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Educación ética y ciudadanía crítica

Por: Leonardo Díaz

La educación ética no puede ser suplantada por una instrucción confesional, cuya naturaleza es dogmática, jerárquica y excluyente.

 

Algunos problemas acuciantes de la sociedad dominicana, como el de las tres causales, la hipercorrupción o las distintas expresiones de la violencia subrayan la necesidad del debate ético en nuestro espacio público.

Este debate se hace difícil si no existe una cultura de la discusión democrática. Ella permite el cuestionamiento de los principios filosóficos, religiosos y morales que han orientado la sociedad y reorientarla en función de las nuevas sensibilidades.

¿Cómo puede prosperar el debate ético sabiendo que las concepciones sobre el bien y el mal son diversas y, en muchos casos, incompatibles?

Se requiere una actitud de apertura y disposición para encontrar unos principios éticos que sirvan de base a la convivencia común. Como señala la filósofa Amelia Valcácer (entrevista en Ethic, 29-7-2021), la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 es un claro ejemplo de como un debate racional puede generar principios rectores para la construcción de una sociedad democrática moderna.

En la sociedad dominicana todavía no hemos asumido la disposición a realizar este debate sobre temas éticos cruciales, porque la discusión parte de verdades establecidas incuestionables.

Un auténtico debate ético presupone la existencia de una ciudadanía crítica para poder participar con discernimiento y claridad en el análisis de los problemas. Al mismo tiempo, implica responsabilidad, porque el ciudadano de una sociedad democrática moderna es un sujeto que no solo disfruta de derechos, sino que también tiene unos deberes con respecto al resto de sus conciudadanos.

Una de las funciones más importantes de un sistema educativo es fomentar ese debate y la construcción de una ciudadanía crítica desde la educación ética. Por su naturaleza, esta formación es escéptica, secular y dialógica. Por ello, la educación ética no puede ser suplantada por una instrucción confesional, cuya naturaleza es dogmática, jerárquica y excluyente.

Si seguimos postergando este problema, las futuras discusiones morales adquirirán un marcado matiz de confrontaciones sociales radicalizadas en vez de debates democráticos con vistas al bien común.

Fuente de la información: Acento

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Meritocracia, ira y frustración

Por: Leonardo Díaz

Si se aprende que el éxito y el fracaso solo depende de nosotros, la mirada nunca apunta a las instituciones, ni a sus mecanismos de resolución de conflictos.

La idea de que nuestros logros y fracasos son una responsabilidad exclusiva de nuestras acciones personales es errónea y perjudicial desde el punto de vista psicológico y político, al desviar la mirada de los procesos sociales e históricos que generan las desigualdades sociales y desplazar la responsabilidad del entorno hacia el individuo.

Desde el punto de vista psicológico, la persona que no ha alcanzado el éxito de acuerdo con los criterios estandarizados por las sociedades occidentales, se ve asediado con unas expectativas que no puede cumplir debido a una diversidad de variables incontrolables, quedando frustrado y, además, culpabilizado por no satisfacer esas expectativas.

Desde el punto de vista político, una de las implicaciones del paradigma de la meritocracia personal es que forja una insensibilidad hacia las personas socialmente excluidas, pues el modelo les atribuye la exclusiva responsabilidad de su situación. Por la misma razón, como señala el profesor de gestión de la Universidad de Cornell, Robert H. Frank (Éxito y suerte: la buena fortuna y el mito de la meritocracia), los individuos que tienden a exagerar sus méritos personales son reacios a defender la inversión social del Estado.

Cuestionar el modelo de la meritocracia personal no significa desconocer el esfuerzo individual. Implica que deberíamos ser más humildes sobre nuestros logros y más comprensivos con respecto a lo que consideramos el fracaso de los demás.

