En educación hay que mirar a Asia

Por Ricardo Pereirano.

Con el estrés que ha tenido el país en enero y febrero –las protestas rurales, la irritación manifestada en redes sociales, los problemas graves de seguridad que no tienen fin, las asonadas que han quedado sin sanción dando piedra libre a futuras asonadas, la discusión del presidente Vázquez con un grupo de productores que no le hace nada bien al presidente ni a los productores, la divulgación en la web de Presidencia de circunstancias personales de uno de los que discutió con el presidente, los contratos con familiares en todo nivel del Estado, los cambios en la tan asediada ASSE, las discusiones sobre el atraso cambiario– hablar de calidad de la educación parece cosa de marcianos.
Sin embargo, allí es donde tenemos que poner el foco si queremos en el futuro evitar estos y otros problemas. Diagnósticos tenemos a docenas y acuerdo a nivel político también. El trabajo fermental de Eduy 21, con integrantes de todos los partidos políticos, es clara muestra de ello. Solo falta voluntad política para implementar los cambios y ello implica voluntad de enfrentar a los gremios docentes o sumarlos a la campaña del cambio. Y dejarnos de hablar del ADN de la educación porque es un tema tan semántico que nos aleja del verdadero problema de la educación que es cambiar la forma de enseñar, cambiar el rol de los directores en las escuelas y los liceos, y dejar de hacer trampas al solitario con estimular la eliminación de repeticiones como pretende hacer Primaria, o con proponer eliminar los exámenes, que supondrían una forma de discriminación y una forma nociva de competencia entre alumnos.
Los problemas a este respecto son bastante parecidos a los de la República Argentina y cuesta ver alguien con las convicciones tan claras como la gobernadora María Eugenia Vidal para no bajar el listón de la exigencia educativa. Es que la gobernadora bonaerense, una de las más rutilantes figuras de la política argentina y una de esas personas que, por su forma de actuar y de hablar con coherencia, hace abrigar esperanza allí donde antes reinaba el desasosiego, mira con claridad lo que ocurre en el mundo.
No le escapa a ella ni a otros muchos gobernantes y especialistas cómo la calidad educativa ha ido, al menos en enseñanza primaria y secundaria, hacia el Norte –los países bálticos– y hacia el Oriente –Singapur, Corea del Sur, Japón y ahora China–. En efecto, en apenas dos generaciones los países bálticos dominan las estadísticas PISA y son referencia obligada de quienes pretenden mejorar sus sistemas educativos. Y los países de Oriente también han emprendido una carrera para mejorar la educación primaria y secundaria, han establecido una feroz competencia por millones de cupos pero aún no suficientes para atender toda la demanda de una población que despierta de la pobreza y ve la educación como la escalera del progreso material y social.
Por ello son particularmente interesantes las declaraciones de Inger Enkvist, una catedrática sueca de la Universidad de Lund, que también ejerció la docencia en primaria y secundaria. Enkvist dice que «ahora, los países asiáticos, que hace medio siglo no destacaban en educación ni en economía ni en investigación, han identificado a los conocimientos como el centro de lo que ha dado a Occidente su papel preponderante. Están decididos a ganarle a Occidente y han visto mejor que nosotros qué era lo que nos caracterizaba y han ido a por ello. Por eso, tanto Singapur como Japón y Corea del Sur han tenido la educación como la gran palanca para avanzar rápido. Ahora China se ha apuntado a esa idea.
Trabajan en la misma línea y con una población grande. Debemos tomar nota. Ya teníamos razones internas para cambiar nuestra educación y ahora tenemos también una razón de política exterior».
Enkvist hace un llamado a volver a poner a los conocimientos en el centro de la educación a diferencia de la «nueva pedagogía» que busca algo más lúdico, más práctico. Occidente, en opinión de la pedagoga sueca, ha virado en las últimas décadas a priorizar lo práctico sobre lo teórico. Oriente, en cambio, y especialmente en China, pone énfasis en los conocimientos porque una vez que el alumno los tenga, puede hacer con ellos lo que quiera. Para Enkvist, es bueno conseguir un equilibrio: «Más seriedad y menos presión de la que hay en China hoy, y menos dejadez en Occidente».
Nosotros, que acostumbramos a considerarnos el centro del mundo en estas materias, haríamos bien en estudiar qué está ocurriendo en la comarca y en la periferia. El éxito de los países asiáticos no se puede entender sin la notable mejora educativa. La decadencia relativa de Occidente, tampoco se puede entender sin la permisividad y aflojamiento que se extendido en sus sistemas educativos.
Los éxitos de que se jacta nuestro gobierno son producto de circunstancias externas muy favorables. Mantenerlo exige un cambio educativo profundo. Pero el gobierno no parece querer entenderlo. Es más fácil patear la pelota para adelante y que la agarre el próximo gobierno.

