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Brasil: ¿Por qué llegamos a Jair Bolsonaro? Una disquisición histórico-filosófica sobre nuestra barbarie

¿Por qué llegamos a Jair Bolsonaro? Una disquisición histórico-filosófica sobre nuestra barbarie

Leonardo Boff

2021-01-05

Hay un sinnúmero de excelentes análisis del anti-fenómeno Jair Messias Bolsonaro, predominando los de tipo sociológico, histórico y económico. Creo que debemos cavar más profondo para captar la irrupción de este Negativo en nuestra historia.

La reflexión occidental, debido a los límites culturales de nuestro arraigado individualismo, apenas ha desarrollado categorías analíticas para analizar totalidades históricas. La Filosofía de la Historia de Hegel está llena de prejuicios, incluso sobre Brasil, y tiene pocas categorías aprovechables. Arnold Toynbee, en sus 10 volúmenes sobre la historia del mundo, trabaja con un esquema fértil pero limitado: desafío y respuesta (challenge and response), con el inconveniente de no dar relevancia a los conflictos de todo tipo inherentes a la historia. La Escuela Francesa de los Annales, en sus variaciones (Lefbre, Braudel, Le Goff) incluía varias ciencias pero no nos ofreció una lectura de la historia en su conjunto. No dejan de ser inspiradoras las categorías desarrolladas por Ortega y Gasset en su famoso estudio sobre los Esquemas de las crisis y Otros ensayos (1942).

Tenemos que tratar de pensar por nosotros mismos y preguntarnos con una actitud filosofante, es decir, que busca causas más profundas que las meramente analíticas de los científicos: ¿por qué en Brasil ha llegado a jefe de Estado este siniestro personaje histórico, que desafía cualquier comprensión psicológica, ética y política?

Debemos decir de antemano que todo lo que existe no es fortuito, porque es el fruto de algo preexistente, de larga duración, que corresponde dilucidar a la razón. Además, hay que pensar siempre de forma dialéctica: junto a lo negativo y las sombras, acompañan siempre las dimensiones positivas y portadoras de alguna luz. No se nos concede tener sólo luz o tinieblas. Todas las realidades son crepusculares, mezclando luces y sombras. Pero nuestro enfoque en esta reflexión está en las sombras, porque son las que nos causan problemas.

Voy a echar mano de algunas categorías: las sombras reprimidas, la teoría del caos destructivo y generativo, la comprensión transpersonal del karma en el diálogo entre Toynbee y el filósofo japonés Daisaku Ikeda, y los principios de thanatos y eros, asociados a la condición humana de sapiens y simultáneamente demens.

Las cuatro sombras reprimidas por la conciencia colectiva

La conciencia brasileña está dominada por cuatro sombras que nunca hasta hoy han sido reconocidas e integradas. Entiendo la categoría “sombra” en el sentido psicoanalítico de la escuela de C.G. Jung y sus discípulos, que la convirtieron en una categoría ampliamente aceptada por otras escuelas. La sombra sería los contenidos oscuros y negativos que una cultura con su consciente/inconsciente colectivo se niega a asimilar y por lo tanto reprime y se esfuerza por alejarlos de la memoria colectiva. Esa represión impide un proceso coherente y sostenido de individuación nacional.

La primera que aparece es la sombra del genocidio indígena. Según Darcy Ribeiro, habría inicialmente una población de unos 5-6 millones de indígenas con cientos de lenguas, hecho único en la historia del mundo. Fueron prácticamente diezmados. Quedan los actuales 900.000. Recordemos las masacres de Mem de Sá del 31 de mayo de 1580, que liquidó a los Tupiniquim de la Capitanía de Ilhéus. Durante un kilómetro y medio a lo largo de la playa a pocos metros de distancia unos de otros yacían cientos de cuerpos de indígenas asesinados, relatados como gloria al rey de Portugal.

Peor aún fue la guerra declarada oficialmente por D. João VI, apenas llegado a Brasil huyendo de las tropas de Napoleón, que diezmó a los Botocudos (Krenak) en el valle del Río Doce, porque pensó que eran incivilizables e incatequizables. Esta guerra oficial manchará para siempre la memoria nacional. Ailton Krenak, cuyos ancestros sobrevivieron, nos recuerda esta vergonzosa guerra oficial de un emperador despiadado, considerado bueno.

El gobierno actual, de una ignorancia supina en antropología, considera a los pueblos indígenas originales como subhumanos, que deben ser forzados a entrar en nuestros códigos culturales para ser humanos y civilizados. El descuido que ha mostrado ante sus reservas invadidas y su abandono ante la Covid-19 roza el genocidio, y es susceptible de ser llevado a la Corte Penal Internacional por crímenes contra la Humanidad.

La segunda sombra es nuestro pasado colonial. No hubo un descubrimiento de Brasil sino una invasión pura y simple, destruyendo el idilio pacífico inicial descrito por Pero Vaz de Caminha. Se produjo un encuentro profundamente desigual de civilizaciones. Pronto comenzó el proceso de ocupación y violencia debido a las riquezas de aquí. Todo proceso colonialista es violento. Implica invadir tierras, someter a los pueblos, obligarlos a hablar el idioma del invasor, incorporar sus formas de organización social y la completa sumisión deshumanizadora de los dominados. De este proceso de sumisión surgió el complejo del mestizo, pensando que sólo es bueno lo que viene de afuera o de arriba, inclinar siempre la cabeza y abandonar cualquier veleidad de autonomía y de proyecto propio.

La mentalidad de muchos de los estratos dirigentes todavía se considera en cierta forma coloniales, por mimetizar los estilos de vida y asumir los valores de sus patronos, que han ido variando a lo largo de nuestra historia. Hoy es una expresión humillante para toda la nación que el actual jefe de Estado haga un viaje especial a los Estados Unidos, salude a la bandera norteamericana y preste un rito explícito de vasallaje al presidente Donald Trump, extravagante, egocéntrico y considerado por notables analistas estadounidenses como el más estúpido de la historia política de ese país.

La tercera sombra, la más perversa de todas, es la de la esclavitud, nuestra verdadera barbarie. El escritor e historiador Laurentino Gomes, en sus dos volúmenes sobre La Esclavitud (2019/2020) nos cuenta el infierno de este proceso de inhumanidad. Brasil fue campeón de la esclavitud. Solo él importó, a partir de 1538, unos 4,9 millones de africanos que fueron esclavizados aquí. De los 36 mil viajes transatlánticos, 14.910 fueron destinados a puertos brasileños.

Estas personas esclavizadas eran tratadas como mercancía y llamadas “piezas”. Lo primero que hacía el comprador para “domesticarlos y disciplinarlos” era castigarlos, “que haya azotes, que haya cadenas y grilletes”. La historia de la esclavitud ha sido escrita por la mano blanca, presentándola como blanda, cuando en realidad fue crudelísima y se prolonga hoy en día contra la población negra, mulata (54,4% de la población) y pobre, como ha demostrado irrefutablemente Jessé Souza en La élite del atraso: de la esclavitud a Bolsonaro (2020). Una vez que la esclavitud fue abolida en 1888, no se les dio ninguna compensación, fueron dejados al dios-dará y hoy en día constituyen la mayoría de las favelas. Nunca se les reconoció la más mínima humanidad. La clase dominante transfirió a ellos su odio hacia los esclavos, se acostumbró a humillarlos, a ofenderlos hasta que perdieron su sentido de dignidad.

Esa sombra pesa enormemente en la conciencia colectiva y es la más reprimida, con la afirmación mentirosa de que aquí no hay racismo ni discriminación. En el gobierno eso ha sido desenmascarado por la violencia sistemática contra esta población, estimulada por el propio jefe de Estado que ha mantenido una política necrófila. Esta sombra por su inhumanidad inspiró a personas sensibles, como el poeta Castro Alvez. Resonarán para siempre sus versos en Vozes d’Africa:

“Oh Dios, ¿dónde estás que no respondes? ¿En qué mundo, en qué estrella te escondes / embozado en los cielos? Hace dos mil años te mandé mi grito / que en balde, desde entonces, recorre el infinito… /¿Dónde estás, Señor Dios?” . Este grito sigue siendo hoy tan lacerante como entonces.

Jessé Souza, en su obra ya mencionada, mostró de manera convincente cómo la clase dominante, para impedir cualquier avance de las mayorías marginalizadas, proyectó sobre ellas toda la carga de negatividades que acumuló frente a los esclavos, esa “massa damnata”: exclusión, discriminación y verdadero odio que nos asombra y revela niveles increíbles de deshumanización.

La cuarta sombra es la constitución de un Brasil sólo para pocos. Raymundo Faoro (Los dueños del poder) y el historiador y académico José Honório Rodrigues (Conciliação e reforma no Brasil, 1982) nos han hablado de la violencia con la que se trataba al pueblo para establecer un orden, fruto de la conciliación entre las clases opulentas, siempre con exclusión intencionada del pueblo.

José Honório Rodrigues escribe: «La mayoría dominante siempre ha sido alienada, antiprogresista, antinacional y no contemporánea. El liderazgo nunca se reconcilió con el pueblo; le negó sus derechos, destruyó sus vidas, y tan pronto como le vio crecer le negó poco a poco su aprobación, conspiró para volverlos a poner en la periferia, el lugar que cree que les pertenece» (Reconciliação e Reforma o Brasil, 1982, p.16). ¿No es eso exactamente lo que la mayoría dominante y sus aliados hicieron con Dilma Rousseff primero y después con el candidato Lula? Cambian las estrategias pero nunca sus propósitos de un Brasil sólo para ellos.

