la ofensiva de la derecha, el poder constituido utiliza su vieja táctica de “divide y reinarás”. Desde el aparato de gobierno, hoy vocería del poder real, se difunden libelos que pretenden repartir culpas, identificando chivos expiatorios y fabricando nuevos enemigos internos para exculpar a los verdaderos promotores del desastre.

De este modo, la desnutrición que padecen los niños es, según la propaganda venenosa,  causada por la erogación que supone la contratación de artistas populares por parte del Estado; el desfinanciamiento de la investigación científica y tecnológica obedece a la supuesta falta de logros tangibles; la quita de los subsidios al transporte público o a la energía, el retiro de medicamentos a enfermos de cáncer, la eliminación de los programas de fomento a los medios populares, el ajuste mortífero a los jubilados y pensionados son, en esta poco novedosa versión de la escuela económica austríaca, todas “medidas necesarias” para terminar con el déficit fiscal y desbaratar la presión impositiva que sufren los emprendedores. Así, lo que huele a Estado se identifica con podredumbre y degradación, trasladándose el estigma a todo aquel que defiende los sistemas de mediación, cooperación y protección social emanados de aquél. Es el desmoronamiento de toda noción colectiva y el derrumbe de la empatía. No por nada, en este regreso a la tan mentada “ley de la selva”, el actual mandatario pretende identificarse con un león, cuando en realidad es apenas un cordero, que habrá de ser políticamente sacrificado a su tiempo por sus mandantes, como en la fábula bíblica de Abraham.

Entre el engaño y la incertidumbre

Estupefacto y cada vez más enardecido, el pueblo argentino asiste, una vez más, a una colosal estafa electoral. El embuste se hace en nombre de una democracia tramposa que ha permitido, otra vez, que el pueblo sea engañado. La mayoría de quienes votaron por un “cambio” hoy se arrepienten que su voto sea utilizado para justificar la barbarie.

Pero eso no significa, que avalen o quieran continuar por la senda desgastada de un tibio y lento reformismo en el marco del mismo sistema que, en definitiva, no arrojó una transformación sustancial en la situación de las mayorías. Sobre todo, de los jóvenes arrojados a las fauces de la precarización digital.

Así, le pregunta que las y los argentinos se hacen es ¿qué será de nosotros? ¿Hacia dónde nos lleva este naufragio? Y sobre todo, ¿cuál es la alternativa? ¿Quién podrá orientar un mejor destino?

Para adivinar parte de la respuesta, habrá que mirarse al espejo.

El nuevo sujeto social, político e histórico

Los libros de historia escolares nos han acostumbrado a vitorear líderes y lideresas y a considerarles artífices de todo suceso histórico. Aun cuando la contribución de esas personalidades sea un elemento muy valorable, cabe comprender que el principal protagonista es siempre el pueblo, sin cuya acción y consentimiento ninguna transformación se produce ni perdura.

De este modo, la máxima que puede guiar a nuevos puertos es la participación protagónica en función del bienestar general. Reemplazar la competencia destructiva del “todos contra todos” por la colaboración que destila de un “todos por todos”, puede ser un buen comienzo y un aforismo simple pero contundente.

Sentir los sutiles hilos que nos conectan al conjunto humano, entender que no habrá progreso para nadie si este progreso no es compartido por todos y todas, afirmar la necesidad de un “socialismo de la felicidad”, son premisas que abrirán promesas sólidas de un futuro mejor.

Desde esta comprensión y emoción profunda podrá recomponerse el tejido social y surgirá el nuevo sujeto político como expresión emanada de una experiencia de cercanía con los y las demás.

Pero mirarse al espejo, implica ver más que simples siluetas y cuerpos. Si el cambio ha de ser verdadero, habrá de traspasarse la ilusión, producida por los sentidos, acerca de realidades externas independientes de los motores internos que rigen la vida de los conjuntos.

Habrá de comprenderse que las transformaciones sociales deben ser acompañadas por un cambio en las motivaciones, en las aspiraciones, en el propio sentido que los conjuntos humanos dan a su existencia. Sin ese cambio en la mirada, nos seguirán estafando una y otra vez. Y lo que es peor, nos estaremos estafando a nosotros mismos.

De la sociedad individualista al nuevo sujeto social histórico

Comparte este contenido:

Capitalismo y derechos humanos, dos términos incompatibles

Por: Javier Tolcachier

Pensar en lograr un ejercicio pleno de los derechos humanos en el marco de un sistema capitalista es un error garrafal y una ingenuidad absoluta. Error de apreciación que no es espontáneo sino inducido intencionalmente por los detentores de la hegemonía del mismo sistema, faltos de toda ingenuidad.

Es innegable que los derechos humanos, en tanto concepto, tienen una vigencia moral inobjetable, aunque su efectiva realización diste mucho del canon teórico. El abismo entre ambas es, además de la constatación de realidades preexistentes, una emboscada semántica y reside, como es habitual, no en el declamado discurso, sino en los diferentes significados que a este fundamental significante se le atribuyen.

El occidente dominado por la ética anglosajona, sucesora de los anteriores poderes imperiales, restringe la concepción de los derechos humanos al ámbito de los derechos civiles individuales, las prácticas de una devaluada democracia liberal, y sobre todo, el derecho a la propiedad. Mientras que el espíritu condensado en los treinta artículos de la Declaración Universal reconoce de modo extendido los derechos sociales y la necesidad de entornos dignos para la existencia humana.

La acepción estrecha no solo relativiza y condiciona la aplicación universal, irrestricta, equitativa de los derechos humanos en su sentido pleno, sino que no juzga y por ende no condena la violencia sobre la que se asienta la injusta relación de fuerzas previamente existente, que estos derechos son llamados a modificar.

Aun así, la sola afirmación del carácter de “derechos” y la aceptación colectiva por parte de todas las naciones y los pueblos de la Tierra confieren a estos postulados el carácter de una conquista cultural invalorable.

Dinero contra derechos humanos

La ineficiencia del capitalismo para asegurar un mínimo bienestar a cada ser humano se aprecia con claridad cada día. La endeble sustentación del sistema es la lejanísima ilusión de las mayorías de pertenecer al ínfimo núcleo adinerado y “triunfador”, más parecida a la posibilidad de ganar la lotería, o la simple resignación de sobrevivir aceptando un modelo depredador, competitivo y excluyente.

Los derechos humanos quedan entonces recluidos a las posibilidades de lograr lentos avances progresivos desde los esfuerzos colectivos, estatales y comunitarios, a contracorriente de los deseos y las fuerzas con las que cuentan los grupos empresariales corporativos multinacionales y la banca de inversión.

Es una lucha despareja en la que el capital compra, alquila o manipula los resquicios de la voluntad política ciudadana, vulnerando por completo esa “democracia” que suelen esgrimir sus personeros formados en universidades adeptas.

Tal es el desquicio en el uso del término, que aquellos que osan desafiar las modalidades impuestas son vilipendiados en la esfera diplomática justamente por la fechoría de “violar sistemáticamente los derechos humanos”.

Como lo señala Silo en su novena Carta a mis amigos: “Una vez más se está comprometiendo la soberanía y autodeterminación de los pueblos mediante la manipulación de los conceptos de paz y de solidaridad internacional.”

Esto no quiere decir que aquellos pueblos que optan por construir sus vidas de un modo más equilibrado e igualitario no padezcan estas violaciones, como también puede constatarse a diario. Lo que se afirma es que el capitalismo hoy predominante es fuente de violencia económica, por tanto, en flagrante oposición al cumplimiento de los derechos humanos.

Muestra cabal de la contradicción radical entre capitalismo y derechos humanos son las guerras, un anacronismo que se sigue instigando y librando para apropiarse de recursos, destruir infraestructuras, conquistar mercados, doblegar adversarios políticos o más llanamente, para continuar llenando las arcas de los inversores en empresas armamentistas. Es indudable que nada de ello dice relación con la supuesta y tan remanida defensa de “derechos humanos”, retórica envenenada esgrimida por los belicistas del Norte global.

Capitalismo y subjetividad

Lejos de quedar restringido a la materialidad, el capitalismo no puede subsistir sin operar permanentemente sobre los psiquismos, propagando actitudes y conductas absolutamente reñidas con la concreción de derechos universales consagrados.

Sentidos vitales como la posesión y la apropiación promueven el despojo y la diferencia, lo que realimenta sociedades de apropiadores y expropiados, contrarias al usufructo colectivo del producto generado socialmente. Obtener bienes y placeres a cualquier costo degradando la existencia ajena, hasta el límite incluso de su eliminación física, es fuente de máxima violencia, inimaginable en un real régimen de derechos humanos.

La lógica de la competencia, el lucro y la acumulación de poder, consustanciales al capitalismo, son la exacta contracara de la colaboración, la acción desinteresada y la autodeterminación personal y colectiva, elementos insustituibles para avanzar hacia sociedades protegidas por estos derechos.

La concreción de los derechos humanos en un futuro humanista

De lo expuesto hasta aquí podría inferirse – erróneamente – que bastaría con modificar las condiciones de organización socioeconómica para arribar automáticamente a la plena vigencia de los derechos humanos.

Dicha tesis, formalizadas doctrinariamente en la Europa industrialista del siglo XIX, junto a la brutalidad y negación del sector dominante ante los justos reclamos de los desposeídos de todo derecho, animaron violentos levantamientos populares en la creencia de que el control centralizado de los medios de producción y de la actividad social traería consigo los cambios deseados.

Haciendo uso de las proposiciones bicondicionales de la lógica, puede afirmarse que la distribución armónica de los recursos es condición necesaria pero no suficiente para que se verifique la implementación de los principios expuestos en la Declaración Universal. La condición suficiente es la instalación de nuevos preceptos éticos irrenunciables como ejes de relación social, intersubjetivos y de conducta personal.

