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La vigilancia social, un nuevo tipo de dominación

Por: Nieves Y Miró Fuenzalida

Estamos siendo vigilados, adentro y afuera, en el trabajo, en la casa, en las calles, los parques y los centros comerciales. Y aunque nuestros temores tienden a dirigirse a los piratas informáticos, la observación más grande y sistemática a nuestras vidas privadas viene de ese agujero negro que son las cámaras web

Una nueva investigación ha descubierto que Google continúa recopilando datos de ubicación de personas que visitan clínicas de aborto, a pesar de que se había comprometido a no hacerlo. Esta es una amenaza a la privacidad y la autonomía corporal de millones de personas que buscan atención de salud reproductiva en Estados Unidos donde los abortos están prohibidos o en espera de que lo estén. Las consecuencias son reales, ya que los fiscales están haciendo todo lo posible para utilizar estos datos confidenciales como munición para arrestar incluso a las mujeres más vulnerables. Google, hambriento de ganancias, no le importa la seguridad de sus usuarios, siempre que beneficie sus resultados.

Estamos entrando a un mundo en el que, por propia elección, los detalles minuciosos de nuestros cuerpos, nuestras vidas y nuestros hogares serán rastreadas y compartidos de manera rutinaria con el potencial, según se dice, de una mayor comodidad y seguridad, pero también, y principalmente, para el abuso de los piratas informáticos, los ladrones de identidad, los vendedores sofisticados y, por sobre todo, los que mantienen el poder económico y político.

Cada vez más nuestro mundo está lleno de controles de ID, cámaras de vigilancia, escáneres corporales, base de huellas dactilares, filtros de correos electrónicos e interceptores de teléfonos móviles diseñados para asegurarse de que los rastros electrónicos no se pierdan, entre otros. Que quien observa sean las agencias de represión política, las compañías telefónicas o las corporaciones, las consecuencias son las mismas: la desaparición de la vida privada, la manipulación de nuestras conductas y el control gubernamental.

Lo que Orwell no profetizó en su famosa novela fue el hecho de cuán omnipresente sería la vigilancia, no sólo en países dictatoriales, sino también en el llamado “mundo libre”. El ejemplo lo encontramos en su propio país. En las décadas del 70 y 80 los municipios empezaron a instalar circuitos cerrados de cámaras de televisión en las calles y parques, estaciones de tránsito, estadios y centros comerciales. En los 90, debido a los ataques del Ejército Republicano Irlandés y el aumento de la delincuencia urbana, hubo una masiva proliferación de CCTV.

En las décadas siguientes se instalaron tantas cámaras que el gobierno británico perdió la cuenta. Actualmente se estima que el visitante medio de Londres es capturado en video 300 veces en un solo día. Según el sociólogo Clive Morris las cámaras se han vuelto tan omnipresentes, que todos los británicos deben asumir que su comportamiento fuera del hogar está siendo monitoreado. El autor Ziya Tong da algunos ejemplos: “A la dama con el vestido marrón”, dijo la voz de la cámara de circuito cerrado de televisión, “pelo rubio, con el hombre del traje negro, ¿podrías recoger esa taza y tirarla a la basura?”

La cámara que habla es una de una red de 144 dispositivos de vigilancia en la ciudad de Middlesbrogh, Inglaterra. En el país hay mas de 20 ciudades donde el Gran Hermano vigila, da órdenes y literalmente te dice qué hacer. En el norte de Londres se instalan cámaras similares en desarrollos de vivienda públicas, que son opresivas, especialmente cuando a las personas que se encuentran fuera de sus propias casas se les dice que están holgazaneando. En Mandelieu-la-Napoule, una de las ciudades más ricas de la Riviera francesa, se instalaron cámaras parlantes para reprender a las personas por infracciones que incluyen mal estacionamiento, no recoger los excrementos de perros, tirar basura y otros comportamientos antisociales. Una voz del cielo para advertirte que no te pases de la raya.

Inglaterra tiene hoy día el dudoso honor de tener la mayor cantidad de cámaras de vigilancia per cápita en Europa, con más de seis millones de CCTV, aproximadamente una por cada 10 personas, superando a China. Pero, más inquietante, en China, en la ciudad de Guiyang, la base de datos contiene una imagen digital de cada residente. Las cámaras rastrean el rostro de una persona desde su tarjeta de identificación y siguen sus movimientos a través de la ciudad durante una semana. El sistema sabe quién eres y con quién frecuentemente te juntas.

En ciudades de Estados Unidos, dice el sociólogo e investigador William Staples, se han instalado en los autobuses públicos equipos con sofisticados sistemas de vigilancia de audio para escuchar las conversaciones de los pasajeros. En las Vegas, Detroit y Chicago se utiliza el sistema Intellistreets, que son faroles con micrófono y cámaras integrados capaces de grabar en secreto las conversaciones de los peatones. Y en los lugares de trabajo, los cubículos de las oficinas están cada vez mas invisiblemente vigilados. El sistema les dice a los gerentes cuan productivas son la personas, al analizar cuanto tiempo pasa un individuo socializando en el trabajo.

Según el profesor Staples, las estrategias modernas de vigilancia son utilizadas tanto por las organizaciones públicas como privadas para influir en nuestras elecciones, cambiar nuestros hábitos, mantenernos en línea, monitorear nuestro desempeño, recopilar conocimiento o evidencia sobre nosotros, evaluar desviaciones y, en algunos casos, penalizar.

Australia, Canadá, Nueva Zelandia, Gran Bretaña y los Estados Unidos forman la alianza de inteligencia Five Eyes, con capacidades para vigilar a vastas poblaciones en todo el mundo. Todavía no tenemos la forma de saber cuanto acceso tiene a nuestras comunicaciones privadas de video y audio, pero sí sabemos que sus sistemas se vuelven más sofisticados, más expansivos y más intrusivos cada año.

Estamos siendo vigilados, adentro y afuera, en el trabajo, en la casa, en las calles, los parques y los centros comerciales. Y aunque nuestros temores tienden a dirigirse a los piratas informáticos, la observación más grande y sistemática a nuestras vidas privadas viene de ese agujero negro que son las cámaras web.

Como notaba Gilles Deleuze, lo que estamos viendo es el reemplazo de las sociedades disciplinarias por las sociedades de control. Las primeras se iniciaron en los siglos XVII y XIX y alcanzaron su apogeo en el siglo XX con el objetivo explícito de organizar vastos espacios de cierre, en donde el individuo nunca cesa de pasar de un entorno cerrado a otro, cada uno con sus propias leyes. Primero la familia, luego la escuela, en donde ya no estás en tu familia. Luego el ejército, la fábrica o la oficina y, de vez en cuando, el hospital, la prisión, la instancia preeminente del entorno cerrado. En cada uno de ellos el intento es componer una fuerza productiva dentro del espacio y el tiempo cuyo efecto será mayor que la suma de sus fuerzas componentes.

La fábrica, por ejemplo, es un cuerpo que contiene sus fuerzas internas en un nivel de equilibrio, el más alto en términos de producción, el más bajo posible en términos de salario. La corporación reemplaza hoy día en el occidente el modelo de la fábrica, que es la que constituía a los individuos como un solo cuerpo con la doble ventaja de que el patrón inspeccionaba cada elemento dentro de la masa y los sindicatos movilizaban una resistencia de masas. Pero este modelo, como reconoció Foucault, es fugaz. Sucedió al de las sociedades de soberanía cuyo objetivo y función era algo bien diferente como imponer impuestos en lugar de organizar la producción y gobernar sobre la muerte en lugar de administrar la vida. Es Napoleón el que efectuó la conversión de una sociedad a otra. Solo que esta, a su vez, también entró en crisis en beneficio de nuevas fuerzas. Las sociedades disciplinarias eran lo que fuimos y que ya empezamos a dejar de ser, cualquiera sea el periodo de su expiración.

Es en este tipo de sociedades disciplinarias que empiezan a desaparecer la firma que designa al individuo y el número o numeración administrativa indica su cargo dentro de una masa. Las disciplinas nunca vieron ninguna incompatibilidad entre uno y el otro porque el poder individualiza y masifica al mismo tiempo. Es decir, constituye a aquellos sobre quienes ejerce el poder en un cuerpo y moldea la individualidad de cada miembro de ese cuerpo.

En las sociedades de control, en cambio, lo importante ya no es una firma o un número, sino un código, una contraseña. El lenguaje numérico de control está hecho de códigos que marcan el acceso a la información o su rechazo. Una tarjeta electrónica puede levantar una barrera determinada, pero también puede ser rechazada con la misma facilidad. Lo que cuenta no es la barrera sino la computadora que rastrea la posición de cada persona, licita o ilícitamente.

Aquí ya no nos encontramos con el binomio masa/individuo, sino que los individuos, indivisibles, la unidad más pequeña a la que puede reducirse la sociedad y poseedores de cualidades únicas, ahora se han convertidos en “dividuos”, seres con múltiples perfiles, visibles y on-line todo el tiempo. Y, a su vez, las masas se convierten en muestras, datos o “bancos”.

