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Contra la Educación Kosher (o Halal)

Sin educación estamos en un peligro horrible y mortal de tomar en serio a la gente poco educada.G. K. CHESTERTON

Soy profesor, además de padre, y en ambos casos de adolescentes. Convivo, pues, diariamente y casi sin escapatoria posible con una forma de hacer o modo de formar (por tanto casi una “poética”…) de lo que yo llamo, a falta de mejor término, “la dictadura kosher” de la educación progresista.

Es sabido que kosher es la comida que la religión judía considera apta o pura, frente a la prohibida o impura, en estricto paralelismo con la alimentación halal del mundo musulmán. Ser kosher o halal en educación, sea de los hijos de uno o de los alumnos de todos, es decir del Estado (y el Estado debe justamente inculcar aquello que los padres desconocen o confunden), consiste en aplicar a rajatabla los mandamientos de la buena conciencia del adulto de más de treinta años a esos tarambanas “zangoloteens” que tenemos a nuestro cargo.

“Eso no se hace, niño, porque es impuro, no-kosher”. A ellos les suena así, aunque tú, con la mejor intención, utilices locuciones como “porque es maleducado”, “insolidario”, “machista”, “poco nutritivo”, “abusador”, “reaccionario” (esto van a tardar mucho más en captarlo, pero está al trasfondo de la interdicción y da razón de lo demás), o “violento”. Seguro que es cierto, pero los chavales no lo terminan de entender. No lo entienden porque es abstracto, pero sobre todo porque desde su punto de vista es cháchara de adulto. Casi todos los chaval@s manejan igual de bien que nosotros los binomios de educado/maleducado o machista/igualitario, pongamos por caso, lo que pasa es que no lo han experimentado a fondo aún, de manera que poseen la semántica antes que la experiencia, y en esta vida hay que tratar de experimentar mucho e inferir poco, a diferencia de una Inteligencia Artificial.

Yo insisto mucho a mis hijos para que saluden a la señora de la limpieza y al conductor de autobús, y efectivamente se quedan con ello, se quedan con que no son muebles, que son personas que trabajan y casi siempre a disgusto, pero como nunca han estado realmente engranados en la maquinaria cotidiana en un trabajo monótono y servil tampoco llegan hasta el intríngulis de la cuestión, es decir: se debe tratar al chico o chica de la limpieza como una persona no sólo porque evidentemente lo sean, sino ante todo porque en ese momento puede que ella o él no se estén sintiendo demasiado como tales… (Como dos mujeres que hace dos o tres cursos entraban casi en cada clase a limpiar pupitres por lo de la COVID, obligaba yo a que todos saludaran y se despidieran de ellas, y además las metía en lo que estuviéramos hablando, y no creáis, que opinaban lo suyo).

El kosher es real, edificante y necesario, pero no funciona a esas edades, es lo que venía a decir. Ellos lo tienen asimilado, pero no comprendido. Una vez mi hijo pequeño y un amigo se dieron unas patadas, y aluciné escuchando como tanto la madre del segundo como otros dos amigos adultos les regañaban suavemente alegando que en el momento en que te pones agresivo, has perdido la discusión y has quedado como un subhumano. Los pobres le miraban como quien ve a tres marcianos, y es lo que eran. Naturalmente, si te pegan pegas, o en el futuro te pegaran dos, tres, e indefinidas veces, por pusilánime. Pero una lección sí aprendieron o interiorizaron, que no fue otra que resulta que defenderse también es impuro, no-kosher. O sea, mejor hacerlo a escondidas y sólo con los coleguitas si viene al caso. Un desastre de lección, tal como yo lo veo, la lección de tener en adelante y siempre que se pueda dos caras (es inevitable, por otra parte, que a partir de cierta edad nuestros reemplazos comiencen a engañarnos, por eso debe minimizarse al máximo, valga el oxímoron). Y además mentira, porque a la hora de la verdad los adultos hablan fatal unos de otros, fuman porros, comen chuletones y se pegan en un semáforo por un incidente de tráfico, por no hablar de la prostitución, las guerras, etc.

