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Juana Rivas está en mi casa

Por: Lidia Falcón

Y en la de todas las personas de buena voluntad. Porque no podemos consentir que una vez más se ponga en peligro la vida, la salud y el bienestar de unos niños, entregándolos a la insania de un padre maltratador.

Este 8 de agosto todos y todas debemos manifestarnos en la puerta de los juzgados, allí donde estemos, exigiendo que Juana pueda vivir con sus hijos en paz. Porque ese día la jueza –y una mujer tenía que ser- del número 3 de Granada ha impuesto a la madre que hoy debe entregar a su exmarido, condenado por maltrato, sus dos hijos -de 3 y 10 años. Como es ciudadano italiano se los llevará a su país. Y todo este drama mientras el Tribunal Supremo todavía no se ha posicionado sobre el caso tras el recurso de Juana, y suponiendo que se ha aprobado un  pacto de Estado donde se prohíbe entregar la custodia de menores al padre que sea maltratador.

La jueza ha señalado la entrega de los dos menores para las 16.30 horas del día 8 en el Punto de Encuentro Familiar de Granada, al que deberán ser llevados por la madre a fin de que el padre los recoja  y traslade a Italia, donde tiene su «residencia habitual».

Porque el Patriarcado está triunfante en esta nueva ofensiva de los machistas. Los tribunales se llenan de casos en los que jueces y juezas se niegan a proteger a los menores de padres violentos, abusadores sexuales e incluso homicidas.

Veintiséis niños han sido asesinados por su padre cuando convivían con él cumpliendo el régimen de visitas impuesto por algún juzgado. Ángela González Carreño presentó 51 denuncias antes de que el padre asesinara a la hija de 8 años, en la tarde de visita que impuso el juez.

José Bretón quemó vivos a sus dos hijos, Ruth y José, en su finca de Córdoba cuando se los llevó la tarde de visita que impuso el juez.

Daniel Ubiel Renedo asesinó hace dos años a sus dos hijas, Amaia y Candela con una radial y un cuchillo, después de haberles proporcionado unos calmantes, que en el caso de la mayor de 9 años no tuvieron efecto, ya que hubo señales de lucha cuando intentó librarse de la cinta adhesiva con que la había atado. Ubiel había llamado previamente a la madre para decirle que pensaba matar a las hijas para vengarse de ella.

La serie de asesinatos de niños y niñas perpetrados con absoluta crueldad por sus propios padres a fin de hacerle daño a la madre excede de la crónica de un siglo XXI. Solamente en los ritos satánicos y las sectas fanáticas de la Edad Media encontramos hechos semejantes.

Y sin embargo, en el primer tercio del siglo XXI las mujeres seguimos teniendo que defendernos de los ataques de agresores machistas, jueces y juezas formados en los más reaccionarios principios patriarcales que, amparándose en su libertad de criterio, dictan resoluciones que dejan en la indefensión a las madres y a los niños, fiscales que no cumplen con su mandato de proteger a los débiles y legisladores que no piensan modificar las normas legales vigentes, ni aún para garantizar la seguridad de los menores.

Las feministas no sabíamos que los avances conseguidos, tan largas y penosas luchas, durante el siglo XX, para reconocer a las mujeres como ciudadanas con igualdad de derechos con los hombres, podrían revertirse de forma tan cruel y desaforada. Como dice Susan Faludi, la reacción de los sectores machistas de la sociedad no se ha hecho esperar.

Si algún reconocimiento se otorgó a las mujeres en tiempos bien difíciles como los de la dictadura fue el de que indiscutiblemente eran buenas madres y en los procesos de separación se les entregaba la custodia de los menores sin vacilaciones. Ha sido alcanzar la legalización de la igualdad cuya implantación en la sociedad se supone, por eso incluso tuvimos un ministerio de Igualdad y una ley que la garantiza, para que a las mujeres se les achacaran toda clase de maldades, a través de perversas campañas de difusión de la más atrasada ideología patriarcal.

A partir del momento en que se difunde la consigna de que la igualdad se ha instalado en nuestra sociedad, se hace más aguda la discriminación social respecto a los hombres. Ya no basta con que los salarios sean el 30% más bajos que los de los hombres, ni que apenas tengan poder político ni económico, que las violaciones se hayan multiplicado y que la mayoría sufran explotación laboral y acoso sexual, ahora hay que convertirlas en sujetos detestables.

Se ha difundido la especie de que las mujeres presentan denuncias falsas de maltrato; se las acusa de influir malévolamente en los hijos para separarlos de su padre, según un delirante diagnóstico de padecer el SAP, que ninguna autoridad médica ha reconocido, y se les imponen multas y penas de cárcel si no cumplen las órdenes judiciales de entregar sus hijos a un padre violento y peligroso que puede acabar con su vida. Y cuando obediente y mansamente las más sumisas cumplen lo ordenado por el juzgado y el progenitor los asesina, nadie es responsable del incumplimiento del deber de protección que tiene el Estado, según nuestros preceptos constitucionales.

La tutela judicial efectiva que tan pomposamente impone la Constitución es una declaración vacía para los 500 niños que han quedado huérfanos porque el padre mató a la madre, para los más de 60 que han sido asesinados por su propio padre, para las 1.200 víctimas de feminicidio que hemos contado en los últimos diez años.

Como en un remedo de los tiempos siniestros de la persecución de las brujas, las mujeres están siendo víctimas, cada vez en mayor número, de la insania de maltratadores y asesinos, de jueces y fiscales que se complacen en perseguirlas y castigarlas, de funcionarios y médicos y trabajadores sociales que creen que su labor consiste en investigar la maldad de las mujeres en vez de protegerlas, de legisladores que mantienen las normas patriarcales.

Y se cometen cada vez más frecuentemente  infanticidios ante la indiferencia de los responsables de proteger a nuestros niños.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/08/07/juana-rivas-esta-en-mi-casa/

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El pacto del engaño

Por: Lidia Falcón

Se ha filtrado el borrador del Pacto de Estado Contra la Violencia de Género (como le llaman), sabiendo como sabemos todos que solo se filtra lo que interesa. En ese documento, trascendental para la supervivencia de las mujeres, dicen que se contemplan 200 medidas para atajar los feminicidos y el maltrato machista.