La experiencia humana privada se convierte, entonces, en materia prima gratuita para traducirla en datos de comportamiento que luego se computan y empaquetan como productos de predicción y se venden en mercados de comportamientos. El funcionamiento de los mercados se transforma así en el instrumento del control social que es a corto plazo y de rápida rotación, pero también continuo y sin límite, a diferencia de la disciplina que es de larga duración, infinita y discontinua. El ciudadano ahora ya no está encerrado, esta endeudado.

¿No indica todo esto que estamos frente a la instalación de un nuevo sistema de dominación?

Fuente de la información e imagen: https://observatoriocrisis.com

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ChatGPT: ¿Inteligencia, estupidez o malicia artificiales?

Por: Marc-André Miserez

Tiene respuesta para todo y habla como un libro abierto. El bot conversacional de OpenAI es el abanderado de una nueva era de la inteligencia artificial. Pero los expertos advierten que todavía está muy lejos de un cerebro humano y carece de marco legal.

¿Quién puede escapar a la ola del ChatGPT? Desde su lanzamiento hace cuatro meses, la prensa le ha dedicado —solo en Suiza— una media de 10 artículos diarios (contabilizados en el agregador de medios smd.ch). Si a esto añadimos todo lo que le han dedicado la radio, la televisión, los medios en línea y las redes sociales, podemos afirmar que pocas veces un producto se ha beneficiado de una campaña de lanzamiento —totalmente gratis— como esta.

Los comentarios —exagerados al principio— enseguida, a medida que la máquina revelaba sus defectos y los peligros que plantea para la fiabilidad de la información y la protección de los datos de quien lo utiliza, se volvieron tensos.

El 29 de marzo, un millar de expertos en tecnología redactaron una peticiónEnlace externo para que empresas y gobiernos suspendan durante seis meses el desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Alegan “riesgos importantes para la humanidad”. Entre ellos están Steve Wozniak, cofundador de Apple, y Elon Musk, uno de los fundadores de OpenAIEnlace externo, la empresa que desarrolla ChatGPT.

Tres días después, el Garante italiano para la Protección de Datos —la autoridad nacional italiana de protección de datos— decidió bloquear el acceso al prototipo. AcusaEnlace externo a ChatGPT de recopilar y almacenar información para entrenar sus algoritmos sin ninguna base legal. La autoridad ha pedido a OpenAI que —en un plazo de 20 días— comunique las medidas adoptadas para remediar esta situación. De lo contrario, se enfrenta a una multa de hasta 20 millones de euros.

Europol —la agencia europea de policía encargada de la lucha contra la delincuencia en la Unión Europea— el 27 de marzo en un informeEnlace externo (en inglés) ya indicaba su preocupación por que los ciberdelincuentes puedan utilizar ChatGPT.

>> “No es de extrañar que, tras el prematuro lanzamiento de ChatGPT y la carrera a la baja en materia de seguridad provocada por Microsoft, Google o Facebook, GPT-4 esté fuera de juego”. Dice El Mahdi El Mhamdi, profesor en la Escuela Politécnica de París, que hizo su tesis en la EPFL de Lausana bajo la dirección de Rachid Guerraoui, y es una de las voces críticas contra la falta de regulación en torno a la inteligencia artificial. En este artículo se menciona a ambos.

¿Puede ser tan peligroso el chatbot? Con su interfaz sobria hasta la simplicidad y su amabilidad un tanto afectada —como ya ocurría con Siri, Cortana, OK Google y otros— no lo parece.

Para entenderlo mejor, hay que examinar qué es esta máquina y, sobre todo, qué no es.

¿Cerebro electrónico? En absoluto

Cuando se le pregunta, ChatGPT no esconde su condición: “Como programa informático, soy, sobre todo, diferente a un cerebro humano”. Y luego explica que puede procesar cantidades masivas de datos de manera mucho más rápida que una persona, que su memoria no olvida nada, pero que carece de inteligencia emocional, de conciencia de sí mismo, de inspiración, de pensamiento creativo y de capacidad para tomar decisiones independientes.

Se debe a que la propia arquitectura de la inteligencia artificial nada tiene que ver con la del cerebro, como de manera brillante se describe en un libro que se publicará el 13 de abril (en francés): 1000 CerveauxEnlace externo [1000 cerebros]. El libro es el resultado del trabajo reciente de los equipos de Jeff Hawkins, ingeniero informático estadounidense que en los 90 fue uno de los padres de Palm, un asistente personal de bolsillo que presagió el teléfono inteligente. En la actualidad, Hawkins trabaja como neurocientífico y está al frente de la empresa de inteligencia artificial Numenta.

Una de las ideas principales del libro es que el cerebro crea puntos de referencia, cientos de miles de “mapas” de todo lo que conocemos, que modifica constantemente con la información que recibe de nuestros sentidos. Una IA, en cambio, no tiene ni ojos ni oídos y se alimenta solo de los datos que se le proporcionan, que permanecen fijos y no evolucionan.

Ni siquiera sabe qué es un gato

Hawkins ilustra sus palabras con ejemplos sencillos. Una IA que etiqueta imágenes es capaz, por ejemplo, de reconocer un gato. Pero no sabe que es un animal, que tiene cola, patas y pulmones, que algunos humanos prefieren los gatos a los perros, o que el gato ronronea o se le cae el pelo. En otras palabras: la máquina sabe mucho menos de gatos que un niño de cinco años.

Y ¿por qué? Porque el niño ya ha visto un gato, lo ha acariciado, lo ha escuchado ronronear, y toda esta información ha enriquecido el “mapa” del gato que tiene en su cerebro. Mientras que un bot conversacional, como ChatGPT, únicamente se basa en secuencias de palabras y en la probabilidad de que aparezcan unas junto a otras.

>> Lê Nguyên Hoang, coautor de los libros de El Mahdi El Mhamdi y Rachid Guerraoui (citados más abajo), expone en este vídeo cuál es —en su opinión— el verdadero peligro de ChatGPT. [En francés]

Alan Turing —el brillante matemático británico que sentó las bases de la informática— ya predijo hace más de 70 años estos límites de la IA, tal y como se construye hoy en día. En 1950, en su artículo Computing Machinery and Intelligence [Maquinaria informática e inteligencia], Turing ya vio que si queríamos construir una máquina que pensara, no sería suficiente con programarla para hacer deducciones a partir de masas de datos. La inteligencia artificial —para merecer realmente su nombre— también tendrá que poder razonar por inducción, es decir, partir de un caso particular para llegar a una generalización. Y todavía estamos muy lejos de ello.

Bien dicho y a menudo cierto

Rachid Guerraoui dirige el Laboratorio de Sistemas de Información Distribuida de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL). Junto con Lê Nguyên Hoang, su colega que dirige el canal de Youtube Science4AllEnlace externo, en 2020 publicó Turing à la plageEnlace externo – l’IA dans un transat [Turing en la playa: la IA en una tumbona], un libro cuyo editor promete que, tras leerlo, “no se mirará [no miraremos] el ordenador de la misma manera”.

«La mayoría de las veces, lo que dice es cierto. Sin embargo, también comete grandes errores. Así que no hay que fiarse ciegamente de él».

Rachid Guerraoui, EPFLEnd of insertion

Para Guerraoui, uno de los mayores riesgos de ChatGPT es el exceso de confianza. “La mayoría de las veces, lo que dice es cierto, o al menos está tan bien escrito que parece totalmente cierto. Pero también suele cometer grandes errores. Así que no hay que fiarse ciegamente de él”. Por desgracia, no todo el mundo tiene el espíritu crítico necesario para cuestionar lo que dice la máquina, sobre todo cuando lo manifiesta claramente, sin errores ortográficos ni gramaticales.

“Otro peligro que veo es que quita responsabilidad a la gente”, prosigue el profesor. “Lo utilizarán incluso las empresas. Pero ¿quién es la fuente? ¿Quién es responsable si la información que proporciona plantea problemas? No está nada claro”.

¿Teme Guerraoui que la IA sustituya a periodistas, escritores e incluso al profesorado, como se dice? Todavía no, pero cree que “algunos trabajos pueden cambiar. El profesor o el periodista se encargará de verificar y cotejar las fuentes, porque la máquina va a ofrecer un texto que parecerá verosímil y que la mayoría de las veces será cierto. Pero habrá que comprobarlo todo”.

Hay que regularlo con urgencia

“El gran desafío actual para la IA no es el rendimiento, sino la gobernanza, la regulación y la necesidad de fiabilidad”, argumenta El Mahdi El Mhamdi, antiguo estudiante de doctorado en la EPFL y en la actualidad profesor de Matemáticas y Ciencia de Datos en la Escuela Politécnica de París.

“En mi opinión, ChatGPT no solo está sobrevalorado, sino que su despliegue temprano es irresponsable y peligroso».

El Mahdi El Mhamdi, Escuela Politécnica de ParisEnd of insertion

En 2019 publicó —también junto a Lê Nguyên Hoang— Le fabuleux chantierEnlace externo – rendre l’intelligence artificielle robustement bénéfique [La fabulosa obra en construcción: hacer que la inteligencia artificial sea fuertemente beneficiosa] un libro que aborda los peligros de los llamados algoritmos de recomendación, que permiten a las redes sociales proponernos contenidos que supuestamente nos interesan en función de nuestro perfil. El Mhamdi no esperó a ChatGPT para denunciar el impacto de estos algoritmos en “el caos informativo de nuestras sociedades”.