Preceptos cuya instauración, a gran distancia de la moral impuesta por designio de grupos particulares que causaron indecible violencia y la entronización de poderes ajenos al bienestar de los pueblos, no puede ser forzada verticalmente.

Esta nueva ética, en una etapa de mundialización e interconexión total entre las distintas culturas de la Tierra, no puede tener otra base que aquella que justamente constituye el alma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es decir, el reconocimiento del Ser Humano como sujeto primordial de derechos, como lo señala su segundo artículo, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.”

El afianzamiento y extensión de esta moral revolucionaria humanista es tarea de los pueblos, partiendo de una aspiración y conducta cotidiana extendida a expresiones políticas colectivas, en la que debiera afianzarse la convicción de que no habrá progreso para nadie sino es para todos y todas.

Para ilustrar en concreto estas valoraciones, puede aclararse que seis conceptos han sido posición común de los humanistas de las distintas culturas, a saber: la ubicación del ser humano como valor y preocupación central; la afirmación de la igualdad de todos los seres humanos; el reconocimiento de la diversidad personal y cultural; la tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado o impuesto como verdad absoluta; la afirmación de la libertad de ideas y creencias y el repudio a la violencia.

Lo cual refuerza la necesidad de crear entornos mentales y sociales humanistas para la efectiva aplicación de la Declaración que ahora cumple 75 años. Declaración a la que podríamos sugerir como epígrafe el lema: “Nada por encima del Ser Humano y ningún ser humano por debajo de otro”.

Comparte este contenido:

La geopolítica de la complementación, hacia un nuevo modo de abordar las diferencias

Por Javier Tolcachier

En el campo de las relaciones internacionales, dos líneas de pensamiento han dominado la geopolítica del siglo XX, el realismo y el idealismo. El realismo preconiza la competencia de los Estados basada en el “interés nacional” y una “anarquía” asentada en el poder relativo de las naciones como vector principal. Es decir, una traducción en clave geopolítica del naturalismo y la supervivencia en base a la “ley del más fuerte”.

Por su parte, el idealismo, acuñado posteriormente al desastre de la I Guerra Mundial – aunque con antecedentes en el texto de Kant “Sobre la paz perpetua” – promueve una diplomacia multilateral, regulada por el derecho internacional y organismos internacionales, socavados hoy en la práctica entre bastidores por la influencia del poder financiero y militar de las corporaciones y Estados a su servicio.

Si bien existen corrientes menores, en general desprendidas o renovadas a partir de esas tendencias de pensamiento geopolítico, China sorprende hoy al mundo con la irrupción de un tipo de relacionamiento con otras naciones que podemos denominar “geopolítica de la complementación”.

Aun cuando recogiendo en su política exterior conceptos provenientes de las corrientes tradicionales como el legítimo interés nacional – propio del realismo – o el apego a las instituciones multilaterales y sus disposiciones formales – característico del idealismo, la diplomacia china va cosechando crecientes y novedosos resultados – rasgo pragmático, esencial en el universo mental chino. Todo ello sucede  a partir de la afirmación de relaciones de “beneficio mutuo” y la idea rectora de una “comunidad de destino compartido para la humanidad”, propagada por el gobierno de Xi Jinping como base de su política exterior.

Paz y desarrollo

En este contexto, es muy significativa la reciente “carambola”[1] de paz desatada en Oriente Medio (o Asia occidental), una región que, con el concurso de los repetidos titulares de las agencias de noticias monopólicas, se vincula hasta ahora en el escenario mental de la población a la violencia, al conflicto y al terrorismo extremista como únicas realidades.

Resonante ha sido la recomposición de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, mediada por el esfuerzo chino, lo que alimenta una salida a la catástrofe humanitaria que vive el pueblo yemenita, azotado por una guerra que ya lleva nueve años y posibilita la resolución de distintas crisis que tras bastidores tienen a estos contendientes como actores principales.

Del mismo modo, fue muy importante la postura tomada por el gobierno chino en Siria, que junto a Rusia impidió desde su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la legitimación de proyectos intervencionistas o sanciones conjuntas, como los que ocasionaron la invasión a Irak o la destrucción en Libia en la primera década del siglo XXI.

Por estos días, el reino saudita y Siria anunciaron la reanudación de vuelos comerciales y servicios consulares que habían sido interrumpidos en 2011, mientras que otros dos países del Golfo, Bahréin y Qatar, acaban de acordar también el restablecimiento de lazos diplomáticos, cortados por la apoyo qatarí a la Hermandad musulmana, acusada de incidir en las revueltas de la primavera árabe. A aquella ruptura, le siguió un bloqueo al país organizador de la última copa del mundo de fútbol, que fue promovido por Arabia Saudita en alianza con Bahréin, Egipto, y los Emiratos Árabes Unidos, entre otros.

Lograr la paz en Medio Oriente y Asia Central, es indispensable para implementar gigantescos proyectos de infraestructura y desarrollo comercial como el de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative), lo que constituye un objetivo estratégico de China, cuyos frutos ya comienzan a verse en la arena internacional.

Sin embargo, este asomo esperanzador se ve todavía opacado por el accionar bélico de Israel contra el pueblo palestino, la intrincada encrucijada política en el Líbano y las cifras astronómicas invertidas por los países de la subregión en armas, las mayores del mundo en promedio en relación a su Producto Bruto Interno (4,3%, 2021), según informó el SIPRI.

Inversión como carta de presentación

Con los ingentes recursos alcanzados en gran medida por su potente superávit en la balanza comercial, que tan solo entre 2001 y 2021 pasó de 28 a 462 mil millones de dólares estadounidenses, China desarrolla una política de inversión mundial que le trae junto al rédito económico, influencia internacional y beneplácito en los países beneficiados.

La estrategia de inversión, que originalmente se basó en la complementariedad de realizar proyectos de infraestructura y extender financiamiento a cambio de la provisión de alimentos y otros recursos naturales, hoy se ha diversificado, apuntando al mismo tiempo a engrandecer los mercados locales, para poder a su vez exportar más y mejores productos. Estrategia, que al menos en la teoría, debería beneficiar a las poblaciones locales, de no mediar el capitalismo “realmente existente” que solo favorece a las minorías que concentran la riqueza producida.

Aun así, este horizonte desarrollista, a diferencia del despojo llano de las potencias coloniales europeas, ha brindado cierta mejora a regiones cuyas carencias materiales no admiten relativización alguna.

Por ejemplo, en África, según los datos de la Iniciativa de Investigación China-África de la Universidad Johns Hopkins, el país asiático otorgó en las dos primeras décadas del siglo 1143 préstamos por valor de 153 mil millones (en US$). Salvo E-swatini (anteriormente Swazilandia, único país del continente en reconocer a Taiwán como estado independiente), Libia y Somalia, todas las demás naciones del África recibieron financiamiento.

Según aseguró en diciembre pasado el embajador chino en Liberia, Ren Yisheng, “entre 2000 y 2020, China ayudó a los países africanos a construir más de 13.000 km de vías férreas, casi 100.000 km de autopistas, unos 1.000 puentes, casi 100 puertos y más de 80 grandes centrales eléctricas”.

Pero la diplomacia de cooperación china abarca muchos otros campos. Ante la emergencia pandémica del COVID-19, mientras varios países ricos del Norte acaparaban lotes de vacunas, incluso en exceso para su propia población, China fue una voz adelantada en apoyar la exención de los derechos de propiedad intelectual (DPI) de las vacunas y en realizar la cooperación en materia de su producción con países en desarrollo, destaca el Ministerio de Relaciones Exteriores chino.

Algo similar ocurre con el caudal de sus inversiones en América Latina y el Caribe. Luego de la década de expolio neoliberal de los 90’, China se fue consolidando como uno de los principales socios comerciales, financieros y fuente de inversión directa de la región, lo que colaboró con la ampliación de derechos sociales y la sostenibilidad de gobiernos progresistas.

Pero también las empresas europeas encontraron en China una salida a su propia crisis, abriéndose sus exportaciones al creciente poder adquisitivo de las capas medias de la nación oriental. Al igual que en otros lugares, el capital aprovechó esto para su propio beneficio, sufriendo los trabajadores de Europa la presión de ver deslocalizados muchos de sus puestos de trabajo hacia el Asia.

Y por supuesto, los Estados Unidos también fueron durante varios años destino principal de los fondos chinos, hoy en merma hacia ese país.

Esta diplomacia del dinero bajo el mentado concepto del “ganar-ganar”, hace que una interminable fila de dignatarios extranjeros desfile diariamente por la capital china en busca de “cooperación”.

China ha logrado con el correr de los años establecer lazos formales de intercambio y concertación alternativos a los manejados por el pretendido hegemón unipolar norteamericano. A través de foros bilaterales permanentes con cada región como China-CELAC o China-África y su participación en ámbitos de asociación económica y de seguridad como la Cooperación de Shanghai, el BRICS, la ASEAN, la RCEP, por solo citar algunos, el país ha logrado insertarse como factor de peso global.

La tradición de mediación y la ubicación central del país en el escenario mundial puede remitirse directamente al modo en que el pueblo chino autodenomina a su territorio, Zhongguo, que en traducción literal significa “país del centro de la Tierra” o “Reino del Medio”.

Obviamente, los analistas occidentales (sobre todos los estadounidenses), educados en la competencia permanente por el poder, ven en ello un escenario de reemplazo hegemónico y alertan sobre un nuevo posible imperialismo, esta vez con características orientales. ¿Qué hay de cierto en ello?