DOSCIENTAS MEDIDAS, repito asombrada, y me pregunto ¿son necesarias tantas? Siguiendo la guía que nos marcan los Diez Mandamientos diría que éstas se resumen en dos: meter en la cárcel a los maltratadores y dar ayudas económicas a las víctimas.

No he leído las 70 u 80 páginas que llenan las 200 medidas, porque me parece que a mi edad no me lo merezco. Y no creo que las lean ninguno de los diputados, y sobre todo diputadas, que las firman, –para eso tienen sus sherpas que son los que las redactan. Pero tampoco las leerán los fiscales ni los jueces ni los policías ni las asistentes sociales ni los psicólogos ni los forenses a los que conciernen, porque eso es ilegible.

Gracias a los resúmenes que se difunden por las redes me he enterado de que quieren aumentar el dinero destinado a las víctimas y sus defensas y terapias y casas de acogida, pero poquito a poco. En cinco años o así. Y que se lo repartirán a los Ayuntamientos para que ellos carguen con la molestia de atender a las llorosas féminas con sus churumbeles gritones agarrados a las faldas. Que ampliarán la red de casas de acogida, gabinetes asesores y terapéuticos, y poca cosa más. Como también que ahora se enterarán de que una mujer es víctima de maltrato sin necesidad de que vaya a la policía a denunciar, cosa que por lo visto hasta hoy no sucedía. Porque ¡tantas técnicas de igualdad, asistentes sociales, policías municipales, médicos, forenses, psiquiatras, y otros profesionales ad hoc, que pagamos, eran incapaces de saber que la mujer que acudía a su consulta con un ojo morado o un brazo roto no se había dado un golpe con una puerta o caído por la escalera!.

Todavía ni siquiera se han puesto de acuerdo en retirar el régimen de visitas, la custodia y la patria potestad de los desgraciados menores sometidos al poder omnímodo de machos maltratadores, violadores y asesinos, porque se deben seguir preservando los privilegios del patriarca.

Me repito, ¿era necesario escribir 200 párrafos de mala literatura para describir las desgracias de las mujeres y  designar a psicólogos, asistentes sociales, abogados de oficio, casas de acogida y demás mecanismos de ayudas para pobrecitas desgraciadas que ni siquiera saben denunciar? ¿Hacer un vademécum de la caridad organizada por el Estado?

No sé si el PSOE ha firmado semejante engendro, y ni siquiera quiero saberlo para no desanimarme definitivamente. Pero lo evidente es que los partidos dominantes en el Parlamento, con la complicidad y el contento de Ciudadanos,  han llevado adelante una farsa que ha durado siete meses, fingiendo que se preocupaban mucho de la situación de la mujer y de la infancia. En esos 7 meses han asesinado a 49 mujeres y 5 niños, han violado a casi una docena y han maltratado a millones de ellas. Calculando la media anual, habrán denunciado 50 o 60.000 más que están siendo apaleadas por sus parejas, y que según los cálculos internacionales es aproximadamente el 10% de las víctimas reales. Las violaciones todavía se denuncian menos.

Y a ese manifiesto que documenta el engaño le llaman Pacto de Estado.

Ya sabemos el Estado que tenemos abandona a los más desgraciados y entrega nuestro dinero a la OTAN, al Ejército, a los bancos, a la Iglesia católica, a las grandes corporaciones que significan “el mercado” y a las Casas Reales –no hay que olvidarse que disfrutamos de dos, más que ninguna otra monarquía.

Ya sabemos que el Estado es un eufemismo que encubre a los partidos que gobiernan, y que como decía Marx, es el consejo de administración de El Capital. Ya sabemos que bajo una maraña de legalismos y constitucionalismos los que montaron este supuesto Estado de Derecho han convertido la democracia en una construcción hueca dentro de la cual sólo se encuentran los privilegios de los ricos.

Pero en el caso de la violencia contra la mujer es demasiado desvergonzado que se proteja de tal manera al maltratador, porque disponer de una ley que obligue al acusado a demostrar su inocencia y exonere a la víctima de aportar las pruebas, que ordene la detención y prisión de los maltratadores y los obligue a cumplir íntegras las penas, no cuesta dinero, no pone en dificultades al Capitalismo y apenas le da una patada al Patriarcado.

Solamente la crueldad y el machismo de Ciudadanos, la indiferencia satisfecha del Partido Popular y el obstinado empecinamiento del Partido Socialista pueden conseguir que después de meses de trabajos –y de cobro de primas- la Ley de Violencia de Género salga tan incólume como entró en los trabajos de la Subcomisión.

Dicen que la adecuarán al Convenio de Estambul, que parece el tratado del “no va más” de la protección de la mujer y que en realidad únicamente se limita a reconocer que todas las víctimas merecen protección y a aconsejar que se las proteja. Pero, incluso para cumplir con ese compromiso internacional que alguno de nuestros gobiernos  aceptó ratificar por quedar bien con sus colegas, sin tener la menor intención de cumplirlo, se recurre a la astucia de proponer redactar otra ley que ahora llaman marco –siempre hay alguna categoría para engañar- para no tener que modificar el horrible redactado del artículo 1 de la Ley de Violencia de Género, que es el único que acepta “perfeccionar” el PSOE. Y la Ley tiene 72 artículos, 20 disposiciones adicionales, 2 disposiciones transitorias, 1 disposición derogatoria única y 7 disposiciones finales.

Ese perfeccionamiento se va a realizar con otra disposición adicional y otra ley –más leyes- que se llamará de Todas las Violencias, para introducir la trata de personas, las violaciones, los abusos sexuales, la mutilación genital, etc. que al parecer, y no me había enterado, hasta ahora no estaban penadas por nuestra legislación.

Es decir que es imposible aceptar para esos diputados,  y sobre todo diputadas, que hay que modificar el impresentable redactado de la Exposición de Motivos y del artículo 1 de la nunca tan ponderada Ley, para reconocer que las víctimas de un maltratador o asesino pueden ser mujeres de todas las categorías sociales y de todas las variables familiares, y cambiar ese engañoso constructo verbal de “violencia de género” que desidiologiza y despolitiza el maltrato a la mujer, por el término preciso de violencia machista. Como tampoco están dispuestos, ni dispuestas, a introducir la inversión de la carga de la prueba, no vaya a ser que los buenos y pobrecitos hombres sean acusados falsamente por las malvadas mujeres.

