Page 1 of 2
1 2

Menos carbón y más renovables

12 de abril de 2017 / Fuente: http://pcnpost.com

Por: Manuel Guzmán Hennessey

Colombia necesita pensar mejor su política energética teniendo en cuenta las vulnerabilidades climáticas globales. Mientras el mundo avanza hacia políticas de cero carbono, debido a que este es el combustible que en mayor medida contribuye con el calentamiento progresivo del planeta, aquí se registran como ‘buenas noticias de la economía’, la expansión de una central térmica.

También el mundo avanza hacia el impuesto al carbono, por eso no se entiende muy bien la noticia de que Codensa haya dado al servicio esta semana su ampliación de la subestación de Termozipa.

La pregunta que surge es por qué no se pudo planificar, así fuera un mínimo de renovables, para atender las demandas de los municipios de Sopó, Tocancipá y Gachancipá, teniendo en cuenta que la matriz energética de Termozipa es el carbón. La respuesta no compromete, evidentemente, a Codensa, ni al Grupo Enel ni a Emgesa, sino al sistema de planificación energética del país, que aún no asume la transición hacia las renovables como un problema de corto plazo y de urgente reglamentación.

Quienes desean invertir en renovables, o facilitar procesos, públicos o privados, de ambiciosas transiciones energéticas, no encuentran los incentivos necesarios para hacer estas inversiones en el actual esquema colombiano.

La ya famosa entre los especialistas, Ley 1715 fue promulgada en 2014 para incentivar el desarrollo y uso de fuentes no convencionales de energía dentro del sistema energético colombiano.

Se previeron incentivos tributarios a las empresas que ejecutaran proyectos de energías renovables, pero solo hasta este año salió el decreto reglamentario, que no obstante, no aclara todas las dudas ni facilita de manera expedita los caminos de estas inversiones. Si un inversionista toca la puerta DIAN para recibir los beneficios tributarios encontrará que aún le hacen falta los detalles de cómo podrá ejecutarlos y mediante qué mecanismos se accederán a  estos incentivos.

El inversionista debe ir primero a la Unidad de Planeación Minero Energética (UPME), dependiente del Ministerio de Minas y Energía. Allí, luego de dos meses (en teoría) le dirán si se aprueba, modifica o rechaza el proyecto. Si la respuesta es positiva el cliente debe ir al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible donde es muy probable que empiece un trámite de incalculables tiempos o inciertos desenlaces. Este Ministerio necesita más apoyo de coordinación y recursos financieros para poder atender la transición en escalas significativas y no simplemente como proyectos pilotos, que las más de las veces obedecen a la voluntad de la inversión privada comprometida con la transición.

El otro problema con que deberá lidiar el inversionista es el del tamaño de su proyecto, pues el sistema de generación favorece solo los proyectos grandes (más de 20 MW) debido al sistema de las subastas. En el mundo la tendencia es que haya pequeños proyectos de renovables y estos puedan competir de igual a igual con las grandes compañditos del carbono sino que son otros los incentivos globalesrenovables y estos puedan competir de igual a igual con las grandes ías y gocen de incentivos con respecto a los combustibles fósiles.

De hecho en Colombia hubo gran apertura de pequeñas centrales hidroeléctricas (más de 80 plantas en los últimos 20 años) usando el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) y los bonos de carbono. Pero hoy la realidad ya no favorece los créditos del carbono sino que son otros los incentivos globales que mueven las economías hacía las transiciones energéticas y los proyectos de pequeña escala.

Si no se pueden generar proyectos de pequeña escala, aún más pequeños que Sopó, Tocancipá y Gachancipá, necesariamente tendremos que acudir al uso del más contaminante de los combustibles fósiles, el carbón.

Las principales emisiones de las térmicas que usan al carbón como combustible son: dióxido de sulfuro, óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono, dióxido de carbono y material particulado. El gas que produce calentamiento es el dióxido de carbono.

Las centrales de gas natural, un hidrocarburo de transición tanto en el transporte como en la generación, que usan el llamado ciclo combinado, producen menos carbono.

Colombia es un país con muchísimo potencial de aprovechamiento de fuentes no convencionales de energía renovable, afirma un petitorio público de la WWF. El 70% de nuestra electricidad se produce a partir fuentes hídricas, las cuales son muy vulnerables al cambio climático como se ha demostrado ya en los últimos fenómenos de Niño y Niña.

Cerca del 30% de la energía restante proviene de termoeléctricas que usan gas, carbón y diesel para generar electricidad. Pero solo el 0,13% proviene de fuentes de renovables. Muy poco.

Mary Lou Higgins escribe: “El país necesita un plan ambicioso, una hoja de ruta que trace un rumbo hacia un futuro energético sostenible, limpio y sin apagones. Hay que pedirle al gobierno que se ponga las pilas y le apueste a las renovables. Varios países de Latinoamérica han comenzado su camino hacia esta transición energética, y aunque reciente, ha obtenido resultados exitosos. En 2016 países como Chile y México ingresaron a la lista de los 10 países con mayores desarrollos en aprovechamiento solar y eólico en el mundo y otros países como Perú, Uruguay, Costa Rica y Nicaragua han aumentado significativamente la generación de energía eléctrica a partir de fuentes renovables no convencionales. ¿Por qué en Colombia no?”.

Hace pocas semanas se llevó a cabo en Bogotá la conferencia ‘Colombia: Acelerando la transición energética’. Y lo que se demostró en ella es precisamente lo contrario: no estamos acelerando la transición sino que la estamos aplazando inexplicablemente como lo demuestra la expansión de Termozipa.

