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El error de asociar a los niños superdotados con el alto rendimiento escolar

Por: Olga Carmona

El error de asociar a los niños superdotados con el alto rendimiento escolar

De todos los mitos difundidos y trágicamente interiorizados acerca de las altas capacidades, que son muchos y muy generalizados, creo que el más dañino es aquel que asocia la sobredotación con el alto rendimiento, traducido en calificaciones excelentes, es decir, con el alumno brillante.

Si bien es verdad que hay un porcentaje de niños y niñas con altas capacidades que tienen un alto rendimiento académico, hay muchos, muchísimos que no. Este colectivo que no se adapta a las demandas de la escuela basada en aprendizajes creados para la media de la población desde el punto de vista de inteligencia, tiene rendimientos mediocres e incluso fracaso escolar. Entonces, los profesores y algunos orientadores no solo no les detectan, sino que además tienden a cuestionar las valoraciones hechas por profesionales privados.

El fracaso escolar no es solo suspender

El fracaso escolar no es solamente suspender asignaturas, o el abandono de los estudios, también es que alumno rinda muy por debajo de sus capacidades.

Normalmente, el alumno brillante suele ser un talento académico, no un superdotado. Este último suele tener una forma de aprender que en ningún caso se parece a la del alumno medio. Gracias a la investigación y a las modernas técnicas de neuroimagen, sabemos que el cerebro del niño con altas capacidades es diferente en morfología y funcionalidad, respecto al cerebro del niño normotípico. Entonces, no es tan difícil entender que un cerebro que es diferente aprende también diferente.

La investigación realizada por el Instituto Nacional de Salud Mental de EE UU y de McGill University de Montreal mediante resonancia magnética a 307 niños y publicada posteriormente en la Revista Nature puso de manifiesto el desarrollo diferente, así como una configuración morfológica final del cerebro de las personas superdotadas:

  • Distinto grosor de la corteza cerebral que permite desarrollar una red de circuitos neuronales de pensamiento de alto nivel.
  • Rápida reducción cortical a partir de los 12 o 13 años que se traduce en una superior plasticidad que el de los niños con inteligencia promedio.
  • El córtex de las personas superdotadas tiene un grosor menor.
  • Diferente seccionado de conexiones neurales redundantes.

Por tanto, numerosos autores reflejan que a partir de la certeza de estos hallazgos se puede concluir que “los niños superdotados piensan y sienten de forma distinta de los demás” (Acereda); “ las personas intelectualmente superdotadas piensan de una manera diferente de la mayoría de la gente” (Yolanda de Benito); y por último Stenberg y Davidson llegaron a la conclusión de que “los niños superdotados utilizan formas diferentes de resolución de los problemas y tienen formas diferentes de aprendizaje”. La metáfora planteada en la Teoría Emergente de la Inteligencia es por sí misma explicativa: “De la misma manera que el agua cambia de propiedades al llegar a determinado grado de temperatura, la inteligencia humana puede cambiar de propiedades cuando llega a un nivel crítico”.

Adaptación del superdotado a los métodos de aprendizaje

Entonces, la pregunta que hay que hacerse no es cómo hacer para que el superdotado se adapte a los métodos de aprendizaje que la escuela ha diseñado para los niños que se encuentra en la media desde el punto de vista de potencial cognitivo, sino entender cómo aprende el cerebro del niño excepcionalmente dotado y ofrecer una respuesta académica acorde con su demanda. Si las diferentes leyes sobre educación en España defienden la atención a la diversidad y son teóricamente garantes de la atención a esta, entonces el niño o la niña con Altas Capacidades, tiene legítimo derecho a ser atendido en su diferencia, sea esta cual sea.

Es decir, no es el niño el que debe adaptarse al sistema, sino al contrario. Es fácil comprender que no le podemos pedir al niño con un retraso en el desarrollo que alcance estándares de normalidad o que aprenda al mismo ritmo y manera que los no afectados por ningún retraso, tampoco se lo podemos pedir al superdotado.

Al niño superdotado, aprender le produce un placer intelectual muy potente, entonces, si esto no ocurre es porque algo no se está haciendo bien.

Entonces, ¿de qué manera aprende el niño o niña con altas capacidades? La respuesta es “de forma autorregulada con saltos intuitivos” (UNED. Primer congreso internacional de estilos de aprendizaje).

La forma general de aprender, la de la población normotípica, se da en dos tiempos: primero se “comprende” y después se “aprende”. Aquello que no se comprende no produce aprendizaje a largo plazo, solo vómitos memorísticos para superar un examen. Para el alumno superdotado, comprender y aprender pueden darse, de forma paralela, cuando se dan las condiciones adecuadas, que básicamente son que el niño con alta capacidad hay finalizado el proceso entendimiento-aprendizaje mediante su descubrimiento personal, investigando, a través del aprendizaje autorregulado y que no se le someta a la repetición.

Cuando la información ya es redundante para ellos, se desconectan. Y entonces el docente interpreta que está ausente o distraído (que lo está), pero es un mecanismo de defensa para no caer en el tedio y doloroso aburrimiento que les produce la repetición cuando el aprendizaje ya se ha producido. Entonces, ya no hay estímulo, no hay reto, no hay nada que hacer. El riesgo es el rechazo y la fobia al colegio, pudiendo desembocar en trastornos tales como el Síndrome de Disincronía Escolar, donde entra en confrontación su necesidad cognitiva con el contexto escolar, que le exige una desaceleración de la que no es capaz y el Síndrome de Difusión de la Identidad, que le hace sentirse y verse como un “raro”, fragmentando autoestima y generando un autoconcepto distorsionado que nada tiene que ver con la realidad de su potencial.

Ergo, otra de las condiciones ineludibles en cualquier adaptación metodológica para un alumno con alta capacidad es la eliminación de los contenidos repetitivos. De forma sintética y en líneas generales el estilo de aprendizaje común de los niños y niñas superdotados está centrado en el aprendizaje autorregulado, es decir: descubridor autónomo, personal y generador de nuevas formas de pensamiento.