En definitiva, no cabe duda, por un lado, que los diputados y diputadas se ganan su sueldo y sus retribuciones extraordinarias, dada la cantidad de horas que han invertido en discutir los detalles y sutilezas del redactado de las 200 medidas aprobadas –hay que incluir las que nos han dedicado a los expertos y a las asociaciones de mujeres que han testificado en la Subcomisión,  las visitas, entrevistas, llamadas telefónicas, etc. con que las activistas y las militantes del Partido Feminista les hemos entretenido y fastidiado.

Por el otro, que llegados a este punto, el 22 de julio de 2017, hay que perder toda esperanza de que de esa Subcomisión salga un acuerdo decente que proteja a las mujeres españolas. El Patriarcado saldrá triunfante nuevamente de esta prueba, y yo no volveré a aconsejar a mis clientas que presenten denuncias ante las autoridades competentes. Les aconsejaré que se compren una pistola.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/07/22/el-pacto-del-engano/

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Machismo y toros

Por: Lidia Falcón

En los últimos Sanfermines varias mujeres han sido violadas y otras más –nunca sabremos su número- manoseadas, acosadas y humilladas por los mozos que participan en la sacrosanta fiesta. Pero en realidad estos hechos salen a luz pública solo desde hace un par de años, porque habían sucedido siempre. Únicamente en menos número, porque las mujeres no estaban en la calle noche y día, compartiendo asfalto con los mozos. Precisamente porque esa es fiesta de machos, y de los machos en la calle y en la plaza, enardecidos y borrachos, persiguiendo, golpeando y matando toros, las mujeres sólo pueden esperar conductas machistas.

Viendo los rostros de los participantes en los Sanfermines, sus risas compulsivas, sus miradas alucinadas, en ese delirio de gritos, cantos, alcohol y crueldad, que dura toda una semana en Pamplona, me pregunto si hemos avanzado algo en civilización y protección de los derechos humanos desde 1928, cuando la Liga Protectora de Animales y Plantas logró su primera victoria consiguiendo que se pusieran petos a los caballos en las corridas.

Explica Wikipedia que “durante todo el siglo XIX las corridas de toros fueron un espectáculo sangriento similar al de un circo romano, pues los ruedos se cubrían de caballos muertos o agonizantes despanzurrados en la arena. La proporción de caballos muertos en las plazas cada temporada era tres veces superior a la de los toros. El periódico taurino madrileño “El Enano”, sin ir más lejos, daba en 1855 la noticia de que en esa temporada se habían matado en Madrid 191 toros mientras en ese ruedo habían muerto por asta de toro 412 caballos, 14 de ellos en las cuadras a consecuencia de las heridas producidas por los toros. Es más, la bravura de los toros se medía entonces por el número de caballos muertos en la suerte de varas”.

El primer avance en la larga batalla por acabar con la fiesta “nacional” comenzó protegiendo a los caballos. Todavía no hemos logrado que se proteja a los toros.

El espectáculo del maltrato, la tortura y el sacrificio de los toros y los caballos en las corridas, arraigado en nuestro país durante siglos, es otra de las penosas manifestaciones del machismo. No es posible pedirles sensibilidad y respeto por las mujeres, por los niños, por los animales, por la madre tierra, a quienes consideran una diversión –y aún peor, un derecho- disponer de varios animales para torturarles hasta una infame muerte.

Hace muy pocos días todavía tuve que soportar que un militante de la izquierda -creerá que es sensible e imaginativo- defendiera la fiesta de los toros alegando la tradición y la defensa que de ella habían hecho grandes hombres de la cultura. Para demostrarlo me citó a Picasso y a Hemingway, como si ser buen escritor o pintor redimiera automáticamente del machismo.

Un antiguo axioma decía que el nivel de civilización de un pueblo se medía en como trataba a las mujeres. Yo añado y a los niños y niñas y a los animales. Ciertamente aplicando ese baremo, España está lejos de situarse en el podium.

Mi abuela Regina de Lamo y otras compañeras que crearon la Liga Protectora de Animales y Plantas, en 1910, tuvieron que desafiar bravamente las críticas que les llegaban trufadas de insultos, improperios y hasta amenazas, de los aficionados, que en aquellos años eran todos. En ese todos entraban los políticos y los intelectuales, los científicos y los escritores, los artistas y los músicos, los albañiles y los aristócratas, los toreros y sus apoderados, los empresarios de las plazas y los grandes de España que dedicaban en Andalucía y en Extremadura cientos de hectáreas de terreno, que quedaban en barbecho, a criar toros de lidia. Y los miles de banderilleros que vagaban por los campos de Andalucía a la busca de una capea que los hiciera famosos y pudieran con ello aplacar el hambre de siglos que arrastraban campesinos y jornaleros.

Y por supuesto todos los miembros de la familia real-exceptuando a la reina Victoria de Batemberg, la inglesa, esposa de Alfonso XIII, que se estremecía ante la barbarie de la fiesta y cuidaba a sus caballos mejor que a sus hijos- durante generaciones fueron  muy castizos y aficionados a la “fiesta nacional”, con aquella princesa Isabel de Borbón, la “Chata”, hermana de Alfonso XII,  tan campechana y castiza, que se hizo famosa porque iba en calesa descubierta a la plaza para que el pueblo le dedicara sus vivas y piropos. La afición torera la continuaron Juan de Borbón y Juan Carlos I, para que no se perdiera.

Bajo la dictadura franquista el NO-DO nos ofreció semanalmente el éxtasis con que el Caudillo y su esposa Carmen asistían a las corridas, cuando los toreros les ofrecían el rabo y las orejas de los astados. La trilogía de curas, toreros y militares era el logo del régimen.

Mis primeros cuentos publicados en El Noticiero Universal contra las corridas me convirtieron en una persona más singular que mi defensa de las mujeres. Aunque ciertamente en Barcelona el entusiasmo por la “fiesta” era inferior que en Madrid o en Sevilla. Pero aún así las dos plazas, la Monumental y Las Arenas se llenaban cada domingo.

