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En movimiento: La improbable renovación de las izquierdas institucionales

Por: Raúl Zibechi

La oleada de manifestaciones de los últimos domingos en Brasil, exigiendo la salida del presidente Jair Bolsonaro, marcan una nueva etapa para los sectores populares organizados, que están saliendo de un extenso período de defensiva. La configuración social y política de estas movilizaciones muetra cambios profundos en la realidad del país.

Según todos los análisis y descripciones disponibles, las recientes manifestaciones contra el presidente son más numerosas que las de sus defensores, algo realmente inédito ya que Bolsonaro consigue movilizar grupos relativamente pequeños pero muy activos y agresivos. En algunas ciudades como Sao Paulo, el domingo 14 los bolsonaristas apenas consiguieron un centenar de personas en su convocatoria.

La segunda cuestión es que la mayoría de los movilizados en el campo popular contra el racismo  y el fascismo, son jóvenes negros y, como señala un interesante análisis del sociólogo Rudá Ricci, en ciudades como Belo Horizonte asistieron además trabajadores de la limpieza urbana, de pequeños comercios como farmacias y panaderías, y habitantes de la periferia.

“Son jóvenes, salieron a la calle porque salen todos los días. Y continuarán saliendo. Enfrentan a la Policía Militar desde hace tiempo, en sus barrios, en las favelas, en los partidos de fútbol. Conocen esta violencia institucional desde niños”, destaca el sociólogo (https://bit.ly/2C9VI60). Debería agregarse que están saliendo muchas mujeres jóvenes, a la par de los varones.

La tercera cuestión es que las consignas son más radicales, muchas se esbozan por primera vez en las calles, visibilizando la cultura negra y popular de las periferias. La crítica radical al racismo va de la mano de la denuncia al autoritarismo del gobierno Bolsonaro. Atacan lo que consideran como “racismo estructural”, que arranca en la esclavitud y se perpetúa desde hace cinco siglos, y no se resuelve con “cuotas de color” para el ingreso a las universidades.

Enarbolan un antirracismo que es a la vez anticapitalista y, cuando aparecen las mujeres negras, anti-patriarcal. A mi modo de ver, este es un punto central de lo que viene sucediendo en Brasil, que representa un quiebre con el pasado inmediato, cuando el sector activo de la población negra se identificaba con el proyecto de Lula y del Partido de los Trabajadores (PT).

La cuarta cuestión es la decisiva. El sociólogo Ricci, que no es ni radical ni autonomista sino que fue activo militante del PT e investigador en el movimiento sindical, señala: “¿Qué pasa con la izquierda tradicional? ¿Cómo viene actuando?”. Se responde: “Con cobardía extrema. Se trata de una izquierda desconectada del mundo real, enfocada en los valores de la época del lulismo”.

En efecto, en las manifestaciones participaron de forma destacada las hinchadas organizadas de los equipos de fútbol agrupadas en la asociación ANATORG (https://anatorg.com.br) y el grupo Somos Democracia, además del Frente Povo Sem Medo, el MTST (Movimiento de Trabajadores sin Hogar) y el CMP (Central de Movimientos Populares), todos identificables como izquierda radical.

Están irrumpiendo también nuevas organizaciones de abajo, como el Frente de Movilización de la Maré, el mayor complejo de favelas de Rio de Janeiro con 120 mil habitantes en 16 barrios, creado por comunicadores populares jóvenes al comienzo de la pandemia (https://bit.ly/3d5xFC2).

La izquierda institucional desertó de las calles por pequeños cálculos electorales, a la que la población negra organizada denomina “izquierda blanca de clase media”, llegando en algunas ciudades como Belém a llamar a no acompañar las manifestaciones. Una izquierda que se limita a hacer “un juego estético” de peticiones online por whatsap, con poca o ninguna práctica incisiva en el mundo real.

Las dos conclusiones más importantes del breve análisis de Ricci, quien participó en las decisivas jornadas de Junio 2013, abordan tanto el repliegue de esa izquierda como la renovación en marcha. Los cinco partidos de izquierda (PT, PCdoB, PSB, PSOL y PDT), cuentan con una quinta parte de los concejales y alcaldes de Brasil, lo que define como “un ejército político”. De ahí procede su temor y su cobardía, como atestigua la historia mundial de la izquierda, cuando se la traga el juego institucional.

Por eso, la renovación de las izquierda vendrá de abajo y, aunque no hay nada seguro, serán personas y colectivas“más curtidas por la vida, menos clase media, menos blancas y menos masculinas”.

Fuente: https://desinformemonos.org/la-improbable-renovacion-de-las-izquierdas-institucionales/

Imagen: https://pixabay.com/

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Argentina: el milagro de la vida en las periferias urbanas

Por: Raúl Zibechi

 

Lo que aprendimos durante años en la escuelita de educación popular trashumante nos ha nutrido para enfrentar esta situación”, asegura Mari, del barrio 12 de Julio en la periferia de Córdoba. Un barrio ocupado en el que viven 300 familias, que abrieron calles y colocaron la luz y el agua trabajando en colectivo. Funcionan en asamblea, están instalando ollas comunitarias y huertas familiares con apoyo de las vecinas más comprometidas.

La Trashumante, formalmente Universidad Trashumante, surgió en la década de 1990, “en un contexto en el que la gente estaba descreída de los gobiernos y de la política”, explica Mariana. “Salimos a trashumar con el Quirquincho —el autobús con el que hicieron extensas giras— en busca de ese otro país para encontrarnos con el abajo profundo, para aprender otras formas de hacer política”.

Durante años la Trashumante recorrió los pequeños pueblos que apenas figuran en los mapas y son invisibles para la política mediática. “Le llamamos pedagogía intimista, que consiste en escuchar a los grupos locales. Nos encontramos con mucho fatalismo y mucha quietud y ahí nos dimos cuenta de la persistencia del virus de la dictadura militar a través del miedo”.

