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Para Liliana: El lenguaje es la casa del ser

Venezuela/28 de Junio de 2016

Liliana Betancourt, es una joven quien por esas extrañas razones nació con sordera moderada, lo que conllevó a que tuviese pérdida de la capacidad auditiva, aunque para ella: ¡el lenguaje es la casa del ser!.

Hoy comparte su historia, con hablando a través de movimientos manuales, donde cada uno de ellos dice más de mil palabras…

Entrevista a Liliana Betancourt

Colaboración de Sara Valencia (Interprete de lenguaje de señas)

Por: Rose Mary  Hernández

Liliana nace en la ciudad de Calabozo-Venezuela, para  la fecha de 26 de Marzo de 1991. Hoy día, estudia Educación. Para esta joven, relacionarse con las personas pudo ser una gran desafío puesto que, dice: todos somos distintos, hemos crecido en ambientes y con personas diferentes lo que hace que no siempre seamos compatibles unos con otros. Liliana, le expresa a Sara que, llevar su aspecto al plano social es muy complejo porque en ese caso se comparten espacio y experiencias íntimas, significativas, que son, en muchos casos, complejas de equilibrar y sobrellevar.

Rose: ¡Buenos días Liliana, gracias por aceptar la invitación para decirle al mundo lo valiosa que tu eres!

Liliana, en lenguaje de señas, interpretado por Sara, responde: ¡Gracias a ti!

Rose: Liliana ¿Puedes contarme tu historia?

Liliana: Ok

Así comenzó su narrativa:

Yo nací siendo sorda y si es cierto eso de que hay vida después de la muerte y que los deseos se cumplen, pediría seguir siendo eso, sorda, como también quiero pedirle a las familias con miembros igual que yo, que no lo protejan, nosotros podemos valernos, somos seres independientes, con un mundo compuesto por palabras que cada quien interpreta según su propio ser. Para mí, la música se oye, se escucha y generalmente se canta al percibirla. Sin así mismo resulta una persona que no puede oír, simplemente se siente con el alma y el corazón y no hay impedimento para su expresión.

En la actualidad, formo parte de la Orquesta Sinfónica “Antonio Estévez”, en la ciudad de Calabozo  y también estoy trabajando en la producción de obras teatrales en el Teresa Carreño, en Caracas, llevando el guió de una interesante propuesta multimedia, que presenta el colectivo Variaciones Arte Escénico, en conjunto de la Universidad Iberoamericana, el que despliega un montaje inclusivo, donde cuatro jóvenes sordos comparten escena con actores y bailarines profesionales para hablar de discriminación, incomunicación, integración y la cultura de la Comunidad Sorda.

De igual manera, estoy próxima de Titularme como docente en la Universidad «Rómulo Gallegos» ese es mi mayor sueño.

Rose: Liliana ¿Qué significa para ti ser maestra?

Liliana: Para mí ser maestra es ser capaz de apreciar la ayuda de  la vida me ha brindado. Yo soy una persona que conozco el significado de los sufrimientos y esos estoy segura que me va ayudar hacer las cosas de otra forma. Un niño o niña sorda siempre es protegido y habitualmente se le ha dado lo que él quiere, desarrolla una «mentalidad de tengo derecho» y siempre se pone a sí mismo en primer lugar. Ignoraría los esfuerzos de sus padres. En casos extremos, son abandonados o excluidos, en ambos casos se nos está destruyéndolos como hijos.

Rose: Liliana, te busqué ayer en la universidad, me dijeron que te habías quedado en casa. ¿Puedes decirme que hiciste ayer en casa?

Liliana: (Rodó una lágrima al hacerlo).  Tengo un salón de clase, con dos amigos que son iguales a mí.  Hemos asistido a escuela en búsqueda de niños y niñas con sordera, para formar una escuela social, enseñar hablar desde el interior de nuestras voces. Ahí danzamos, bailamos y estudiamos…Espero que no dejen de asistir porque he llegado a apreciar la importancia y el valor de ayudar a la familia.

 Rose: Por favor: ¿Puedes darnos un mensaje de despedida, Liliana?

Liliana: Un abrazo, para mí el lenguaje es la casa del ser…las palabras, como se expresen, tienen el significado profundo de quien las dice o quien las escucha, con un buen o mal corazón.