Ha sido preciso que recorriéramos penosamente medio siglo, agarradas a una pancarta en la entrada de las plazas de toros, soportando insultos y silbidos, y hasta empujones, de los aficionados, cuyas expresiones de odio definían mejor que cualquiera otra imagen el primitivismo y la ultra reacción, y que educáramos a nuestros hijos y a nuestros nietos en una cultura de la paz y el respeto por todo ser vivo, para que viéramos cerrar las plazas en Cataluña –aunque el toro embolado se resiste a desaparecer- y bajar ostensiblemente la asistencia a las corridas en el resto de España.

Nuestros descendientes, que han continuado la lucha con valor lograron hace poco que se contuviese algo el salvajismo de la fiesta del Toro de la Vega. Se han prohibido al fin el lanzamiento de burros y de cabras desde los campanarios de las iglesias, aunque me han chivado que todavía en algunos pueblos presumen de burlar la prohibición. Y no sé si se sigue arrancando la cabeza a los pobres gansos en Euskadi, al no recibir noticias pienso que la diversión estará muy degradada.

Pero seguimos teniendo la máxima expresión del salvajismo: los Sanfermines de Pamplona –una versión igualmente deplorable pero más pequeñita se da en San Sebastián de los Reyes, al lado de Madrid, que presume de ser la pequeña Pamplona- que siguen gozando de muy buena salud.

Y difícil será erradicarlos porque proporcionan muy buenos ingresos a la ciudad que acoge encantada a todos los nacionales y extranjeros  que encuentran en nuestro país el lugar ideal para desahogar su machismo.

Unas heroicas activistas contra los encierros y las corridas explican que es muy difícil ser antitaurino en Pamplona, y lo comprendo, las compadezco y las admiro. Porque continúan la defensa del progreso y de la civilización que vienen de la mano del respeto y el cariño a los animales.

Y las aficionadas a disfrazarse de sanferminas y salir a la calle a berrear y a saltar, a beber y dar y recibir empujones, en estúpida imitación de las peores costumbres masculinas,  no sé si también corren delante de los toros que en mis tiempos no se veía – no debe de ser muy común porque todos los heridos son hombres-, ya pueden estar seguras de que en semejante compañía y con tales actividades, lo único que pueden esperar de sus compañeros de diversión es que las violen.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/07/09/machismo-y-toros/

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¿Qué hemos hecho mal?

Por: Lidia Falcón

Impresionada por el éxito de los fastos del Orgullo Gay, me pregunto: ¿Qué hemos hecho mal para que las mujeres no celebremos una semana del Orgullo Feminista?

En todos los años que el Movimiento Feminista lleva en la calle reivindicando cuestiones tan fundamentales para las mujeres como el derecho a la propia vida, a disponer libremente de su cuerpo, a votar y ser votadas, a acceder al trabajo y al salario, a no ser humilladas, reprimidas, marginadas y violadas, nunca dispusimos, más de una semana, de toda una ciudad de 4 millones de habitantes, para que pudiéramos festejar el orgullo de ser mujeres y feministas.

Nunca se nos entregaron, durante diez largos días, por las instituciones de la ciudad y de la Comunidad, con enorme disposición y amabilidad, las calles, las plazas, las avenidas, las tribunas, los podiums, desde donde dedicaron múltiples elogios al movimiento Gay, no sólo los activistas de LGTB, sino los representantes políticos, incluyendo a los diputados del PP- el mismo partido que recurrió al Tribunal Constitucional la ley de matrimonio homosexual- la alcaldesa, la presidenta de la Comunidad, los diputados y los senadores.

Nunca se convirtió Madrid en la olimpiada del feminismo, en reclamación de la libertad, la igualdad y la fraternidad para las mujeres, como lo ha sido para el Movimiento LGTB.

Y coincidiendo en que esta explosión de alegría, de fiesta, de encuentro, de intercambio de culturas de varios continentes, que hemos vivido en un Madrid entregado amorosamente al abrazo de los cientos de miles de gays que han inundado nuestras calles, es un triunfo del progreso democrático, hecho de menos una celebración igual para las mujeres, de todas las culturas, de todas las razas, de todas las opciones sexuales, que seguimos reprimidas y marginadas en todos los continentes.

Pero sin duda, si no hemos conseguido tal celebración es que algo ha hecho mal el Movimiento Feminista. Porque no puedo imaginar que ni los políticos ni el Ayuntamiento ni la Comunidad de Madrid mantengan recelo alguno contra las reclamaciones que plantea el feminismo en nuestro país y en todos los países del mundo.

No entra en mi pensamiento que tanto los partidos que gobiernan como los de la oposición no defiendan la igualdad en derechos y oportunidades de los hombres y las mujeres, el fin de la violencia machista, de la marginación de las mujeres en la economía, la política, la cultura.

Si en nuestro país se han podido aprobar, después de la no discriminación por razón de sexo que garantiza la Constitución, no solo la ley de matrimonio homosexual sino también la de paridad, de violencia de género, de aborto y de igualdad, significa que desde los poderes institucionales no existe ningún rechazo a garantizar la liberación de la mujer de sus trabas ancestrales. ¿Por qué entonces no hemos disfrutado nunca de una semana del Orgullo Feminista? Con toda seguridad porque nosotras, las feministas, lo hemos mal.

Nosotras que hemos dedicado media vida a reuniones, asambleas, manifestaciones, convocatorias, sentadas, encierros, petición de firmas, huelgas de hambre. A escribir manifiestos, comunicados, artículos, libros, en defensa no solo de las mujeres sino de todos los perseguidos y represaliados del mundo, entre ellos los homosexuales. Que hemos publicado revistas, panfletos, dosiers, ponencias, comunicaciones, conferencias, cursos, sobre feminismo e igualdad, en todas sus versiones. Que hemos organizado congresos, jornadas, seminarios, institutos, doctorados, encuentros, debates. Que utilizamos con bastante habilidad las redes sociales para difundir nuestras demandas, denuncias, protestas, discusiones, aportaciones, para hacer del futuro un planeta más amable. Nosotras que hemos intentado desde todos los puntos de vista encontrar nuevos modos de transmisión, como decía Shangay Lily, hemos perdido la ocasión de disfrutar de la fiesta del Orgullo Feminista. Algo hemos hecho mal.