Hacia una civilización global 

En octubre de 2021, en el transcurso de la reunión conmemorativa del 50º Aniversario de la reincorporación de China a la ONU, Xi Jinping señaló: “Hay que impulsar mancomunadamente la construcción de una comunidad de destino común de la humanidad, para construir conjuntamente un mundo que goce de una paz duradera, de una seguridad universal y de la prosperidad común, y que sea abierto, inclusivo, limpio y hermoso. Los seres humanos deben unirse para superar codo con codo los momentos difíciles, y convivir de forma armoniosa.[2]

A su vez, en el marco de los Diálogos de Alto Nivel del Partido Comunista Chino con liderazgos políticos de otros países (Marzo 2023), el presidente de China presentó la Iniciativa para la Civilización Global, una propuesta al mundo que complementa la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa para Seguridad Global dadas a conocer con anterioridad.

Con ello, la potencia oriental parece tomar el liderazgo para redefinir la globalización desde una perspectiva inclusiva, respetuosa de la soberanía y la diversidad y, sobre todo, centrada, así la declaración, en “poner al pueblo en primer lugar y asegurarse de que la modernización y el desarrollo esté centrado en la gente”.

Más allá de las suspicacias que los voceros del “ancién régime” occidental (particularmente anglosajón) siembran sobre la veracidad de estas intenciones, no puede dejar de destacarse el profundo carácter humanista de la propuesta.

En las últimas décadas, China se ha opuesto consistentemente a la intervención extranjera y las sanciones unilaterales, se ha manifestado en contra del uso o la amenaza de uso de la fuerza, ha apostado por la no injerencia en los asuntos internos de otras naciones –salvo en lo concerniente a temas como su propia indivisibilidad territorial o su sistema político – y promovido la resolución pacífica de las controversias entre naciones en conflicto, lo cual exhibe una fuerte base de credibilidad para sus declaraciones.

En contraparte, el cada vez más grande gasto militar y la posesión de armamento nuclear, junto a la reticencia a promover iniciativas de desarme, aun cuando puedan ser justificados desde argumentos defensivos, colocan una niebla gris sobre tan alentadores propósitos.

Un posible nuevo modo de abordar la diferencia 

Para entender más cabalmente la imagen de sistema-mundo que mueve a una China aislada durante siglos de las demás naciones y hoy plenamente interconectada, deben considerarse algunos elementos de su universo filosófico.

No cabe dudas que la “era Xi Jinping” ha reforzado elementos confucianos en política interna, como la rigidez frente al disenso o la falta de probidad en el funcionariado y que en su política exterior asoman contenidos taoístas como la complementación de opuestos y la convergencia de la diversidad en un todo abarcativo.

A su vez, cierto componente budista, tercera fuente de principal inspiración filosófica del pueblo chino, colabora con el impulso hacia una moral de paz y no violencia.

Correspondiéndose a una síntesis integradora de tales fundamentos históricos, esas corrientes parecen amalgamarse en el trasfondo psicosocial de la población china en una búsqueda permanente de equilibrio y armonía como ideal felicitario de sociedad, a la que el gobierno debe responder, para no perder “el favor del cielo”[3].

A través de las numerosas escuelas de pensamiento, estas fuentes de referencia mítica han generado a su vez una lógica incluyente, diferente de la lógica occidental de la exclusión de los opuestos, basada en los axiomas aristotélicos.

El multilateralismo ascendente que impulsa la política exterior china, puede a su vez relacionarse con la necesidad de proporción, que consiste en que a todos los pueblos les vaya mejor en un marco de bienestar compartido, en el que no se busca la preeminencia sino la distribución equilibrada, reconociendo la interdependencia y estructuralidad del mundo.

Probablemente varias de estas intenciones subyacentes, favorezcan la emergencia de nuevos modos de abordar las diferencias, en un sentido complementario e integrador,  superador del estancamiento de una perenne dialéctica de bandos enfrentados sin síntesis efectiva.

Dicen en Occidente que el mundo ha virado hacia Oriente, pero en realidad el mundo se ha vuelto más inclusivo, debiendo considerar seriamente los aportes de un largamente negado y explotado Oriente, a lo que seguirán las múltiples contribuciones de todas las culturas de la Tierra, aplastadas en su identidad por la primitiva pretensión de primacía y uniformidad.

Lo que parece inexorable, es que la mundialización y la aceleración histórica conduzcan a la conformación de una civilización planetaria unida en la diversidad con igualdad de derechos y oportunidades, una Nación humana universal, condición ineludible para la preservación de la especie y su proyección hacia nuevos retos evolutivos.

Tal como fuera anunciado por el pensador humanista Silo en 2004: “Estamos al fin de un período histórico oscuro y ya nada será igual que antes. Poco a poco comenzará a clarear el alba de un nuevo día; las culturas empezarán a entenderse; los pueblos experimentarán un ansia creciente de progreso para todos, entendiendo que el progreso de unos pocos termina en progreso de nadie. Sí, habrá paz y ¡por necesidad!, se comprenderá que se comienza a perfilar una nación humana universal.”[4]

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.


[1]Si bien la carambola es una fruta tropical consumida en el Sudeste asiático, es también el nombre popular del “billar francés”, en el que el jugador intenta impactar, pegando con un taco sobre una bola, las otras dos que se encuentran sobre el tapete.

[2]https://dangdai.com.ar/2022/10/05/apuntes-sobre-la-politica-exterior-china/

[3] El mandato del cielo o mandato celeste (tiānmìng (天命) es un concepto de la filosofía tradicional china referente a la legitimidad de sus gobernantes. Su origen se remonta a la dinastía Zhou, aunque luego sería usado por todas las demás dinastías para justificar su gobierno y por sus opositores, para rebelarse a ellas.

[4] Palabras de Silo con motivo de la Primera Celebración anual del Mensaje de Silo, Punta de Vacas, Mendoza, Argentina, 4 de mayo de 2004. Alocución completa en Silo a Cielo abierto, p. 6 http://www.archivosilo.org/archivopro/espanol/libros/cieloesp.pdf

Comparte este contenido:

Hacia la emancipación definitiva

Por: Javier Tolcachier

En la reciente VII Cumbre de Jefes y Jefas de Estado de la CELAC realizada en Buenos Aires, Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y Las Granadinas, fue electo para liderar la Presidencia Pro-Témpore durante 2023.

Es la primera vez desde la creación de este mecanismo de integración en 2011 que una nación insular del Caribe asume esta función.

¿Qué significa esta elección para la CELAC? ¿Qué importancia tiene para el Caribe y sus habitantes?

Dejando atrás la tutela monárquica

Siguiendo el reciente ejemplo de Barbados, que se convirtió en república en noviembre de 2021, la agenda de las demás naciones independientes del Caribe contempla dejar de ser súbditos de la corona británica.

Gaston Browne, recientemente reelecto como primer ministro de Antigua y Barbuda, anticipó tras la muerte de Isabel II su intención de realizar un referendo en los próximos años para desembarazarse de la supervisión gubernamental del Reino Unido.

Por su parte, el primer ministro jamaiquino Andrew Holness apuntó el pasado Agosto, en ocasión del 60 aniversario de la independencia: “Hablando de soberanía, ya hemos empezado a trabajar para convertirnos en una república.”

En Bahamas, su primer ministro Philip David, después de firmar el libro de condolencias tras la muerte de la reina Isabel II dijo que los bahameños tendrán que decidir si el país debe convertirse en una república y añadió: «Haré un referéndum y el pueblo de Bahamas tendrá que decirme ‘sí’».

A su vez en Belice, el gobierno de John Briceño lanzó el pasado Noviembre en Belmopán una comisión de reforma de la Constitución para posibilitar la transformación del sistema institucional del país. “En este mandato consultivo se incluye la sugerencia de eliminar cualquier vestigio del colonialismo de este documento, es decir, buscar y modernizar simultáneamente una nueva constitución poscolonial que refleje la voluntad del pueblo y nuestro futuro colectivo», declaró el presidente de la comisión Anthony Chanona.

En Granada, el Congreso Nacional Democrático (NDC), partido de centroizquierda liderado por el recientemente electo Dickon Mitchell, señalizó un rumbo similar ya en ocasión de la decisión de Barbados de ser república independiente. Entonces, Claudette Joseph, a cargo de las Relaciones Públicas de la agrupación dijo que “dar el paso definitivo para destituir a su majestad como jefa de Estado de Granada será uno de los principales puntos que el NDC someterá al pueblo en referéndum.”

La opción también es considerada por San Cristóbal y Nieves. Su ministro de Asuntos Exteriores y anterior primer ministro, Denzil Douglas, dijo a la agencia periodística Axios que es hora de trazar el camino para convertirse en un «país verdaderamente independiente». A lo que agregó que “no hay ningún calendario concreto para un  referéndum constitucional en su país, pero es hora de que empiece la conversación”.

Y en la tierra de origen del flamante presidente pro témpore de la CELAC, San Vicente y las Granadinas, había fracasado un referéndum con el mismo objetivo en 2009, ya que si bien la propuesta de independizarse definitivamente obtuvo mayoría simple, no se alcanzaron los dos tercios constitucionalmente necesarios.

En una carta a la primera ministra de Barbados, Mia Mottley con motivo de la celebración del hito republicano en aquel país, Gonsalves explica uno de los principales impedimentos en el camino de la emancipación: “La verdad es que la alteración de las arraigadas disposiciones de las Constituciones de los países de la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECO), incluido San Vicente y las Granadinas, es una tarea hercúlea.  En San Vicente y las Granadinas, tales alteraciones requieren primero una mayoría de dos tercios en la asamblea legislativa unicameral, seguida de una mayoría de dos tercios en un referéndum popular.  La amplitud de la mayoría exigida en este último aspecto es sin duda antidemocrática.”

Algo similar a lo que sucede en otros países de América Latina y el Caribe, sujetos a cerrojos constitucionales impuestos por dictaduras y neocolonialismos para dificultar cambios estructurales futuros.