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Michiko Amano. Cuando estoy triste, abro un libro y se alegra el mundo

61a5155941adc033f76fa2c898e5eaf5Hoy, cuando son cada vez menos los niños, niñas y jóvenes que se apasionan por la lectura, encuentro una esperanza en mi camino llamada Michiko Amano Mora, una joven extrovertida de 13 años de edad que estudia 8vo grado en el Instituto Escuela Maracay y que promueve entre sus amigas la lectura de diferentes libros.

Michiko, inició su hábito de la lectura desde muy temprana edad, con libros como “El Principito”, “Teresa, en sus diversas versiones”, “El Buho que no podía ulular”… posterior a esos, los libros más dirigidos a adolescentes como: “La saga de los juegos del hambre”, “la del Hobit”, “la de Divergente”, “Ciudades de Papel” y otras más.

Nos menciona que un día se dijo, “si leo lo que todo el mundo lee, entonces pensaré lo que todos los demás piensan”, después que había leído algo de Haruki Murakami. Entonces, desde ese momento decidí viajar en una lectura diferente a la que mis amigos leen. Por ello, me enamoré de Gabriel García Márquez (Gabo) y ya creo que me he leído todos sus libro, pero el que me atrapó fue “El Coronel No Tiene que le Escriba”, ya que, “el libro demuestra como la esperanza es la base del desarrollo. El coronel es más que un personaje, es un alma delirante que con sus personajes, logra que esta historia contenga esa gama de colores de la vida. La esperanza en su representación más sólida, es sin duda alguna, la del gallo, debido a que es donde existe una conexión en lo que es el pasado y el futuro del coronel… esta novela fue un viaje increíble para mí”, en esta orientación, se leyó “Doña Bárbara”, “Cien años de soledad”, “La Ilíada” y muchas más.

Otro día, buscando algo más que leer, me regalaron un libro que se llama “El Mundo de Sofía”, me fascino ese libro porque me enseño el mundo de la filosofía con cierta amenidad para mi edad por la narración donde la joven fue conociendo su propia identidad mientras desvela la capacidad humana de hacer preguntas sobre todo lo que está a su alrededor.

Una vez leí algo de Eduardo Galeano que me gustaría compartir, hasta lo tengo en mi Instagram y dice “Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias” y esto es muy cierto, solo hablamos de lo vivido.

“Mi sueño es tener una biblioteca gigante, como esas de película, donde tenga libros desde el techo hasta el piso y me tenga que montar en esas escaleras de madera rodantes para agarrar algún libro”, amo los libros.

Michiko, ¿La escuela fue quien propició que leyeras cómo lees hoy?, “me gustaría que fuese la escuela, pero más bien en la escuela solo memorizamos, repetimos lo que están en los libros de las materias, son pocos los profesores que nos hacen pensar, hacer análisis y esas cosas. Es un fastidio tener que aprender al caletre cada palabra de un libro para presentar un examen”. Quienes hicieron que me empezaran a gustar los libros fue mi tía Yumie y una señora que iba a la tienda, ellas me regalaban los libros y mi curiosidad por saber que contenía cada uno de ellos.

La historia de Michiko nos trae a la reflexión del papel de la escuela para la promoción de la lectura y para potenciar en los y las estudiantes el aprender a pensar, es por esa razón, debemos de re-pensar nuestro hacer docente en las escuelas y universidades, ¿Qué estamos haciendo para impulsar otras significaciones en cada uno de nuestros(as) estudiantes?, ¿Qué lectura promovemos para la re-creación?, ¿Es más importante que nuestros(as) estudiantes se aprendan literalmente lo que dicen los libros o es más importantes que ellos(as) comprendan los temas socializados?, sin fin son muchas las interrogantes que debemos hacernos para re-pensar nuestro quehacer pedagógico.

Hagamos la escuela incluyente, divertida e interesante, donde todos y todas se sientan dibujados(as) en cada una de sus partes.

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El día que buscamos una estrella en la escuela

Durante década y media trabajé en una hermosa escuela rural, que además era escuela granja con internado para niños de hogares humildes. Durante el día compartían los espacios escolares “externos” e “internos” de ambos sexos.  Por la mañana trabajaban en las aulas; por las tardes se rotaban entre actividades propias de los proyectos agropecuarios, las manualidades, la biblioteca escolar y una que otra partida de futbolito o básquet, mientras que por las noches hacían sus deberes escolares. Es imposible no dejar escapar un suspiro cuando uno recuerda esos días.