Es imprescindible conocer sus intereses y tratar de aunarlos con los contenidos curriculares necesarios para su curso académico, ayudarles a planificar (suelen ser caóticos e impulsivos) el material, el tiempo, etc. La flexibilidad a la hora de permitir la forma o técnica con la que quieren llevar a cabo la tarea, la duración o profundidad de esta, ayudarle a conectar los aprendizajes con la vida real y las relaciones entre las asignaturas, cuya segmentación en compartimentos estancos, no favorece la visión global del aprendizaje del niño superdotado.

Desde este lugar, el rol del docente se transforma en guía, en orientador y acompañante, cuya función principal es la de estimular permanentemente al alumno, desde el reto, no desde la presión y el chantaje a través de las calificaciones. Y, más allá de entender que su manera de aprender requiere formas diferentes de las que ofrece la escuela convencional, lo que es esencial es atender la demanda afectivo-emocional del niño o niña con altas capacidades, piedra angular del ajuste o no, del superdotado.

Sin ajuste emocional no hay rendimiento intelectual: “Los aspectos emocionales de los estudiantes modulan su aprendizaje favoreciéndolo o dificultándolo, donde el autoconcepto afecta significativamente al rendimiento. (Herrera, Ramírez y Rosa, 2004). Desde esta premisa, la primera y urgente obligación del docente que tiene en su aula a un alumno con esta condición es la de saber vincularse a él. Establecer un vínculo emocional entre ambos donde el niño o niña se sienta aceptado, comprendido, reconocido y valorado.

Aquella frase de “le bajo la nota porque sé que puede dar más”, o “no le recompenso para que no se vuelva un soberbio”, no pueden ser más caducas y contraproducentes, en este alumnado en particular, y en el resto de niños y niñas en general. En palabras de Josep de Mirandés, presidente del Instituto Internacional de Altas Capacidades: “hay que poner fin a tanto sufrimiento, respetando el derecho de cada uno a ser como es, a ser diferente”.

Y yo añadiría, no solo respetando, sino dando respuesta a las necesidades tanto educativas como emocionales de los niños y niñas con altas capacidades, puesto que tienen este legítimo derecho y porque los adultos, padres, madres, educadores… somos los garantes de su felicidad.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/06/01/mamas_papas/1590992179_592191.html

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Niños superdotados y diagnósticos erróneos

Por: Olga Carmona

La cuestión es que estas etiquetas se cuelgan en los niños con inusitada falta de conocimiento y responsabilidad, generando en los padres angustia

Los profesionales de la psicología, pedagogía, pediatría y en definitiva, todos aquellos que trabajamos con niños y adolescentes, hemos sido educados en la patología, en lo que no funciona como debería. Y ese “debería” algunas veces sí es un trastorno, y otras tantas que solo lo define la normalidad estadística.

Con enorme tristeza, enfado y preocupación asistimos día a día a familias a cuyos hijos se les ha colgado alguna patología porque su conducta es “anormal” en el contexto escolar y/o familiar y que sin embargo son las inocentes víctimas de la falta de información, el exceso de prejuicios y la negligencia más peligrosa.

Nos llegan muchos de ellos medicados, con anfetaminas y antipsicóticos. Si, si… con antipsicóticos para que no “se porten mal”. Las familias dudan, no saben qué hacer, si desobedecer al pediatra, al psicólogo, al profesor, no se atreven a desautorizar al presunto profesional, pero por otro lado intuyen que no deberían drogar con tanta alegría a sus hijos.

Nunca antes hemos tenido una generación de niños tan medicados como ahora, cerebros en pleno desarrollo cuya química se altera artificialmente para combatir los síntomas. Y por supuesto, no niego que hay niños con trastornos que pueden verse beneficiados de estos fármacos, lo que afirmo es que, en muchos, muchísimos casos hay un sobre diagnóstico o lo que es peor, la no detección de la alta capacidad que en demasiadas ocasiones se confunde con una patología.

Nosotros, como centro [CEIBE], hemos iniciado una cruzada para formar a psicólogos en diagnóstico diferencial, a colegios para que los docentes aprendan a diferenciar y a identificar, a las familias para que desobedezcan la pauta de medicar una vez que ya saben que lo que su hijo tiene no es ninguna enfermedad y en un futuro próximo queremos formar a los pediatras y los médicos de familia.

Lo que nos encontramos con mayor frecuencia en niños superdotados son diagnósticos de Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, Trastornos del Espectro Autista y Trastorno Oposicionista Desafiante y, en menor medida, Trastorno Obsesivo Compulsivo y algunos otros del grupo de las Psicosis.

Desde luego que pueden confluir cualquiera de ellos con una alta capacidad intelectual, pero no es lo más frecuente. En el caso del TDAH, ambas excepcionalidades comparten rasgos comunes, tales como altos niveles de distractibilidad, excesiva actividad motriz ya sea corporal o verbal y enfrentamiento o desafío con las figuras de autoridad. Sin embargo, en el caso de los niños con alta capacidad, la distractibilidad tiene que ver con el profundo aburrimiento al que son sometidos en el aula con tiempos y modos de enseñar en las antípodas de sus necesidades, y la excesiva actividad motriz desaparece cuando se encuentra enfocados en algo que atrapa su interés y son sensibles a la explicación y a la negociación a la hora de acatar una norma.

De la misma manera las altas capacidades comparten algunas características con el trastorno de Asperger tales como una memoria extraordinaria, el gusto por la memorización de datos, la obsesión y profundización en un tema determinado, un lenguaje muy rico, resistencia a los cambios y la hipersensibilidad sensorial. Sin embargo, el niño con altas capacidades no tiene un lenguaje pedante, su memoria es excepcional pero generalizada, se adaptan a los cambios, suelen ser profundamente empáticos, entienden el metalenguaje, los dobles sentidos, las ironías si bien en algunas etapas de su desarrollo pueden ser rígidos y literales. De igual manera el niño con AACC no tiene problemas de interacción social pese al estereotipo, lo que ocurre es que no encuentra afinidades entre su grupo de iguales y prefiere relacionarse con personas cuyo lenguaje, capacidad y aficiones se asemejen a los suyos.

