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La educación como campo de disputa

Por: Pablo Imen.

El ex ministro Esteban Bullrich tuvo como primer hecho público de su gestión un encuentro en Jujuy, en febrero de 2016, que culminó en la denominada «Declaración de Purmamarca», en la cual el Consejo Federal de Educación «afirma la unánime voluntad de construir sobre lo construido a lo largo de estos años, en pos de concretar los desafíos pendientes…». Dicho de otro modo, el texto valoraba positivamente lo realizado en los gobiernos previos y se comprometía a recorrer un camino con continuidades fundadas en el reconocimiento de lo construido, y la voluntad de avanzar en asignaturas pendientes.

Muy pronto estas palabras fueron desandadas, tanto en el plano del discurso como en el de los hechos, abriendo un proceso de descalificación y desmantelamiento de las construcciones político-educativas y pedagógicas ocurridas entre 2003 y 2015.

En el segundo semestre de 2016 descerrajó contundentes definiciones. En septiembre —en el marco de un acto en Choele Choel— afirmó: «Esta es la nueva Campaña del Desierto, sin espadas, con educación». En octubre —en el marco del coloquio empresarial de IDEA— advirtió que «este sistema educativo no sirve más» lo cual desmiente el compromiso de febrero y reafirma su amenaza de septiembre. Un mes después en la 22 Conferencia de la UIA remató otro basamento del proyecto educativo de Cambiemos. Dijo Bullrich: «Yo no me paro aquí como ministro de educación, me paro como gerente de recursos humanos».

En el plano de los hechos hubo acciones muy concretas en dirección inequívoca: reducción presupuestaria, vaciamiento de los programas centrales del Ministerio de Educación, profundización de una descentralización desigualadora —tanto en el plano de los programas antes coordinados por Nación como en el de las negociaciones paritarias—, introducción o profundización de la mercantilización educativas (desde el Acuerdo Federal Minero al convenio con Microsoft, pasando por ONGs como Enseña por Argentina o Junior Achievement). Se anunciaron programas como Escuelas del Futuro —un proyecto que pone en el centro del proceso educativo a la tecnología— y en CABA se avanzó con iniciativas muy fuertes y controvertidas como las orientadas a la radical reforma del nivel secundario (Secundarias del Futuro) o la amenaza del cierre de los Institutos de Formación Superior Docente para su reemplazo por una Universidad de CABA para la formación de futuros docentes en la Ciudad. Iniciativas como el desprolijo pero revelador proyecto de ley denominado Plan Maestro van delineando un corpus ideológico, político educativo y pedagógico.

En suma, esta política educativa fundada en la descalificación de lo existente y en la imposición inconsulta de proyectos de cambios regresivos se sostiene en un sustrato mercantilista, tecnocrático y autoritario. La voluntad del elenco gobernante para propiciar cambios profundos regresivos se ha revelado en todos los planos de la política pública.

En el caso de la educación pública se debió enfrentar al menos a tres factores resistentes a las orientaciones de Cambiemos. En primer lugar, a una acendrada y rica tradición de educación pública asentada —con todas sus tensiones internas, contradicciones e insuficiencias— en una idea muy consolidada de Estado Docente y de educación como derecho ciudadano, social y humano. En segundo lugar, a un colectivo docente con una larga tradición democrática y combativa nacida con el mismo Sistema Educativo Formal. En tercer término, a los avances conseguidos en el período de gobiernos kirchneristas en muchos planos de la vida educativa.

El campo de la educación —y particularmente en la extensa esfera de la educación pública— se ve atravesado por un conflicto profundo y de imprevisible desenlace. Por un lado, las fuerzas coaligadas del Poder Ejecutivo, ciertas fracciones del saber experto, empresas interesadas en el promisorio negocio escolar, medios de comunicación propaladores de la crítica a la educación pública y sus protagonistas por todas las vías posibles. Por el otro, asistimos al pronunciamiento crítico sobre la política educativa producto del análisis y la movilización de amplísimas comunidades educativas, sindicatos docentes, movimiento estudiantil, universidades públicas, referentes pedagógicos y organizaciones sociales y políticas.

Estas luchas son abiertas, y en ocasiones, como la instalación de la Escuela Itinerante frente al Congreso, están golpeadas por la violencia institucional promovida por un Estado de talante cada vez más autoritario. La noción de calidad educativa entendida como resultados de operativos de evaluación estandarizados ha sido objeto de críticas fundadas por investigadores, educadores, sindicatos y el movimiento estudiantil. La manipulada relación entre educación y empleo que se propone subordinar la vida escolar a los intereses de la acumulación capitalista ha sido duramente cuestionada en documentos densamente argumentados como en contundentes consignas de lucha.

