Eduardo Mendoza, un Cervantes en defensa de las Humanidades en las aulas

Por: Mónica Zas Marcos

Eduardo Mendoza aspiraba a lo mismo que Alonso Quijano: «correr mundo, tener amores imposibles y deshacer entuertos». El escritor barcelonés ha agradecido este jueves el premio más importante de las letras hispanas como no podía ser de otra forma: honrando al Quijote. En una época de desprestigio de la enseñanza de Humanidades, Mendoza nos retrotrajo a un tiempo de gran formación literaria, debates en las aulas y ensoñaciones cervantinas.

«Yo estaba empeñado en escribir, pero no sabía ni cómo ni sobre qué. La lectura del Quijote fue un bálsamo y una revelación», ha confesado el autor de La verdad sobre el caso Savolta. Ha recordado sus cuatro lecturas del clásico de Cervantes y las cuatro lecciones distintas que sacó en cada momento.

La primera vez fue durante su formación preuniversitaria, el preu, donde tuvieron que leer y comentar El Quijote. «La verdad es que Don Quijote y Sancho no fueron bien recibidos. Nuestro Shangri-La eran las sesiones dobles del cine de barrio, no el Siglo de Oro», ha admitido. Sin embargo, pronto cayó rendido al lenguaje cervantino gracias a la labor de sus profesores y a la vocación que les transmitían. Aunque siempre con los pies de plomo, porque «las vocaciones tempranas son árboles con muchas hojas, poco tronco y ninguna raíz».

«A diferencia de lo que ocurre hoy, en la enseñanza de aquella época prevalecía ella educación humanística, en detrimento del conocimiento científico, de conformidad con el lema entonces vigente: que inventen ellos», ha añadido Mendoza, en una critica velada con un chascarrillo.

«A diferencia de lo que ocurre hoy, en la enseñanza de aquella época prevalecía ella educación humanística, en detrimento del conocimiento científico»

«La lectura del Quijote fue un bálsamo y una revelación. De Cervantes aprendí que se podía cualquier cosa: relatar una acción, plantear una situación, describir un paisaje, transcribir un diálogo, intercalar un discurso o hacer un comentario, sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia», recordaba el autor. Una lección que ha aplicado a sus propias obras, que con tanta gracia y naturalidad se convirtieron en la lectura preferida de muchos hispanohablantes.

Algo parecido ocurre con el humor de ambos Cervantes, un arte que descubrió del Quijote en su tercera lectura. «Entonces, ya era lo que nuestro código civil llama un buen padre de familia«. Eduardo Mendoza dice que, hoy en día, «El Quijote ha perdido gran parte de su jocosidad» porque no se considera más que una «parodia del estilo artificioso de las novelas de caballerías».

«Lo que descubrí en la lectura de madurez es que había otro tipo de humor, un humor que camina paralelo al relato y crea un vínculo secreto con el lector», ha dicho. Esa relación se basa en disfrutar de la compañía del novelista y es la que convierte al humor en un género literario tan respetable como cualquier otro.

«Lo que descubrí en la lectura de madurez del Quijote es que hay un humor que camina paralelo al relato y crea un vínculo secreto con el lector»

Eduardo Mendoza se ha despedido con una reflexión sobre la locura de Don Quijote y la locura del mundo. «Alguna vez me he preguntado si don Quijote estaba loco o si fingía estarlo para transgredir las normas de una sociedad pequeña, zafia y encerrada en sí misma».

«Es justo lo contrario de lo que me ocurre a mí. Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera, y por este motivo vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo», ha finalizado.

Y por último, un buen consejo para los siguientes premios Cervantes o para cualquiera que se crea protagonista de un relato más bonito que la realidad: «Para los que tratamos de crear algo, el enemigo es la vanidad. La vanidad es una forma de llegar a necio dando un rodeo».

Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/libros/Eduardo-Mendoza-recoge-premio-Cervantes_0_635186755.html

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Rosa Luxemburgo, el águila de la izquierda que callaron con una bala

Por: Mónica Zas Marcos

«Socialismo o barbarie». Aunque los considerase antagónicos, en la vida de Rosa Luxemburgo (1871-1919) ambos conceptos fueron de la mano. Ella soñó con la revolución hasta que los freikorps le volaron la cabeza y lanzaron su cuerpo por el Canal Landwehr de Berlín. Luxemburgo nació en la Polonia rusa cuando aún se escuchaban los ecos de la Comuna de París y fue asesinada 48 años más tarde por proclamar la lucha obrera, el sufragio universal y una alternativa al «parásito» sistema capitalista.