La cuestión es que estas etiquetas se cuelgan en los niños con inusitada falta de conocimiento y responsabilidad, generando en los padres la angustia de recibir un diagnóstico grave, crónico e incapacitante. Y por si fuera poco, además se les medica.

Todavía nos enfrentamos a la creencia de muchos padres y docentes de que detectar a un niño que probablemente tiene Altas Capacidades equivale a etiquetar. Sin embargo, es imprescindible la detección precisamente para intentar evitar caer en el frecuente riesgo del diagnóstico erróneo, para tomar las medidas psicoafectivas y educativas necesarias para canalizar un potencial que, de otra forma, se les volverá en contra y se traducirá, entonces sí, en problemas de conducta, de ansiedad, de depresión y otros bastante más severos. Pero el origen no está en tener un mayor potencial cognitivo, sino en la no atención de este.

Según datos de la Asociación Española para la Sobredotación y el Talento (AEST), En España, en el año 2003, el defensor del Menor de la Comunidad de Madrid reconocía que “los padres son excelentes identificadores de sus propios hijos superdotados, ya que en el 70% de los casos la selección hecha es correcta”. Sin embargo, según los datos obtenidos en la Comunidad de Madrid, “los maestros identificaron tan solo un 44% de los alumnos superdotados que estaban en sus clases (…) Además, identificaron como superdotados un altísimo número de alumnos -97%- que no lo eran”. Según el propio Defensor del Menor, “esto indica que los profesores no están suficientemente formados para identificar a los superdotados”.

No identificar, no detectar a un niño en su excepcionalidad, no va a librarle de la etiqueta de raro, friki, peculiar, etcétera… la sociedad se deleita y disfruta la etiqueta y la categorización porque refuerza su espejismo de control sobre el mundo y les reafirma la creencia de estar en el lado “normal”, si es que eso existe. De forma tal que, aquellos que se salen explícitamente del guion serán etiquetados, peyorativamente por supuesto. No realizar una detección cuando hay señales suficientes como para pensar que tu hijo o tu alumno no son como la media, es negligencia porque estamos negando a ese niño los “escasos”, pero recursos al fin, de que dispone el sistema para atenderle, pero lo peor es que le estamos negando su propia identidad. Y desde luego al no detectarle, no le salvamos de nada porque seguirá siendo obvio para los neurotípicos, que al diferente, hay que señalarle con el dedo acusador.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/02/03/mamas_papas/1580725392_528967.html

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Superdotados: cuando la educación inclusiva es una utopía

Por: Olga Carmona. 

Utopía es un término que le queda grande, si de educación hablamos.

Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

Ojalá fuera al menos eso, un faro, un camino a seguir, una hoja de ruta. Hoy en día, es posible que esa sea la realidad para aquellos niños que, por desgracia, se encuentran al oeste de la campana de Gauss, los que tienen necesidades educativas especiales asociadas a trastornos o déficits. A los que, por otra parte, cada día se les recortan más sus ya escasos recursos y medidas para facilitar su integración.

Sin embargo, los otros niños y niñas que forman parte del espectro igualmente excepcional, pero del otro lado de la curva, los dotados y talentosos, para esos, ni la utopía queda.

Muchos son los frentes que hay que derribar para poder pensar que la inclusión educativa sea algo tangible y real para ellos: docentes que no saben, equipos de orientación que “no lo ven”, centros educativos que “no tienen medios”, falta de detección y de información, exceso de prejuicios y estereotipos, interpretaciones fundamentalistas y/o sesgadas de la teoría, falta de acuerdo en los criterios según cada Comunidad Autónoma, diagnósticos erróneos, medicalización con psicofármacos a niños y niñas que no tienen patología alguna, exclusión, … Esta y no otra, es la realidad de quienes trabajamos en el día a día con niños y adolescentes con altas capacidades.

Sin embargo, hay un nuevo frente con el que, desde luego, no contábamos: los otros padres, los que tienen hijos normotípicos y no están dispuestos a aceptar que los que no lo son, por alta capacidad, tengan ningún tipo de adaptación.

Están abundando peligrosamente los casos en que un grupo de padres se unen para intentar bloquear una aceleración (salto de curso) con la excusa de que un niño menor en un aula ralentizará al resto, por poner un ejemplo.

Padres que gastan mucho tiempo y energía en reunir firmas y escritos para bloquear o anular cualquier intento de atención por parte del centro escolar para este alumnado. Lo que plantean es tan mezquino como ignorante, siendo solamente la punta del iceberg de una masa mediocre y dictatorial que propugna y trata de imponer el café para todos.

Cada día aumenta mi indignación cuando veo a los padres casi pidiendo perdón por tener un hijo con alta capacidad, disculpándose ante la sociedad por haber pasado involuntariamente a engrosar las filas de la diferencia. Ocultándolo (“no vamos a decir nada en el cole para que no le señalen ni etiqueten, total no van a hacer nada”). Avergonzándose (“no cuestiones al profesor, no levantes tú el dedo siempre para responder”). Demandando al hijo en vez de al sistema (“si eres tan listo por qué suspendes”) o negándole (“tienes que intentar ser como los otros niños, jugar con todos, no te aísles”).

Pocos, poquísimos son los centros educativos que se plantean hacer “algo” para atender a este alumnado como para, además, tener que vencer las demandas de las familias a quienes les parece que estos niños no debieran tener lo que a su ignorante modo de ver son “privilegios”.