Mientras se despliega esta agenda resistente, hay en construcción un programa político educativo y pedagógico identificado con el llamado del Movimiento Pedagógico Latinoamericano, fundado por la Internacional de la Educación en 2011, en Bogotá y conformado por sindicatos docentes, movimientos sociales, referentes pedagógicos, espacios culturales, etc.

Las expediciones pedagógicas, la sistematización de experiencias, los encuentros y congresos pedagógicos promovidos por sindicatos docentes y universidades públicas constituyen dispositivos que revelan un mundo invisibilizado por los factores de poder interesados en difundir una noción de educación pública como campo minado y trágico.

Esos espacios —aún insuficientes pero en expansión— dan cuenta de experiencias pedagógicas en las cuales el educando es el centro del proceso educativo, y que se proponen lograr una educación para la vida y por la vida. Son innúmeros los proyectos que apuntan a una educación de inspiración emancipadora, capaz de promover la autonomía de pensamiento, de atender al desarrollo integral de todos los aspectos de la personalidad, de introducir un modelo de trabajo liberador, estimular la libre expresión, formar ciudadanos gobernantes fundados en el aula y la escuela como construcción colectiva.

La educación se convierte en un complejo territorio de lucha. Por un lado, entre la agenda neocolonial, neoliberal y neoconservadora del macrismo y las resistencias de comunidades e instituciones educativas. Por otro, en la afirmación de una pedagogía radicalmente democrática que se funda en una historia latinoamericana de invenciones —desde Simón Rodríguez a Paulo Freire— que está en construcción y reconstrucción permanente.

Fuente del artículo: https://www.lacapital.com.ar/educacion/la-educacion-como-campo-disputa-n1528812.htm.

 

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¿Conoces los juguetes adecuados para cada edad de tus niños y niñas?

Por: Rosanna Herrera

Velar para que los niños y las niñas reciban lo mejor durante sus primeros años de vida es la intención del Instituto Nacional de Atención Integral a la Primera Infancia (Inaipi). Por esa razón es que, a propósito de la celebración del Día de los Santos Reyes Magos, fecha propicia para regalar juguetes, orientan a las familias a obsequiar juguetes adecuados para cada edad, con miras a que adquieran nuevos aprendizajes que aportarán a su óptimo desarrollo y no representen un peligro para su seguridad.

Cero a 6 meses
De acuerdo a la encargada de Educación Inicial de la organización, Stefanie Moscoso, destaca que durante su primer año, el juguete preferido del niño es su propio cuerpo, ya que necesita aprender a conocerlo y coordinar sus movimientos. Asimismo, señala que los juegos más apropiados en esta etapa son los que estimulen todos sus sentidos, que sean fáciles de agarrar y que les inviten a conocerse y desplazarse, como móviles para la cuna con música y movimiento, sonajeros (de material blando) o mordedores de distintas texturas.

6 a 12 meses
Moscoso asegura que en el segundo semestre los bebes son más activos y disfrutan los juegos que les permitan moverse, entender el mundo que les rodea y relacionarse con sus cuidadores a quienes serán más apegados en esta etapa.

Los juguetes más recomendados para esta período son juguetes musicales, libros de plástico o de tela, mantas o alfombras con distintas actividades, entre otros.

1 a 2 años
A partir del año, y en función del momento en que comienzan a caminar, los niños disfrutan mucho los juguetes que puedan arrastrar, empujar y les ayuden a mantenerse de pie y en equilibrio; así como los juegos que les inviten a mejorar la precisión de los movimientos de sus manos y dedos. Algunos de estos son los que se puedan arrastrar y empujar, encajados de madera de piezas grandes, cubos o vasos apilables, entre otros.

2 a 3 años
A partir de los dos años, empiezan a ser más autónomos, son muy activos y su capacidad de aprendizaje es sorprendente. Por este motivo, el juguete educativo empieza a estar presente en su juego para convertir el aprendizaje en algo natural y divertido. Además, les gustará imaginar escenas para imitar a los adultos de su entorno o situaciones cotidianas. Los preferidos son carros, trenes, camiones y carretillas, que puedan empujar, cargar, llenar y vaciar.

3 a 4 años
A partir de los tres años, la posibilidad de juegos a elegir es muy variada. Cada pequeño tiene una personalidad, intereses o habilidades diferentes y la elección dependerá de estas, que tengan reglas faciles de entender y que les ayuden a trabajar su concentración. Además, el juego en grupo empieza a resultar una experiencia divertida, siendo perfectos los juegos de mesa grupales, las actividades de exterior y los juegos imaginativos. Entre los juguetes preferidos se encuentran disfraces, instrumentos musicales, rompecabezas, entre otros.