Nunca ha habido un proyecto nacional que incluyese a todos. Se proyectó siempre un Brasil para pocos. Los demás que se fastidien. Así surgió no una nación, sino que, como mostró detalladamente Luiz Gonzaga de Souza Lima en un libro que seguramente será un clásico, A Refundação do Brasil: rumo a uma civilização biocentrada (2011), fue fundada la Gran Empresa Brasil, internacionalizada desde sus inicios, en función de atender a los mercados mundiales desde ayer hasta los tiempos actuales. Así tenemos un Brasil profundamente escindido entre unos pocos ricos y las grandes mayorías pobres, uno de los países más desiguales del mundo, lo que significa, un país violento y lleno de injusticias sociales. Machado de Assis ya había observado que hay dos Brasiles, el oficial (este de pocos) y el real (de las grandes mayorías excluidas).

Una sociedad montada sobre una bifurcación, sobre una injusticia social perversa, nunca creará una cohesión interna que le permita saltar hacia formas de convivencia más civilizadas. Aquí siempre imperó un capitalismo salvaje que nunca consiguió ser civilizado. Y cuando los hijos e hijas de la pobreza pudieron acumular una fuerza política básica suficiente para alcanzar el poder central y satisfacer las demandas básicas de las poblaciones humilladas y ofendidas, pronto los descendientes de la Casa Grande y la nueva burguesía nacional se organizaron para hacer imposible este tipo de gobierno de inclusión social. Le dieron un golpe vergonzoso, parlamentario, mediático y jurídico, para así garantizar los niveles de acumulación considerados entre los más altos del mundo y mantener a los pobres en el lugar que les corresponde, en la periferia y en la marginalidad pobre y miserable.

El escritor Luiz Fernando Veríssimo en un twitter del 6 de septiembre de 2020 lo resumió bien: “El odio está en el DNA de la clase dominante brasileira, que históricamente derriba, por las armas si fuera necesario, cualquier amenaza a su dominio, sea cual sea su sigla”. Esta clase de ricos, que ni elite es porque esta supone cierto cultivo de humanidad y de cultura, sustenta al actual gobierno ultraderechista y fascistoide porque no les amenaza su forma abusiva de acumulación; por el contrario, el ministro de Hacienda, Guedes, discípulo de la escuela de Viena y de Chicago comparece como el gran demoledor de la soberanía nacional. El presidente no sabe ni entiende nada de lo que puede ser soberanía nacional.

El caos destructivo y generativo

Otra categoría que podría ayudarnos a entender mejor nuestra actual situación sombría es la del caos en su doble función destructiva y constructiva.

Todo comenzó con la observación de fenómenos aleatorios como la formación de nubes y particularmente de lo que se vino a llamar el efecto mariposa (pequeñas modificaciones iniciales, como el batir de alas de una mariposa en Brasil que puede, al final, provocar una tempestad en Nueva York debido a la interdependencia de todos los factores). Además de esto se tuvo la constatación de la creciente complejidad que hay en la raíz de la emergencia de formas de vida cada vez más altas (cf. J.Gleick, Caos: criação de uma nova ciência,1989). El universo se originó de un tremendo caos inicial, la gran explosión. La evolución se hizo y se hace para poner orden en este caos.

El sentido originario es el siguiente: el caos posee una dimensión destructiva; pone fin a un cierto tipo de orden que llegó a su clímax. Pero por detrás del caos destructivo se esconden dimensiones constructivas de un nuevo orden. Y viceversa, por detrás del orden se esconden dimensiones de caos de tal forma que la realidad es dinámica y fluctuante siempre en busca de un equilibrio. Ilya Progrine (1917-2993), premio Nobel de Química en 1977, estudió particularmente las condiciones que permiten la emergencia de la vida. Según este gran científico, siempre que existe un sistema abierto, siempre que hay una situación de caos (lejos del equilibrio) y hay una no-linealidad de los factores, la conectividad entre las partes genera un nuevo orden (cf. Order out of Chaos,1984). En este contexto irrumpió la vida como un imperativo cósmico.

Innegablemente en Brasil estamos viviendo una situación de gravísimo caos. En el contexto de la Covid-19 que está destruyendo casi 200 mil vidas, tenemos un Presidente totalmente inoperante y sin preocupación con el destino cruel de su pueblo, un negacionista con una estupidez y arrogancia propias de personas autoritarias con señales de insania mental. Un jefe de Estado debe ser una persona de síntesis (sim-bólico) y no de división (dia-bólico) y vivir personalmente las virtudes éticas y cívicas que quiere ver en los ciudadanos. Este hace exactamente lo contrario, incentiva odios, miente descaradamente y pierde totalmente el sentido de la dignidad del cargo que ocupa.

Las autoridades que tienen poder, como el Congreso Nacional, el MPF, el STF y otras, se revelan negligentes, asistiendo inertes e irresponsables al genocidio que está ocurriendo. Creo que la historia será implacable con las omisiones de estas autoridades que muestran tanto desinterés con el destino de millones de familias que lloran a sus muertos. El presidente actual cometió tantos actos de grave irresponsabilidad que merecería jurídica y éticamente un impeachment o una pura y simple destitución por un acuerdo de líderes apoyados por multitudes en las calles.

Nos consuela el hecho de que dentro de ese caos humanitario hay un orden más alto y mejor. ¿Quién va a desentrañarlo y hacer que se supere el caos?

Necesitamos conformar un frente amplio de fuerza progresistas y opuestas a las privatizaciones y a la neocolonización del país para desentrañar el nuevo orden, oculto en el caos actual, que quiere nacer. Tenemos que hacer ese parto aunque sea doloroso. En caso contrario, continuaremos siendo rehenes y víctimas de aquellos que siempre han pensado corporativamente sólo en sí, de espaldas y, como ahora, contra el pueblo.

La interpretación occidental del Karma transpersonal

Finalmente voy a valerme de una categoría oriunda del Oriente, que releída a la luz de las nuevas ciencias de la Tierra y de la vida nos puede aportar elementos esclarecedores. Se trata de la categoría del Karma, objeto de un largo diálogo de tres días entre el historiador Arnold Toynbee y el filósofo japonés Daisaku Ikeda (cf. Elige la vida, Emecé. Buenos Aires, 2005).

Karma es un término sánscrito que originalmente significa fuerza y movimiento, concentrado en la palabra “acción” que provoca su correspondiente “re-acción”. Una interpretación transpersonal parece importante, porque, como ya dije antes, en Occidente no disponemos de categorías conceptuales que expliquen un sentido de devenir histórico de toda una comunidad y de sus instituciones en sus dimensiones positivas y negativas.

Cada persona está marcada por las acciones que ha practicado en vida. Esta acción no está restringida a la persona sino que connota a todo su ambiente. Es una especie de cuenta corriente ética cuyo saldo cambia constantemente según las buenas o malas acciones realizadas, es decir, los “créditos y débitos”. Incluso después de la muerte, la persona, en la creencia budista, lleva esta cuenta en los renacimientos que pueda tener, hasta conseguir que la cuenta negativa se ponga a cero.

El gran historiador y pensador Toynbee da otra versión, en el marco del paradigma occidental, que me parece esclarecedora y nos ayuda a entender un poco también nuestra historia. La historia se compone de redes relacionales en las que se insertacada persona, ligada a las que le precedieron y con las que están presentes. Hay un funcionamiento kármico en la historia de un pueblo y sus instituciones según los niveles de bondad y justicia o de maldad e injusticia que han producido a lo largo del tiempo. Así reflexionó Toynbee.

Esto sería una especie de campo mórfico que permanecería impregnando todo. La hipótesis de muchos renacimientos no es necesaria, como presupone la tradición oriental, porque la red de vínculos garantiza la continuidad del destino de un pueblo (p. 384). Las realidades kármicas impregnan las instituciones, los paisajes, configuran a las personas y dejan sus huellas en la cultura de un pueblo. Esta fuerza kármica actúa en los procesos socio-históricos, marcando los eventos benéficos o maléficos. C.G. Jung en su psicología arquetípica había notado de alguna manera este hecho.

Apliquemos esta ley kármica a nuestra situación bajo la nefasta regencia de Bolsonaro. No será difícil reconocer que tenemos un karma muy pesado, a gran escala, derivado del genocidio indígena, de la sobreexplotación de la fuerza del trabajo esclavo, de la colonización depredadora, de las injusticias perpetradas contra gran parte de la población, negra, mestiza y pobre a causa de la burguesía adinerada e insensible, arrojada en la periferia, con familias destruidas y erosionadas por el hambre y las enfermedades.

Tanto Toynbee como Ikeda concuerdan en esto: la sociedad moderna (nosotros incluidos) sólo puede ser curada de su carga kármica a través de una revolución espiritual en el corazón y en la mente (p. 159), en la línea de la justicia compensatoria y de políticas sanadoras con instituciones justas, como viene pregonando insistentemente el Papa Francisco en sus encíclicas sociales y ecológicas, Laudato Si y Fratelli tutti. Sin esta justicia mínima la carga kármica no se deshará.

Pero ella sola no es suficiente. Es necesario el amor, la solidaridad y una compasión universal, especialmente con las víctimas. Es la propuesta central y paradigmática de la Fratelli tutti del Papa Francisco. El amor será el motor más eficaz porque, en el fondo, él “es la última realidad” (p. 387). Una sociedad incapaz de amar efectivamente y de ser menos malvada, jamás deconstruirá una historia tan marcada por el karma negativo e inhumano, realizado extrañamente dentro de una cultura acuñada por el cristianismo, día a día traicionado. Este es el desafío que la actual crisis sistémica nos suscita.