A la 1:30 de la tarde, después de almorzar y disfrutar de un breve descanso sonaba un timbre y todos acudían a la cancha a formar para organizarse en las distintas tareas. Ese día hacía mucho calor y el cielo estaba despejado. Por la mañana había pasado por varios salones y había escuchado a los maestros y maestras discutir los resultados de una prueba escrita sobre el sistema solar. Varios de los niños se me habían acercado a mostrarme los buenos resultados obtenidos en sus exámenes sobre el tema.

Entonces, sin mucho pensarlo, con la intención de felicitar públicamente a quienes habían salido bien en los exámenes, se me ocurrió decir:

Nadie se incorpora a las actividades de la tarde hasta que no me muestre una estrella.

El silencio fue sepulcral, después de unos instantes de silencio, algunos, los más rebeldes ripostaron diciendo más o menos:

Eso no es justo profe, tenemos entonces que esperar aquí hasta la noche.

Yo no salía de mi sorpresa. Entonces le pedí a Alberto, uno de los estudiantes quienes me habían mostrado su buen examen, que me leyera la respuesta sobre el que es el sol. Alberto, medio molesto sacó de su bulto escolar la prueba y la leyó:

El sol es una estrella con luz propia alrededor de la cual gira la Tierra.

Los murmullos, las risas y las burlas se propagaron acompañados de una expresión casi colectiva:

Noooo eso no se vale profe

El incidente podría ser una anécdota más de las que les narro y les seguiré contando sobre la praxis pedagógica. Pero es más que ello, es la evidencia de cuanto nos hace falta trabajar para que el aprendizaje no sea memorístico -si es que eso se puede llamar aprendizaje-  sino que sea realmente aprendizaje significativo.

Nos dimos cuenta que los niños no habían descubierto el sol desde un pensamiento científico y la noción de estrella era la del conocimiento popular, asociada a la noche, al brillo en el firmamento oscuro.  El incidente generó una serie de debates pedagógicos en la escuela respecto a cómo enseñar en contacto con la realidad y re descubriendo la cotidianidad que transformaron buena parte del proceso educativo en el plantel.

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Los maestros de la vida: Un encuentro con los saberes populares

Keyla Isabel Cañizales

Existen seres que están predestinados a dejar huellas; personas que con su ejemplo inspiran a otros. Sin necesidad de recurrir a conceptos y definiciones provenientes de algún diccionario, un “maestro/maestra” debería ser: “ese ser capaz de causar ese impacto en las personas”. Estableciendo como punto de partida esta atrevida concepción, a través de estas líneas compartiré algunas de las experiencias que son el resultado de los encuentros con lo que fueron esos “maestros de la vida”

Cuando inicie este ejercicio de introspección, la pregunta que me formulaba era ¿Qué maestra/o ha marcado mi vida?. Comencé a reflexionar sobre mis vivencias a lo largo de todos los niveles en que he estado estudiando; de repente como por arte de magia, recordé un episodio en mi época de bachillerato (nivel medio) cuando mi profesor de historia universal nos hizo la siguiente pregunta ¿Cuál es la persona que usted más admira?. Me vi sentada en mí pupitre escuchando atentamente lo que decían cada uno de mis compañeros de clase, quienes nombraban a personajes de diversas áreas, desde protagonistas de la historia como Simón Bolívar y Juana de Arco, hasta artistas y deportistas famosos. Cuando llego mi turno le respondí de manera espontánea: “Mi Abuela”; ante mi respuesta el profesor bastante extrañado me pregunto: ¿Tu Abuela, cuéntame porque la admiras?, le dije sin titubear: Porque es una mujer que se vino de su pueblo sin conocer a nadie y sabe muchas cosas.