Estuvieron presentes los actores de esta temática: la Unidad de Planeación Minero Energética (Upme), la Comisión de Regulación de Energía y Gas (CREG) y agremiaciones e iniciativas privadas como la Asociación Colombiana de Energías Renovables (ACER) y la Alianza Colombiana de Energía Eléctrica Inteligente (Aceei).

¿Y qué dijo la UPME? Que se debe seguir produciendo la mayor cantidad de energía posible con recursos fósiles y obligar a la industria a bajar las emisiones de carbono mediante políticas de producción limpia. No suena muy coherente.

Los datos que proyectan nuestra generación hasta 2040 no son alentadores para las renovables: 59% de hidráulica, 16% de gas, 10% de carbón, 5% eólica, 2% solar y 8% otras fuentes”. Esto debe cambiar.

¿Cuáles son las alternativas? Estimular la generación distribuida. Proyectos de autogeneración de energía donde el pequeño usuario pueda producir y consumir su energía para después entregarle los excedentes, si los hay, a las redes públicas. Y en esto tenemos mucho que aprender de muchos países de Europa que han encontrado en esta fórmula la manera de estimular los pequeños proyectos de renovables, e incluso las eco-aldeas sostenibles unifamiliares.

Ojalá se acelere la reglamentación, actualmente en camino, para proyectos menores de 1 MW. Falta regular también la complementariedad de la red: saber cuánto se va a cobrar por tener el respaldo de la red eléctrica tradicional.

También se deben estimular las Smart grid o redes inteligentes, sistemas enfocados en atender directamente a los usuarios. Marino Cadavid, vicepresidente de la Alianza Colombiana de Energía Eléctrica Inteligente sostiene que “Si se tiene la generación al lado de su casa las pérdidas son menores y el usuario puede intercambiar esa generación con otros usuarios”.

¿Y en las extensas y abandonadas zonas del posconflicto qué? Aprovechar precisamente que allí nunca ha habido electricidad o la habido de mala calidad para pasar de las condiciones económicas y de suministro eléctrico tipo medievales a condiciones de sostenibilidad y renovables sin tener que pasar por el sistema de los combustibles fósiles.

Esa es la verdadera revolución energética que requiere este país, si quiere de verdad planificar un territorio desarrollado, sostenible y en paz.

Fuente artículo: http://pcnpost.com/manuel-guzman-hennessey-menos-carbon-y-mas-renovables/

Comparte este contenido:

La extrema década del clima

08 de enero de 2017 / Fuente: http://www.razonpublica.com/

Por: Manuel Guzmán Hennessey

Un examen sereno de los datos muestra que entre 2000 y 2010 se agravaron los fenómenos climáticos, que ellos son causados por el hombre y que las perspectivas indican mayores riesgos. El fracaso de las negociaciones internacionales, sin embargo, puede dar pie a la esperanza paradójica de que por fin se actúe frente al desafío.

Manuel Guzmán Hennessey*

Un daño hecho por el hombre

La primera década del siglo XXI bien podrá ser considerada como uno de los períodos decisivos en la evolución del cambio climático global. Este fenómeno, que algunas veces se nombra como «calentamiento global» y otras como «cambio climático», es nuevo en la historia humana, y su origen no va más allá del siglo XX, por lo cual debe considerarse lo que los expertos llaman «un fenómeno emergente de la cultura«, relacionado con el ideal de progreso humano que guió a la civilización desde el siglo XIX.

En esta década se confirmó lo que muchos sospechaban desde hacía mucho tiempo: que el responsable del fenómeno había sido el comportamiento del hombre y no el de la naturaleza. Esto ocurrió en 2007, y el dato causó revuelo cuando el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) lo reveló en París. Los científicos confirmaban la fuente del fenómeno con un adjetivo enfático: es inequívoca la responsabilidad de la acción humana en el cambio climático.

Luego sucedieron otras cosas, que se encargaron de corroborar hasta qué punto esta acción humana podía modificar las condiciones de la atmósfera, y desencadenar con ello un proceso complejo de desequilibrio creciente en las relaciones del hombre con la biosfera.

Entre 2000 y 2010 ocurrieron los peores desastres climáticos de los últimos cien años, algunos directamente relacionados con el cambio climático, otros indirectamente.

La ciencia no ha avanzado aún lo suficiente como para establecer estos vínculos, pero todo parece indicar que buena parte de lo sucedido dentro de ese periodo, en materia de desastres naturales, de inundaciones, sequías, deshielos polares, deforestación, pérdida de cosechas, nuevas enfermedades, olas de calor, nevadas inusuales e inviernos severos, está relacionado con el fenómeno climático global.

Largo sería hacer aquí una revisión pormenorizada de aquellos sucesos. Dos son los indicadores más significativos del problema. Uno, el aumento de la temperatura promedio del planeta; y, el otro, el aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera.

El primer indicador nos remite al calentamiento global, y con ello a los múltiples efectos que este aumento de las temperaturas origina en los ecosistemas vivos. El segundo confirma la responsabilidad humana en el problema, pues las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera provienen especialmente de la actividad de los hombres, es decir,  por la producción de energías provenientes de combustibles fósiles, el uso incontrolado de la electricidad, la deforestación, el uso de medios de transportes contaminantes, y un largo etcétera.