No predicaron otra cosa los maestros de la humanidad, como Jesús, Buda, Isaías, San Francisco, el Dalai Lama, Gandhi, Luther King Jr y el Papa Francisco. Sólo el karma del bien redime la realidad de la fuerza kármica del mal. Y si Brasil no hace esta reversión kármica permanecerá de crisis en crisis, destruyendo su propio futuro como lo está haciendo, entre mentiras, fake news, ironía y burla del necrófilo e insano presidente de este país.

La función iluminadora de los principios thanatos y demens

Estas son expresiones bien conocidas en Occidente y no se necesita mayor explicación. Vale la pena recordar que estos son principios y no simplemente dimensiones accidentales. El principio es lo que hace que todos los seres lo sean, o sin los cuales los seres no irrumpen en la realidad. Así es como Sigmund Freud desarrolló el principio del thanatos que acompaña al de eros que conviven en todo ser humano. El thanatos emerge como esa pulsión que lleva a la violencia, la destrucción y, al final, a la muerte. Tenemos lo Negativo en la condición humana al lado de lo Positivo y lo Luminoso, estos creemos que finalmente triunfarán.

El intercambio de cartas entre Freud y Einstein desde 1932 sobre la posibilidad de superar la violencia y la guerra es bien conocido. Freud respondió que es imposible superar directamente el thánatos, solo reforzando el principio del eros a través de lazos emocionales y el trabajo humanizador de la cultura. (cf. Obras completas III: 3, 215). Pero termina con una frase desoladora: “hambrientos pensamos en el molino que muele tan lentamente que podemos morir de hambre antes de recibir la harina”.

Ambos principios para Freud tienen algo eterno y deja en abierto qué principio escribirá la última página de la vida. Pero el principio del thanatos puede a veces en la historia impregnar a todo un pueblo e inundar la conciencia de sus líderes produciendo tragedias político-sociales.

Estos comportamientos muestran igualmente el principio demens presente junto con el sapiens en el ser humano. Vivimos en una civilización globalizada que está bajo el dominio de lo demens. Basta recordar los 200 millones de muertos en las guerras de los dos últimos siglos y el principio de autodestrucción ya montado con armas nucleares, químicas y biológicas, capaces de acabar con la vida humana y con nuestra civilización, armas que la Covid-19 ha evidenciado como bastante ridículas.

Este principio de demencia se muestra claramente en los asesinatos intencionados de negros, pobres, personas con otra opción sexual y en un feminicidio perverso. Todo ello respaldado por un presidente con claros síntomas de psicopatía, tolerado vergonzosamente por aquellas autoridades que podrían y deberían denunciarlo por delitos de responsabilidad social, hacerlo dimitir o someterlo democráticamente a un impeachment jurídico. Quizás ellos mismos ya estén infectados con el virus de lo demens, lo que explicaría su indulgencia y omisión culposa.

Conclusión: lo oculto y lo reprimido salieron de los sótanos y se encendió una luz

El sentido de nuestra disquisición tiene este significado: todo lo que estaba escondido y reprimido en nuestra sociedad ha salido de los sótanos donde ha estado escondido durante siglos en el vano intento de negarlo o de hacerlo socialmente aceptable, incluso de pintarlo color de rosa, como también lo hacen varios ministros indignos que ven incluso ganancia en la esclavitud y el estado colonial. Pero basta un poco de luz para deshacer esta densa oscuridad. Ahora se ha vuelto visible y luminosa. Ya no hay forma de ocultarla.

Somos una sociedad contradictoria donde encontramos, al mismo tiempo, brillantez en la ciencia, en la literatura, en las artes visuales, en la música y en la riquísima cultura popular, hecha generalmente a contracorriente pesar de toda la opresión, y en tantos otros campos. Al mismo tiempo, somos una sociedad que ha internalizado al opresor, se ha hecho eco de la voz de los dueños, conservadora y hasta atrasada en comparación con países similares al nuestro. En cierto sentido somos crueles y despiadados con nuestros semejantes afectados por las maldades perpetradas por los estratos ultrarricos, sin ningún sentido de compasión por los millones que caen en el camino sin que ningún samaritano se compadezca de ellos. Pasan sin verlos y lo que es peor, despreciándolos, como si no fueran de la misma nación o de la misma familia humana.

Y todavía se confiesan cristianos sin tener nada que ver con el mensaje del Maestro de Nazaret. Los ateos éticos y humanitarios están más cerca del Dios de Jesús, de la ternura del humilde y defensor de los humillados y ofendidos, que estos cristianos meramente culturales que usan el nombre de Dios para defender sus nefastas políticas individualistas o corporativas, de un Brasil sólo para ellos. Están lejos de Dios por negar a los hijos e hijas de Dios, llamados por el Juez Supremo “mis hermanos y hermanas menores” en quienes el mismo Jesús se esconde.

Hay mucha verdad en lo que escribió la filósofa Marilena Chaui: «La sociedad brasileña es una sociedad autoritaria, una sociedad violenta, tiene una economía depredadora de los recursos humanos y naturales, convive naturalmente con la injusticia, la desigualdad y la ausencia de libertad y con los índices espantosos de las diversas formas institucionales -formales e informales- de exterminio físico y psíquico y de exclusión social y cultural” (500 años. Cultura y política en Brasil, nº 38 p. 32-33). El idílico sueño de Darcy Ribeiro de que Brasil se convierta en la Roma tardía y tropical se desvanece en las “densas sombras”, como dice el Papa Francisco en Fratelli tutti (cap. I). Celso Furtado, entristecido, al final de su vida escribió todo un libro: Brasil: la construcción interrumpida (1993).

Todas estas nubes oscuras se han condensado en los últimos años y han conseguido sus sacerdotes y acólitos que las asumen conscientemente, queriendo llevar a Brasil a tiempos premodernos. Si por lo menos lo llevasen a la Edad Media, que tuvo su grandeza desde las majestuosas catedrales hasta las grandes sumas teológicas. El Brasil de este proyecto atrasado e irrealizable se ha convertido en una farsa grotesca y en irrisión internacional.

El conjunto de estas vastas sombras y el dominio de lo Negativo se ha vuelto más denso en la figura del actual jefe de Estado y el gobierno asociado a su proyecto. Es la consecuencia de esta antihistoria y su encarnación más perversa. Representa lo peor que ha pasado en nuestra historia y conscientemente o inconscientemente intenta llevarla a su término final. Pero no lo logrará porque en la historia los mecanismos de la muerte y el odio nunca han logrado realizar su propósito; ni siquiera Hitler con todo su poder militar y científico consiguió sentar las bases de un Reino de Mil Años como soñaba.

Los procesos históricos no son ciegos y sin rumbo. Guardan un Logos secreto que marca el camino de las cosas en consonancia con el proceso de la cosmogénesis y genera, a partir del caos, órdenes superiores con nuevas posibilidades y horizontes insospechados. ¿Cuál será nuestro lugar, como pueblo y como nación, en todos estos procesos? Ellos marcan la dirección, pero todos tenemos que recorrerla y construirla. No nos es permitido pisar perezosamente sobre las huellas ya hechas; tenemos que imprimir nuestras huellas. Tampoco podemos llegar demasiado tarde, porque esta vez el camino no tiene vuelta.

Ojalá estemos atentos a lo que la historia nos exigirá, a pesar del reaccionarismo y protofascismo de Bolsonaro y sus seguidores. Como dijo una vez Platón, “todas las grandes cosas surgen del caos”. Las nuestras pueden tener el mismo origen.

Fuente de la Información: https://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=1012
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La Navidad de Jesús y nuestra Navidad bajo la COVID-19

La Navidad de Jesús y nuestra Navidad bajo la COVID-19

Leonardo Boff

La Navidad del año 2020 tal vez sea la más parecida al verdadero nacimiento de Jesús bajo el emperador romano César Augusto.

Este emperador había mandado hacer un censo de todo el imperio. La intención no era sólo, como entre nosotros, contabilizar cuantos habitantes había. Era esto, pero con el propósito de cobrar un impuesto a cada habitante, que sumado al de todas las provincias se destinaba a mantener encendida la pira de fuego permanentemente y a sustentar los sacrificios de animales al emperador, que se presentaba y así era venerado, como dios. Tal imposición a todos los habitantes del imperio provocó revueltas entre los judíos.

Este hecho fue usado más tarde por los fariseos para tender una trampa Jesús: ¿debía pagar o no el impuesto al César? No se trataba del impuesto común, sino de aquel que cada persona del imperio debía pagar para alimentar los sacrificios al emperador-dios.

Para los judíos esto significaba un escándalo pues adoraban a un único Dios, Yavé; ¿cómo iban a poder pagar un impuesto para venerar a un falso dios, el emperador de Roma? Jesús se dio cuenta de la celada. Si aceptaba pagar el impuesto sería cómplice de adoración a un dios humano y falso, el emperador. Si se negaba, se indispondría con las autoridades imperiales al negarse a pagar el tributo en homenaje al emperador-dios.

Jesús dio una respuesta sabia: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En otras palabras, dad al César –un hombre mortal y un falso dios– lo que es de César: el impuesto para los sacrificios; y a Dios –el único verdadero– lo que es de Dios: la adoración. No se trata de la separación entre la Iglesia y el Estado, como comúnmente se interpreta. La cuestión es otra: ¿cuál es el Dios verdadero? Denle a él lo que le corresponde, la adoración. Y al Cesar, el falso dios, lo que es del César: la moneda del impuesto. No mezclen a dios con Dios.