“En mi opinión, ChatGPT no solo está sobrevalorado, sino que su despliegue temprano es irresponsable y peligroso. Cuando veo el entusiasmo sin reservas por esta herramienta, incluso entre colegas, me pregunto si vivimos en el mismo planeta”, advierte el profesor. Recuerda los escándalos de recopilación masiva de datos de Cambridge Analytica o la proliferación de programas espía —como Pegasus— que pueden instalarse secretamente en los teléfonos móviles.

El Mhamdi admite que ChatGPT puede ser una buena herramienta de trabajo, pero señala que la ciencia que ha permitido su creación “es el resultado de un cúmulo de lo que han publicado miles de investigadores en la última década, y también de colosales recursos de ingeniería, así como del trabajo muy cuestionado éticamente de pequeñas manos mal pagadas en Kenia” (ver el recuadro más abajo).

Al final, para él, “el verdadero genio de OpenAI no está en la ciencia que hay detrás de ChatGPT, sino en el marketing, delegado en un público entusiasmado con el artilugio”. Un público y unos medios de comunicación, cabría añadir, volviendo al principio de este artículo. Es cierto, todo el mundo habla de ello, pero ¿ha visto usted alguna vez un anuncio de ChatGPT?

Texto adaptado del francés por Lupe Calvo

Fuente de la información e imagen: https://www.swissinfo.ch

Fotografía: swissinfo.  Cuando se le pregunta, ChatGPT responde: “No hay límite de edad para hablar conmigo”. Aunque nadie —ni menores ni personas adultas— debe tomarse al pie de la letra todo lo que dice. Copyright 2023 The Associated Press. All Rights Reserved.

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Inteligencia artificial, ¿el futuro llegó?

Por: La tinta

La foto del papa Francisco con un camperón blanco se hizo viral, la de Trump siendo arrestado también y ambas fueron creadas con inteligencia artificial. Circulan noticias, discursos, pruebas de actividades y preguntas hechas al chatbot GPT. Las redes estallaron con debates de todo tipo sobre esta transformación tecnológica que hace tiempo llegó. Conversamos con Javier Blanco, doctor en Informática y docente en la UNC, para que nos oriente acerca de dónde poner el foco en esta discusión. 

Cada época tiene sus avances tecnológicos que ponen en dudas el futuro, que traen la incertidumbre de cómo será la vida con tal desarrollo. La Inteligencia Artificial (IA) es el tema central de muchas conversaciones por estos días y las redes están estalladas. Hay notas que titulan: “Los 10 empleos que la inteligencia artificial eliminará primero y los que están a salvo”. Como si no tuviéramos frentes sobre los que preocuparnos, ahora esto. ¿Sirve escandalizarnos de los posibles impactos negativos que trae la IA o necesitamos enfocar el debate? ¿Cancelamos y nos subimos a la ola apocalíptica, o buscamos elementos para una postura más reflexiva? Adivinen.

En noviembre pasado, la compañía OpenAI de Elon Musk presentó el chat GPT y, rápidamente, fue probado por muchísimos usuarios. Google también anunció el lanzamiento de una herramienta similar. ¿Pero cuáles son las novedades que traen estos chatbot? Ya existen algunos que son usados por distintas instituciones, por ejemplo, Boti, empleado por el gobierno de CABA. Rápidamente, también, surgieron las reflexiones vinculadas al reemplazo de funciones que hacemos los seres humanos. ¿Será? Hay miles de ejemplos circulando en las redes sobre preguntas formuladas al GPT. Asusta, en principio, el tono alejado de lo que imaginamos como un robot o máquina; respuestas coherentes, precisas, argumentadas y reflexivas. En las últimas semanas, se hicieron virales imágenes creadas con IA: la del papa Francisco usando un camperón blanco, Trump siendo detenido, entre otras. Esto desató debates éticos y sobre el impacto en la construcción de la verdad a futuro y la reproducción de fakes.

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Y como estamos en un mood todo es confusión y nos empantanamos en discursos del colapso, conversamos con Javier Blanco, doctor en Informática por la Universidad de Eindhoven, Países Bajos, profesor titular de FAMAF y director de la Maestría en Tecnología, Política y Culturas de la UNC. Lo primero que destaca es que el sintagma inteligencia artificial es problemático, ya que representa cosas diferentes y en ningún caso es algo lineal o simple. El especialista advierte que las connotaciones tanto de lo artificial como de la inteligencia son pregnantes, suele ser difícil pensar bien el concepto y se gasta tiempo en discusiones ociosas acerca de si la inteligencia es solo humana, qué es lo de artificial y cuestiones del estilo.


“No hace falta discutir si es inteligencia o no, son programas o artefactos cognitivos sin duda. La inteligencia humana como tal no es ningún paradigma de nada y es lo que la evolución pudo hacer. Yo hablaría de inteligencias, de un paisaje de inteligencias posibles donde las inteligencias artificiales y las humanas son parte. Lo interesante es pensar el acoplamiento de esos sistemas cognitivos. La inteligencia humana es y siempre fue en parte artificial y extendida, las mentes son tales en tanto disponen de andamiajes externos: pensamos porque podemos ver, tocar, porque tenemos un ábaco, un papel o un algoritmo. Todo pensamiento es originariamente híbrido y distribuido técnicamente”.


—Se plantea que el GPT transformaría las aulas y los procesos de enseñanza y aprendizaje, así como la desaparición de profesiones. Se instala la pregunta de si hay que temerle o no, de si puede ser o no una aliada. ¿Qué cambia en la educación la presencia de ese tipo de tecnología? ¿Se puede aprovechar para los procesos de enseñanza y aprendizaje? 

—Los sistemas de producción de textos como el chat GPT y otros que van a surgir, así como bifurcaciones de estos sistemas -ya que se pueden instalar de manera local y desarrollar habilidades específicas, con datos o tipos de conversaciones restringidas a un área determinada-, tendrá sus propias consecuencias. A mí me parecen herramientas fascinantes, transforman una de las actividades, hasta ahora, privativas del humano: el diálogo y la producción de textos inteligibles en lenguajes humanos. Los sistemas aprenderán con humanos y aquellos humanos que estén investigando de esos sistemas, es un vínculo virtuoso que debe ser explorado, sobre todo, los ámbitos educativos. Así como hoy ya nadie piensa -digámoslo así- sin usar Google y los buscadores integran a la posibilidad de pensar e investigar, de manera tal que se transformó completamente lo que significa investigar.

Integrar estas nuevas maneras cognitivas es la gran novedad. Las instituciones se resienten con ese tipo de cosas, pero -como vengo diciendo- es altamente positivo, a la vez que es un desafío para el cual las instituciones no siempre o, mejor dicho, seguramente no estén preparadas. Estas tecnologías evolucionan a un ritmo completamente inédito y si para algo los humanos no están preparados es para vivir y comprender ese ritmo de evolución. Es una complicación de difícil resolución -institucionalmente-, a la vez que abre a futuros posibles e inciertos. La pérdida de habilidades de parte de docentes y estudiantes es uno de los riesgos, a la vez que el requisito de encontrar nuevas habilidades relevantes para desarrollarse en estos nuevos ambientes técnicos es una condición necesaria y urgente.

—En una reciente nota de Página/12, mencionan que, en Francia, la Universidad Sciences Po fue pionera al prohibir a sus estudiantes el robot conversacional Chat GPT, porque lo considera una copia que puede derivar en sanciones severas y la expulsión de quien lo use sin permiso. Y puede ser usada con autorización del docente para la búsqueda de información y redacción. También fue noticia que, en algunas escuelas de New York, bloquearon el sitio web. ¿Hay que regular el uso del chatbot? ¿Está en riesgo el uso de la información sin chequear? ¿Qué impactos a futuro podrían darse?

—Las regulaciones son necesarias, pero no son suficientes. Más que regular, lo que hace falta es construir proyectos colectivos socio-tecnocognitivos o tecnopolíticos que sirvan para el desarrollo y orientación del uso, integración y formas de apropiación de estas nuevas tecnologías. Se necesita un desarrollo transdisciplinar de las tecnologías digitales y e-learning, que son una etapa, no son la etapa final, porque habrá otras que las superen y en breve. Regular no es el mejor camino para una orientación técnica apropiada y, mucho menos, para que estas tecnologías estén en el camino de la transformación progresiva política.


Lo que está pasando es una transformación radical del mundo, no solo por la aparición de chat GPT -que es un ejemplo-, lo que hay son unas transformaciones tecnológicas interesantísimas, profundas y aceleradas. Y eso implica que los futuros posibles son completamente diversos y contradictorios entre sí, algunos son distópicos y otros más interesantes que pueden encontrar nuevas formas de integración entre humanos y no humanos en los procesos cognitivos, colectivos, políticos, sociales e, inclusive, biológicos.