Su figura ha estado unida cien años al imaginario de la revolución, pero aún hay mucha gente que desconoce la audacia de esta mujer excepcional. El libro La rosa roja se ha propuesto recuperar a la Rosa teórica, socialista y anticapitalista, pero también a la que amó a escondidas, la que sufrió violencia machista y la que, con sus contradicciones, quería libres a las mujeres de cualquier clase social.

Portada Rosa Luxemburgo

La ilustradora y activista británica Kate Evans publicó su novela gráfica en 2015 con Verso Books y dos años más tarde llega en castellano gracias a la editorial argentina Ediciones IPS-Pan y Rosas. También lanzaron un crowdfunding para publicarlo en España y superaron el objetivo inicial en menos de una semana.

Sus viñetas conjugan el humor con un análisis exhaustivo de la obra de Rosa Luxemburgo, sus artículos en prensa o la correspondencia personal que no se había traducido a nuestro idioma hasta ahora.

Tanto en unos textos como en otros, la protagonista muestra una inteligencia crítica que puso en jaque a los dirigentes del partido socialdemócrata alemán e incluso ciertas teorías de Marx, que desmontó en su libro La acumulación del capital (1913).

A pesar del estilo caricaturesco de los dibujos, el espíritu de Rosa Luxemburgo se conserva intacto gracias a las citas textuales. Ese es el gran acierto de la novela de Kate Evans: acercar una figura compleja y controvertida sin perder el peso didáctico de sus intervenciones públicas y de sus inspiradoras clases de economía marxista.

«Aunque es recordada como una mártir, ella es mucho más que eso, porque cada momento que vivió, lo hizo al máximo», recuerda su última biógrafa. Que este nuevo homenaje sirva para recuperar las lecciones de uno de los personajes más combativos y brillantes de nuestra historia.

La socialista más joven

En casa de los Luxemburgo, a las mujeres se les reservaba la tarea de apretarse los corsés para reducir la cintura y de cuidar su hermosa melena larga para atraer a un hombre rico. Rosa, la hija más pequeña, pronto defendió que el valor de una mujer estaba en su intelecto, no en los centímetros de su cadera. Aunque se crió en un hogar profundamente judío, se deshizo también de la fe religiosa en cuanto descubrió al filósofo que le cambiaría la vida.

«Marx dijo que los dioses son producto de las regiones nebulosas del cerebro humano«, decía ella. «Tu abuelo es un rabino y te lavarás la boca con jabón, jovencita», le recriminaba su familia. Para no calentar el ambiente en su casa, Luxemburgo escondía el Manifiesto comunista o Trabajo asalariado y capital de la vista de sus padres, pero disertaba abiertamente de capitalismo con sus hermanos.

Viñeta Rosa Luxemburgo

Con su preparación e inteligencia, a nadie le extrañó que una chica de 15 años se afiliase al movimiento socialista polaco, aunque viviese con la amenaza constante de ser atrapada y condenada en Siberia por el zar ruso. Al final, en 1889 se exilió a Zúrich para estudiar en la única universidad que admitía a mujeres. Allí cambió la botánica y la zoología por la ciencia del cambio social y las relaciones económicas. También aprendió once idiomas y trabajó como periodista mientras acababa un doctorado sobre la industrialización en Polonia. Su mantra: «Cuestionar todo».

El azote de los conformistas

Las conferencias de Rosa Luxemburgo en la Internacional Socialista promovían la solidaridad entre países y la revolución mundial, mucho antes que el derecho a la autodeterminación que reclamaba Polonia. Defendía que la lucha obrera debía centrarse en el capitalismo, aunque el Manifiesto comunista de Marx llamase a la emancipación de los polacos. Esa filosofía, que compartía con su primer amor Leo Jogiches, la trasladó a Berlín en 1898, cuando se afilió al SPD alemán.