2000 a 2010, la década del clima

Me concentraré en lo que ocurrió durante la primera década de este siglo, tan solo en el indicador de la temperatura promedio del planeta, para no atiborrar de datos y consideraciones demasiado técnicas esta nota periodística.

Empiezo por el año 2010, que fue, con 2005, el más caliente desde 1880, que es el año cuando empezamos a tener registros de temperatura. El dato lo confirmó el Instituto Godard de Estudios Espaciales, de la Administración Nacional Aeronáutica y del Espacio (NASA), de Estados Unidos, cuyo director, James Hansen, es uno de los más connotados científicos abanderados de la lucha contra el cambio climático. El instituto dijo que «si la tendencia de calentamiento continúa, como es esperable, si siguen aumentando los gases de efecto invernadero (especialmente el dióxido de carbono) el récord de 2010 no durará mucho«.

Quiere decir esto que entre 2010 y 2020 puede haber años más calurosos que 2010, y con ello debemos esperar el desencadenamiento de un conjunto de consecuencias asociadas con este fenómeno. Lo que actualmente vive Colombia, en forma mal llamada de «emergencia invernal», es tan solo una alerta sobre lo que nos puede pasar en la década que acaba de comenzar.

Otros datos refuerzan el argumento de que la década 2000-2010 fue la década del clima. Durante ella ocurrieron 7 de los 8 años más calurosos de los últimos cien años. Los de 2010 y el 2005, que ya mencioné, y los de 2002, 2003, 2006, 2007 y 2009.

Y como si lo anterior fuera poco, 2010 fue el año más húmedo desde que hay registros, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), otro centro científico de Estados Unidos que trabaja en el seguimiento del cambio climático.

Los niños y las niñas

Me referiré brevemente a «los niños y las niñas», como suelen decir con alguna vehemencia el señor vicepresidente, Angelino Garzón, y tres o cuatro damas bravas de este país atravesado por la retórica de los géneros.

El fenómeno de El Niño, y el de La Niña no son consecuencia del cambio climático, pero se relacionan con éste si ocurren en períodos o muy cálidos, o muy lluviosos, y como el aumento de la pluviosidad y los períodos de calor sí están indiscutiblemente ligados al fenómeno del clima, una de las cosas que habrán de acometer las nuevas ciencias del clima, es la de estudiar conjuntamente ambos fenómenos.

La Niña, un fenómeno periódico que enfría la temperatura en el océano Pacífico, fue en buena parte responsable del mal llamado fenómeno invernal de Colombia durante el 2010, pero el cambio climático está ahí, imbricando sus consecuencias con «niños y niñas», y aumentando la complejidad de las relaciones que establece el hombre con su medio ambiente.

El Niño, que vendrá este año, probablemente será peor en materia de sequías y establecerá un nuevo récord, como se anticipó a decirlo el investigador Phil Jones, del Reino Unido será de sequías, que como se sabe, son otro fenómeno asociado con el  efecto climático.

Temperaturas record

Los científicos suelen hacer el seguimiento del problema comparando década tras década. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la década pasada es la más cálida de los últimos cincuenta años, puesto que se presentaron temperaturas 0,46 grados por encima de la media que hubo en el período 1961-1990.

De la misma manera que los fenómenos de «El Niño» y «La Niña» repercuten de manera contraria en aumentos de la sequía o de las lluvias, el cambio climático puede manifestarse con inviernos muy severos (como ocurrió en buena parte de Europa central, Irlanda y Escocia, principalmente),  o veranos muy calientes, como el de Rusia, que en 2010 soportó una ola de calor similar a la que en 2003 sacudió a Europa occidental.

– La temperatura media durante el pasado mes de julio en Moscú, fue 7,6 grados por encima de la media. El día 29 de ese mes se estableció un récord en la capital rusa que parecía imposible, pues el registro llegó a los 38,2 grados. Y durante los siguientes 33 días se mantuvo por encima de 30 grados, causando 11.000 muertes.

– En Mohenjo Daro (Pakistán) se alcanzaron los 53,5 grados el 26 de mayo del año pasado, la mayor temperatura registrada en Asia desde 1942.

– El norte de África y la Península Arábiga también registraron picos en 2010 como los 50,4 grados en  Doha (Qatar), o los 47,7 de Taroudant (Marruecos), según datos de la OMM, y en el norte del Canadá se registraron temperaturas de hasta seis grados por encima de la media.

Ahora bien, en los primeros nueve años de la década que pasó, las temperaturas mundiales promedio registraron un aumento de 0,7 grados centígrados sobre el promedio que hubo entre 1951 y 1980, según la NASA.

Deshielo y escasez de agua

En los últimos tres veranos el mar Ártico sufrió importantes deshielos. Groenlandia aumentó en un 3 por ciento la cantidad de agua que vierte a los océanos, y la capa de permafrost cedió cada vez más (permafrost es el hielo subterráneo sobre el cual se asientan grandes ciudades de las regiones polares del planeta).

En la década 2000-2010 hubo un enorme retroceso en los glaciares (entre ellos los de Colombia) y se redujeron significativamente las fuentes de agua dulce para millones de indios, chinos y suramericanos. Igualmente perdieron agua los grandes lagos del África debido al aumento de las temperaturas, la evaporación y las sequías.

La ONU sin dientes

En la institucionalidad de las Naciones Unidas sucedieron también cosas importantes en la década que acaba de terminar. Se cumplieron las conferencias de Bali, Copenhague y Cancún, poniendo en evidencia cuán frágil puede ser este sistema para enfrentar los problemas comunes del hombre del Siglo XXI.