Y claro que esto produce inquietud, que se puede traducir en un temor conservador o puede asumir un desafío, con todos los cuidados del caso, del concepto mismo de lo humano, de la distribución técnica de la cognición, de la percepción, de la acción colectiva e individual que entran en nuevas etapas, con desafíos inéditos.

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—Circulan noticias y posteos sobre las profesiones que ya no van a ser necesarias, no sólo a partir del chatbot, sino a partir del sistema Dall-e de creación de imágenes. ¿Cómo aportamos un debate más útil y menos apocalíptico?

—Hay y habrá una gran transformación de la manera en que se desarrollan ciertas profesiones. Cuando yo era chico, mi primo estudiaba arquitectura y gran parte del trabajo era hacer planos con una fibra en papel, a mano. Hoy, trabajan con distintos sistemas Computer aided design (CAD) que producen los renders de todo el edificio final. Nadie va a pensar que eso mató a la arquitectura, se producen nuevas maneras de construir formas e imágenes, y ciertos trabajos dejan de ser relevantes, por ejemplo, el dibujante de planos. O, por ejemplo, ya nadie hace cálculos a mano desde que está la calculadora. Efectivamente, se transforma el mercado laboral y ciertas profesiones cambiarán su formato usual. Cada vez será más necesaria una alfabetización y comprensión de cómo funcionan estas tecnologías para integrarlas.

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Por otro lado, fotos trucadas siempre hubo. Ahora, hay métodos nuevos para construir imágenes con mucha más facilidad. No es que, antes de la IA, una foto era un gran documento inalienable. Dall-e es un sistema que crea imágenes a partir de descripciones lingüísticas y está online hace un año, por lo menos, y resulta divertido jugar con él, generando imágenes a partir de descripciones. Por ejemplo, un pibe creó imágenes con las letras de Los Redondos. Esto no invalida el rol de fotógrafos, para nada, sigue habiendo una necesidad de recuperar imágenes del mundo para comunicar gráficamente cosas. Sólo que ahora tenemos nuevas maneras de producir esos productos, lo mismo pasa con la capacidad de producir textos.

—A raíz de la imagen creada con IA del papa Francisco con camperón, Hernán Brienza posteó: “Hace unos días escribí que con la IA entrábamos en un mundo -ya no de la posverdad- en el que el valor mismo de la verdad no tiene importancia. Posiblemente sea el signo de los tiempos: un mundo sin importancias. Todo análisis político que no parta del impacto de la IA ha quedado obsoleto”. ¿Qué reflexiones podés aportar respecto de este debate? 

—Emerge un diagnóstico de algo que ya se sabe hace tiempo, pero que se ve más claro a partir de eso. Comparto lo que dice Brienza; que toda política actual, toda forma de interpretación subjetiva tiene que partir del hecho de que las IA son una forma de mediación, que tiene su propia capacidad de agencia y debe ser entendida en esa clave. No hay ninguna transparencia, pero eso no significa que no haya verdad. La verdad está mediada por una tecnología, no atenta contra la verdad, da nuevos formatos y técnicas que pueden servir para resaltar formas de la verdad o para ocultarla y mentir. Decir la verdad siempre fue una técnica e implicó una manera de pensar y construir esas verdades; hoy, eso se transforma también. Y así como hay muchas formas de mentir, hay otras formas de resaltar, decir y entender las nuevas verdades de este tiempo.

No suscribo una posición distópica o apocalíptica, si bien estamos en un mal momento, todas nuestras instituciones y espacios de reflexión política parten de supuestos que no son más ciertos y, a la vez, no son capaces de dimensionar las enormes posibilidades que estas tecnologías ofrecen en términos de una buena acción política y ética del discurso, y no de usarlas para mentir. Las posibilidades a futuro y de reconstruir proyectos emancipatorios dentro de este marco tecnopolítico, me parece, es uno de los desafíos más interesantes que enfrentamos.

Fuente de la información e imagen: https://latinta.com.ar

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Reducción de la jornada laboral, camino a la fábrica digital

Por Paula Giménez, Matías Caciabue

Recientemente fueron publicados los resultados de un estudio realizado por la Universidad de Cambridge y el Boston College en el que 61 empresas participaron de una prueba piloto para reducir la cantidad de días laborables a 4, sin reducir los salarios y reduciendo la cantidad de horas trabajadas semanalmente en un 20%. En la prueba, promocionada como la más grande de este tipo realizada hasta el momento, participaron empresas que sumaron un total de alrededor de 2900 empleados de diferentes sectores: venta minorista en línea,  provisión de servicios financieros, estudios de animación, gastronómicos, consultoría, vivienda, atención médica, entre otros.

De acuerdo con los resultados presentados, el 71% de los empleados revelaron niveles más bajos de agotamiento y el 39% dijo haber reducido el estrés. Las empresas registraron una baja de 65% en licencias por enfermedad y hubo una caída de 57% en la cantidad de trabajadores que dejaban las empresas. Al recibir estos resultados, el 92% de las empresas que participaron de la prueba expresaron intención de continuar con la medida y 18 anunciaron que la tomarían de manera permanente.

Al ser consultados, los dueños de las empresas valoraron positivamente el nuevo esquema. Mientras algunos adujeron que lo veían como una respuesta racional a la pandemia, otros dijeron que podría permitirles atraer talentos o que era una manera de “responder moralmente” a los empleados, quienes atravesaron por situaciones de

Esta propuesta de reducción de la jornada laboral ha sido puesta a prueba con similares resultados en lugares como Alemania, Islandia, Japón, España y ya es asumida por empresas de Irlanda, Estados Unidos y Nueva Zelanda, mientras que Emiratos Árabes se constituyó en el primer país en establecer la jornada laboral de cuatro días y medio en todas sus entidades de gobierno así como en el banco central.  En Argentina, dos empresas del sector tecnológico y una consultora ya la han implementado, arguyendo que podría ser una buena solución para evitar la alta rotación de empleados a los que se encuentran. Y es que el sector tecnológico se presenta como el más dinámico en cuanto a la demanda de trabajo calificado.

Los debates y las pruebas son impulsados a nivel mundial entre otras organizaciones por la fundación 4 days a Week, un tanque de pensamiento (think tank) encargado de difundir entre actores relevantes, gubernamentales y empresariales, este mecanismo que es presentado como una manera de mejorar la calidad de vida de empleados y empleadas, diluir las desigualdades de género, aumentar la productividad, cuidar el medio ambiente, aumentar la capacidad para captar personal hipercalificado (“talentos”), con el objetivo principal, a partir de estas pruebas de mostrar que se puede aumentar la productividad y las ganancias y reducir costos a partir de estos cambios.

En relación a la necesidad de captar trabajadores hipercalificados, en un artículo publicado por la BBC a fines de enero, el director de Work Time Reduction Center of Excellence, Joe O’Connor, afirmó que la semana laboral de cuatro días estaba despegando en sectores como el tecnológico, el de desarrollo de software, las TIC, las finanzas o los servicios profesionales como el marketing.

¿Se trata realmente de un dilema moral o un intento por hacer más humano el capitalismo? ¿Qué se esconde detrás de este discurso empresarial que aparenta preocuparse por las condiciones laborales?

En muchos países, los trabajadores impulsan la reducción de la jornada laboral como mecanismo para combatir el desempleo. En España, por ejemplo, el lema que corrió durante los debates fue “trabajemos menos, así trabajaremos todos”.

El hecho es que la condición de posibilidad para la aplicación exitosa de la reducción de la jornada laboral en algunos sectores está vinculada fundamentalmente a la aceleración en las últimas décadas de un proceso inherente al sistema económico: el aumento de la productividad del trabajo. Al digitalizarse los procesos productivos han dado un salto de escala tal que, según un informe de la consultora Adecco, lo mismo que se producía en 1970 en 8 horas, en el 2020 podía realizarse en una hora y media. No hay capitalismo benevolente.

El empresario tecnológico Bill Gates, que ha decidido invertir en el desarrollo de inteligencia artificial a través de la empresa OpenAI (co-fundada en 2015 por Elon Musk, Sam Altman, Ilya Sutskever y Greg Brockman, entre otros), expresó hace una semana su entusiasmo por el impacto que producirá en la vida de las personas la llegada de la inteligencia artificial. A su juicio, “está claro que la IA generativa es una tecnología que merece la pena seguir de cerca.

Tiene el potencial de transformar industrias y cambiar nuestra forma de vivir y trabajar, incluida la realidad virtual. Las empresas que adopten la IA generativa tendrán una ventaja significativa sobre las que no lo hagan, y es una oportunidad para que las personas mejoren sus habilidades, el acceso a la información y las oportunidades», dijo el milmillonario norteamericano. A juicio del empresario, gracias a la incorporación de IA a largo plazo, las horas de trabajo «disminuirían». «Mientras las máquinas se encargan de las tareas rutinarias, los empleados pueden concentrarse en las actividades importantes de su trabajo», expresó, como si se tratara de una realidad universal.