Pero volvamos al tema: La Navidad de 2020 se asemeja a la navidad de Jesús, como nunca antes en la historia. La familia de José y María encinta, es hija de la pobreza como la mayoría de nuestro pueblo. Las hospederías estaban llenas, como aquí los hospitales están llenos de gente contaminada por el virus. Como pobres, José y María tal vez no eran capaces de pagar los gastos, así como entre nosotros quien no es atendido por el SUS (Sistema Único de Saúde) no tiene cómo pagar los costes de un hospital particular. María estaba a punto de dar a luz. A la pareja no le quedó otra solución que refugiarse en un establo de animales, como hacen hoy tantos pobres que no tienen dónde dormir y se acuestan bajo las marquesinas o en un rincón de cualquier ciudad. Jesús nació fuera de la comunidad humana, entre animales, como tantos de nuestros hermanos y hermanas menores nacen en las periferias de las ciudades, fuera de los hospitales, en sus pobres casas.

Después de su nacimiento, el Niño fue amenazado muy pronto de muerte. Un genocida, el rey Herodes, mandó matar a todos los niños menores de dos años. ¿Cuántos niños en nuestro contexto son muertos por los nuevos Herodes vestidos de policías que matan a niños sentados a la puerta de sus casas? El llanto de las madres es el eco del llanto de Raquel en uno de los textos más conmovedores de todas las Escrituras: “En la Baixada (en Ramá) se oyó una voz, mucho llanto y muchos gemidos: es la madre llora a sus hijos muertos y no quiere ser consolada porque los perdió para siempre” (cf.Mt 2,18).

Por temor a ser descubierto y muerto, José tomó a María y al niño, atravesaron el desierto y se refugiaron en Egipto. Cuántos hoy, bajo amenaza de muerte por las guerras y por el hambre, tratan de entrar en Europa y en Estados Unidos. Muchos mueren ahogados, la mayoría es rechazada, como en la catoliquísima Polonia, y son discriminados; se llega a arrancar a los niños de sus padres, y se los encierra en jaulas, como pequeños animales. ¿Quién les enjugará las lágrimas? ¿Quién les quitará la saudade de sus padres queridos? Nuestra cultura se muestra cruel con los inocentes y con los inmigrantes forzados.

Después que murió el genocida Herodes, José tomó a María y al Niño y fueron a esconderse en un pueblecito, Nazaret, tan insignificante que ni siquiera consta en la Biblia. Allí el Niño “crecía y se fortalecía lleno de sabiduría” (Lc 2,40). Aprendió la profesión del padre, José, un fac-totum constructor de tejados y cosas de la casa, un carpintero. Era también un campesino que trabajaba el campo y aprendía a observar la naturaleza. Allí estuvo escondido hasta cumplir treinta años, cuando sintió el impulso de salir de casa y empezar la predicación de una revolución absoluta: “El tiempo de espera acabó. El gran cambio (Reino) está llegando. Cambien de vida y crean en la buena noticia” (cf.Mc 1,14): una transformación total de todas las relaciones entre los humanos y con la propia naturaleza.

Conocemos su fin trágico. Pasó por el mundo haciendo el bien (Mc 7,37; Hechos 10,39), curando a unos, devolviendo la vista a los ciegos, dando de comer a las multitudes y compadeciéndose siempre del pueblo pobre y sin rumbo en la vida. Los religiosos, confabulados con los políticos, lo prendieron, lo torturaron y lo asesinaron, crucificándolo.

Salgamos de estas “densas sombras” como dice el Papa Francisco en la Fratelli tutti. Volvamos la mirada clara al nacimiento de Jesús. Él nos muestra la forma como Dios quiso entrar en nuestra historia: anónimo y escondido. La presencia de Jesús no apareció en la crónica de Jerusalén ni mucho menos en la de Roma. Debemos aceptar esta forma escogida por Dios. Se realizó la lógica inversa a la nuestra: “todo niño quiere ser hombre; todo hombre quiere ser grande; todo grande quiere ser rey. Solo Dios quiso ser niño”. Y así sucedió.

Aquí resuenan los bellos versos del poeta portugués Fernando Pessoa:

 

Él es el Eterno Niño, el Dios que faltaba.
Él es tan humano que es natural,
Él es lo divino que ríe y juega.
Es un niño tan humano que es divino

Tales pensamientos traen a mi memoria a una persona de excepcional calidad espiritual. Fue ateo, marxista, de la Legión Extranjera. De repente sintió una conmoción profunda y se convirtió. Escogió el camino de Jesús, en medio de los pobres. Se hizo Hermanito de Jesús. Llegó a una profunda intimidad con Dios y lo llamaba siempre “el Amigo”. Vivía la fe según el código de la encarnación y decía: “Si Dios se hizo gente en Jesús, gente como nosotros, entonces hacía pipí… lloriqueaba pidiendo el pecho, hacía pucheros si tenía el pañal mojado”… Al principio le habría gustado más María, y después, crecidito, más José, cosa que los psicólogos explican en el proceso de la realización humana.

Fue creciendo como nuestros niños, observaba a las hormigas, tiraba piedras a los burros y, travieso, levantaba el vestidito a las niñas para molestarles, como imaginó irreverentemente Fernando Pessoa en su bello poema sobre Jesús Niño.

Ese hombre, amigo del Amigo, “imaginaba a María acunando a Jesús para que durmiera porque de tanto jugar fuera se excitaba mucho y le costaba cerrar los ojos; lavaba los pañales en el balde; cocinaba la papa para el Niño y comidas más fuertes para el trabajador, el buen José”.

Ese hombre espiritual italiano que vivió, muchas veces amenazado de muerte, en tantos países de América Latina y varios años en Brasil, Arturo Paoli, se alegraba interiormente con tales cavilaciones, porque las sentía y vivía como conmoción del corazón, de pura espiritualidad. Y lloraba con frecuencia de alegría interior. Era amigo del Papa que lo mandó a buscar con un coche a su pequeña ciudad a unos 70 km de Roma para pasar la tarde juntos y hablar de la liberación de los pobres y de la misericordia divina. Murió a los 103 años como un sabio y un santo.

No olvidemos el mensaje principal de Navidad: Dios está entre nosotros, asumiendo nuestra condition humaine, alegre y triste. Es un niño quien nos va a juzgar, no un juez severo. Y este niño sólo quiere jugar con nosotros y no rechazarnos nunca. Finalmente, el sentido más profundo de la Navidad es éste: nuestra humanidad, un día asumida por el Verbo de la vida, pertenece a Dios. Y Dios, por malos que seamos, sabe que venimos del polvo, y tiene con nosotros una misericordia infinita. Él nunca puede perder, ni va a permitir, que un hijo o una hija suya se pierdan. Así que a pesar de la Covid-19 podemos vivir una discreta alegría en la celebración familiar. Que la Navidad nos dé un poco de felicidad y mantenga en nosotros la esperanza del triunfo de la vida sobre la Covid-19.

Fuente de la Información: https://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=1011

 

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Lo cotidiano, la fantasía, el carisma

Por: Leonardo Boff

Nosotros venimos del útero común de donde vinieron todas las cosas, de la Energía de Fondo, de aquel océano sin orillas, del big bang, del bosón de Higgs que originó el topquark, el ladrillo material más primordial del edificio cósmico, pasando por todas las fases de la evolución hasta llegar al computador actual y la inteligencia artificial. Y somos hijos e hijas de la Tierra, o mejor, somos la Tierra que anda y danza, que tiembla de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y adora al Ser que hace ser a todos los seres.

Todas estas cosas estuvieron primero en el Universo, se condensaron en nuestra galaxia, adquirieron forma en nuestro sistema solar e irrumpieron concretas en nuestra Tierra, gran madre, generadora de vida.

El principio cosmogénico, es decir, aquellas energías directoras que conducen llenas de propósito todo el proceso evolutivo, obedecen a la dinámica siguiente, tan bien estudiada por Ilya Prigogine y Edgar Morin: orden, desorden, relación, nuevo orden, nuevo desorden, nuevamente relación, y así siempre de nuevo.

Mediante esa lógica se crean siempre más complejidades y diferenciaciones; en la misma proporción se van creando interioridad y subjetividad en todos los seres hasta alcanzar su expresión lúcida y consciente en la mente humana. Sólo puede estar en nosotros lo que estaba antes en el universo, aun en gestación.

Simultáneamente y también en la misma proporción se va gestando el tejido de relaciones, de intercambios y de interdependencias de todos con todos (tesis básica de la física cuántica de Bohr/Heisenberg) que funciona como un ritornello en las encíclicas del Papa Francisco Laudato Si’ (2015) y Fratelli tutti (2020). Todo está relacionado con todo, en todos los momentos, y en todas las situaciones. Diferenciación/interioridad/relación es la trinidad cósmica que preside el funcionamiento del Universo. Lo normal del Universo no es la permanencia sino el cambio.

Como fruto del tejido de relaciones, reciprocidades y simbiosis existentes en todo, en la Tierra y en nosotros mismos, emerge un nuevo orden que, a su vez, va a seguir la misma trayectoria de desorden, relación y nuevo orden. Mientras estemos vivos estamos siempre en una situación de no-equilibrio en búsqueda continua de adaptaciones que generen un nuevo equilibrio. Cuanto más nos acerquemos al equilibrio total, más próximos estamos de la muerte. La muerte es la fijación del equilibrio y el fin del proceso cosmogénico. O su paso hacia otro tipo de nivel, que demanda un nuevo tipo de reflexión.