En fin, dejo ya este ejercicio impopular de tratar de torcer un tanto los designios de los que al fin y al cabo son mis compañeros ideológicos. Sólo decir que yo no lo hago y me va bien. Nadie me toma el pelo y todos me cuentan sus cosas, alumnos e hijos, por el momento, quizá porque saben que si juzgo o dejo de juzgar no lo voy a hacer en nombre del kosher o no-kosher, sino de su interés más noble o arrastrado, o porque “yo no lo haría, pero tú verás…”. Veo las guarrerías o bobadas que me ponen en sus móviles, me importa poco que digan tacos con tal de que hablemos y desde luego me la refanfinfla que coman chicle en clase o lleven una gorra puesta, a no ser que lo hagan con intención de desafío o que por otro motivo me enfaden. Si me enfado, porque han ido contra otro o contra mí con franca mala baba, entonces se acabaron los privilegios y se va a hacer justicia a muerte, a lo Juez Dredd –“Yo soy la Ley”… Pero hasta en eso creo que deben entender que no es por un criterio abstracto, válido para mí y mi pandilla de coetáneos cincuentones, sino por motivos estrictamente personales que a ellos también les afectarían. No del estilo “me disgusta mucho que hagas eso”, que es chantaje emocional, sino, frontalmente, “eso no me lo vuelves a hacer o te crujo”, así de fácil (mis momentos peores en clase son cuando les expulso con las peores palabras posibles, las peores, o les digo que si recuerdan que soy el tío que les pone las notas y que a mí me van a pagar igualmente; no suele ocurrir). Más adelante ya entenderán que las normas que ya conocen tienen un fundamento sólido, de modo que por ejemplo comer en un Burger es comer basura, efectivamente, pero ahora no, ahora les dices que eso es no-kosher y sienten que les estás engañando, porque está riquísimo y no les engorda.

En general, siempre es una pésima idea creer que se puede deslindar claramente entre lo puro y lo impuro, y reglamentar pedagogía, política y religión a partir de ello. Las dictaduras en nombre del Bien son tan cruentas o más que las dictaduras en nombre del Mal, por emplear un lenguaje infantil. Pero es que además vivimos una tesitura global que deja pequeña la “gran transformación” a la que se refería Karl Polanyi.

Educar a los niños en hábitos que a sus propios padres y docentes les ha costado décadas adquirir hasta pudiera parecer conservador. Un mundo radicalmente nuevo requiere de una plasticidad que los adolescentes de hoy están aprendiendo a adquirir, al margen de nuestros buenos o malos consejos al respecto. No parece, ciertamente, que el funcionamiento del futuro inmediato vaya a ser cosa de kosher y cantar.

Fuente de la información e imagen:  https://dialektika.org

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Corrupción y educación

Por Óscar Sánchez.

¿El sector educativo es tan corrupto, más, o menos que otros?, ¿educar en capacidades ciudadanas le resolvería el problema al país?

Rafael Merchán, encargado de las políticas de transparencia en el país hace un tiempo, me pidió el año pasado escribir el capítulo sobre educación en un libro que estaba editando sobre la corrupción en Colombia.

Rafael se marchó para siempre antes de tiempo, y el libro está pendiente. Pero un informe así podría ocuparse a la vez del problema y de la de la solución: ¿el sector educativo es tan corrupto, más, o menos que otros?, ¿educar en capacidades ciudadanas le resolvería el problema al país? Dos preguntas apasionantes.

Para llegar a tener a cargo de la alimentación de los estudiantes a gente que les sirve la sopa en el balde de los traperos, tiene que pasar algo con la manera como se entiende la gestión educativa. Hay procederes incorrectos en el mundo educativo, porque es un sector, aunque desfinanciado, grande y vulnerable a muchos intereses económicos egoístas. Con todo, en medio del desierto de la cultura de abuso que reina en Colombia, la mayoría de colegios y universidades son una especie de oasis con muchas personas que luchan heroicamente por los valores correctos. Aunque un oasis contaminado. Ni más faltaba esperar que fuera como de otro mundo.

Para mejorar, si cambia el enfoque institucional, se puede hacer mucho. El control social, por ejemplo, depende de que docentes y familias tengan más poder y más compromiso, pero la descentralización en educación es un cacareo más que una realidad, sobre todo donde hay más necesidades. Y el estado ha sido durante años voluntarista, tecnocrático e inconstante. Así que reconociendo avances desiguales, estamos lejos de un pacto nacional profundo que haga  inaceptable traicionar a la sociedad en el universo sagrado de las escuelas.