Por tanto, creo imprescindible utilizar mi voz en un medio público para decirles que no hay privilegio alguno de hacer cumplir la ley. La norma les reconoce y ampara como alumnos con necesidades específicas, pero rara vez se cumple, y cuando un centro educativo implementa alguna medida para atenderles, no les están regalando nada ni haciéndoles ningún favor: se están limitando a cumplir la ley.

¿QUÉ DICE LA LEY?

Según el Ministerio de Educación, el alumnado que presenta altas capacidades intelectuales es considerado por Ley Orgánica 2/006, de 3 de mayo, de Educación (LOE), como alumnado con necesidad específica de apoyo educativo. La atención integral a este alumnado se iniciará desde el mismo momento en que dicha necesidad sea identificada y se regirá por los principios de normalización e inclusión.

La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) afirma que:

«Las Administraciones educativas dispondrán los medios necesarios para que todo el alumnado alcance el máximo desarrollo personal, intelectual, social y emocional… «.

Asimismo, incluye a los alumnos de AACC dentro del “Alumnado con necesidad específica de apoyo educativo”. El artículo 58 (antiguo 76 de la LOE) dice:

“Corresponde a las Administraciones educativas adoptar las medidas necesarias para identificar al alumnado con Altas Capacidades intelectuales y valorar de forma temprana sus necesidades. Asimismo, les corresponde adoptar planes de actuación adecuados a dichas necesidades, así como programas de enriquecimiento curricular adecuados a dichas necesidades, que permitan al alumnado desarrollar al máximo sus capacidades…”

Esto dice la ley, cuyo desconocimiento no implica su no cumplimiento.

Es urgente que los padres y madres de hijos con altas capacidades, dejen de pedir permiso y de pedir favores a los diferentes agentes educativos.

Que sepan que la ley les ampara y que es nuestra responsabilidad para con ellos, hacer que se cumpla. Y desde luego, dejar de ocultar o minimizar la condición de nuestros hijos por un distorsionado sentido de la modestia.

Y a quienes nos ponen piedras en el camino. Quiero decirles que revisen sus verdaderos motivos, que el inconsciente es travieso y nos disfraza de razón lo que suele ser pura emoción. Y que utilicen su tiempo y su energía en causas nobles, en vez de ir trabando el desarrollo de niños y niñas que no pidieron ser así, pero lo son, y deben sentirse orgullosos por ello en lugar de ocultarlo.

No quiero dejar pasar la idea de hacer un paralelismo entre los niños talentosos y los grandes deportistas. ¿Alguien estaría en contra de facilitar los medios para que el potencial de estos atletas se desarrollara todo lo posible? Entonces, ¿dónde está la diferencia entre ayudar a potenciar unas aptitudes y no otras?

Todo esto Einstein supo resumirlo en dos líneas: “Las grandes almas siempre se han encontrado con una oposición violenta de las mentes mediocres.”

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2020/01/13/mamas_papas/1578913562_198356.html

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Estos son los riesgos de no querer asumir la educación sexual de nuestros hijos

Por: Olga Carmona

Si no lo haces, aprenderá de Internet o del listillo de su grupo de amigos, ¿te atreves?

¿Sabe usted lo que es el gagging y el “porno de venganza”? En un par de líneas se lo voy a resumir: nuevas formas de maltratar a las mujeres a través, en este caso, de una sexualidad distorsionada y profundamente machista.

El gagging consiste básicamente en llegar a generar arcadas y casi el vómito a una mujer mediante una felación, y ese estado físico tan desagradable previo a vomitar produce placer en quien lo está provocando. El porno de venganza, ni es porno, ni es venganza. Es castigo a las mujeres por salirse del rol pasivo que la sociedad nos ha otorgado y ser sexualmente activas. Consiste en difundir fotos y vídeos íntimos a fin de humillar, atentar contra su dignidad e incluso como últimamente hemos visto, contra su vida.

Mónica Alario Gavilán, investigadora de la Universidad Juan Carlos (URJC). indica que la media de edad en la que se consume por primera vez pornografía a través de internet es de 11 años, un acceso a la sexualidad por lo tanto desposeído de cualquier afectividad y donde se cosifica a la mujer.  La pornografía, hecha mayoritariamente por hombres y para hombres, es el machismo sin filtros, donde todo vale puesto que es el lugar más allá del límite, donde es posible hacer realidad las fantasías más misóginas y ejercer el dominio absoluto sobre el otro, en cuerpo y alma.

La sociedad lo consume y lo interioriza como “normal” y por supuesto, después lo demanda, como si esa fuera la realidad, como si las mujeres deseásemos ser violadas, humilladas, abusadas, usadas, simulando la actitud que replica a la de una muñeca. Se nos ha otorgado la voz, pero pasiva. Ellos ostentan la activa. En el sexo… también. Cito solamente algunos de los síntomas de una sociedad que ha normalizado el maltrato y el machismo también o sobre todo en la esfera de la sexualidad, porque como decía Gail Dines, “en el porno, el hombre hace el odio a la mujer”.

Nuestros hijos e hijas tienen acceso a la red, a través de los móviles, tablets, etc., son consumidores de YouTube, siguen a los “influencers”. Y no importa si tú has logrado tenerlos a una presunta distancia de seguridad de todo esto, sus colegas se lo van a contar o a mostrar. No podemos caer en la ingenuidad de pensar que podemos salvarles de todo y de todos.

La industria del porno mueve ingentes cantidades de dinero y no está dispuesta a quedarse sin clientes. Por ejemplo, una agencia de seguridad llamada Check Point ha descubierto que en 60 aplicaciones de Google Play aparecen anuncios de contenido pornográfico.

Algunos investigadores ya le han puesto nombre a este fenómeno de proporciones generacionales: La Triple A Engine: Accesibilidad – Asequibilidad- Anonimato.

No queda más alternativa que educar, educar mientras se pueda, mientras nos escuchen y seamos referentes confiables para ellos. Crear vínculos sólidos, de confianza y respeto mutuo, que funcionen como amplificadores de nuestra influencia educativa y les sirvan de escudo protector.