“La pandemia nos ha mostrado lo que somos capaces de hacer, todo lo que aprendimos durante años de formación lo estamos poniendo en práctica y nos hizo mucho más fuertes”

Piter sostiene que “la primer trashumancia fue salir de un proyecto de extensión en la Universidad de San Luis, migrar de lo institucional a la intemperie, porque dentro de las instituciones estaba todo podrido y el pensamiento critico era muy conformista”.

Agrega algunas palabras a ese concepto de pedagogía intimista: “No salimos a buscar una nueva teoría política racional que explique lo que estaba pasando, sino cómo la gente estaba sintiendo la coyuntura y cómo la estaba resistiendo”.

Mariana explica que durante años se dedicaron a “cavar y rodar abajo”, pero en 2008 dieron un vuelco: militaban en organizaciones integradas por personas de clase media, en general universitarias que ponían sus esperanzas en las instituciones que la Trashumante rechazaba. “Ahí nos decidimos a trabajar en los territorios de los sectores populares, para que ellos mismos dirigieran sus propias organizaciones”.

Crearon un nuevo proyecto: la Escuela de Formación de Educadores de los Territorios Populares o, simplemente, escuelita. Las razones las pone Piter: “La pedagogía de las y los oprimidos estaba siendo capturada por la clase media y la creación de la escuelita tiene que ver con salir del lugar de enseñarle a la gente y empezar a compartir con las compas de los barrios sobre las formas de organización y de educación”. La red tiene tres principios: autonomía, autogestión y horizontalidad que, dice Mariana, “están llenos de contradicciones”.

Varias vecinas del barrio 12 de Julio participan en la escuelita, como Ana que se dedica al área de salud y autocuidado. “Trabajamos con hierbas medicinales y nos articulamos con el dispensario”, se escucha la voz entrecortada por la pésima conexión que tienen con internet.

“Las ollas las hacemos con lo que tiene cada vecino en su casa. Uno aporta una zanahoria, otra un paquete de fideos y la otra una o dos cebollas»

Gabi participa en el área de educación. “Tres veces por semana trabajamos con niños y niñas para ayudarlos en la tarea escolar y también apoyamos en conseguir semillas para las huertas”. Cultivan alimentos como zapallos para las ollas comunitarias y plantas medicinales para tratar las enfermedades crónicas, que se multiplican en la pobreza.

A Mari la conocí hace varios años en la escuelita: “Las ollas las hacemos con lo que tiene cada vecino en su casa. Uno aporta una zanahoria, otra un paquete de fideos y la otra una o dos cebollas. Tenemos algunas donaciones de la iglesia y de amigos profesionales de la Trashumante. Le decimos a la gente que abran más ollas, una por cuadra si se puede, porque del Estado no llega nada”.

El Encuentro de Organizaciones, una corriente inspirada en el movimiento piquetero (desocupados) luego de la insurrección de diciembre de 2001, aporta alimentos fruto de sus movilizaciones para presionar al Estado. “No queremos donaciones de gente que nos pone condiciones, como algunas iglesias que nos traen comida pero quieren que pongamos las banderas de la iglesia”.

En el espacio La Soñada, en el barrio Autódromo, Yaqui que se formó también en la escuelita sostiene que en estos días el principal objetivo de la organización del barrio es estar junto a los niños y las niñas. También formaron una olla comunitaria para alimentar a los abuelos y embazadas. En la escuelita debatieron sobre la centralidad del autocuidado.

“La pandemia nos ha mostrado lo que somos capaces de hacer, todo lo que aprendimos durante años de formación lo estamos poniendo en práctica y nos hizo mucho más fuertes”, siente Mari. Yaqui agrega que en los barrios hay más organización y más capacidad de hacer que antes de la cuarentena: “Aparecen manos solidarias de gente que no conocemos, hay un olorcito a solidaridad”.

Imposible no mencionar la violencia de género. “En el barrio hubo incendios y mujeres lastimadas, pero todo el barrio se unió para darle una mano a esas familias”, cierra Ana. No esperan nada del Estado, ni alimentos ni justicia. “Se nota la necesidad de la gente de estar junta”.

En apretada síntesis, esta es la historia de dignidad de un colectivo de educadores populares que dejaron las aulas para compartir con recicladores de basura y changarines, para hacer posible que los de más abajo dirijan sus organizaciones, sin “jefes” provenientes de las clases medias ilustradas.

*  *  *

“Una niña o un niño pueden pasar toda su vida, hasta que sean ancianos, en espacios autogestionados por las vecinas y los vecinos que son los que llevan adelante estas tareas”, relata con parsimonia el padre Carlos Olivero, de la Villa 21-24 de Barracas, en la ciudad de Buenos Aires.

En la mayor “villa miseria” de la ciudad, el padre Charly, como lo conocen los vecinos, vive y trabaja en la Parroquia de Caacupé desde 2002. La iglesia fue construida por los vecinos en minga: mientras ellos hacían la mezcla y colocaban los ladrillos, ellas preparaban el almuerzo y sostenían el trabajo comunitario. El nombre se lo pusieron los migrantes paraguayos, por la virgen la más emblemática de su país.

En la villa funciona una red impresionante de hogares, relata Charly: para abuelos, embarazadas y recién nacidos, jardines de infantes, para personas trans, para pacientes de diversas enfermedades como HIV y tuberculosis, para consumidores de drogas y para acompañar a personas privadas de libertad cuando salen de prisión.

Cuentan además con una escuela de oficios donde los jóvenes estudian, unos mil cada cuatrimestre, una escuela primaria y una secundaria. A la hora de enumerar los trabajos en la villa, es imposible no perderse. Charly va sumando espacios y tareas. “El Hogar de Cristo está centrado en el cuidado de los más vulnerables, personas en calle, en consumo, liberados. Tenemos una granja para mujeres con sus hijos y cooperativas para cuando los ex consumidores se reinsertan”.

Visitan a más de 300 personas sometidas al sistema penitenciario, pero con una cualidad que los diferencia otros proyectos: “Los que van a visitarlos son compañeros que estuvieron privados de libertad y por lo tanto saben de qué se trata. Los acompañan para que tengan la seguridad de que cuando salgan en libertad tendrán quién los apoye”.