Vamos a la educación como escenario para la solución del problema cultural que nos aqueja. Más allá de la simpleza de tener alguna cátedra para ser honrado, los colegios y universidades no pueden garantizar que sus estudiantes aprendan determinadas conductas sin que se cumplan requisitos complicados.

Para que la escuela forme valores como la honestidad, requiere un entorno que le ayude. Aprendemos lo que vemos en la familia y la sociedad. Y la cultura, ese aprendizaje natural, generalmente es más poderoso que la educación.  Así que, cuando un adulto engaña a la DIAN o a su municipio reportando bienes e ingresos por debajo del valor, soborna a un policía, paga mal a un trabajador o justifica por sectarismo o clasismo que algún funcionario público viole derechos, sus hijos aprenden eso, y no los discursos morales de sus profesores. Y cuando un maestro actúa con descuido frente a los bienes públicos, ejerce con negligencia su función, o ve la corrupción en sus narices y no la denuncia, los niños y jóvenes a su cargo asimilan eso. El constante argumento de que es lo que todo el mundo hace, empeora el mensaje. La escuela puede enseñar competencias sociales y capacidades ciudadanas, y formar personas solidarias y responsables, pero necesita trabajar en equipo con el entorno, cambiando a los adultos junto con los niños.

La otra condición es el aprendizaje práctico. Docentes, directivos y administrativos deben facilitar a sus estudiantes oportunidades constantes de reflexión sobre experiencias cotidianas. Por ejemplo, a ser veraces y justos frente a los conflictos entre pares, o cuando se enamoran; o frente al valor de las ideas ajenas trabajando en equipo; o frente al abuso del avivato sobre el noble; o haciendo que el ejercicio de la autoridad sea coherente, tranquilo y restaurativo.

Vamos a mantener el tema en la agenda, querido Merchán.

Fuente del artículo: https://www.semana.com/educacion/articulo/corrupcion-y-educacion-por-oscar-sanchez/601857

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Corrupción y educación

Por: Oscar Sánchez. 

¿El sector educativo es tan corrupto, más, o menos que otros?, ¿educar en capacidades ciudadanas le resolvería el problema al país?

Rafael Merchán, encargado de las políticas de transparencia en el país hace un tiempo, me pidió el año pasado escribir el capítulo sobre educación en un libro que estaba editando sobre la corrupción en Colombia.

Rafael se marchó para siempre antes de tiempo, y el libro está pendiente. Pero un informe así podría ocuparse a la vez del problema y de la de la solución: ¿el sector educativo es tan corrupto, más, o menos que otros?, ¿educar en capacidades ciudadanas le resolvería el problema al país? Dos preguntas apasionantes.

Para llegar a tener a cargo de la alimentación de los estudiantes a gente que les sirve la sopa en el balde de los traperos, tiene que pasar algo con la manera como se entiende la gestión educativa. Hay procederes incorrectos en el mundo educativo, porque es un sector, aunque desfinanciado, grande y vulnerable a muchos intereses económicos egoístas. Con todo, en medio del desierto de la cultura de abuso que reina en Colombia, la mayoría de colegios y universidades son una especie de oasis con muchas personas que luchan heroicamente por los valores correctos. Aunque un oasis contaminado. Ni más faltaba esperar que fuera como de otro mundo.

Para mejorar, si cambia el enfoque institucional, se puede hacer mucho. El control social, por ejemplo, depende de que docentes y familias tengan más poder y más compromiso, pero la descentralización en educación es un cacareo más que una realidad, sobre todo donde hay más necesidades. Y el estado ha sido durante años voluntarista, tecnocrático e inconstante. Así que reconociendo avances desiguales, estamos lejos de un pacto nacional profundo que haga  inaceptable traicionar a la sociedad en el universo sagrado de las escuelas.

Vamos a la educación como escenario para la solución del problema cultural que nos aqueja. Más allá de la simpleza de tener alguna cátedra para ser honrado, los colegios y universidades no pueden garantizar que sus estudiantes aprendan determinadas conductas sin que se cumplan requisitos complicados.