Fuente: https://www.elobservador.com.uy/en-educacion-hay-que-mirar-asia-n1177610.

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Justicia y educación

Por Ricardo Peirano.

¿Cómo puede saber el juez si el alumno debe o no repetir el año salvo una manifiesta torpeza o abuso por parte de las autoridades educativas?
El fallo del Tribunal de Apelaciones de Familia, revocando la sentencia de primera instancia que habilitaba la promoción de cuarto a quinto año de una niña que había sido declarada repetidora en el colegio al que asistía, hizo respirar a mucha gente. En especial, a las autoridades educativas. El consejero de Primaria Héctor Florit señaló que un «fallo contrario hubiese colocado a la autonomía de la enseñanza en una situación difícil» y añadió que es «inadmisible que la promoción la firme un juez».
Pero no todas fueron maduras. El Tribunal de Apelaciones, al revocar el fallo de primera instancia aprovechó para reivindicar el derecho de la Justicia para actuar en el caso. «Cuando los tribunales son requeridos legalmente no solo pueden, sino que deben actuar (…) Lo contrario sería una injustificada denegación de acceso a la Justicia. La llamada autonomía de la enseñanza no puede privar a los ciudadanos de reclamar el amparo del Poder Judicial» si están en juego los derechos. Pero por otra parte, el Tribunal señala que no corresponde otorgar el pasaje de curso porque «existe legislación específica y mecanismos administrativos dentro de la ANEP, para cuestionar fallos docentes y deben ser estas autoridades quienes decidan si la resolución fue acertada o no». Es lo que argumenta en la apelación que presentó el colegio, donde adujo que la familia de la niña no completó el trámite administrativo en Primaria, y recurrió directamente a la Justicia.
Es decir, para el Tribunal, se puede acudir a la Justicia si están en juego los derechos pero se debe acudir a la legislación específica y los mecanismos administrativos dentro de ANEP, para decidir si la resolución docente fue acertada o no. Porque, en definitiva, ¿cómo puede saber el juez si el alumno debe o no repetir el año salvo una manifiesta torpeza o abuso por parte de las autoridades educativas? Y no es por defender la autonomía educativa u otras autonomías. Es por sentido común. Por ello, una persona puso un tuit luego de conocido el fallo de primera instancia que decía: «Sr. Juez, ¿no me puede dar por aprobado el examen de matemáticas que he perdido tres veces?».
Es claro que en ninguna instancia donde esté en juego un derecho personal, puede quedar fuera del escrutinio judicial ni siquiera en casos vinculados a la autonomía técnica. Pero, ¿hay un derecho a «promover de grado» o aprobar un examen? No. Hay un derecho a no ser tratado de forma abusiva o ilegal. Pero si no se trata de eso, y claramente en este caso no se trataba de eso, la Justicia no tiene nada que decir. Hay innúmeras razones para promover o para no promover a un alumno pero ello debe ser decidido por el instituto al cual asiste el alumno y eventualmente por recurso administrativo ante autoridades de ANEP. Pasar de curso no es derecho, ser repetidor no es un castigo o un estigma. Y menos en el estado actual de nuestra enseñanza con altos niveles de repetición.
Por ello es bueno recordar una frase de la gobernadora de la Provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal a los docentes: «Les pido a los docentes que no aprueben a un alumno que no haya aprendido. Es una estafa. Que ninguna inspectora o directivo interfiera en sus calificaciones. A mí no me dan miedo las estadísticas. Se que van a dar mal porque estamos mal en educación».
Ojalá alguien acá se animara a decir algo semejante y a reconocer sin tapujos la realidad, por más mala que sea. Es el primer paso para corregir errores y defectos. Pero esas voces, si existe, son sumamente escasas. Y por ello seguimos engañándonos a nosotros mismos y sin solucionar problemas o judicializándolos.
Fuente: https://www.elobservador.com.uy/justicia-y-educacion-n1174870
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La próxima generación

Por: Ricardo Peirano

Si realmente a alguien le preocupa la próxima generación más que la próxima elección debería dedicar sus esfuerzos al tema educación.