La década terminó con la creación de un fondo verde en la última conferencia de las partes del Protocolo de Kyoto, que expira en 2012. No obstante, es evidente que las negociaciones sobre la crisis climática global no avanzan como la humanidad espera. Unas veces fracasan estruendosamente, como en la pasada cumbre de Copenhague, de diciembre de 2009; otras, como en Cancún 2010, entregan victorias pírricas, que en ningún caso reflejan las afugias que la ciencia le ha señalado a la sociedad sobre la verdadera magnitud del problema[1].

Muchos tienen la sensación de que la ciencia va por un lado y los negociadores por otro.

En efecto, si uno revisa el IV Informe de Evaluación del IPCC publicado en 2007, encuentra que los escenarios proyectados para el periodo 2020-2040 resultan más que alarmantes.

Una luz de esperanza

Aunque pueda sonar un poco extraño, al empezar la segunda década del siglo y constatar, como en efecto constatamos que el Protocolo de Kyoto va camino de  fracasar  y que por un lado sigue yendo la ciencia y por otro la dirigencia del mundo, vamos camino de recuperar la esperanza en la solución de la crisis climática global.

La sociedad, metida entre el sándwich de la ciencia y sus dirigentes, ha empezado a reaccionar. El optimismo sobre la luz que podemos entrever en el final del túnel, se basa en esta paradoja, probablemente cruel: en la primera década de este siglo fracasaron todas las negociaciones entre los países firmantes del Protocolo de Kyoto orientadas a reducir las emisiones de carbono de los países industrializados.

El volumen de las emisiones ha crecido, sobre todo en países como China, Brasil, India e Indonesia; el Protocolo de Kyoto muy probablemente expirará sin haber alcanzado el cumplimiento de la pequeña meta que se propuso: un 5,2 por ciento de reducción de las emisiones globales de carbono, a pesar de que en las cumbres de Bali (2007), Copenhague (2009) y Cancún (2010), tanto los científicos como las organizaciones de la sociedad, abogaron conjuntamente por metas que oscilaban entre un 40 y un 80 por ciento, para los años 2020 y 2050, respectivamente[2].

Una de las principales enseñanzas que hoy nos deja el fracaso de Kyoto es que la humanidad erró el camino de la confianza en el sistema de las Naciones Unidas como organismo idóneo para solucionar sus grandes crisis en general, pero la del cambio climático en particular.

No obstante, si miramos el problema desde otro ángulo, descubriremos la oportunidad agazapada en la crisis, como bien lo señala el ideograma chino: la principal ventaja que puede tener este descalabro de la diplomacia internacional es que podemos poner los ojos en otros esquemas de soluciones que nos permitan plantearnos metas más escalables en áreas que hoy resultan estratégicas y que, partiendo de acuerdos entre pocos países, puedan ser más viables.

En eso estamos.

Postdata

Una nota de actualidad me sirve para cerrar este artículo, pues la considero una buena síntesis de lo que nos deja la década del clima: a Nicholas Stern, autor de un amplio estudio sobre el impacto económico del cambio climático, encargado por el Gobierno británico, le fue entregado esta semana el premio «Fronteras del Conocimiento de Cambio Climático», de la Fundación BBVA.

En el acto de premiación hizo una rectificación esencial: «Estimamos que la mayor probabilidad era un impacto (económico) de un 5 por ciento del PIB mundial y ahora creo que estará más cerca de un 20 por ciento, que era nuestra estimación más pesimista».

Pero al lado de su rectificación deslizó una esperanza, también en forma de enmienda: «Otro error es que no nos dimos cuenta antes de lo atractivas que resultan las economías bajas en carbono, una nueva revolución industrial llena de innovación y descubrimientos, una oportunidad para crecer en tiempos de crisis«.

¿Cómo asumirá la sociedad este desafío? ¿Cómo educar a las nuevas generaciones sobre la necesidad de construir las bases de una nueva sociedad? Esa es la reflexión que aquí les dejo a los lectores.

Fuente artículo: http://www.razonpublica.com/index.php/economia-y-sociedad/1722-la-extrema-decada-del-clima.html

Foto: https://www.google.co.ve/url?sa=i&rct=j&q=&esrc=s&source=images&cd=&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwjuzsL6v67RAhVHZCYKHUSqAVAQjhwIBQ&url=http%3A%2F%2Fwww.juventudrebelde.cu%2Fmultimedia%2Ffotografia%2Fgenerales%2Fdebaten-sobre-el-clima%2F&psig=AFQjCNEEK0AMiPs_7pnbezJ8AIIB5ohRYg&ust=1483825784170383

Comparte este contenido:

La crisis climática, el reloj y el mapa

23 de diciembre de 2016 / Fuente: http://www.razonpublica.com/

Por: Manuel Guzmán-Hennessey

Los conflictos ambientales se propagan por el mundo y la cuenta regresiva hacia un futuro invivible se acelera cada día. Nuevas evidencias y nuevos instrumentos para que los ciudadanos exijan las medidas que han sido incapaces de tomar los Estados.

Reloj, no marques las horas

Desde 1947 funciona en la Universidad de Chicago un reloj simbólico que solía marcar el nivel de riesgo de una conflagración atómica que acabaría con el mundo.

El reloj fue promovido por el Boletín de Científicos Atómicos de Estados Unidos e ideado por un grupo de pensadores entre quienes se contaban varios premios nobel, así como científicos como Stephen Hawkins y Leon Lederman. Fue instalado después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se hizo evidente que el apocalipsis humano era posible si las potencias seguían amenazándose con sus arsenales cada vez más potentes y sofisticados.