Para que la escuela forme valores como la honestidad, requiere un entorno que le ayude. Aprendemos lo que vemos en la familia y la sociedad. Y la cultura, ese aprendizaje natural, generalmente es más poderoso que la educación.  Así que, cuando un adulto engaña a la DIAN o a su municipio reportando bienes e ingresos por debajo del valor, soborna a un policía, paga mal a un trabajador o justifica por sectarismo o clasismo que algún funcionario público viole derechos, sus hijos aprenden eso, y no los discursos morales de sus profesores. Y cuando un maestro actúa con descuido frente a los bienes públicos, ejerce con negligencia su función, o ve la corrupción en sus narices y no la denuncia, los niños y jóvenes a su cargo asimilan eso. El constante argumento de que es lo que todo el mundo hace, empeora el mensaje. La escuela puede enseñar competencias sociales y capacidades ciudadanas, y formar personas solidarias y responsables, pero necesita trabajar en equipo con el entorno, cambiando a los adultos junto con los niños.

La otra condición es el aprendizaje práctico. Docentes, directivos y administrativos deben facilitar a sus estudiantes oportunidades constantes de reflexión sobre experiencias cotidianas. Por ejemplo, a ser veraces y justos frente a los conflictos entre pares, o cuando se enamoran; o frente al valor de las ideas ajenas trabajando en equipo; o frente al abuso del avivato sobre el noble; o haciendo que el ejercicio de la autoridad sea coherente, tranquilo y restaurativo.

Vamos a mantener el tema en la agenda, querido Merchán.

Fuente del artículo: https://www.semana.com/educacion/articulo/corrupcion-y-educacion-por-oscar-sanchez/601857

 

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Escuela, educación y cultura en Colombia

Por Oscar Sánchez

Definir la cultura es algo muy difícil. No pretendo pontificar en dos párrafos sobre lo que ha ocupado a las mentes más lúcidas de todas las civilizaciones durante milenios. Afirmemos solamente que ante todo somos cultura. Es decir que aprendemos (o apropiamos) la cultura todo el tiempo, de modo cotidiano, a veces intencional y generalmente no inintencionado. La lengua; la corporeidad; las costumbres; las creencias; los patrones de consumo, progreso y equidad y hasta las ideas de lo bello y lo bueno suelen formarse a través de relaciones familiares y comunitarias, de experiencias de amor y poder y de mensajes recibidos a través de los medios de comunicación. Se aprenden sin mayor esfuerzo y con pocas elecciones.

Lo que nos permite hacer una distinción: la educación, aunque parte de la cultura, es un esfuerzo deliberado orientado a fortalecerla o transformarla. Lucha con o junto a la cultura con objetivos, contenidos, métodos y jerarquías firmemente definidos. Fíjense que a la hora de aprender, la una es veloz y natural, y la otra, lenta y exigente. Por eso, si queremos que la educación tenga el poder de actuar sobre la cultura, hay que tomarse muy en serio su tarea. Lo que no pueden ser las escuelas es ni ajenas a la cultura ni pretendidamente libres de creencias o valores. En cambio, aunque sea más difícil y escaso, pueden convertirse en un ámbito que abre puertas a las personas, asumiendo un desafío ético liberador y un rol, sobre todo, facilitador.

Digo lo anterior porque las escuelas pueden ayudar a que las comunidades transmitan a sus niños su tradición y los formen para adaptar el conocimiento universal a sus necesidades locales. Pueden mezclar elementos vernáculos y cosmopolitas. O pueden sostener unida a la nación y próspera a la economía como pieza de un engranaje institucional al servicio de las creencias de élites religiosas, políticas o empresariales. Y esas élites pueden ser de muchos signos ideológicos, pero en Colombia son dominantemente conservadoras.

Las escuelas pueden ayudar a que las comunidades transmitan a sus niños su tradición y los formen para adaptar el conocimiento universal a sus necesidades locales.

La violencia y la injusticia social están naturalizadas en nuestro machismo, clasismo, frivolidad y urbanocentrismo. Y los medios de comunicación y demás formas de reproducción de las creencias a lo sumo son hipócritas, cuando no cínicas frente a esos desafíos culturales. Pero los proyectos escolares para integrar en la educación a las personas diversas en circunstancias igualitarias y para reflexionar sobre el poder y la inequidad en la sociedad suelen ser vistos con recelo, cuando no descalificados de modo agresivo. Y doy cuatro ejemplos:

1. Los programas especiales para ofrecer educación de excelencia y apropiada a su contexto para poblaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes no se logran concretar; todos decimos que sí, que muy importante, pero nuestra manera de ver el mundo no reconoce el valor del ámbito rural.