Ciertamente, después de que durante décadas las feministas lucháramos por los derechos de los homosexuales, no disponemos ahora de su apoyo. Después de que nosotras enronqueciéramos gritando que la libertad es de todos, cuando se trata de salir a la calle a gritar por la libertad de reproducción no contamos con los LGTB, más que en una ínfima minoría. Nosotras que hemos defendido a los homosexuales represaliados durante la dictadura, no tenemos el apoyo de los gays cuando nos manifestamos contra la violencia machista. Y por supuesto, cuando organizamos nuestros eventos no contamos con sponsors solventes que nos financien.

Ni con el beneplácito de los partidos de derecha, alguno de los cuales, como Ciudadanos, elevó a su líder, Albert Rivera, a la carroza de los Gays que pretenden legalizar los vientres de alquiler. Las mujeres que durante milenios hemos sido maltratadas y violadas, vendidas y esclavizadas, prostituidas y repudiadas, utilizadas como hembras reproductoras y como trabajadoras gratuitas, por los hombres heterosexuales, ahora seremos usadas como vientres fertilizables por los hombres homosexuales. Y por algunas mujeres, claro, que siempre hay cómplices del poder.

Shangay Lily, mi querida amiga, escribió en su último tiempo un libro esclarecedor y estremecedor, El Gay Capitalismo, donde con su habitual lucidez, denunciaba la deriva del movimiento homosexual no solo al espectáculo y a la frivolidad, cuando no a la explotación de otros más desfavorecidos, sino al negocio en que el capitalismo ha convertido el movimiento.

En los almacenes y en las más modestas tiendas de Lavapiés se vendían estos días banderas arco iris, en las grandes carrozas del desfile se lucían los más caros disfraces, las tiendas hicieron un agosto prematuro. Cincuenta carrozas y siete horas de desfile, ¿cuánto cuestan? ¿Cuánto nos ha costado a los madrileños, seguramente a todos los españoles si han participado varios ministerios en la financiación, una semana de enorme dispendio del Orgullo Gay?

Sigue siendo un misterio para mi cómo los homosexuales, hasta ahora perseguidos, detenidos, torturados, sometidos a electroshocs, humillados, escondidos en el armario, marginados de la vida social, han logrado convertirse en los personajes más aplaudidos, homenajeados y celebrados. Sin parar mientes en dispendios.

Ciertamente, la mayoría son hombres. Tanto en las carrozas, como en las calles, las masas eran masculinas, invisibilizadas las mujeres en los grupos de varones, de todas las edades. Unos lucían atuendos espectaculares, otros iban medio desnudos, musculados, enardecidos, gritones, que ocupaban ostensiblemente los espacios. En mi observación, las mujeres, prudentes, modestas y sin protagonismos, no llegaron al diez por ciento de las masas que invadieron la ciudad. Los varones eran sin duda los protagonistas de la fiesta. En las calles y en los locales cerrados, en las pantallas y en los restaurantes. En las carrozas y en las entrevistas radiadas y televisadas.

Cuando me pregunto reiteradamente, ¿Qué hemos hecho mal las feministas para no obtener tal grado de celebridad, aceptación, honores y homenajes? ¿Qué ha pasado para que después de más de cuarenta años de luchas feministas no hayamos logrado una semana de fiesta como la del Orgullo Gay? ¿Cómo es posible que no hayamos sabido conquistar las voluntades de los gobernantes y de los empresarios para financiar los dispendios de una tal celebración?

Y me respondo con otra pregunta, ¿no será porque somos mujeres? Y las mujeres no tenemos orgullo.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/07/05/que-hemos-hecho-mal/

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Ser mujer bajo el franquismo

Por: Lidia Falcón

Esta mañana del 28 de junio el Grupo Parlamentario Unidos Podemos nos rindió un homenaje a los represaliados por el franquismo. Ha sido breve pero emotivo.

Con la asistencia de pocos de los supervivientes de aquella barbarie,  los discursos de alguna de las víctimas y de los representantes de los partidos que forman la coalición, más las aportaciones del PNV, PDCat, y Odón Elorza. Y fueron denunciadores de los horrores de la represión que se ejerció durante 40 años –en algunas regiones más- sobre los obreros, los políticos, los sindicalistas, los maestros, los luchadores vecinales y estudiantiles, los escritores y los artistas, los republicanos, los masones y los anarquistas. Y estuvieron bien.

Pero únicamente Julia Hidalgo, representante del PCE, recordó a las mujeres, que anónimamente, lucharon sin descanso y sin tregua contra la dictadura.  Y yo pregunto, ¿no hay manera de que algún dirigente político se acuerde de que existieron mujeres en el país? ¿Y que fueron perseguidas y encarceladas y torturadas y fusiladas? ¿Tiene que ser siempre, y únicamente, otra mujer –porque no todas las que hablaron las recordaron- la que rinda homenaje a sus compañeras? Ninguna pancarta portaba rostros de mujer. Ni siquiera las 13 Rosas fueron recordadas.

En mi libro En el Infierno – Ser Mujer en las Cárceles de España, escribí:

“Este libro va dedicado a todas las mujeres que sufrieron en el más indiferente anonimato, la persecución, el arbitrario encarcelamiento, el desprecio y la humillación de sus guardianes y de sus jueces, en el largo calvario de nuestro país bajo la dominación fascista…Las mujeres españolas, mientras dedicaban toda su energía a mantener con pleno rendimiento la industria de guerra y la producción de paz, la agricultura, la escuela y el hospital, soportaron, primero los bombardeos y el hambre en la catástrofe guerrera, sufrieron más tarde el derrumbamiento de sus hogares, la derrota de sus esperanzas, y con la muerte en el alma, enterraron a sus padres, a su marido, a sus hermanos, y siguieron cumpliendo el papel asignado desde siempre: parieron y criaron a sus hijos, trabajaron en los campos y en las fábricas, manteniendo vivo el fuego de los ideales por los que habían muerto los suyos.