En contra de la estigmatización de los medios —que no dejan de mentar violencia, drogas y delincuencia— sostiene que “la villa 21 es el mejor barrio de Buenos Aires, por la solidaridad, por el nivel de organización”

Seguimos sumandos: los exploradores son alrededor de 2.500, por el Hogar de Cristo pasan unas mil personas y atienden nueve comedores donde acuden un promedio de 200 personas cada día. “Imposible cuantificar”, se queja Charly con una sonrisa, ante la insistencia.

“Lo importante es que las vecinas y los vecinos son los que llevan adelante todos los espacios. Por eso te digo que una niña o un niño puede pasar toda su vida en espacios autogestionados, desde antes de nacer hasta que son abuelas. La idea es que haya propuestas sólidas para cada grupo del barrio, pero es el barrio el que los cuida”.

El padre Charly asegura que están construyendo algo “diferente del sistema”. Pertenece al movimiento de “curas villeros”, inspirado en el compromiso con los pobres que llevó al padre Carlos Mugica a comprometerse con los habitantes villa 31 (en Retiro, muy cerca del puerto), lo que le costó la vida al ser asesinado por la Triple A en 1974. Los curas villeros sostienen que vienen a las villas a aprender. Por eso Charly asegura que “más que a construir un mundo distinto venimos a conectarnos con lo que ya está, porque nuestro barrio es de inmigrantes, de gente que vino porque no tenía acceso a la salud y al trabajo”

En contra de la estigmatización de los medios —que no dejan de mentar violencia, drogas y delincuencia— sostiene que “la villa 21 es el mejor barrio de Buenos Aires, por la solidaridad, por el nivel de organización”. Durante la pandemia comprobaron la escasa noción que tienen los gobiernos, incluso los progresistas, de lo que sucede en las villas.

“Lo que hace la pandemia es hacer emerger todo lo que no estaba resuelto, la precariedad del trabajo, la falta de agua, la imposibilidad de ahorrar… y ahora emergen todos los problemas juntos”. En la villa no sólo había pobreza y trabajo informal, estaban la tuberculosis, el dengue, el HIV, las personas que viven en la calle y las privadas de libertad.

Cuando aterrizó la pandemia, multiplicaron los comedores, la entrega de alimentos a las familias y pusieron todos sus espacios al servicio del barrio. “Porque los gobiernos quieren ahorrar con la comida y los trámites burocráticos son un desastre al punto que ya nadie quiere venderles”, se indigna Charly.

Trabaja junto a los movimientos sociales del barrio, a los que considera imprescindibles. Con los militantes sociales hicieron un censo de personas vulnerables y de enfermeras e instalaron puestos de vacunación, distribuidos en las 63 hectáreas de la villa 21-24. “Aquí las personas no pueden aislarse porque viven hacinadas, hasta siete duermen en una misma cama”.

Nos recuerda que en el barrio no entran las ambulancias, por “seguridad”. Los protocolos oficiales, por lo tanto, no tienen la menor utilidad en la extrema pobreza. Por eso las organizaciones sociales superaron las diferencias para cuidar al barrio, dice Charly.

“Veo un escenario bastante difícil. En tiempos de guerra aceptamos economía de guerra, pero cuando no haya guerra las necesidades van a explotar. Queremos responder a la urgencia, pero que esa respuesta deje una capacidad instalada en el barrio”. En suma, organización.

El padre Carlos Olivero se despide con una frase casi bíblica, fruto de su experiencia vital: “Con el Estado no alcanza, porque no conoce la realidad de los barrios. Lo que venga tiene que ser con la organización popular. Esto significa que las compañeras y compañeros no ocupen cargos, para que no bajemos los brazos”.

 

Fuente e imagen: https://www.elsaltodiario.com/america-latina/villas-coronavirus-argentina-milagro-vida-periferias-urbanas

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Diez lecciones sobre la Otra Economía, antipatriarcal y anticapitalista

Por: Raúl Zibechi

La semana pasada recibí una clase magistral de “economía política desde abajo”. Relataron las relaciones para cuidar y reproducir la vida, que se tejen en los canales invisibles de la sociedad. No es ninguna casualidad que fueran cuatro mujeres las encargadas de desvelar ese mundo, todas integrantes de asambleas territoriales nacidas durante la revuelta chilena.

Dos de ellas viven en Valparaíso, donde la lógica de construcción no es barrial sino de cerros, que rubrican la geografía urbana. Además de unas 20 asambleas en otros tantos cerros, formaron cordones territoriales que las conectan, un nombre que remite a los “cordones industriales” de Santiago bajo el gobierno de Salvador Allende.

Otras dos son integrantes de la Asamblea de Villa Olímpica y de la Red de Abastecimiento nacida en esa geografía, pero extendida a buena parte de Santiago. Una ciudad que ha visto nacer casi 200 asambleas que se mantienen activas, ya no en la calle sino enhebrando la vida de las comunas y barrios de una capital infestada de carabineros y militares.

Lección 1: Hacernos cargo de la vida

– Todos los aspectos de la vida están en crisis, salud, educación, alimentación. La revuelta generó conciencia colectiva, defendernos entre nosotras, mucha creatividad organizativa, que bajo la pandemia nos permite activarnos de otros modos. Nos cuidamos juntos y juntas, cuidamos a los más vulnerables, con redes de abastecimiento, compras colectivas, huertos urbanos…
(Nelly, de las asambleas territoriales de Valparaíso)

– Este contexto evidencia cómo el gobierno asesino no se hace cargo de la vida del pueblo, sólo militariza para salvar sus negocios. La sostenibilidad de la vida está en nosotras, en nuestras organizaciones y cuerpos, porque ellos sólo nos van a reprimir, quieren naturalizar una dictadura en democracia. Sólo nos queda “el pueblo cuida al pueblo”, porque se nos viene algo grave, como la falta de agua (Beatriz, asamblea Villa Olímpica).