Por su parte, el Informe de la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo, elaborado por la Organización Internacional del Trabajo, valoró de manera positiva la reducción de la jornada laboral a partir de las mejoras de la productividad  y lo consideró un importante objetivo de política. Y, aunque ve ciertos riesgos en la posibilidad de las y los trabajadores para imponer su derecho a la desconexión, observó que las tecnologías de la información y de la comunicación también permitirían, por la flexibilidad que aportan, ampliar la soberanía de los trabajadores sobre su tiempo.

Tal y como expresa el creador de Microsoft y en coincidencia con el planteo de la OIT, de las posibilidades que tenga cada capital de tecnificarse dependerá su supervivencia. El reemplazo de ciertos puestos de trabajo por la automatización de procesos, la robotización, el internet de las cosas, la inteligencia artificial y todos los procesos asociados a la cuarta revolución tecnológica irán desplazando del mercado laboral una masa de trabajadores y trabajadoras, cuyas capacidades estarán obsoletas para reinsertarse en el proceso productivo en iguales o mejores condiciones. Así, lo que se irá engrosando, en la medida en que el proceso de tecnificación avance (y lo hará, porque es una tendencia) no será el llamado “ejército de reserva” o masa de desempleados temporales, sino -peor aún- la población sobrante, excluida definitivamente del sistema productivo.

Así como la instalación del fordismo trajo consigo el establecimiento de la jornada laboral de 8 horas, que se convirtió en un modo de organizar el tiempo en la modernidad, el cambio de fase del sistema productivo presiona y conduce hoy hacia nuevos cambios sociales, no solo en la distribución del tiempo de trabajo, sino en las formas en que se organizan las familias, el uso de los tiempos de ocio, los modos de educarse, etc.

En el desarrollo de su nueva fase y a partir de la digitalización de muchos aspectos de la vida, producimos valor, más allá de nuestras jornadas laborales desde la “comodidad del hogar”, con celulares inteligentes, tablets, computadoras, televisores, sumidos durante horas en diversas plataformas virtuales. El capital ha establecido a los dispositivos digitales como una nueva herramienta de trabajo.

Es decir, en la medida en que el aumento de la productividad a partir de la tecnificación, trae consigo la liberación de horas de trabajo, somos conducidos y conducidas mansamente hacia la fábrica digital. Incluso cuando estamos disponiendo de nuestros tiempos de ocio.

La potencia creativa, tal como lo mencionaba Marx, que antes desplegaba un trabajador en la relación con sus medios de trabajo para producir valor, hoy está puesta al servicio del learn machine, el entrenamiento de algoritmos y el perfeccionamiento del mundo digital.

Los debates sobre la digitalización de la vida trascienden el simple cambio en la forma de producir y trabajar. Y es que el desarrollo del capital tecnológico está conduciendo las fuerzas productivas hacia un nuevo tiempo y espacio de aparente libertad pero de cada vez mayor explotación. Mientras en diversos sectores económicos se libra el debate sobre la posibilidad de aplicar o no la reducción de la jornada, mientras algunos defienden sus beneficios y otros desconfían de su impacto positivo, se desdibuja una discusión urgente y real: la riqueza continúa produciéndose, acumulándose y concentrándose.

La liberación de tiempo que produce el avance de la tecnología, que permite automatizar procesos, podría resultar verdaderamente emancipador para las grandes mayorías si fuera posible disponer realmente del valor que se produce mediante esa masa de conocimiento que se genera a nivel social.

* Cacciabue es licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional, UNDEF en Argentina. Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

Fuente: https://estrategia.la/2023/03/07/reduccion-de-la-jornada-laboral-camino-a-la-fabrica-digital/

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Reformas educativas y desprecio al conocimiento. Notas sobre la colonización neoliberal de la escuela

Por: MARTA VENCESLAO | JORGE LARROSA

Quisiéramos plantear algunas consideraciones sobre el marco ideológico de las últimas reformas educativas que, en la línea de sus predecesoras, ahondan en el menosprecio al conocimiento y suponen un vaciamiento todavía mayor del currículum de aquellas materias de estudio que durante siglos nos han invitado a pensar, haciendo de la escuela, entre otras cosas, un lugar para la emancipación. Son muchas las voces que desde la enseñanza secundaria y primaria, pero también desde la universidad, los sindicatos y colectivos de profesorado, han venido señalando que este vaciamiento responde a una operación que sitúa a la escuela, de un modo cada vez más diáfano, al servicio de los requerimientos del capital. Sería ingenuo por nuestra parte no considerar esa función histórica del sistema escolar. Sin negarla en ningún caso, lo que nos parece relevante subrayar en este espacio es que, a diferencia de otros momentos, el colaboracionismo contemporáneo entre las propuestas educativas y el proyecto neoliberal avanza de una forma tan implacable que deja cada vez menos espacio para que la escuela continúe sosteniendo su compromiso pedagógico. Un compromiso que, nos recuerda Jordi Solé a propósito del pensamiento arendtiano, consiste en poner a las nuevas generaciones en contacto con la cultura, despertar el deseo de saber e invitarlas a formar parte del mundo (Solé, 2020: 102). No olvidemos que la escuela pública fue una conquista de la clase obrera en su apuesta por democratizar el acceso a las herencias culturales. La aspiración a universalizar ese acceso ha sido una reivindicación constante de los movimientos de izquierda.

Una revisión de las directrices de instituciones como la OCDE (2016, 2015, 2013, 2010) o la Unión Europea (2012) da cuenta de que lo que hoy se intentaría democratizar no es tanto el conocimiento como la ignorancia. Sus políticas educativas se entroncan abiertamente con los imperativos de la competitividad empresarial y la producción de subjetividades eficientes. En los últimos años ha proliferado una discursividad pedagógica que sostiene la necesidad de ofrecer una formación integral que permita afrontar los desafíos del presente potenciando las competencias y capacidades del alumnado y alimentando su espíritu emprendedor. Como una letanía, insisten en remarcar que la sociedad se enfrenta –de forma aparentemente inevitable– a escenarios inciertos y cambiantes para los que será necesario estar preparado. No es difícil entrever en ese futuro de “cambios veloces y desconocidos” el circunloquio con el que referirse al horizonte de precariedad que dibuja un contexto marcado por la progresiva pérdida de derechos, la precarización de la esfera laboral y la erosión de eso que Marina Garcés ha llamado mundo común (2013).

Este proceso de producción de sujetos flexibles, adaptables y dóciles a las exigencias de la economía podría condensarse en el siguiente enunciado: Nos quieren más tontos, que es precisamente el título del libro que Pilar Carrera y Eduardo Luque dedican al modelo neoliberal de escuela. Y como nos quieren más tontos, es necesario vaciar los centros escolares de un determinado tipo de saberes, de lenguajes y de formas políticas que amenazan la escuela con convertirla en un dispositivo al servicio de la desmovilización intelectual y el atontamiento generalizado. Un atontamiento que, por cierto, llegó con fuerza también a la universidad con el Plan Bolonia (2007), esa gran operación de mercantilización de la enseñanza superior.

¿En qué aspectos podemos observar el menosprecio al conocimiento (Cañadell, Corominas y Hirtt, 2020) del sistema educativo? ¿Qué formas adopta ese vaciamiento de saberes en la escuela? Nos aventuramos a señalar dos elementos, a nuestro juicio, centrales: la pedagogía competencial y el auge de la educación emocional (sin dejar de mencionar, por supuesto, la deriva tecnológica cuyo abordaje excede las pretensiones de este artículo).

Siguiendo a los autores de Escuela o barbarie, puede afirmarse que la imposición progresiva del modelo educativo basado en competencias ha sido la nervadura fundamental del proyecto que sitúa la educación al servicio, exclusivamente, de las necesidades del capital (Fernández Liria et al., 2017: 23-24). Las (sacrosantas) competencias se introdujeron en el sistema educativo –importadas del mercado laboral, cabe recordarlo– con la LOE del año 2006. Las reformas posteriores, la LOMCE y la actual LOMLOE, han contribuido a afianzarlas a pesar de –o acaso por– contar con evidencias sobre el empeoramiento de los resultados académicos entre el alumnado en materias tan relevantes como las ciencias y las matemáticas[01]. Casi dos décadas más tarde, el discurso competencial continúa presentándose como una innovación que posibilita la adquisición de aprendizajes considerados más prácticos y transferibles al mercado de trabajo. Es decir, se defiende sin ningún tipo de ambages la dimensión utilitaria y economicista de la educación en el sentido apuntado por Christian Laval (2004): la escuela como una empresa. Encontramos un ejemplo ilustrativo en la llamada metodología de trabajo por proyectos. Se trata de un enfoque del aprendizaje sin duda interesante, apunta Concha Fernández Martorell (2022: 122), pero que sugiere que esa forma de trabajar será el mejor tipo de contrato (por proyectos) al que puedan aspirar los jóvenes formados en esta propuesta educativa.