Durante cuarenta años el reloj alcanzó a moverse 18 veces. La más reciente fue en 1984, cuando Estados Unidos y Rusia se mostraron sus armamentos nucleares por última vez.

Sin embargo los miembros del Boletín de científicos no imaginaron que a finales del siglo XX se verían obligados a cambiar el propósito del reloj y a usarlo para medir el nivel de riesgo de que el mundo se acabe, o mejor, de que resulte inviable la vida sobre la Tierra si la crisis climática mantiene su tendencia de agravamiento.

En efecto, a falta de una, hoy vivimos bajo tres amenazas serias e inminentes para la continuidad de la vida humana sobre el planeta: (1) los arsenales atómicos que han venido acumulando las potencias; (2) La proliferación de armas nucleares que incluso podrían llegar a manos de actores no estatales, y (3) el cambio climático sin control.

En 1991, cuando se avecinaba la Cumbre de Río, primer encuentro de los gobernantes del mundo sobre la crisis ambiental, la humanidad ganó conciencia de que existiría algún nivel de riesgo si no rectificábamos los modelos de crecimiento y desarrollo que nos habían guiado desde el siglo XIX.

En ese entonces sabíamos que el nivel de riesgo era particularmente alto para algunas zonas del planeta, pero nunca alcanzamos a imaginar que el riesgo de perecer calcinados por las armas nucleares sería reemplazado por el de perecer bajo las aguas, o debido a que nuestros alimentos se calcinarían antes de dar sus frutos por el calor excesivo de algunas regiones.

Ya empezó la pesadilla

El reloj de Chicago estaba a 17 minutos del fin el día que empezó la Cumbre de Río (aquella donde el presidente Bush dijo que Estados Unidos no había ido a negociar sus estilos de vida).

Pero hace unos días decidieron moverlo nuevamente, debido a las evidencias científicas sobre el cambio climático durante el año pasado. Ahora está a tan solo tres minutos de la medianoche, es decir, del fin.

Muchos estudios provenientes de los más reconocidos centros de investigación indican que  2014 fue el año  más caluroso desde 1880, cuando empezamos a tener registros de temperaturas promedio globales. Igualmente, se supo que nueve de los diez años más calientes de la historia reciente ocurrieron desde el año 2000. Sin embargo, los estudios también han señalado que los líderes mundiales no han actuado con la velocidad ni en la escala necesaria para proteger a los ciudadanos de la catástrofe en ciernes.

Uno se asusta cuando se encuentra en un edificio alto y se produce un temblor de tierra (como me ocurrió a mí mientras escribía este texto). De la misma manera, si a uno le presentan evidencias de la improbabilidad de que la vida sea viable en el territorio que habita es probable que  piense en irse para otra parte. Y si la evidencia demuestra que esta situación es inminente y uno alcanza a comprobar algunos síntomas de una catástrofe mayor, entonces la migración puede ser masiva, como está ocurriendo en este momento en Bangladesh y en las Islas Carteret.

Según Scott Leckie, director de la organización no gubernamental Displacement Solutions: ‘todas las estimaciones sobre futuros desplazamientos como consecuencia del cambio climático indican que no pocos países podrán enfrentarse a una escala de desplazamientos semejante a la de Bangladesh’.

Allí, más de seis millones de personas ya no pueden regresar a sus hogares, que han sido sepultados por el mar o por continuas inundaciones. En los atolones de las islas Carteret, en Papúa Nueva Guinea, en Kiribati (Micronesia) y en Tuvalu (Polinesia), en el océano Pacífico, la situación es similar.

Pero no hay necesidad de ir tan lejos. Colombia  sufrió grandes inundaciones en 2011 y aún no hemos tomado las medidas necesarias para prevenir sucesos similares. Y la provincia de Córdoba en Argentina y muchas de sus zonas vecinas sufrieron una inundación hace apenas dos semanas que aún no recibe atención de las autoridades.

Nube de hongo del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en Japón.
Nube de hongo del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en Japón.
Foto: Wikimedia Commons

Nuevas mediciones del peligro

Recientemente el reloj de los científicos de Chicago encontró un correlato más explícito en el Atlas de la Justicia Ambiental, un mapa que expone los conflictos ambientales y climáticos en todo el mundo. Este mapa nos permite ver en tiempo real, con la nitidez de Google Maps, el modo como  transcurren los minutos en aquellas zonas donde los conflictos ambientales y climáticos son más intensos.

El mapa de los conflictos ambientales es una aplicación interactiva que permite a los usuarios conocer y denunciar lo que sucede en su país o en su comunidad. El mapa presenta, hasta ahora, más de 1.400 casos de conflictos relacionados con instalaciones nucleares, minería, manejo de desechos, conflictos por la tierra, agua, combustibles fósiles y justicia climática, turismo, industria y afectaciones a la diversidad biológica del mundo.

Se trata de un proyecto de 23 organizaciones que acumulan más de treinta años de experiencia colectiva, coordinadas por la Universidad Autónoma de Barcelona. El objetivo del proyecto, según Leah Temper, su coordinador, es hacer visibles los conflictos ambientales y sus impactos económicos sobre las poblaciones más vulnerables.

Temper subraya que desde el siglo XIX son abundantes las bases de datos sobre conflictos laborales. No obstante en el siglo XXI, cuando ya se ha establecido la inminencia de nuevos conflictos por el clima, no existen buenas bases de información sobre este nuevo tipo de conflictos.