Rosa también se opuso a grandes figuras del partido socialdemócrata como Eduard Bernstein, rebatiéndole que «la lucha por la reforma es el medio, la revolución es el fin». Pensaba que si las reformas se lograban a través de la lucha obrera, fortalecían al partido, pero si se obtenían por métodos parlamentarios o acuerdos entre partidos burgueses, esto sólo favorecía al capitalismo.

Viñeta Rosa Luxemburgo

Más tarde, se distanció de otros pesos pesados del SPD que la consideraban una «víbora bribona», como su otrora gran colega Karl Kautsky. Una brecha que se abriría para siempre con la aprobación de los presupuestos de la Primera Guerra Mundial, a la que ella se oponía tajantemente, y con el retraso en las negociaciones del sufragio universal, y femenino.

La «no militancia» feminista

Otro importante contacto que hizo Rosa en Berlín fue Clara Zetkin, la activista que estaba al frente de la organización de mujeres socialistas y del periódico feministaDie Gleichheit ( La Igualdad). Juntas defendían el voto universal, aunque Luxemburgo nunca quiso encabezar el ala femenina para no perder los beneficios que tenía en el partido junto a los varones. Pensaba que era una estrategia de sus compañeros para desterrarla de la primera línea del debate teórico, donde reinaba el machismo.

«El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque, tras él, están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior, es decir, a la socialdemocracia», escribió. No compartía con Zetkin, sin embargo, la defensa solo del voto de las mujeres propietarias que pagaban impuestos. «Son derechos de las damas, no de las mujeres. No puedo hacer causa común con las señoras de la clase capitalista», le espetaba Luxemburgo.

Viñeta Rosa Luxemburgo

Ambas participaron en 1907 en la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en la ciudad alemana de Stuttgart, que aprobó que los partidos socialistas del mundo luchasen obligatoriamente por el sufragio femenino. También en la Segunda Conferencia, llamada Guerra a la guerra, donde más de cien activistas de 17 países establecieron el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. En aquella época, Rosa empezó a sentirse cómoda con la etiqueta feminista y sus discursos tomaron un cariz más comprometido, como este que pronunció en 1912:

«El actual enérgico movimiento de millones de mujeres proletarias que consideran su falta de derechos políticos como una flagrante injusticia es señal infalible, señal de que las bases sociales del sistema imperante están podridas y que sus días están contados. Luchando por el sufragio femenino, también apresuraremos la hora en que la actual sociedad caiga en ruinas bajo los martillazos del proletariado revolucionario»

Una de las cosas que más lamentó Luxemburgo al final de sus días fue no haber defendido con ahínco el voto y la emancipación de la mujer. Por eso, a su salida de la cárcel en 1918 y cuando reorganizó la Liga Espartaquista, estableció como nueva consigna «la plena igualdad social y jurídica entre los sexos».

La utopía antibelicista

Si bien el equidistante feminismo de Rosa Luxemburgo ha sido motivo de debates académicos, con su perfil pacifista no queda resquicio para la duda. La política enarboló un discurso antimilitarista durante toda su carrera, pero sobre todo a las puertas de la Primera Guerra Mundial, cuando su partido votó por primera vez a favor de unos presupuestos capitalistas que daban luz verde a la masacre.

Los razonamientos de Luxemburgo se podrían aplicar perfectamente hoy en día, cien años después de la Gran Guerra. Para ella, el conflicto «es indispensable para el desarrollo del capitalismo», puesto que la industria armamentística mueve decenas de miles de millones y está controlada por señores de la guerra que deben justificar el gasto militar y el tráfico incontrolado de armas. Así, Rosa interpeló a sus propios camaradas en Utopías pacifistas (1911):

¿Cuál es nuestra tarea en la cuestión de la paz? (…) Si las naciones existentes realmente quisieran poner coto, seria y honestamente, a la carrera armamentista, tendrían que comenzar con el desarme en el terreno político comercial, abandonar sus rapaces campañas colonialistas y su política internacional de conquista de esferas de influencia en todas partes del mundo” .

