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Guatemala: Los ladrones al poder

Los ladrones al poder

Carolina Vásquez Araya

Si durante la campaña electoral que ha comenzado -incluso desde antes de dar el toque de salida- el pueblo tuviera una bola de cristal capaz de mostrar el futuro, probablemente exigiría que los comicios se declararan desiertos, como se hace con los concursos en los cuales ninguno de los competidores tiene nada bueno que ofrecer. Es lo mínimo que puede esperarse de una ciudadanía harta de los abusos pero que no logra hacerse escuchar, ya sea porque su voz es inaudible o porque, simplemente, ni siquiera se ha manifestado explícitamente sobre la amenaza que se cierne sobre su destino.

Ya no es vergonzoso. Es aberrante la manera como algunos funcionarios, mientras saquean al país, se dan maña para construir todo un entarimado -supuestamente legal- con el propósito de impedir la inscripción de candidatos idóneos para los cargos de elección popular. ¿El motivo detrás de esas maniobras escandalosas? Muy simple: es porque esas opciones constituyen una amenaza contra sus intentos de mantenerse libres de una más que merecida acción de la justicia por los delitos cometidos a la sombra del poder.

Quienes han jurado defender la Constitución y las leyes, justifican sus actos de corrupción bajo el argumento de ser víctimas de persecución política, aun cuando es más que evidente cómo, durante las sucesivas etapas de mandatos presidenciales y parlamentarios, han logrado acabar con la poca credibilidad de las instituciones, apañar los delitos de sus cómplices en otras instancias y, lo que es aún más grave, han usado todos los mecanismos a su alcance para perpetuar su dominio sobre los recursos del Estado.

Las amenazas y atentados contra la libertad de prensa, por lo tanto, no son una mera casualidad, han surgido como respuesta a investigaciones y denuncias sobre los delitos cometidos por funcionarios públicos durante su gestión, así como las maniobras perpetradas a la sombra -dado que ni siquiera se cumple con el libre acceso a la información pública- con las cuales se pretende ocultar delitos cuyos castigos -de existir justicia- llevarían al Presidente, su gabinete y sus cómplices en las Cortes, directo a la cárcel.

Mientras el gobierno de Guatemala se blinda contra cualquier intento de retornar hacia un régimen democrático, como demuestra el esfuerzo de partidos de oposición para llevar a las elecciones a candidatos con un perfil acorde con las necesidades de cambio, el mandatario y sus huestes protegen a lo más granado de la podredumbre política: candidatos aliados con las organizaciones criminales (narcos, traficantes de personas, saqueadores del Estado y otras joyas de catálogo). Eso, porque ha sido tal el abuso de poder de las dos últimas administraciones, que solo transando con ese tipo de candidatos mantendrán la impunidad sobre sus actos.

Por eso y mucho más, su arma se ha centrado en el encarcelamiento o el exilio forzoso de quienes -desde la prensa o desde el sistema de justicia- representan voz de alerta, denuncias basadas en hechos comprobables o acciones decididas contra quienes han hecho de los actos de corrupción un remedo de gobierno. Guatemala merece una limpieza a fondo de las lacras que la conducen al desastre total. Los listados de candidatos a cargos de elección popular demuestran que el país ha alcanzado ya la más profunda degradación política.

Guatemala se debate impotente ante la realidad de un sistema colapsado.

Carolina Vásquez Araya

Periodista y analista política chilena, con más de 30 años de experiencia. Radica en Guatemala. Su columna se publica desde 1993 en el periódico más influyente de Guatemala y está centrada en derechos humanos, justicia, ambiente, derechos de la niñez y violencia de género.
Visite su bitácora en: https://carolinavasquezaraya.com

Fuente de la Información: https://www.aporrea.org/actualidad/a320296.html

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Guatemala, la batalla de los pueblos originarios por la ciudadanía

Guatemala, la batalla de los pueblos originarios por la ciudadanía

OLLANTAY ITZAMNA

En otras palabras, la negativa del Estado de Guatemala de permitir derechos políticos a indígenas y campesinos, y la acción ante tribunales y en las calles por parte de comunidades y pueblos originarios en Guatemala, es un asunto mucho más trascendente que el “simple” hecho de permitir o no la participación a indígenas en una contienda electoral. El asunto devela la situación real de la ciudadanía o no para las grandes mayorías del país. Y esto, a su vez, manifiesta la condición antropológica o no de las grandes mayorías de Guatemala.

El pasado 16 de febrero, miles de indígenas y campesinos de origen Maya y Xinca, junto a colectivos mestizos, desde las 6 de la mañana, ocuparon y protestaron en cerca de 20 puntos geográficos del territorio nacional exigiendo la restitución del ejercicio de sus derechos políticos de “elegir y ser electos como gobernantes” en un país con mayoría demográfica indígena.

Desocuparon los caminos tomados, al promediar el medio día, anunciando que volverán en unos días con más acciones colectivas de protesta por el reconocimiento de su ciudadanía en un país cuyos ancestros estuvieron desde antes de la Colonia española y, por supuesto desde antes de la actual Colonia republicana.