En consecuencia, esa primera persona que identifique como una “maestra de la vida” fue mi Abuela o como me gusta decirle mi “Mama Elba”. El recuerdo de ese episodio en mi salón de clase, desencadeno un proceso de indagación en mi memoria buscando específicamente ese “sabe muchas cosas”, y les confieso que es imposible plasmar todo lo que recordé. Por ello, haciendo un esfuerzo de filtrado intelectual de todas las escenas, palabras y vivencias con esa “maestra”, les comparto algunas. Esa maestra se caracterizaba por esa sapiencia ancestral que provenía de la intuición y de su experiencia personal, desde allí compartía sin temor y sin egoísmo sus “saberes”; los cuales estaban desde como curar un golpe, tratar la amigdalitis, hasta eliminar un dolor de barriga. Sin contar las clases de historia, música, cocina, economía, política, ecología y valores que magistralmente transmitía, dejando siempre impresionados a sus interlocutores, a pesar de cómo decía ella “yo conozco la O por lo redondo”, indicando muy humildemente su condición de analfabeta.

Más allá del amor infinito que evidentemente siento por ese ser tan maravilloso, descubrí que cada día de su vida de diversas maneras y métodos, sin siquiera conocer lo que es un “modelo instruccional” o un “espacio dialógico”, ella desde la praxis estaba literalmente aplicando el “aprender haciendo” con esta pupila, y de primera mano corroboro que estos saberes se han mantenido y prolongado a lo largo de mi vida al punto de encontrarme transfiriendo ese conocimiento a otros.

En este paseo por el baúl de mis recuerdos, llego a mi mente el segundo personaje. Un vecino a quien llamaban “Marrufo”, un adulto mayor de aproximadamente 70 años. El de vez en cuando se acercaba a mi casa para conversar con mi Mama Elba; el verlos sentados conversando para mí era una experiencia fascinante, siempre los escuchaba de manera muy atenta, pues todos esas historias eran impresionantes. Los temas de conversación eran variados desde los acontecimientos durante la época de Pérez Jiménez y Juan Vicente Gómez, además de toda la evolución del pueblo, sus habitantes y no podían faltar todas aquellas vivencias de sus años mozos. Esas conversaciones me permitieron escuchar y entender muchas cosas que viendo en perspectiva eran temas polémicos y muy profundos para una adolescente. Ahora que ando por el camino de la enseñanza, me doy cuenta que me encontraba en un espacio educativo con enfoque holístico, basado en saberes populares, intuición, historia, situaciones y experiencias, en definitiva todo un legado de conocimientos para abordar la vida.

Marrufo a pesar de su avanzada edad, aún trabajaba él era encargado de cuidar una casona antigua, la cual cada vez que veía me fascinaba por lo hermoso de sus jardines y sentía mucha curiosidad de ver cómo era por dentro. Un día para mi sorpresa Marrufo me dijo ¿Quiere ir conmigo a conocer la casona?, recuerdo que mire a mi Mama Elba y ella sonrió y me dijo: Claro vamos”.

Cuando me encontré dentro de la casona (la cual es patrimonio de la ciudad donde vivo), se pueden imaginar mi emoción, caminaba por esos jardines hermosos, tocaba las puertas gigantes y me deleitaba con las aves que revoloteaban entre los arboles del lugar. Pero eso no terminaba allí, me tenían una sorpresa aun mayor, me llamaron y abrieron las puertas internas de la casa, era primera vez en mi vida que podía conocer algo como eso. Marrufo se dio a la hermosa tarea de mostrarme cada habitación, me indicaba quien había ocupado el espacio y explicaba cada una de las cosas que se encontraban en ese lugar. Al llegar a la sala que era amplia y muy hermosa habían muchos cuadros de personas, de las cuales me dijo con mucha seguridad, el nombre, fecha de nacimiento, que actividad hacia y cuando falleció cada uno de ellos. Luego nos fuimos a la capilla, pues para la época todas las casonas tenían su propia iglesia, allí recorrí esos muros, y Marrufo me decía con cara de orgulloso esta capilla solo abre una vez al año, para que la gente pueda entrar y eso es el 04 de diciembre que es el día de Santa Bárbara.

Como pueden apreciar, de primera mano conocí la historia de unos de los fundadores de la ciudad, eso es algo que nunca olvide. En ningún libro se encuentra reflejada toda la experiencia que significo estar presente en donde ocurrieron los acontecimientos, ver las paredes que guardaban tantas vivencias y tener la oportunidad en primera fila de una visita guiada por ese “maestro” llamado Marrufo.