Este hincapié en hacer «un llamamiento a la justicia y al fin de la violencia» durante los cuatro años de la guerra fue el que acabó con su vida. No caben medias tintas cuando se está en contra de precarizar vidas en el trabajo y en el campo de batalla. Al menos, no para Rosa Luxemburgo. Esta líder solo consideraba la vía del socialismo para acabar con la barbarie, y terminó sufriendo la barbarie en propias carnes por parte de los freikorps.

Pero la Rosa Roja vio que la dignidad humana estaba por encima de los partidos y de la economía militar. Y así se recordará siempre a la mujer que no huyó del barco naufragado y luchó hasta la muerte «por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres».

Rosa Luxemburgo en un mítin en Berlín

Rosa Luxemburgo en un mítin en Berlín, 1910

Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/libros/Rosa-Luxemburgo-aguila-izquierda-callaron_0_658634256.html
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El autor de ‘Por trece razones’: «Nos han enseñado a hacer comedias con el bullying en lugar de afrontarlo»

Por: Mónica Zas Marcos

La cultura de masas no es el mejor lugar para encontrar historias comprometidas con el acoso escolar o el bullying. Los adolescentes han sido representados durante décadas como un mero animal de entretenimiento, un espécimen al que observar desde la pecera sin generar la menor empatía.

Tuvieron que llegar Buffy Cazavampiros, Judd Apatow con la genial Freaks and Geeks o El club de los cinco, en el caso de la gran pantalla, para invitarnos a salir de la burbuja de clichés que rodean a las animadoras y a los chicos malos del patio. Hasta entonces, el tema del acoso en los institutos se naturalizaba hasta tal punto que servía como bálsamo en las situaciones cómicas. Ese amigo gordito, centro de todas las burlas por su glotonería, o la chica del equipo de matemáticas que se cuela hasta las trancas por el capitán de baloncesto.

De repente, llegó a nuestras pantallas una serie que situaba el bullying en el centro de la trama. Por trece razones partía de la experiencia de Hannah para ilustrar una realidad tan desesperada como el acoso moral y sexual en las escuelas. Solo había un problema: Hannah terminaba suicidándose, dejando además una cinta de casette a cada uno de los acosadores y cómplices de las burlas.

La serie de Netflix dividió a los psicólogos y expertos entre los que aplaudían su audacia y los que la acusaban de frivolizar con algo tan serio como el suicidio. Esta es la segunda causa de muerte entre los adolescentes de Estados Unidos, por eso muchos se escandalizaron al verlo convertido en un thriller palpitante. Pero no es la primera vez que surge este debate. Hace diez años, el escritor Jay Asher se enfrentó a las mismas críticas cuando sacó a la venta su libro homónimo Por trece razones.

Asher se encuentra en Madrid gracias al renacer televisivo de su obra, editada en España por Nube de tinta. El autor siempre ha defendido las decisiones narrativas de la serie, donde estuvo asesorando a Selena Gómez y al equipo de guionistas. «Confío tanto en ellos que en esta segunda temporada les he pedido que no me cuenten nada, quiero que sientan que tienen total libertad creativa sobre la historia», cuenta Asher a eldiario.es.

La serie aborda algunas situaciones de forma distinta al best-seller, pero su autor opina que siempre desde el respeto y el compromiso. El cambio más palpable es el del uso de las redes sociales en el calvario de Hannah, ya que el cyberbullying no había aterrizado del todo en 2007 y menos aún en los institutos. «Lo que me gusta de esto es que los padres, tan ajenos a este nuevo tipo de bullying o de acoso sexual, pueden ver que es un problema mucho más complejo hoy en día», afirma Asher.

El personaje de Hannah se inspira en un pariente cercano que, como la chica del libro, cometió un intento de suicidio a los quince años y sobrevivió. Asher pensó que no había lugar para los escrúpulos cuando hay menores que deciden quitarse la vida por el escarnio que sufren a diario, y así surgió la perturbadora trama dePor trece razones. «Cuando pones enfrente cosas complicadas de digerir, la gente siempre te dirá que no lo estás tratando de la forma apropiada», se resigna el autor.

Hannah, en 'Por trece razones'
Hannah, en ‘Por trece razones’

La escena que levantó más ampollas de la serie fue la del suicidio. Un acto que, en cambio, en el libro se omite. Lejos de criticar la decisión de la cadena, Asher piensa que el golpe de efecto es útil para concienciar. «Yo no incluí ese pasaje y también me dijeron que omitirlo daba una imagen romántica y accesible del suicidio. La serie lo hizo al contrario y ocurrió lo mismo», resume.