2. Frente a la discriminación homofóbica en los colegios se imponen fundamentalismos religiosos que justifican la violencia.

3. El sistema cada vez está más dividido por capacidad de pago y origen social, y hoy hay unos diez tipos de educación segregada desde los muy ricos, pasando por los ricos, las clases medias altas, las clases medias populares, hasta varios tipos de divisiones entre colegios para personas pobres; pero cuando se expresa la necesidad de romper ese tipo de barreras juntando a los chicos en condición de pares para tener una verdadera sociedad de ciudadanos, los padres de familia y asociaciones de colegios se oponen con todas sus fuerzas.

4. Se habla de educación para la ciudadanía, pero los ejercicios genuinamente democráticos en las escuelas, que cuestionan el poder dentro de esas instituciones, son casos muy excepcionales.

Cuando han existido políticas educativas en Colombia que han querido aprender de escuelas alternativas, democráticas, incluyentes o que han apostado por la equidad para generalizar sus experiencias, esos esfuerzos han sido rápidamente neutralizados. Las ideologías moralmente retardatarias se han impuesto, y en el mejor de los casos se entiende que el papel de la educación pública llega hasta el mejoramiento de condiciones físicas o el fortalecimiento de las competencias laborales de los estudiantes pobres, dejando que las clases medias accedan a un mercado educativo a la medida de los padres consumidores. ¿Quién se atreve a proponer escuelas realmente nuevas para una educación que transforme los rasgos trágicos de nuestra cultura?

Fuente del artículo: https://www.google.com/amp/www.eltiempo.com/amp/opinion/columnistas/oscar-sanchez/escuela-educacion-y-cultura-en-colombia-239322

 

 

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Desde la educación, otro llamado a Quito

El Ejército de Liberación Nacional –Eln– y el Gobierno colombiano adelantan diálogos (no obstante que hayan quedado en suspenso después de los acontecimientos de este miércoles en Arauca y Casanare). El futuro depende de extender el cese del fuego provisional de cuatro meses que se ha agotado. El ELN dijo después de que el presidente Santos devolviera a sus negociadores a Bogotá, que sí quiere mantener el cese al fuego y que detendría los ataques. Hay que hacer efectivo ese compromiso para no perder lo avanzado.

Desde el mundo educativo se han sumado muchas voces al llamado de gran parte del país para mantener la tregua. El Eln repitió ayer que no solo quiere conversar con el Gobierno, sino que quiere incluir a la sociedad y poner en marcha su anhelado diálogo nacional. Lo que de hecho involucraría a los maestros, maestras, jóvenes y organizaciones de la educación. De hecho, los integrantes de esa guerrilla creen en el poder de la pedagogía crítica y la educación popular para transformar la sociedad. 

Pero es una contradicción llamar a la acción educativa y la conversación y mantener ataques a la gente. Quienes impulsamos iniciativas de la sociedad civil para contribuir a la construcción de paz a través de la educación, estamos tan dispuestos a apoyar las conversaciones con el Eln, como convencidos de que se requiere mantener y consolidar el cese del fuego para comenzar una etapa más participativa de construcción de un acuerdo de paz integral.

Pretender que se mantenga una mesa sin reducir los hechos victimizantes contra combatientes y población civil es una idea insensata. Por el contrario, como sucedió durante la mayor parte de la negociación con las Farc, los diálogos logran superar impases ante la evidencia de que, mientras se negocia, permanecer sentados y sin disparar reduce la violencia notablemente.

Las treguas humanitarias exigen grandeza. En el tema del secuestro, el Eln no puede sino reconocer un error, abandonar las justificaciones que haya esgrimido hasta ahora, cesar esa práctica y revelar la verdad sobre su uso durante la guerra. Y la destrucción de infraestructura también es inaceptable ante el país. Y al Gobierno le corresponde admitir que se puede hacer más para respetar al movimiento social y para proteger a sus líderes. Así harían probable mantener el diálogo, y que el acuerdo se logre en un próximo gobierno. Y nos abrirían la puerta a muchos actores de la sociedad para enriquecer la agenda de la paz positiva.