Los maestros que nos da la vida son infinitos, solo debemos estar atentos para empezar a descubrir esos maravillosos tesoros que se encuentran escondidos detrás del don de la palabra, ese aprendizaje que solo sucede a través de la transmisión oral, el cual está impregnado de inocencia, sabiduría, amor por lo vivido, y en especial en esas ganas de compartir con el otro.

Definitivamente, los espacios de enseñanza y aprendizaje, no solo se encuentran en los ambientes formales y estructurados, aprendemos en cada lugar, en cada momento y con la persona que menos imaginemos, pero eso solo ocurre si estamos atentos, si escuchamos, y me permito afirmar si observamos. Porque la vida se escribe cada día.

Fuente de la imagen:http://3.bp.blogspot.com/-eqksLQOimIo/U0i1-yoHgSI/AAAAAAAAGjw/jIOSBy2o5og/s1600/1104CID01.jpg

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La inmigrante pedagógica

Me reconozco como alguien con inquietud marcada hacia el aprendizaje con otros y otras desde pequeña. Sin embargo, para nadie es un secreto, no me he educado, de manera formal en la docencia. Por eso, de forma abierta, me declaro como «inmigrante pedagógica».

La primera experiencia como docente que recuerdo, me tomó casi por asalto en los últimos años de bachillerato cuando, desde el grupo juvenil que integraba, decidimos ir a acompañar a personas en la unidad de larga estancia del actual Hospital Sor Juana Inés de La Cruz en Mérida. Tenía entonces 15 años y corría el año 1988 en una nación que despertaba políticamente a la luz de las insostenibles desigualdades sociales y económicas sembradas por décadas de rentismo petrolero y el bipartidismo que lo alimentó.

Esa iniciativa nos llenó de alegría al grupo de cuatro chicas que la asumimos, todas venidas del colegio Nuestra Señora de La Presentación, y siento que nos terminó convirtiendo en aprendices de formación básica en lectoescritura y matemáticas. Nuestro tránsito por la unidad de larga estancia nos puso en contacto con realidades hasta ese momento invisibles desde nuestra burbuja de estudiantes de un colegio privado de nuestra localidad en el cual nos inculcaban la piedad, la humildad y el servicio, como valores indiscutibles del ser humano pero que aprendíamos desde las aulas, y no desde lo cotidiano de habitar mirándonos con otros.

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En el Sor Juana conocimos a adultos y a niños que habían sido dejados a su suerte o que, por razones de acceso a sus hogares, estaban temporalmente separados de sus familiares. A riesgo de hablar por las otras muchachas, creo que no me equivoco si digo que ninguna olvidará a Heriberto, el pequeño de 4 años que padecía cáncer y, según nos dijeron, había sido dejado allí por sus familiares. Así como tampoco olvidaremos los otros niños, más pequeños aún, que presentaban serias dificultades que condicionaban su vida. Sin embargo, aunque Heriberto destacaba de modo radical por su vivacidad y desparpajo, y eso lo hizo dejar su huella en nosotras por ser niño y estar su suerte de vida echada, quizás el caso del chico Adonái fue aún más cercano para dos de nosotras.

Al llegar al Hospital pedimos que nos ubicaran un grupo con niños y niñas y otros con jóvenes y adultos. Adonái estaba en la unidad de larga estancia en la sección de adultos. Creo que tendría por la época unos 20 o 22 años. Estaba recluido porque un accidente de moto lo había dejado convaleciente luego de haber sufrido heridas en las extremidades y la cabeza. Él necesitaba rehabilitación posterior a la atención médica para ir progresivamente recuperando su motricidad. No sabía leer ni escribir y con él nosotras aprendimos a enseñarle y enseñarnos lo que considero es un arte tan crucial para la vida en sociedad y tan complejo de inculcar a esa edad como la lectura y la escritura.

Las sesiones de trabajo ocurrían en una habitación enorme, suelo gris y paredes de cemento mitad azul mitad celeste. Todo muy color a hospital. El olor a medicinas, vendajes y Micropórex(TM) inundaba el espacio alternándose con el olor a desechos coporales tan particular de los hospitales. Asistíamos en horas de la tarde de los viernes. La habitación era visitada por una temprana penumbra gracias a los enormes árboles que rodeaban el exterior del lugar, y pese a que había una ventana que permitía, desde ese lugar, visualizar el otro lado de la ciudad, que llamamos «el centro», apenas separada del Hospital por el tránsito del río Albarregas y la meseta que, dividida en dos, facilita su circulación como un parto infinito y recursivo.