4 a 5 años
A partir de los cuatro años, la imaginación predomina en sus juegos. Además, los amigos ya forman parte de su vida y les encanta pasarlo bien con ellos. En materia educativa deben seguir formando parte de su aprendizaje, que refuerzan con conceptos y que aprenden de forma lúdica. Les encanta jugar con los amigos o la familia, siendo un momento perfecto para socializar y mejorar la comunicación. Es importante no limitarlos solo con los juguetes que tradicionalmente se consideran para uno u otro sexo (niño, niña) ya que estos desarrollan habilidades diferentes, que son muy importantes para ambos sexos. Por lo general, a esta edad prefieren juegos de mesa, como bingo y dominó, de imágenes, bicicletas, patinetas y patines, bloques, entre otros. Lo mejor es ser medidos en la cantidad de juguetes, comprar muchos no significa que vayan a jugar más, sino que van a valorar menos el significado de cada uno.

Fuente del artículo: https://www.listindiario.com/la-vida/2018/01/05/497474/conoce-los-juguetes-adecuados-para-cada-edad-de-tus-ninos-y-nina

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Fascism’s return and Trump’s war on youth

By: Henry Giroux

Fascism is all too often relegated to the history books.

The word conjures up a period in which civilized societies treated democracy with contempt, engaged in acts of systemic violence, practised extermination and elimination, supported an “apocalyptic populism,” suppressed dissent, promoted a hyper-nationalism, displayed contempt for women, embraced militarism as an absolute ideal and insisted on obedience to a self-proclaimed prophet.

But the seeds that produced such fascist horrors have once again sprung to life, returning in new social and political forms.

Today, a culture of fear dominates American society, one marked by massive inequities in wealth and power that not only uphold structures of domination, but also view differences as threats, compassion as weakness and shared responsibilities —if not the common good itself — as pathology.

Fascist thought is on the rise all over the world, but its most blatant and dangerous manifestation has emerged in the Trump administration.

Fear and the ethos of mass consumerism —coupled with widespread insecurity and ignorance —now drive people into a malignant notion of security, self-inflicted cynicism and into the arms of demagogues like Trump. For too many Americans, critical thinking and hope have given way to emotional bonding and the revival of the discourse of ultra-nationalism and bigotry.

Trump: Not Hitler, but dangerous nonetheless

Trump is not Hitler in that he has not created concentration camps, shut down the critical media or rounded up dissidents; moreover, the United States at the current historical moment is not the Weimar Republic.

But in the Trump era, remnants of fascism exist in different shapes and forms and include a celebration of the cult of the leader, systemic racism, the embrace of a toxic macho-populism and state support for ultra-nationalism, racism and the threat of violence against critics.

All of these elements are evident in Trump’s rhetoric and policy initiatives.

Trump’s corporate brand of neoliberal fascism is highly visible in right-wing policies that favour deregulation, corporate power and the interests of the ultra-rich.

Instead of draining the corporate swamp, Trump has embraced the merging of corporate and political power, and in doing so has turned the state into a battering ram designed to serve the most powerful and wealthiest members of society.

Trump’s mode of fascism is a unique product of our times, our commercial culture, and a corporate controlled media, all of which saps the foundations of a viable democracy.

American culture is advertising-saturated and celebrity-based, and has permitted a rich self-promoter to abandon any pretense of civility, accountability or integrity in order to hype, scam and market his way to power.

Call it Fascism, American-Style. It’s returned in the shadow of neoliberalism, with its celebration of the market as the template for governing all of society and its concentration of economic and political power in relatively few hands.

Friendly with dictators

How else to explain Trump’s unapologetic support and friendly attitude toward right-wing dictators such as the self-confessed killer, Rodrigo Duterte, president of the Philippines, Russia’s Vladimir Putin and China’s Xi Jinping, all of whom have a fawning attraction to Trump given he exhibits little interest in their massive human rights violations.

Trump and Philippines President Rodrigo Duterte speak during a bilateral meeting at the ASEAN Summit in Manila in November 2017. (AP Photo/Andrew Harnik)

Trump’s fascism is also on full display in his ramping up of the police state, his relentless racist rhetoric, taunts and policies that cast Blacks, immigrants and Muslims as people unworthy of respect, compassion and dignity, and in his support for a war culture.

The latter is marked by his expansion of the U.S. military budget, his provocations aimed at North Korea and reckless policies such as recognizing Jerusalem the capital of Israel —widely condemned by almost all world leaders — that destabilize the Middle East, Asia and other parts of the world.

But there are more subtle, if not under-examined, indicators that point to resurgence of fascist principles in the United States.

One of the most powerful is Trump’s war on youth.

Finance capitalism now drives politics, governance and policy in unprecedented ways. And it’s more than willing to sacrifice the future of young people for short-term political and economic gains, if not democracy itself.