El vicentino continúa esclareciendo sobre el origen de estas dificultades en la subregión así: “Esto sigue el requisito constitucional impuesto en la Constitución independentista de 1974 de Granada por la potencia colonial saliente, Gran Bretaña.  Granada fue el primero de los países más pequeños del Caribe en acceder a la independencia; lo hizo bajo el liderazgo de Eric Matthew Gairy.  Hubo tanta oposición en Granada a la independencia bajo Gairy que los británicos le cobraron un alto precio.”

Sin ninguna duda, el deceso de Isabel II, quien reinó durante setenta años, ha acelerado los vientos de libertad en sus otrora colonias, hoy territorios independientes pero todavía formalmente unidos a la corona y bajo su égida a través del sistema de la Mancomunidad de Naciones (anteriormente Mancomunidad Británica o Commonwealth).

Del mismo modo, el movimiento Black Lives Matter en los Estados Unidos reavivó la llama del despertar del activismo por los derechos de la ciudadanía negra, ferozmente relegada y discriminada todavía a consecuencia de un ayer lejano pero demasiado cercano.

El resurgir del movimiento emancipatorio anticolonial es de particular importancia en el Caribe anglófono, donde se encuentran ocho de los catorce países que todavía reconocen al ahora rey Carlos III como su gobernante.

Con anterioridad, otras naciones de la Comunidad del Caribe (CARICOM) establecieron una forma de gobierno republicana, dejando atrás los vestigios monárquicos.  Haití, desde su fundación revolucionaria en 1804; Surinam, antigua colonia holandesa, se independizó en 1975.  Guyana y Dominica son repúblicas desde su misma independencia en 1966 y 1977 respectivamente. Trinidad y Tobago, que logró su status independiente en 1962, se constituyó en república en 1976.

Verdad, memoria y justicia

Más del 80 por ciento de la población de las naciones insulares del Caribe está conformada por descendientes de personas esclavizadas, que fueron secuestradas y transportadas en cadenas en barcos negreros desde África. Reducidos a condición infrahumana, debieron cumplir un régimen de trabajo forzado so pena de castigo o muerte en las plantaciones propiedad de hacendados blancos venidos de las feroces “madres patrias” o de su prosapia.

Luego del genocidio devastador de la población indígena local, la economía colonialista y la transferencia de riquezas hacia los centros coloniales (España, Francia, Gran Bretaña, Portugal, Países Bajos y Bélgica, sobre todo), pudo solo efectuarse a través del indecible sufrimiento humano que significó el tráfico y la compraventa de seres humanos en condición de absoluta enajenación.

Este crimen de lesa humanidad, hoy conocido por cualquier escolar del mundo, sigue sin ser reconocido plenamente por aquellos que se beneficiaron – en términos de desarrollo económico – de su perversidad.

Recientemente, con flagrante omisión, atraso y lentitud, el gobierno holandés, sucesor legal y responsable jurídico de la atrocidad cometida (al igual que los demás gobiernos europeos de ex poderes colonialistas), hizo un gesto y comenzó a pedir “disculpas” por tanto atropello.

En ocasión de una visita a los Archivos Históricos, el 19 de diciembre de 2022, el primer ministro del Reino de los Países Bajos, el derechista Mark Rutte emitió en La Haya un pronunciamiento en el que señaló que hasta 1814, “más de seiscientas mil personas, mujeres, hombres y niños africanos esclavizados fueron enviados al continente americano en condiciones espantosas por traficantes de esclavos holandeses, la mayoría a Surinam, pero también a Curazao, Sint Eustatius y otros lugares, donde fueron separados de sus familias, deshumanizados, transportados y tratados como ganado, a menudo bajo la autoridad gubernamental de la Compañía de las Indias Occidentales”.

Y en Asia, “entre 660.000 y más de un millón de personas fueron traficadas dentro de las áreas bajo la autoridad de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales”.

Poco antes, una junta asesora había recomendado al gobierno ofrecer disculpas y reconocer que el comercio de esclavos desde el siglo XVII hasta su abolición “fueron crímenes de lesa humanidad”. Agrega el mencionado informe que el racismo institucional en Holanda “no se puede ver aisladamente de los siglos de esclavitud y colonialismo y las ideas que han surgido en este contexto”.

“El Estado holandés fue el pionero europeo de la empresa global de la esclavitud. Durante la mayor parte del siglo XVII monopolizó el comercio transatlántico de esclavos y proporcionó las finanzas y la tecnología que permitieron a ingleses, franceses, españoles y portugueses establecer sus propios imperios basados en la esclavitud.”, señaló en respuesta el profesor Sir Hilary Beckles, Vicerrector de la Universidad de las Indias Occidentales y Presidente de la Comisión de Reparaciones de CARICOM. “Como resultado”, agregó,  “Ámsterdam se convirtió en el centro financiero de Europa y en el principal proveedor mundial de capital para la colonización.”

No solo en el Caribe, sino también en la India, Irak, Tasmania, Malasia, Afganistán y en la mitad de África, el imperio británico fue responsable de la esclavitud y de innumerables masacres. Con ello, se vieron confrontados recientemente miembros de la familia real en visita a distintos países del Caribe.

La protesta popular exigiendo disculpas y compensación se hizo sentir a la llegada del príncipe Eduardo y la condesa Sofía, quienes recalaron en Abril 2022 en Antigua y Barbuda, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas. La parada prevista en Granada fue pospuesta, dijo el Palacio de Buckingham. Otro tanto sucedió al príncipe Guillermo y a la duquesa Kate, quienes estuvieron en Belice, Jamaica y las Bahamas en marzo.

Por su parte, el reino belga, que acabó con la vida de millones de personas en el Congo, no ha ofrecido ninguna disculpa formal. Los monumentos al rey Leopoldo, uno de los principales ejecutores del sangriento latrocinio, siguen allí.

El neoliberal Macron, dio incluso marcha atrás en un esbozo de disculpas por la colonización francesa de Argelia, intentando captar el voto derechista de los descendientes de los “pied-noirs”, colonos nativos que huyeron del país luego de la independencia en 1962. Nada dijo de los haitianos, quienes en 2015 exigieron durante la visita del entonces presidente francés Hollande, que pague 19 mil millones de dólares como reembolso de la deuda contraída hace dos siglos para obtener su independencia.

Ante el silencio español, fue el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador quien instó en 2019 al rey Felipe VI de España y también al papa Francisco en representación de la iglesia que pidan perdón por los abusos cometidos durante la conquista. Tampoco Portugal ha ofrecido disculpa pública alguna por su pasado colonial.

Reparación

Pero las disculpas hoy magras o inexistentes de gobiernos europeos que aun continúan con una intencional amnesia histórica, no serán suficientes.

En 2013, los jefes de gobierno establecieron la Comisión de Reparaciones de la CARICOM (CRC) con el mandato de elaborar el caso de justicia reparatoria para las comunidades indígenas y afrodescendientes de la región, víctimas de crímenes contra la Humanidad en las formas de genocidio, esclavitud, trata de esclavos y apartheid racial.

La CRC afirma que las víctimas y los descendientes de estos crímenes tienen el derecho legal a la justicia reparatoria, y que aquellos que cometieron estos crímenes, y que se han enriquecido con las ganancias de estos crímenes, tienen un caso reparatorio que responder.

El programa elaborado, señala el especial papel de los gobiernos europeos en este sentido, por “ser los órganos legales que instituyeron el marco para el desarrollo y mantenimiento de estos crímenes. Estos gobiernos, además, sirvieron como los principales organismos a través de los cuales se produjo el enriquecimiento basado en la esclavitud, y como custodios nacionales de la riqueza acumulada criminalmente.”

A estos efectos, la Comisión ha elaborado un Plan de Reparación de 10 Puntos, entre los que figuran la manifestación de disculpa formal, la posibilidad de repatriación y el apoyo a un programa de reintegración de aquellos descendientes que así lo soliciten, un plan de desarrollo para comunidades indígenas expropiadas, asesinadas y marginalizadas como así también la creación de instituciones de formación de investigadores y docentes en el Caribe sobre tan doloroso pasado.

Del mismo modo, la propuesta exige la participación europea para aliviar el desastre sanitario provocado por cinco siglos de colonialismo y cuatrocientos años de esclavitud legalizada. El deficiente estado de salud crónico de los negros del Caribe constituye actualmente una gran dificultad para la zona. Frenar esta pandemia requiere una inyección de ciencia, tecnología y capital superior a la capacidad de la región.

Otros puntos del plan son el apoyo a la erradicación del analfabetismo, el establecimiento de puentes de pertenencia identitaria con África en las escuelas o mediante viajes y la puesta en marcha de programas de rehabilitación psicológica.

De gran relevancia consideran los gobiernos la cancelación de la deuda externa, que hoy imposibilita la inversión social y la transferencia de tecnología, imprescindible hoy para el desarrollo humano.

La emancipación definitiva y la CELAC

El camarada Ralph, como es conocido el primer ministro sanvicentino en el entorno cercano y político, tiene por delante una tarea significativa pero nada fácil al frente de la CELAC.

Por una parte, abordar los consensos necesarios para avanzar en temas urgentes como la erradicación del hambre y la mejora de las condiciones sociales a nivel regional, como así también la defensa y profundización democrática frente a los ataques que la reacción de derecha neofascista, los grupos de medios concentrados, el poder económico y los diferentes dispositivos diplomáticos de los Estados Unidos continuarán lanzando contra los gobiernos progresistas y revolucionarios.