¿Qué ocurrió?

En Guatemala, con más 44% de población indígena (según censo nacional 2018), están abiertas las elecciones generales para junio del 2023. Allí se elegirá presidente, vicepresidente, 160 diputad@s, 20 representantes al PARLACEN y 340 alcaldes municipales y consejales.

Los pueblos originarios y campesinos de Guatemala, al igual que en el resto de los países del Continente, en los doscientos años de República, jamás participaron con organización política propia, ni candidaturas propias, en ninguna elección general.

En 2016, las comunidades rurales organizadas en resistencia, frente a los abusos de las corporaciones extranjeras en sus territorios, articulados en el movimiento CODECA, decidieron crear su propia organización política para participar en las elecciones, llegar a ser gobierno y realizar “cambios estructurales en el país racista”.

En 2018, las comunidades en resistencia, lograron crear e inscribir en el Tribunal Supremo Electoral (TSE) la organización política Movimiento para la Liberación de los Pueblos MLP. Lo denominaron instrumento político.

En 2019, sin tiempo y sin recursos económicos, participaron en las elecciones generales, y ocuparon el cuarto lugar con su candidata presidencial Thelma Cabrera, originaria maya mam. Pero, de manera asombrosa, el TSE únicamente les permitió una diputación en el Congreso de la República.

Desde entonces, las comunidades y pueblos en resistencia continuaron organizando, formándose bajo su horizonte del Estado plurinacional y el Buen Vivir, con la ilusión de ser por primera vez en la historia de Guatemala “ciudadanos plenos” con derecho a elegir y ser electos.

Elecciones generales 2023. TSE les impide participar con candidatura propia

Llegó el proceso electoral 2023. MLP, cumpliendo todos los requisitos exigidos por Ley, realizó su Asamblea Nacional para ratificar sus decisiones comunitarias, proclamó a Thelma Cabrera y a Jordán Rodas (ex procurador de Derechos Humanos) como su binomio presidencial. Pero, para sorpresa nacional e internacional, el TSE se niega a inscribir dicha candidatura argumentando: “invalidez del finiquito” de Jordán Rodas.

El finiquito es un documento filtro que Contraloría de Cuentas extiende a funcionarios públicos certificando que el portador carece de cuentas pendientes con la Ley. Y, efectivamente, según portal web, el finiquito de Rodas existe, y está vigente.

MLP coloca al Estado de Guatemala entre la Ley y las calles

Ante esta situación el MLP, decidió colocar al TSE, y al propio Estado, entre la “Ley y las calles”. Realizan todos los procedimientos de amparos legales ante tribunales correspondientes, pero al mismo tiempo, las comunidades en resistencia se autoconvocan para tomar las calles exigiendo el “reconocimiento de la cualidad de ciudad de indígenas y campesinos”.

Ahora, el Estado de Guatemala, mediante su aparato judicial, se encuentra en una encrucijada histórica: O anula legalmente la cualidad de ciudadanía que en teoría había otorgado a indígenas y a campesinos del país en 1953 (Decreto n. 900, liberación de la servidumbre indígena), o ratifica la ciudadanía plena a indígenas y campesinos, permitiéndoles participar en las elecciones 2023, con muchas posibilidades de ser gobierno. En cualquier caso, las élites fácticas del país se encuentran en situación difícil.

Exigen reconocimiento real de su ciudadanía

Indígena campesino, junto a su comunidad, en la toma de caminos, exigiendo inscripción del binomio presidencial de MLP

Portavoces de MLP, en reiteradas oportunidades expresaron: “Nosotros no somos electoreros. No queremos sólo ganar elecciones, y ser gobierno. Nosotros queremos realizar los cambios hacia un Estado plurinacional para el Buen Vivir mediante el proceso de Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional”.

Es estas palabras, y en las acciones colectivas que realizan, lo que propugna MLP es el reconocimiento de la ciudadanía plena para indígenas y campesinos que, en los hechos, jamás fueron reconocidos como ciudadanos con derecho a elegir, ser electos y a ejercer función pública. El o la indígena, en los hechos, para existir para el Estado, estaba obligado a guatemaltizarse: dejar su idioma y hablar castellano, cambiar su apellido indígena por uno mestizo, asumir estéticas y hábitus misticriollos…

En otras palabras, la negativa del Estado de Guatemala, mediante el TSE (ente llamado a promover la ciudadanización universal y democratización plena del país), y la acción ante tribunales y en las calles por parte de comunidades y pueblos originarios en Guatemala, es un asunto mucho más trascendente que el “simple” hecho de permitir o no la participación a indígenas en una contienda electoral. El asunto devela la situación real de la ciudadanía o no para las grandes mayorías del país. Y esto, a su vez, manifiesta la condición antropológica o no de las grandes mayorías de Guatemala.