In an apparent war on children, the Trump administration provides a disturbing index of a society in the midst of a deep moral and political crisis — not the least of which was the president’s support and defence of an accused serial pedophile, Roy Moore, in his unsuccessful attempt to win an Alabama Senate seat.

‘Foreclosed hope’

Too many young people today live in an era of foreclosed hope, an era in which it is difficult either to imagine a life beyond the tenets of a savage form of casino capitalism or to transcend the fear that any attempt to do so can only result in a more dreadful nightmare.

Youth today are not only plagued by the fragility and uncertainty of the present, they are, as the late Polish philosopher Zygmunt Bauman has argued, “the first post-war generation facing the prospect of downward mobility [in which the] plight of the outcast stretches to embrace a generation as a whole.”

American youth, especially those marginalized by race and class, are subject to the dictates of the punishing state. Not only is their behaviour being criminalized in schools and on the streets, they are also subject to repressive forms of legislation.

Several states are sponsoring legislation that would make perfectly legal forms of protest a crime that carries a huge fine, or subjects young people to possible felony charges? Increasingly, young people are viewed as a public disorder, a dream now turned into a nightmare.

The most recent example is evident in budget and tax reform bills that shift millions of dollars away from social programs vital to the health of poor youth to the pockets of the ultra-rich, who hardly need tax deductions.

As U.S. children’s rights activist Marian Wright Edelman points out, such actions are particularly alarming and cruel at a time when “millions of America’s children today are suffering from hunger, homelessness and hopelessness.”

She adds: “Nearly 13.2 million children are poor – almost one in five. About 70 per cent of them are children of colour, who will be a majority of our children by 2020. More than 1.2 million are homeless. About 14.8 million children struggle against hunger in food insecure households.”

Cruel mindset

The Trump administration is more than willing to pass massive tax cuts for the rich while at the same time refusing to fund the Children’s Health Insurance Program, which supports over nine million children.

Republican Senator Chuck Grassley, meantime, has argued that tax cuts shouldn’t benefit the poor because they will just waste the money on booze and women.

So if you’re not rich, it’s because you’re lazy. Really? Tell that to the 10,000 people, some of them children, who may die each year as a result of losing their health insurance due to the proposed Senate tax bill.

Such a mindset, and statements like Grassley’s, are more than cruel, they represent a political and economic system that has abandoned any sense of moral and social responsibility.

In this view, children are undeserving of aid because offering such government support flies in the face of a ruthless neoliberal ideology that insists that the only responsibility of government is to aid the rich and powerful corporations.

If the poor are suffering and subject to harsh conditions, according to Grassley’s logic, it is because of a lack of character.

Another under-analyzed example of Trump’s war on youth can be seen his cancellation of the DACA program (Deferred Action for Childhood Arrivals), instituted in 2012 by former president Barack Obama.

Under the program, over 800,000 undocumented immigrants brought to the country as children or teens before 2007 were allowed to live, study and work in the United States without fear of deportation.

Loyola Marymount University student and dreamer Maria Carolina Gomez joins a rally in support of the Deferred Action for Childhood Arrivals, or DACA program, in California in September 2017. (AP Photo/Damian Dovarganes)

In revoking the program, Trump enacted a policy that is both cruel and racist, given that 78 per cent of DACA residents are from Mexico. These are the same immigrants Trump once labelled rapists, drug addicts and criminals.

Trump’s contempt for the lives of young people, his support for a culture of cruelty and his appetite for destruction and civic catastrophe are more than a symptom of a society ruled almost exclusively by a market-driven survival of the fittest ethos.

‘Systemic derangement’

It is about the systemic derangement of democracy and emergence of fascist politics that celebrates the toxic pleasures of the authoritarian state with no regard for its children.

Trump is the apostle of moral blindness and unchecked corruption, and he revels in a mode of governance that merges his never-ending theatrics of self-promotion with deeply authoritarian politics.

One of the most disturbing features of Trump’s fascism is his disregard for the truth and his embrace of an infantilism that demonstrates, for young people, a lack of any viable sense of critical thought, agency and commitment to social and economic justice.

What’s more, Trump has unleashed a rancid populism and racist-fuelled ultra-nationalism that mimics older forms of fascism and creates a culture of cruelty that both disparages its children and cancels out a future that makes democracy possible for them — and therefore all of us.

At the same time, Trump has embraced a merging of corporate power and politics that is characteristic of all fascist regimes, and in doing so, he has shifted wealth and resources away from vital social programs for young people into the hands of the financial elite.

There is more at work here than regressive tax policies, there is also an attempt to disable the welfare state by eliminating its funding.

Domestic terrorism

One result is what might be called the unleashing of a form of domestic terrorism — terrorism practised in one’s own country against one’s own people —in which young people are subject to state violence and relegated to forms of terminal exclusion, spheres of social abandonment and set adrift in a state of disorientation and despair.