La protección medioambiental y la soberanía sobre los recursos naturales serán temas de agenda centrales como así también en respeto a su proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, la Comunidad de Estados tendrá el desafío inmediato de impedir de manera tajante los intentos de involucrar a la región en cualquier tipo de estrategia belicista o injerencista. Lo que incluye el rechazo absoluto a las medidas de bloqueo o coerción que hoy afectan a los habitantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua y que son promovidas por las sucesivas administraciones estadounidenses para forzar cambios políticos favorables al ilegítimo proyecto de recolonización.

En el mismo sentido descolonizador, la urgencia de salvaguardar la autodeterminación del pueblo haitiano, jaqueado hoy por la intervención extranjera y el gobierno de facto de Henry como así también la denuncia del golpe contra el presidente Castillo y el cese de la persistente represión contra el pueblo peruano siguen siendo temas que la CELAC debe reconsiderar para mediar en la coyuntura de manera valiente.

La cuestión migratoria como los intentos de acometer posibles soluciones al flagelo de la delincuencia generada por un modelo económico estructuralmente excluyente, ocuparán buena parte de las discusiones en los ámbitos correspondientes de intercambio ministerial.

La construcción de estrategias para la mitigación de desastres naturales, la cancelación o recorte de deudas asfixiantes, el desarrollo de energías limpias en el marco de modelos económicos de comercio justo, como así también la elaboración de arquitecturas financieras alternativas al actual monopolio controlado por los Estados unidos, son de asuntos de especial relevancia para el Caribe, pero también para los demás miembros de la CELAC en la coyuntura de múltiples crisis sistémicas.

Del mismo modo, serán sumamente importantes los pasos que pueda dar la presidencia pro témpore de San Vicente y las Granadinas hacia una reconfiguración de la tecnología y los espacios digitales, centrada en los derechos humanos y encarada desde la cooperación regional.

Pero sobre todo, espera en este período a la CELAC un asunto de trascendencia histórica para los pueblos del Caribe y de la América toda, la descolonización definitiva.

“Tengo la esperanza de que, durante mi vida, todos o la mayoría de los países independientes de la CARICOM pasen de un sistema monárquico a uno republicano”, expresaba Gonsalves en la carta a su par barbadense citada antes. “Espero sinceramente que se produzca ese cambio en Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas.”, precisaba.

En relación a los demás territorios coloniales todavía existentes en el Caribe[1], escribió: “También es de esperar que todos estos territorios coloniales impulsen su independencia dentro de la comunidad mundial de naciones.  Sería bueno ver el fin del colonialismo en nuestro Caribe. Pero esa iniciativa no me corresponde a mí, sino a los pueblos de esa veintena de colonias o territorios y a sus dirigentes nacionales.”

Propósito firme que, sin duda, incluye la evacuación del Reino Unido de las Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, tal como reza el documento elaborado en la Cumbre.

Es claro que la CELAC será un foro privilegiado para amplificar y acelerar esos procesos.

Finalmente, reflexionando sobre un asunto esencial, Gonsalves citó en su carta a Mottley al literato y político de Martinica Aimé Césaire, advirtiendo sobre los efectos que produce la violencia en quien la ejerce: «La colonización deshumaniza incluso al hombre más civilizado; la empresa colonial, la conquista colonial, que se basa en el desprecio del nativo y se justifica por ese desprecio, tiende inevitablemente a cambiar a quien la emprende; que el colonizador, que para tranquilizar su conciencia se acostumbra a ver al otro hombre como un animal, se acostumbra a tratarlo como un animal, y tiende objetivamente a transformarse él mismo en un animal.  Este es el resultado, el efecto boomerang de la colonización…».

Hemos entonces de desear a Ralph Gonsalves la mejor de las suertes en su esfuerzo y aportar todo el apoyo del movimiento popular latinoamericano y caribeño a su gestión.

(*) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en Pressenza, agencia de noticias con enfoque de Paz y No Violencia.


[1] “En el conjunto del Caribe existen las siguientes cinco colonias o territorios británicos de ultramar: Anguila, Islas Caimán, Islas Vírgenes Británicas, Montserrat e Islas Turcas y Caicos.  Las Bermudas, situadas en el Atlántico pero con conexiones caribeñas, también están bajo soberanía británica. El Gran Caribe también está plagado de territorios coloniales o departamentos de potencias coloniales de Estados Unidos, Francia y Holanda.  En el caso de los Estados Unidos coloniales, están Puerto Rico y las Islas Vírgenes estadounidenses (Santo Tomás, Santa Cruz y San Juan); en relación con Holanda: San Martín, Curazao, Aruba, Bonaire, San Eustaquio y Saba; en el caso de Francia: San Martín, Martinica, Guadalupe, San Bartolomé y la Guayana Francesa en la vecina Sudamérica.” Carta a Mia de Ralph en ocasión de convertirse Barbados en república. 22/11/2021

Comparte este contenido:

Balance político y perspectivas para el 2023

Por: Javier Tolcachier 

En el año que se va, en términos electorales, lo sobresaliente han sido los triunfos de las fuerzas progresistas en Colombia y Brasil, llevando a la presidencia a Gustavo Petro y por tercera vez, a Lula da Silva, luego de la persecución judicial encarnizada de la que fue objeto.

De gran importancia es el fortalecimiento del proceso de paz en Colombia y también el cambio de signo en la relación entre Colombia y Venezuela, gobiernos que han dado pasos concretos con la apertura de sus fronteras y la progresiva normalización en sus relaciones.

También en Cuba se produjo un avance relevante con la aprobación mayoritaria de un nuevo Código de las Familias, que amplía y actualiza derechos de protección de niñas y niños, adultos mayores, personas con discapacidad, condena la violencia intrafamiliar y reconoce la diversidad de realidades que existe entre las familias cubanas, entre otras cuestiones positivas.

En el Caribe anglófono, destaca la re-elección de la laborista Mía Mottley como primera ministra de Barbados, convertida en república independiente de la corona británica, en un nuevo avance de descolonialización.

Tanto en Granada como en San Cristóbal y Nieves, triunfaron las oposiciones, tratándose en el caso del granadino Dickon Mitchell, del Congreso Nacional Democrático, de una renovación generacional en el ambiente político de la isla.

La derecha pudo también cosechar algunas victorias, como la obtenida por Rodrigo Chaves en Costa Rica contra José María Figueres Olsen, candidato del ya vetusto Partido de la Liberación Nacional, ex presidente e hijo del caudillo fundador de la Segunda República.

Una de las derrotas más dolorosas de este año ocurrió en el plebiscito constitucional de salida en Chile, que debía ratificar el nuevo texto constitucional para dejar atrás la herencia pinochetista y fue rechazado por una mayoría abultada.

En Uruguay, pese al logro de la izquierda que cosechó 800.000 firmas para levantar la consulta popular sobre la Ley de Urgente Consideración, la coalición oficialista neoliberal de Lacalle Pou alcanzó un triunfo ajustado que abre la puerta a un programa de restauración conservadora.

En otros niveles de gobierno, se produjeron en México elecciones en algunos Estados que arrojaron como resultado el fortalecimiento de Morena y la figura de Andrés Manuel López Obrador, mientras que en términos municipales, el Frente Sandinista ganó todas las alcaldías en Nicaragua sin mayor oposición y la ultraderecha se hizo con la alcaldía central de Lima.

En lo que se pensaba sería un eclipse político total a causa del mundial de fútbol en Qatar, varios hechos políticos sacudieron el mapa regional.

En el Perú, luego de repetidos e infructuosos intentos, la oligarquía centralista violentó la voluntad popular derrocando al maestro rural y sindicalista Pedro Castillo a menos de año y medio de su mandato.

En Argentina, mientras la euforia popular se desataba ante la obtención de su tercera copa mundial de fútbol, el campo popular sufrió un fuerte revés. Maniatado el país por una deuda odiosa contraída por el gobierno de Macri y con claros visos preelectorales, la mafia judicial-mediática, en su carácter de gestora de los grupos de poder concentrado y de la estrategia de lawfare estadounidense, logró – al menos de momento – sacar de la cancha a la principal referente progresista, la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, proscribiendo su posible candidatura mediante una sentencia viciada.

Mientras tanto, en la convulsionada e intervenida Haití, los movimientos populares lograron un acuerdo con el gobierno irregular de Ariel Henry, que estipula una salida institucional ante las dificultades que atraviesa su población y la amenaza de una nueva invasión de fuerzas multinacionales.

Asimismo, en Chile se abre un nuevo capítulo para avanzar hacia un nuevo texto constitucional. Constitución que emergerá (en el mejor de los casos) de una modalidad “en la medida de lo posible” y destrabará algunas cuestiones, pero dada la naturaleza cupular de este renovado intento, de ningún modo logrará cumplir con las necesidades de cambio que expresó el “Despertar” chileno de 2019.

Ya en el estertor del año, se efectúa la detención de uno de los principales agentes del golpismo en Bolivia, Luis Fernando Camacho, quien en conjunto con las logias cruceñas dominantes escenificaron este año una nueva intentona para conmocionar al país, del mismo carácter racista y secesionista puesto de manifiesto en el transcurso del proceso constitucional que llevó a la fundación del Estado Plurinacional o con el desconocimiento de los resultados electorales en 2019.

Perspectivas para el 2023

Si se mantiene el contexto de un sistema capitalista hiperconcentrado y financiarizado, son pocas – o ninguna -, en este esquema, las válvulas de escape para los pueblos latinoamericanos.

La rasante tecnologización digital de la economía y las relaciones sociales promovida por los mismos actores (corporaciones y fondos de inversión) sin control ni incidencia social, se revela como falsa promesa de “innovaciones”, cumpliendo la función de fetiche distractivo, de reconversión de las fuerzas productivas sin progreso humano real y por ende, de postergación.

