Educación: el discurso vacío

Por: Yolanda Reyes

Hace cuatro años, en 2014, con la presencia de ministros, embajadores, empresarios y académicos, el presidente-candidato Santos lanzaba, en un hotel de Bogotá, una de sus locomotoras prometidas para el nuevo cuatrienio. Bajo el eslogan de ‘Colombia, la mejor educada de América Latina en el 2025’ y con la intervención de Sergio Fajardo, a quien le había parafraseado –por decir lo menos– el eslogan de ‘Antioquia, la más educada’, Santos se jugaba la reelección con un nuevo producto: la educación, la antigua (la eterna) cenicienta del Estado.

Teniendo en cuenta que cuatro años atrás había llamado despectivamente “profesor” a su contrincante Antanas Mockus, semejante entusiasmo educativo auguraba un cambio cultural –o electoral– al que se sumaba el comercial de ‘la loca de las naranjas’ del candidato Zuluaga. “Educación, educación, educación”, gritaba una mujer, y con las naranjas que lanzaba en un mercado, lanzaba también un promisorio campo de publicidad política pagada. La educación, tan obvia como el aire para algunos pocos y tan precaria para casi todos, que había sido concebida como una mercancía, y restringida, por consiguiente, al ámbito privado, saltaba a la palestra del debate.

De forma pendular, como suelen ser las cosas en política, pasamos de la Cenicienta Educativa a la Panacea Educativa, y al igual que esos detergentes quitamanchas, la educación se convirtió en fórmula para resolver todo: el desarrollo según la Ocde, la corrupción, la paz, la ciencia, la cultura ciudadana. “La educación será el motor de la transformación en Colombia”, dice Fajardo; Vargas Lleras anuncia un Gran Pacto Nacional por la Educación; Petro la considera un pilar y la integra al ‘ministerio de las culturas’; De la Calle la concibe como instrumento para que todos quepamos y Duque propone, además de una reforma educativa (ni idea qué contiene), un jueguito virtual que cubre, aunque de forma más desconectada, los mismos enunciados desarrollados por los otros candidatos: primera infancia, jornada única, acceso a la universidad…

Al consultar las propuestas educativas, se leen los mismos enunciados generales en los que todos coincidimos en teoría –por ejemplo, las brechas entre lo público y lo privado y entre el campo y la ciudad, o la importancia de la primera infancia y del maestro–, pero en esa homogeneización sin contenido no se ven apuestas políticas de fondo. Con diversos grados de idealización, encabezados por Fajardo, el profesor se muestra como una especie de superhéroe, sabio y solitario, cuya misión es salvar a Colombia, y ese mesianismo revela la escisión mental de este país en el que las condiciones salariales y el reconocimiento social de la profesión docente siguen siendo adversas, a pesar de las promesas del gobierno Santos, y en el que las políticas públicas parecen aún promesas de campaña.

Más allá del derecho a la educación que ya se ha traducido en leyes, y que, por lo tanto, obliga a todos los gobiernos, los electores necesitamos conocer diferencias entre los candidatos de izquierda, de centro y de derecha, relacionadas con aspectos de calidad, de financiación y gobernanza. Por ejemplo, ¿cuál es el rol del Ministerio de Educación y cuál su articulación con las secretarías municipales y departamentales para garantizar que las políticas públicas se traduzcan en prácticas reales y para hacerles seguimiento? ¿Cuál es el lugar de la educación pública y cuál el de la privada, y ya entrados en materia, cuál es la postura de cada campaña sobre Ser Pilo Paga, y qué hacer con los que no son pilos, que son tantos y por causas tan complejas? Y, sobre todo, ¿qué significado tiene para cada candidato eso de “ser pilos” hoy en un país como Colombia.

Fuente del Artículo:

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/yolanda-reyes/educacion-el-discurso-vacio-219974

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La empresa educativa.

Los resultados de las Pruebas Pisa abren interrogantes en el modelo educativo en Colombia.

Por: Yolanda Reyes.

Al final de 2016, cuando estábamos pensando más en vacaciones que en exámenes, se revelaron los resultados de las Pruebas Pisa, esa competencia organizada por la Ocde cada tres años que hace temblar a los ministros e incluso a los presidentes de los países participantes. Es tal su impacto mediático que suele decirse, medio en broma y medio en serio, que el periodo ideal de un ministro de Educación debe ser menor de tres años, de modo que pueda posesionarse después de divulgados los resultados de “una Pisa” y renunciar antes de la divulgación de los siguientes.

Frente a unos resultados bastante predecibles en las muestras de los 73 países participantes y una tendencia al estancamiento que quizás indica que este mundo adolorido requiere de una apuesta educativa diferente, el desempeño de las muestras de los quinceañeros colombianos mostró una mejora numérica en lectura y ciencias que enorgulleció al presidente Santos. “Este es un paso clave en el propósito de convertirnos en el país mejor educado de América Latina en 2025”, declaró con esa seguridad que reduce la educación a sacar mejor nota que el vecino. “La gran mayoría de los países permanecen estancados y solo 20 por ciento mostró mejora. Colombia hace parte de este reducido grupo”, afirmó y completó su argumentación enumerando cifras y programas: 37 millones de textos escolares, 2 millones de computadores y tabletas, 22 millones de libros distribuidos en bibliotecas, 30.000 nuevas aulas del Plan Nacional de Infraestructura, Ser Pilo Paga y un largo etcétera.

  Si bien es innegable la influencia de la educación en el desarrollo económico de las personas y de los países, lo cual la somete a las consideraciones de costo-beneficio que hoy regulan casi todas las actividades humanas, la propuesta educativa de un país no puede ser (no debe ser) un discurso numérico ni una competencia para “ganar”, sino una apuesta cultural, política y humana construida por una sociedad en un momento específico de su historia para imaginar a las nuevas generaciones y entregarles aquello que considera esencial, más allá de un sentido instrumental. En ese sentido, tiene mucho de sueño y conlleva una interpretación –o muchas interpretaciones, a veces contrapuestas– de los marcos éticos, de la historia, de los prejuicios, de los problemas y de los desafíos propios de ese país, en ese tiempo y en ese mundo del que hace parte.
 Si los últimos resultados de Pisa no le importaron a este planeta del ‘brexit’, de Trump y de tantas guerras y crisis humanitarias, quizás es porque nos están revelando la crisis de un modelo educativo centrado en la competencia y en la globalización que vale la pena cuestionar. ¿De qué sirve que los adolescentes obtengan resultados sobresalientes en ciencias, matemáticas y lectura, si no logran calcular el impacto de sus decisiones electorales ni leer el dolor y la particularidad de los otros, ni asumir su responsabilidad en un mundo inequitativo y cruel, como el que se nos revela hoy?

En el caso específico de Colombia, en pleno posconflicto, necesitamos preguntarnos si bastan los puntajes de Pisa o de Ser Pilo o el eslogan de “la más educada” como apuesta de país. ¿Qué significa educar, aquí y ahora? ¿Podemos seguir manteniendo esta dicotomía entre la educación pública y la privada que nos ha segregado en castas? ¿Cuáles son las alternativas para salir de este modelo? ¿Cómo se refleja lo que somos y nuestro sueño de país en la forma como hablamos sobre educación? ¿Cómo pensar una cultura educativa más allá de puntajes, coberturas y adversarios a los que debemos derrotar? Esa es la discusión que requiere este país: la verdadera empresa educativa, en el sentido de acometida humana, para el periodo que comienza.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/la-empresa-educativa/16793313

Imagen: http://static.animalpolitico.com/wp-content/uploads/2013/11/Sin-t%C3%ADtulo5-960×500.jpg

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