Under this new resurgence of fascism, thinking is dangerous, public spheres that promote critical thought are considered pathological and youth are viewed as a threatening disoriented class, especially those marginalized by race, sexual orientation and class.

And so under Trump, the winds of fascism have accelerated into a hurricane and pose a haunting crisis for youth, the future and democracy itself.

That crisis of youth under the Trump regime is a political disaster of the first order and threatens every vital cultural and political ideal, principle, social formation and public sphere that makes a democracy possible. It’s best illustrated by Trump’s support for Moore, a homophobe, unabashed racist and an accused child predator, sexual harasser and sexual abuser.

Yes, fascism us making a comeback and is with us once again — yet Moore’s defeat in the deep-red state of Alabama to his Democratic challenger gives us reason to hope. Black voters, particularly black women, and young voters stood up to say “no more.”

Fascism requires those among us who value equity, fairness, justice and morality to defeat it. To stop fascism, it is crucial that we show that democracy is the only alternative, and that the grotesque elements of fascism will be challenged. Here’s hoping Alabama is just the beginning of such a struggle.

Source:

https://theconversation.com/fascisms-return-and-trumps-war-on-youth-88867

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Cachar haciendo el bien

Por: David Calderón

Pronto serán diez años que colaboro en El Financiero, tratando específicamente temas de educación. Cuando inicié, Carlos Ornelas y Manuel Gil eran las casi únicas voces que comentaban sobre educación, seguidos por Pedro Flores Crespo y uno que otro sobreviviente del Observatorio que inició Latapí.

Afortunadamente hoy hay multitud de espacios para el debate: desde el espacio en Nexos que coordina Alma Maldonado, hasta los espacios que se han ganado los profesores mismos, primero en Educación Futura y ahora en Profelandia, Docentes Primero y en otros blogs. En los últimos años he compartido el espacio con veintidós de mis compañeros de Mexicanos Primero, en una apuesta por ir consolidando una presencia ciudadana continua, con convicciones definidas pero que sobreviva a la individualidad y al aislamiento.

Lo que nos puede pasar a todos, antiguos y recientes comentadores, es que nos refocilemos en la limitación que descubrimos y nos empantanemos en la ácida denuncia. Siempre será necesario un examen crítico de lo que ocurre en la política pública, desde su formulación hasta su realización, que sin duda es su prueba de fuego. Pero si no ofrecemos propuestas y experiencias que muestran alternativas, nuestra indignación puede ser estéril.

Como en todo ciclo de reformas, hay ahora un agotamiento por la distancia entre lo postulado y lo efectivamente acontecido. Si no fuera porque se trata de una señal de disgusto social, sería divertido: me llamó la atención lo airado de los comentarios por la salida de Aurelio Nuño de la SEP. El hecho de que renuncie, sostuvieron muchos (que en frecuentes ocasiones habían pedido que saliera) es una señal de que los procesos o contenidos de las reformas implementadas no pueden tomarse en serio, no tienen valor o sirvieron sólo de trampolín político, y por ello hay suficientes elementos para no colaborar, no apreciar lo logrado o para suspender definitivamente la evaluación de desempeño.

Esa carambola de tres bandas -“Me ofende la salida de un funcionario, y por ello ese cambio es prueba de mal diseño o deficiente ejecución de la política, de manera que estamos invitados, justificados o autorizado a evitar su continuidad”- tiene explicación emotiva, pero cuesta trabajo captar en ello la argumentación racional.

Seguro que más allá de la anécdota ramplona de la publicidad oficial (“a mí me fue muy bien con la evaluación”) o su gemela inversa (“me escribe un profesor que salió en primer lugar y dice que no sirve de nada la evaluación”) debe haber en la realidad razones para la esperanza. Son muchos los corazones heridos de los profes (“los maestros no esperamos nada de nadie”, me escribió alguno, sin duda lastimado, en un vivaz intercambio en las redes sociales; así lo piensa esa persona, así lo desea y eso merece respeto y empatía, pero las décadas de dominio de las cúpulas de SNTE y CNTE, el encargado de Finanzas del Sindicato promocionando entusiasta a Nueva Alianza o el exsubsecretario González en un mitin de López Obrador son todavía muestras de que algunos sí esperan, y eso lo aprovechan un experto grupo de abusivos.

En todo caso, para el final del año sostengo que un gran propósito es que todos quienes tenemos el privilegio de comentar los ires y venires de la política educativa busquemos, además de describir falencias y emplazar a funcionarios por su incongruencia, identificar buenas prácticas, sea que éstas se produzcan por la reforma normativa, a pesar de la reforma normativa o más allá de ella.