Parece que lo importante es el aprendizaje no de conocimientos (tachados despectivamente de enciclopédicos[02]), sino de competencias individuales como la creatividad, la flexibilidad, la iniciativa emprendedora, la autonomía o la adaptación frente al cambio. Y, sobre todas ellas, la competencia primordial. Esa que aparece como nuevo imperativo pedagógico: aprender a aprender. La explicación que ofrece el Ministerio de Educación es esclarecedora a este respecto: “La competencia para aprender a aprender requiere conocer y controlar los propios procesos de aprendizaje para ajustarlos a los tiempos y las demandas de las tareas y actividades que conducen al aprendizaje” para lograr que este sea “más eficaz y autónomo”[03].

En otras palabras, hay que sustituir el saber por el saber hacer y orientarlo hacia la optimización de individuos, procesos y conductas. Y además hacerlo de forma autónoma, porque el maestro parece estar convocado a un papel inexorablemente irrelevante. En esta línea se pronunciaba recientemente el secretario de Estado de Educación, José Manuel Bar[04], cuando afirmaba que el profesor como “trasmisor de conocimientos puro y duro es un modelo ya obsoleto”. Y daba dos razones. En primer lugar, “los inputs que reciben los alumnos no se limitan a las clases. Están continuamente en Internet y recibiendo información de mil sitios (…). Eso, a la figura clásica de profesor la deja fuera”. Y en segundo, “el puro embutido de conocimientos no es útil para la vida, no es competencial (…). Los conocimientos tienen que tener una utilidad práctica porque si no el alumnado tampoco estará motivado”.

Queremos hacer notar aquí dos aspectos significativos. El primero se refiere al desplazamiento de una de las nociones fundamentales en el campo educativo, el interés, por el concepto de motivación. Parecería que no se trata tanto de despertar una inclinación o amor al saber, sino de motivar al alumno con la misma lógica que se motiva a trabajadores y consumidores: producir y consumir más y mejor. El segundo aspecto tiene que ver con el ahondamiento y la devaluación progresiva y permanente de un oficio tradicionalmente centrado en eso que ahora las últimas reformas desdeñan, el conocimiento.

Sabemos que no hay educación sin contenidos, esto es, sin materia de estudio. Y que esa materia de estudio en la enseñanza escolar es, como dice el pedagogo Philippe Mierieu (2016), la cultura. La cultura en sus múltiples y variopintas manifestaciones: el álgebra, la biología, el Banquete de Platón o la métrica poética de una canción de hiphop. Despojada de estos saberes, la escuela ya no es el lugar para descubrir el mundo y sus misterios o para despertar interés, sino un lugar para adquirir habilidades transferibles al mercado laboral, esto es, un lugar para hacer de los alumnos capital humano. ¿Para qué instruir en materias de estudio si la producción de sujetos empleables requiere, más bien, de un entrenamiento en habilidades técnicas y, como veremos a continuación, emocionales? La transmisión de la cultura queda así vedada y sustituida por el aprender a aprender… nada.

El segundo aspecto que da cuenta de la devaluación del conocimiento lo encontramos en la ofensiva de la educación emocional. Hemos visto en los últimos años cómo este enfoque privilegia lo emocional sobre lo intelectual y desplaza los contenidos culturales anteponiendo un trabajo sobre la interioridad de los alumnos, y replegándose en ella. Conceptos como necesidades y competencias emocionales, motivación, autoestima, resiliencia o proactividad han pasado a convertirse en contenidos pedagógicos de primer orden, conformando así una nueva cultura escolar más interesada en las competencias emocionales y las habilidades de gestión personal que en la adquisición de conocimientos.

La transmisión de la cultura queda así vedada y sustituida por el aprender a aprender… nada

Antes de continuar, tal vez sea necesario aclarar que no estamos negando en ningún caso la importancia de atender el mundo interior de las infancias y adolescencias. Más bien tratamos de cuestionar la centralidad de las emociones en la escuela y la posición ideológica desde la cual se las aborda. O, por utilizar la jerigonza hegemónica, se las gestiona. Y es que la llamada gestión emocional aparece hoy como otro de los nuevos imperativos educativos.

El enfoque más extendido en la educación emocional es el que pertenece a la psicología positiva, definida por Edgar Cabanas y Eva Illouz (2019: 18) como el brazo académico de la ideología neoliberal y el capitalismo de consumo. Sus principales objetivos son el crecimiento personal y la felicidad, postulando que el bienestar no depende de los condicionantes externos, sino de nuestra percepción de la realidad y que, además, es posible cambiarla a base de voluntad. Este discurso, inscrito en lo que algunos autores han denominado ethos terapéutico (Ecclesteon y Hayes, 2009; Illouz, 2007 y 2010), plantea un uso productivo de las emociones en virtud del cual conocer y manejar las propias emociones permite alcanzar no solo el bienestar emocional, sino también el éxito. En esta línea se ubica el documento de la OCDE “Habilidades para el progreso social. El poder de las habilidades sociales y emocionales” (2016: 26) que enfatiza el papel de la educación para “contribuir a aumentar el número de ciudadanos motivados (sic), comprometidos y responsables mediante el fortalecimiento de las habilidades que importan”, y señala que “al controlar las emociones y adaptarse al cambio”, los individuos “pueden estar más preparados para capear las tormentas de la vida, como la pérdida del empleo, la desintegración familiar”, etc. Sin ningún tipo de perífrasis, plantean la educación emocional como una suerte de disciplinamiento social que borra toda dimensión estructural para responsabilizar, cuando no culpabilizar, al sujeto de su situación. Esta invisibilización de las cuestiones estructurales es particularmente inquietante en situaciones de desigualdad social, en las que la desposesión material se afronta ofreciendo competencias emocionales individuales que, en nombre del optimismo y la resiliencia, conminan al alumnado a sostener comportamientos meramente adaptativos.

Con relación a este último aspecto, vale la pena volver a insistir en el modo en que la educación emocional se ha sumado a la estrategia de conformación de subjetividades neoliberales (Laval y Dardot, 2013), atravesadas por nuevas formas de individualización y despolitización. La propuesta emocional no solo supone un repliegue al mundo interior, sino también un entrenamiento para que los alumnos cambien sus percepciones antes que sus condiciones de vida. Se trata de generar nuevas formas de conformismo social. La premisa de partida es sencilla: no existen problemas estructurales, sino deficiencias psicológicas individuales. El nuevo antídoto ante la desposesión cultural y material es la papilla emocional.

Ilustremos esta lógica con el programa de inteligencia emocional “Educación responsable”, analizado por Ani Pérez (2022: 36-37). Impulsado por la Fundación Botín –vinculada al Banco Santander, el principal inversor mundial en el filantrocapitalismo educativo–, dice tener como propósito el crecimiento emocional, social y creativo de niños y jóvenes, y la mejora de la convivencia en los centros escolares a partir del trabajo con docentes, alumnado y familias. El programa se ha implementado en unas 230 escuelas, algunas de ellas ubicadas en barrios depauperados, en los que el alumnado realizó dibujos que representaban el miedo a ser desalojados de sus casas. Si consideramos que el Banco Santander es responsable de decenas de miles de desahucios, de los cuales más de un 80% los sufren familias con al menos un menor a cargo, “poco se puede añadir –dice la autora– ante la desfachatez de quien con una mano echa a niños de sus casas y con la otra presume de ayudarles con su miedo a ser desahuciados”.

No quisiéramos concluir este apartado sin realizar una breve consideración sobre el lugar al que esta dimensión psicologizante de la educación convoca al profesorado. Ya en los inicios de la década de los 90, Tomás Pollán (1991: 34) escribía a propósito de la LOGSE que la figura del profesor quedaba relegada a la de “padre espiritual”. Las últimas reformas han avanzado en estos derroteros para terminar concibiendo al maestro como una suerte de terapeuta, alejado de las funciones que lo constituyen: provocar curiosidad por el mundo y las cosas que lo conforman, y conservar y trasmitir de modo crítico el legado de las generaciones anteriores. De esta suerte, no podemos sino mirar con inquietud la penetración paulatina en las escuelas de dispositivos promovidos por la cultura neoliberal, como el mindfulness o el coaching, que suponen un paso más en el proceso de mercantilización del sistema educativo y de su puesta al servicio del mundo empresarial.

Pensar las formas de resistencia requiere, como apuntó Gilles Deleuze (1995: 284), de un conocimiento acerca de los modos en los que se está llevando a cabo la instalación progresiva y dispersa de este nuevo régimen de dominación. Es urgente analizar las formas en las que la racionalidad neoliberal de las competencias y la educación emocional socavan el sentido de lo educativo y reconfiguran (radicalmente) la concepción, los fines y los métodos de la escuela. Y, con ellos, las conceptualizaciones de la enseñanza, el aprendizaje y los propios sujetos de la educación.

La privatización y la gubernamentalización son las dos caras de la misma moneda

La escuela está hoy doblemente amenazada. Por un lado, de privatización (al ponerse al servicio de los intereses de la economía) y por otro de gubernamentalización (al ponerse al servicio de los programas educativos de los gobiernos de turno). La privatización y la gubernamentalización son las dos caras de la misma moneda. El Estado, y más en materia educativa, ya es inseparable del capital. Las nuevas reformas educativas son harto elocuentes en ese sentido. Sin embargo, el ideal de la escuela moderna fue un ideal republicano (en el viejo y cada vez menos vigente sentido de res publica, de interés común) que, tal vez, sea interesante repensar y recuperar. Nos parece necesario, desde ahí, proteger la escuela de la economía y de la instrumentalización política para que siga siendo escuela. Es decir, un espacio y un tiempo libres y liberados para el mundo, para la atención y el cuidado del mundo, para el saber del mundo o, si se quiere, para la democratización y la redistribución de las herencias culturales.