Educamos en tiempos difíciles, donde no tenemos referentes a los que acudir, ni estudios longitudinales que arrojen algo de luz sobre las nuevas demandas que la sociedad actual nos plantea. Nuestros hijos e hijas viven en un mundo digitalizado, veloz y sin filtros. Por ello, es más urgente, más imprescindible que nunca educar en una sexualidad libre, sana y realista, desprovista de los dicotómicos roles de siempre “macho-puta”, del maltrato y humillación que propone el porno, pero también realista, genuina, que de una vez y para siempre elimine la idea de sexo idílico y perfecto, principesco y virginal donde todo fluye sin problemas arrullado por música de violines.

Hay que hablar a nuestros hijos de que la sexualidad no es genitalidad, es afecto, es confianza, es comunicación y es respeto para el otro y para uno mismo.

Decirles que tampoco es un “regalo” que ellas tienen reservado al mejor postor, ni un mérito o trofeo para ellos que también son presa de una masculinidad torpe, competitiva y machista que les condiciona a no salirse del patrón sin el riesgo de ser “sospechosos de poca hombría”.

Tenemos una responsabilidad ineludible para con nuestros hijos e hijas. Pero, para poder transmitir una visión de la sexualidad sana y equilibrada para con ambos géneros, primero tendremos que revisar cuántas de esas creencias tóxicas nos corren por las venas, porque fuimos educados como si fueran verdades incuestionables. No se trata de lo que les dices, sino de lo que realmente crees porque eso es lo que vas a transmitir en todo momento y sin darte, muchas veces, ni cuenta: con comentarios aparentemente inocuos, con juicios de valor acerca de otros u otras y su forma de vivir la sexualidad, con pequeñas ironías o chistes… :

El papá que se siente orgulloso de que su hijo sea un machito…pero le preocupa que su “princesa” se acueste con más de uno o dos…

La mamá que “sacraliza” el sexo y transmite a la hija que “no se lo dé” a nadie que “no lo merezca”.

El silencio incómodo que se produce cuando alguno de nuestros hijos hace preguntas explícitas, demandando información de la que cree la fuente más fidedigna.

Los comentarios machistas sobre la ropa, el maquillaje, la hora de llegada, el número de amigos, o el “no, si a mí no me importa, pero qué van a pensar de ti”.

El “debes hacerte respetar” como si el respeto estuviera localizado entre las piernas.

Y desde luego puedes y debes decirle a tu hija y también a tu hijo:

Puedes y debes elegir cómo, cuándo, dónde, con quién y de qué manera. Puedes tomar la iniciativa.

Puedes negarte.

Puedes cambiar de opinión en cualquier momento.

Eres dueño de tu sexualidad, no de la de los demás. Ese es el lugar donde se ubica el respeto.

Resulta curioso comprobar lo obsesivos que podemos llegar a ser los padres a la hora de educar en aspectos como los modales, la higiene, la comida, las calificaciones académicas… dando todo tipo de explicaciones una y otra vez, mientras que por este tema, muchos pasan de puntillas o a lo sumo les hablan del sexo en términos “reproductivos”, aludiendo a la parte de utilidad biológica y esquilmándole al placer su función, por vergüenza.

Si tú no asumes la educación sexual de tus hijos, te los educará internet o el amigo listillo del grupo.

No se trata de censura moral, sino de salud mental y desarrollo sexo-afectivo, porque desligar la afectividad del sexo es tan contraproducente como encerrarlo en la caja de lo que “no se habla” de lo que “no existe”, desvirtuarlo hacia alguno de sus enfermizos extremos, o dejar que te lo eduque una sociedad enferma dispuesta a mercantilizarlo todo, que necesita nuevos “clientes” para poder seguir vendiendo su basura y muy interesada en seguir perpetuando la lacra del machismo, la violencia y la dominación de unos por otros.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/06/03/mamas_papas/1559559053_821599.html

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La soledad del niño superdotado

Por: Olga Carmona

El menor con altas capacidades se da cuenta de su diferencia, antes que nadie. Y ya ahí, empezará un sentimiento de aislamiento que le acompañará durante el resto de su vida.

Soledad que comienza tan pronto como la conciencia de individualidad. El niño o niña superdotado se da cuenta de su diferencia, sin poder explicarla, antes que nadie. Y ya ahí, empezará un sentimiento de soledad que le acompañará, a veces con intensidad insoportable y otras más mitigado, durante el resto de su vida.

El niño pequeño conoce las letras, los números, en muchos casos sabe leer, sumar…le interesan las palabras, los cuentos, los libros, le inquieta el funcionamiento de las cosas, la muerte y la angustia de lo irreversible. Lo intenta compartir con sus compañeros de guardería o del colegio y estos le miran con extrañeza, le evitan, no le comprenden. El niño interioriza que algo pasa, que algo en él no va bien, pues no es como los demás. Si tiene que elegir entre adaptarse a jugar a lo que el resto propone, y que le aburre desorbitadamente, o aislarse y refugiarse en sus pensamientos, la mayoría de las veces, elegirá aislarse.

Las niñas, sin embargo, priorizarán ser parte del grupo, ser aceptadas socialmente, y aprenderán desde muy temprano a negarse a sí mismas, escondiendo su diferencia para mimetizarse con el grupo en un intento de construir y sostener una autoestima basada en el reconocimiento externo. Con el tiempo, esta sobreadaptación pasará su factura y un día, a fuerza de disfrazarse y fingir, ya no sabrán ni quienes son. Y en la intimidad de su vida, siguen sintiéndose profundamente solas.