Porque si se les niega la cualidad de ciudadanía (impidiéndoles el derecho a elegir y ser electos, ejercer función pública), se les niega la cualidad humana. En la lógica occidental, sólo los humanos pueden elegir, ser electos, y ejercer función pública. No los animales, ni las plantas… Entonces, en Guatemala, las y los indígenas, ¿Son ciudadanos? ¿Son seres humanos? Ésta son algunas cuestiones de fondo.

 

Fuente de la Información: https://ollantayitzamna.com/2023/02/18/guatemala-la-batalla-de-los-pueblos-originarios-por-la-ciudadania/#more-3696

 

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Ni olvido, ni perdón

Para mí, el 8 de marzo no es un día de saludos y parabienes. Es un día para conmemorar una de las tragedias más crueles e impactantes ocurridas en nuestro continente: la condena a muerte de 56 niñas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en Guatemala, perpetrada por el Estado guatemalteco bajo la presidencia de Jimmy Morales, quien dio directamente la orden de mantenerlas encerradas y de ese modo las condenó a una muerte atroz, quemadas vivas.

Ese día, el Congreso permaneció en silencio. También la Corte Suprema de Justicia, la Policía y el Ministerio Público. Todos cómplices de un acto incalificable. Las pantallas de televisión lo mostraron todo en detalle pero, hasta la fecha, los culpables han escapado a la acción de la justicia, comenzando por el ex mandatario.

Durante los días subsiguientes, los comentarios se dividían entre quienes experimentaban el horror por la tragedia y quienes, haciendo eco de los prejuicios atávicos de una sociedad dividida, culparon a las víctimas por su propio holocausto.

Esas niñas, como había denunciado la periodista Mariela Castañón en detallados reportajes en el diario La Hora, eran víctimas de abusos en una institución administrada por la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia de Guatemala, cuya misión es proteger a niños y adolescentes de una situación de maltrato y abandono.

En denuncias posteriores, se comprobó que las niñas eran violadas y sufrían castigos extremos, además de privación de alimentos y atención en salud y educación. También se denunció que ese centro se había transformado en un sitio de tráfico sexual, en donde las internas eran sometidas a la prostitución y el silencio.

Esto sucedió un 8 de marzo y no podemos olvidarlo. Ese día 41 niñas murieron calcinadas y apenas 15 sobrevivieron, si acaso se puede llamar supervivencia a la condena de vivir cubierta de quemaduras y con graves consecuencias físicas y psicológicas y quienes, como colofón al abuso sufrido, han recibido amenazas para impedir que hablen sobre los verdaderos hechos que las llevaron a protestar.

El 8 de marzo no es un día de felicitaciones ni mensajes edulcorados. Es una fecha para recordar cuánto camino falta para alcanzar la igualdad de derechos, para detener el abuso contra mujeres, adolescentes y niñas en un marco de sociedades patriarcales indiferentes a su situación de inequidad. El 8 de marzo es un día para avergonzarnos por nuestra sumisión ante un sistema patriarcal, retrógrado y perverso.

Es hora de asumir nuestra responsabilidad en este escenario de injusticia y luchar contra la falta de sensibilidad humana de quienes, desde el poder, permiten tragedias como esta.

Fuente: https://rebelion.org/ni-olvido-ni-perdon-3/

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Guatemala: ¿Nos encaminan hacia la oscuridad violenta del pasado?

¿Nos encaminan hacia la oscuridad violenta del pasado?

OLLANTAY ITZAMNA

En Guatemala y en Perú, países donde el sistema neoliberal depreda todo derecho colectivo y a todo defensor@s de derechos y comunicadores, incluso en nombre de la democracia y el desarrollo, resuena la pregunta. ¿Nos están encaminando hacia las oscuras épocas dictatoriales del pasado siglo?

No necesariamente. No se vuelve a una situación de dónde jamás se salió. Lo que ocurre es que el sistema cultural educativo hegemónico nos hizo creer las falacias de los patrones como verdades. En ese sentido, el oscurantismo criollo colonial bicentenario fue más eficiente que el oscurantismo de la Colonia española.

El oscurantismo criollo, bajo la falacia de democracia, desarrollo, Estado nación, etc., se instaló en nuestras estructuras psicológicas más profundas, configuró incluso nuestra personalidad e identidad, de tal modo que al colonizador criollo o acriollado ya no lo miramos como tal sino como nuestro demócrata, como nuestro inversionista, como nuestro gobernante, cómo nuestro Estado, nuestro Ejército, nuestra policía, nuestra Constitución Política…

En estas condiciones coloniales, ya ni es necesaria la presencia física y externa de la gendarmería colonial. Nosotros somos los gendarmes de nosotros mismos. Auto vigilándonos, auto censurándonos, para no transgredir los principios del orden democrático del Estado nación del patrón.

Manifestantes quechuas en el Cusco, ante la masacre estatal

Ud. dirá: “todo eso es radicalismo, es de resentidos”. Pero, díganos Ud. ¿Por qué el Estado nación mata a mansalva a sectores populares movilizados en las calles, como en el caso de Perú? ¿Por qué castigan en las calles y en las urnas a los pueblos de Guatemala que impulsan su liberación mediante la propuesta de un proceso de Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional?