El experto asegura que los problemas ambientales y climáticos están relacionados con el modelo de globalización de la economía, y señala cómo ambos fenómenos han avivado la llama de la participación de la ciudadanía a través de las redes sociales. En ese sentido, pone el ejemplo de Foil Vedanta, un movimiento que luchó contra una mina de bauxita en una montaña sagrada de la India y estableció el mapa completo de la cadena de suministros de la compañía, lo que los llevó hasta un caso de evasión de impuestos en Zambia.

Por su parte, el Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ya había señalado el triple vínculo entre la crisis ambiental global, la crisis climática y los nuevos conflictos sociales, y había destacado cómo los impactos de los fenómenos extremos conexos con el clima, como las olas de calor, las sequías, las inundaciones, los ciclones e incendios forestales, revelan la vulnerabilidad y exposición de algunos ecosistemas y muchos sistemas humanos a la actual variabilidad climática.

El informe mostró de qué manera se está afectando la vida de las personas, especialmente las más pobres, y cómo se están deteriorando sus medios de subsistencia por la alteración de los ecosistemas, la desorganización de la producción de alimentos y el suministro de agua. Igualmente señaló a magnitud de los daños a la infraestructura y los asentamientos, el aumento de la morbilidad y mortalidad, con sus respectivos efectos sobre la salud física y mental de las poblaciones.

Por eso, el desafío que hoy enfrentamos es sincronizar el tic tac del reloj del riesgo global con el termómetro que pende sobre nuestras cabezas y que está a punto de llegar a los dos grados de calentamiento global.

Quienes entienden que esta es la realidad que nos tocó vivir seguramente reaccionarán a tiempo y tomarán las medidas necesarias para adaptarse a un mundo cambiante. Pero quienes han optado por ignorar las evidencias de la ciencia e insisten en negar la magnitud de la amenaza quizás morirán cantando, como la orquesta del Titanic, aquel viejo bolero de Lucho Gatica: “reloj, no marques las horas”.

Fuente artículo: http://www.razonpublica.com/index.php/economia-y-sociedad/8321-la-crisis-clim%C3%A1tica,-el-reloj-y-el-mapa.html

Comparte este contenido:

El precio del carbono

12 de octubre de 2016 / Fuente: http://pcnpost.com/

Por: Manuel Guzmán Hennessey

Coincidieron hace unos días en Nueva York, varios jefes de Estado y de Gobierno, con directores de organismos multilaterales como el Banco Mundial (GBM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

¿El motivo? Impulsar un ambicioso programa mundial para la fijación de precios sobre el uso del carbón derivado de combustibles fósiles.

Este programa confirma una tendencia que viene desde la pasada cumbre climática de Lima (2014), y es la de gravar impositivamente a las energías más contaminantes con el fin de favorecer el uso de las energías renovables, que no producen emisiones de carbono, o las energías de transición, que producen menos carbono que las convencionales (petróleo y carbón).

Esto, en sí mismo, no es suficiente para detener el cambio climático, pero ayuda a que la sociedad se adapte más rápidamente a cambios que en el mediano plazo deben estar orientados a construir una sociedad libre de carbono. A pesar de que en el Acuerdo de París (2015) no quedó incorporado el precio del carbono, más de 40 países y más de 20 entidades subnacionales demostraron sus compromisos para avanzar sobre sistemas de fijación del precio del carbono bajo alguna de sus dos modalidades posibles.

  • Un  régimen internacional de comercio de derechos de emisión (ETS, por sus siglas en inglés), o
  • Sistemas de impuestos nacionales sobre el carbono, los cuales incluyen iniciativas privadas.

El Fondo Monetario Internacional trabaja actualmente para incorporar el precio del carbono en la nueva cumbre del clima que se celebrará en noviembre de 2016 en Marruecos. Entre los países o regiones que han optado por el primer sistema están Europa, China, California y Quebec. China tiene en prueba 7 tipos de mercados en diferentes localizaciones, y en París anunció su intención de establecer un sistema nacional para armonizarlos y cubrir todo su territorio.

Sobre la segunda modalidad trabajan cada vez más países, en alianzas con empresas privadas y públicas relacionadas con este sector. Muchas empresas trabajan en países que ya cuentan con estos mecanismos y usan el precio del carbono en sus planes e inversiones.

Iniciativas como la “Carbon Pricing Leadership Coalition”,“Transformative Carbon Asset Facility” (TCAF), son significativas para entender la dinámica actual de esta tendencia. No obstante, hace falta más ambición global, pues actualmente solo un 12% de las emisiones globales están cubiertas por programas de precios de carbono. Los esfuerzos individuales, y aún de coaliciones, resultan demasiado débiles como para empujar de forma significativa a los agentes económicos hacia una ambiciosa transición energética.

Con ocasión de la cumbre de París, la Secretaría de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC)  publicó el documento, Acción Climática Ahora, Informe para los responsables de políticas, que establece el marco general para la tendencia del precio del carbono.

Este informe pone de manifiesto cómo las naciones pueden desplegar una amplia gama de políticas para hacer frente al reto común del cambio climático y el desarrollo sostenible. Pero se encarga de advertir sobre los obstáculos de esta acción global, si no se dan en todos los países similares compromisos y similares niveles de ambición.

