Estados Unidos podría perder para siempre su posición de superpotencia mundial

Por: Patrick Cockburn

Estados Unidos podría estar alcanzando su “momento Chernobyl” al ser incapaz de liderar el combate contra la epidemia de coronavirus. Como ocurrió en 1986 con el accidente nuclear de la Unión Soviética, un cataclismo está sacando a la luz los fallos sistémicos que ya han debilitado la hegemonía mundial estadounidense. Sea cual sea el resultado de la pandemia, hoy en día nadie está mirando a Washington para buscar soluciones a la crisis.

La pérdida de influencia de Estados Unidos fue perceptible esta semana en la reunión virtual de líderes mundiales donde Estados Unidos se dedicó a intentar convencer a los demás de que firmaran una declaración que hacía referencia al “virus de Wuhan”, como parte de una campaña para culpar a China de la epidemia de coronavirus. Uno de los rasgos principales de las tácticas políticas del presidente Trump es demonizar a los demás para desviar la atención de sus propias limitaciones. El senador republicano por Arkansas Tom Cotton redundó en el tema afirmando que “China desencadenó esta plaga mundial y hay que exigirle responsabilidades”.

El fracaso de Estados Unidos va mucho más allá del estilo político tóxico de Trump: La supremacía mundial estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial ha estado basada en su capacidad única para conseguir sus objetivos mediante la persuasión, la amenaza o el uso de la fuerza. Pero la incapacidad de Washington de responder de forma adecuada ante el coronavirus demuestra que las cosas han cambiado y cristaliza la percepción de que la competencia de EE.UU. está desvaneciéndose. Este cambio de actitud es importante porque las superpotencias, como el Imperio Británico, la Unión Soviética en el pasado reciente o Estados Unidos en la actualidad, dependen para el mantenimiento de su supremacía de cierto grado de fanfarronería. No pueden permitir que su imagen todopoderosa se cuestione demasiado a menudo porque no pueden permitirse el lujo de fracasar: la crisis del Canal de Suez de 1956 hizo pedazos la exagerada imagen de fortaleza del Imperio Británico, y lo mismo ocurrió con la Unión Soviética tras la guerra en Afganistán en la década de los 80.

La crisis del coronavirus es el equivalente de Suez y Afganistán para los Estados Unidos de Trump. En realidad, esas crisis se empequeñecen cuando se las compara con la pandemia del Covid-19, que tendrá un impacto mucho mayor porque cualquier persona del planeta es una víctima potencial y se siente amenazada. Enfrentada a una megacrisis de este volumen, la incapacidad de la administración Trump de responder y asumir el liderazgo de manera responsable está resultando extremadamente destructiva para la posición de EE.UU. en el mundo.

La decadencia de Estados Unidos suele contemplarse como la otra cara de la moneda del ascenso de China –y China, de momento al menos, ha logrado controlar su propia epidemia. Son los chinos quienes están enviando respiradores y equipos médicos a Italia y mascarillas a África. Los italianos se han dado cuenta de que los otros estados de la Unión Europea han ignorado su petición desesperada de equipo médico y solo China ha respondido. Una organización de beneficencia china envió 300.000 mascarillas a Bélgica en un contenedor que llevaba escrito el lema: “La unión hace la fuerza”, en francés, flamenco y chino.

Es posible que estos ejercicios de “poder blando” tengan una influencia limitada una vez se pase la crisis, aunque probablemente aún falte mucho para eso. Pero, mientras tanto, el mensaje que se percibe es que China puede proporcionar equipo y expertos médicos esenciales en un momento crítico y Estados Unidos no. Estos cambios en la percepción no van a desaparecer de la noche a la mañana.

Desde que Estados Unidos destacó como superpotencia mundial tras la Segunda Guerra Mundial ha habido a montones de profecías anunciando su declive. Sin embargo, la proclamada caída del Imperio Americano ha ido posponiéndose o ha sido testigo de otras decadencias más rápidas, especialmente la de la Unión Soviética. Los críticos de la hipótesis de la “decadencia estadounidense” explican que, aunque Estados Unidos ya no domine la economía mundial tanto como anteriormente, todavía mantiene 800 bases en todo el mundo y un presupuesto militar de 748.000 millones dólares.