Su proceso de recuperación fue muy lento y, obviamente, los escasos meses que compartimos con él, leyendo algunas historias cortas y poemas y ayudándole a escribir desde las primeras vocales, consonantes y juntando sílabas y palabras después, fueron insuficientes para poder mostrarle todo el mundo que se abría ante sus ojos con el aprendizaje de la lectura. Apenas pudimos ayudarle a avanzar en escritura de algunas palabras sueltas. Años más tarde, la vida me regaló la posibilidad de poder ver a Adonai andando con ayuda de un bastón y un libro en la mano. Entonces me hizo ilusión pensar que ese proceso de haberlo acompañado en su formación inicial a la lectura y escritura pudo haberlo enamorado a seguir leyendo y aprendiendo en su propio camino de vida.

Esa compañía, si la veo hoy en perspectiva, me auxilió en mi proceso de darme forma como inmigrante pedagógica haciendo, a mi modo, un camino propio de aprender-me a enseñar.

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Experiencia de una Nueva Praxis Evaluativa en Matemática

Experiencia de una Nueva Praxis Evaluativa en Matemática

Profesor José Eduardo Hermoso Q.

Siendo Yo Docente de matemática, años tras años, había venido buscando una manera de corregir lo más objetivamente posible a mis estudiantes e insistentemente cambiaba métodos de evaluación continuamente, ya que cada prueba, cada trabajo, cada evaluación, …, me llevaba irremediablemente a un grupo de estudiantes que aprobaba y a otro que reprobaba, a un grupo interesado y a otro menos interesado en la materia, por tanto me fui frustrando del rendimiento de los estudiantes y de su conducta ante la matemática, lo cual me llevo a preguntarme ¿Qué sabia yo de evaluación? y comencé a hurgar muchos conceptos y definiciones, sin encontrar en ello un aliciente que me permitiera entender el ¿por qué de mi frustración?, muchas de esas lecturas me parecían descontextualizadas, descabelladas y en otros casos me veía reflejado en el autor pero no conseguía los resultados que, según él debía lograr. Entendí que, en vez de revisar otros autores debía comenzar por revisarme a mí mismo y poner en duda todo lo que sabía hasta el momento, comencé así por mi materia, seguí por lo que es evaluación, y me fui indetenible a cuestionarme todo, hasta descubrir que yo tenía debilidades en los contenidos de algunas materias de bachillerato y pensé ¿cómo es posible eso?, ¿por qué no se esto de inglés?, ¿Por qué no recuerdo química?…