Nos hemos vuelto especialistas en “cachar haciendo el mal”. Y eso impulsa la justicia y la reparación, o al menos algunos exploramos los medios para que así ocurra. Pero nos damos el reto de que al menos en la misma medida volvamos a conocer y reconocer la trama de dedicación, entrega y logro que sostiene a la educación en México, aunque es como es y está como está. Así que afinaremos la mirada, para “cachar haciendo el bien”. Ya hemos probado, y hay historias maravillosas para compartir. Y no son anécdotas; son verdaderas revoluciones en curso. Son como la escuela que queremos; nos corresponde compartirlas y emplazarlas como reto a la pasividad, a la conformidad y al desánimo.

Fuente del Artículo:

Cachar haciendo el bien

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Navidad, nacer de nuevo

Por: Frei Betto

“No hay duda de que la Navidad papanoélica es la única festividad en que la resaca se anticipa a la conmemoración”, dice Frei Betto. 

La Navidad es un tiempo de desazón. Apremiados por la publicidad que cambia a Jesucristo por Papá Noel, se nos desdeña como ciudadanos y se nos seduce como consumidores.

Aunque tengamos dinero en el bolsillo, se instala un hueco en nuestro corazón. Aumenta la temperatura de nuestra fiebre consumista y, discípulos fundamentalistas de una secta extravagante, nos adentramos mediante una procesión motorizada en las catedrales de Mamón: los shopping centers.

En esas construcciones imponentes, brillantes falsos de la escenografía cosmopolita, nos aguardan las ofrendas de la salvación, premisas y promesas de felicidad. Exhibidas en elegantes anaqueles y vitrinas relucientes, escoltadas por bellas ninfas, las mercancías son como imágenes sagradas dotadas del milagroso poder de hacernos ingresar en el reino celestial de quienes hacen de todo para morir ricos.

Libres de las figuras profanas que contaminan el exterior, como los niños que transforman las ventanillas de nuestros carros en cuadros de pavor, recorremos silenciosos las naves góticas, elevados por la música aséptica y el aroma achocolatado de exquisitas golosinas.

Con ojos ávidos, inclinamos el espíritu de capilla en capilla, atendidos por solícitas sacerdotisas que, si bien no pueden ofrecer gratis el manjar de los dioses, al menos nos lo brindan con sus trajes de vestales romanas condenadas a la belleza obligatoria.

Es el altar de nuestros sueños, el Cielo anticipado en la Tierra en forma de joyas, aparatos electrónicos, ropas y productos importados que nos redimen del pecado de vivir en este país cuya miseria arruina el paisaje.

No hay duda de que la Navidad papanoélica es la única festividad en que la resaca se anticipa a la conmemoración. Tómense vinos y castañas, panetelas y pavos, y un puñado de regalos: he ahí la receta para disfrazar una fecha. Y ahogar emociones y sentimientos. Pero no es Navidad.

La mercancía se convierte en la "diosa" de la Navidad moderna. Foto: ValenciaBonita.

La mercancía se convierte en la “diosa” de la Navidad moderna. Foto: ValenciaBonita.

Para festejar la Navidad se necesita avivar los afectos y servir a la mesa corazones y solidaridad, destapando el alma y convirtiendo el espíritu en pesebre donde renazca el Amor. Darse en vez de dar, estrechando lazos de familia y vínculos de amistad.

Urge abrir el diccionario impreso en los dobleces de nuestra subjetividad y sustituir competencia por comunidad, envidia por reconocimiento, resentimiento por humildad, yo por nosotros.

En estos trópicos calientes, mejor que con nueces conviene gratificar la lengua con prudencia, privándose de hablar mal de la vida ajena.

Un poco de silencio, una oración, la retracción del ego favorecen el encuentro con uno mismo, sobre todo de quien se reconoce alienado de Dios, de los otros y de la naturaleza. Nada cuesta pisar el freno en la atropellada carrera de quien, en el afán de superar el ritmo del tiempo, corre el riesgo de abreviar la vida por el agotamiento del cuerpo y la confusión de la mente.

Antes de los brindis, se recomienda llenar el corazón de ternura hasta que se desborde por los ojos y se derrame en caricias y besos.

Porque ¿de qué vale la Navidad si no tenemos el valor de regalarnos la decisión de nacer de nuevo?

 

Imagen: Folhox.

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Navidad, nacer de nuevo

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La educación y el final del sexenio

Por: Blanca Heredia

La prioridad concedida a transformar la educación nacional marcó el inicio de la administración Peña Nieto. En el derrotero de ese cambio, el gobierno en turno se juega parte importante de cómo se escribirá su legado y su historia. 

Durante 5 años, las autoridades educativas, el magisterio organizado, los directivos y los docentes han desplegado un sinfín de acciones en torno al proyecto a favor de una educación de calidad con equidad. Pocas veces antes, la educación había ocupado un lugar tan relevante y visible en la agenda gubernamental y en el debate público.