El presidente Vázquez ha insistido en las últimas semanas en un consejo a su fuerza política: pensemos más en la próxima generación que en la próxima elección.
La frase no es nueva. La pronunció originalmente Otto von Bismarck 1815-1898. La frase precisa era: «El político piensa en la próxima elección; el estadista piensa en la próxima generación».
También Winston Churchill la hizo famosa cuando dijo que «un político se transforma en estadista cuando piensa más en la próxima generación que en la próxima elección».
Dos grandes estadistas hicieron uso de esa frase para convencer a los hombres de su tiempo a llevar a cabo tareas de formidable envergadura. Bismarck fue el canciller que logró la unificación de Alemania.
Churchill fue la figura que sostuvo la luz de esperanza en Europa en los años más negros del nazismo, cuando parecía que todo el continente iba a quedar bajo el puño de hierro de Hitler.
Pensar en la próxima generación es mucho más difícil que pensar en la próxima elección. En primer lugar, porque muchos dirigentes políticos dirán que para pensar en la próxima generación deben ganar la próxima elección.
Y en segundo lugar, porque nadie quiere asumir los costos de realizar las reformas estructurales, que son necesarias, pero cuyos resultados se verán en 10 o en 15 años.
Vayamos al caso de Uruguay. Si realmente a alguien le preocupa la próxima generación más que la próxima elección debería dedicar una gran parte de sus esfuerzos al tema educación.
Y no basta decir «educación, educación, educación» para luego hacer nada al respecto, o retroceder ante la primera dificultad o carecer de una hoja de ruta clara para recorrer.

Casi todos los partidos están contestes en lo que hay que hacer para mejorar la educación. Se pusieron de acuerdo en los albores de la administración Mujica. Salvo por el Plan Promejora, que fue desechado sin explicación racional, casi nada se ha hecho ni en la administración pasada ni en esta.

Se quiso formar consenso político, en tiempos de Mujica, sin considerar cómo integrar en el proceso a los docentes, que son obviamente una parte muy importante de todo proceso de reforma.
Se quiso cambiar el ADN de la educación en la segunda presidencia de Vázquez y antes del primer año la Ministra de Educación y Cultura había eyectado a las dos principales figuras designadas por el presidente Vázquez para llevar a cabo la transformación –Fernando Filgueira y Juan Pedro Mir-, despachados de manera poco amistosa e injustificada.
Los intentos reformistas cayeron no por oposición docente sino bajo fuego amigo. Aquí no solo no se pensó en la próxima generación sino tampoco en la próxima elección: el tema educativo le puede pasar una factura importante al partido de gobierno en 2019 porque la sociedad percibe que sin un cambio de timón en ese tema, como país vamos barranca abajo y cada vez a mayor velocidad.
Mientras tanto hablamos de hacer acuerdos con Finlandia para que nos den el know how de lo que ellos hicieron para ubicarse entre los «top five» del mundo. Pero aunque bienvenida sea esa experiencia, no hace falta esperar a que se firmen los acuerdos burocráticos de cooperación.
Las claves del éxito están a la vista y casi se pueden resumir en dos: valoración social y económica de los maestros, y capacidad del director del centro de educativo de elegir a los maestros y profesores y no que estos, por antigüedad, elijan los lugares que más les apetece.
Claves que, por cierto, las podemos ver en nuestras narices en la zona de Casavalle en los liceos privados gratuitos, tanto religiosos como laicos, que atienden a una creciente multitud de jóvenes y les dan armas y bagaje para ingresar al mercado laboral y para desarrollarse en la vida. No hay que inventar la pólvora.
Pero ocurre que son pocos los que piensan en la próxima generación. A muchos les interesa más cortar las cintas en inauguraciones de escuelas que de hacer que esas escuelas funcionen. Para cortar cintas, basta edificar algunos muros y techos.
Para que las escuelas funcionen, hay que formar maestros, pagarles bien, darles una carrera a recorrer. Lo primero se puede hacer en un año o dos como máximo.
Lo segundo requiere una periodo más largo, quizá 5 años o más. Y seguramente el que siembre no sea el que cosecha.
Quien hace lo primero, puede usarlo como mérito para la próxima elección. Quien hace lo segundo, no recibirá premio electoral. Los frutos los llevará otro. Pero esa semilla habrá sido vital para que al cabo de unos años haya frutos para cosechar.
La relación entre siembra y cosecha es fundamental para el político. No así para el estadista, que siembra aunque no se coseche en un gobierno. Pero el país habrá dado un verdadero salto adelante. Por ahora, la próxima generación es la que está más abandonada.
Y la próxima elección, la más apetecida. Incluso para Vázquez que no compite en 2019 y podría saltársela tomando medidas de largo plazo.