Los pueblos originarios somos seres colonizados

En los hechos, los pueblos originarios y sectores populares de estos y otros países bicentenarios, jamás fuimos emancipados ni por San Martín, ni por Bolívar, ni por Morazán, ni por Sucre… El colonialismo, el despojo y el saqueo en nuestros territorios continuaron y continúan.

No somos, nunca fuimos ciudadanos en las repúblicas bicentenarias

Los estados naciones criollos nos “permiten sobrevivir” a indigenas y a sectores populares en condición de subalternos o siervos.

Pero, cuando los siervos colonizados se organizan, se movilizan, se comunican, ejercen sus derechos sociopolíticos para elegir a los suyos como gobernantes, entonces, las instituciones estatales criollas los bloquean, o los destituyen con artimañas. Ocurre en Perú, ocurre en Guatemala, y en otros lares.

Esto evidencia que las y los originarios, provenientes de sectores populares, nunca fuimos, no somos ciudadanos. Somos siervos colonizados por las repúblicas.

Por eso, cuando levantamos la cerviz para “ejercer nuestra cualidad de ciudadanía” el Estado/empresa/ejército nos reprime, encarcela y asesina con impunidad. Para el Estado nación, no somos ciudadanos, somos sus enemigos internos a aniquilar.

¿Qué procede?

Mirada de mujer originaria desde el Buen Vivir. Asamblea de pueblos en resistencia sociopolítica.

Entender que estamos colonizados por los Estado/empresa nación al mando del imperialismo euronorteamericano. Comprender que la condición de colonialidad nos habita hasta en lo más íntimo. Y en consecuencia, iniciar nuestro proceso de emancipación y decolonización, tanto a nivel individual, como comunidades organizadas. Son algunas tareas urgentes y constantes.

Comprender que no somos, jamás fuimos, ciudadanos de los estados naciones. Somos siervos, “enemigos internos” del Estado. Incluso si portamos títulos académicos, o nos cambiamos los apellidos originarios por los de los criollos o mestizos, no somos ciudadanos. Es otra de las cuestiones que debemos comprender y actuar en consecuencias.

Nuestro desafío es diseñar y construir nuevos estados plurinacionales, con autonomías territoriales, en los diferentes países del Continente para superar a los violentos estados colonizadores de criollos. Y ello implica consensuar nuevos ordenamientos jurídicos, nuevos procesos de asambleas constituyentes para consensuar nuevas constituciones políticas.

Fuente de la Información: https://ollantayitzamna.com/2023/03/

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Guatemala: El frío en la diáspora

El frío en la diáspora

Ilka Oliva Corado

Campestre siempre ha querido comprarse unas botas de invierno, pero su economía es tan precaria a pesar de sus tres trabajos. Se las imagina, se ve con sus botas puestas cubriendo sus pies de las temperaturas bajo cero. La ropa de invierno es cara y las botas mucho más, tener ropa de invierno es una opulencia para un migrante indocumentado como Campestre, de 76 años, sin derechos laborales.

Quisiera una chumpa[1]  y  unos guantes enguatados, también un pantalón, la ropa que usa para trabajar no lo ayuda con el frío, es la misma ropa de verano. Entonces se pone dos pantalones, dos camisas y dos chumpas, dos pares de calcetines y los zapatos más gruesos que tenga así no le traspasa tanto el frío cuando anda limpiando el estacionamiento del centro comercial en las mañanas.

Le ayudaría mucho también tener ropa adecuada en su segundo trabajo en las tardes, empujando carretas en un supermercado. No es mucho lo que le pagan, apenas para sobrevivir y tiene que hacer ajustes en los gastos de la comida, a veces sólo hace dos tiempos al día para guardar para las remesas que envía a su familia en Ayutla de los Libres, Guerrero, México.

Es en las noches en su tercer trabajo cuando lo ataca la nostalgia por el clima cálido de su tierra natal, Campestre es parte de las cuadrillas de indocumentados que cuando neva van a limpiar con pala y escoba las aceras y estacionamientos de casas y edificios residenciales. Observa a las costaladas de recién llegados, de desempleados y a otros que como él están en su tercer trabajo.  Hombres y mujeres por igual palean la nieve para que pase el que tiene la máquina y la empuje hacia donde van a dejar el volcán blanco en una esquina del estacionamiento.

Admira a quienes saben manejar carro y maniobrar esas enormes palas en la parte frontal de los vehículos de doble tracción, a él le hubiera encantado aprender a manejar tractor en su juventud, hubiera tenido un mejor salario en la finca donde trabajaba cortando tomates, pero era un oficio que no querían compartir los tractoristas para que nadie les quitara el puesto.

En el invierno estadounidense a él le toca echar la sal en una cubeta y regarla con la mano entre gradas y aceras.  Es un trabajo que sólo se realiza cuando neva, entonces cuando no neva, en las noches Campestre trabaja en una fábrica organizando tornillos que coloca en paquetes.