La educación escolar tiene que ver con abrir el mundo, con hacerlo interesante, con hacerlo significativo, con conocerlo y transformarlo. No hay emancipación ni pensamiento sin conocimiento. No hay república sin escuela. A no ser que empecemos a llamar escuela a un inmenso mecanismo de coaching para gestionar la estabilidad emocional de una población condenada a la precariedad, o a un gigantesco mecanismo cognitivo para desarrollar competencias flexibles y adaptables (es decir, vacías) para una economía en transformación acelerada.

Hubo una vez en que en las plazas se gritaba “le dicen democracia y no lo es”. Lo que viene es una escuela que no lo es. De ahí que, para la tarea inexcusable, desde la izquierda, de defender la escuela pública, sea preciso pensar, otra vez, qué quiere decir escuela y qué significa pública.

Defender la escuela orientada al mundo, es decir, al conocimiento, es también defenderla de su desprestigio y de su degradación. De ese runrún de que es una institución caduca y rancia, una antigualla, de ese runrún de que la enseñanza es un paquete indigesto de contenidos inútiles y carentes de sentido. En la escuela no hay contenidos sino materias de estudio, es decir, esos pedazos de mundo y de formas de nombrar y de conocer el mundo que decidimos que son lo suficientemente interesantes como para ser transmitidos, compartidos y renovados.

Terminamos con unas palabras de Hannah Arendt (2003: 301):

La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, (…) de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable”. Y continúa, “también mediante la educación decidimos si amamos lo suficiente a nuestros niños para no apartarlos de nuestro mundo ni abandonarlos a sí mismos, (…) y, en cambio, prepararlos de antemano para la tarea de renovar un mundo común.

Marta Venceslao es profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona y miembro del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Social (GRECS) de la misma universidad. Jorge Larrosa es profesor jubilado de Filosofía de la Educación en la Universidad de Barcelona y miembro del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Social (GRECS)

Referencias 

Arendt, Hannah (1996) Entre el pasado y el futuro. Barcelona: Península.

Cabanas, Edgar e Illouz, Eva (2019) Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. Barcelona: Paidós.

Cañadell, Rosa; Corominas, Albert y Hirtt, Nico (2020) El menosprecio al conocimiento. Barcelona: Icaria.

Carrera, Pilar y Luque, Eduardo (2016) Nos quieren más tontos: la escuela según la economía neoliberal. Barcelona: El Viejo Topo.

Consejo Europeo (2012) Conclusiones del Consejo, de 26 de noviembre de 2012, sobre la educación y la formación en Europa 2020 – La contribución de la educación y la formación a la recuperación económica, al crecimiento y al empleo.

Deleuze, Gilles (1995) Conversaciones. Valencia: Pre-Textos.

Fernández Liria, Carlos; García Fernández, Olga; Galindo Ferrández, Enrique (2017) Escuela o barbarie: entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda. Madrid: Akal.

Garcés, Marina (2013) Un mundo común. Barcelona: Bellaterra.

Laval, Christian (2004). La escuela no es una empresa: el ataque neoliberal a la enseñanza pública. Barcelona: Paidós.

Laval, Christian y Dardot, Pierre (2013) La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa.

Meirieu, Phillipe (2016). Recuperar la pedagogía. De lugares comunes a conceptos claves. Buenos Aires: Paidós Argentina.

OCDE (2015). Estrategia de competencias de la OCDE: construyendo una estrategia de competencias eficaz para España. Disponible en: https://www.oecd.org/skills/nationalskillsstrategies/Spain_DR_Executive_Summary_Espagnol.pdf

(2013). Mejores competencias, mejores empleos, mejores condiciones de vida. Un enfoque estratégico de las políticas de competencias. Madrid, OCDE/Santillana.

(2010). Habilidades y competencias del siglo XXI para los aprendices del nuevo milenio en los países de la OCDE. Madrid: Instituto de Tecnologías Educativas/MECD.

Pérez Rueda, Ani (2022) Las falsas alternativas. Pedagogía libertaria y nueva educación. Barcelona: Virus.

Pollán, Tomás (1991) “Aprender para nada”, Archipiélago, 6, pp. 33-37.

Solé, Jordi (2020) “El cambio educativo ante la innovación tecnológica, la pedagogía de las competencias y el discurso de la educación emocional. Una mirada crítica”, Teri, 32, 1, pp. 101-121.

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Sindicalismo magisterial: a la sombra del poder

 

 

El espíritu del sindicalismo busca, en esencia, la defensa de los derechos de los trabajadores y la lucha por el bienestar general de sus agremiados. Las relaciones con los patrones si bien, pueden ser de manera cordial y amable, de ninguna manera cabe la complicidad, el corporativismo y el uso de sus integrantes como moneda de cambio política o electoral.

Lamentablemente, la vida del sindicalismo magisterial ha transitado de una legítima lucha por mejorar las condiciones de los trabajadores de la educación a ser usados para satisfacer cuotas políticas; y aunque en la base existen personas comprometidas y profesionales que velan por el bienestar general, sus líderes y la cúpula sindical han sido cómplices de las más atroces vulnerabilidades a sus derechos laborales.

En el caso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), este pacto corporativo entre la dirigencia y las autoridades educativas ha sido muy evidente. Además, uno de los sindicatos más grandes de latinoamérica enfrenta dos enormes retos: su democratización y la transparencia de sus recursos.

Sobre el primero, existe una simulación en las elecciones libres y abiertas. Aunque algunas fracciones del SNTE no allegadas al dirigente nacional Alfonso Cepeda Salas van ganando terreno y se van aglutinando en expresiones “alternativas” como la organización Maestros por México (MxM), buena parte de las secciones en todo el país siguen siendo fieles a su líder, quien cada vez parece más doblegado ante el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a la titular de la Secretaría de Educación Pública y al partido Morena.

En cuanto a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), el ala disidente del SNTE, se encuentra separada y al margen de la figura de Cepeda Salas. Sus dirigentes, quienes tienen mayor fuerza en estados como Oaxaca, Michoacán, Guerrero, y Chiapas, mantienen negociaciones alternativas con el gobierno federal y en sus propios estados: acuerdan de manera paralela con AMLO, con los gobernadores en turno y con las y los representantes de la SEP.

Respecto a la transparencia de sus recursos el reto es igual de complicado. Aunque se supone que son sujetos obligados a transparentar y permitir el acceso a su información y cuentan con una plataforma especializada para ello (incluso, la plataforma del Observatorio Público de Transparencia e Información OPTISNTE ha ganado reconocimientos por parte del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales), todo es una simulación.

Tanto el origen como el destino de los recursos y cuotas sindicales siguen siendo opacos y pocos conocen el verdadero destino. Cuando la ciudadanía realiza solicitudes de información, no responden o simplemente dicen que no tienen la información suficiente. Tanto las diversas secciones como en la dirigencia nacional han presentado graves casos de corrupción, desvío, desaparición o mal uso de recursos.

Esta opacidad no solo ocurre en el SNTE. También en instituciones locales como el Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México (SMSEM), uno de los más grandes del país pero con grandes desafíos de rendición de cuentas.

El Sindicalismo Magisterial es una práctica que debe existir para cumplir sus objetivos: la defensa de los derechos de sus agremiados y su bienestar laboral, pero insisto: de ninguna manera se debe permitir la continuidad de los pactos corporativos para fines políticos o partidistas. Es cuestión de dignidad.

Publicado en la segunda edición impresa Revista Aula-2023 https://revistaaula.com/revistaimpresa/

 

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¿Soberanía o dependencia?: la necesidad de un ambientalismo antisistémico

Por: Florencia Trentini, Nicolás Castelli

En las últimas semanas el debate sobre la explotación de hidrocarburos en el mar Argentino y en paralelo la ola de calor que azotó al país pusieron sobre la mesa la discusión sobre el modelo de desarrollo. ¿Es posible que el desarrollo económico dialogue con el cuidado del ambiente y además garantice inclusión social?

La crisis climática se hace sentir cada vez más fuerte y frente a esto el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), grupo científico reunido por las Naciones Unidas para monitorear y evaluar toda la ciencia global relacionada con el cambio climático, sostuvo en su último informe publicado que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando. Ante este escenario, los planes actuales no van a alcanzar para limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, umbral que los científicos consideran necesario para evitar impactos aún más catastróficos.

Alrededor del 90% del dióxido de carbono -el peor de los gases de efecto invernadero (GEI)- emitido en la actualidad proviene de la combustión de petróleo, carbón y gas natural. Estos se usan para la obtención de la energía para sostener las actividades industriales, producir alimentos, garantizar el funcionamiento de los medios de transporte, calefaccionar o refrigerar hogares y lugares de trabajo, etc. Para evitar un colapso ecosocial no solo será necesario reducir las emisiones, sino también eliminar parte del carbono que ya está en la atmósfera.