El filósofo Michael Sandel (La tiranía del mérito) señala que el modelo de la meritocracia personal genera ira y resentimiento al reducir las sociedades a ganadores y perdedores. Si se aprende que el éxito y el fracaso solo depende de nosotros, la mirada nunca apunta a las instituciones, ni a sus mecanismos de resolución de conflictos. La sensación de fracaso se hace insoportable de llevar y la angustia que genera se calma con el resentimiento hacia otros. Este es el caldo de cultivo de los líderes populistas.

La mirada individualista cuestionada en este escrito es también aprovechada hoy día por los coaches y chamanes de la Nueva Era, quienes enseñan que podemos solucionar problemas estructurales de modo personal con el simple hecho de que nos propongamos lograrlo. De este modo, la solución a los problemas sociales que solo pueden obtenerse de modo colectivo son vedados por una filosofía adecuada para una sociedad del rendimiento económico, pero contraproducente para la construcción de una sociedad más justa.

Fuente de la información: https://acento.com.do

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La falacia del mérito personal

Por: Leonardo Díaz

La idea de percibir nuestros logros como hazañas personales puede ser satisfactoria, pero no es realista.

 

Una tradición del pensamiento occidental sostiene que el éxito es producto del mérito personal y que la carencia de éste es la causa del fracaso.

El supuesto del referido paradigma es que somos dueños absolutos de nuestro destino, que basta con nuestras decisiones y acciones para hilar el destino de nuestras vidas.

El referido supuesto es falaz. Somos el producto de un conjunto de circunstancias que no hemos creado, que nos anteceden y condicionan.

Pensemos en el ejemplo de un escritor que ha obtenido un importante galardón literario. Puede decirse que la obtención del premio es un mérito exclusivo suyo, el producto de su esfuerzo y de sus destrezas.

Pero el asunto no es tan simple. El talento tiene un primer cimiento en los genes, producto de una herencia que no se debe a ningún merecimiento de nuestro escritor. Luego, sus potenciales capacidades se han desarrollado en un entorno.

Por tanto, su talento es el resultado de la interacción entre sus genes y el proceso de experiencias que tuvo la oportunidad de vivir: el ambiente familiar, el entorno escolar, las lecturas a las que tuvo acceso, las conversaciones que escuchó, así como los apoyos económicos, emocionales e intelectuales que recibió.

Y por supuesto, aún habiendo contado de manera favorable con todos los factores señalados, nuestro escritor galardonado ha necesitado de otros factores que han proyectado su carrera y que tampoco son un mérito personal: escribir en un lugar donde ha existido una cultura editorial, vivir en una ciudad donde han habitado muchos lectores, la existencia de una atmósfera cultural propicia para su estilo y contenido, entre otras condicionantes.

Así que la idea de percibir nuestros logros como hazañas personales puede ser satisfactoria, pero no es realista. Al mismo tiempo, oculta una concepción maniqueísta de la vida que divide a los seres humanos en ganadores y perdedores mientras disfraza los mecanismos sociales que generan las desigualdades humanas.

 

Fuente de la información: https://acento.com.do

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Cultura de la exclusión

Por: Leonardo Díaz 

Prejuicio racial que asocia unas características relacionadas con el fenotipo afroamericano como feo, sucio y rechazable, mientras todo lo relacionado con la etnia blanca resulta bello, limpio y deseable.

Basada en sus experiencias como investigadora, la antropóloga Tahira Vargas ha publicado un artículo titulado “Discriminación y sanción en el código penal” (Acento, 6-7-2021) en que reflexiona sobre las prácticas discriminatorias de la sociedad dominicana.

Vargas cita algunos de sus estudios cualitativos para mostrar el sentir de algunas de las personas que sufren la estigmatización producto de los prejuicios identitarios arraigados en la cultura dominicana.

Estos prejucios aprendidos en el proceso de socialización operan institucionalmente: en la escuela, en los centros de salud, en las instancias del poder jurídico y político.

Esta situación genera un efecto deshumanizador que persigue al agraviado durante toda su vida y clausura sus posibilidades de acceso a los bienes a los que tiene derecho en función de su dignidad intrínseca como persona.