Mucho del trabajo de las autoridades ha sido técnico, una parte muy grande ha sido político. Para impulsar el cambio, resultó indispensable administrar enormes y variadas resistencias, ofrecer incentivos para la cooperación, generar alianzas. Había y hubo así que echar mano de la política y esta se empleó con creces –a ratos mejor, a ratos peor– para sacar adelante la reforma.

A la fecha, se registran avances significativos. Destacan entre ellos, la alta prioridad concedida al tema educativo en la agenda gubernamental y el tránsito hacia un sistema basado en reglas claras para el acceso, promoción y permanencia en cargos docentes. El nuevo sistema dista mucho de ser perfecto (en particular, en materia de evaluación del desempeño). Con todo, la instalación de criterios transparentes y parejos orientados a distinguir entre los que cuentan o no con la capacidad para ocuparse de las tareas educativas, ofrece un mejor método para seleccionar a personas interesadas en realizar esas tareas que el viejo entramado clientelar y discrecional que tendía a premiar la disciplina y la lealtad sindical por sobre la capacidad docente.

Otro avance importante ha sido la formulación de un nuevo mapa para la educación nacional. El “nuevo modelo educativo” explicita el destino buscado (ciudadanos libres y creativos), renueva contenidos y métodos pedagógicos, y especifica otros apoyos y condiciones requeridos para alcanzar las finalidades propuestas. En lo estrictamente educativo, el nuevo modelo plantea novedades valiosas: énfasis en aprendizajes clave en sustitución del viejo esquema enciclopédico, involucramiento activo de los alumnos en sus aprendizajes, e incorporación de un espacio para que las propias escuelas decidan parte de sus contenidos curriculares.

No queda tiempo para que el gobierno intente aterrizar la reforma educativa en todas las aulas del país. Mal haría, por otra parte, en enfocarse en el cumplimiento proforma de la ruta de implementación y en diluir el cambio para intentar captar el voto de los maestros. Para afianzar el impulso transformador y evitar que se disipe, haría falta un empujón final. Uno capaz de inspirar y, simultáneamente, ofrecer a sus operadores en tierra herramientas concretas para el aterrizaje del cambio.

Resultaría vital, en primerísimo término, comunicar mejor el porqué de la reforma a los maestros en un lenguaje que los interpele de forma directa, así como dotar a docentes y directivos de guías y ejemplos concretos sobre lo que se espera de ellos (nuevas rutinas para la gestión; ejemplos vivos de una buena sesión de clase; tipos de evaluaciones que más contribuyen al aprendizaje, saberes; actitudes y habilidades específicos con los que se aspira egresen de los diversos ciclos de la educación obligatoria los estudiantes). Sería deseable, asimismo, buscar conformar una masa crítica de docentes, autoridades locales y líderes sociales diversos interesados en impulsar una educación relevante y significativa. Un cambio tan amplio y complejo, mismo que tomará varios años y muchísimas voluntades requiere apóstoles y consensos que atraviesen clases, regiones, sectores y preferencias electorales. Para formar un grupo así, se requerirá un relato fuerte y conciso capaz de mover emociones, así como invertir tiempo e inteligencia en su conformación.

Al gobierno de Enrique Peña Nieto le queda muy poco tiempo. Ojalá que, en materia educativa, no quede todo en libros blancos confeccionados a toda velocidad, en concesiones que vulneren lo alcanzado y/o en estratagemas puramente electoreros.

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La educación y el final del sexenio

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El Supremo obliga a las administraciones a que no segreguen a los estudiantes con discapacidad

Por: Daniel Sánchez Caballero

Las familias con hijos e hijas con discapacidades han recibido una buena noticia y dado un paso adelante en la defensa de sus derechos. El Tribunal Supremo acaba de notificar una sentencia por la que, además de dar la razón a una familia en su lucha por la escolarización de su hijo en un centro educativo ordinario en La Rioja, entra de lleno por primera vez en la cuestión del derecho a la educación inclusiva en todo su espectro, desde el acceso a la permanencia.

El Supremo establece en su sentencia que las administraciones educativas están obligadas a lograr la plena inclusión de los alumnos con discapacidad, que la escolarización ha de hacerse sí o sí en un centro ordinario excepto en casos realmente excepcionales y que debe mantenerse así, realizando las “modificaciones y adaptaciones (…) necesarias y adecuadas”, excepto si resultan una “carga desproporcionada o indebida”, que en ningún caso significa agotar las medidas disponibles sino las posibles.