¿Cómo se manifiesta esta estructura concretamente en nuestra vida? Primeramente, en lo cotidiano y en lo prosaico. Cada cual los vive a su manera, que comienza con el aseo personal, cómo se viste, cómo toma su café, cómo echa una ojeada al periódico o escucha las primeras noticias por la tv o por la radio, cómo busca su felicidad y cómo se enfrenta a la tarea de la vida mediante el trabajo.

Lo cotidiano es rutinario, gris y con escasas novedades. La mayor parte de la humanidad vive restringida a lo cotidiano, con el anonimato que implica. Algunos son conocidos por primera vez cuando mueren, pues el anuncio puede aparecer en el periódico, si aparece. Es la trayectoria normal de las personas.

Pero los seres humanos también están habitados por la imaginación, llamada por algunos “la loca de la casa”. Ella rompe las barreras de lo cotidiano, permite lo poético y da saltos. La imaginación es por esencia inventiva; es el reino de las probabilidades y posibilidades, de por sí infinitas. Imaginamos nueva vida, nueva casa, nuevo trabajo, nuevos placeres, nuevas relaciones, nuevo amor.

Es de la sabiduría de cada uno articular lo cotidiano con lo imaginario y construir cierto equilibrio en la vida. Si alguien se entrega sólo a lo imaginario, puede estar haciendo un viaje, volar como un águila por las nubes olvidado de la Tierra y, en el límite, puede acabar en una clínica psiquiátrica.

Puede también sepultarse en la rutina de lo cotidiano y de lo prosaico, quedando como una gallina, ciscando o con vuelo rastrero. Entonces se muestra pesado, poco interesante y aburrido.

Cuando alguien, sin embargo, sabe abrirse al dinamismo de lo imaginario y a las oportunidades escondidas en lo cotidiano, vivificándolo con un toque de lo imaginario, su vida se hace una construcción continua y se vuelve una jornada interesante. El efecto pronto se hace notar: empieza sin darse cuenta a irradiar una rara energía interior. De él sale una fuerza misteriosa que se comunica a los otros.

A esta fuerza la llamamos «carisma». Ella es la energía cósmica que vitaliza y rejuvenece todo, la fuerza que hace atraer a las personas y fascinar a los espíritus.

¿Quiénes son carismáticos? Todos. A nadie le es negada la fuerza cosmogénica que mueve, en palabras de Dante, el cielo y todas las estrellas. Por eso la vida de cada uno está llamada a brillar y no a permanecer apagada. Cada cual es desafiado a despertar el carisma escondido en él o en ella.

Pero hay carismáticos y carismáticos. Hay alguno en los cuales esta fuerza de irradiación implosiona y explosiona. Es como una luz en la noche oscura. Puede ser débil pero basta para mostrar el camino.

Se puede hacer desfilar a todos los obispos y cardenales ante los fieles reunidos en un salón, puede haber figuras notables en varios campos de la vida, la mirada de todos se fija en Dom Hélder Câmara. Porque él es carismático. La figura es minúscula. Parece el siervo sufriente sin belleza ni ornamento, pero de él sale una fuerza de ternura unida al vigor que se impone a todos.

Muchos pueden hablar y hay buenos oradores que atraen la atención. Pero dejen hablar a dom Hélder. Su voz empieza bajito, pero de repente es tomado por una fuerza mayor que él. Hay tanta energía y tanto convencimiento que las personas quedan boquiabiertas. Él, pequeño, frágil y débil, parece un gigante.

Algo parecido pasa con Lula. Déjenlo subir al estrado delante de las multitudes. Empieza hablando bajo, asume un tono narrativo, va buscando la mejor vía para la comunicación. Y lentamente adquiere fuerza, las conexiones sorprendentes irrumpen, la argumentación adquiere su ensamblaje seguro, el volumen de su voz sube, sus ojos se incendian, los gestos ondulan su discurso, en un momento todo su cuerpo es comunicación y comunión con la multitud, que de barullenta pasa a silenciosa y en un momento culminante irrumpe en gritos y aplausos de aprobación.

Es el carisma haciendo su adviento en el político Luiz Inácio Lula da Silva, el emigrante nordestino, el líder sindical, el fundador del Partido de los Trabajadores, el presidente que insertó a millones de personas en la sociedad e hizo que muchos que estuvieron siempre excluidos desde hace 500 años, sintiesen el gusto de ser considerados gente. Las oligarquías jamás admitieron, ni ayer ni hoy, que alguien del piso de abajo subiera al piso de arriba. Hicieron de todo, hasta, con razones ridículas, meterlo en la cárcel durante más de 500 días. El carisma le dio fuerzas para soportar todo y salir más fuerte de lo que entró. No se apaga una estrella que surgió un día.

No sin razón, Max Weber, el gran estudioso del carisma, lo llamó estado naciente. El carisma está siempre en estado de nacimiento y suscita energía en las personas que lo rodean. La función del carismático es la de ser partero del carisma presente en las personas. Su misión no es dominarlas con su brillo, ni seducirlas para que lo sigan ciegamente, sino despertarlas del letargo de lo cotidiano y descubrir la fuerza creadora de la fantasía. Y, despiertas, percibir que lo cotidiano en su trivialidad guarda secretos, novedades, energías ocultas que siempre pueden despertar y conferir un renovado sentido y brillo a la vida, a nuestro corto paso por este planeta.

Somos todo eso: seres complejos y contradictorios, históricos y utópicos, prosaicos y poéticos, en fin, una expresión de la Energía Creadora (Bergson) que en nosotros se hace consciente, hasta el punto de identificar a Aquel Ser que subyace a todas las cosas y que sustenta al universo entero y a nosotros mismos.

Fuente:  http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=1010

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Maradona, metáfora de la condición humana trágica

Por: Leonardo Boff

ale la pena recordar: jugaba con pies agilísimos y con una cabeza que marcaba goles geniales. Pero su cabeza también pensaba, y definía en qué lado se colocaba en el espectro social: en el lado de los oprimidos, simbolizados por Fidel Castro, y por Lula. Y lo hacía saber, públicamente.

¿Qué es el ser humano? Por más que las ciencias traten de definir al ser humano, éste continúa siendo siempre una cuestión abierta. San Agustín (354-430) que se preocupó desesperadamente durante toda su vida por encontrar una respuesta, terminó diciendo sólo: mihi magna factus sum quaestio: “me he convertido en un gran problema para mí mismo”. Y se calló.

 A veces no son las ciencias ni las religiones quienes nos proporcionan la mejor imagen (en vez de una definición), sino los literatos. La mejor fórmula para mí la encontré en Antoine de Saint Exupéry, el autor de El Principito, en su novela La Ciudadela. En ella entiende al ser humano como un nœud de relations, “un nudo de relaciones en todas las direcciones”. Va más allá de la sexta tesis de Marx sobre Feuerbach al definir: “esencia humana es el conjunto de sus relaciones sociales”. Ésta visión es reduccionista: el ser humano es el conjunto de sus relaciones totales y en todas las direcciones, no sólo sociales. Tiene también sentido decir que “es un proyecto infinito, siempre en busca de su objeto adecuado, nunca encontrable en el ámbito en que vive”, lo que le lleva a trascender este mundo.

Aparte de esta búsqueda sin fin, cabe seguramente decir que es un ser complejo, la conjunción de dos dimensiones que en él siempre se dan conjuntamente: lo positivo y lo negativo, lo luminoso y oscuro, lo inteligente (sapiens) y lo demente (demens), lo afortunado y lo trágico, la pulsión de vida (eros) y la pulsión de muerte (thánatos), lo utópico y lo histórico, la realización y la frustración, la derrota y la victoria, la gentileza y la grosería, la cordialidad y la rudeza, lo poético y lo prosaico, lo dia-bólico (que divide) y lo sim-bólico (que une), el equilibrio y el exceso, el caos y el cosmos, el águila y la gallina. Esta dualidad no es un defecto de creación. Es la condición humana real. Esta misma estructura se encuentra en el cosmos (orden y desorden) y en cada ser vivo e inerte (autónomo e integrado). Se trata de una constante universal.

El reto para cada ser humano no es negar una de las partes –lo que sería imposible y resultaría incluso peor–, sino cómo integrar esta dualidad, cómo encontrar un justo equilibrio dinámico –siempre sin terminar–, de forma que pueda construir su identidad, su proyecto de vida, y buscar la felicidad posible a los hijos e hijas de Adán y Eva.

Ocurre sin embargo que en la vida humana existe lo trágico, tan plásticamente representado por los teatros griegos. El exceso, lo demencial y lo diá-bólico (lo que escinde) puede apoderarse de la persona, inundar su conciencia y hacerla esclava de la dimensión de lo oscuro.

El arquetipo del héroe/heroína puede ayudarnos a entender ese drama. No me refiero al héroe/heroína de las sagas de guerra y de las novelas, sino en el sentido del psicoanálisis moderno. Cada persona puede ser héroe/heroína según como trabaje esta dualidad, consiga integrarla y realizar su proceso de individuación. Hay varios tipos de héroes/heroínas: el resistente, el peregrino, el luchador, el mártir… y otros.

Escribo todo esto a propósito de la figura del genial jugador argentino de fútbol Diego Maradona. Verlo en el campo era un espectáculo por sí sólo. Driblaba con una inteligencia sumamente creativa y un sentido único de la oportunidad. Pequeño, 1’65 de altura, robusto, y con una velocidad increíble. Toda comparación es odiosa, pues cada uno es único e irrepetible, pero Maradona sobresale sobre cualquier jugador todavía en activo. Será una referencia mundial imperecedera.