Las mujeres de nuestro pueblo supieron ser fieles a sus héroes y mártires. Durante cinco, diez, veinte años ininterrumpidos esperaron a sus hombres en las puertas de las cárceles, haciéndoles más llevadera la prisión con sus visitas, con sus cartas, con sus paquetes difícilmente conseguidos. Educaron a sus hijos, garbanzo a garbanzo y remiendo a remiendo en la devoción a la padre preso. Y los hombres que ganaron el respeto y la admiración del mundo entero, pudieron mantenerse firmes y esperanzados gracias al sacrificio de las ignoradas mujeres que les dedicaron íntegramente los mejores años de su edad. Nunca se han contado un mayor número de fidelidades observadas, sin una vacilación, día a día.

Otras muchas, todas ignoradas, fueron y son héroes y mártires de esa lucha que es también la suya. Murieron en las ciudades incendiadas y en las largas caravanas de la huida. Colaboraron activamente en las organizaciones clandestinas que continuaron la batalla sin descanso. Llevaron los mensajes claves para los grupos de la resistencia, a través de las montañas, burlando los puestos de vigilancia, desafiando los controles y los registros, en el decenio de lucha guerrillera del país. Escondieron hombres y armas en los sótanos de las casas. Recaudaron peseta a peseta el dinero que permitía mantener la huelga, dar de comer a los militantes escondidos, sostener el aparato de propaganda, adquirir la documentación falsa que salvara la vida de los compañeros. Imprimieron octavillas y folletos y los repartieron a despecho del riesgo. Y en la misma medida que a los hombres, la represión las apaleó, las torturó, y por su condición de mujeres fueron violadas y ultrajadas en los cuarteles, en las comisarías, en las cárceles, en los campos de concentración.

Para ellas no hubo indulgencia sexista. Fueron fusiladas tras un simulacro de juicio y cumplieron condenas de decenas de años, bajo los gritos de los vencedores, en el frío, el hambre y la miseria. Dieron a luz en las enfermerías de las prisiones y lactaron sus hijos en sus exhaustos pechos, alimentados con pan remojado. Sobre el dolor de darles la vida sufrieron la desdicha de verlos morir entre las rejas, o de perderlos arrebatados por la insania de sus carceleros.

Nunca renegaron de sus creencias. Ni indultos ni remisiones de condena les fueron concedidos por mor de su condición de mujeres. Y nadie ha recordado sus nombres, nadie ha escrito su epopeya, porque la historia siguen escribiéndola los hombres. La ayuda económica y moral de los grupos y de los pueblos en lucha se ha volcado en las cárceles de hombres. Para ellos se han escrito los panfletos, se han levantado las masas en multitudinarias manifestaciones, se ha gritado en todos los idiomas la exigencia de justicia. Para ellos se han publicado las páginas literarias más hermosas y vibrantes. El recuerdo y el homenaje a los mártires de la lucha sólo incluyen a las mujeres en ese plural de las palabras que es siempre masculino.

Muchas otras mujeres han caído víctimas de la miseria, de la ignorancia, de la masacre social que ha machacado al pueblo español. Esas mujeres se han prostituido para comer y dar de comer a los suyos, favorecidas por el clima de corrupción, de mercado negro, de especulación y de estafa de un régimen que le señala a la mujer el burdel como única solución. Han abortado mientras la mortalidad infantil alcanzaba el más alto índice de Europa, y los escupitajos de la moral oficial las condenaba a la muerte civil.

La patria que las abandonó y las repudió primero, las amontona después en las cárceles. Las mujeres en prisión no mueven la política ni la sociología ni el arte ni la literatura. En un escalón más bajo, más despreciable, más olvidado que el preso, está la presa. Por ellas no se firman manifiestos, ni se escriben panfletos, ni se editan denuncias. Por ellas no hay interpelaciones en los Senados ni ruedas de prensa ni emotivas acusaciones de personajes influyentes al poder público.

Las últimas ventajas conseguidas en las prisiones de hombres no se han hecho efectivas hasta muy tarde en las de mujeres. Para ellas se dan unas condiciones muy especiales represivas, y su voz es débil y su fuerza escasa. Detrás de los muros carcelarios se ha tendido un impenetrable telón que las entierra.

A todas ellas va dedicado este libro. A las compañeras de luchas, a las compañeras de prisión, que han arrastrado meses y años los sufrimientos del encierra carcelario, sin que nadie las viera, ni oyera sus voces ni recordara sus nombres”.

Todo esto me hubiera gustado poder haber leído esta mañana.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/06/28/ser-mujer-bajo-el-franquismo/

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Todo no es dinero

Por: Lidia Falcón

Doscientas concentraciones de personas en la puerta de los ayuntamientos de los pueblos y ciudades españolas dieron testimonio de la indignación de nuestra sociedad ante la masacre continuada de mujeres y niños, que se sigue padeciendo.

Se reclamaban 180 millones de euros en la partida del Estado destinada a la que llaman “violencia de género”, para atender a las víctimas. Y denunciaban          que en los presupuestos, que se aprobarán a lo largo de este mes, no se había aumentado lo que ya, desde hace años, se ha evidenciado insuficiente para dotar  a las fuerzas de seguridad del Estado, a la judicatura, a la sanidad, a la asistencia social, a la educación, a la atención a las mujeres maltratadas y a los niños huérfanos, de los medios necesarios para garantizarles la atención necesaria. Y tenían razón.

Porque todas las instituciones que son responsables de la seguridad y la supervivencia de los más débiles padecen una falta de recursos que ya es endémica. Ni es suficiente la dotación económica de la policía ni de los juzgados ni de los servicios sanitarios, ni tampoco se han implementado las reformas educativas y de formación que prevé la Ley de Violencia de Género. Y no hay mayor crueldad que negarles la asistencia económica a las mujeres sobrevivientes del maltrato y a los huérfanos que están abandonados, después de que el padre matara a su madre.

Pero todo lo que necesitan las víctimas de esta tragedia no es dinero.  Porque lo primero que tenemos que impedir es que haya víctimas.

Con dinero no se hubiese salvado la hija de Ángela González Carreño, de 7 años, que fue asesinada por su padre cuando éste disfrutaba del régimen de visitas que un juez, comprensivo con las necesidades afectivas del patriarca, le había concedido.