Pretender que la mesa sea sostenible sin reducir los hechos victimizantes contra combatientes y población civil es una idea insensata.

Si se mantiene y profundiza la tregua, el terreno para que los diálogos conciban una paz generacional es grande. De entrada, el acuerdo con las Farc contempla 18 disposiciones relacionadas con la infancia, la juventud y la educación, especialmente en la ampliación de las oportunidades de educación rural en los territorios afectados por la guerra y en la formación de una nueva generación de ciudadanos y ciudadanas para la paz. Son temas críticos, que dependen de voluntades y recursos cuya materialización va lenta, y que de quedar en el papel llevarían a que nos reinventemos la guerra una vez más. Así que las negociaciones con el Eln parten de una serie de compromisos ya definidos, que se pueden profundizar y que necesitan mecanismos para su implementación.

Sabemos que el camino de la convivencia es largo, pero no solo actores políticos y militares están en él. Maestros y maestras, estudiantes, colegios, universidades y en general quienes creemos en los niños y jóvenes como prioridad, hemos avanzado un trecho largo y estamos caminando en terreno firme cuando ayudamos a Colombia a entender que la paz se conquistará si les ofrecemos oportunidades iguales de formación integral a todos los seres humanos, en todos los territorios y culturas. Es una de las opciones que nos jugamos en Quito. Siempre y cuando unos y otros no disparen una bala más y se vuelvan a sentar.

ÓSCAR SÁNCHEZ
*Coordinador Nacional Educapaz

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/desde-la-educacion-otro-llamado-a-quito-169742

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Cultura y educación para la paz.

Si la cultura es clasista y violenta… es muy probable que las relaciones en las escuelas sean así.

Por: Oscar Sanchez.

El Ministerio de Educación Nacional ha comenzado a acercarse a la gente para acompañar procesos de construcción de paz en las escuelas. Estuve en un encuentro nacional de jóvenes de los procesos GENeración PAZcifica y Pilos por la Paz, en algunos foros educativos regionales para reunir experiencias de convivencia escolar y en el foro educativo nacional en el mismo sentido.

Apoyado en la práctica de grupos juveniles y organizaciones sociales que se dedican a empoderar para la convivencia y aliado con otras entidades del Estado como la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos y algunas direcciones de calidad educativa de las secretarías de Educación, el ministerio se ha puesto en la tarea de identificar liderazgos estudiantiles y docentes para que las escuelas reconozcan su capacidad de transformación de la cultura. Al final del gobierno de la paz, se comienza a trabajar finalmente en la pedagogía de la paz más allá de la propaganda. También las organizaciones del magisterio, incluyendo al sindicato, han manifestado su interés en esa tarea

En estas actividades recientes se nota un esfuerzo genuino por reconocer los ejemplos colombianos del tipo de educación que hace transformaciones profundas. El Gobierno Nacional, en mi experiencia de un par de décadas, rara vez aprende de lo que hacen las instituciones educativas, las organizaciones sociales y las entidades territoriales; generalmente lanza desde arriba orientaciones tecnocráticas que rebotan contra la realidad. Por eso es importante este cambio de mirada. Aún no es profundo, llega solo al final del gobierno y alcanza solo a un puñado de personas, pero está trabajando con los más entusiastas y va en la dirección correcta. Así que, si se mantiene en 2018 y en el próximo gobierno, debe fructificar.

Una buena noticia es que es posible que la educación cambie la cultura. Y una aún mejor, que en Colombia se han llevado a cabo experiencias grandes y pequeñas que demuestran cómo hacerlo.

La cultura es lo que somos naturalmente; la educación, un intento artificial por que aprendamos a ser alguna cosa. Si la cultura es clasista, machista, racista, autoritaria, indolente (violenta, podríamos decir), lo más probable es que las relaciones cotidianas en las escuelas sean clasistas, racistas, etc., y que los estudiantes aprendan lo que esas relaciones les enseñan, así los textos escolares, las asignaturas académicas y lo que sale de los discursos formales de los profesores (el currículo explícito) esté lleno de contenidos sobre la democracia. Cuando decimos que la violencia está naturalizada en nuestra cultura, eso significa que la educación ayudará a construir una cultura de paz únicamente si consigue cambiar lo que somos. No lo que sabemos, ni lo que podemos repetir en algún examen. Así sea importante en cierta medida que conozcamos la Constitución, los hechos históricos, o algunos principios filosóficos, para aprender a ser pacíficos necesitamos construir la paz, más que aprender a hablar de ella.