Sin embargo, la incapacidad de Estados Unidos de ganar las guerras en Somalia, Afganistán e Irak a pesar de su destreza técnica muestra lo poco que ha conseguido a pesar del descomunal gasto.

A pesar de su retórica belicosa, Trump no ha comenzado ninguna nueva guerra, pero ha utilizado el poder del Tesoro de Estados Unidos en lugar del Pentágono. Al imponer duras sanciones económicas a Irán y Venezuela y amenazar a otros países con la guerra, ha demostrado hasta qué punto Estados Unidos controla el sistema financiero mundial.

Pero estos argumentos sobre el ascenso o declive de Estados Unidos como potencia económica y militar olvidan un punto fundamental que debería ser obvio. Su auténtico declive como superpotencia tiene menos que ver con las armas y el dinero (como muchos piensan) y mucho más con el propio Trump, que representa tanto el síntoma como la causa de dicho declive.

Dicho de forma sencilla, Estados Unidos ya no es un país al que el resto del mundo quiera emular o, en todo caso, quienes lo desean suelen ser demagogos o déspotas autoritarios y nativistas (xenófobos –N. d. T.). Su admiración es por tanto bien recibida: y si no, fíjense en el caluroso abrazo que dedicó Trump al primer ministro nacionalista indio Narendra Modi y su relación con la nueva generación de tiranos como Kim Jong-il de Corea del Norte o el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman.

Los gobernantes demócratas y los despóticos saldrán reforzados de la pandemia, al menos en una primera instancia, pues en épocas de crisis agudas las personas quieren confiar en sus gobiernos, pensar que van a salvarles porque saben lo que están haciendo.

Pero los demagogos como Trump y sus equivalentes en todo el mundo no suelen ser muy buenos resolviendo verdaderas crisis, porque han accedido al poder explotando odios étnicos y sectarios, usando a sus adversarios como chivos expiatorios y dando bombo a sus supuestos logros míticos.

Un ejemplo de ello es el presidente de extrema derecha brasileño, Jair Bolsonaro, quien acusa a sus oponentes y a los medios de comunicación de “engañar” a los brasileños sobre los peligros del coronavirus. Es tal la laxitud del gobierno a la hora de forzar algún tipo de confinamiento en Río de Janeiro que, al menos en tres favelas, los narcotraficantes locales han intervenido para declarar un toque de queda a partir de las 8 de la noche que ellos mismos se encargan de hacer cumplir.

Trump siempre se ha destacado por saber explotar y acentuar las divisiones de la sociedad estadounidense y por proponer soluciones simplonas para crisis ficticias, como la construcción del famoso muro para detener la entrada de inmigrantes centroamericanos en el país. Pero ahora que debe afrontar una verdadera crisis, está apostando a que será de corta duración y menos grave de lo que la mayoría de los expertos predicen. Las encuestas afirman que su popularidad ha aumentado, probablemente porque las personas asustadas prefieren oír buenas noticias antes que malas. Hasta ahora, los peores brotes de la epidemia se han producido en Nueva York, Boston y otras ciudades en las que Trump nunca gozó de mucho apoyo. Si se propaga con la misma intensidad a Texas y a Florida, incluso la lealtad de sus más fervientes seguidores podría evaporarse.

Estados Unidos se ha debilitado como país porque está dividido, y esa división se profundizará mientras Trump esté al mando. Hasta la fecha ha evitado provocar crisis graves y su mala gestión de la epidemia de coronavirus demuestra que hacía bien en evitarlas. Está polarizando un país ya bastante dividido, y esa es la verdadera razón por la que Estados Unidos está en decadencia.

Patrick Cockburn es un periodista irlandés galardonado con numerosos premios internacionales (entre otros el premio Orwell en 2009, al Reportero del Año 201 de, Gran Bretaña). Ha escrito tres libros sobre Irak, el último de ellos The Rise of Islamic State.