Tampoco con dinero hubiesen podido sobrevivir Ruth y José, los niños de José Bretón, cruelmente asesinados por su padre  cuando los tenía en su compañía. Ni los seis más que han muerto a manos de su progenitor solamente en los primeros meses de este año.

Los últimos casos son espeluznantes. Desde el infame que se tiró de la ventana del hospital abrazado a una bebé de 8 meses, para arrebatarle a la madre su ser más querido, hasta el que ha asesinado a su hijo de 11 años cuando convivía con él.

El dinero no hubiese convencido al guardia civil de Pollensa, que el 15 de agosto de 2016  aconsejó a la mujer, que acudió a pedir ayuda porque su marido la había amenazado de muerte,  que se buscase un abogado y presentase una demanda de divorcio, de que rápidamente tenía que detener al maltratador.

Resultaría imposible que por dinero el juez que permitió que el marido siguiera en libertad y visitara a su mujer en el hospital, en el que se reponía de las heridas que le había causado él mismo, y le dio la ocasión de que la apuñalara en la misma cama, hubiera decretado la prisión del asesino.

Por supuesto es impensable que la jueza de violencia de Barcelona, Francisca Verdejo, por dinero, hubiese cambiado su resolución de dejar en libertad al marido que asesinó días más tarde a su mujer, después de que ésta le hubiese denunciado.

Pagando tampoco el juez habría cambiado la sentencia de 4 años que ha impuesto al asesino de su mujer, a la que apuñaló, tiró a un vertedero y le robó el dinero que tenía en el banco.

Ni pagándole, el fiscal hubiese modificado su calificación de homicidio en el caso del individuo que mató a su mujer, estrangulándola por la espalda, en el encierro y soledad del hogar, considerando que no era asesinato porque no se había podido probar. No había testigos.

Tampoco creo que mediante pago policías, guardias civiles, policías municipales, policías autonómicas, fiscales, psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, jueces y magistrados, cambiaran su conducta de negarse a tramitar los atestados de las denuncias, rechazar órdenes de alejamiento, dejar en libertad a los acusados, anular órdenes de protección y dictar sentencias absolutorias. Porque eso sería más que negar la asistencia a las víctimas, sería hundir en la ignominia el sistema democrático de nuestro país.

Y me dirán que ya lo sabemos, pero entonces, ¿por qué un sector del Movimiento Feminista centra todas las reclamaciones en el aumento del presupuesto para la atención a las víctimas de violencia machista?

La única manera de frenar esta horrible sangría que nos arrebata más de cien mujeres cada año y una decena de menores es modificar la nunca bien ponderada Ley de Violencia de Género que permite todas estas atrocidades.

Si las fuerzas del orden y la judicatura y la fiscalía y el servicio médico no estuvieran amparadas por la ley, ninguno de sus ejecutores se atrevería a desasistir a las víctimas con el descaro y la impunidad con que lo hacen.

Si la famosa ley no determinara la diferencia entre mujeres que tienen una relación afectiva con el maltratador y las que no la tienen, para negarles a éstas la protección; si la ley invirtiera la carga de la prueba y obligara al denunciado a probar su inocencia; si la ley impusiera la orden de alejamiento inmediata a la denuncia y el encarcelamiento del denunciado cuando hubiera parte de lesiones; si la ley exigiera responsabilidades a todas las instituciones que han abandonado su deber de protección de las ciudadanas, con toda seguridad no contaríamos con ese inaceptable número de asesinadas, maltratadas y violadas.

Pero una maldición se extiende sobre las mujeres víctimas de maltrato y es esa bendecida Ley de Violencia de Género, con la que el PSOE creyó haber resuelto para siempre el maltrato a la mujer. Porque dada la extrema satisfacción con que la acogen los y las responsables socialistas,  presumiendo de  que se aprobó por todas las fuerzas parlamentarias por aclamación, resulta imposible modificarla. Cuando ya el hecho de que todos los partidos estuvieran de acuerdo en su redactado tiene que provocar desconfianza. No puede ser que ese cuerpo legal sea eficaz para poner coto a los mayores desmanes del Patriarcado si todas las tendencias políticas lo aprueban.

En aquel Parlamento que se puso en pie para aplaudir a Bibiana Aído, la promotora y gestora de la ley, estaban el PP, el PNV, CiU, UPN, UPyD, CC, el Grupo Mixto, ninguno de los cuales puede destacar por su defensa del feminismo. Y lo que sucedió es que tanto el PSOE como IU se plegaron a las exigencias, condiciones y chantajes que las demás fuerzas políticas les plantearon.

Porque los partidos que gestionan el Capital también defienden el Patriarcado. Al fin y al cabo el primer sistema no puede subsistir sin el segundo. La pena  es que las socialistas todavía no se hayan enterado.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/06/21/todo-no-es-dinero/

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Educación para el Machismo

Por: Lidia Falcón

En la polémica tormentosa desencadenada por la reforma educativa del ínclito ministro Wert se han discutido todos los temas que comportan las nuevas medidas, con el protagonismo indudable de las clases de religión, la política de becas y la enseñanza bilingüe, único éste importante  para el gobierno de Cataluña. Pero muy poco se ha oído sobre el contenido de las materias que se imponen a los alumnos y sobre el método de enseñanza, como si estos aspectos de la instrucción pública no tuviesen ninguna trascendencia. Y nada he podido escuchar ni leer acerca del machismo que contienen las asignaturas básicas, la forma de impartirlas por parte de los profesores –incluyendo a muchas profesoras- el trato diferenciado que se da a los alumnos y a las alumnas, la ignorancia que padecen la mayoría de los maestros sobre la coeducación que confunden con amontonar chicos y chicas en la misma clase,  el mantenimiento de una enseñanza androcéntrica que ningún gobierno ha tenido la menor intención de modificar, ni por supuesto la ausencia de toda enseñanza del feminismo, ni aún en las asignaturas de historia, filosofía, sociología o política.