«Cuando escribes sobre temas muy serios, de vida o muerte, sabes que la gente va tener una opinión al respecto. Por eso, como escritor, debes hacerlo y ya está», afirma con honestidad. Lo que no comprende es que haya padres y profesores que prohíban leer la novela y ver la serie a sus hijos.

¿Estamos acostumbrados a una literatura juvenil condescendiente? «Totalmente. Tenemos tanto miedo a meter la pata que terminamos haciéndolo todo masticable y fácil para el lector», opina. Sin polémica no se habla de los temas incómodos, y Asher asumió la primera para poner sobre el tapete los segundos. «Si ven a sus hijos viendo la serie, en vez de apagar el televisor, sería mejor que los padres se sienten con ellos y descubran por qué ha llamado su atención. Quizá sea la ocasión de hablar de cosas que los adolescentes no quieren hablar. Se necesita esa conversación», dice rotundo.

Jay Asher, autor de 'Por trece razones'
Jay Asher, autor de ‘Por trece razones’

Un drama tal y como lo que es

Las situaciones a las que se enfrenta Hannah en Por trece razones funcionan por acumulación. Hay traiciones, comentarios sacados de quicio y grandes dramas que la conducen poco a poco a una espiral de depresión. Lo único que se repite a lo largo de este proceso son dos hilos conductores que constriñen a la protagonista como una soga: la soledad y el acoso sexual.

Jay Asher quiso moldear así el infierno personal de su protagonista para mostrar que el bullying es un monstruo de muchas cabezas. No entendió que algunos le lanzaran un dedo acusador por derribar un tabú que se da tanto en la literatura como en los colegios. «Está perfectamente bien que este libro sea incómodo o que alguien no esté de acuerdo en cómo salen reflejados el suicidio y el acoso, pero lo importante es que abordamos [también la serie] estos problemas», se defiende.

Asegura que los comentarios que le culpaban de incitar a ciertas conductas le solían afectar personalmente. Pero decidió escribir este libro para mostrar que la cultura de masas también puede escuchar y hablar sin tapujos de las víctimas, no solo hacer chistes con ellas. «Nos han enseñado a tratar el bullying en comedias para reírnos de él en lugar de afrontarlo. Está muy bien hacer humor con ciertas cosas, pero eso lo condena a que sirva de entretenimiento y nada más», expone Jay Asher.

El autor, pese a todo, dice recibir mucho más apoyo que críticas. «Cuando me escriben diciendo que gracias a Por trece razones se han sentido por primera vez comprendidos, me provoca satisfacción y a la vez una pena inmensa. Es un reflejo de nuestra sociedad. Pero alguien no tendría que sentirse así por primera vez con un libro», confiesa.

Jay Asher

Hoy en día, Jay Asher se dedica a recorrer las escuelas de Estados Unidos para dar charlas contra el acoso y contar su experiencia personal. «En el colegio era de los que veía a una persona sufriendobullying y no hacía nada. Ahora me arrepiento mucho de eso», asegura el autor.

Según él, es importante que los centros educativos intervengan con actividades didácticas o que «simplemente pongan un póster en las paredes para ayudar a las víctimas a saber que el colegio se preocupa».

Por último, el escritor de Por trece razones mira hacia el futuro. El problema se ha vuelto «brutal» a raíz de la propagación de las redes sociales, pero también se ha convertido en algo mucho más visible que hace unas décadas. «Antes se asumía que pasaba, y punto. Es increíble que ahora haya organizaciones luchando activamente contra ello», dice. En cuanto a la función de la cultura de masas, Asher invita a tomarla como revulsivo.

«Mi hijo es muy pequeño, y ojalá no le ocurra a él, pero si le ocurre a un amigo me gustaría que tenga libros y series que facilitasen la conversación», asegura. Millones de adolescentes están hablando hoy en día del acoso escolar, así que se puede decir que Por trece razones ha cumplido su cometido. Y, como recuerda su autor, cuando se quiere incidir en un problema como el de los suicidios adolescentes, la sutileza es un factor sobrante en la ecuación.

Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/libros/Asher-trece-razones-comedias-bullying_0_666333762.html

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Fox invisibiliza a las mujeres negras en el acto de una película sobre discriminación racial

Por: Monica Zas Marcos

Si hoy el hombre es capaz de ponerse en órbita es gracias, en parte, a tres mujeres afroamericanas. Katherine Johnson, Mary Jackson y Dorothy Vaughan fueron borradas de la memoria de la NASA y de los prodigios espaciales de Estados Unidos. Ahora, la película Figuras ocultas ha querido rendir homenaje al trío de matemáticas que cambiaron la historia en los años 60 mientras soportaban la segregación y el machismo en su ambiente de trabajo.

El filme de Theldore Melfi, distribuido por Fox, se presentó en Madrid el pasado 14 de diciembre con un coloquio llamado «El papel de la mujer en la historia». La productora se había puesto en contacto con una serie de personas para participar en un evento acorde con el mensaje de la película. Sin embargo, una semana después saltaron las alarmas en las redes sociales coincidiendo con la publicación del resumen del coloquio.

Solo había una persona negra entre todos los invitados por Fox España al acto de la Cineteca. La empresaria valenciana Bisila Bokoko, de ascendencia ecuatoguineana, aparecía en el vídeo junto a periodistas, actrices y presidentas de asociaciones como Paloma López Borrero, Rossy de Palma o la vicepresidenta de CIMA, Juana Macías.

«Podría haber sido  la oportunidad para que las mujeres negras que vivimos en España expliquemos cuán identificadas nos sentimos con las mujeres de la película. El resultado del clipping te sorprenderá», alertaba Desirée Bela-Lobedde, activista y creadora de la influyente web NegraFlor. La blogera calificó de white washing (tendencia en el cine de otorgar a los blancos papeles de negros) la decisión de Fox España. «Al final parece que cualquiera sabe más que una mujer negra sobre lo que es ser una mujer negra invisibilizada», añadía.

Según Bela, la agencia externa contratada por Fox para organizar el evento tuvo la intención en un primer momento de contar con activistas afro en Madrid. «Me pidieron nombres, les pasé una amplia lista y, el mismo día 14, me dijeron que solo iban a contar con dos periodistas negros. Fox dio prioridad al famoseo», cuenta Desirée. La activista critica que la productora se decantara en nuestro país por el discurso feminista y dejase de lado el racial, que tiene incluso más relevancia en Figuras ocultas.

«Me parece un insulto. Desvincularon a toda la población afro y solo hablaban mujeres blancas sobre la importancia de la mujer. No, perdona, la importancia de la mujer negra«, defiende Bela. La première en Estados Unidos estuvo liderada por las actrices y Margot Lee Shetterly, autora del libro Figuras ocultas: El sueño americano y la historia nunca contada sobre las matemáticas negras que ayudaron a ganar la carrera espacial.  «No hay color. Mencioné en Twitter a Fox USA para que fueran conscientes de lo que habían hecho en Madrid», explica Desiree.

Fox: «No era un evento racial»

Por su parte, desde Fox España aseguran que, efectivamente, el evento « no se enfocó para nada hacia un punto de vista racial».  «Lo que queríamos para este pase eran representantes femeninas de diferentes empresas, asociaciones e instituciones, independientemente de su raza», afirma Nieves Peñuelas, encargada del departamento de publicidad. «Seguro que en ocasiones hay gente súper interesante que se queda fuera por temas de espacios y/o tiempos, o simplemente por no tener el contacto en ese momento», añade en nombre de la productora. 

Como dicen en Afroféminas, ya que la película  Figuras ocultas versa sobre la representatividad, destaca que se obvie ese aspecto en su mismo preestreno. «Es descorazonador sentir de nuevo que reivindicamos sin respuestas ni efectos. No saben lo que es ser una figura oculta, nosotras sí», concluye Desirée Bela. El último ejemplo de que el mecanismo del cine, tenga las buenas intenciones que tenga, sigue suspendiendo en diversidad.