En términos geopolíticos, la cada vez más dura puja de los Estados Unidos por detener el avance de un mundo más multipolar genera un marco de tensión permanente contra las aspiraciones de soberanía y autodeterminación de los pueblos de la región, los que tendrán que fortalecer alianzas intrarregionales de signo emancipador (como por ejemplo la CELAC) y extra-regionales (como el BRICS+) para no ser arrastrados por las intenciones neocolonizadoras.

En este marco, es previsible que las derechas continúen usando todas las estratagemas a su alcance para evitar, minimizar los alcances, aislar e incluso liquidar nuevas experiencias progresistas o de izquierda en América Latina y el Caribe.

De este modo, no habrá que extrañarse ante una combinación de estrategias de demonización mediática, proscripción judicial, bloqueos parlamentarios, medidas coercitivas comerciales y financieras unilaterales, nuevos intentos de golpe o incluso magnicidios hacia gobiernos proclives a producir cambios a favor de sus poblaciones. Es decir, el repertorio completo de artimañas del poder establecido para frenar las demandas populares.

Por otra parte, es evidente que persiste una extendida y justa insatisfacción popular, lo que no deja mucho margen para procesos de mediano plazo. Los pueblos exigen de sus representantes electos coherencia y rapidez en la solución de las graves problemáticas que atraviesan, coherencia y velocidad que encuentra barreras difíciles de superar en la cerrada oposición del poder económico y mediático – principales ejecutores de la crueldad capitalista.

De este modo, habrá también nuevas protestas masivas, paros, rebeliones populares y también represión ante las pretensiones de gobiernos conservadores de mantener y profundizar el decrépito y asfixiante sistema establecido.

En general, el mapa político se ha vuelto algo más favorable a las transformaciones, haciendo eje en tres bloques. Por una parte, el “hexágono moderado” de inclinación socialdemócrata, que conforman México, Brasil, Argentina, Colombia, Honduras y Chile, gobiernos fruto de la unidad en la diversidad. Por otro lado, el “cuadrado” formado por Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, cuyo carácter antiimperialista es mucho más definido. Finalmente, el archipiélago de naciones anglófonas del Caribe, cuyo signo, por necesidad del presente y pasado compartido, es en general de actuación colectiva en pos de una mayor autodeterminación.

Frente a ello, persisten enclaves reaccionarios como Paraguay, Guatemala, Ecuador, Uruguay, El Salvador, Costa Rica o Panamá, que atestiguan con el incremento de la violencia en su interior, la imperiosa necesidad de cambio de dirección en el timón político.

En síntesis, el panorama de 2023 presenta retos similares al del año que culmina. 

Ante el deterioro de la democracia formal, es preciso avanzar hacia una democracia real de carácter multidimensional, es decir, de distribución progresiva del poder en todos los ámbitos, fortaleciendo las capacidades de decisión de la base social.

En esa dirección, la conquista de una comunicación plural, la redistribución de ingresos, la descentralización creciente del poder político, la elección directa del poder judicial, la democratización del espacio digital, la colaboración para la resolución conjunta de los desafíos comunes a través de la integración regional, la ampliación y cumplimiento de derechos humanos y sociales,  la inclusión plena de las demandas generacionales, la transformación del modelo de consumo que genera endeudamiento y depredación medioambiental, la supresión de la gestión corporativa multinacional de los recursos naturales comunes, la desmercantilización de la salud y la educación, son algunas de las medidas a encaminar en lo inmediato.

Sin embargo, para que estas transformaciones adquieran nuevamente un carácter de revolución, es preciso incluir en la concepción de la misma, en simultáneo con las conquistas sociales, poner energía en promover cambios en la interioridad humana.

Es impensable creer que la lucha histórica colectiva hacia la liberación podrá acometerse sin modificar los sentidos comunes que guían el actual accionar de los grandes conjuntos humanos.

Desde la perspectiva de un nuevo humanismo, para ahondar la inacabable e indetenible ruta desde el campo de la determinación al campo de la libertad, es imprescindible la reflexión sobre el sentido más profundo de la existencia y sobre la necesidad de modificar en cada hogar, cuadra y vecindario, hábitos impuestos por la violencia, que dificultan, enlentecen o retrotraen el avance.

Se necesita una revolución que acople a la transformación del mundo exterior, la del mundo interior de cada persona, que estructure en una misma unidad ambos mundos, dotándola de coherencia entre el pensar, el sentir y la acción. En definitiva, una revolución integral, afuera y adentro, cuyo advenimiento no dependerá de fuerzas mecánicas sino de la intencionalidad de los pueblos.

¡Ojalá el nuevo año y la marea de la historia nos encuentre fortalecidos en la tarea de humanizar y humanizarnos, de aprender sin límites, de superar el resentimiento y las contradicciones y de amar la realidad que construimos, día a día, de todxs y para todxs! Entonces, el nuevo año será realmente nuevo.

Comparte este contenido:

Unidad latinoamericana-caribeña, ¿cuándo, si no ahora?

Por Javier Tolcachier 

Hay ocasiones en la historia que deben ser aprovechadas. Son ventanas de oportunidad que indican que el momento de avanzar con decisión ha llegado. La indecisión en tales circunstancias es desaconsejable y hasta reprochable. Tal es el caso actual en relación a la posibilidad de producir un salto cualitativo hacia la unidad de América Latina y el Caribe.

La oportunidad

La historia da suficientes ejemplos sobre coyunturas en las que los pueblos suelen dejar atrás yugos y moldes perimidos. Estas encrucijadas ocurren cuando se evidencia el declive de las fuerzas opresoras o en tiempos en que los conflictos entre poderes dejan abierta una rendija de liberación.

En el primer caso, los problemas acumulados por las contradicciones internas debilitan a la otrora potencia invencible, mostrando sus pies de barro. En esos instantes, se afirma y extiende la certeza sobre un fin de ciclo próximo. En el segundo, crecen en paralelo otras construcciones que desafían la potestad única de la hegemonía precedente.

Así sucedió en la caída del imperio romano de Occidente, en la que diversas tribus invasoras aprovecharon la decadencia producida por divisiones intestinas, corrupción y las dificultades propias de mantener milicias y poder en territorios vastos. Emergieron entonces distintos reinos (franco, turingio, anglo, sajón, visigodo, ostrogodo, bávaro, etc.), que conformarían la base cultural de lo que luego serían los estados europeos. Sin embargo, también aparecía un nuevo imperio, que colocaría su sello de dominación sobre aquellas tierras, el de la iglesia cristiana bicéfala con sus centros en Roma y Constantinopla.

Siglos después, en el desmembramiento del imperio otomano y luego de algunas décadas de nuevo expolio por parte de Francia y Gran Bretaña, alcanzaron su independencia nacional los Estados que hoy configuran el mapa político del Medio Oriente y parte de los Balcanes. Del mismo modo, la mayor parte de los pueblos del Asia, del África y del Caribe, sometidos, explotados y esclavizados por los imperios europeos se abrieron paso a su autodeterminación en la segunda mitad del siglo XX, luego del desvencije que significó la guerra entre las potencias del Eje y las fuerzas aliadas.

El mundo pasó entonces de las 51 entidades nacionales firmantes de la Carta original de Naciones Unidas en 1945, a contar con 127 estados en 1970, hasta llegar a los 193 países soberanos (197 reconocidos) de la actualidad.

Algo similar había ocurrido en el siglo anterior en América Latina, donde la segunda y tercer década del siglo XIX signaron el período de la independencia de la corona española. La precursora Haití ya había conseguido expulsar a los franceses en 1804, República Dominicana se separaría de ésta en 1844, Panamá de Colombia en 1903 y Cuba lograría desembarazarse de España en 1902 y de la asfixiante tutela estadounidense recién a partir de la Revolución de 1959. Tutela que los Estados Unidos de América intentaron arrogarse en toda la región a través de la doctrina Monroe, para suplantar con su hegemonía la de los imperios predecesores. A casi un siglo del discurso con que el quinto presidente estadounidense la diera a conocer, aquella vana e ilegítima pretensión de dominio parece a punto de esfumarse para siempre, lo que ofrece la posibilidad de superar las artificiales divisiones impuestas por las élites republicanas en la América poscolonial.

Balance de fuerzas en la actualidad

Luego de la victoria de Lula en Brasil, el mapa político de América Latina y el Caribe puede agruparse sumariamente del siguiente modo: En Sudamérica, de los doce países independientes (sin contar la Guayana Francesa), nueve califican firmemente en la categoría integracionista (Venezuela, Bolivia, Argentina, Colombia, Chile, Guyana, Surinam, Perú y Brasil) y tan solo tres gobiernos responden todavía al orden neoliberal desintegrador alineado con el imperialismo (Ecuador, Paraguay y Uruguay).

En Centro y Norteamérica, México, junto a Honduras y Nicaragua son hoy firmes pilares de la integración, mientras que otros países, gobernados por derechas variopintas mantienen serias disputas con los Estados Unidos, en gran parte ocasionadas por diferencias de interés geopolítico en torno a las ventajas que otorga la presencia y el apoyo de China, entre otras cuestiones.

En el Caribe, junto a una indomable Cuba, las naciones emancipadas del colonialismo inglés, forman un bloque relativamente compacto de apoyo a procesos de hermandad y comunidad, más allá de sus matices políticos. Probablemente su estatus insular, las dimensiones de su territorio, población y economía, junto a un espíritu de libertad emanado de un pasado de cruel esclavitud, han convencido tempranamente a sus dirigencias que la unidad es el único camino posible de soberanía.

Este panorama propicio se acentúa al observar cómo los anteriores gobiernos adictos al vasallaje en lugares como México, Chile, Colombia o Perú han colapsado, vaciando las instancias de desarticulación. Entidades como la Alianza del Pacífico, el Grupo de Lima o el engendro ProSur han perdido a sus pivotes y hoy se alzan las voces por el definitivo reemplazo de la OEA, el “ministerio de las Colonias” subordinado a las ordenanzas de la diplomacia estadounidense.