Es el mayor de la cuadrilla que limpia nieve, pero limpiando el estacionamiento del centro comercial hay otros como él, de su misma edad y también indocumentados, que como él no tienen familia en Estados Unidos. Con historias similares, de pobreza extrema, de muchos hijos qué criar, de hijos asesinados y nietos huérfanos.

Mientras limpia nieve piensa que le caería bien tener ropa adecuada de invierno, también para acostarse a dormir para que el frío del piso helado en el sótano que comparte con once migrantes más no traspase y le tulla[2] la espalda. No tiene colchón, duerme con la muda puesta sobre una sábana que dobla y que guarda cuando se va a trabajar.

Notas:

1 Chumpa: chaqueta corta y ajustada a la cadera

[2] Tullir: Hacer que alguien pierda el movimiento de su cuerpo o de alguno de sus miembros.

Con ropa de invierno Campestre no sufriría tanto por el dolor de la artritis en sus articulaciones, con el dolor de la caries en los dientes no puede hacer mucho, aguantarse como se aguantaba el mismo dolor en su juventud sudando en los surcos de tomates en las fincas en su natal Ayutla de los Libres.

Fuente de la Información: https://www.telesurtv.net/bloggers/El-frio-en-la-diaspora-20230125-0001.html

 

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Mujeres que apenas leen y escriben son maestras en áreas rurales en Guatemala

Texto: Gilberto Escobar

En el altiplano de Guatemala las madres se convirtieron en maestras durante el confinamiento exigido por la pandemia del COVID-19. A pesar que muchas de ellas apenas saben leer y escribir asumieron ese rol hasta el día de hoy en los hogares. 

Xerxaj queda a 210 kilómetros de la ciudad de Guatemala, en el municipio de San Andrés Xecul, Totonicapán. Ahí es donde vive María Floridalma Tuy, una niña de 10 años, escuálida y con las manos percudidas por el trabajo que realiza en el campo. Vive en medio sembradíos de maíz, en una de las tantas casas de adobe que se pueden ver ahí.

Desde que se confirmó el primer caso de covid-19 en Guatemala, el 13 de marzo de 2020, la niña ha pisado pocas veces la escuela. En ese momento, el recién electo presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, suspendió las clases a todo nivel. Desde entonces nada ha sido como antes, las escuelas fueron puestas bajo llave. En 2022, María recibió clases solo un par de horas durante unas semanas. Y cada día regresó a su hogar con una montaña de tareas.

Su casa está construida alrededor de un patio central. Las habitaciones rodean a este espacio en el que los niños y las niñas juegan y la familia seca el maíz. Las paredes están pintadas con cal, el piso es de tierra y por el techo de láminas de zinc oxidadas se cuelan unos rayos de luz.

En la aldea también hay casas más precarias, que son solo champas improvisadas sin luz y sin agua. Hablar de luz e internet en esta zona es hablar de que no se tiene acceso a esos servicios. Estas son las condiciones de vida de las zonas rurales de Guatemala. En esta aldea, la única construcción que hace la diferencia es una iglesia de color blanco.

En la entrada de la casa de la familia Tuy hay un molino de maíz que alquilan y con ese pago cubren gastos básicos, como la comida y la luz. María ayuda a su madre, Ana Macario Tuy, en los quehaceres domésticos. Solo el poco tiempo que le queda tras realizar esas tareas dedica al estudio.

Madre e hija hablan el K’iche’. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en Totonicapán el 98% de las personas se identifican como mayas y hablan este idioma.

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María Tuy sonríe al ver su cuaderno con una caricatura, su madre Ana le ayuda a hacer los deberes de la escuela después de realizar los quehaceres domésticos. (Foto: Gilberto Escobar)

En el hogar de María el silencio reina a tal punto que se puede escuchar cómo las manecillas de un reloj van girando, tic, tac, tic, tac. En octubre y noviembre con el receso de las clases, la niña dedica su tiempo a cosechar maíz y asegurar la comida para el próximo año. Muchos niños y niñas hacen lo mismo.

Canceladas las clases, el 31 de marzo de 2020, el Ministerio de Educación (Mineduc) inició un programa de televisión para que se pudiera dar continuidad al ciclo escolar de preprimaria, primaria y secundaria. Pero esa estrategia desconocía una barrera: no todos los estudiantes tienen acceso a tecnología, luz o conectividad. Y de esa barrera tecnológica María no escapó.

Ella no tiene internet en casa. Tampoco televisión, solo una radio arcaica y empolvada. Cuatro focos y un teléfono celular, en el que no se puede utilizar WhatsApp, es el combo tecnológico con el que cuenta para estudiar.

“Las primeras semanas no hice nada, los cuadernos se quedaron guardados”, cuenta la estudiante. Recién empezó a desempolvarlos cuando el Mineduc envió guías de estudio para que cada niño las resolviera en casa. En la escuela a la que asiste María crearon un grupo de WhatsApp, pero ella no pudo estar. El único celular que hay en la casa lo utiliza el padre y es tan antiguo que solo sirve para hacer llamadas, no permite descargar aplicaciones.