Las «calculadoras» negras de la NASA

En los años 40, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, la NASA se saltó las leyes segregacionistas de Jim Crow para contratar a mujeres negras en el departamento de «calculadoras», como ellos las llamaban. Estaban faltos de personal y tuvieron que hacer excepciones. Estas mentes brillantes llegaban de universidades solo para afroamericanos como el Hampton Institute, la Virginia State University y la Wilberforce University.

Trabajaban para la agencia espacial pero no con la agencia espacial. Utilizaban oficinas, comedores y baños separados por raza (que estaban en peores condiciones y más alejados que los de sus compañeros blancos) y debían ser más eficientes. No disponían de nada más que un lápiz y una libreta para calcular las ecuaciones que lanzarían a los primeros astronautas y pondrían a Estados Unidos por delante de Rusia en la carrera espacial.

Entre todas ellas, destacaron tres mujeres por su constancia y su brillante talento para las matemáticas: Mary Jackson, Dorothy Vaughan y Katherine Johnson. Esta última fue la única que logró colarse en las reuniones de los ingenieros y fue de vital importancia cuando Kennedy se propuso enviar al hombre a la Luna. Ya antes, Johnson había resuelto la ecuación aeronaútica imposible para que Alan Shepard no saliera ardiendo en una nave.

Sus otras dos compañeras también se ganaron un hueco en la agencia espacial que fue sutilmente borrado de sus anales. Jackson se enfrentó a un tribunal para cursar sus estudios de Ingeniería en la universidad Hampton (solo para blancos) y ganó. Después, cuando había alcanzado el mayor rango para una mujer negra en la NASA, se dedicó a la enseñanza. Por su parte, Vaughan aprendió de forma autodidacta a utilizar el primer ordenador de la NASA y compartió sus conocimientos con el resto de «calculadoras» negras.

Las dos últimas han recibido este homenaje a título póstumo, pero aún queda Katherine Johnson, que a sus 98 años se encarga de refrescar la mala memoria de la humanidad.

Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/fenomenos/mujeres-discriminadas-presentacion-Figuras-Madrid_0_595640635.html

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‘El libro de la selva’ es racista aunque Disney intente apañarlo

Por: Monica Zas Marcos

Rudyard Kipling defendía el colonialismo propio de la época y dejó entrever la supremacía de la raza blanca en toda su obra. El autor de El libro de la selva no incluyó canciones joviales e inocentes historias animadas en su manuscrito original. Rudyard Kipling escribió en sus memorias que su pluma estilográfica estaba poseída por el djinn, un demonio indio que le susurró en sueños la historia de Mowgli. El escritor inglés heredó estas fantasías mitológicas de sus primeros años en Bombay, donde presenció el azote del imperio británico sobre las colonias indígenas. El ambiente señorial de su infancia radicalizó su devoción por el dominio occidental hasta el punto de considerarlo la obligación del hombre blanco.

Hablamos de un poema publicado en 1899 en la McClure’s Magazinedonde animaba a Estados Unidos a conquistar Filipinas. Había pasado justo un lustro desde la publicación  El libro de la selva,  por lo que sería ingenuo pensar que Kipling no le contagió también esta ideología. Tal era su compromiso eurocéntrico que George Orwell le bautizó como el profeta del colonialismo. En plena Segunda Guerra Mundial, el creador de 1984 revisó la obra del Nobel literario y sacó algunas conclusiones: «Rudyard tiene una vena de sadismo, pero está lejos de ser más fascista que cualquier ser humano de hoy en día». En su magna critica, Orwell separa el grano de la paja y también admite que su prosa es de una elegancia solo comparable a la de Shakespeare.

También supo que el káiser provocaría la guerra y Hitler, al que detestaba, otra aún peor; anticipó el apartheid en Sudáfrica y la lucha entre hindúes y musulmanes en la India. Siempre consideró a Estados Unidos una sociedad rústica y atrasada, y a Francia una civilización «por lo menos contemporánea» a la inglesa. No tuvo piedad ni siquiera con fenómenos del activismo como Gandhi, a quien tildaba de arribista. Puede verse que Kipling era un bardo pragmático y aferrado al espíritu imperial de su época, pero no era un partidista. Tenía su propia doctrina.