En este último caso, el pretendido imperio está buscando maquillar la escena para impedir el ocaso final de una organización surgida al calor de la guerra fría con el objeto de dictar las reglas de alineamiento del continente con la potencia capitalista del Norte. El montaje en marcha pretende resolver la situación con la sustitución del actual secretario general Luis Almagro, por su relación amorosa con una subordinada, frivolizando y obscureciendo la complicidad de la OEA en el golpe en Bolivia de 2019, la final convalidación del doble fraude en la elección inconstitucional y viciada de Juan Orlando Hernández en Honduras y, sobre todo, el feroz y persistente ataque contra el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y su presidente Nicolás Maduro, por solo mencionar algunas de las fechorías de un largo prontuario reciente.

A la par del deterioro irreversible de las instancias creadas para minar las nuevas estructuras de cooperación y concertación regional nacidas de la oleada de gobiernos populares en la primera década del nuevo siglo, se elevan hoy las voces por la institucionalización de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la recomposición de la UNASUR, paralizada desde Abril de 2018, por una acción concertada de seis de sus países miembros, por entonces gobernados por la derecha.

Resistencias a encarar nuevos modelos

El multilateralismo emergente en un mundo interconectado implica una decidida y valiente voluntad de colaboración y reparación, tendiente a superar, de una vez por todas, el capitalismo financiarizado y la crisis sistémica y multidimensional que ha producido.

Los estados nacionales, otrora proyectos de unidad de las diferencias en el marco de una creciente autodeterminación de los pueblos, hoy carecen de la fuerza necesaria para resistir por sí solos la continuidad de la depredación de corporaciones transnacionales. De allí que la constitución de bloques regionales con sentido de soberanía y redistribución equitativa sea imprescindible para equilibrar las asimetrías que ha generado la concentración de poder excesivo a partir de políticas neoliberales.

Pero cabe la pregunta si un mero asociacionismo interestatal será suficiente en esta nueva etapa de integración que se avecina. Toda vez que la misma esencia de la democracia liberal al interior de cada uno de los Estados es torpedeada y desarticulada por la propia acumulación del poder real, económico, mediático y sus largos tentáculos al interior de los estamentos militar y judicial, éste último agente principal de un segundo Plan Cóndor regional contra los principales liderazgos populares.

Junto a las premisas desestabilizadoras del declinante hegemón del Norte y sus aliados locales, destaca en el horizonte un nuevo vector opuesto a la integración. Es la tendencia ultraderechista, que escudada en supuestos nacionalismos y apoyada en valores conservadores, logra hoy adhesión en capas poblacionales excluidas y sometidas. De un talante similar, aunque con designios secesionistas, es la otra variante reaccionaria que usa el poder para impedir el avance de las transformaciones.

Previo a acometer posibles salidas a estas encerronas retrógradas, se hace preciso profundizar en la comprensión del fenómeno. Por un lado, en el marco de una mera administración del sistema capitalista, es evidente que solo cabe desesperanza o rebelión para millones de pobres, hambrientos y sufridos habitantes, en particular para jóvenes sin futuro en el esquema vigente. La tibieza del discurso reformista no logra convencer ante los alaridos de la jauría radical cuyo relato simplista, al igual que lo sucedido en otras épocas históricas, conecta de manera eficaz con la irritación y justa indignación popular.

Por otra parte, la derecha ha logrado naturalizar su despreciable argumentación, ha sabido amalgamarse local- e internacionalmente, ha aprovechado (y fomentado) el divisionismo en las filas que propugnan transformaciones sociales verdaderas y cuenta ya con una ola de efectos demostración – otrora poco factibles – de personeros que logran llegar a la cúspide del poder político.

Obviamente, nada de esto hubiera sido posible sin una estrategia definida desde un sector del poder real, que ha visto en esta radicalización conservadora de cariz populista, la táctica apropiada para contrarrestar (o al menos demorar) cualquier intento de cambio sistémico de carácter evolutivo.

Pero también hay factores subjetivos profundos que allanan el terreno para la incursión de las ideologías y las prácticas violentas de la derecha. De modo resumido, son dos las tendencias que operan simultáneamente creando incertidumbre y desestabilización en la conciencia colectiva. Una de estas tendencias es la velocidad de las transformaciones del paisaje externo motorizadas por los rasantes cambios tecnológicos, que modifican los entornos de producción, de organización social y de relación humana, chocando con hábitos arraigados en el paisaje de formación de amplios sectores sociales.

Y por otro lado, la fragmentación social que socava la solidaridad, el lazo cálido y fraterno, dejando a millones de personas en una soledad desgarradora, carentes de cercanía y contención.

Es en este escenario psicosocial de incertezas y sufrimiento en el que proclamas de redención regresivas, aunadas con la sensación de cobijo identitario, encarnan con facilidad en los sectores más vulnerables. Sectores que han sido desatendidos no solo por los Estados neoliberales, sino también por el culto hegemónico, que intenta ahora con una suerte de “contrarreforma” moderna, recuperar parte del arraigo perdido en los sectores populares. Sin embargo, el vacío de sentido y de futuro que experimentan los pueblos, no puede ser llenado con moldes perimidos.

La unidad de los pueblos hacia una nueva revolución

No hay revolución posible sin una masiva participación popular. Este principio se refiere no solo a la bisagra de cambio histórico que suele fecharse en los libros de manera precisa, sino a la continuidad y permanencia de la transformación en el seno del propio pueblo y su orientación de vida.

Sin embargo, “pueblo” es hoy un concepto multiforme, que si bien denomina de manera inequívoca a las mayorías, también engloba una amplia categoría de segmentos socioeconómicos, culturales, de género, generacionales, entre otros. Diversidades que deben encontrar un nuevo denominador común para amalgamarse creativamente en este nuevo tiempo, en el que pertenencias anteriores no ofrecen asidero sólido.

La convergencia de esta diversidad ha surgido como una necesidad táctica fundamental para conquistar la preeminencia política en distintos lugares y asoma en el horizonte como una dirección certera para construir un futuro incluyente desde la base social.

Una democracia real, participativa, una pluriculturalidad de múltiples y variados colores y creencias, el fin de las violencias, la reparación de injusticias y la búsqueda de un nuevo paradigma económico equitativo socialmente y proporcionado en términos medioambientales, constituyen sin duda parte del programa que potenciará las posibilidades de desarrollo humano en América Latina y el Caribe.

Un programa revolucionario que podrá ser realizado desde el reconocimiento de la común humanidad más allá de las diferencias, trascendiendo ficticias fronteras hacia una unidad latinoamericana y caribeña de carácter humanista con la participación directa de sus mayorías.

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias con enfoque de paz y no violencia Pressenza.

Comparte este contenido:

La caída de la otra mitad del mundo

El nuevo mundo tendrá que asumir un paradigma de transformación incluyente sobre la base de la esencialidad humana compartida.

El 9 de noviembre de 1989 el mundo sufría una sacudida. Caía, con el Muro de Berlín, el telón de la experiencia soviética y se desgranaba el bloque de naciones que en el Este europeo habían cultivado, con luces y sombras, un socialismo centralista.

Del lado occidental, el triunfalismo dominaba la escena y se difundía, en un gigantesco intento de manipulación, un supuesto fin de la historia y de las ideologías, dando por sentada la victoria definitiva del capitalismo, bajo la égida de su país insignia, los Estados Unidos de América.

Ya en el estertor de aquel breve espejismo neoliberal, el pensador humanista Silo se preguntaba: “¿Cómo ocurrirá la caída en la otra mitad del mundo?”[1]

Esa caída está ocurriendo ahora.

La rivalidad de los contrincantes

Con signo distinto, pero con herramientas similares, China disputa hoy en todas las esferas la preeminencia que tuvo Estados Unidos durante el siglo pasado. El gigante oriental aprovecha su potencia demográfica -virtud y a la vez preocupación principal- para ascender al podio de los indicadores socioeconómicos a nivel mundial.

Si bien su producto bruto interno sitúa a la potencia norteamericana todavía en lo más alto de la escala, con más de 19 billones de dólares frente a los 14.7 billones de China, el nivel de las exportaciones de la potencia oriental ya duplica en 2021 el de los primeros.[2] De este modo, mientras la balanza comercial del país asiático muestra un superávit de 572 mil millones, la de su adversario occidental exhibe un aplastante déficit de casi 1 billón (en la notación en español, millón de millones).

Otro tanto sucede con la deuda, que en el caso estadounidense asciende a un 134% del PIB (2020), mientras que la de China comporta un 68%, a pesar de su inversión sostenida.

Significativo es también el avance chino en la producción energética. A pesar de la elevación en su consumo general (un 50% más que el de EEUU), China exporta en este rubro el doble e importa más de 10 veces menos.[3]

Más allá de las cifras económicas, es imponente el avance chino en el aspecto de la mejora socioeconómica de su población. Según los datos del sitio consultado, el riesgo de ser pobre en aquel país ha descendido desde el año 2000 de un 50 a un 0%. Mientras tanto, en EEUU ese porcentaje ha oscilado en los últimos veinte años entre un 11 y un 15% de la población. Es decir que, con una población cuatro veces menor, más de un estadounidense de cada diez se encuentra con severas dificultades en su supervivencia, lo que es una muestra evidente de decadencia sistémica.

Otro indicador del declive del modelo otrora dominante, es la violencia física extendida y el temor que sufren los habitantes de los Estados Unidos, donde a diario suceden un promedio de 45 asesinatos. Por otra parte, constituyendo menos del 5 por ciento de la población mundial, tiene casi la cuarta parte de los presos del mundo, exhibiendo así una mezcla explosiva de criminalidad y represión legalizada. China supera ligeramente a EEUU en términos absolutos en la cantidad de reclusos (unos 2 millones y medio de presos), pero en razón de su volumen de población la proporción de personas encarceladas es de 170 frente a los 670 por cada cien mil del país del Norte.