Fuente: https://rebelion.org/estados-unidos-podria-perder-para-siempre-su-posicion-de-superpotencia-mundial/

Fuente Original: https://www.counterpunch.org/2020/03/31/trumps-chernobyl-moment-the-us-may-lose-its-status-as-world-superpower-and-not-recover/

Ilustración: Nathaniel St. Clair.

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La matanza de Orlando: los medios de comunicación occidentales, ISIS, el wahabismo y la homofobia

Por: Patrick Cockburn

Las manipulaciones sobre la participación Isis en Orlando solo benefician a los yihadistas. Sin embargo, este tipo de ataques continuarán siendo alentados y organizada por Isis mientras exista. Los países occidentales tienen que hacer más para hacer frente a la ideología que esta detrás del ascenso del grupo.

Isis se beneficiará de la masacre llevada a cabo por Omar Mateen en Orlando, independientemente de hasta que punto estuvo involucrado en la matanza [1]. Así será porque Isis siempre ha cometido atrocidades cuyo objetivo es tener un impacto directo en la opinión pública ocupando las portadas de los medios de comunicación,  para extender el miedo y mostrar su fuerza y su desafío.

Existen pruebas concluyentes de que Isis alentó el ataque terrorista de Mateen, pero no de que jugara un papel en la organización de como lo llevó a cabo, a diferencia de lo que ocurrió en los atentados en Bruselas y París. La emisora de radio Albayan de Isis, con base en Irak, repite que «Dios permitió que Omar Mateen, uno de los soldados del califato en Estados Unidos, llevar a cabo su ataque introduciéndose en una reunión de cruzados en un club nocturno … en Orlando, matando e hiriendo a más de 100». El FBI dice que hizo una llamada de emergencia justo antes de comenzar a disparar para proclamar su lealtad a Isis [2].

Los medios de comunicación occidentales tienden a enfatizar el papel de Isis porque se alimenta del temor popular a una vasta conspiración liderada por Isis que amenace cada hogar en los EE.UU. y Europa. Esto no es de extrañar, dado que se trata del peor ataque terrorista en los EE.UU. desde el 9/11, pero vale la pena tener presente que las víctimas en Orlando son mucho menos que los 200 muertos del mes pasado causados por los ataques suicidas de Isis en Bagdad y sus alrededores en solo cuatro días y otros 150 muertos en las ciudades sirias de Tartous y Jableh el 23 de mayo [3].

Los medios de comunicación occidentales apenas se hicieron eco de estas masacres que tiende a minimizar o exagerar las operaciones terroristas de Isis, en función de si hay estadounidenses o europeos entre los muertos. Esto produce una imagen distorsionada del grado de peligrosidad de Isis, que a veces parece estar en decadencia y otras es exagerado por la forma de cubrir la noticia a toda prisa para que parezca ser una amenaza a nuestra propia existencia.

Estas exageraciones son aprovechadas por Isis. Un buen ejemplo es el famoso tweet de Donald Trump tras los homicidios de Orlando preguntando si el presidente Obama «¿va a utilizar, finalmente, las palabras terrorismo-islámico- radical? Si no lo hace, ¡debe dimitir de inmediato vergonzosamente!» Este es el tipo de respuesta histérica y sectaria [4] que le gusta provocar a Isis, y Trump está siendo justamente criticado por hacer un comentario de ese tipo. Pero recordemos que David Cameron hizo lo mismo en diciembre pasado ante la Cámara de los Comunes, cuando esta votó la extensión de los ataques aéreos británicos a Siria, al advertir a los parlamentarios que no votasen con «Jeremy Corbyn y un grupo de simpatizantes de los terroristas».

Uno de los objetivos que tiene más éxito de las atrocidades de Isis, se lleven a cabo alrededor de Bagdad o en los bulevares de París, es provocar el castigo colectivo contra los árabes sunitas en Irak o los musulmanes en general en los EE.UU. o Europa. Todo sentido de la proporción se pierde: es lo que los políticos de Irlanda del Norte hace cuarenta años solían llamar «la política de la última atrocidad». Isis consigue su objetivo porque una venganza desproporcionada e indiscriminada se convierte en reclamo involuntario para reclutar nuevos militantes al movimiento que supuestamente se está tratando de reprimir.