– Lo que vivimos es una militarización desatada del territorio, en esta situación donde el gobierno sólo nos reprime, tenemos que hacernos cargo de la vida, de la sostenibilidad de la vida.
(Pamela, comunicación de las asambleas territoriales de Valparaíso)

Lección 2: Empatía con la tierra

– Los huertos urbanos son un proceso muy lento, si se pretende alimentar todo un barrio no es posible. Pero crean una relación diferente con la naturaleza, con el consumo, porque generan experiencias de nuevo tipo, como el compostaje que lleva a que los vecinos clasifiquen la basura y se hagan cargo de sus desperdicios para llevar al huerto comunitario. Se va formando una relación de empatía con la tierra que es muy diferente a ir a comprar al supermercado. Además creamos vínculos entre nosotras, hacemos comunidad.
(Pamela)

Lección 3: Huir del supermercado, haciendo comunidad

– Las asambleas hacen una compra directa a los agricultores sin pasar por intermediarios, para el abastecimiento de los barrios. Hicimos un catastro de personas en riesgo, de adultos mayores y gente postrada o con problemas económicos, para que tengan acceso a una canasta básica. (Pamela)

– La red de abastecimiento empezó hace cuatro años para colectivizar las compras, saltarse intermediarios para bajar los precios pero además para hacer comunidad en algo tan importante como alimentarse. Empezamos con compras colectivas de verduras. La red creció y nos contactamos con otras redes de la ciudad par proveer verduras, abarrotes, proteínas, carnes, artículos de aseo. Eso permite que la gente de la red no vaya al supermercado, que es un foco de contagio. En mi casa toda la alimentación se compra a través de la red, sin acudir al mercado.
(Siujen, red de abastecimiento Villa Olímpica, Santiago)

Lección 5: Redistribuir en vez de acumular

– Como comunidad asumimos una cuota que nos permite ayudar a personas que no pueden pagar la cesta. Con la cuota vamos generando un ahorro pequeño, que nos transforma en una especie de mini banco para prestar a la gente que tiene más problema económico, porque pensamos que el momento más álgido será después, cuando no haya trabajo y todo sea precario. La mayor parte de los que integran la red trabajan en precario (Siujen).

– La idea de que el pueblo ayuda al pueblo es lo primordial. Formamos un fondo común y rotativamente lo asignamos a la familia de la red que más necesita, la más vulnerable, luego de una discusión sobre los criterios. Ahora tenemos que pensar cómo vamos a apoyar a la gente que se enferma, porque ha habido una explosión de casos y el sistema no va a responder. Lo único que saben hacer es sacar a los militares a la calle (Beatriz).

Lección 6: Las mujeres o la red de redes

– Somos las mamás las cuidadoras y criadoras las que sostenemos todo, a través del trueque, del apoyo mutuo, sin dinero. En la red se cruzan tres o cuatro redes y la Villa Olímpica se convirtió en un zonal de distribución de toda una zona de Santiago (Siujen).

Lección 7: Cara a cara, sin intermediarios

– Hacemos la distribución de las redes La Canasta y Pueblo a Pueblo que reparten verduras sin intermediarios, en contacto directo con proveedores, con gente que produce fuera de Santiago y tiene que traer al conurbano. Decidimos que sólo sustentamos a los intermediarios cuyo único ingreso es esa compra-venta de productos. Buscamos ahora cosas nuevas, semillas, granos, algo que no teníamos hasta ahora (Siujen).

Lección 8: Cuidarnos en comunidad

– Estoy contagiada de Covid desde hace dos semanas y en mi casa no falta nada, las compañeras y compañeros poniendo la cuerpa vienen hasta mi casa a dejarme los alimentos. Es un ejemplo de cómo la solidaridad y las redes amigas están permitiendo que la vida no se degrade tanto (Beatriz).

Lección 9: Pobre es quien está sola

– La real precariedad es la de aquellas personas que no están conectadas con redes solidarias, la soledad y el despojo, porque el dinero no te sirve de nada si no tienes una red que te lleve la comida (Beatriz).

Lección 10: La revuelta, la madre del mundo nuevo

– Le llamamos revuelta porque estallido lo acuñó la clase dominante, porque la protesta les estalló de sorpresa (Nelly).

– Ay de nosotras si la revuelta no hubiera pasado por nuestras vidas multiplicando nuestros contactos y redes (Beatriz)

– Agradecemos la revuelta porque sin ese proceso la pandemia hubiera sido muy cruda, no hubiéramos tenido los lazos de confianza ni conocido a otras organizaciones. La revuelta nunca acabó, tomó otros caminos. Generamos herramientas que no hubiéramos creado sin la pandemia. No hay forma de que en Chile la revuelta no siga (Siujen).

– La revuelta nos pasó por el cuerpo, no nos hemos olvidado de los muertos y de los más de 400 mutilados oculares, algo que fue intencional. Lo que hacemos en las asambleas es cuestionar la vida que hemos sostenido hasta ahora. El otro mundo posible lo estamos haciendo ahora y nadie puede sacarnos de ese lugar, Chile está cambiando (Nelly).

– En este contexto oscuro, lo que nos va a salvar es lo que siempre nos ha salvado como pueblo: la calidad de nuestros vínculos, el valor para enfrentar la adversidad, la profunda valentía que hay en cada mujer que sale a hacer la compra o a embolsar la harina que se compra a granel y se reparte en la red. Ni la pandemia ni la represión, ni las torturas ni los asesinatos, nos van a destruir ese mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones. La revuelta nos conectó con los siglos de resistencia profunda de nuestro pueblo (Beatriz).

* * *

“Agricultura alelopática”, exclama Doricel del otro lado del teléfono. Lo repite varias veces. Y nada.

No queda otra que recurrir al diccionario. Bueno, a Wikipedia.

Intenta explicar porqué en los barrios periféricos de Popayán, donde estudiantes y vecinos emprendieron la agricultura urbana y comedores populares, optaron por huertas circulares pese a la inicial resistencia de algunos.