Uno de estos obstáculos es precisamente la tardanza en ponerse de acuerdo globalmente sobre el precio del carbono. No hacerlo detiene el impulso de las inversiones y el uso de tecnologías y combustibles bajos en emisiones de carbono. Otro de estos obstáculos es el de mantener los subsidios a los combustibles contaminantes. En 2013 se destinaron casi 550.000 millones de dólares destinados a subsidios directos a los combustibles fósiles.

Los líderes que se reunieron en Nueva York, todos miembros del Panel de Fijación del Precio del Carbono, grupo convocado por Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, y Christine Lagarde, directora del FMI, pidieron al mundo avanzar sobre criterios de fijación de un precio del carbono para cubrir el 25 % de las emisiones mundiales en 2020.

El Panel de Fijación del Precio del Carbono complementa el trabajo de la Coalición de Liderazgo para la Fijación del Precio del Carbono (CPLC, por su sigla en inglés), en la que participan 24 países y más de 90 asociados estratégicos y empresas líderes a nivel mundial.

El llamado de Nueva York lo suscribieron la canciller de la República Federal de Alemania, Angela Merkel; el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau; la presidenta de Chile, Michelle Bachelet; el primer ministro de la República Federal de Etiopía, Hailemariam Desalegn; el presidente de Francia, François Hollande; y el presidente de México, Enrique Peña Nieto.  También estuvieron presentes el gobernador de California, Edmund G. Brown Jr.; el alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes; y el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría.

Jim Yong Kim, presidente del Grupo Banco Mundial, dijo: “Existe una sensación cada vez mayor de inevitabilidad ante la fijación de precios sobre la contaminación por emisiones de carbono”.

Y el secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki Moon declaró: “La fijación de precios del carbono es un instrumento inestimable para reorientar inversiones y transformar mercados mediante las que se desarrollen economías que fomenten bajos niveles de emisiones de carbono y con capacidad de adaptación al cambio climático, que generarán prosperidad, reforzarán la seguridad y mejorarán la salud y el bienestar de miles de millones de personas”.


Fuentes: Coalición de Liderazgo para la Fijación del Precio del Carbono, Alianza de Líderes en la Fijación del Precio del Carbono, Statement on the Role of the Fund in Addressing Climate Change, After Paris: Fiscal, Macroeconomic and Financial Implications of Global Climate Change, Declaración Ministerial de la Alianza del Pacífico Plataforma del Mercado de Carbono. Emission Trading Scheme – ETS, Pacific Coast Collaborative Partnership for Markets Readiness, PMR. Conferencias de Manuel Guzmán Hennessey, RED Klimaforum Latinoamérica Network.

Fuente artículo: http://pcnpost.com/manuel-guzman-el-precio-del-carbono/

Comparte este contenido:

Universidades y paz

10 de agosto de 2016 / Por: Manuel Guzmán Hennessey / Fuente: http://www.eltiempo.com/

Al sistema educativo le llegó la hora de asumir el desafío de asomarse a la nueva ciencia, al nuevo humanismo y a la nueva ética planetaria, de una manera novedosa y eficaz.

Las universidades tienen el desafío mayor del posconflicto. Les corresponde formar a los nuevos ciudadanos para la paz, el desarrollo, la equidad y la sostenibilidad. Al sistema educativo le llegó la hora de asumir el desafío de asomarse a la nueva ciencia, al nuevo humanismo y a la nueva ética planetaria, de una manera novedosa y eficaz. Integrar la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con la agenda 2030 del posconflicto. Atreverse a mirar hasta el 2050. Preguntarse por el modelo de desarrollo que queremos. Incluir en todas las asignaturas y en todos los programas las metas globales en las que está comprometida Colombia, y aterrizarlas en las regiones para concretar las acciones de la paz territorial, el desarrollo local, las nuevas ciudadanías y, por supuesto, la transición de las economías locales hacia modelos verdaderamente sostenibles. Energías renovables, modelos de producción y consumo que privilegien lo local, estilos de vida sostenibles. Esta colosal tarea debe abarcar la formación desde los pregrados, la investigación para la generación de nuevos conocimientos aplicables a los cambios que hoy demanda la sociedad, y la extensión para articularse con los sectores eje del desarrollo: las empresas, las instituciones, los gobiernos locales, los ciudadanos organizados.

El Ministerio de Ambiente, por ejemplo, debería liderar el diálogo con las universidades sobre la nueva educación para la sostenibilidad, integrando las metas del Acuerdo de París sobre mitigación y adaptación al cambio climático con las necesidades de transformación de los sectores productivos. Y así, cada uno de los ministerios podría hacer lo propio desde su sector. ¿Se necesita un nuevo ente coordinador para la educación del posconflicto? Y algo más, entender que el desafío nos involucra a todos y no simplemente al Gobierno central. Las universidades deben reinsertarse en el país.

Propongo dos ideas para empezar: que se instale un diálogo de tipo permanente entre rectores sobre Agenda 2030, educación y posconflicto. Que las universidades lideren un proceso nacional orientado a examinar el desafío de la educación superior frente a la construcción de una nueva sociedad.

Y otrosí: para pensar en los niños de esa nueva sociedad, conviene ver la educación de Finlandia.