Bienvenido Argueta Hernández fue Ministro de Educación en 2009-2010 y es especialista en temas educativos. Él cuenta que en esta compleja realidad hubo maestros que hicieron hasta lo imposible por llegar a esos lugares donde la tecnología es todavía un sueño. En el caso de María, a pesar de las dificultades ella se ha mantenido en la escuela. Ha sido un trabajo difícil y al que su madre asumió como propio.

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Mujeres que sólo hablan K’iche’ y apenas saben escribir fueron las encargadas durante la pandemia de la enseñar a sus hijos los conocimientos de la educación primaria. (Foto: Gilberto Escobar)

La madre de María

La niña baja de un viejo guardarropa su mochila empolvada, y muestra sus cuadernos. Son ocho, casi todos repletos de ejercicios y tareas resueltas. Al lado está su maestra, no la de la escuela sino la que asumió su educación en casa, su madre. Ella ha ayudado estos años de pandemia a su hija con las tareas escolares y cuando no puede pide ayuda a familiares o vecinos, o busca un lugar con internet.

Es bajita y viste un traje maya, al igual que su hija. De huesos anchos, manos curtidas por el trabajo en el campo y el cabello amarrado con una cola. Habla rápido y bromea de vez en cuando con su hija. Así es Ana. Apenas sabe leer y escribir, y si bien tiene 37 años su apariencia es la de una mujer mayor.

Ana no tiene un método de enseñanza, pero durante estos años en los que la educación en las aulas se paralizó, ella asumió el vacío que el Estado dejó al no garantizar la educación de su hija.

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«Ana no tiene un método de enseñanza, pero durante estos años en los que la educación en las aulas se paralizó, ella asumió el vacío que el Estado dejó al no garantizar la educación de su hija».

«Y ¿le ha sido difícil asumir ser la maestra de su hija?». Ana se queda callada y el rostro se le llena de nostalgia hasta que ensaya una risita y dice: “Sí, sobre todo en matemáticas. Míreme, soy una mujer de campo, humilde. Pero no quiero que mi hija se quede sin estudiar, quiero que ella salga adelante”.

En la casa no hay pizarrón, tampoco marcadores. El método de Ana se reduce a completar la guía que manda el maestro, una hoja con indicaciones y ya. Pero no siempre ella entiende las indicaciones. Por eso, Ana también debe buscar ayuda cuando no sabe resolver las tareas de su hija. En muchas ocasiones va en búsqueda de un café internet (cibercafé), y le paga al encargado para que haga las búsquedas pertinentes.

Sin embargo un cibercafé no es algo que está a la vuelta de la esquina. El que ella frecuenta está a por lo menos a 20 minutos caminando primero por el campo y luego por calles pavimentadas.

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María Tuy y su hermanita pequeña viven en una casa sin internet y rodeada de de maíz y leña, tampoco tienen televisión, sólo una radio arcaica y empolvada. (Foto: Gilberto Escobar)

“Hay niños que se quedaron sin educación. No volvieron a las escuelas porque los padres dijeron: ‘Para qué si no tenemos teléfono’. Pero yo preferí ayudar a mi hija desde aquí, desde casa” dice Ana.

Argueta considera que en los hogares del área rural de Guatemala alguien (que no fue el Estado) se hizo cargo de la educación. Si no fueron las madres, fueron los tíos, o un hermano mayor. “Siempre, siempre hubo alguien que asumió la educación en las comunidades”, afirma el ex ministro.

“En las escuelas públicas, las redes sociales y mensajería a través del WhatsApp fue el primer recurso que tuvieron los estudiantes para resolver el tema educativo”, dice Argueta. En estos casos, reconoce, que “en el área rural las madres asumieron el rol de supervisar que se realizarán las tareas.Mientras que desde el Ministerio de Educación no existieron planes sistemáticos para darle continuidad al aprendizaje”.

Para el ex funcionario la situación educativa no estaba bien desde antes de la pandemia y con la llegada del COVID-19 eso se complicó.

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Ana, quien se encargó de la educación de su hija durante la pandemia, apenas sabe escribir ni leer. Ella fue aprendiendo ya de grande, gracias a los programas del Comité Nacional de Alfabetización (Conalfa). (Foto: Gilberto Escobar)

Analfabetismo un mal visible

Ana apenas sabe leer y escribir. Ella fue aprendiendo ya de grande, en el camino y gracias a los programas del Comité Nacional de Alfabetización (Conalfa). Durante su niñez debió  ayudar a su madre en los oficios domésticos, la pobreza fue un factor decisivo en su educación. Pero eso no le pasó solo a ella. Según las estadísticas oficiales, en Totonicapán el 35% de las mujeres son analfabetas. Otros departamentos que también tienen porcentajes altos son: Quiche con 42%, Alta Verapaz con 41%, y Huehuetenango con 36%. Ubicados en el altiplano de Guatemala también comparten un alto porcentaje de analfabetismo, de ruralidad y de población indígena.