Fuente: http://www.elobservador.com.uy/la-proxima-generacion-n1048978

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Sr. Trump, no construya ese muro

La mejoría mundial que sacó a más de 600 millones de personas de la pobreza en 20 años no se hizo con muros sino con puentes.
En los primeros días de la administración Trump, entre tanta incertidumbre y expectativa, hay dos cosas que han quedado muy claras. Primero, que Trump está dispuesto a cumplir todas y cada una de sus promesas electorales por más disparatadas que fueran, y segundo, que Trump actúa con suma ejecutividad, escucha poco a sus asesores, no teme asumir costos políticos y genera crisis internacionales sin que le importe demasiado.
En sus primeros cinco días firmó ocho órdenes ejecutivas, con las que dio comienzo al cumplimiento de sus promesas de cerrarse al mundo (abandonó el TPP, que tampoco era una panacea) y se enroscó en una monumental crisis con uno de sus mayores aliados y socios comerciales, como es México. Además de solicitar la revisión del Nafta, dio órdenes para el comienzo de la construcción del muro en la frontera con México. Un muro que está incipientemente instalado en un tercio de los 3.200 kilómetros de frontera (se comenzó en 1996 en la administración Clinton), pero que no tiene la entidad del muro que desea Trump en cuanto a altura y espesor.
Pero el tema no termina en el dichoso muro, sino en quién va a pagar los US$ 15.000 millones que supuestamente costaría su construcción. Normalmente, el que lo hace, lo paga. No ocurre eso con Donald Trump, que no solo quiere construir el muro sino hacer que México pague su costo. Eso dijo Trump en su campaña electoral y eso piensa hacer. El jueves lanzó la idea de poner un arancel del 20% a las exportaciones mexicanas a Estados Unidos. El 20% sobre US$ 300.000 millones anuales, razonan Trump y su equipo, daría unos US$ 60.000 millones, cifra más que suficiente para pagar el costo de muro. Solo que no es tan sencillo porque cualquiera que sepa un mínimo de economía sabe que un impuesto a las exportaciones lo termina pagando el consumidor final en los Estados Unidos con precios más altos de los productos mexicanos. O que incluso puede generar fenómenos como que se cancelen compras de México y se hagan de otra parte. Y ello sin tener en cuenta que muchas de las exportaciones mexicanas tienen insumos estadounidenses, con lo cual se perjudicaría la industria de Estados Unidos.
Todo esta insensatez, propia de quien no sabe de lo que habla, ni sabe que no sabe y por tanto no es capaz de buscar buen asesoramiento –algo propio de los ególatras– llevó a una gravísima crisis con México. Enrique Peña Nieto suspendió la visita a Washington prevista para el martes 31. Desde el entorno de Trump se dijo que se podría realizar «más adelante». Difícil, tal como vienen las cosas, que incluyen también la renegociación del Nafta y acuerdos de seguridad fronteriza que también interesan a México, que tiene problemas de seguridad en su frontera con Guatemala, por donde muchos centroamericanos quieren pasar en su viaje a Estados Unidos.
Trump ha sido expeditivo, y ahora dice que en una semana hizo más cosas que otros presidentes en ocho años, pero muchas veces conviene reflexionar antes de actuar. Y, sobre todo, antes de expresarse por Twitter, como le gusta hacer al presidente estadounidense. El proyecto del muro no solo es un problema con México. Es también un problema con su propio Partido Republicano, si es que puede decirse que Trump es republicano. No hay consenso claro de que esa barrera física sea la solución de los problemas migratorios y menos aún está claro cómo debe pagarse. Lo que sí se vio esta semana fue a la bancada republicana en el Congreso dividida y desconcertada sobre la forma de establecer aranceles a las importaciones mexicanas, lo que significaría la muerte del Nafta.
Más aun, la forma de actuar de Trump y su escaso respeto de los tratados internacionales –los aranceles no se pueden subir unilateralmente ni se pueden poner restricciones comerciales– no tienen nada que envidiar a las formas de actuar de presidentes latinoamericanos como Cristina Fernández de Kirchner o Nicolás Maduro, que ponían todo tipo de trabas en el funcionamiento del Mercosur y se reían tanto de la letra como del espíritu del tratado en tanto ello les conviniera a sus intereses puntuales.
Pero yendo más allá, hay un error fundamental en la filosofía de Trump de construir muros.
El progreso de Occidente a lo largo de los siglos y la mejoría mundial que sacó a más de 600 millones de personas de la pobreza en los últimos 20 años no se hizo con muros sino con puentes. No se hizo con proteccionismo sino con comercio. Que eso genera dificultades, no cabe duda. Pero si el mundo quiere tener un futuro próspero, ello se logrará construyendo puentes y no muros. Si el señor Trump no lo entiende, Estados Unidos va a sufrir un grave retroceso y otros países tomarán su liderazgo en la escena mundial. China, por ejemplo, está expectante para dar un paso adelante. Ya aprendió la penosa lección de siglos de aislamiento.
Fuente: http://www.elobservador.com.uy/sr-trump-no-construya-ese-muro-n1023688
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Estonia, Portugal y Uruguay