Si hay una idea clave en el artículo de Tahira Vargas es que en nuestra sociedad las distintas formas de discriminación (racial, sexual, de género, y de clase) permanecen invisibilizadas.

La noción de invisibilización alude a un conjunto de actitudes, valores y prácticas que se encuentran ocultas o vedadas en el sistema cultural, jurídico y político de una sociedad, en muchos casos ocultas en prácticas que parecen significar lo opuesto.

Por ejemplo, piensen en la práctica establecida por muchos centros educativos dominicanos de obligar a las niñas a alisarse el pelo. Parece una regla inocua relacionada con el cuidado personal, la limpieza o la imagen del estudiantado, y con ello, de la institución.

Lo que la referida norma oculta es un prejuicio racial que asocia unas características relacionadas con el fenotipo afroamericano como feo, sucio y rechazable, mientras todo lo relacionado con la etnia blanca resulta bello, limpio y deseable. En síntesis, lo que esta norma oculta es un prejuicio racista que afecta a la niña del fenotipo rechazado y le enseña a rechazarse a sí misma.

Muchas prácticas y normas racistas, homofóbicas, xenófobas o misóginas se encuentran invisibilizadas en acciones aparentemente igual de inofensivas; otras conductas son más explícitas y claramente ofensivas. Todas constituyen parte de un entramado que convierte a la sociedad dominicana en una comunidad excluyente.

Fuente de la información: https://acento.com.do

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Legalizaciȯn de la exclusión

Por: Leonardo Díaz

 

Toda sociedad plural se debate entre conflictos de intereses y de derechos. De ahí, la necesidad de establecer jerarquía entre los mismos.

 

En un artículo reciente, titulado “Legalizando delitos: Código Penal viola constitución y tratados internacionales” (Acento, 4-7-2021), la abogada Ivanna Molina aborda uno de los problemas sociales más acuciantes de la sociedad dominicana, la legalización de las prácticas violatorias de los derechos humanos.

Cualquier sociedad puede incurrir en prácticas violatorias de los derechos de las personas. La actitud democrática conlleva educar para tratar de reducir estas acciones a su mínima expresión, mientras legisla para proteger a quien, por cualquier motivo, puede verse afectado por agravios a su dignidad personal.

Uno de los signos de una sociedad democrática moderna es el avance en las superación de las prácticas estigmatizadoras, tanto en la percepción predominante del espacio público, como en las estructuras jurídico políticas de la comunidad. En este aspecto, la sociedad dominicana muestra alarmantes signos de retroceso.

Toda sociedad plural se debate entre conflictos de intereses y de derechos. De ahí, la necesidad de establecer jerarquía entre los mismos. Por ejemplo, cualquier ciudadano tiene el derecho a ejercer la libertad religiosa en una sociedad democrática, pero si el ejercicio de su fe entra en conflicto con  cualquiera de los derechos humanos (como el reconocimiento de la igualdad de todos las personas independientemente de su nacionalidad, sexo, o etnia), se impone la defensa de estos derechos sobre la convicción religiosa del individuo.

La Cámara de Diputados de la República Dominicana ha incurrido en un grave desconocimiento de esta situación al aprobar un código penal que contempla el siguiente acápite: “No habrá discriminación cuando el prestador de servicio o contratante fundamente su negativa por objeción de conciencia, religiosa, ética, moral o por requisitos institucionales”.

Las posibles implicaciones del referido texto son que un empleador puede invocar su elección de conciencia para rechazar la solicitud de trabajo de una persona, si sospecha que el solicitante tiene una orientación sexual o religiosa contraria a sus preceptos religiosos. Del mismo modo, un médico podría negarse a prestar un servicio de salud, si se encuentra en la misma situación anterior del empleador. En ambos casos, se estaría incurriendo en una flagrante violación de los derechos humanos.