Pero de pronto irrumpió la tragedia: fue enganchado por la dependencia química, de la cual nunca se liberó totalmente. Era tan humano que no escondía su dependencia. “Vete a saber qué jugador hubiese sido si no hubiese usado drogas”, se preguntaba con humor. “Tengo 53 años, pero es como si tuviese 78. Mi vida no fue normal, digamos”. ¿53 años? Yo he vivido ya 80.” Maradona ha fallecido a los 60. Ha sido un héroe resistente (del aguante), tragado por el lado de lo oscuro y del exceso.

Vale la pena recordar: jugaba con pies agilísimos y con una cabeza que marcaba goles geniales. Pero su cabeza también pensaba, y definía en qué lado se colocaba en el espectro social: en el lado de los oprimidos, simbolizados por Fidel Castro, y por Lula. Y lo hacía saber, públicamente.

El pueblo argentino, tan sufrido por problemas políticos internos, lo elevó al punto más alto de exaltación, hasta el espacio de lo numinoso, hasta llamarlo “dios”. Le faltaban palabras para admirar a su “Pibe”, “el divino infante”. Hay que entender correctamente tal exaltación, que ocurre siempre que el entusiasmo supera todos los límites y encuentra en las palabras de lo Numinoso y de lo Religioso o Sagrado su mejor expresión.

Me uno al entusiasmo por su arte y me solidarizo con tanto pueblo argentino en lágrimas, que con Maradona sacaba fuerzas para superar dificultades y mantener la alegría de vivir. Unió en sí lo humano y lo inhumano, como nos recuerda Nietzsche, pues ambos, lo humano y lo excesivamente humano, pertenecen a lo humano: luminoso y oscuro, genial y trágico, héroe a pesar de vencido.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/maradona-metafora-de-la-condicion-humana-tragica-8889175.html

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Brasil: Lamento de cautiverio y de liberación: día de la Conciencia Negra

Lamento de cautiverio y de liberación: día de la Conciencia Negra

Leonardo Boff

El 20 de noviembre de 2020, día en que hemos celebrado el día de la Conciencia Negra, jornada de reflexión contra el racismo y de reconocimiento de la dignidad de la población negra en Brasil (más de la mitad), fue cobardemente asesinado, a golpes, y sofocado hasta la muerte, el negro João Alberto Freitas, de 40 años, por dos vigilantes de seguridad y un policía, en un Carrefour de Porto Alegre. Las escenas muestran una increíble brutalidad y cobardía y revelan todo el racismo presente en sectores de la sociedad y cuán inhumanos y crueles podemos ser.

En homenaje a João Alberto Freitas, vuelvo a publicar un texto que escribí tiempo atrás, pero que guarda permanente actualidad. 

La Pasión de Cristo continúa siglo tras siglo en el cuerpo de los crucificados. Jesús agonizará hasta el fin del mundo, mientras uno solo de su hermanas y hermanos esté pendiendo todavía de alguna cruz, a semejanza de los bodhisatwas budistas (los iluminados) que se detienen en el umbral del Nirvana para retornar al mundo del dolor –samsara– en solidaridad con quienes sufren, personas, animales y plantas. Con esta convicción, la Iglesia Católica, en la liturgia de Viernes Santo, pone en la boca de Cristo estas palabras conmovedoras:

“Pueblo mío, mi pueblo elegido ¿en qué te entristecí? Dime. ¿Qué más podría haber hecho por ti? ¿en qué te falté? Yo te hice salir de Egipto y te alimenté con maná. Te preparé una tierra hermosa; tú, la cruz para tu rey”.

Al celebrar la abolición de la esclavitud el 13 de mayo de 1888, nos damos cuenta de que aún no se ha completado. La pasión de Cristo continúa en la pasión del pueblo negro. Falta la segunda abolición, la de la miseria y el hambre. Se oyen todavía los lamentos de cautiverio y de liberación venidos de las senzalas, hoy de las favelas alrededor de nuestras ciudades. La población negra todavía nos habla en forma de lamento:

“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice yo, en que te entristecí? ¡Respóndeme!

Yo te inspiré la música cargada de banzo y el ritmo contagioso. Te enseñe cómo usar el bumbo, la cuica y el atabaque. Fui yo quien te dio el rock y la ginga de la samba. Y tú tomaste lo que era mío, te hiciste nombre y renombre, acumulaste dinero con tus composiciones y nada me devolviste.

Yo bajé de los cerros y te mostré un mundo de sueños, de una fraternidad sin barreras. Creé mil fantasías multicolores y te preparé la mayor fiesta del mundo: dancé el carnaval para ti. Y tú te alegraste y me aplaudiste de pie. Pero pronto, muy pronto, me olvidaste, reenviándome a los cerros de la periferia de la ciudad, a las favelas, a la realidad desnuda y cruda del desempleo, del hambre y de la opresión.

Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en que te entristecí? ¡Respóndeme!

Yo te di en herencia el plato de cada día, los frijoles y el arroz. De los restos de comida que me daban, inventé la feijoada, el vatapá, el efó y el acarajé: la cocina típica de Brasil. Y tú me dejas pasar hambre. Permites que mis niños mueran de hambre, o que sus cerebros queden irremediablemente afectados, infantilizados para siempre.

Yo fui arrancado violentamente de mi patria africana. Conocí el navío-fantasma de los negreros. Fui hecho cosa, pieza, esclavo. Fui la madre-negra para tus hijos. Cultivé los campos, recogí el tabaco y planté la caña. Hice todos los trabajos. Fui yo quien construyó las bellas iglesias que todos admiran y los palacios que habitaban los dueños de esclavos. Y tú me llamas perezoso y me detienes por vagabundeo. A causa del color de mi piel me discriminas y todavía me tratas como si fuera esclavo.

Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice, en que te entristecí? ¡Respóndeme!

Yo supe resistir, conseguí huir y fundar quilombos o palenques: sociedades fraternales, sin esclavos, de gente pobre pero libre, negros, mestizos y blancos. A pesar de los azotes en mi espalda, trasmití la cordialidad y la dulzura al alma brasilera. Y tú me enviaste al capitán-do-mato para cazarme como a un bicho, arrasaste mis quilombos y aún hoy impides que la abolición de la miseria que esclaviza sea para siempre verdad cotidiana y efectiva.

Yo te mostré lo que significa ser templo vivo de Dios. Y, por eso, cómo sentir a Dios en el cuerpo lleno de axé y celebrarlo en el ritmo, en la danza y en las comidas. Y tú reprimiste mis religiones llamándolas ritos afro-brasileros o considerándolas simple folclore. Invadiste mis terreiros echándoles sal y destruyendo nuestros altares. No raras veces, hiciste de la macumba un caso policial. La mayor parte de los jóvenes asesinados en las periferias con edades entre 18 y 24 años son negros, y por el hecho de ser negros son sospechosos de estar al servicio de las mafias de la droga. La mayoría de ellos son simples trabajadores.

Hermano blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice, en que te entristecí? ¡Respóndeme!

Cuando con mucho esfuerzo y sacrificio conseguí ascender un poco en la vida, ganando un salario trabajado, comprando mi casita, educando a mis hijos, cantando mi samba, apoyando a mi equipo preferido y pudiendo tomar el fin de semana una cervecita con los amigos, tú dices que soy un negro de alma blanca, disminuyendo así el valor de nuestra alma de negros dignos y trabajadores. Y en los concursos, en igualdad de condiciones, casi siempre decides a favor de un blanco.

Y cuando se pensaron políticas que reparasen la perversidad histórica, permitiéndome lo que siempre me negaste, estudiar y formarme en las universidades y en las escuelas técnicas y así mejorar mi vida y la de mi familia, la mayoría de los tuyos grita: va contra la constitución, es una discriminación, es una injusticia social.

Hermano blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te hice, en que te entristecí? ¿Qué hiciste con mi hermano João Alberto Freitas cobardemente asesinado por dos vigilantes de seguridad y un policía en un Carrefour de Porto Alegre. ¡Respóndeme!

Mis hermanos y hermanas negros, en este día 20 de noviembre, día de Zumbi y de la conciencia negra, quiero homenajearles a todos ustedes que consiguieron sobrevivir durante todo este largo tiempo, porque la alegría, la música, la danza y lo sagrado están dentro de ustedes, a pesar de todo el viacrucis de sufrimientos que injustamente les son impuestos.

Con mucho axé y cariño.

Fuente de la Información: https://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=1008
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«Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz»

«Los mantras del neoliberalismo fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial»

 

«Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza»

 

La irrupción de la Covid-19, alcanzando a todo el planeta y matando a más de un millón de vidas sin poder ser veladas ni recibir el cariño último de sus familiares, además de infectar a otros muchos millones de personas, plantea la inquietante pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Qué nos quiere decir la naturaleza con este virus invisible que ha puesto de rodillas a todas las potencias militares, haciendo ineficaces sus armas de destrucción masiva? La Covid-19 cayó como un meteoro sobre el sistema del capital y el neoliberalismo. Sus mantras fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial.

¿Cuáles eran los dogmas de la fe capitalista y neoliberal?: Lo esencial es el lucro, en el menor tiempo posible, la competencia feroz, la acumulación individual o corporativa, el saqueo cruel de los recursos de la naturaleza, dejando las externalidades por cuenta del estado, la indiferencia ante la tasa de iniquidad social y ambiental, la postulación de un Estado mínimo para escapar de las leyes limitantes y poder acumular más libremente.