“Es el sistema que utilizan los pueblos originarios y nosotros lo hacemos porque es más eficiente y para abrir la mente a otras posibilidades que no sean la cuadrícula”, explica. Por un lado, permite aprovechar mejor el agua, ya que sólo se utiliza un 30% de lo que hacen otros cultivos lineales.

“Además el nuestro es un sistema muy diverso, hortalizas, legumbres, aromáticas, la cebolla y el ajo, y eso nos permite podemos hacer un sistema alelopático. Las plantas que no resisten a los insectos, son protegidas por las aromáticas que cultivamos en el círculo siguiente. La diversidad repele a los insectos y las aromáticas atraen a los polinizadores. Buscamos la complementariedad”.

Las huertas circulares se relacionan con la cosmovisión indígena que establece una conectividad entre la tierra y el universo. Por último, explica Doricel, “con esta técnica se afianza más el tejido social, porque permite a las comunidades trabajar de manera más cooperativa”.

Varones y mujeres que cultivan las huertas de la periferia urbana de Popayán, llevan pequeños trapos y cintas rojas. En las grandes ciudades las autoridades pidieron a los pobladores que pasaban necesidades que colgaran un trapo rojo en las ventanas. “Aquí resignificamos los trapos rojos, al convertirlos en elementos de resistencia, de dignidad”, apunta Doricel, recordando que su ciudad el 84% de la población tiene trabajo informal.

* * *

La población volvió a las calles, en Santiago y en Puerto Príncipe, en Atenas y en Montevideo, en varias ciudades asediadas por la cuarentena y el hambre. Una oleada de dignidad está empezando a barrer nuestro continente. Masivos caceroleos en Santiago, barricadas y pedreas en El Bosque, La Victoria y La Legua, comunas cansadas del encierro y la miseria, denuncian la incompetencia del gobierno. El 18 de mayo se rompió el silencio, recuperando la calle.

Fuente: https://rebelion.org/diez-lecciones-sobre-la-otra-economia-antipatriarcal-y-anticapitalista/

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Los límites de la militarización

Por: Raúl Zibechi

En días recientes se registraron importantes movilizaciones, muchas no convocadas por los canales tradicionales, en varios países, pasando por encima de las restricciones y los controles policiales y militares. Los sucesos más importantes ocurrieron en Grecia, Chile y Haití.

Desde Grecia, Evgenia Michalopoulou relata cómo los jóvenes, después de 48 días de cuarentena, en un país que tiene sólo mil 300 casos activos y 165 fallecidos, comenzaron a ocupar las plazas de los barrios. El clima está mejorando y como los bares siguen cerrados, se juntan en las plazas a tomar cerveza hasta la madrugada, en claro desafío al aislamiento.

La reacción histérica de los medios y del gobierno derechista llevó a que la policía antidisturbios comenzara a perseguir a los jóvenes con gases, sellando las plazas y prohibiendo la circulación en la Kalithea de Salónica. Al día siguiente, familias enteras desafiaron las órdenes policiales permaneciendo en la plaza, actitud que se repite en muchas otras, en una desobediencia espontánea y al mismo tiempo organizada, como puede verse (https://bit.ly/3e0mYl5).

Ante cada represión policial, la respuesta de abajo son marchas con miles de personas, barrios enteros recuperando sus plazas, ganando en confianza, al punto que las calles están llenas, la gente se sienta en los escalones y las puertas y, de repente, te sientes como si estuvieras en un pueblo. La insistencia de la gente ha obligado al gobierno a abrir cafés y bares una semana antes de lo previsto, relata Evgenia.

En Haití la oposición convocó para el lunes pasado una jornada de protesta, exigiendo la renuncia del presidente del país, Jovenel Moïse, pese a las restricciones impuestas por la pandemia. Fue convocada por Sector Democrático y Popular, en una fecha que coincide con el aniversario de la creación de la bandera nacional, hace 217 años.

El presidente Moïse es criticado por la gestión durante la pandemia y la corrupción, lo que sumado a un intenso ciclo de protestas provoca una precaria estabilidad, con enfrentamientos incluso entre policías y ejército en el contexto de una creciente extensión de la crisis sanitaria (https://bit.ly/3bKVTRf).

Es evidente que la protesta haitiana está lejos de haber finalizado, al igual que está sucediendo en Chile.

En Santiago se vivieron momentos que recuerdan la revuelta popular lanzada en octubre. La comuna El Bosque tomó la iniciativa con una masiva presencia juvenil en las calles, con barricadas y enfrentamientos que forzaron a los carabineros a retroceder, momentáneamente. En pocos días se extendieron a todo el sector sur de Santiago e incluyeron La Legua, uno de los barrios históricos en la resistencia al régimen de Pinochet.

Los motivos son el incumplimiento del gobierno en la distribución de alimentos. La modalidad fueron las barricadas para defender las poblaciones e impedir el ingreso de los uniformados. Las masivas protestas iniciadas el 18 de mayo, no por casualidad, coincidieron con la fecha en que se cumplen siete meses del comienzo de la revuelta. La represión está gaseando las comunas populares, en respuesta ridícula a los levantamientos.

En primer lugar, debemos consignar que la lucha callejera es apenas una de las modalidades que adopta la resistencia a la militarización. Antes de ganar las calles, las asambleas territoriales en Chile siguieron activas, en redes de abastecimiento y contrainformación, en el apoyo a personas contagiadas o vulnerables, en la creación de huertas urbanas, y muchas pequeñas acciones de baja visibilidad, pero de hondo contenido comunitario.

De lo anterior, se deduce que la manifestación y la acción pública no son, ni pueden ser, ni el centro ni el único modo de hacer de los pueblos en movimiento. La salida a la calle tiene sus pros y sus contras, que deben ser evaluados colectivamente. Los pueblos originarios raras veces se manifiestan y, cuando lo hacen, la acción tiene connotaciones bien diferentes a la protesta que demanda al Estado algún derecho o por algún incumplimiento.