Entendí entonces que, en realidad estaba combatiendo con paradigmas establecidos desde hace mucho tiempo en la institución, que se habían instalado en el comportamiento de nuestros estudiantes, así, decidí romper con toda la experiencia de mi práctica educativa y empezar a trabajar desde los grupos, para lo cual debía re-concebir en los estudiantes el cómo se miraban entre ellos, trabajando así el desarrollo evolutivo en matemáticas, comencé entonces a trabajar en la evaluación de los grupos, imponiendo como regla normada en el salón que “todos debían pasar”, nadie podía aplazar, con el lema “o todos pasan o todos se quedan”, para lo cual, en pequeños espacios de la propia clase, explica la evolución del pensamiento, para que fueran comprendiendo de que no todos tenían el mismo desarrollo, y que por tanto, los más adelantados debían ayudar a los que más les costaba entender, fue así como comencé hacer dinámicas con todo el salón dentro del aula, de tal manera que, por ejemplo, en las evaluaciones colocaba una pregunta por persona, los reunía en grupo donde debía decidir quién era el líder del grupo, el cual tenía la responsabilidad de hacer trabajar a cada miembro, de hacer la preguntas al profesor, de distribuir la preguntas, entre otros, y luego cada miembro debía colocar en su hoja su respuesta más la de los otros integrantes del grupo, de tal manera que mientras copiaban la respuesta del compañero este le explicaba cómo había realizado el ejercicio, lo cual, abría un debate entre ellos. Al momento de evaluar, yo corregía los ejercicios sin colocar nota, así, a la clase siguiente les entregaba la hoja de la evaluación corregida pero sin nota, por tanto, cada estudiante tenía que venir a mí a explicar cómo había sido su metodología de trabajo, como se había comportado el grupo con él, como se había sentido con el grupo, y por último le preguntaba, ¿qué nota se ponía él?, no solo en la propia hoja de evaluación, sino, en el desempeño del grupo en el cual participó, también le preguntaba, ¿qué nota me ponía a mí como profesor?, tanto en la explicación del contenido como en las dinámicas de evaluación. Las respuestas aquí me dejaban asombrado, porque, a mi como profesor me colocaban notas altas entre 17 y 20 pero cuando tocaba la autoevaluación, muchos de estos estudiantes al ver la cantidad de detalles que le marcaban en la hoja se colocaban notas extremadamente bajas, otros simplemente me eran honestos y confesaban que terceros estudiantes le había realizado el ejercicio, otros le echaban la culpa al grupo, los más brillantes se colocaban altas notas y no asumían la responsabilidad del trabajo grupal solo del ejercicio que ellos habían realizado, y así sucesivamente. Evalué la autoestima y escuchaba cada uno de los argumentos y excusas que ponían sobre su actuación grupal y su nota, al final, les explicaba que la nota que ellos se ponían en realidad era la que yo me merecía, por tanto esas notas bajas como 08,09,10,…, eran la evaluación de mi actuación como profesor, esto causó impacto, ya que no habían relacionado mi papel como maestro y su rendimiento académico, les recordaba el lema “o todos pasan o todos se quedan”, y les preguntaba ¿cómo íbamos a resolver la situación?, ellos decían desde las propuestas más descabelladas hasta llegar a la más razonables, entre ellas estaba que el grupo de los que más sabían le explicaban a los que menos sabían, preparándolos para defender su evaluación, esto hizo que compartieran mas, que se conocieran, que tuvieran metas en común, que salvara sus diferencias, no necesariamente debían ser amigo, simplemente que entendieran que por sobre todo eran “compañeros de clase” y que debían ayudarse para alcanzar las metas establecidas por los profesores, así, se logró un empoderamiento de los estudiantes, sobre su actuación dentro y fuera de las clases de matemática, la comprensión inequívoca de que eran responsables de su vida y sus notas, que existía un relación directa entre lo que sabían en matemática, su actuación como grupo y la nota que sacaban en la materia, es decir, era un todo un conjunto, comprendieron además lo importante de mantener relaciones armónicas entre compañeros y a superar sus individualidades para alcanzar las metas en conjunto.

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Maestros… De periferia y marginalidad

Por: Liliana Medina de Luzón

7:00am del año 1980 en la puerta de entrada del Jardín de Infancia “Armando Reverón”, instalación educativa que en la actualidad lleva el nombre de Centro de Educación Inicial “Armando Reverón”, entre los Barrios “El Cementerio” y “Los Sin Techos”, ¡Vaya nombres, para denominar un lugar!, ubicado tan al Sur de Caracas que si asciendes un poco más tu caminar por la empinada barriada, tus ojos podrán divisar a lo lejos el Mausoleo del Ex Presidente y General Joaquín Crespo personaje de la robusta historia de un hermoso país llamado Venezuela.

Camisitas rojas, pantaloncitos azules y zapaticos negros van al ritmo apresurado del adulto madrugador dispuesto a trabajar. Huele a niñitos perfumados con colonia Menen, de sus pequeñas loncheras expelen olores maravillosos: A cahitos de jamón de la panadería de la esquina, a galleticas de fresa, arepa rellena con huevo y jamón, a pan recién tostado en un bendito hogar y, si rozas por fortuna un ladito de esa lonchera, sentirás el frío de un cuartico de jugo o rico malt (bebida achocolatada). Muchos muchachitos que no alcanzan los 6 añitos tienen caritas soñolientas y con cariño posan un besito a mamá, papá, abuelita, abuelito, hermanito mayor, tío o tía que le da la despedida para iniciar su primera etapa de formación. La maestra que recibe a la criatura sabe que algunos de sus representantes piensan que el Preescolar no es importante y que jugando no se aprende. Lo saben porque lo escuchan con desconcierto a la hora de la salida… Pregunta el adulto al niño: ¿Qué hiciste mamita y cómo te fue?, responde la niña: ¡Bien, jugué, canté con mis amiguitos e hice un dibujo! El adulto con una expresión en su cara banaliza un proceso transcendental en el inicio de la vida de todo ser humano: El juego colaborativo y el dibujo. Todo esfuerzo profesional parece crítico en aquel instante, pero se nutre cuando esa maestra gira su mirada al aula y rememora en un dibujo lo que se ha logrado ese día… ¡Qué  difícil es ser maestro cuando no hay reconocimiento social de la función docente!, pero que interesante historia cuando después de grande, un niño recuerda con amor a su maestra, entonces, el docente siente que desde esa óptica si existe el esperado reconocimiento a su labor.