Por Ricardo Peirano

Estancamiento es quizá la palabra más adecuada para describir la situación en la que está Uruguay en la educación.

Seguirán por algunos días las repercusiones de las pruebas PISA 2015, de las idas y venidas, de las mejoras y de los retrocesos, y sobre todo del estancamiento, quizá la palabra más adecuada para describir la situación en que se encuentra Uruguay respecto de sí mismo y de los demás países que participan del examen.

Algunos dirán que nos conviene retirarnos de las pruebas PISA y evitarnos así el bochorno trianual. Otros minimizan su importancia. Lo cierto es que, tomado a lo largo del tiempo, es un buen instrumento para comparar la evolución de nuestra educación con otros países y con nosotros mismos, y para determinar caminos futuros de acción.

Según un estudio del BID, para Uruguay es «inalcanzable» llegar al promedio de los países de OCDE en las pruebas PISA (lo mismo dice para Chile, Brasil, Costa Rica y México).

El dato tiene una nota de pesimismo, pues en 2012 el BID había dicho que a Uruguay le llevarían «20 años alcanzar el promedio PISA». Ahora ya no tenemos ni chance. Y ello debido a que casi la mitad de los jóvenes escolarizados no cuentan con las capacidades para vivir en el siglo XXI o, por decirlo de otra manera, en la sociedad moderna.

Sin embargo, el estancamiento no puede ser considerado como una condena a la desesperanza. El ranking de los líderes en las pruebas PISA suele variar muy poco y siempre están países asiáticos (Singapur, Hong Kong) o nórdicos como la llevada y traída Finlandia. Pero en el medio de la tabla sí hay movimiento y hay dos países que merecen que se les preste atención: Estonia y Portugal.