La segunda cuestión, aunque parezca contradictoria, es que el levantamiento de los pueblos es lo que puede frenar la tendencia a la militarización acelerada que buscan los gobiernos que gestionan la pandemia. Sólo acciones desde abajo pueden desbaratar la represión y el control que nos imponen. Un tipo de control que no tiene la menor relación con los necesarios cuidados ante el coronavirus.

El sistema ha pasado de imponer rejas y cámaras de vigilancia para combatir la delincuencia, al uso de mascarillas y el distanciamiento para combatir el virus. En ambos casos, se trata de una lógica típicamente colonial/patriarcal que no resuelve la inseguridad, sino que la profundiza porque los cuidados individualizados tienen poco vuelo si no forman parte de cuidados comunitarios.

El sistema-mundo capitalista está llegando a un punto de bifurcación, como anunciaba Immanuel Wallerstein. Sin embargo, no estamos ante una ley inexorable. El futuro depende de la acción colectiva.

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Brigada Callejera

Por: Raúl Zibechi

(En memoria de Jaime Montejo)

Hay colectivos humanos imprescindibles. Absolutamente imprescindibles. Porque sin ellos, la vida sería menos, mucho menos. Sin esas personas que ponen el cuerpo y se juegan por las otras, la vida en general, las vidas de las y los de abajo, en particular, sería más áspera de lo que ya es.

Brigada Callejera es una de esos colectivos. Formado por seres comunes, como Jaime Montejo y Elvira Madrid, han sido capaces de algo extraordinario, totalmente fuera de lo común: transitar desde la aulas universitarias hasta las calles, arropando con cuerpo y alma a las marginadas, las trabajadoras sexuales de México.

En ese andar hacia el llano, dejaron todo; no sólo sus comodidades materiales, que ya impresiona, sino todo, todo, todo. Sus cuerpos, su salud, su bienestar emocional, esa forma de vida que el sistema coloca como el bien más elevado. ¿Existe acaso algo más conmovedor que aquellos y aquellas que hipotecan su vida, no en un ademán heroico definitivo, sino en pequeños gestos cotidianos, persistentes, durante más de 25 años?

En ese descenso hacia el amor, compartir su vida con las trabajadoras sexuales ha sido parte de una militancia tan guerrera como silenciosa. Emociona verlos trabajando en la clínica del centro de la Ciudad de México, rodeados de mujeres pobres, cuerpos tatuados por la violencia de policías y padrotes, ambos servidores del sistema.

Un sistema al que nunca temieron y al que siempre desafiaron de forma consecuente, sin discursos altisonantes, quizá porque aprendieron de las mujeres de las calles que las tácticas de guerra se hacen, no se parlotean ni se disertan con soberbia.

Las varias veces que tuve el privilegio de encontrarme con Jaime y Elvira, caminaban rumbo a aquellos espacios donde las trabajadoras sexuales desafiaban poderes infinitamente superiores, haciendo suyo el dolor de personas que, a veces, ni siquiera conocían, pero reconocían como dolor y angustia.

Hoy, a la distancia, siento que su vida es una pedagogía de rebeldía y consecuencia. Pero sobre todo de amor. Mientras las políticas sociales estatales se limitan a pasarle algunas migajas a las personas desamparadas, las gentes de Brigada Callejera comparten abrazos, cariño, ternura; porque lo que mata es, ante todo, la soledad y el abandono, antes incluso que los asesinos de uniforme y los virus del capital.

Desde el 5 de abril el mundo de las y los de abajo está más solo. Te echa de manos. Quiero que sepas, queremos que sepas, Jaime, que tu vida es un ejemplo de dignidad y consecuencia. Por eso tu recuerdo no es memoria, tu vida no es ejemplo pasado. Es luz que alumbra esta noche en la que estamos perdidos. Es el tibio amanecer que anuncia la calidez del mundo nuevo.

Fuente: https://desinformemonos.org/brigada-callejera/

Imagen: pixabay.com

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El pesimismo de Agamben y América Latina

Por:  Raúl Zibechi

Las resistencias que se visibilizan durante la pandemia se asientan en comunidades y mercados, en prácticas de trueque y rituales de armonización, en trabajos colectivos que multiplican alimentos y cuidados en torno a fogones y ollas populares. Mundos trenzados por valores de uso, en base a relaciones que mantienen a raya la acumulación y el despojo. Prácticas que engendran mundos nuevos que, a su vez, resisten creando.

El filósofo italiano Giorgio Agamben es probablemente el analista que con mayor profundidad está exponiendo los mecanismos de dominación actuales, exacerbados durante la pandemia. Ha definido la forma de gobernarnos como un “estado de excepción permanente”, a lo que añade que “el campo de concentración y no la ciudad es hoy el paradigma político de Occidente”*.

Llega más lejos aún cuando sostiene que “desde los campos de concentración no hay retorno posible a la política clásica”, entre otras razones, porque el poder ha arrebatado los rasgos que diferenciaban al cuerpo biológico del cuerpo político. Algo que está resultando evidente durante el confinamiento global decretado por los poderosos, al reducirnos a cuerpos incapaces de hacer política, actividad que requiere del espacio público y del contacto humano.

Acuñó el concepto de “nuda vida” (vida desnuda, sin atributos) para analizar cómo el poder nos trasmuta de ciudadanos en “comatosos”: seres en coma que no hacen otra cosa que respirar, son alimentados, están “como si” vivieran, zombies como el “musulmán” en la jerga del campo de Auschwitz, nombre con el que los confinados se referían a aquellos que habían perdido la esperanza y se entregaban inertes a su destino, sin la menor resistencia**.

Encuentro el análisis de Agamben muy pertinente para describir una situación en la que toda resistencia parece, casi, imposible. Resulta, sin embargo, tan lúcido como demoledor.

En la entrevista que abre la edición argentina de “Estado de excepción”, Agamben es consultado si “ante la expansión totalitaria a escala global”, se puede apostar por la negatividad, el silencio y el éxodo. Su respuesta lo lleva a indagar en la historia europea, como no puede ser de otro modo, en particular en la relación entre el monaquismo (la vida en monasterios) y el imperio romano, y sus formas de resistencia a los poderes establecidos.