7:32am, llega el camión de la leche escoltado por los muchachos del barrio, los que un día pasaron por las aulas de ese Preescolar pero decidieron edulcorar sus venas con variados elixires alucinantes: los compuestos químicos de un mercado de corto aliento de vida y fácil enriquecimiento.  Al llegar a la puerta de la escuelita gritan al unísono: ¡Maestraaaaa, llego la leche del Santo Andrés! (refiriéndose al Ex Presidente Carlos Andrés Pérez) Y aquella maestra con rol de Director que jamás se creyó, sale con sus compañeras a recibir al proveedor, lo primero que hace es decirle a sus aliados, a sus hijos de la vida que fueron sus aprendientes en el aula: ¡Ayúdenme muchachos a distribuir la leche a los niños! Y los mal llamados “malandros”, término que margina tanto como “cinturón de pobreza” o “zona marginal”, entre otros; entran en la escuela y ayudan a las maestras a repartir los potecitos del sagrado líquido alimenticio. Alguno de estos muchachos aún tienen esa mañana vestigios de ansiedad en su torrente, ojos rojos, ropas trajinadas y sus cuerpos están desprovistos de armamento; ellos piden a su maestra: ¡A su maestra favorita!, un potecito de leche y un abrazo como el que solía darles de pequeños. Ella no tiene mucho tamaño, es más bien menuda y delgada en comparación a sus discípulos. Les da un abrazo y uno de ellos siempre la besa en su mejilla o en la frente, otro dice: ¡Bien, maestra!, ¡bien por esa! (levantando el cuartico de leche). Carmen Cecilia Rodríguez de Medina, es la única Directora del sector que la protegen los malandros, comentan en el Distrito Escolar N°1; es la única Directora que se atrasa con el menester administrativo del ME pero va en sintonía con lo que sucede en sus aulas; es la Directora que ejerció el cargo porque no hubo nadie más a quien enviar a la “zona marginal” y, lo asumió como “función” en un momento histórico de escalafones y meritocracia.

Carmencita, cariñosamente llamada por sus allegados es Maestra Normalista de la Escuela Normal de la Gran Colombia en Caracas-Venezuela, nunca accedió a un Instituto Pedagógico o alguna Universidad, ese sueño lo anido en alguna de sus hijas y ojala se lo hayan hecho realidad. La expresión “quien estudia educación será pobre”, Carmen Cecilia nunca la entendió, pues, siempre recibió de su profesión lo que necesitaba para sentirse bien.

Ante el cuestionado tema del reconocimiento social del docente Carmen Cecilia siempre pensó que su legitimidad se mantiene vigente en el corazón de los niños que pasaron por su aula; esos que años después continuaban recurriendo a ella para una leche, para un abrazo, para acompañarla o cuidarla; dejando ver una valiosa premisa: los maestros ayer, hoy y siempre representan el “arco desde el cual parten los hijos como flechas vivientes (…) la flexibilidad en las manos de ese arquero siempre es gozo (…) el arquero ve el blanco sobre el camino del infinito, y las dobla con toda su fuerza a fin de que sus flechas vayan veloces y lejos” (Khalil Gibran).

Doblando el arco tan fuerte como puedas y sin perjuicios, ni valoraciones negativas, el maestro siembra una semilla imborrable en la vida de sus hijos, de sus estudiantes… A ti que me lees, maestro y maestra, de este tiempo convulsionado: ¿cuánto amor estás dispuesto a dar para hacer un giro cuántico en la educación de hoy?, ¿para educar con amor?, ¿para valorar y amar tu profesión sea cual sea el espacio en que la desarrolles?

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