Y no es solamente un asunto de la cultura de paz o violencia. El lenguaje y la comunicación, el modo como percibimos y analizamos lo que sucede en el entorno, nuestro interés en la música, la recreación y las artes, cómo nos movemos, lo que comemos, lo que consumimos, lo que comerciamos, el tipo de familia y de comunidad en las que nos agrupamos, las relaciones de poder, de conflicto y de cooperación, el comercio, la sexualidad, el afecto, la solidaridad, y por lo tanto, lo que llegamos a ser naturalmente, se define en la relación cotidiana entre las personas y en la comunicación social de masas o en pequeña escala.

Una buena noticia es que es posible que la educación cambie la cultura. Y una aún mejor, que en Colombia se han llevado a cabo experiencias grandes y pequeñas que demuestran cómo hacerlo. La mala noticia es que es muy difícil, y que si en los colegios nos limitamos a transmitir información o a dar consejos, la cultura, que es potentísima, enseñará las relaciones, moldeará las emociones y definirá los valores (lo que consideramos importante). Por eso, si la educación quiere formar, es decir, desarrollar a las personas en su esencia, la pedagogía tiene que estar muy bien pensada, y quienes dirigimos los procesos educativos, desde los maestros de aula hasta los ministros, debemos tener compromiso y capacidad para llevar adelante ese proceso, hacerlo con la gente en su realidad local, trabajar en equipo para lograrlo y comenzar el cambio por nosotros mismos.

A lo largo de la historia, en todas las civilizaciones y sociedades se han hecho intentos de construir cultura política, cívica y religiosa que incluyen el patriotismo, el conservadurismo, el folclorismo, la urbanidad mojigata, la sumisión al poder y la proliferación de manuales y cátedras de todo tipo. Y otras experiencias maravillosas de construcción de paz han trabajado en genuinos valores de ciudadanía, respeto por los derechos y convivencia. Lamentablemente, en Colombia las experiencias para formar una ciudadanía libre, aunque ejemplares, no han tenido continuidad ni difusión. Unas veces, las creencias y, otras, el complejo de Adán de muchos gobernantes (y docentes) las han tirado por la borda. Justo por eso es una buena noticia que ahora se quiera replantear el asunto y reconocer los liderazgos juveniles, sociales y docentes de las comunidades educativas como catalizadores de la cultura de paz. Enhorabuena.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/cultura-y-educacion-para-la-paz-159238

Imagen:

https://1.bp.blogspot.com/-ZhhZlW3rnoU/ToPbPkqkIjI/AAAAAAAAAS8/okwMVsLTbxA/s640/Cultura+de+Paz+y+No+Violencia+entradas+2.JPG

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Libres de varios colores.

Por: Oscar Sánchez.

En la provincia de Tumaco-Barbacoas, que tiene cerca de 400.000 habitantes y diez municipios (La Tola, El Charco, Magüí Payán, Mosquera, Barbacoas, Olaya Herrera-Bocas de Satinga, Francisco Pizarro-Salahonda, Roberto Payán, Santa Bárbara-Iscuandé y Tumaco), solamente uno de cada diez niños logra convertirse en bachiller, y si se va más allá de la ciudad de Tumaco, esas cifras se disparan.

Ver a un chico o una chica de más de 12 años yendo al colegio se vuelve una rareza; obviamente, las oportunidades de acceso a la educación técnica o universitaria son casi inexistentes, y la oferta educativa dista mucho de comprender por qué esta población se mueve todo el tiempo, prefiere la oralidad a la escritura o les da más valor a sus tradiciones culturales y artísticas que a los conocimientos que propone el mundo que por siglos los ignoró. Y cuando los maestros, después de mucho esfuerzo, logran arraigarse, comprender el contexto y ganar la confianza de las comunidades, las autoridades educativas los cambian: (http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/no-somos-una-nalga-oscar-sanchez-columna-el-tiempo-54550).