El respeto a los derechos de las personas impide su exclusión y las injusticias implícitas en su desconocimiento. El reconocimiento de la dignidad humana no debe relativizarse en función de las creencias personales de un ciudadano.

Fuente de la información: https://acento.com.do/
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Una mirada filosófica de la vida civil

Por: Leonardo Díaz

Mediante el examen crítico podemos cuestionar si debemos colocar límites a la dinánima de los mercados y de las nuevas tecnologías

En las redes sociales puede verse una entrevista realizada a Michael Sandel (https://www.youtube.com/watch?v=CWTN2snuysM) donde el filósofo reflexiona sobre la relación entre la filosofía y la vida civil.

La vida civil se refiere al proyecto de construcción ciudadana que estamos llamados a construir de un modo colectivo. Este proyecto requiere de una comunidad dialogante que interpele a sus conciudadanos sobre los problemas fundamentales que los afectan y los principios que fundamentan sus leyes y acciones.

El referido requerimiento exige a su vez de la filosofía como actividad que cuestiona los fundamentos de nuestras normas, valores y decisiones; fomentando, en palabras de Sandel, el arte del debate político.

Mediante el examen crítico podemos cuestionar si debemos colocar límites a la dinánima de los mercados y de las nuevas tecnologías, o reorientar nuestra noción de la educación cívica y de nuestros estilos de vida.

Esta idea se vincula a la educación cívica, entendida como un proyecto de formación dialógica que permite a la ciudadanía desarrollar una sensibilidad para escuchar las posturas del otro, especialmente, las contrapuestas. Sandel subraya este último aspecto, porque vivimos en una época de profundas polarizaciones.

Dichas confrontaciones se acentúan por los radicalismos políticos tradicionales arraigados en las sociedades modernas, el efecto burbuja de las redes sociales y una cultura que promueve una hipersensibilidad hacia la discusión de temas controversiales.

El diálogo democrático se convierte, entonces, en un arte marginal que requiere ser recuperado mediante el cultivo de la conversación razonada a temprana edad, partiendo de la escuela, las organizaciones de la sociedad civil comprometidas con el debate crítico, los medios y las universidades.

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Una mirada filosófica de la ciencia

Por: Leonardo Díaz

 

La investigación científica conlleva unas implicaciones éticas cuyo examen es una de las tareas más importantes del quehacer filosófico.

En mi artículo de la semana pasada titulado “Las tensiones de Darwin” (Acento, 27-5-2021), comento la postura del antropólogo de la Universidad de Princeton, Agustín Fuentes, sobre la importancia de contextualizar social e históricamente las teorías científicas.

En el referido caso, se trata de proporcionar una mirada humanística para el estudio de las ciencias, lo que debería incluir también una lectura filosófica de la misma.

En un artículo testimonial, el biólogo Rasha Shraim (“How Philosohy is making me a better scientist”, Nature, 23 de abril, 2021) escribe sobre las virtudes que el entrenamiento filosófico le ha proporcionado a su comprensión de la práctica científica.

Shraim no solo alude al hecho de que el estudio sistemático de la filosofía constituye un estimulo para la creatividad y la actitud crítica en la investigación, sino también, a que la actividad filosófica nos proporciona un metaanálisis sobre los enfoques y presupuestos mismos desde los cuales se realizan la ciencia, muchas veces imperceptibles para el científico sin educación filosófica.

Dicha tarea no es un mero ejercicio académico. La colonización científico tecnológica cada más extendida y estructural del “Mundo de la Vida” nos impone la necesidad de una reflexión dialógica que supere las estrecheces de las miradas cientificista e instrumentalista sobre los procesos cognoscitivos.

En este sentido, una comunidad democrática requiere que sus comunidades epistémicas (científicos, filósofos, intelectuales) sostengan una discusión viva junto a una ciudadanía educada y crítica para que las aplicaciones del conocimiento científico-tecnológico puedan contribuir al proyecto de una vida buena.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/una-mirada-filosofica-de-la-ciencia-8950542.html

 

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