La realidad de los niños cachorro

Para situarnos, El libro de la selva se enmarca en un momento de la época victoriana en el que se descubrió un informe en inglés titulado Los lobos que cuidan a niños en sus cuevas. Según el texto, los aldeanos indígenas rescataron de la selva a varios cachorros de hombre que andaban a cuatro patas y comían carne cruda, pero morían poco después, como si la civilización destruyese su pureza frágil. Kipling imprime este pensamiento en el personaje de Mowgli y en su incansable aprendizaje de la ley de la jungla para escapar del poblado.

En el cuento original, este pueblo estaba habitado por hombres salvajes, supersticiosos, ávidos de dinero y homicidas que no distaban mucho de la tribuBandar-log de los monos. Los críticos interpretaron que tanto los primates como la aldea de hombres eran la representación de las tribus subversivas de indios que vivían bajo el yugo de las colonias británicas. Kipling extendía así un credo de paternalismo y vasallaje sobre las razas oscuras a las que se refería como «pueriles». Pero también supo ver la «nobleza» de estas gentes, lo que le distanciaba de la rama más radical del colonialismo británico.

Fotograma de la nueva versión de El libro de la selva. Disney

La Europa imperialista consideraba que la cultura nativa era salvaje y al mismo tiempo hermosa. Un sentimiento compartido en cada página de El libro de la selva, desde los nombres de los protagonistas hasta la idealización del entorno de la jungla. Esta tendencia dio lugar a un género sobre niños que crecían robustos y felices en la naturaleza, sin sucumbir a la malnutrición, los depredadores o las enfermedades tropicales. Se dice que esta corriente literaria nació en respuesta a la revolución industrial, de la que recordamos obras como  Futilidad, El lago azul oTarzán de los monos.

El patinazo animado de Disney

Partiendo de tales antecedentes, la versión animada de Disney sería totalmente inofensiva. Cuando el manuscrito llegó libre de royalties a la industria de los sueños, eliminaron de raíz el fragmento colonialista y la visión salvaje del poblado. O eso intentaron. Todos recordamos al oso Baloo bailando a ritmo del jazz más vital mientras impartía acertijos morales. Pero fue otra pegadiza canción la que despertó la alarma racista. «Quiero ser como tú» y su estandarte, el orangután Rey Louie, fueron los señuelos para afirmar que Disney no estaba preparado para enmendar los errores cometidos en Peter Pan o Canción del sur.

«No es solo un dibujo animado que desea ser humano. Más que eso, Louie simboliza a un nativo afroamericano aspirando a convertirse en un miembro de raza blanca, representado por Mowgli», acusaron los catedráticos de la Universidad Americana en la edición de abril de la revista Campus Reform. Además, los académicos critican el doblaje original de los monos, que hablan con un grotesco tono africano, mientras que el resto de personajes se expresan en perfecto inglés. Rizando aún más el rizo, llegaron a afirmar que Louie era una caricatura racista de Louis Amstrong en forma de primate borracho.

Curar el racismo con una tirita

Una de las estrategias que garantizan la permanencia de Disney en el limbo de las empresas bursátiles es el reciclaje. Ahora la factoría Disney ha querido resarcirse de sus antecedentes con una inversión millonaria y un par de brochazos al guión de 1967. Los nuevos adaptadores de El libro de la selva contaban con un presupuesto de 400 millones de dólares para lidiar con el legado del colonialismo británico, el racismo estadounidense y con las políticas de identidad contemporáneas.

En pleno siglo XXI, si bien estamos lejos de conseguir todas las metas en igualdad, se podría pensar que es más sencillo evitar estos patinazos. Pero los proyectos coetáneos no aportan luz sobre el asunto. En Broadway, la encargada de la adaptación teatral del selvático libro dijo que «el racismo está en el ojo del espectador».

Desde Hollywood, donde todavía colea la polémica de los Oscars para blancos, se han cuidado de no cometer los mismos errores. Básicamente no se podían permitir un castigo en la taquilla que pusiese en riesgo su megalómano presupuesto. A grandes rasgos se puede decir que la última versión de Jon Favreau lo ha conseguido. Quizá demasiado. Pues, aunque consigue deslumbrar a nivel visual, no deja de ser una versión descafeinada con evidentes préstamos de la película de animación.

Tomado de: http://www.eldiario.es/cultura/cine/libro-selva-manifiesto-colonialista_0_505349671.html

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