Estonia ya comienza a jugar en las grandes ligas y compite con Japón, Canadá y supera a Finlandia en ciencias, área tradicionalmente dominada por los finlandeses. ¿Será que a los países nórdicos se les da bien el estudio porque hace frío y los chicos se quedan en casa o será porque tienen políticas públicas de largo plazo que incentivan la mejora? Los países bálticos hace 30 años no eran ejemplares y se debatían por conseguir su independencia. Ahora se centran en mantener la excelencia educativa.

Quizá más llamativo sea el caso de Portugal. En 2015, supera claramente la media de la OCDE cuando 10 años atrás estaba claramente por debajo. Ejemplo claro de que «sí, se puede». Y en ciencias, supera a potencias como Francia, Austria, Italia o España, y se compara con países avanzados como Dinamarca y Bélgica. Y más llamativo aún es que ese progreso se hizo en una época de enormes dificultades económicas por la crisis financiera del 2008 y sus secuelas de ajuste del gasto público.

De hecho, en Portugal la mejoría se consiguió pese a que se redujo el gasto público por estudiante como consecuencia de las políticas de ajuste que tuvo que llevar a cabo la nación lusitana para no hundirse financieramente y continuar dentro de la UE.
Estonia no ha reducido su gasto educativo pero tiene los mismos resultados que Dinamarca, cuyo gasto por estudiante es el triple.

De ahí la insistencia del informe PISA: el aumento del gasto en educación es importante para alcanzar un nivel mínimo de exigencia, pero por encima de ese nivel no hay relación clara entre aumento de gasto y desempeño educativo.
Estos ejemplos son buenos para que no tiremos la toalla y sepamos que llegar al promedio PISA no es una utopía ni algo inalcanzable, como sostiene el BID extrapolando los resultados en los últimos tres o seis años.

Es algo que está a nuestro alcance. Depende sobre todo de la voluntad política de mejorar la educación pública, algo que en los últimos tres gobiernos ha estado presente en las palabras pero no en los hechos.

Y que está a nuestro alcance es algo que han demostrado los liceos privados que trabajan en la cuenca de Casavalle y en otros lugares de contexto social crítico.
Ahora, esa meta sí es imposible de lograr si seguimos jugando a las escondidas, a que no se puede mejorar por algún factor genético desconocido, o si seguimos haciendo trampas al solitario como ocurrió con el Codicen a la hora de comparar los resultados y echar campanas al vuelo para marcar una mejora que no existió.

Lo que existió y seguirá existiendo, hasta que alguien se anime a poner a la educación como prioridad nacional, es la mediocridad. Estamos mal, vamos empeorando, pero igual somos con Chile los mejores de América Latina.

Razonamiento nefasto que solo conduce al retroceso. Algo que ya no se puede tolerar más, como la violencia en el fútbol. Pero si no tomamos el tren de las reformas con rapidez, seguro que la proyección del BID será una triste realidad que afectará a quienes vienen detrás de nosotros. Y ello no tendría perdón.

Fuente:http://www.elobservador.com.uy/estonia-portugal-y-uruguay-n1010306

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Hay tanto para reformar!

América del Sur/Uruguay/Fuente:http://www.elobservador.com.uy

Por  Ricardo Peirano.