Los bachilleres y los licenciados, pueden obtener sus títulos sin saber quiénes fueron Olimpia de Gouges, Flora Tristán, Alejandra Kollöntai,
Louise Michel, Emma Goldman, Victoria Kent, Simone de Beauvoir, Federica Montseny, Carmen de Burgos, Margarita Nelken, Clara Campoamor,  etc.etc., ignorando supinamente por qué se conmemora el 8 de marzo en todo el mundo occidental y cuáles han sido las luchas que han jalonado los doscientos años del Movimiento Feminista. Y los profesores –y muchas profesoras- consideran que han enseñado bien las materias de las que son especialistas, los escritores que fabrican los libros de texto obvian toda referencia al feminismo y los historiadores, sociólogos, politólogos y comentaristas de la educación, entre los que se encuentran los más conspicuos representantes de la excelencia de la Academia, nunca se dignan hacer mención alguna del papel que han cumplido las mujeres en las luchas de clases, en el mantenimiento de la sociedad, en las revoluciones que han cambiado el mundo, en la literatura, las artes y las ciencias.

Pero esta ausencia no es reciente, ni un invento del señor Wert. En la añorada asignatura de Educación para la Ciudadanía, cuya supresión hace bueno el refrán de “que otro vendrá que a mi bueno me hará”, no se encontraban ninguno de estos temas. Circunscrita toda la información que ofrecía a los alumnos a comentarios sobre la Constitución, la igualdad entre el hombre y la mujer y la homosexualidad, los que la diseñaron creyeron que habían plantado una pica en Flandes. Y mejor es eso que nada, y más cierto que en España se vive resignadamente el otro refrán de “que el que no se conforma es porque no quiere”, pero la parquedad de los temas que se supone conciernen a la mujer –como si lo demás no lo hiciesen- y la vulgaridad con que estaban expuestos en los textos escolares, ni atrajeron al feminismo a los alumnos ni les concienciaron mínimamente de lo que es el Movimiento revolucionario más importante del último siglo, puesto que tiene como protagonista a la mitad de la humanidad.

Hace veinte años el Ministerio de Educación publicó un informe sobre el sexismo en la escuela donde se denunciaban las actitudes discriminatorias de los profesores respecto a las niñas, las conductas agresivas de los chicos, los contenidos machistas de los textos escolares. Pues bien, dos décadas más tarde puedo afirmar que todos los vicios, defectos, segregaciones, e incluso ofensas que se denunciaban entonces siguen produciéndose, aumentados y corregidos.

Los contactos periódicos que mantengo con institutos y Universidades para dar conferencias y clases me han permitido comprobar in situ y de ciencia propia, el desprecio que sienten la mayoría de los profesores –y algunas profesoras- por el feminismo, la negativa a incluirlo entre los temas de sus materias –entre otras cosas porque lo ignoran absolutamente-, la indiferencia de los alumnos y de la mayoría de las alumnas por conocer las luchas de sus antepasadas. Y cómo, sólo algunas profesoras esforzadas –las que me invitan- se dejan la piel intentando aprender y enseñar la verdadera historia del mundo y de las luchas de clases de las mujeres y motivar a los alumnos en su estudio y en su participación.

Resulta descorazonador comprobar que dada la edad de los alumnos,  en el ambiente en los Institutos sigue primando la actitud de conquista machista de las muchachas por parte de los varones, con su mucha carga de agresividad, y la aceptación gozosa de tal situación por parte de aquellas, que utilizan las llamadas artes de seducción femenina que conocían sus tatarabuelas, con una evidente actitud de sumisión, y que es igual al que se imponía en la escuela de mi infancia, sin que el profesorado –incluso el femenino- lo conciencie siquiera, ni aún menos intente conducirlo hacia unas relaciones igualitarias.

La propaganda de los gobiernos socialistas ha llevado a creer a una buena parte de la sociedad que los contenidos de las materias eran ya progresistas y democráticos, pero muy pocos comentaristas se han atrevido a negar esta errónea percepción, y nadie se molesta en preguntar a los protagonistas sobre la veracidad de esta percepción generalizada. Cuando se investiga, y mínimamente, la queja de los alumnos y alumnas sobre la falta de enseñanza de la sexualidad, de los métodos anticonceptivos, del aborto, del divorcio, de la igualdad en las tareas de cuidado y domésticas, es unánime.  ¿Qué se les enseña, en realidad, en las aulas? ¿De qué temas se habla y discute en relación con el eterno, y fundamental, drama de las relaciones entre los sexos? ¿A qué asignaturas se atribuyen tales contenidos? ¿Cuáles son los que más interesan a los chicos y cuáles a las chicas? Nadie ha sabido contestarme desde el seno de los Institutos y de la Universidad, y cuando los he planteado los más sorprendidos han sido los profesores.

Y, ¿qué se está haciendo para revertir esta situación, que treinta y cinco años después del fin de la dictadura no ha avanzado en la educación feminista que precisamos? Pues si pocos  eran los logros de los gobiernos anteriores las nuevas reformas de este conducen hacia una situación aún más regresiva. Eliminada la Educación para la Ciudadanía  no queda ninguna materia que tenga mínimos contenidos sobre la situación de la mujer. Teniendo en cuenta que es común oír a los alumnos de segunda enseñanza que la Historia que se les enseña no contempla la del siglo XX, y no más allá del reinado de Alfonso XIII, como en los tiempos de la dictadura, malamente podemos esperar que se les explique lo que han sido las luchas feministas, al menos en España, en este último siglo.

Resulta indignante escuchar a muchos chicos y chicas de 15 a 18 años explicarte que cada curso comienzan las clases de Historia en la Prehistoria y que nunca han estudiado la II República. Y triste es oír a una muchacha comentar que los profesores no quieren que los alumnos participen en el aula. “Callados, como muebles, así es como nos quieren”.

No es de extrañar que con esta educación los Observatorios de Violencia contra la Mujer hayan “detectado” comportamientos machistas en muchachos muy jóvenes y la aceptación de ellos por parte de sus compañeras. De tal modo el 80% de los adolescentes cree que la novia debe complacer a su novio, más del 40% de los jóvenes cree que “el chico debe proteger a su chica” y seis de cada diez considera que los celos son normales en una relación de pareja”.

El señor Wert ha suprimido la Educación para la Ciudadanía, y sea lo que sea que la sustituya debería llamarla Educación para el Machismo.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2013/07/18/educacion-para-el-machismo/

 

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