La etapa escolar avanza y la soledad no disminuye. Aquellos que tienen madera de líder encontrarán una forma de mitigarla y aquellos otros, muchos, que en cambio son introvertidos, rígidos, normativos y con claros intereses fuera de su grupo de edad, se convertirán en los raros, en los niños frikis que no juegan al fútbol, ni a Fortnite, y a los que nadie invita a los cumpleaños. Es fácil reconocer la inmensa soledad que soportan, basta con mirar el patio del colegio en horas de recreo: son los solos, los que caminan sin rumbo completamente ajenos al entorno imbuidos en sus razonamientos, los que están sentados en un rincón jugando con hormigas sin matarlas, porque su nivel de empatía va más allá de todo lo imaginable, no se lo permite.

En palabras del Profesor Jim Delisle* de la Universidad Ohio: “ Lo que debería ser visto como muestras de asombro, emoción, imaginación y perspicacia, a menudo se malinterpreta como rareza, excentricidad, falta de lógica y realidades ilusorias. Tomamos las cualidades que hacen que un superdotado vea el mundo desde una posición diferente de la mayoría y tratamos de homogenizarlas en puntos de vista existenciales más comunes, más aceptables”.

Y así, la mayoría de las veces con más pena que gloria, atravesarán el desierto sin oasis de la Educación Primaria. Solos en el aula, solos fuera de ella. Solos. Los más afortunados habrán sido detectados y se les habrá explicado con mucho amor, que nada malo les pasa. Y el resto, los invisibles, los que en nada destacan tendrán que lidiar con saberse distintos sin explicación alguna y con una autoestima rota antes de poder construirla.

Y llegamos a la adolescencia. El adolescente superdotado tendrá que enfrentar todos y cada uno de los desafíos propios de esta etapa sumados a los inherentes a su condición. Es ahora más que nunca cuando la brecha entre él o ella y su grupo de edad se vuelven insoportable. El adolescente necesita construirse en el adulto que será a través de la identificación con sus iguales, sus padres ya no serán el referente más relevante y por ello, quedan en tierra de nadie. ¿Cómo hacer esa transición sin ningún espejo con el que poder reflejarse? Algunos harán infructuosos y vacuos intentos por pertenecer, imitarán un lenguaje zafio y retador, intentarán salir de fiesta y divertirse de la misma forma que el resto, incluso negarán su condición o la maldecirán. Otros optarán por esconderse en la soledad de su habitación, volcándose aún más en sus inquietudes y necesidades, resintiendo al mundo por ser cómplice de su incomprensión. Las niñas sin embargo, es en este momento cuando sus esfuerzos por no diferenciarse del grupo habrán fracasado estrepitosamente. La adolescente no solo no tiene dónde mirarse , sino que además, ni siquiera sabe quién es. La estrategia de la sobreadaptación tiene la patas muy cortas y una amplia factura.

Con heridas de guerra y una gran dosis de resiliencia llegamos al adulto superdotado, ese gran desconocido. Afortunadamente y en los últimos años comienza a generalizarse cierta sensibilidad hacia el niño o niña superdotado o con Alta Capacidad o llámale x si ninguna de las denominaciones te gusta, porque esto es lo de menos. La cuestión es que están en el dos por ciento de la población, al oeste de la campana de Gaüs y ello les confiere una mirada distinta, una manera de procesar la realidad lejos de la media, una sensibilidad inmensa y profunda producto de una configuración y funcionamiento cerebral también distinto. El superdotado no solo difiere en su potencial cognitivo, bien lo saben los padres de niños y niñas que lo son. Como lo sabe el adulto, detectado o no. Es muy frecuente, en nuestra práctica clínica, que los padres empiecen a entenderse a sí mismos, a identificar su propia sobredotación a través de la detección de alguno de sus hijos. Y ahí comienza un proceso vital de descubrimiento que en muchos casos atravesará fases parecidas a las de un duelo. El adulto superdotado siente mucha rabia por no haberlo sabido a tiempo, por haber arrastrado durante años la autopercepción de rareza, incluso ha valorado la posibilidad de estar loco. Aparecen las respuestas abriéndose paso a empujones en su historia de vida y algunos interrogantes también. Se trata de un auténtico parto vital, puesto que se impone comenzar a vivir con la constatación de saber porqué somos como somos, o como fuimos y qué hacer con ello a partir de ahora. Muchos, por no decir todos, ya se sabían diferentes, no desde un lugar de superioridad, sino contrariamente a lo que se suele pensar, más bien de inferioridad, porque lo excepcional, se asocia a lo patológico y porque las minorías nunca han estado bien vistas.

No pretendo que sea este un alegato pesimista, sino un abrazo empático al lado más doloroso de la diferencia, un reconocimiento a las madres y padres que en el día a día no solo hacen el inimaginable esfuerzo de educar a un niño de estas características, sino que además o sobre todo sufren su soledad como propia y también sobreviven como pueden a la incomprensión constante cuando no directamente la negación o la sospecha de soberbia y superioridad. Yo los conozco, yo los veo llorar y no rendirse. Yo fui una de esas niñas y ahora, madre de dos.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/09/09/mamas_papas/1568015045_053133.html

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¿Ser superdotado es incompatible con ser feliz?

Por: Olga Carmona

El lenguaje crea realidad. El pesimismo ante las altas capacidades puede generar mucha angustia en los niños y en sus familias

Una misma circunstancia o hecho produce emociones diferentes según la persona, por lo que la reacción emocional dependerá de la interpretación que hagamos del hecho y no del hecho en sí. La circunstancia se transforma en relato y atraviesa nuestro filtro de creencias en cuya base se encuentra lo vivido, nuestra psicobiografía.

Y luego está lo que vende. El drama vende mucho más que la felicidad. El drama, la tragedia, es enormemente atractiva para todo un mercado que vive de ella. Parecería que estamos programados para poner el foco en lo que no funciona más que en lo útil, en lo que nos falta y no en lo que tenemos. Parecería que encontramos consuelo en el drama ajeno o hacemos una suerte de catarsis por poderes con el dolor y la insatisfacción de otros.