Si hubiésemos seguido estos mantras, el exterminio de vidas humanas habría sido incalculable. Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz.¿Qué nos ha salvado? Aquellos valores y actitudes ausentes en el sistema del capital y el neoliberalismo: darnos cuenta de que no somos “dioses” sino totalmente vulnerables y mortales, expuestos a lo imprevisible. Lo que cuenta no es el lucro sino la vida; no es la competencia sino la solidaridad; no es el individualismo sino la cooperación entre todos; no el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza sino su cuidado y protección; no un estado mínimo, sino el estado suficientemente pertrechado para atender las demandas urgentes de la población. Dicho directamente: ¿qué vale más, la vida o el lucro? ¿La naturaleza o su expoliación desenfrenada?

Destrucción

Destrucción Agencias

Responder a estas preguntas inaplazables es interrogarse sobre el sentido o el absurdo de nuestra vida, personal y colectiva. El aislamiento social es una especie de retiro existencial que la situación nos ha impuesto. Se crea la oportunidad de hacer estas preguntas ineludibles. Nada es fortuito en este mundo. Todo guarda una lección o un sentido secreto que debe ser revelado, por más desconcertante que sea la realidad. Lo que no podemos permitir es que este sufrimiento colectivo sea en vano. Funciona como un crisol que purifica el oro, que acrisola nuestra mente, y pone en jaque ciertos hábitos para ser revisados y otros nuevos para ser incorporados, especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con la naturaleza y el tipo de sociedad que queremos, menos perversa y más solidaria.

Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza. Pero es necesario considerar el contexto del brote del coronavirus. No está aislado. Vino de la naturaleza que durante siglos fue saqueada irresponsablemente por el proceso industrial del capitalismo y también del socialismo, en la falsa suposición de que la Tierra tendría recursos infinitos. Hemos deforestado despiadadamente y destruido así los hábitats de miles de virus que viven en los animales e incluso en las plantas. Al perder su “morada natural”, buscan en nosotros un sitio para sobrevivir. Así hemos conocido una amplia gama de virus como el zica, el chikungunya, el ébola, las series derivadas del SARS, como el de la Covid-19 entre otros.

Ébola en el Congo

Ébola en el Congo Agencias

Se trata de un contraataque de la naturaleza o de la Madre Tierra contra la humanidad, con el que quiere darnos una severa advertencia: “detengan la agresión despiadada, que destruye las bases físico-químicas-ecológicas que sostienen vuestra vida; de lo contrario podríamos enviarles virus mucho más letales que podrían diezmar a miles de millones de ustedes, de la especie humana, y afectar gravemente a la biosfera, ese fino manto un poco mayor que el filo de una navaja que garantiza la continuidad de la vida”.

¿Prevalecerán estas advertencias vitales o el afán de acumular y asegurar intereses materiales? ¿Tendremos suficiente sabiduría para responder a la alternativa que el Ser que hace ser a todos los seres nos presenta?: “Te propongo la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida para que puedas vivir con tu descendencia” (Dt 30:19). Portadores de una fe en un Dios “apasionado amante de la vida” (Sab 11,26) apostamos todavía por un sentido de la historia y de la vida. Ellas escribirán la última página de la saga humana, construida con tanto esfuerzo en este planeta.

Esto sin embargo no debe desviar nuestra mirada de lo que está ocurriendo en el escenario mundial y específicamente en el brasilero, donde un jefe de estado negacionista no tiene como proyecto cuidar de su pueblo y de nuestra exuberante naturaleza. Con desprecio e ironía se comporta como Nerón que presenciaba como Roma ardía tocando la cítara.

Foto del Pantanal, asolado por el fuego, que se ha viralizado en redes sociales

Foto del Pantanal, asolado por el fuego, que se ha viralizado en redes sociales AILTON LARA / BBC News Brasil

A pesar de todo esto, nuestra esperanza no muere. Como afirma la Fratelli tutti del Papa Francisco: “La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en los que vive” (Nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que una virtud, es un principio, un motor interior que proyecta nuevos sueños y visiones, tan bien formulados por el filósofo alemán Ernst Bloch en El principio esperanza. Esta esperanza nos recuperará el sentido de vivir en este pequeño y amado planeta Tierra.

Aunque somos seres contradictorios, hechos simultáneamente de luz y de sombras, creemos que la luz triunfará. Muchos bioantropólogos y neurocientíficos nos confirman que somos por esencia seres de bondad y de cooperación. Prevalece una bondad fundamental en la vida.

El hombre común, que conforma la gran mayoría, se levanta, gasta un tiempo precioso en los autobuses, va al trabajo, a menudo duro y mal pagado, lucha por su familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un país mejor. Sorprendentemente, es capaz de hacer gestos generosos, ayudar a un vecino más pobre que él y, en casos extremos, arriesgar su vida para salvar a una niña inocente amenazada de violación. En él está actuando el principio esperanza.

En este contexto, no me resisto a citar los sentimientos de uno de nuestros más grandes escritores modernos, Erico Veríssimo, en su famoso “Contempla los lirios del campo”.

Francisco y las periferias

Francisco y las periferias

Si en ese momento un habitante de Marte cayera a la tierra, se asombraría al ver que en un día tan hermoso y suave, con un sol tan dorado, la mayoría de los hombres estaban en oficinas, talleres, fábricas… Y si le preguntase a alguno de ellos: ‘Hombre, ¿por qué trabajas tan furiosamente durante todas las horas de sol?’ – escucharía esta singular respuesta: ‘Para ganarme la vida’. Y sin embargo, la vida allí se ofrecía a sí misma, en una milagrosa gratuidad. Los hombres vivían tan ofuscados por los deseos ambiciosos que ni siquiera se daban cuenta. Ni con todas las conquistas de la inteligencia habían descubierto una manera de trabajar menos y vivir más. Se agitaban en la tierra y no se conocían, no se amaban como debían. La competencia los convirtió en enemigos. Y hacía muchos siglos, habían crucificado a un profeta que se había esforzado por mostrarles que eran hermanos, sólo y siempre hermanos. (Ver Lírios do Campo, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

La irrupción de la Covid-19 reveló estas virtudes, presentes en los humanos pero especialmente en los pobres y las periferias, porque se refugiaron allí, ya que la cultura del capital reina en las ciudades, con su individualismo y falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de las grandes mayorías de la población. ¿Qué se esconde detrás de estos gestos diarios de solidaridad? Se esconde el principio esperanza y la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser llevada con coraje que produce autoestima y sentido de valor.

Fratelli tutti

Fratelli tutti

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo el signo de lo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, del vivir correctamente y del hacer lo que debe ser hecho. El reconocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter Berger, ya fallecido, escribió un libro brillante, relativizando la tesis de Max Weber sobre la total secularización de la vida moderna con el título: Un rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural (Voces 1973/2013). Allí describe numerosos signos (los llama “rumor de ángeles”) que muestran lo sagrado de la vida y el significado secreto que siempre tiene, a pesar de todo el caos y las contradicciones históricas.

Voy a dar, siguiendo a Peter Berger, sólo un ejemplo banal, conocido por todas las madres que cuidan a sus hijos por la noche. Uno de ellos se despierta asustado. Tiene una pesadilla, se da cuenta de la oscuridad, se siente solo y se deja llevar por el miedo. Grita llamando a su madre. Esta se levanta, toma al niño en su regazo y en un gesto primordial de magna madre le acaricia y le da besos, le dice cosas dulces y le susurra: “Hijito, no tengas miedo; mamá está aquí. Todo está bien, no pasa nada, querido”. El niño deja de sollozar. Recupera su confianza y poco después se duerme, tranquilo y reconciliado con la oscuridad.

Esta escena común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿no está la madre engañando al niño? El mundo no está en orden, no todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de que la madre no engaña a su hijo. Sus gestos y sus palabras revelan que, a pesar del desorden imperante, reina un orden profundo y secreto.

Así que creemos que los tiempos de la Covid-19, tan dramáticos, pasarán. Esperamos, y cómo esperamos, que por debajo y dentro de ellos se va fortaleciendo un orden escondido que irrumpirá cuando todo pase. De esta manera, la sociedad y toda la humanidad podrán caminar hacia un sentido mayor, cuyo diseño final se nos escapa. Pero siempre hemos intuido que existe y que será bueno. Él será quien escriba la última página con un final feliz. Como escribió el filósofo del Principio Esperanza, Ernst Bloch, verificaremos que el verdadero génesis no fue al principio de las cosas sino al final. Sólo entonces será verdad: “Dios vio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno” (Gen 1:31).

Traducción de Mª José Gavito Milano

"Maternidad", Pablo Picasso

«Maternidad», Pablo Picasso

Fuente: https://www.religiondigital.org/leonardo_boff-_la_fuerza_de_los_pequenos/Leonardo-Boff-politicas-publicas-personas_7_2287941186.html

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La Covid-19 cuestiona el sentido de la vida

La Covid-19 cuestiona el sentido de la vida

Leonardo Boff

La irrupción de la Covid-19 alcanzando a todo el planeta y causando la muerte a más de un millón de vidas sin poder ser veladas ni recibir el cariño último de sus familiares, además de infectar a otros muchos millones de personas, plantea la inquietante pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué todo este sufrimiento? ¿Qué nos quiere decir la naturaleza con este virus invisible que ha puesto de rodillas a todas las potencias militares, haciendo ineficaces sus armas de destrucción masiva? La Covid-19 cayó como un meteoro sobre el sistema del capital y el neoliberalismo. Sus mantras fueron destrozados. ¿Sirvió para algo el lema de Wall Street “la codicia es buena”? Nadie come computadoras, ni se alimenta de los algoritmos de la inteligencia artificial.