Nada nuevo bajo el sol, puede pensar alguien que conozca la normativa vigente española, que ya contempla esta manera de proceder. El problema es que en estos casos  en España muchas veces la ley va por un lado y la realidad por otro completamente diferente, y ahora las familias tendrán una sentencia del Supremo que puede sentar jurisprudencia y a la que apelar en caso de conflicto. En España había en el curso 2014-15 un total de 173.797 alumnos con algún tipo de discapacidad, de los que 34.349 están escolarizados en centros de educación especial (un 19,7%), según datos del Cermi. Uno de cada cinco no parece que sea algo excepcional.

“Es la primera sentencia del Supremo que entra de lleno y a fondo en todo el contenido del derecho a la educación inclusiva”, valora Juan Rodríguez Zapatero, el abogado que ha llevado el caso junto a la Fundació Gerard. “Además, es muy importante en cuanto que precisa bien, con rigor y de forma detallada, las obligaciones y los mandatos de las administraciones educativas y los centros en el tratamiento de la educación de los chicos y chicas con discapacidades. Establece una serie de mandatos que deben cumplirse para que de verdad se garantice la igualdad en el acceso a la educación, precisamente para evitar situaciones discriminatorias”, explica.

La Rioja pierde

La sentencia del Supremo supone el punto final de un caso ocurrido en La Rioja, donde el Gobierno de la región envió a un centro específico a un alumno que estaba en un aula TEA (trastorno del espectro autista) en un centro ordinario. Los padres recurrieron para que continuara en su colegio y el Tribunal Superior de Justicia de la Rioja les dio la razón alegando que no se habían agotado las opciones ni se habían puesto los medios necesarios para la inclusión.

El Ejecutivo de La Rioja recurrió, pero ahora el Supremo rechaza el recurso y le da la razón de nuevo a los padres. Y entra en cómo debe realizarse la inclusión por parte de las administraciones.

Recuerda el alto tribunal en su texto que la normativa española debe interpretarse conforme a los tratados internacionales, en este caso la Convención sobre los Derechos de Personas con Discapacidad de la ONU, que España ratificó en 2008. Esta convención menciona el derecho a la igualdad en el acceso a la educación y recuerda el TS que para garantizarlo rigen los principios de normalización o inclusión tanto para el acceso como en la permanencia del sistema educativo.

“Ese doble mandato de inclusión y la efectividad de ese derecho”, continúa el Supremo, “exige de las administraciones una concreta puesta de medios que procure esa integración en el sistema educativo ordinario con las debidas adaptaciones en función de las necesidades del interesado y solo cabe acudir al régimen de centros de régimen especial si se justifica que, agotados los esfuerzos para esa integración, lo procedente es esa opción que en esas condiciones sí justificaría un trato distinto”.

Entre las medidas que deben poner los Gobiernos regionales, las administraciones deben “prestarles apoyo necesario dentro del sistema general de educación (…) y hacerles ajustes razonables en función de sus necesidades individuales”. El límite que marca para las modificaciones “necesarias y adecuadas” es que no supongan una carga desproporcionada.

¿Qué es una carga desproporcionada? La sentencia no lo especifica, pero sí aclara una cosa: que un centro determinado no cuente con algunos recursos no es suficiente argumento. “La proporcionalidad ha de entenderse no solo en relación a los recursos de un centro educativo, hay que ver el conjunto del sistema y los recursos disponibles en todo él”, explica Rodríguez Zapatero.

Carme Fernández, directora de la Fundació Gerard, que lleva años dando la batalla por la plena inclusión educativa de las personas con discapacidad, se muestra satisfecha por la sentencia y opina que “si se sigue este camino la jurisprudencia acabará eliminando las barreras que dificultan el derecho a la inclusión educativa”.

Su abogado coincide. “Después de esta importante sentencia del Tribunal Supremo, junto con otra del Tribunal Constitucional y la anterior sentencia del Alto Tribunal de 9 de mayo de 2011, cabe decir que ya existe una doctrina o cuerpo jurisprudencial sobre el contenido del derecho a la educación inclusiva”, explica Rodríguez Zapatero.

Las aulas específicas

Llegados a este punto, Fernández alerta de la nueva batalla que viene por la inclusión: las aulas específicas en centros ordinarios, clases donde se mete a los alumnos con discapacidad de las que, en ocasiones, no salen nunca.

“Estos recursos no son en realidad de apoyo a la inclusión sino para enfatizar su separación, son modelos segregadores”, explica. Y alerta ante una nueva corriente que está apostando por ellas. “En Valencia y Cataluña ya han hecho decretos en este sentido. Este modelo se está consolidando y simplemente viene a ser la versión más actualizada de los centros de educación especial. Está disfrazada de inclusión, pero hablamos de segregación”, afirma.

En cualquier caso, Fernández prefiere ir poco a poco. “Paso a paso y sentencia a sentencia se va abriendo camino. Y esta última vale el doble o el triple”, valora.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/12/22/supremo-obliga-las-administraciones-no-segreguen-los-estudiantes-discapacidad/

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