Los peligros de sobreactuar y castigar colectivamente de forma indiscriminada son ampliamente reconocidos por lo menos en teoría, aunque luego se olviden el día que hay sangre en las calles. Pero también existe el riesgo de que personas de buena fe respondan exactamente de manera opuesta y crean que las carnicerías en Orlando, Bruselas, París, Bagdad y Tartous no tiene nada que ver con el Islam, porque si lo tiene.

Gran parte de lo que los movimientos salafistas-yihadistas, como Isis y al-Nusra, creen acerca de los homosexuales, las mujeres, los musulmanes chiítas y los cristianos tiene su origen en el wahabismo, la interpretación extrema del Islam que es la religión oficial de Arabia Saudi. Los saudíes castigan la homosexualidad y la transexualidad con la muerte, azotes y prisión. En 2014, por ejemplo, un hombre fue condenado en Arabia Saudí a tres años de cárcel y 450 latigazos por utilizar Twitter para tener encuentros con otros hombres [5].

Las creencias wahabíes están próximas a la ideología salafista-yihadista y en los últimos cincuenta años el wahabismo ha ido ganando influencia sobre la corriente principal del Islam sunita. Los sunitas, que antes consideraban a los chiítas como una variante del Islam, ahora con frecuencia los acusan de ser herejes que han roto con el Islam. Con el apoyo de la inmensa riqueza petrolera de Arabia Saudí y de las monarquías del Golfo, los imanes formados para predicar y supervisar las mezquitas se han convertido cada vez más en extremistas y, aunque no pueden apoyar los ataques terroristas, sus creencias proporciona un terreno fértil para quines los llevan a cabo.

Llegamos así a las razones por las cuales los líderes occidentales en EE.UU., Francia y Gran Bretaña han fracasado tan estrepitosamente a la hora de ganar «la guerra contra el terrorismo» que supuestamente han llevado a cabo a un coste tan enorme desde el 9/11. Pocas guerras han tenido tan poco éxito: en 2001 Al Qaeda tenía como mucho sólo unos pocos cientos de combatientes en campos de entrenamiento en Afganistán y Pakistán, mientras que hoy gobiernan sobre millones de personas en diversas extensiones de territorio en todo el Oriente Medio.

Esto ha sucedido porque Estados Unidos y los estados miembros de la UE no han querido reconocer el vínculo entre el terrorismo y sus aliados estratégicos sunitas Arabia Saudí, las monarquías del Golfo, Turquía y Pakistán.

Fabrice Balanche, del Institute for Near East Policy de Washington, escribe que «los yihadistas que atacaron en París y luego en Bruselas el 22 de marzo de 2016, habían sido adoctrinados en la ideología salafista en mezquitas financiadas y patrocinadas por Arabia Saudí, o indirectamente por donantes privados en el Golfo, y tolerada por Turquía, el país por el que llegan a Europa».

Otra señal de hasta que punto los servicios de seguridad occidentales dependen de su alianza con Arabia Saudí tuvo lugar esta semana, cuando el director de la CIA, John Brennan, se tomó el esfuerzo de negar que el gobierno o altos funcionarios de Arabia Saudí estuvieran involucrados en el ataque de 9/11 y que las 28 páginas del informe de la Comisión 9/11 no los implicaban [6]. Arabia Saudí ha negado reiteradamente cualquier implicación.

La relación entre un guardia de seguridad inestable en Orlando e Isis puede ser limitada, pero está ahí y este tipo de ataques continuarán siendo alentados y organizada por Isis mientras exista. Como ha ocurrido desde el 9/11, los estados occidentales se niegan a enfrentarse a sus aliados sunníes en Oriente Medio, cuya ideología y financiación crea las condiciones para que prospere el terrorismo. Hasta que no lo hagan, Orlando será sólo la última de una cadena de atrocidades.

* Articulo tomado de: http://www.sinpermiso.info/textos/la-matanza-de-orlando-los-medios-de-comunicacion-occidentales-isis-el-wahabismo-y-la-homofobia
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