Fuente artículo: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/universidades-y-paz-manuel-guzman-henenssey-columna-el-tiempo/16664671

Foto: https://1.bp.blogspot.com/-AIYwrNRLbFI/V6kzGOK4svI/AAAAAAAAFpU/naz44zHJsisv3RRQI67RtkXVWrWhbnT4QCLcB/s1600/paz-2.jpg

Comparte este contenido:

Anfibios

03 de agosto de 2016 / Por: Manuel Guzmán Hennessey / Fuente: http://www.eltiempo.com/

La carta de navegación con que ahora cuenta la humanidad para detener la crisis del clima es el Acuerdo de París. Y como este se limita a pedirles a los gobiernos “hacer esfuerzos” para que la temperatura no suba de 2 ºC, lo que todos esperan es que la ciencia confirme si esta petición resultará suficiente para detener la catástrofe. La ciencia ha dicho que no tenemos mucho tiempo. Actuar antes del 2030 puede no ser suficiente, y posponer la actuación para después del 2050 está claro que sería demasiado tarde. Ambos horizontes incluyen el tiempo de nuestros hijos y nietos. Son demasiados cercanos como para no enterarnos de los riesgos, pero el acuerdo omite la urgencia y opta por el giro “lo antes posible”.

Nadie quiere ir al fondo, los modelos mentales que dominan nuestros estilos de vida. En Colombia estamos ad portas de un racionamiento de energía eléctrica debido a factores relacionados con el Niño y la desestabilización del clima global, pero nadie dice que estos son los escenarios que enfrentaremos en adelante. Sí o sí. Cuando la crisis acelere y se acentúen los efectos del cambio climático.

Nadie plantea la posibilidad de controlar el crecimiento o modificar los patrones de consumo. Por el contrario, nos empecinamos en propalar la equivocada idea de que el crecimiento es el resorte único del progreso. La ciencia hace, esa sí, sus mejores esfuerzos, para mostrarnos realidades comprobadas, pero nosotros preferimos avanzar en medio de la noche hacia el abismo, pasajeros de un tren suicida con un conductor con los ojos vendados. Navegar entre eufemismos nos resulta más cómodo. La realidad podrá ser inaudita, pero es sagrada: haya o no riesgos climáticos comprobados por la ciencia los gobiernos del mundo le seguirán apostando al crecimiento per se.

El Acuerdo reconoce que los compromisos de países “no serán suficientes”. No importa. Aplaudiremos los “esfuerzos” de la diplomacia internacional como si fueran suficientes. Un reciente estudio reveló que en el mejor escenario de cumplimiento de París (léase reducción de las emisiones propuestas “lo antes posible”) el nivel del mar aumentará de 20 a 60 centímetros en el 2100 (PNAS, 2015). No importa. Actuaremos como si nuestras costas, Cartagena, Buenaventura, Tumaco, estuvieran protegidas por una barrera mágica e indestructible. Y si falla nos convertiremos en seres anfibios.

Fuente artículo: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/anfibios-manuel-guzman-henenssey-columna-el-tiempo/16527237

Comparte este contenido:

Plásticos

27 de julio de 2016 / Por: Manuel Guzmán Hennessey / Fuente: http://www.eltiempo.com/

Los plásticos son un gran invento; no son malos porque producen basuras, ni la electricidad lo es por producir carbono. Mas nos conviene asumir todos un problema que nos superó.

La medida que anunció @MinAmbienteCo sobre las bolsas plásticas es buena. Punto de partida para que los empresarios replanteen su responsabilidad con el ambiente y el clima. Desde sus procesos, productos, comercialización y residuos. Hace 25 años, los industriales del plástico de este país, alertados por la ciencia sobre la peligrosidad de sustancias empleadas en el PVC (cloro, plastificantes, ftalatos), enfrentaron el problema insertándose en las tendencias internacionales.

En el 2001 se firmó el Convenio sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP), que actúa sobre dioxinas y furanos. Muchos países, encabezados por los nórdicos, avanzan para eliminar estos químicos de los plásticos. En el 2005, el convenio de Barcelona pidió reducir la entrada al medio marino de sustancias potencialmente cancerígenas. Pero algunos sospecharon que el problema no se reduciría a los riesgos de los químicos, sino que abarcaría el tratamiento global de los residuos.

Hace menos de 15 años conocimos las islas de plásticos que flotan en el Pacífico. Y el problema pasó de ser químico a físico y químico. Pues en él participan no solo los plásticos ‘malos’, como Greenpeace llamaba al PVC en virtud de su molécula de cloro (diablo químico), sino también los buenos, familias de polímeros sin cloro. El tiempo demostró que el asunto no es de ángeles o demonios y que, como en la crisis del clima que vivimos, no conviene dividir al mundo entre malos y buenos. Los plásticos son el gran invento de la ciencia y la tecnología, y han resuelto problemas en muchos campos de la vida que no se hubieran podido resolver de otra manera. Ni son malos porque producen basuras, ni la electricidad lo es por producir carbono. Mas nos conviene asumir todos, productores, consumidores y Estados, un problema que nos superó. El de haber crecido ilimitadamente y el de seguir estimulando una economía intensiva en carbono.

Actuar responsablemente frente a él es la única alternativa inteligente. Por eso llama la atención que entre la infinita maraña de soluciones propuestas para tratar las islas de plásticos que flotan en el mar, y que hoy superan en extensión a muchos Estados, descuelle una, que llama precisamente a la responsabilidad, apelando al más lúcido sentido común. @BoyanSlat, de 19 años, trabaja sobre la idea de que todo este plástico debe ser comprado por quienes lo produjeron para que lo reciclen.

Manuel Guzmán Hennessey
@GuzmanHennessey

Fuente artículo: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/plasticos-manuel-guzman-henenssey-columna-el-tiempo/16563906

Foto: http://www.plasticosuamat.com/reduccion-del-consumo-de-bolsas-de-plastico/

Comparte este contenido:
Page 1 of 2
1 2