“El éxodo del monaquismo se fundaba de hecho sobre una radical heterogeneidad de la forma de vida cristiana”, razona Agamben, para rematar: “Hoy el problema es que una forma de vida verdaderamente heterogénea no existe, al menos en los países de capitalismo avanzado”. De este modo, cierra el círculo de su pesimismo, al sostener que no hay modo de frenar ni revertir el moderno totalitarismo en sociedades homogéneas.

En América Latina, luego volveré sobre Europa, las resistencias que asombran al mundo y nos llenan de esperanza, surgen y se sostienen, precisamente, en las formas de vida heterogéneas. En las hendiduras que los pueblos han abierto en la dominación, en esas rugosidades creadas por las resistencias durante cinco siglos (de los pueblos originarios y negros, de los campesinos y los pobres urbanos); fisuras dilatadas por las nuevas resistencias (protagonizadas por los feminismos y las rebeldías juveniles).

El sociólogo peruano Aníbal Quijano, consideró que uno de los rasgos distintivos de América Latina es la “heterogeneidad histórico-estructural de las relaciones capital-trabajo”. Entiende que existen cinco formas de trabajo articuladas al capital: el salario, la esclavitud, la servidumbre personal, la reciprocidad y la pequeña producción mercantil, denominada “informalidad” por el Estado y “economía popular y solidaria” por quienes lo resistimos.

Los pueblos, sectores sociales, clases y géneros que hoy resisten y crean mundos nuevos, están enraizados en territorios diversos y heterogéneos respecto a los espacios homogéneos del agronegocio y la especulación inmobiliaria. No son pocos, ni marginales, ni secundarios.

Pongamos el caso de Brasil. Las tierras de los pueblos originarios suman 110 millones de hectáreas, a las que se deben sumar otros 100 millones de las unidades territoriales de conservación, bajo control de poblaciones tradicionales (recolectores de látex, pescadores, ribereños, quebradoras de coco, comunidades de pastoreo, entre otras). Además de 88 millones de hectáreas de asentamientos de reforma agraria, 40 millones propiedad de quilombos reconocidos por el Estado y 71 millones de hectáreas de pequeños establecimientos campesinos (con menos de 100 hectáreas).

En base a estos datos, el informe 2018 del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica, asegura que el 40% del territorio brasileño “es usado de forma directa por grupos que escapan al control de las oligarquías latifundistas”.

En las ciudades estos espacios en disputa son menores, pero en absoluto inexistentes como lo mostró el campamento del Movimiento Sin Techo, “Povo Sem Medo”: 8 mil familias acampadas siete meses, en plena ciudad, hasta conseguir tierra para construir viviendas.

Las resistencias que se visibilizan durante la pandemia se asientan en comunidades y mercados, en prácticas de trueque y rituales de armonización, en trabajos colectivos que multiplican alimentos y cuidados en torno a fogones y ollas populares. Mundos trenzados por valores de uso, en base a relaciones que mantienen a raya la acumulación y el despojo. Prácticas que engendran mundos nuevos que, a su vez, resisten creando.

Desde la crisis de 2008, en Italia, Grecia y el Estado Español se multiplican huertas y espacios colectivos, haciendas y fábricas recuperadas, y hasta barrios enteros como Errekaleor en Vitoria. Inmigrantes, pobres urbanos y personas desechadas por el capital por “improductivas”, enseñan que el viejo continente ya no es un mundo homogéneo, aplastado por la racionalidad capitalista.

La crisis de ayer y el colapso de hoy, nos permiten acercar y enhebrar las formas de vida que no caben en sus negocios ni en sus urnas. Si la humanidad emerge de este colapso conservando rasgos humanos no antropocéntricos, será en buena medida por las formas de vida alternas que los pueblos han sabido conservar y reproducir, como fuegos sagrados, en sus territorios de vida.

* En “Estado de excepción” y “El poder soberano y la nuda vida”, respectivamente.

** En “Lo que queda de Auschwitz”.

Fuente: https://zur.uy/el-pesimismo-de-agamben-y-america-latina/

Imagen: https://pixabay.com/images/search/pandemia/

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El retorno a la vida sencilla: comida casera, trueque y ancianidad comunitaria

Por: Raúl Zibechi

“La verdadera autonomía está en la comida, ahí está el Buen Vivir”, explica Delio, del área de educación de la Asociación de Cabildos Juan Tama, en el sur de Colombia, en el marco del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Desde que la organización decidió enfrentar la pandemia con la Minga Hacia Adentro, los cultivos y el trueque ganaron centralidad en sus vidas.

“El trueque es una alternativa política para una época como ésta”, explica Ramiro Lis, de la Asociación de Cabildos Ukawe’s’ Nasa C’hab, en Caldono, la zona nororiente del territorio nasa. “Se hace trueque entre productos de los diferentes climas, se establecen puntos de encuentro y de intercambio, en los que prima la necesidad, no el valor”. Del otro lado del teléfono, Ramiro insiste en que “no se trata de intercambiar equivalencias sino lo que se necesita”.

Tanto Ramiro como Delio destacan que “el trueque es una forma de solidaridad que permite fortalecer la economía propia”. Así es como los miembros del CRIC denominan al sistema económico no capitalista, anclado en los valores de uso, que funciona en los territorios de los pueblos originarios del Cauca.

Inzá es una de las puertas de entrada a la impresionante región de Tierradentro, una de las más bellas que pude conocer en Colombia. La población rural es ampliamente mayoritaria: en la cabecera municipal de Inzá viven unas 3.000 personas, menos del 10% del total del municipio. Los cabildos son la unidad territorial básica de la administración indígena, que gobiernan sus resguardos o territorios.

Desde Inzá, Delio relata el enorme trabajo que hicieron para hacer llegar alimentos a los indígenas que emigraron a las ciudades, Cali, Bogotá y Popayán. “Se organizaron 800 familias en los ocho municipios, en una dinámica comunitaria, para hacer un primer envío de yuca, plátanos, panela y otros mercados. Fueron 3.200 arrobas (36 toneladas) que salieron en tres camiones y una chiva”.