El espacio avasallado

Más allá de estas breves comparaciones casi escolares, la sombra del declive de la otrora potencia hegemónica, se extiende sobre los espacios que logró o pretendió convertir en vasallos. El llamado “hemisferio occidental” en la jerga de la política exterior estadounidense, se encuentra sumido en una severa crisis, que tiene a la inflación, el endeudamiento, las desigualdades y la miseria como principales componentes.

Así, en estos territorios situados en Europa, Latinoamérica y el Caribe, blanco del proyecto neocolonial,  abundan las revueltas populares contra el alineamiento impuesto por la política imperial y las legiones de la OTAN.

Mientras los pueblos de Europa, con mayor o menor conciencia de sus causas, se alzan contra la situación producida por el status de ocupación de la posguerra – que en su momento supuso cierto bienestar y estabilidad, cuestiones centrales para el mandato cultural de sus componentes nórdicos –, sus débiles gobernantes continúan siendo portavoces de rendir tributo a un mundo que ya no existe.

Huelgas en el Reino Unido, Francia, Alemania y Bélgica, la paralización de vuelos a comienzos de la temporada estival, las protestas de agricultores en Holanda o de los trabajadores de la sanidad en Grecia, masivas manifestaciones en Bulgaria, Macedonia del Norte e Italia, se enhebran en un collar de malestar antigubernamental creciente, cobrándose renuncias como las de Mario Draghi, Boris Johnson o la primera ministra de Estonia Kaja Kallas. Asimismo el impetuoso avance de la France Insoumise liderada por Melenchon, pero también el crecimiento de la extrema derecha de Marine Le Pen en las últimas elecciones parlamentarias de Francia, signadas además por un alto abstencionismo, muestran el humor político anti-establecimiento que campea en tierras europeas.

El conflicto bélico en Ucrania, producido por la insistencia militarista estadounidense de expandir las fronteras bajo su dominio y evitar que Europa se incline cada vez más hacia el Oriente, no ha hecho sino agudizar la situación, cuyos factores estructurales habían sido ya empeorados por la pandemia del Covid-19.

Por otra parte, los bancos y los fondos de inversiones de todo el mundo se preparan para un recrudecimiento sin precedentes de los disturbios civiles en Estados Unidos, Reino Unido y Europa, ya que la subida de los precios de la energía y los alimentos eleva el coste de la vida a niveles astronómicos, dice Nafeez Ahmed, citando en condición de anonimidad a un alto ejecutivo de Wall Street.

Las mismas señales de rebelión surcan el frente latinoamericano y caribeño. La movilización social en Panamá, Ecuador, Colombia o Chile, países atravesados por la insensibilidad social del neoliberalismo como política de Estado, dan clara muestra de ello. De este modo, la breve revancha del capital luego de la ola de gobiernos progresistas en la primera década del siglo XXII, trajo nuevamente consigo el hastío popular.

Sin embargo, el marco de crisis sistémica cobra muy caro los errores a los nuevos gobiernos emergentes, que de no abrirse a nuevos rumbos, sufren el azote de anclarse, voluntaria o involuntariamente, al poder establecido generando finalmente la desazón popular en lugares que generaron esperanza como Argentina o Perú.

En esta región, el desalineamiento del derrumbe estadounidense es primordial y parece ser solo posible a través de la aceleración de la integración supranacional con fuerte participación de los pueblos.

La implosión imperial

Tal como sucede con diversas enfermedades derivadas de un crecimiento desproporcionado, los imperios, pretendidos o consolidados, suelen caer por su propio peso. La dificultad de mantener el orden en territorios cada vez más distantes, el desmedido costo de aprovisionar y sostener su poder militar, las reyertas de poder en su interior y la falta de adaptación al advenimiento de ideas y prácticas superadoras, son algunas de las causas frecuentes del desmembramiento de imperios que en su momento parecían invencibles.

Pero previo a ser superados por potencias adversarias, sus centros se derrumban por implosión.

Tal es el caso de los EEUU, país que sostuvo una política expansionista en términos militares, económicos, diplomáticos y culturales desde su misma creación. Hoy la entropía hace estragos en su propio territorio y a pesar de la persistencia en exportar sus esquemas violentos a través de la cinematografía y la tecnología digital, hace ya tiempo que dejó de ser un modelo a imitar. La muerte que sus legiones llevaron a todo el planeta, se ensaña hoy en sus calles y escuelas con su propia población.

La glorificación supremacista continúa, hoy como ayer, segregando a negros y latinos, cuya proporción poblacional es cada vez mayor, sobre todo en el segmento joven y más vapuleado por la desocupación y la precarización. Según el Censo 2020, 53% de los menores de 18 años residentes en el país, manifestaron ser de un origen diferente al blanco-anglosajón. En estados como California, Nuevo México, Nevada, Texas, Maryland y Hawái y, por supuesto, en el territorio colonizado de Puerto Rico, los blancos no hispanos ya están en minoría.

A su vez, los guarismos del mismo censo revelan que, a pesar del crecimiento poblacional de un 7.35% entre 2010 y 2020 (de 308,7 millones a 331,4 millones), hubo una disminución poblacional en los condados del interior y un aumento en las grandes ciudades.

En este transcurso a una nación multirracial, más diversa, menos rural y más metropolitana, es comprensible la aparición de rémoras como el trumpismo, encontrando seguidores entre los nostálgicos de un pasado cada vez más inexistente.

Esta resistencia a las nuevas realidades, junto a las carencias en la contención sanitaria y educacional, falta de horizonte laboral, vacío existencial, adicciones, criminalidad extendida y armamentismo interno, configuran una explosiva mezcla, que podría desbordar hacia una nueva guerra civil.

Las contradicciones se exacerban. Al mismo tiempo que un importante sector de la población hace resonar alto y claro que “las vidas negras importan” o proclamas con contenido feminista, proliferan las milicias armadas ultranacionalistas y la infiltración de la ideología de extrema derecha en la policía. Mientras tanto, la Corte Suprema elimina el derecho constitucional al aborto y uno de sus jueces, Clarence Thomas, pide revisar el fallo que consagró el derecho al matrimonio homosexual y a obtener métodos anticonceptivos, en una clara cruzada conservadora que alienta a quienes promueven el discurso del retroceso.

El sistema político estadounidense, cooptado hasta la médula por la corrupción empresarial,  ya no cuenta con el respaldo mayoritario de la población. El asalto al Capitolio y el desconocimiento de Trump de su derrota electoral no hacen sino enardecer a un amplio sector que ya reniega del barco hundido de una democracia inexistente.

La superación de lo viejo por lo nuevo

Hay quienes, con fe bienintencionada pero finalmente ingenua, son impulsados a creer en la inexorabilidad de futuribles producidos por fuerzas mecánicas. Con ello, no hacen sino debilitar, al menos en lo conceptual, la potencia agente de la intencionalidad de los conjuntos humanos en el desarrollo de la historia y muchos de ellos, a restarse de toda acción que contribuya a la conformación de nuevos modelos de relación y organización social, dando por supuesto que ello se producirá de cualquier modo.

Aplicando un enfoque humanista, debe afirmarse que no existen tales determinismos sino condiciones de posibilidad y oportunidad. Desde esta mirada, señala Silo, es preciso distinguir entre proceso revolucionario como “un conjunto de condiciones mecánicas generadas en el desarrollo del sistema”,  y dirección revolucionaria, cuya “orientación en cuestión depende de la intención humana y escapa a la determinación de las condiciones que origina el sistema”.[4]

Así fue como los movimientos emancipadores de las Américas, portadores de los fuegos de libertad que los vientos de la ilustración habían derramado en sus conciencias más destacadas, aprovecharon los conflictos entre las potencias europeas para abrirse camino hacia su independencia.

Así ocurrió también unos años después de finalizada la guerra en 1945, cuando muchos pueblos del África y del Asia, luego de difíciles e inacabados procesos de unidad, vieron llegada la posibilidad de recuperar cierto grado de autonomía, alumbrando identidades nacionales.

La caída de “la otra mitad del mundo” y la esperanza viva de otro mundo posible en el que quepan muchos mundos, representan hoy una fuerte ventana de oportunidad para la superación de lo viejo por algo sustancialmente nuevo.

En este interregno, los “monstruos”[5] son indicadores de las resistencias a la transformación, no solo externas sino también de los pueblos, que se debaten entre la necesidad de cambio y viejos errores, entre la incertidumbre vital que atrae como un imán a antiguos dogmas y la necesidad de nuevos horizontes.

El nuevo mundo tendrá entonces que asumir un paradigma de transformación incluyente sobre la base de la esencialidad humana compartida. Una transformación radical que requiere de compromiso individual y colectivo en la construcción de la nueva realidad, tanto en la organización social, como en el paisaje interno y en los modos de relación interpersonal.

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en la agencia internacional de noticias Pressenza.


[1]En ocasión de la Inauguración del Parque Latinoamericano, La Reja, Buenos Aires, 7/5/2005.

[2] Datos de https://datosmacro.expansion.com/paises/comparar/usa/china

[3] Según el sitio DatosMundial.com https://www.datosmundial.com/comparacion-pais.php?country1=CHN&country2=USA

[4] Silo. Cartas a mis amigos. Séptima Carta.  El proceso revolucionario y su dirección. Obras Completas vol. I. Editorial Plaza y Janés.

[5] Al decir de Gramsci

Fuente: https://rebelion.org/la-caida-de-la-otra-mitad-del-mundo/

Comparte este contenido:
Page 1 of 4
1 2 3 4