María Marta Vásquez Chan es la maestra a la que Ana busca cuando no logra resolver sus dudas en el cibercafé. Vásquez Chan enseña a leer y a escribir a mujeres adultas, aquellas que no pudieron ir a la escuela a la edad indicada.

La docente, que viste según las costumbres del lugar, domina el idioma de la región y eso permite que el proceso de alfabetización sea más amigable. Conoce las penas de sus estudiantes y también sus metas, sus sueños. En muchas ocasiones ella resulta ser una consejera y sugiere soluciones a los problemas cotidianos.

Vásquez Chan lleva 12 años haciendo esto, yendo a buscar a las mujeres a sus casas, motivándolas para que aprendan a leer y a escribir. Por ello recibe un pago mínimo del Conalfa. Le pone empeño y mucha paciencia a esa misión. “El método para enseñarles a leer y escribir es el mismo que se utiliza con los niños menores”, cuenta.

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Los niños y niñas de Xerxaj, San Andrés Xecul, han pisado pocas veces la escuela desde la pandemia. El presidente suspendió las clases a todo nivel. En 2022, sólo tenían un par de horas semanales de clases. (Foto: Gilberto Escobar)

El Conalfa promueve la alfabetización en el país para la población joven y adulta a partir de los 15 años de edad. El último Censo elaborado en Guatemala (2018) calcula que en el país hay 1 millón 412 mil 813 mujeres sin acceso a la educación. Es decir, un 21.7%.

La alfabetizadora cuenta que a las mujeres mayores se les dificulta escribir: “Tiene las manos endurecidas por el trabajo en el campo, que es duro, rudo. Por eso, ella tiene varios ejercicios para ablandar las manos hasta que logran sujetar un lapicero”. Y agrega: con las mujeres mayores se empieza desde cero, desde la estimulación motora, haciendo bolitas de papel y así, con mucha paciencia en dos meses podrán sujetar un lapicero de la manera correcta”, detalla la maestra.

Ana, la madre de María, es una de las que pasó por ese proceso. “Aunque todavía le tiembla la mano derecha cuando escribe y sujeta con mucha fuerza el lapicero, con la práctica ha ido mejorando”, cuenta la alfabetizadora.

Con la llegada de la pandemia, el número de mujeres a las que se les enseña a leer y a escribir aumentó. “Me di cuenta que ellas buscaban alfabetizarse para ayudar a sus hijas e hijos en las tareas de la escuela en la casa”, afirma Vázquez Chan.

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En San Andrés Xecul, Totonicapán, el 98 por ciento de la población habla el idioma K’iche’ por lo que fue difícil para los padres poder enseñar a sus hijos los conocimientos de educación primaria durante la pandemia, esto ha causado un gran rezago educativo. (Foto: Gilberto Escobar)

Tecnología una utopía en el área rural 

Según el censo nacional solo el 12% de la población mayores de siete años utiliza una computadora en Totonicapán y el un 18% utiliza internet. En ninguna de esas estadísticas está María, en su casa no cuentan con nada de eso.

María del Carmen Aceña también fue Ministra de Educación pero en 2004-2008. Para ella, con la llegada de la pandemia, “el Ministerio tuvo una gran oportunidad de transformar el sistema educativo, pasar a un modelo tecnológico, pero no lo hizo”, dice.

Aceña es consciente que hacer esa transformación en Guatemala es difícil, más no imposible. Uno de los factores que señala la exministra es la poca conectividad que hay el país solo el 30%. Y en Totonicapán del total de su población (418 mil 569) sólo el 16% tiene acceso a internet, eso según el censo poblacional de 2018.

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La casa de Ana y María está rodeada de maíz en proceso de secado, las niñas ayudan a sus padres en el campo cuando no están en la escuela, y muchos abandonaron sus estudios durante el parón provocado por la pandemia. (Foto: Gilberto Escobar)

La exministra también menciona otro de los graves problemas que enfrenta la niñez rural: la desnutrición crónica y, como ella subraya: “eso frena su aprendizaje”.

Según la última Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil (ENSMI), realizada en 2014, el departamento con mayor índice de desnutrición crónica es Totonicapán con el 70%.

De momento, el Mineduc anunció que las clases para el 2023 darán inicio el 15 de febrero de manera presencial. Ana va seguir estudiando, en los planes de la familia no está contemplada la compra de un celular inteligente y menos de una computadora. Claro que Ana se mantiene alerta. Si la pandemia recrudece y las clases presenciales siguen suspendidas ella seguirá siendo para María la maestra en casa pese a que apenas sabe leer y escribir.

Fuente: https://www.no-ficcion.com/project/mujeres-totonicapan-educacion-pandemia

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Otros horizontes

Por: Ilka Oliva-Corado

Escucha a lo lejos la alarma del reloj despertador, voltea a ver, son las tres y treinta de la madrugada, se levanta adormitado y camina hacia el baño, desde la noche anterior dejó la cubeta llena con agua para no tener que ir a esa hora a sacarla al tonel que está en el patio. En un costal tiene cuatro mudas de ropa, saca una que planchó la noche anterior y se alista para esperar al repartidor de pan que no tarda en llegar.