Los indígenas urbanos les retribuyen no con dinero sino con productos de higiene y de aseo que aún no producen las comunidades. Las conclusiones de Ramiro revelan que estamos ante otra cosmovisión: “Somos ricos porque producimos comida. Pero lo más importante no es lo material, sino el hermanamiento, lo espiritual. El trueque nos ayuda a romper la dinámica del individualismo y fortalece lo comunitario”.

El pueblo kokonuko, por ejemplo, realizó semanas atrás la versión 61 del intercambio de productos agropecuarios a través del trueque, en el resguardo indígena de Poblazón, con la participación de 600 indígenas, la mayoría jóvenes, que defienden una “economía limpia en la que el trueque es una política contra el neoliberalismo y contra cualquier moneda”, como dijo el dirigente Darío Tote (https://bit.ly/2W41Ov6).

Desde el área de Educación del CRIC, Carolina Cruz, que coopera con la organización, apunta que durante la Minga Hacia Adentro trabajan en apoyo a la Guardia Indígena y la “autonomía alimentaria”. En estas semanas no hay aulas, “pero los socializadores de educación van casa por casa para compartir medidas de protección, para fortalecer el tul (huerta) y para que los niños lleven un diario de campo de su actividad diaria”.

En los territorios de los pueblos no hay internet y en las casas no hay computadoras, por lo tanto no hay “virtualización de la educación, dice Carolina. “La prioridad es potenciar los saberes y las lenguas propias, las plantas medicinales y los productos de la huerta sin agrotóxicos, la armonización y la limpieza espiritual de los espacios comunes”.

Carolina explica la diferencia entre autonomía y soberanía alimentaria (de los pueblos y de los estados, respectivamente) y finaliza con un dato mayor: “Controlamos 70 puntos de nuestra geografía con siete mil guardias indígenas, que junto al gobierno propio son la piedra el en zapato del sistema”.

* * *

“Lo fundamental para detener la pandemia es la organización de cada comunidad”, explica Beto Colín sobre la experiencia en el municipio autónomo de Cherán (Michoacán, México), uno de los centros poblados del pueblo purhépecha.

Este año el municipio autónomo decidió no celebrar públicamente el noveno aniversario del levantamiento del 15 de abril de 2011, cuando un grupo de mujeres impidieron que los talamontes siguieran llevándose maderas del bosque, provocando el alzamiento del conjunto de la población.

“A partir de aquel enfrentamiento con “los malos”, hubo cambios notables. La fogata que es el centro en nuestras casas, donde nos juntamos y hacemos la vida, sale a la calle y se convierte en el núcleo inicial de la organización”, dice Beto desafiando una irregular conexión vía internet.

Desde el 15 de marzo la comisión de salud, que vincula al gobierno comunitario con las autoridades sanitarias locales y del Estado, se reunieron con las autoridades de las dos clínicas y del hospital de Cherán para hacer un plan de trabajo. El consejo mayor, que se elige por usos y costumbres, ya que el municipio estatal y los partidos fueron abolidos en una ciudad de casi 20 mil personas, redactó el primer protocolo sobre el coronavirus que fue aprobado por las cuatro asambleas de los cuatro barrios de Cherán.

“La comisión de salud es muy importante: no es que vienen los doctores a tomar decisiones sino que la comisión junto a las asambleas de los cuatro barrios fueron los que determinaron las acciones más relevantes. Luego la comisión recorrió las farmacias de Cherán para levantar un diagnóstico, para ver qué personas se habían enfermado del sistema respiratorio, saber si habían salido de la ciudad y darle seguimiento a cada caso”. Crearon un grupo de wasap con los médicos para coordinar el seguimiento de pacientes.

El siguiente punto fueron las tortillerías (pequeñas elaboradoras de tortillas de maíz. “Esas no se pueden cerrar pero se les explicó el protocolo de atención comunitaria, se les regaló el antibacterial y se hizo una formación sobre cómo atender a las personas”, dice Beto.

El tercer paso fue instalar la prevención en las barricadas: “Cherán es una comunidad grande y lugar de paso para otros pueblos, tiene tres entradas y en las tres hay control comunitario las 24 horas con barricadas. Esos miembros de la ronda de seguridad autónoma, ya tienen instrucciones y la información para preguntar de dónde vienen y hacer un registro”.

Como resultado del auto-cuidado comunitario, en Cherán hasta el momento no tienen ningún caso de coronavirus, aunque ya llegó a los municipios vecinos. “Creo que hemos hecho un buen trabajo de salud comunal y de co-responsabilidad de la comunidad, se hicieron muchos talleres por barrios sobre los cuidados, la elaboración artesanal de cubrebocas y de abón, con gran participación de la población”.

También están coordinados con Ostula, otro municipio de la costa de Michoacán, que tiene “una experiencia de autonomía importante y trabaja como nosotros”, finaliza Beto.

* * *

Desde Grecia una compañera solidaria, Evgenia Michalopoulou, ensaya una reflexión que nos deja pensando: “En Grecia y en los Balcanes tenemos muy pocos contagiados”. Consulto las estadísticas. Grecia tiene 241 casos y 13 muertos cada millón de habitantes, mientras Italia supera los tres mil y España los cinco mil, con unos 500 muertos por millón cada país.

“¿Sabes porqué?”, retumba la pregunta en el wasap. “Porque aquí no tenemos tanta costumbre de llevar a nuestros mayores a las residencias de ancianos”. En los pueblos originarios y campesinos no hay residencias y los ancianos envejecen junto a sus familias.

Comida casera y sana, intercambio de productos orgánicos sin moneda y cuidado comunitario de los mayores, pueden ser parte de un programa de retorno a la vida sencilla, un camino que nos enseñaron las bases de apoyo del EZLN en la “escuelita”, hace ya siete años.

Fuente e imagen: https://desinformemonos.org/el-retorno-a-la-vida-sencilla-comida-casera-trueque-y-ancianidad-comunitaria/

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