Y lejos de ser necesaria una innovación tecnológica aún no creada, la solución para esto ya existe naturalmente y se llama fotosíntesis. Sí, ese proceso mediante el cual las plantas absorben el dióxido de carbono del aire y lo almacenan en sus raíces y en el suelo. Se estima que las plantas podrían proporcionar casi un tercio de las reducciones de emisiones para lograr el umbral de 1,5°.

Es decir, nuestra forma de habitar el planeta modificó el ciclo del carbono: emitiendo mediante algunas actividades humanas mayor cantidad de gases de los que son posible de absorber naturalmente, y destruyendo con otras actividades humanas los territorios (bosques, selvas, humedales) que podrían absorber más emisiones. Solo en Argentina, entre 1990 y 2015 se arrasaron 7,6 millones de hectáreas de monte nativo para dar lugar al agronegocio y el extractivismo. O en otro nivel de la problemática, las plazas de la Ciudad de Buenos Aires tienen cada vez más cemento y menos árboles, mientras se cuentan canteros como superficies verdes. Esto tiene un correlato directo en la temperatura, que en algunos casos puede variar más de 20 grados dentro de la misma ciudad, entre zonas con espacios verdes y zonas sin ellos.

El informe del IPCC también deja en claro que las responsabilidades por este desastre son desiguales: los países más ricos son responsables de una mayor cantidad de emisiones, pero las consecuencias se sienten con mayor impacto en los países más pobres. EE.UU. y Haití pueden sufrir huracanes, pero cómo cada país afronte este hecho va a depender de sus condiciones socioeconómicas y estas son resultado de desigualdades estructurales.

Con EE.UU. a la cabeza, las mayores emisiones históricas de GEI se concentran en diez países y un puñado de grandes empresas transnacionales. Esta desigualdad se ve claramente cuando se discute la transición energética y la descarbonización de las economías. Actualmente solo el 15% de la energía proviene de fuentes bajas en emisiones de GEI. Esto es la energía eólica, hidroeléctrica o solar, y aproximadamente un 4% corresponde a energía nuclear. La transición energética ya es un hecho en pleno desarrollo. En esta carrera de sustitución de hidrocarburos por energías limpias -que por el momento dominan las grandes potencias europeas- se plantean diversos problemas y desafíos para los países del sur global.

Desde un neodependentismo económico y tecnológico hasta convertir a la región en depositaria de los pasivos socioambientales de la descarbonización de las economías del Primer Mundo, el riesgo de profundizar asimetrías y desigualdades está presente. Ahora bien, esta discusión se da mientras el 13% de la población del mundo no tiene acceso a servicios modernos de electricidad, cerca de 3 mil millones de personas dependen del carbón para cocinar y el 29% de los hogares del mundo no tiene acceso a servicios públicos modernos.

A nivel internacional, el accionar frente al cambio climático se categoriza en dos ejes: la mitigación y la adaptación. La primera se refiere a las acciones que buscan reducir la concentración de GEI, mientras la segunda a las medidas que se adoptan para hacer frente a los cambios del clima, con el objetivo de evitar o limitar los daños. En la última Conferencia de las Partes (COP) realizada en Egipto, una de las mayores discusiones se centró en quién debe pagar los daños y las pérdidas en los países en desarrollo vulnerables a los efectos del cambio climático. En el caso de adaptación se logró la reafirmación del compromiso adoptado en Glasgow, Escocia, para duplicar los recursos destinados a estas acciones. En el caso de mitigación no se lograron avances claros sobre la reducción de emisiones de GEI, porque esta discusión implica la transformación del modelo de desarrollo actual.

Crisis socioecológica y crisis económica: siempre pierden los mismos

Ahora bien, Argentina, además de ser parte de esta crisis climática a nivel mundial se encuentra viviendo una crisis económica, y muchas veces el ambiente y los bienes comunes parecen ser una respuesta para salir de la misma. De hecho, algunas personas suelen sostener que oponerse a algunas actividades extractivas es condenar a nuestro país al hambre y la pobreza. En otros casos se sostiene que el problema no son las actividades extractivas sino la disputa por la soberanía. En este mundo desigual, donde los países ricos del norte a través de sus formas de desarrollo extractivista casi nos dejaron sin planeta, parecería ser casi un acto de justicia poder ahora explotar en nombre de la patria nuestros propios recursos y lograr así nuestro desarrollo económico.

En los últimos tiempos esta discusión ha llevado a que quienes se autodefinen como ambientalistas se peleen entre elles, supuestamente entre posiciones más o menos desarrollistas o más o menos patrióticas y posturas más o menos cancelatorias de ciertas actividades productivas. El problema es que mientras estas discusiones suceden nuestros bienes comunes siguen siendo saqueados, la gente que vive en las zonas extractivas sigue sufriendo las consecuencias en sus territorios, cuerpos y vidas, y los dólares siguen yendo a otro lado. Sin duda los grandes ganadores de estas dicotomías ambientales son quienes jamás se van a definir como “ambientalistas”.

Más allá de estas posiciones, la realidad es que es una falacia pensar que el problema de la Argentina es la falta de divisas. Porque aunque éstas hoy se piensen en función de las metas de ajuste impuestas por el FMI para cumplir con el pago de una deuda odiosa y fraudulenta, lo cierto es que hay un problema estructural de redistribución de la riqueza y los ingresos. Ya van tres años de crecimiento macroeconómico sostenido, pero hace siete años que la puja distributiva de los ingresos viene siendo cada vez más regresiva para el conjunto de la clase trabajadora dejando a los sueldos cada vez más retrasados con respecto a los precios.

Esto provoca, entre otras variables, que la recuperación económica no llegue al conjunto de la población, sino que, por el contrario, recaiga sobre los bolsillos de los trabajadores y trabajadoras formales y de la economía popular. Entonces, ¿es posible conciliar los objetivos de la sostenibilidad económica y ambiental, y además hacerlo con inclusión y justicia social? Lejos de una simple dicotomía entre dependencia y soberanía el problema es la discusión sobre el modelo de desarrollo, porque aun soberano podría seguir teniendo las mismas graves consecuencias para humanos y no humanos.

En nuestro país una clara muestra de la desigualdad social se refleja en la caída de la participación de los trabajadores y trabajadoras en el PBI que pasó de ser del 51,8% en 2016 a un 43,1% en 2021. Pero esto también es evidente en políticas concretas como las del dólar soja, un nuevo tipo de cambio equivalente a 230 pesos que resultó en un beneficio al agropower para que liquiden sus dólares mientras los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, el eslabón más precarizado de la clase obrera, recibirá un mísero bono de fin de año.

El avance de la frontera sojera es sin dudas uno de los grandes problemas ambientales de la Argentina por su extensión: millones y millones de hectáreas de soja y pueblos enteros fumigados con agroquímicos para garantizar la producción, pero que a la vez causan daños irreversibles en la salud humana. A esto hay que sumarle la deforestación que se necesita para su desarrollo y las consecuencias ecológicas posteriores, como la erosión hídrica.

Desde que se liberó el uso de la soja transgénica a mediados de los noventa, las plantaciones del “oro verde” cubrieron el 60% de las superficies aptas para el cultivo. Incluso en 20 años, el uso de agrotóxicos aumentó un 800% generando altos niveles de cáncer, abortos espontáneos, niños y niñas que nacen con malformaciones, enfermedades respiratorias y de piel, entre otras. El lado oscuro y mortal del “boom de los commodities”.

Mientras se beneficia a estos grandes señores del campo que tienen la posibilidad de almacenar su producción del monocultivo de soja en silobolsas y esperar, mientras especulan y manejan los ritmos de la venta y sus precios, los pequeños productores y productoras de la agricultura familiar están sufriendo las consecuencias de la crisis climática que pone en riesgo su ciclo productivo y su economía. Las tormentas de las últimas semanas, en algunos casos con temporales de viento y granizo, se suman a las sequías extremas que se viven en algunas regiones del país, y a los incendios que afectan a distintas provincias. Estos eventos impactan directamente en la calidad, cantidad y en los precios de sus producciones, vulnerando sus derechos y su calidad de vida.

El problema radica en que mientras se siga apostando a una política de concesiones a los grupos económicos y a la desmovilización, con claras consecuencias que terminan pagando siempre las mayorías populares, las discusiones entre ambientalistas sobre la forma de explotar nuestros bienes comunes solo sigue dividiendo lo que podría unirse en busca de una alternativa que ponga a discutir, por ejemplo, la gestión social de esos bienes o la participación popular en el control de los mismos. De lo contrario, el debate se seguirá dando en una cancha marcada de antemano por un modelo global, capitalista, patriarcal, androcéntrico y colonial. En este sentido, el ambientalismo -como el feminismo y la economía popular- tiene la posibilidad de imaginar y construir una respuesta antisistémica que modifique el rumbo de aquello instituido y que a su vez plantee soluciones diferentes a las acostumbradas.

Fuente de la información e imagen:  https://primera-linea.com.ar

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