¿Cuáles eran los dogmas de la fe capitalista y neoliberal?: Lo esencial es el mayor lucro en el menor tiempo posible, la competencia feroz, la acumulación individual o corporativa, el saqueo cruel de los recursos de la naturaleza, dejando las externalidades por cuenta del Estado, la indiferencia ante la tasa de iniquidad social y ambiental, la postulación de un Estado mínimo para escapar de sus leyes limitantes y poder acumular más libremente.

Si hubiésemos seguido estos mantras, el exterminio de vidas humanas habría sido incalculable. Sin políticas públicas, las personas serían tragadas por un destino atroz.

¿Qué nos ha salvado? Aquellos valores y actitudes ausentes en el sistema del capital y el neoliberalismo: darnos cuenta de que no somos “dioses” sino totalmente vulnerables y mortales, expuestos a lo imprevisible. Lo que cuenta no es el lucro sino la vida; no es la competencia sino la solidaridad; no es el individualismo sino la cooperación entre todos; no el asalto a los bienes y servicios de la naturaleza sino su cuidado y protección; no un estado mínimo, sino el estado suficientemente pertrechado para atender las demandas urgentes de la población. Dicho directamente: ¿qué vale más la vida o el lucro? ¿La naturaleza o su expoliación desenfrenada?

Responder a estas preguntas inaplazables es interrogarse sobre el sentido o el absurdo de nuestra vida, personal y colectiva. El aislamiento social es una especie de retiro existencial que la situación nos ha impuesto. Se crea la oportunidad de hacer estas preguntas ineludibles. Nada es fortuito en este mundo. Todo guarda una lección o un sentido secreto que debe ser revelado, por más desconcertante que sea la realidad. Lo que no podemos permitir es que este sufrimiento colectivo sea en vano. Funciona como un crisol que purifica el oro, que acrisola nuestra mente, y pone en jaque ciertos hábitos para ser revisados y otros nuevos para ser incorporados, especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con la naturaleza y el tipo de sociedad que queremos, menos perversa y más solidaria.

Todo el mundo habla de la medicina, de la técnica, de los insumos y especialmente de la búsqueda ansiosa de una vacuna contra la Covid-19. Pocos hablan de la naturaleza. Pero es necesario considerar el contexto del brote del coronavirus. No está aislado. Vino de la naturaleza que durante siglos fue saqueada irresponsablemente por el proceso industrial del capitalismo y también del socialismo, en la falsa suposición de que la Tierra tendría recursos ilimitados. Hemos deforestado despiadadamente y destruido así los hábitats de miles de virus que viven en los animales e incluso en las plantas. Al perder su “morada natural”, buscan en nosotros un sitio para sobrevivir. Así hemos conocido una amplia gama de virus como el zica, el chikungunya, el ébola, las series derivadas del SARS, como el de la Covid-19, entre otros.

Se trata de un contraataque de la naturaleza o de la Madre Tierra contra la humanidad, con el que quiere darnos una severa advertencia: “detengan la agresión despiadada, que destruye las bases físico-químicas-ecológicas que sostienen vuestra vida; de lo contrario podríamos enviarles virus mucho más letales que podrían diezmar a miles de millones de ustedes, de la especie humana, y afectar gravemente a la biosfera, ese fino manto un poco mayor que el filo de una navaja que garantiza la continuidad de la vida”.

¿Prevalecerán estas advertencias vitales o el afán de acumular y asegurar intereses materiales? ¿Tendremos suficiente sabiduría para responder a la alternativa que el Ser que hace ser a todos los seres nos presenta?: “Te propongo la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida para que puedas vivir con tu descendencia” (Dt 30,19).

Portadores de una fe en un Dios “apasionado amante de la vida” (Sab 11,26) apostamos todavía por un sentido de la historia y de la vida. Ellas escribirán la última página de la saga humana, construida con tanto esfuerzo en este planeta.

Esto, sin embargo, no debe desviar nuestra mirada de lo que está ocurriendo en el escenario mundial y específicamente en el brasilero, donde un jefe de estado negacionista no tiene como proyecto cuidar de su pueblo y de nuestra exuberante naturaleza. Con desprecio e ironía se comporta como Nerón que presenciaba como Roma ardía tocando la cítara.

A pesar de todo esto, nuestra esperanza no muere. Como afirma la Fratelli tutti del Papa Francisco: “La esperanza nos habla de una realidad enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en los que vive” (nº 55). Aquí resuena el principio esperanza, que es más que una virtud, es un principio, un motor interior que proyecta nuevos sueños y visiones, tan bien formulados por el filósofo alemán Ernst Bloch en El principio esperanza. Esta esperanza nos recuperará el sentido de vivir en este pequeño y amado planeta Tierra.

Aunque somos seres contradictorios, hechos simultáneamente de luz y de sombras, creemos que la luz triunfará. Muchos bioantropólogos y neurocientíficos nos confirman que somos por esencia seres de bondad y de cooperación. Prevalece una bondad fundamental en la vida.

El hombre común, que conforma la gran mayoría, se levanta, gasta un tiempo precioso en los autobuses, va al trabajo, a menudo duro y mal pagado, lucha por su familia, se preocupa por la educación de sus hijos, sueña con un país mejor. Sorprendentemente, es capaz de hacer gestos generosos, ayudar a un vecino más pobre que él y, en casos extremos, arriesgar su vida para salvar a una niña inocente amenazada de violación. En él está actuando el principio esperanza.

En este contexto, no me resisto a citar los sentimientos de uno de nuestros más grandes escritores modernos, Erico Veríssimo. En su famoso “Contempla los lirios del campo”.

Si en ese momento un habitante de Marte cayera a la tierra, se asombraría al ver que en un día tan hermoso y suave, con un sol tan dorado, la mayoría de los hombres estaban en oficinas, talleres, fábricas… Y si le preguntase a alguno de ellos: ‘Hombre, ¿por qué trabajas tan furiosamente durante todas las horas de sol?’ – escucharía esta singular respuesta: ‘Para ganarme la vida’. Y sin embargo, la vida allí se ofrecía a sí misma, en una milagrosa gratuidad. Los hombres vivían tan ofuscados por los deseos ambiciosos que ni siquiera se daban cuenta. Ni con todas las conquistas de la inteligencia habían descubierto una manera de trabajar menos y vivir más. Se agitaban en la tierra y no se conocían, no se amaban como debían. La competencia los convirtió en enemigos. Y hacía muchos siglos, habían crucificado a un profeta que se había esforzado por mostrarles que eran hermanos, sólo y siempre hermanos. (Ver Lírios do Campo, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1973. p. 292).

La irrupción de la Covid-19 reveló estas virtudes, presentes en los humanos pero especialmente en los pobres y las periferias, porque se refugiaron allí, ya que la cultura del capital reina en las ciudades, con su individualismo y falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento de las grandes mayorías de la población.

¿Qué se esconde detrás de estos gestos diarios de solidaridad? Se esconde el principio esperanza y la confianza de que, a pesar de todo, vale la pena vivir porque la vida, en su profundidad, es buena y fue hecha para ser llevada con coraje que produce autoestima y sentido de valor.

Hay aquí una sacralidad que no viene bajo el signo de lo religioso sino bajo la perspectiva de lo ético, del vivir correctamente y del hacer lo que debe ser hecho.

El reconocido sociólogo austríaco-norteamericano Peter Berger, ya fallecido, escribió un libro brillante, relativizando la tesis de Max Weber sobre la total secularización de la vida moderna con el título: Un rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural (Voces 1973/2013). Allí describe numerosos signos (los llama “rumor de ángeles”) que muestran lo sagrado de la vida y el significado secreto que siempre tiene, a pesar de todo el caos y las contradicciones históricas.

Siguiendo a Peter Berger voy a dar sólo un ejemplo banal, conocido por todas las madres que cuidan a sus hijos por la noche. Uno de ellos se despierta asustado. Tiene una pesadilla, se da cuenta de la oscuridad, se siente solo y se deja llevar por el miedo. Grita llamando a su madre. Esta se levanta, toma al niño en su regazo y en un gesto primordial de magna madre le acaricia y le da besos, le dice cosas dulces y le susurra: “Hijito, no tengas miedo; mamá está aquí. Todo está bien, no pasa nada, querido”. El niño deja de sollozar. Recupera su confianza y poco después se duerme, tranquilo y reconciliado con la oscuridad.

Esta escena común esconde algo radical que se manifiesta en la pregunta: ¿no está la madre engañando al niño? El mundo no está en orden, no todo está bien. Y sin embargo estamos seguros de la madre no engaña a su hijo. Sus gestos y sus palabras revelan que, a pesar del desorden imperante, reina un orden profundo y secreto.

Así que creemos que los tiempos de la Covid-19, tan dramáticos, pasarán. Esperamos, y cómo esperamos, que por debajo y dentro de ellos se va fortaleciendo un orden escondido que irrumpirá cuando todo pase.

De esta manera, la sociedad y toda la humanidad podrán caminar hacia un sentido mayor, cuyo diseño final se nos escapa. Pero siempre hemos intuido que existe y que será bueno. Él será quien escriba la última página con un final feliz. Como escribió el filósofo del Principio Esperanza, Ernst Bloch, verificaremos que el verdadero génesis no fue al principio de las cosas, sino al final. Sólo entonces será verdad: “Dios vio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno” (Gen 1,31).

Fuente de la Información: https://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=1007
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