Como psicólogos que trabajamos en el área del Talento y las Altas Capacidades, nos negamos rotundamente a formar parte de la cultura del pesimismo y la futurología catastrofista que rodea a los más dotados y a sus familias.

Títulos de libros que anuncian la infelicidad garantizada por ser superdotado. El fracaso seguro por ser “demasiado” inteligente, la incompatibilidad entre inteligencia y felicidad, como si de una maldición de cuento de hadas se tratara. Un terrible estigma que viene de la mano de esa condición y cuya influencia es inevitable. Si inteligencia y felicidad son incompatibles, ¿significa entonces que la falta de inteligencia equivale a felicidad? Y para quienes creen que esa premisa es cierta, ¿a qué tipo de felicidad se refieren? Parece que a esa que es el eslabón perdido entre el mundo vegetal y el animal, la que produce la ignorancia y la falta de cuestionamiento.

Es imprescindible cambiar esa visión, a caballo entre lo oscuro, lo raro, lo excéntrico y lo simplista o negador. No hablo de normalizar, muy al contrario. Hablo de naturalizar la diferencia y no añadir más prejuicios al asunto. Haz esta prueba: si tecleas “superdotado” en Google te van a salir al primer pantallazo 16 imágenes de niños con gafas con una pizarra detrás con fórmulas matemáticas. Es decir, la cultura nos dice que ser superdotado es tener gafas y ser un as de las matemáticas. Y tocar el violín.

Y luego está la profecía del fracaso escolar sobrevolando sobre las cabezas de los “demasiado” inteligentes, y el pronóstico de infelicidad en lo personal, y la creencia de su dificultad para relacionarse…

Algunos padres lloran cuando reciben el diagnóstico y nosotros les damos la enhorabuena porque eso es lo que es: una buena noticia. Y les ayudamos a mirar a su hijo o hija como un reto educativo donde todos van a crecer más a allá de lo que creían posible. Les animamos a que coloquen el foco del problema donde está: en la cultura, en el colegio, en la sociedad que ignora y sospecha maliciosamente entre la envidia y la curiosidad, en la incomprensión de los otros. En una sociedad que dice que si no eres como todos, tienes un problema.

Sí, su capacidad para la felicidad es superior a la de la mayoría de la gente, en tanto que una de sus características más acusadas es la intensidad emocional. Pero también está su capacidad para fluir, para comprometerse con la tarea, para sentir un inmenso placer al conocer y entender. Para la psicología, el concepto de felicidad no se refiere a ese estado de intelecto comatoso, ni a la vida simplista orientada al placer hedónico.

Para Mihaly Csikszentmihalyi, considerado el investigador más importante del mundo en el ámbito de la Psicología Positiva, la felicidad es el resultado de un estado de flujo o fluidez. Este ocurre cuando estamos tan inmersos en una actividad que el tiempo se detiene, absortos a todo cuanto ocurre a nuestro alrededor, experimentando una sensación de placer continuo. Cuando ese estado es un reto y conduce al crecimiento personal, reporta satisfacción y plenitud, lo que se traduce en un estado de felicidad.

La mayoría de los padres con hijos superdotados han vivido esa experiencia a través de sus hijos, los han visto sordos, absortos y ausentes completamente inmersos en esa actividad que les fascina. Eso es el auténtico estado del fluir, la esencia de la felicidad.

Para Martín Seligman, otro grande de la psicología positiva, el ser humano es feliz cuando alcanza sus propósitos y su vida tiene un sentido. Sin embargo, vivimos en un mundo que ha confundido felicidad con hedonismo, una suerte de felicidad bulímica que ha creído que acaparar bienes materiales nos dará lo que todos buscamos.

Nosotros invitamos a los padres a que pongan el foco en la luz que desprende su hijo, en su energía inagotable, en la risa que estalla y en el llanto feroz sin solución de continuidad, en la voracidad con la que exploran, en la honestidad con la que abrazan o se niegan a hacerlo, en la mirada inquieta y el verbo experto, en la ingenuidad infantil para relacionarse, en la maravillosa empatía para con otros, en su estricto sentido de la justicia, en su estar vivos, más vivos si cabe, que los llamados “normales”.

Les proponemos una excursión improvisada y urgente lejos de su zona de confort sin más equipaje que una mirada optimista y constructiva y cuya única brújula sea mantener el brillo en los ojos de su hijo.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/04/24/mamas_papas/1556089798_100352.html

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Cómo educar a tu hijo en inteligencia emocional

Por: Olga Carmona

Es considerada como una de las competencias más importantes que este siglo exigirá a los niños y adolescentes

Mucho se habla de inteligencia emocional, pero ¿sabemos realmente qué es? ¿para qué sirve? ¿se puede entrenar o es una característica genética?

Históricamente, cuando se habla de inteligencia siempre pensamos en la parte cognitiva, es decir, aquellas aptitudes que asociamos a lo académico, sin pensar que las emociones y su gestión son parte esencial de esta.

El constructo “inteligencia” está compuesto por la inteligencia cognitiva que incluye variables tales como la memoria, el razonamiento fluido, la capacidad verbal, etcétera… y que es más conocida con cociente intelectual y la inteligencia emocional, cuyo cociente ya podemos también medir hoy.

Actualmente, la inteligencia emocional es considerada como una de las competencias más importantes que el siglo próximo exigirá a nuestros hijos, y gracias a la neurodidáctica también sabemos que, por ejemplo, sin emoción no se produce aprendizaje o que una inadecuada gestión emocional puede inhibir o bloquear la eficiencia de la cognitiva.