En una de las dos hornillas de la estufa de mesa pone a calentar los frijoles, en la otra calienta las tortillas, del refrigerador saca una bolsa con crema y queso fresco del que pasó dejando el vendedor que llega desde Taxisco cada semana, se sirve una taza de café y del canasto del pan saca dos zepelines. Se sirve los frijoles, coloca las tortillas en una manta y comienza a desayunar, son las cuatro de la mañana, en una hora tiene que abrir la abarrotería, pero antes a Ovidio le toca limpiar y organizar el mostrador como todos los días antes de abrir.

Después de limpiar el mostrador, barrer el local y sacudir el polvo de las estanterías coloca en bolsas el pan frío del día anterior para venderlo a mitad de precio.  Cuando le dijeron de irse a la capital a atender una abarrotería se ilusionó con estudiar en la escuela nocturna, porque ese fue el trato con el dueño, un hombre originario del mismo pueblo que se fue a Estados Unidos de indocumentado y regresó veinte años después con papeles y con dinero para poner un negocio y regresarse al Norte. Llegó a la aldea diciendo que era un migrante empresario.

En su natal, Nahuatán, Pajapita, San Marcos, Guatemala, Ovidio no tenía más futuro que agarrar para Estados Unidos como han hecho docenas de jóvenes de su aldea, cosa que él también quería hacer, pero su mamá le dijo que si se iba lo más probable sería que no se volvieran a ver, como les ha sucedido a tantos que mueren en el camino, en Estados Unidos o mueren los papás en la larga espera del retorno.  Le suplicó que no se fuera tan lejos, que le había dolido tanto en el parto como para que se fuera y no lo volviera a ver.

Apalabraron con su empleador que le daría dos bonos anuales, diez días de vacaciones al año y las fiestas de fin de año podía ir a visitar a su familia, que podía finalizar sus estudios en la escuela nocturna y podía vivir en el mismo local que tenía una habitación atrás muy cómoda, pero nada de eso fue cierto. Ovidio lleva siete años trabajando en la abarrotería en la capital, duerme a pocos pasos de los tambos de gas propano en un colchón tirado sobre el piso, maloliente, que ya estaba ahí cuando llegó.  Se levanta en la madrugada, cierra la abarrotería a las diez de la noche y se va a dormir a la media noche, no puede hacerlo antes, tiene que hacer las cuentas del día, ordenar producto y organizar las estanterías.

El dueño de la abarrotería abrió tres locales más y contrató jóvenes de la misma aldea para que los atiendan, le han dicho sus amigos de la aldea que el tal migrante empresario los está explotando. Su mamá le dice que no renuncie, que ahí tiene techo y comida y que cambiar de trabajo le implicaría gastos. Que aguante, que está joven, que ya vendrá la oportunidad de algo mejor. Ovidio entre los sustos de los tambos de gas propano que almacena para la venta, también ha sufrido infinidad de asaltos, los barrotes no lo protegen de una bala o de las amenazas de cuando salga al mercado a comprar frutas y verduras para la abarrotería lo venadeen para matarlo sino entrega el dinero.

Se enteró que en la misma situación se encuentran varias jóvenes que trabajan en las tortillerías del sector, ellas mismas le han contado que en las abarroterías de los alrededores también hay jóvenes indígenas atendiéndolas, que los llevaron desde sus pueblos y que apenas hablan el español. Como él que llegó hablando mam y el español lo habla a medias a pesar de los años que lleva viviendo en la capital. Y que de asaltos ni se diga, que hasta notas han ido a dejarles donde los asaltantes les piden una cuota semanal para no matarlas. Los dueños de las tortillerías se hacen los desentendidos, a pesar de que en las noches les han ido a manchar las paredes con sangre como advertencia.

Carmen, una de las muchachas que atiende en la tortillería no quiere arriesgarse más y perder la vida en un asalto, ni estar dejando los pulmones torteando para llenarle las bolsas a otros, lleva meses diciéndole que se vayan a Estados Unidos, que un primo suyo los recibe allá, se van a ir cinco de sus compañeras de trabajo y se van a unir a una de esas caravanas de migrantes hondureños que atraviesan Guatemala.

Finalmente, Ovidio se decide, una madrugada cualquiera se levantó como de costumbre, recibió el pan. No abrió la abarrotería, salió por la puerta de atrás, agarró el dinero de la semana y llamó al dueño para avisarle de su renuncia, también le dijo que la copia de la llave se la dejaba con las muchachas de la tortillería de la esquina, que no se preocupara que no se robó nada.

En el camino hacia México los dos pasaron por San Marcos, pero Ovidio no quiso ir a visitar a sus papás, porque su mamá lo iba a convencer otra vez de no irse, entonces se fue solo así, como se van los más golpeados de las clases sociales: como aves en bandadas buscando otros horizontes.

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

Blog: Crónicas de una Inquilina

Fuente de la información: https://ilkaeditorial.com

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