Como si el país no tuviera problemas acuciantes en el área social (marginación, fractura, inseguridad, decadencia educativa) y en el área económica (una nula tasa de crecimiento en este año y en el próximo, un alto déficit fiscal, inflación obstinadamente rondando los dos dígitos, desempleo creciente, excesiva dependencia de nuestros vecinos para el relanzamiento económico, falta de competitividad que asegure crecimiento sustentable), el Plenario de Frente Amplio –que no parece estar en sintonía una vez más con el gobierno del mismo signo partidario– ha lanzado por enésima vez la peregrina idea de una reforma constitucional.
Nadie sabe muy bien el para qué esta reforma y el por qué en este momento, aunque el enunciado vago de los temas que se proponen modificar apunta a un cambio filosófico que altere la balanza de poderes propia del modelo republicano en perjuicio del Poder Judicial y del Ejecutivo y en beneficio del Parlamento, que hoy tiene dificultad para redactar las leyes en forma correcta del punto de vista gramatical, y para disminuir algunos de los derechos individuales como el de propiedad.
A estos efectos me permito recomendar la columna que publicó el pasado jueves Hoenir Sarthou en el semanario Voces, titulada «La Constitución como excusa», en la que hace un notable ejercicio de demolición de los eventuales motivos para reformar nuestra carta magna y de todas y cada una de las ideas propuestas en la agenda reformista. Por un lado, Sarthou señala con acierto que la propuesta de reforma busca cambiar el «eje de la discusión pública». Y que «en lugar de hablar del ajuste fiscal, de la crisis económica, de la deuda pública, de la enseñanza, de la crisis social, de la inseguridad ciudadana y del aumento de precios, la oposición y parte de la opinión pública deberán discutir reformas constitucionales. Gran éxito estratégico».
Por otro lado, Sarthou opina que «la propuesta de reforma puede operar como justificación de la falta de proyectos y de resultados, cohesionando a cierta parte del electorado frenteamplista. Así, para el sector más incondicional de los votantes frenteamplistas, el problema no serán el gobierno ni su falta de ideas y de aciertos, sino la Constitución que lo maniata y la Suprema Corte de Justicia que lo hostiga. Dos blancos fáciles, por diversos motivos. Incluso más fáciles que la prensa, a la que también se la ha acusado de ocultar los supuestos éxitos y resaltar los fracasos oficialistas». Y no le falta razón: es muy fácil buscar chivos expiatorios ajenos de los fracasos propios. Y el ataque a la Suprema Corte de Justicia, a la que se quieren quitar potestades, es algo que un sector del Frente Amplio tiene entre ceja y ceja luego de que el máximo tribunal declarara la inconstitucionalidad de seis leyes dictadas durante la administración anterior, y actualmente esté haciendo lo mismo con la famosa ley de medios, también dictada en la administración Mujica, con la oposición de muchos sectores de la izquierda y con la advertencia previa de distinguidos constitucionalistas de todas las corrientes partidarias y no partidarias.
Pero dado que el Plenario del Frente Amplio tiene un notorio afán reformista, quizá sería bueno canalizarlo hacia algo más provechoso y más propio de estar al tope de la agenda pública nacional: el tema educativo. La ministra de Educación parece haber tirado por la borda los ambiciosos planes iniciales del presidente Vázquez para cambiar el ADN de la educación. Los planes parecen haberse ido junto con el subsecretario Filgueiras y el director de Educación Juan Pedro Mir, injustamente denostados por la ministra, que los nombró a sugerencia del presidente pero que no encajaban en su filosofía educativa ni en su consideración personal.
Pero la educación pública sigue allí: esperando que alguien la reforme o se anime a hincarle el diente. El Plenario del FA podría ayudar al presidente a llevar a cabo esa reforma, que ya no admite demora alguna y que tiene un referente magnífico en los liceos gratuitos de gestión privada situados en barrios de contexto crítico y ahora incluso replicados en Paysandú y próximamente en Salto. He ahí un punto que necesita reforma urgente, y en el cual la coordinación de esfuerzos puede hacer maravillas. Hay miles de jóvenes uruguayos esperando por esa reforma y para ella en nada se necesita la reforma de la Constitución.

Fuente: http://www.elobservador.com.uy/hay-tanto-reformar-n935840

Imagen: http://static.elobservador.com.uy/adjuntos/181/imagenes/009/640/0009640474.jpg

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Una mejor educación es posible

EL GOBIERNO SE CONTENTA CON ALGUNAS MEDIDAS DE CORTO ALIENTO COMO LOS CAMBIOS EN LA ASIGNACIÓN DE HORAS Y LA MINISTRA MARÍA JULIA MUÑOZ TRATA DE MOSTRAR “TODO LO BUENO QUE SE HA HECHO”

Desalojado por el tema ANCAP, por la creciente inflación, por el constante enlentecimiento de la economía a medida que los vientos globales se vuelven en contra, el tema de la reforma o mejora de la educación parece hacer desaparecido del radar de la opinión pública y de las prioridades la agenda política. Después de las agitaciones del año pasado, de la renuncia de importantes jerarcas del Ministerio de Educación y Cultura al verse imposibilitados de llevar a cabo sus planes, de la resistencia de los gremios docentes y de públicas divergencias en la administración, el gobierno y la población en general dan la impresión de haber bajado los brazos. El gobierno se contenta con algunas medidas de corto aliento como los cambios en la asignación de horas y la ministra María Julia Muñoz trata de mostrar “todo lo bueno que se ha hecho”, aunque lo bueno sea muy poco.