Esto se traduce en que un niño con un cociente intelectual medio, pero con una gran inteligencia emocional, tendrá un mejor rendimiento académico. Y, además, mayores probabilidades de éxito en todos los ámbitos que un niño con un cociente intelectual muy alto. Por el contrario, una inteligencia emocional pobre o escasa, su rendimiento se verá afectado así como sus relaciones, vida social, percepción de felicidad y satisfacción, tolerancia a la frustración, flexibilidad…

Por otra parte, cada vez más estudios relacionan y en muchos casos ya han probado la relación entre una mala gestión emocional y la aparición y/o agravamiento de algunas enfermedades, entre ellas el cáncer, casi todas las enfermedades de la piel, el asma, las cardiovasculares…

En psicología hablamos de personalidad Tipo A, B y C, siendo la A la cardiovulnerable, la B la normo-saludable y la C, la Cáncer-vulnerable. Cada una de ellas responden a una manera saludable o no de gestionar las emociones y por lo tanto una vulnerabilidad a desarrollar las patologías asociadas.

También sabemos que hay diferencias y matices de género en el desarrollo de este tipo de inteligencia: Las niñas han sido endoculturadas en el aprendizaje y gestión de las emociones, las cuales se han asociado históricamente al género femenino y son percibidas como síntoma de debilidad, mientras que al varón se le ha negado la entrada a este universo, cuestionándole su masculinidad si expresaba públicamente lo que sentía.

No sabemos aún que porcentaje de la inteligencia total (cognitiva y emocional) viene determinado genéticamente y cual es producto de la estimulación ambiental. El eterno dilema en psicología “genética versus ambiente”. Lo que sí sabemos es que por mucho potencial que venga de “serie”, si no se trabaja, se pierde. El cerebro es un órgano increíblemente plástico, que necesita entrenamiento constante para incrementar (o no perder) su potencial. De forma que da un poco igual si viene de serie o no. La cuestión es que, aunque el niño o niña tenga un carácter receptivo, sensible, empático, negociador… si estas características no se dan en el contexto familiar donde crece y se educa, no llegará a desarrollarlas. De la misma manera, un niño o niña que traiga de “serie” tendencia a la rigidez, al egoísmo, a la torpeza emocional en general, si es educado en un entorno que da más importancia a las competencias emocionales y las educa con el ejemplo cotidiano y constante, llegará a ser mucho más hábil que aquel que venía con una mejor base “de serie”.

Al final, la educación, el estilo de crianza, es la variable más influyente en el éxito o fracaso vital de una persona (en psicología nunca podemos hablar de determinismos, puesto que existe la resiliencia).

Las emociones son imprescindibles, sin ellas, no habríamos sobrevivido como especie. Pero de su gestión adecuada depende muchas veces la diferencia entre felicidad e infelicidad, salud o enfermedad, éxito o fracaso.

No hay decisiones tomadas con la razón y otras con el corazón, esta dicotomía no existe, porque como dice mi hijo mayor, ¿por qué meten al corazón en todo esto si solo es un órgano que bombea sangre? ¡¡¡Todo está en el cerebro!!!

Ahora bien, aunque creamos que somos capaces de tomar decisiones racionales, no es cierto. Todas las decisiones parten y pasan por la emoción. Otra cosa es que no seamos conscientes de ello o que hayamos perfeccionado hasta límites patológicos el mecanismo de defensa de racionalizarlo todo.

Hemos sido educados en una dicotomía falsa que enfrentaba a la “razón (la buena del cuento) y la emoción (la loca del cuento)”. Esta categorización que coloca los términos en lugares enfrentados e irreconciliables, es solo un recurso literario, en el mejor de los casos. Primero porque todo reside en zonas conectadas del mismo órgano, el cerebro. Segundo porque no existen procesos puros, es decir, que se originen, procesen y pasen al nivel de conciencia sin la intervención de otros. Cada una de nuestras decisiones han pasado por el filtro de las experiencias previas, de los introyectos (aprendizajes tempranos interiorizados), por el filtro de emociones tales como el miedo, las necesidades del ego (reconocimiento, validación, necesidad de ser queridos) y por si fueran pocos filtros todavía queda uno, probablemente el más importante: lo inconsciente. Todo aquello que nos habita, pero es inaccesible a nivel de consciencia.

Con todo este circo de variables que condicionan nuestras decisiones es infantil pensar que la razón pueda ir por libre, en ningún caso.

La cuestión es que los padres, generalmente hacemos mucho hincapié en los aspectos relacionados con lo académico, especialmente en los resultados más que en el proceso ya que somos altamente dependientes de una cultura que asocia el éxito o el fracaso a los resultados y no al proceso y que está convencida de que una gran inteligencia académica es garantía de éxito. Pero ese paradigma empieza a cambiar al comprobar que una sociedad que produce individuos altamente formados y cualificados, solo tiene como elemento diferenciador su nivel de inteligencia emocional: cómo nos relacionamos, cómo gestionamos los conflictos, nuestro nivel de autoconocimiento, de flexibilidad…).

Este cambio de paradigma rompe también con el esquema de asociar las emociones con debilidad y por ello, hacerlas a un lado, para recuperarlas como algo que es a la vez básico y superior en la especie humana y que guía nuestra conducta.

La buena noticia es que la inteligencia emocional es educable. Y es muy importante entender que no se trata de reprimir las emociones, ni de anularlas o distraerlas: se trata de canalizarlas para hacer que se vuelvan en beneficio propio o al menos, sean adaptativas. En psicología no solemos usar el término “bueno o malo” (juicios de valor que no son nuestra competencia) sino “eficaz o ineficaz” desde el punto de vista de adaptación y salud mental. El propio Daniel Goleman defiende que el autocontrol emocional no es equivalente a la represión de los sentimientos.

Este autor planteó que son cinco las aptitudes que componen la inteligencia emocional:

  • Autoconocimiento emocional
  • Autorregulación emocional
  • Automotivación
  • Empatía
  • Habilidades sociales

Todas y cada una de ellas son educables y se pueden desarrollar para alcanzar los niveles óptimos a los que cada niño y niña pueda llegar.

De hecho, educar estas aptitudes debería ser la meta y el camino a la hora de criar a nuestros hijos. Lo demás, se puede consultar en Google.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/07/01/mamas_papas/1561985652_610087.html

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