Gracias a programas como Vive la Educación, que adelantan allí Save the Children y el Consejo Noruego para los Refugiados con recursos de la cooperación canadiense (https://www.elespectador.com/noticias/educacion/falla-educacion-del-pacifico-colombiano-articulo-501105), las comunidades, los docentes y los propios jóvenes comienzan a sentir que el derecho a la educación hay que valorarlo, exigirlo y adaptarlo a la realidad. Pero conversar con los chicos y chicas que han persistido en la escolaridad rompe el corazón, pues en esas zonas rurales extremadamente aisladas, donde las economías ilegales campean, sus sueños de éxito tienen pocas posibilidades de cumplirse por el camino tradicional. ¿Y nos preguntamos por qué esos chicos son la excepción y muchos se dedican a cultivar coca?

Hace 250 años, al finalizar el período colonial, en el litoral Pacífico la explotación de oro en minas cuyos propietarios vivían en el mundo andino llevaba dos siglos de historia. Varios de estos municipios fueron fundados en el siglo XVI. En el siglo XVIII se definía como libre en los censos a quien no pertenecía a ninguna de las otras cuatro categorías con las que se ordenaba esa sociedad de castas (eclesiásticos, blancos, indios, esclavos y… libres). En las provincias del Pacífico, la población indígena había sido menguada, la población esclava estaba dejando de ser importante porque el auge de la minería del oro estaba decayendo, y comenzaba a volverse mayoritaria una población negra que había comprado su libertad o nacido de padres cimarrones, dedicada a la agricultura de subsistencia, la pesca, la caza y el lavado de oro, muy dispersa a lo largo de los innumerables ríos y quebradas y que, unida a algunos mestizos y mulatos aventureros, el censo de 1787 denominó “libres de varios colores”.

Las comunidades, los docentes y los propios jóvenes comienzan a sentir que el derecho a la educación hay que valorarlo, exigirlo y adaptarlo a la realidad

Pasaron otros dos siglos; Colombia se independizó, la urbanización se disparó en el mundo andino, se construyeron, para bien y para mal, las instituciones y dinámicas socioeconómicas que hoy nos definen, y el mundo negro del Pacífico siguió viviendo una realidad aparte. Las tasas de mortalidad infantil, analfabetismo e ingreso comenzaron a ser noticia hace 40 años, cundo vivieron un terremoto y tsunami sin precedentes en el país, y aún hoy tienen niveles de desarrollo humano semejantes a los de Congo y Haití. Tuvo que llegar el siglo XXI para que se terminara de construir y pavimentar la única carretera para comunicarse con el centro del país.

Y entre tanto, la cultura oral y musical, de la solidaridad, de la movilidad humana; el sentido del tiempo, una gran capacidad de producción orgánica de productos como el cacao y hasta la relación comercial intensa con otros países en esas sociedades y su territorio megadiverso e hiperdotado habrían podido mostrarnos a todos los colombianos una nueva idea sostenible del progreso. Pero en los últimos años, del centro de Colombia (Estado, comercio, guerrillas y paramilitares), y de sus propias élites políticas regionales, esos pueblos han recibido unos cuantos programas asistenciales, una pizca de modernidad excluyente y depredadora y lo peor de la guerra y la corrupción.

Comunidades como la que vivió la masacre de la semana pasada tienen cada vez mayor conciencia de su realidad y cada vez mayor interés en una educación pertinente y sólida para que sus jóvenes tengan alternativas. Es lo que hemos visto quienes visitamos escuelas allí en estos tiempos recientes de tregua (que por lo visto se acabaron).

Pero si no hay respuesta para sus nuevas generaciones, mucho me temo que mientras más estudien y su proyecto colectivo de bienestar tenga mayor claridad, ante la crudeza de las circunstancias, cada vez van a protestar más. Esperemos que el país consiga ofrecerles algo más que coca y plomo, para que sean al fin libres. O, mejor dicho, para que algún día en Colombia podamos ser genuinamente “libres de todos los colores”.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/oscar-sanchez/libres-de-varios-colores-educacion-en-tumaco-140194

Imagen: https://encolombia.com/wp-content/uploads/2012/12/sistema-educacion-colombiano.jpg

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