Del ámbito político, pues, es bien poco lo que se puede esperar. Pero, parafraseando a Artigas, se podría decir que en Uruguay “la causa de la educación no admite la menor demora”. Solo 4 de 10 jóvenes que ingresan al mercado de trabajo tienen liceo completo y en contextos vulnerables apenas un 13% termina secundaria. De ahí que es de gran importancia prestar atención a propuestas y acciones que provienen del sector privado. Tres liceos privados gratuitos en la Cuenca de Casavalle –Jubilar, Impulso y Providencia- son como un recordatorio, para algunos molesto por su carácter de privado o de religioso, de que una mejor educación, aún en contextos críticos, es posible. Es posible si uno tiene ganas, si se lo propone y si lo ejecuta en forma eficaz. Esas tres cosas han hecho estos liceos y los resultados están a la vista.

Luego vienen otras críticas: que esto no se puede extender, que son casos excepcionales, que logran muy buenos resultados porque “eligen alumnos buenos” (los mismos buenos que fracasan en los liceos públicos de la zona), que tienen buenos docentes, etc. Que tienen buenos docentes y sobretodo directores con margen de discrecionalidad para manejar el centro educativo y la cantidad de horas, y el currículo, y el nivel de exigencia, no cabe duda. Pero eso no es algo milagroso sino fruto del sentido común, que alienta la libertad en los centros educativos, que no los somete al mismo patrón, que les permite adaptarse a las circunstancias del lugar y de los alumnos. Lo antinatural es el esquema centralizado y dirigista que rige la enseñanza secundaria de este país donde todo se controla y donde se aplica el mismo rasero a todo el mundo, pese al esfuerzo de muchos y muy bien intencionados directores.
No se puede extender, pues, lo que no se quiere extender! No se puede mejorar cuando se descarta la excelencia y decimos que nuestra educación secundaria “está bien”. Quien sigue haciendo las mismas cosas va a obtener los mismos resultados y a veces peores si el contexto social se debilita o se marginaliza.

Pero desde el sector privado siguen surgiendo iniciativas. No ya para establecer liceos gratuitos de gestión privada sino para establecer liceos públicos de gestión pública con un modelo de gestión especializado para contextos vulnerables. Eso es lo que acaba de proponer Ernesto Talvi, Director Académico de CERES (Centro de Estudios para la Realidad Económica y Social) en una presentación realizada el pasado jueves 10 en la Cámara Comercial Industrial Agraria Pando, ante un numeroso público y que despertó enorme interés. Talvi señaló que “solo a través de una educación de calidad para los más vulnerables podemos volver a soñar con un país digno y justo” y propuso la creación de 135 liceos (61 en el interior) con un costo anual de US$ 200 millones. Y para ubicarnos en la dimensión de la cifra, la relacionó con las pérdidas anuales ANCAP en cada uno de los últimos 4 años. No liceos privados, ni liceos públicos con administración privada, sino liceos 100% públicos pero gestionados con otros criterios, similares a los de los liceos exitosos de Casavalle, con altas cargas horarias, con exigencia académica alta, con un currículo amplio, y con autonomía.

El costo no resulta demasiado alto (y hasta bien podría incluirse en el aumento presupuestal que el gobierno ha prometido dar a la educación para llegar al mágico 6% del PBI) y podría financiarse con una mejor administración de las empresas públicas y con reasignación de recursos que seguramente se desperdician en numerosas dependencias del estado. El tema no es sencillo pero sí asequible si hay voluntad para hacerlo. ¿La tenemos o nuestra preocupación por los más débiles es un slogan para la prensa? Ahora hay una propuesta concreta: estudiémosla seriamente y veamos como llevarla a la práctica. Eso sí seria una verdadera reforma.

Publicado primeramente en: http://blogs.elobservador.com.uy/reflexionesliberales/post/2373/una-mejor-educacion-es-posible/

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